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Revista Científica UISRAEL

versión On-line ISSN 2631-2786

RCUISRAEL vol.6 no.2 Quito may./ago. 2019  Epub 10-Ago-2019

https://doi.org/10.35290/rcui.v6n2.2019.113 

Articles

En busca de las huellas árabes en México. La inmigración árabe en los siglos XIX y XX

In search of Arab traces in Mexico. Arab immigration in the 19th and 20 th centuries

Lorenza Petit1 
http://orcid.org/0000-0002-8953-5452

Florcita Janeth Arellano Espinoza2 
http://orcid.org/0000-0002-4325-9317

Vicente Bolívar Guzmán Bárcenes3 
http://orcid.org/0000-0001-8038-9324

1Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México, lorenza.petit@gmail.com

2Universidad Estatal de Bolívar, Ecuador, jarellanoueb@gmail.com

3Universidad Estatal de Bolívar, Ecuador, vguzman@ueb.edu.ec


Resumen

Los procesos migratorios masivos no son nada novedosos, la historia de la humanidad siempre ha estado caracterizada por un constante movimiento de individuos o grupos que se desplazan de un lado a otro del planeta en busca de mejores condiciones de vida. El final del siglo XIX y el inicio del siglo XX fueron marcados por un masivo flujo migratorio hacia el continente americano, en donde Estados Unidos y Latinoamérica representaban los principales focos de atracción para millones de personas, tanto europeos como asiáticos. En estas oleadas migratorias se incluye la de los árabes, que partieron hacia América, a través de un largo y arduo viaje. En el caso específico de México, entre finales del siglo XIX y principios del XX, entraron al país alrededor de 10 000 árabes, de mayoría libanesa, que se asentaron inicialmente a lo largo de todo el país para luego establecerse en las grandes ciudades como Ciudad de México y Guadalajara. El presente estudio se propone investigar la presencia árabe en México y para ello en las páginas que siguen se efectuará, en primer lugar, la reconstrucción del flujo migratorio árabe, analizando las fuentes disponibles que nos permiten establecer el número de árabes que entraron a México entre 1870 y 1950; y, en segundo lugar, se rastreará a los pioneros de tal migración reconstruyendo los inicios del desplazamiento.

Palabras clave: Inmigración; Líbano; México; siglo XIX y XX; Oriente Medio.

Abstract

Massive migration processes are nothing new, the history of humanity has always been characterized by a constant movement of individuals or groups that move from one side of the planet to another in search of better living conditions. The end of the 19th century and the beginning of the 20th century was marked by a massive migratory flow to the American continent, where the United States and La- tin America represented the main attractions for millions of people, both European and Asian. These migratory waves include the Arabs who left Middle East for America through a long and arduous journey. In the specific case of Mexico, between the end of the nineteenth century and the beginning of the next, about 10,000 Arabs, of Lebanese majority, entered in the country, initially settled throughout the country and later settled in the large cities of Ciudad de México and Guadalajara. The present study intends to investigate the Arab presence in Mexico and for it in the following pages it will be made, in the first place, the reconstruction of the Arab migratory flow, analyzing the available sources that allow us to establish the number of Arabs that entered Mexico between 1870 and 1950; and, secondly, the pioneers of such migration will be traced by reconstructing the beginnings of displacement.

Keywords: Immigration; Lebanon; Mexico; 19th and 20th century; Middle East.

Introducción

México siempre se ha caracterizado por ser históricamente un país de emigración internacional -y no de inmigración-, sobre todo a partir de los conflictos revolucionarios que causaron los primeros flujos migratorios desde México hacia Estados Unidos. Sin embargo, si México se caracteriza por su emigración, no deja de ser también un país receptor, aunque los grupos inmigrantes, hasta hoy en día, siempre se han distinguido, en términos numéricos, por ser una minoría.

Durante el siglo XIX e inicio del XX México era un país predominantemente rural, la población era escasa y, por ende, los gobiernos fomentaban la entrada de inmigrantes. Por esta razón, si por un lado durante este periodo no se registraron grandes movimientos demográficos internos en el país, por el otro, México se convirtió en el lugar de destino de diferentes corrientes migratorias. Estas se extendieron a todos los estados del país, de forma creciente durante estos siglos, y decenas de miles de inmigrantes, europeos y estadounidenses en su mayoría, abandonaron sus lugares de origen para adoptar a México como segunda patria (Camposortega Cruz, 1997).

