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Revista Científica UISRAEL

versión On-line ISSN 2631-2786

RCUISRAEL vol.4 no.3 Quito sep./dic. 2017  Epub 07-Dic-2017

https://doi.org/10.35290/rcui.v4n3.2017.85 

Ensayo

Una visita a la “Casa Azul”. El museo de Frida Kahlo

Tanya Pamela Pazmiño Vernaza1 

1Universidad Tecnológica Israel, Ecuador, ppazmiño@uisrael.edu.ec


“Pies para qué los quiero, si tengo alas pa’ volar”.

Frida Kahlo (1954)

Una mañana fresca de la primavera mexicana tuve el privilegio de visitar el Museo Frida Khalo, también llamado “Casa Azul”, situado en la calle Londres 247 -en el pintoresco pueblo, ahora suburbio, de Coyoacán, en pleno centro de la Ciudad de México, y foco de numerosos espacios para el arte y la cultura. Este es uno de los lugares turísticos más representativos de la ciudad, y fue el lugar donde nació, vivió por varias temporadas y murió la afamada pintora latinoamericana Frida Kahlo. Durante la espera para el ingreso pude percibir lo hermosa que resulta ser esta casona esquinera que se destaca del resto por su pintura color azul cobalto, y que en palabras del poeta mexicano Carlos Pellicer se nos presenta así: “Pintada de azul, por fuera y por dentro, parece alojar un poco de cielo. Es la casa típica de la tranquilidad pueblerina donde la buena mesa y el buen sueño le dan a uno la energía suficiente para vivir sin mayores sobresaltos y pacíficamente morir”. Esta casa fue inaugurada como museo en el año 1958, cuatro años después de la muerte de la artista. En la actualidad la casa es visitada por miles de personas, en su mayoría extranjeros atraídos por la vida y obra de la artista.

Una vez dentro, el recorrido lleva a un patio de la casa, donde una pintura mural da la bienvenida: Frida y Diego vivieron en esta casa. 1929-1954”, acompañada de siete esculturas precolombinas que forman parte de la colección personal de ambos artistas. La visita empieza por una sala pequeña junto a la entrada del museo, que contiene un conjunto interesante de obras de Frida.

Una pintura al óleo llama especialmente mi atención: Retrato de mi padre Guillermo Kahlo (1952), una obra en homenaje a su padre, de origen húngaro-judío, que había migrado a México a finales del siglo XIX. En el primer plano, la imagen del padre y en el fondo una cámara fotográfica que se acompaña de destellos que rodean libremente en el espacio. En la parte inferior de la pintura se encuentra un exvoto -en la cultura popular mexicana consiste en una ofrenda pictórica a una divinidad, que siempre va acompañada de un pequeño texto-, recurso artístico común en la obra de Frida: “Pinté a mi padre, Wilhem Kahlo, de origen húngaro-alemán, artista fotógrafo de profesión, de carácter generoso, inteligente y fino; valiente porque padeció durante sesenta años epilepsia, pero jamás dejó de trabajar y luchar contra Hitler. Con adoración, su hija, Frida Kahlo”.

A continuación, la museografía me lleva a mirar otra de las obras que -aunque inconclusa- es importante en la colección y es conceptualmente contundente, Frida y la cesárea (1931). Se compone de varias figuras delineadas. En el centro de la composición, una Frida desnuda y de cuerpo entero deja ver en su vientre transparente un feto sin rostro. Recostada en una cama y con los ojos cerrados, percibe lo que a su alrededor sucede. Un grupo de médicos le practican una cesárea, mientras el retrato a medio hacer de Diego aparenta estáticamente la espera. Aunque se sabe que Frida nunca se sometió a una cesárea, la pintura evoca un evento que posiblemente fue una intervención quirúrgica de uno de sus tantos abortos involuntarios. El deterioro de su salud con los años se origina en dos momentos: el primero, cuando a los seis años le diagnostican poliomielitis, la cual hizo que su pierna derecha quedara más corta; y el segundo, en su adolescencia, con el fatal accidente en el que un autobús que la llevaba de la ciudad de México a Coyoacán fue embestido por un tranvía, provocándole daños físicos y emocionales irreparables. En este accidente su cuerpo se vio atravesado internamente por una barra de metal que entró por su espalda y salió por su vagina.

