En el mundo de la medicina es conocido que, en general, donde el médico se forma ahí se establece. Las escuelas de medicina ubicadas en las ciudades capitales reciben estudiantes de todo el país e inclusive de otros países. Así empieza una concentración de profesionales en las metrópolis. Esto ha sido un problema tanto en los países en vías de desarrollo como en los denominados países del primer mundo, más aún si de especialidades se trata.

¿Que nos mueve a los médicos ecuatorianos a escoger una especialidad? ¿Vocación, deseo de servir, necesidad de empleo, posibilidad de salir del país, ofertas hospitalarias? Cualquiera que fuere el motivo, el aspirante no encuentra en las políticas públicas sanitarias un sistema de planificación de residencias o información sobre los lugares en los que se requieren determinadas especialidades. Desde la administración pública la distribución queda sujeta al azar.

En Ecuador, la neurología ha evolucionado, y se ha incrementado el número de especialistas en dicha rama, aunque aún ese número es insuficiente para cubrir los requerimientos del país. La mayoría de especialistas se han formado en el exterior, se han asentado en las grandes ciudades de las principales provincias y suelen contar con equipos para realizar los exámenes complementarios que el tratamiento integral de un paciente neurológico requiere.

En las pequeñas poblaciones, sus habitantes deben viajar varias horas para acudir a un neurólogo. Muchas personas no cuentan con suficientes recursos para costear los tratamientos. En otras ocasiones, son neurocirujanos y neurólogos quienes se desplazan ciertos días a las pequeñas ciudades para dar consulta neurológica, pero sus sedes siguen siendo las ciudades capitales de provincia donde ejercen usualmente la profesión.

Para el neurólogo, trabajar en una localidad donde aún existen mitos y supersticiones, y donde no se reconocen las especialidades, es un verdadero desafío; pero, a la vez, es una situación que ofrece un amplio campo de acción que empieza con informar a la población, a los educadores y a los médicos generales acerca de las enfermedades neurológicas, de la importancia del diagnóstico, del beneficio del tratamiento oportuno, de las medidas de prevención, del control de los factores de riesgo. Todo, eso sí, como una acción personal, pues, en las entidades públicas, no se encuentra el apoyo necesario.

Aunque las enfermedades neurológicas están a la orden del dia (enfermedad de Parkinson, epilepsia, enfermedad cerebrovascular, enfermedad de Alzheimer, esclerosis lateral amiotrófica, esclerosis múltiple, entre otras), no es de ellas, sino de las especialidades básicas, de las que se ocupan los hospitales en general. Hay poco espacio para las subespecialidades y menos aún para la neurología. Los hospitales generales (II nivel) tienen dificultad para encontrar neurólogos tratantes, y, cuando cuentan con alguno, no disponen de todos los medios de diagnóstico requeridos.

Según el INEC, para 2018 existían 23.44 médicos por cada 10000h; pero, en ese boletín⁽¹⁾, no hay tabulación alguna sobre las subespecialidades de la neurología a pesar de que reporta (datos de 2015) que la enfermedad cerebrovascular es la tercera causa de muerte en el país. Por otro lado, un estudio publicado en la Revista Ecuatoriana de Neurología sobre la tendencia de las causas de mortalidad en 25 años coloca a la enfermedad cerebrovascular en primer lugar⁽²⁾. Información una y otra que evidencian la importancia de preparar más neurólogos.

Se debe buscar mecanismos para recuperar e impulsar, en el país, programas de postgrado en neurología, en los que coparticipen universidades y gobierno. Esos mecanismos deben apoyarse en estadísticas científicamente fundamentadas, para establecer dónde se necesitan neurólogos y cuántos se necesita formar según las distintas ciudades, así como para implementar las unidades necesarias con recursos humanos y tecnológicos adecuados para la atención, la prevención, el diagnóstico, el seguimiento y el tratamiento de las distintas entidades neurológicas.