A inicios del siglo XX la mayoría de la población mexicana vivía en pequeñas localidades; en conjunto, la mayoría de las ciudades apenas registraban unos 20 000 habitantes. Baste pensar que la Ciudad de México era con mucho la localidad urbana mayor y que en el año 1900 reunía unas 368 000 personas; Guadalajara, la segunda ciudad más poblada, en el mismo año contaba con una población de 101 208 habitantes. Se puede calcular que a finales del siglo XIX la población total mexicana rodeaba los 9 millones y medio de personas (cifra aproximativa, puesto que el primer censo oficial es de 1895), y que en 1910, según el censo oficial, se registró la cifra de 15 160 377 de habitantes en todo el país (INEGI, 1956). En México, como en la mayoría de los países latinoamericanos, se empezó a promover la entrada de extranjeros durante todo el siglo XIX, y a partir de la década del treinta del siglo siguiente se establecieron diversas leyes o decretos, cuyo fin era facilitar el asentamiento de los inmigrantes que llegaban a territorio mexicano. Se promovieron proyectos con el argumento de solucionar el problema demográfico y agrícola del país, repartiendo tierras despobladas y sin cultivar a los inmigrantes.

Cabe señalar que en México los extranjeros nunca alcanzaron la importancia numérica que adquirieron en otros países como Argentina, Brasil, y Uruguay; en el censo de 1910 se cuentan en México apenas 116 527 extranjeros1 (INEGI, 1910), en Argentina en 1914 los extranjeros alcanzaron la cifra de 2 357 000 -el total de la población en este año era de casi 8 millones- (Censo, 1914). De esta manera, se incentivó la llegada de extranjeros, principalmente europeos y estadounidenses, en el marco de las visiones colonialistas que se construyeron durante todo el siglo XIX y que privilegiaban la raza europea frente a la indígena.

En este escenario, a finales del siglo XIX, se contaba en México con algunos extranjeros, principalmente españoles; además, cabe destacar a los italianos que establecieron varias colonias agrícolas en Veracruz y Puebla a partir del año 1881; a los chinos que llegaron a Baja California en las décadas de los ochenta y noventa; a los mormones que desde Estados Unidos se instalaron en Chihuahua; a los griegos que se establecieron en Sinaloa, y a los guatemaltecos y los alemanes que se establecieron en el Soconusco2, solo por citar algunos.

Además de europeos y estadounidenses, sobre todo después de 1870 empezaron a llegar también inmigrantes del Cercano y del Lejano Oriente. Cuando Estados Unidos aprobó en 1822 la Ley de Exclusión de los Chinos, estos emigraron a México estableciéndose cerca de la frontera y convirtiéndose en una de las comunidades inmigrantes más numerosas del país. Ascendieron económicamente ocupando un lugar privilegiado en el comercio, sobre todo en el estado de Sonora; por lo menos hasta la década de 1920 cuando fueron expulsados del Estado Mexicano. A finales del siglo XIX llegaron a Chiapas también inmigrantes japoneses, según un plan de colonización que no resultó exitoso, sin embargo, su presencia en territorio mexicano se extendía hasta Oaxaca, Veracruz y más al norte hacia la frontera (Misawa, 2004).

Las comunidades de inmigrantes que se establecieron en México se caracterizaron por una extrema pluralidad étnica (europeos, americanos, asiáticos y árabes); sin embargo, la presencia de extranjeros en el país no llegó a representar ni el uno por ciento de la población nacional. Según el censo de 1910 (año en el que la tasa de inmigración resulta ser muy alta3) los extranjeros alcanzaron el 0,8 por ciento de la población total; la mayoría de los inmigrantes residía en la capital del país y aquí representaba el 8,3 por ciento, porcentaje muy superior a la media nacional (Ota Mishima, 1997).

En fin, si desde el punto de vista estrictamente numérico la presencia extranjera respecto a la población total fue sumamente reducida, la influencia social, económica y cultural de los inmigrantes siempre ha adquirido un valor importante, por lo que su estudio, si por un lado no se justifica por las implicaciones demográficas, adquiere importancia por las innumerables huellas que los extranjeros dejaron a lo largo de la historia mexicana.