En definitiva, la obra Frida y la cesárea representa su padecimiento físico y uno de sus mayores deseos: ser madre, uno de los temas más intimistas y recurrentes de su obra. Para reafirmar este interés por la perspectiva médica de la maternidad, y la reproducción, encuentro en una de las paredes de su estudio -ubicado en la segunda planta de la casa- un afiche científico de la época: “Intra-Uterine-Life. Showing the phenomenon of reproduction and process of growth from conception to birth” (Vida intrauterina. Mostrando el fenómeno de la reproducción y el proceso de crecimiento desde la concepción hasta el nacimiento). Analizando este afiche ilustrado puedo deducir que fue un referente importante para el desarrollo de la iconografía de la obra de Frida. A mi criterio esta obra, junto con otras que tratan los temas del aborto, la violencia machista y los feminicidios, como la obra Unos cuantos piquetitos de 1935, son precursoras de un arte de denuncia y pensamiento feminista.

El recorrido por las salas continúa, y en la mitad se encuentra un conjunto de obras de pequeño y mediano formato -colección particular de Diego y Frida- de artistas como José María Estrada y Jesús Martínez, ambos del siglo XIX; así como del mismo Diego Rivera, famoso pintor muralista que fue esposo de Frida por veinticinco años. Su matrimonio tuvo múltiples altibajos que incluyen un divorcio; sin embargo, fue él quien después de la muerte de Frida decide hacer de la Casa Azul un museo en homenaje a su esposa y admirada artista. La última sala del recorrido resulta interesante, contiene material de archivo, una serie de recortes de periódicos de la época que narran la controversial visita a México del político ruso León Trotsky y su esposa Natalia, ambos personajes del comunismo disidente. Por otro lado, se encuentran retratos fotográficos icónicos de la artista, entre estos Frida en Xochimilco (1936), en el que fue capturada por el fotógrafo alemán Fritz Henle.

Llegando al final del recorrido por las salas de la colección permanente, encuentro una de las obras emblemáticas, Viva la vida (1954). Se trata de una pintura al óleo sobre masonite, que forma parte de un conjunto de obras de naturalezas muertas, naturalezas vivas o bodegones que Frida realizaría dos años antes de morir, un verdadero manifiesto pictórico de la situación dilemática entre la vida y la muerte. Sobre esto la misma Frida declara: “¿Quién diría que las manchas viven y ayudan a vivir? Tinta, sangre, olor (...) ¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?”. Los biógrafos de Frida manifiestan que ocho días antes de morir mojó su pincel de pintura roja sangre y en una rebanada de sandía agregó su nombre, fecha y lugar: “Coyoacán, 1954, México”, acompañados de la frase “VIVA LA VIDA”. En lo personal pienso que el título de esta obra representa un gran homenaje a su determinación por vivir y a su resiliencia ante el dolor y la muerte.

Después de las salas que exhiben la colección permanente, empieza el recorrido por las habitaciones de la casona, y por la colección de objetos de la vida cotidiana de Frida. La gestora cultural y directora de museo Hilda Trujillo expresa en uno de sus textos: “La casa misma habla de la vida cotidiana de la artista. Por ejemplo, la cocina -que es típica de las construcciones antiguas mexicanas, con sus ollas de barro colgadas en Paredes y las cazuelas sobre el fogón― es testimonio de la variedad de guisos que se preparaban en la Casa Azul. Tanto Diego como Frida gustaban de agasajar a sus comensales con platillos de la cocina mexicana”. El comedor, con brillantes muebles amarillos y una gran mesa azul, además de ser el lugar de grandes festines, es uno de los lugares más trascendentales de la casa por ser el espacio de tertulias interminables de la pareja, en las que compartieron con personalidades como André Breton, Tina Modotti, León Trotsky, Carlos Pellicer, José Clemente Orozco, Sergei Eisenstein e Isamu Noguchi. En la segunda planta se encuentra el pequeño dormitorio de Frida -un espacio profundamente conmovedor-, con su pequeña cama adaptada con un espejo de techo que le sirvió para realizar sus primeros autorretratos durante el tiempo que estuvo postrada después del accidente del tranvía. A continuación, una puerta contigua lleva directamente al estudio de la artista, un espacio con grandes ventanales, mesas de trabajo, pigmentos, pasteles, lápices, pinceles, paletas, espejos, estantes con libros, archivos personales. Sin embargo, los objetos más representativos de la habitación son su silla de ruedas y un caballete con un retrato del líder revolucionario ruso Joseph Stalin que no llegó a ser terminado.