A estos grupos inmigrantes pertenece el grupo de los árabes, de los cuales muchos ambicionaban ir a Estados Unidos y por esta razón tomaban México como estación de paso. Desde su llegada se dedicaron al comercio, y la mayoría no persistió en su intento de ir a Estados Unidos y se instaló definitivamente en el país. La mayoría de los árabes que llegaron a México eran de origen libanés y de credo católico maronita. Dicha migración está delimitada por los serios conflictos de carácter político, religioso, social y económico de la Gran Siria que generaron los flujos de emigración; consecuentemente, entre el siglo XIX y el XX, miles de libaneses y en menor número palestinos, sirios, iraquíes, egipcios y jordanos emprendieron la travesía que desde Oriente Medio los conducía al Golfo de México, comenzando una nueva vida en el continente americano.

Al llegar a México empezaba para los inmigrantes la parte más difícil: incorporarse a una nueva cultura, de la cual muchas veces no tenían previo conocimiento. Jaime Sabines4 (citado en Díaz de Kuri y Macluf, 1997) recuerda así la experiencia de su padre, que nació en Líbano y emigró hacia Cuba, para finalmente trasladarse a México en 1914:

Aquí encontró el dolor, la nostalgia, los sueños. Se hizo hombre como se hace una espada, a fuerza de golpes: el señor de la vida es un herrero (...) Fue agredido por el desprecio y la soberbia de los tontos. Pero no alimentó rencor ni odio. Puso a crecer su corazón y creció limpio. Se llamó resistencia. Adoptó a este país como adoptar a un padre, como escoger a una familia, como optar por un lugar donde vivir y donde quedar muerto. En los ríos de México, en el viento, en los maizales, en los bosques, en los venados y en los tepezcuintles, en las espigas y en las calabazas, en las casas de adobe, en las veredas, bajo la lluvia o bajo el sol, allí está el libanés que vino a México (p. 3).

Principales fuentes de información para un estudio cuantitativo de los inmigrantes

Analizar los flujos de inmigración árabe a México, desde un punto de vista cuantitativo, no es sencillo: en primer lugar, es un tema poco estudiado, y, en segundo lugar, los datos que provienen de los archivos y de los censos acerca del ingreso de extranjeros en México presentan muchas inexactitudes. Por lo tanto, es casi imposible establecer con precisión el número de inmigrantes árabes que entraron a México y las fuentes disponibles solo permiten acercarse a la realidad de dicha inmigración. Afortunadamente, en las últimas décadas empezaron a surgir algunos estudios pioneros acerca del tema que tienen el mérito de analizar de forma sistemática dicha migración y abrir el camino a sucesivos proyectos de investigación5.

A continuación, se analizarán las principales fuentes, indispensables a la hora de un estudio cuantitativo que, junto con otros trabajos de especialistas en el tema, permiten reconstruir los flujos migratorios y trazar un perfil de los inmigrantes. Obviamente, en este espacio no se pretende abarcar la totalidad de las fuentes disponibles, sino las principales al fin de presentar un panorama de las características de dicha migración y fundamentar el argumento central del presente artículo.

Una de las fuentes principales es el Registro de la Oficina de Migración que se encuentra en el Archivo General de la Nación (AGN)6. Las tarjetas presentes en dicho archivo (véase Figura 1) fueron registradas a partir de 1926 y cubren un periodo que va desde la década de 1870 hasta 1950. Si por un lado los datos presentes en AGN nos permiten reconstruir, en líneas generales, la inmigración árabe, por el otro lado hay que evidenciar los límites que ponen dichos archivos a la construcción histórica. El registro de los inmigrantes empezó a finales de los años veinte, por esta razón todos los árabes fallecidos antes de esta fecha no están incluidos; asimismo no se incluye el flujo migratorio más reciente posterior a la década cincuenta del novecientos. Además, todos los inmigrantes que entraron de forma clandestina, los indocumentados, los que cambiaron de nacionalidad o de nombre, claramente no aparecen en el registro como extranjeros (Ota Mishima, 1997).

Figura 1 Ejemplar de tarjeta AGN. categoría Libanés, caja 2 expediente 101 

A pesar de sus limitaciones, el Registro de la Oficina de Migración es la principal fuente primaria que permite cuantificar el número de inmigrados y realizar un cuadro descriptivo y demográfico a la hora de fundamentar un trabajo sobre la inmigración árabe a México en el periodo comprendido entre finales del siglo XIX y la mitad del XX. Según dicha fuente, y gracias a la investigación llevada a cabo por Zidane Zeraoui (1997), que investigó minuciosamente las tarjetas de migración del Archivo (véase la Tabla 1), se registra el número de inmigrados de origen árabe que entraron a México entre 1878 y 1950 (no se incluyen los que nacieron en México).

La mayoría de los primeros inmigrantes procedían de Líbano, aunque posteriormente llegaron también sirios y palestinos, y más recientemente iraquíes, jordanos y egipcios. La mayoría de los árabes que llegaron a México entre finales del siglo XIX y principios del XX eran libaneses católicos. Según los datos del AGN, más de la mitad de los inmigrantes árabes eran católicos7 y la mayoría pertenecía al rito maronita. En cambio, a partir de la década de los años veinte se notará una mayor presencia de musulmanes, aunque numéricamente hablando siempre constituyeron una minoría dentro del panorama mexicano8. Cabe señalar la comunidad musulmana de la ciudad de Torreón (Coahuila), donde se construyó la primera mezquita del país en el año 1989.

Tabla 1 Número de inmigrantes árabes según año de ingreso (AGN) 

Nota. Elaboración propia a partir de Zeraoui, Z. (1997). Los árabes en México: el perfil de la migración. En: M. E. Ota Mishima, Destino México: un estudio de las migraciones asiáticas a México, siglo XIX y XX. México: Colegio de México, pp. 257-304

Además de las tarjetas del AGN se cuenta con algunos censos de principios del siglo XX, que en su mayoría se enfocan únicamente en una comunidad o analizan los flujos migratorios de una región específica del Estado Mexicano. Un ejemplo es el trabajo de Montejo (1981), que se enfoca en la presencia de inmigrantes árabes en el estado de Yucatán (véase la Tabla 2). Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Yucatán era el estado con más presencia de inmigrados de origen árabe, principalmente libaneses. Entre 1903 y 1910, en el Boletín de Estadística de Yucatán se registran 1665 turcos que entran a México por el puerto de Progreso, aunque no se puede estimar el número de los que realmente se quedaron en Yucatán y de los que se dirigieron hacia otros estados (Ramírez, 1994b, p. 457).

La preferencia de los inmigrantes por los estados del Golfo, y en particular por Yucatán, se debe al auge económico que estaba viviendo la península bajo el Porfiriato gracias a las plantaciones de henequén9 y su consecuente exportación a Estados Unidos. Cabe señalar que la atracción de fuerza de trabajo extranjera, impulsada por las políticas del periodo, se dirigía especialmente a europeos, por ende, los árabes no se insertaron en el trabajo agrícola del henequén. Además, los árabes llegados a México no poseían gran capital económico y por lo tanto se veían imposibilitados para comprar tierras. Sin embargo, empezaron a dedicarse a la venta ambulante, sobre todo de textiles y artículos de mercería (venta que no se había practicado hasta la fecha en la península), y, aprovechando el auge económico de la zona, el mercado textil de los árabes creció y en pocos años fueron capaces de aumentar el volumen de sus operaciones comerciales (Ramírez, 1994a).

Independientemente de la religión practicada, la actividad económica por excelencia de la inmigración árabe ha sido el comercio. En 1933, a pesar de que la población árabe representaba solamente el 4.23 por ciento de la población extranjera, monopolizaba el 55 por ciento de los comercios que estaban en manos del total de los inmigrantes.

En la mayoría de los países latinoamericanos, las actividades económicas de los inmigrantes (sobre todo libaneses) estaban casi siempre vinculadas con el comercio y la industria textil; y así mismo se reflejó esta tendencia en México, donde demostraron una capacidad en estos sectores que les permitió ascender económicamente creando en poco tiempo empresas familiares y convirtiéndose en pequeños o medianos empresarios.