A continuación, una gran puerta de cristal conduce a los exteriores de la casona para disfrutar de un patio repleto de árboles autóctonos, arbustos de buganvillas, piletas de agua, y otro conjunto de esculturas precolombinas. El recorrido no termina ahí, pues la museografía invita a terminar la visita con una pequeña exposición temporal: Las apariencias engañan: los vestidos de Frida Kahlo. Esta es la primera muestra que exhibe el guardarropa de Frida, que por años estuvo almacenado por orden de Diego en una de las habitaciones de la Casa Azul. La curaduría de Circe Henestrosa Conoan propone explorar la identidad de la pintora, expresada a través de la imagen que construyó con su ropa. En la primera sala, una vitrina muestra los dos motivos principales detrás de su vestuario: la discapacidad y la fragilidad de su cuerpo. Aquí se exhiben una serie de corsés de cuero y yeso, así como una prótesis para reemplazar su pierna derecha, que fue amputada.

Esta prótesis metálica está forrada internamente por piel, la bota es roja con motivos chinos y la envuelve un listón y randa que le permite ajustarse. Se aprecian también dos cascabeles colgados que anunciaban por donde fuere la llegada de Frida. La siguiente sala muestra un conjunto de nueve vestidos que expresan la búsqueda de su identidad. Sin lugar a dudas, la vestimenta es un elemento iconográfico importante en la obra de la pintora; para ejemplificar, en la obra Las dos Fridas (1939), actualmente localizada en el Museo de Arte Moderno de México, la artista realiza un autorretrato construido por dos personalidades: la Frida mexicana, vestida con traje de Tehuana, y la otra Frida, con un vestido europeo color blanco. La vitrina muestra la variedad de colores, texturas y combinaciones de los trajes de estilo oaxaqueños y europeos; esto deja ver la extraordinaria creatividad de la artista, que va más allá de sus pinturas. Para Hilda Trujillo: “En la forma de vestir de Frida se puede reconocer la creatividad y el profundo sentido del colorido que tenía la artista. Su ropa, además de ser en sí una manera de esconder flaquezas físicas y emocionales, traducía su temperamento. Su atuendo fue un elemento fundamental en la construcción de su fuerte personalidad que la ha hecho trascender en la historia de la pintura del siglo XX”. En este sentido, comparto la idea de que la vestimenta de Frida muestra su creatividad, sentido del color, y traduce sus emociones; pero también es la muestra del sentido de interculturalidad propio del ser, del saber y del hacer latinoamericano.

Conclusión

La temperatura primaveral de la Casa Azul y la variedad de vegetación volvieron el ambiente de la casona algo tropical. Así la visita termina con una corta caminata por los jardines y patios interiores. Han pasado casi tres horas desde la entrada a este maravilloso microcosmos de la vida y el arte. En definitiva, recorrer la Casa Azul representa adentrarse en el universo de la vida íntima y de la creación de Frida Kahlo para así comprender mejor el contexto en el que desarrolló su trabajo, desde sus raíces, su vida familiar. Visitar las habitaciones de la casona donde el mundo de la vida cotidiana y el arte se hibridaron con la vida política me abrió un nuevo espectro para entender estos mundos que para Frida eran uno solo. Sus bodegones que dialogan la vida y la muerte se relacionan estrechamente con las crudas pinturas donde se reflejan sus más profundos deseos y frustraciones. La misma Frida lo manifiesta: “Cada tic-tac es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es solo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda”.

Finalmente, el descubrimiento de sus vestidos dejó en evidencia la transdisciplinariedad de su arte y su inagotable creatividad para construir una identidad multidimensional, que trascendió los lienzos y se extendió de forma matérica y corpórea a través de sus atuendos. Para concluir, esta visita a la Casa Azul se volvió una experiencia intensamente vivencial que me ha permitido poner en valor y reconocer el trabajo de quien a mi juicio es una de las mayores representantes femeninas del arte confesional, político e irruptor mexicano y latinoamericano del siglo XX.

Referencias

Henestrosa, C. (2012). Trasciende su legado más moderno. Ciudad de México, México. [ Links ]

Kettenmann, A. (2009). Frida Kahlo 1907-1957. Dolor y Pasión. Ciudad de México, México: Taschen. [ Links ]

Khalo, F. (2017). El diario íntimo del Frida Kahlo. Un íntimo autorretrato. (C. Madrazo, Ed.) México: La vaca independiente S.A. [ Links ]

Museo Frida Kahlo. (11 de marzo de 2018). Museo Frida Kahlo. Recuperado de http://www.museofridakahlo.org.mx/Links ]

Trujillo, H. (2012). La casa azul: El universo íntimo de Frida Kahlo. Ciudad de México, México. [ Links ]

Trujillo, H. (2012). La construcción de una identidad a través del vestir: Frida Kahlo. Ciudad de México, México. [ Links ]

Recibido: 17 de Abril de 2017; Aprobado: 15 de Mayo de 2017

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