Tabla 2 Número de inmigrantes árabes en Yucatán según año de ingreso 

Nota.Montejo Baqueiro (1981). La colonia sirio-libanesa en Mérida. Enciclopedia Yucatanense. Tomo XII.

El estudio que se realizó en 1935 titulado La política demográfica en México, y escrito por Gilberto Loyo (Loyo, 1935), ofrece igualmente un acercamiento al número de inmigrantes, en un periodo comprendido entre 1895 y 1930. Sin embargo, los datos que Loyo presenta incluyen no solo a los inmigrantes, sino también a sus descendientes nacidos en México, por lo tanto, las cifras aumentan considerablemente respecto a otras fuentes (Zeraoui, 1997) (véase la Tabla 3).

Tabla 3 Número de inmigrantes árabes en México según Gilberto Loyo 

Nota. Loyo, G. (1935). La política demográfica en México. México: Partido Nacional Revolucionario

Otra fuente disponible comprende los datos que nos proporciona el INEGI10 (véase la Tabla 4) con los Censos Generales de la Población, fuente básica para la historia social de México contemporáneo, que incluyen indicadores demográficos, sociales y económicos del país a partir de 1895. Cabe señalar que a inicio del siglo XX la estadística en México se encontraba a sus inicios, por lo que los datos correspondientes a los años 1895 y 1910 podrían contener inexactitudes.

Los cuatro primeros censos publicaron datos muy defectuosos, en particular los de 1895 y 1921. El censo de 1930 es de mucho mejor calidad que los anteriores, aunque subsisten diversos problemas. El censo de 1895, el más antiguo realizado a nivel nacional, carece del rigor necesario para tomarlo como fuente única en una investigación, el mismo INEGI considera este documento como parcial, debido al poco desarrollo de los instrumentos de análisis utilizados para llevarlos a cabo.

Respecto a la exactitud (del censo), es bueno tener presente que la misma dirección general de Estadística, al glosar los resultados reconoce que, debido a la falta de experiencia censal y a la forma tripartida de clasificar a la población (presente ausente y de paso), se incurrió en frecuentes duplicaciones, omisiones o errores. Dicho censo puede considerarse como preparatorio del que se efectuó en 1900 (Duran Ochoa, 1955, p. 151).

A causa de esta clasificación, presente en el primer censo, entre “Población ausente” y “de paso”, junto con la distinción que hacen exclusivamente entre “Arabia” y “Turquía-Egipto” no es posible determinar el origen del inmigrante. Además, la no existencia de un criterio preciso para definir la nacionalidad ha conllevado, a lo largo de los censos, al uso de términos inadecuados como “turco”, antes de la Primera Guerra Mundial, “sirio- libanés” hasta la década de los cuarenta y “árabe”, de manera aleatoria.

Tabla 4 Número de inmigrantes árabes según los censos de población 1895-1950 (INEGI) 

Nota. Elaboración propia a partir de los datos de los censos 1895-1950 del INEGI

Por su parte, Julián Nasr y Salim Abud en el Directorio Libanés (Nasr y Abud , 1948) de 1948, censaron a la mayoría de los miembros de la comunidad árabe y calcularon su número en 19 647, agrupado en 4682 familias, divididas por su lugar de origen como se señala en la Tabla 5. El Directorio Libanés es un documento extremadamente meticuloso, no solo divide el censo en personas y familias por cada estado de la República Mexicana, también señala las profesiones de los inmigrados, los nacionalizados mexicanos y los matrimonios mixtos (véase la Tabla 5).

Tabla 5 Inmigrantes árabes según país de origen. Directorio Libanés 1948 

Nota. Elaboración propia a partir del Directorio Libanés (Nasr y Abud, 1948)

El inicio de la inmigración

Los pioneros de la inmigración árabe llegaron a México a partir de las últimas décadas del siglo XIX, periodo durante el cual dicha inmigración inició a visibilizarse en casi todos los países de América Latina. En esta primera etapa entraron a territorio mexicano unos pocos casos aislados y los flujos migratorios se incrementarán solo durante el primer decenio del siglo siguiente. Probablemente algunos árabes llegaron a México antes de dichos pioneros; algunos datos confirman que durante la guerra de intervención francesa (1862-1867) un cuerpo de tiradores argelinos peleó en el ejército intervencionista francés, y después de la derrota algunos se quedaron en el país. Además, como señala Zeraoui (1997, p. 267), en el Archivo Municipal de Tampoco se descubrieron algunos documentos que testimonian la presencia árabe en México, antes de los que se consideran oficialmente los precursores de dicha inmigración11. Martínez Assad también señala que, en una carta, datada 1893, el padre Daoud Assad, desde México, escribió un informe al patriarca de la Iglesia Maronita en Líbano, mencionando la presencia de una comunidad de maronitas que residía en el país ya desde 1875 (Martínez Assad, 2009, p. 96).

El reverendo Elías al-Musili durante su viaje por el Nuevo Mundo, que duró doce años (1668- 1680), también llegó a México desde Guatemala y en su diario escribió unas cuantas páginas describiendo el país. Su viaje por México empezó en Chiapas, continuó por Oaxaca y terminó en la Ciudad de México, donde permaneció seis meses. Después de varias descripciones sobre los numerosos pueblos que atravesó, Elías al-Musili visitó al Virrey y al Obispo en la capital del país, que describió así:

As for this place (Mexico City), it is situated in a lowland (basin). Next to it is a lake fed by springs. During certain years past, it rained so heavily that the city sank; many of the homes were flooded and crumbled. The soil here has no firm underpinning. (al-Musili, 2003, p. 81).

En los dos párrafos siguientes, que el reverendo dedica al viaje por México, expresa su interés por la basílica de Guadalupe, centrándose en el relato según el cual se construyó la iglesia: “an Indian by the name of Juan Diego was strolling outside the town when a women of great radiant beauty appeared to him and told him to go to the bishop of the country and tell him ‘to build for me a house here’” (al-Musili, 2003, p. 81). En última instancia describe el ataque pirata (probablemente se refiere al bucanero sir Henry Morgan) al puerto de Veracruz en el año 1683, antes de embarcarse y dejar el país en dirección a Bagdad.

Volviendo a los pioneros de la inmigración de finales del siglo XIX, la información sobre los primeros árabes que llegaron a México es ambigua, por lo tanto, los datos se diversifican según las diferentes fuentes analizadas a continuación.

Según la tradición oral el primer inmigrante fue el reverendo Butrus Raffoul, que llegó al puerto de

Veracruz en 1878. Desarrolló su actividad misionera en el occidente del país, hasta que decidió emigrar hacia el sur, probablemente a América Central, en donde se le pierde el rastro.

En los datos recabados del AGN aparece Antonio Budib en 1878, que residió en la Ciudad del Carmen. Y de la misma manera notamos la llegada en 1882 de Pedro Dib, quien residió en la capital del país. Estos nombres, seguidos por otros registrados en los años treinta, no excluyen la existencia de otros inmigrantes fallecidos anteriormente (Zeraoui, 1997, p. 293).

Según Safa (1960, p. 77), el primer inmigrante libanés que llegó a México fue Yacoub Sauma Aouad, originario de Hasrún, en 1882. Sucesivamente, el mismo autor señala, entre los pioneros de la inmigración libanesa a México, al abogado Alexandre Attié, que arribó al país en 1896, y a Kassam Selman, que llegó en 1897.

En cambio, en el Directorio Libanés los autores reportan que entre “los primeros emigrantes de habla árabe en tierras aztecas” se registran Santiago Sauma, que llegó de El Paso (Texas) para establecerse en Yucatán, y José María Abad, originario de Hadath al-Gubbah, que entró por Veracruz; los dos de origen libanés ingresaron a México en el año 1882 (Nasr y Abud, 1948, p. 28). Sucesivamente los autores nombran dos decenas de inmigrados, principalmente libaneses y palestinos, que supuestamente llegaron a México entre 1882 y 1889. Cuevas y Plasencio (1990, p.16) mencionan la fecha de 1879 para el establecimiento de Santiago Sauma en Yucatán.

Según Marín (1997, p. 124), después del ya citado caso del padre Boutros Raffoul, llegó José María Abad en 1881, y, en 1882, Santiago Sauma Aoued, que se instaló en Mérida. Felipe Raffoul, hermano del padre Boutros, llegó a México en 1888 y se estableció en la ciudad de Monterrey.

Las puertas de entrada al país utilizadas por los inmigrantes eran fundamentalmente los puertos situados en el Golfo de México; entre estos los más utilizados por los viajeros eran el de Veracruz, el de Tampico y el de Progreso. El puerto de Veracruz, por el número de entradas y salidas, es el más importante de la República; mientras Tampico (segundo puerto de ingreso) era utilizado por los inmigrantes que querían llegar principalmente a Yucatán. Los otros puertos menores, situados siempre en el Golfo, eran utilizados casi exclusivamente al cabotaje.

Los datos presentes en el Archivo General de la Nación indican que la mayoría (casi el ochenta por ciento) de los inmigrantes árabes llegaron al puerto de Veracruz, los otros se dividieron entre Tampico y Progreso. Cabe señalar que muchos inmigrantes árabes llegaron desde Estados Unidos, por esta razón en los datos del Archivo aparecen otros lugares de entrada, como las ciudades fronterizas de Tijuana, Mexicali, Nogales, Ciudad Juárez, Piedras Negras y Nuevo Laredo.

Arribados a los puertos mexicanos o a la frontera, entrar al país era relativamente fácil, sobre todo al inicio, cuando el reglamento migratorio era altamente flexible. Sin embargo, como reportan Díaz de Kuri y Macluf (1997), no hay que subestimar las dificultades intrínsecas de la inmigración:

Estos trámites, aparentemente fáciles, constituían una gran dificultad tomando en cuenta que la mayoría de los inmigrantes libaneses eran campesinos analfabetos (…) los pasaportes de la inmigración más temprana fueron extendidos por el imperio otomano y, por lo tanto, eran ilegibles para las autoridades, por más buena voluntad que éstas tuvieran. Estas circunstancias originaron, entre otros problemas, los frecuentes cambios de nombre, sobre todo en los grupos iniciales que no contaban con familiares avecindados en México que los recibieran. De esta forma muchos inmigrantes no solo cambiaron de continente sino también de nombre. El empleado escribía lo más parecido a la palabra que estaba escuchando: así Wehbe se convirtió en Cuevas, Zzher en Dajer, Nasr en Naser, Ibrahim en Abraham, Mihlan en Milán. Con el tiempo, y para evitar confusiones, algunas personas cambiaron su apellido por otro español como López o García o bien buscaron la traducción del suyo (p. 62).

Conclusión

La inserción de los inmigrantes árabes en territorio mexicano no presentó grandes traumas sociales como en otras minorías, y el factor religioso -la mayoría de los inmigrantes eran católicos maronitas-, que no los alejaba demasiado del credo profesado en México, ayudó en el proceso. Sin embargo, no hay que olvidar las dificultades junto con los casos de rechazo que muchos experimentaron al cruzar el océano, entre estas las visiones colonialistas y las leyes que aumentaban su carácter xenófobo.

Con el paso del tiempo los hijos y los nietos de esta emigración, ya mexicanos de nacimiento, pero de origen árabe, empezaron a destacar tanto en el comercio como en las artes y en la política, y la cantidad de actores, pintores y escritores, como el poeta Jaime Sabines, el historiador Elías Trabulse y los actores Mauricio Garcés y Gaspar Henaine, prueban la exitosa inserción de esta minoría en la República Mexicana. Además, en la mayoría de los países latinoamericanos, las actividades económicas de los inmigrantes (sobre todo libaneses) estaban casi siempre vinculadas con el comercio y la industria textil; asimismo dicha tendencia se refleja en México.

Tal es el caso de grandes empresarios como Carlos Slim Helu, quien es considerado uno de los hombres más ricos de Latinoamérica y del mundo; Alfredo y Carlos Harp Helu, que son primos del primero, y los hermanos José y Antonio Abed, dueños del complejo hotelero Aristos, entre otros.

A partir del inicio del siglo XX la colectividad de origen árabe, y de manera particular la libanesa, empezó a fundar en México un sinfín de asociaciones laicas y religiosas enfocadas a difundir la cultura árabe, uniendo a los emigrantes árabes del país gracias a una extensa red social que abarcaba a la casi totalidad de los estados mexicanos.

México, como los restantes países latinoamericanos, ha ido formando sus múltiples identidades gracias a la influencia de diferentes culturas como la indígena, la africana y la española, y a este profundo mestizaje, que hace único al continente, hay que añadir la presencia de otras minorías que en tiempos más recientes llegaron a establecerse en este lado del mundo.

Tales minorías comprenden el componente árabe que entró a formar parte de la sociedad mexicana, modificando su cultura original medioriental y sumando conocimientos al país que los acogió. Las calles del centro, como las de Venustiano Carranza, República de Uruguay y Correo Mayor, hospedaban a la mayoría de los inmigrantes de la comunidad libanesa en la capital y hasta hoy en día, caminando por tales calles, se nota su influencia en el Reloj Otomano, obsequio de los libaneses a México en 1910, o en la Iglesia de Nuestra Señora de Balvanera, donde se reunían los primeros maronitas y donde hasta la fecha encontramos los santos libaneses de San Marón, San Charbel y Nuestra Señora del Líbano.

En fin, la participación de los emigrantes en la colectividad mexicana desde el punto de vista económico, político, social y cultural justifica su estudio dentro de los diferentes flujos migratorios que llegaron a México. Con tal emigración el elemento árabe entra en la República Mexicana y es necesario resaltar la importancia de esta minoría que participó y sigue participando activamente en varias dimensiones culturales y sociales de las dinámicas vitales mexicanas.

Referencias

al-Musili, E. (2003). An Arab’s Journey to Colonial Spanish America. Traducción de Farah Caesar. New York: Syracuse University Press. [ Links ]

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1En este año la minoría más importante era la española (29.541 personas), seguida por estadounidenses (20.639), guatemaltecos (21.334), chinos (13.203), ingleses (5.264), franceses (4.604), alemanes (3.827), italianos (2.595), japoneses (2.216) y turcos (2.907) (INEGI, 1910).

2Soconusco: región costera que comprende la zona limítrofe entre México (precisamente en Chiapas) y Guatemala.

3Las mayores tasas de migración hacia México se registran en los periodos entre 1900 y 1910 (en el cual inmigran 97 mil personas) y entre 1921 y 1930 (111 mil personas). Desde 1895 el número de los extranjeros que llegan al país ha sido siempre mayor de los que se van, salvo entre 1960 y 1970, periodo en el que abandonan el país más de 5.000 personas (Camposortega Cruz, 1997, pág. 32).

4Jaime Sabines Gutiérrez (1926-1999), de origen libanés, es uno de los poetas más reconocidos en el panorama mexicano del siglo XX.

5Se citan a nivel general los principales estudios enfocados en la historia de la inmigración árabe a México. Las obras de Zeraoui (1997) y de Marín Guzmán (1997) ofrecen un detallado estudio de lo que es la inmigración árabe a México; véase también el estudio de Musalem Rahel (1997) enfocado en la comunidad palestina; el de Martínez Montiel (1992) centrado en la comunidad libanesa y el más reciente estudio de Alfaro-Velcamp (2007).

6En el Archivo General de la Nación (AGN) las tarjetas de los inmigrantes de origen árabe están divididas en las siguientes categorías: árabes, libaneses, palestinos, sirios y turcos. Las tarjetas registran datos relativos a la descripción física del interesado junto con datos complementarios (fecha y lugar de nacimiento, estado civil, religión, ocupación, nacionalidad), como se puede observar en la Figura 1.

7Zeraoui (1997, pág. 275) señala que los católicos eran el 60 por ciento, los musulmanes sumaban el 4.6 por ciento; los drusos el 2.1 por ciento y los ortodoxos el 6.2 por ciento.

8La presencia musulmana en el país llegará a su ápice en 1924, representando el 10 por ciento de todos los inmigrantes árabes en México.

9Fibra natural que a finales del siglo XIX se utilizaba sobre todo para fabricar cuerdas, cordones, alfombras y sacos.

10Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

11Zeraoui (1997, pág. 267) señala que en el archivo municipal de Tampico algunos datos podrían evidenciar la presencia de árabes durante la primera mitad del siglo XIX. En 1826, en el archivo de Tampico, aparece la frase el turco Bambur se quejó de la aduana de Veracruz, además aparecen varios apellidos que son reconocidos como árabes y están presente, hasta hoy en día, en dicha ciudad.

Recibido: 23 de Enero de 2019; Aprobado: 18 de Febrero de 2019

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