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Ñawi: arte diseño comunicación

versión On-line ISSN 2588-0934versión impresa ISSN 2528-7966

Ñawi vol.7 no.1 Guayaquil ene./jun. 2023

https://doi.org/10.37785/nw.v7n1.a3 

Artículos originales

Materialidades y procesos de materialización de la etnografía como escritura académica1

Materialities and materialization processes of ethnographyas academic writing

1Universidad de las Américas Puebla, San Pedro Cholula, México. alba.rosasfs@udlap.mx


RESUMEN:

Debido al predominio de una perspectiva semiótica y representacionalista en la escritura y la etnografía, las materialidades y los procesos de materialización de la etnografía apenas empiezan a ser estudiados por los propios antropólogos y etnógrafos. En este texto, luego de delimitar a la etnografía como escritura académica y diferenciarla de la antropología, una práctica que Tim Ingold define como de observación corresponsal, cito tres casos de investigaciones que han tomado en serio las materialidades de la etnografía. Posteriormente, haciendo referencia a mi investigación con ladrilleros e ingenieros electrónicos en México, reflexiono sobre el proceso de materialización de mi propia etnografía y me pregunto qué es actualmente escribir con la computadora portátil. Para ello, retomo el concepto de mediación que proponen Sarah Kember y Joanna Zylinska, así como la noción de aparato que presenta Karen Barad. Sugiero que escribir una etnografía es una práctica material- discursiva que implica agencias humanas y no humanas. Y también que, como aparato, la computadora produce dos cuerpos: la etnografía y la etnógrafa.

Palabras claves: Aparato; cuerpos humanos y no humanos; computadora portátil; etnógrafo; material-discursivo; mediación

ABSTRACT:

Due to the predominance of a semiotic and representationalist perspective in writing and ethnography, the materialities and materialization processes of ethnography are just beginning to be studied by anthropologists and ethnographers themselves. In this text, after defining ethnography as academic writing and differentiating it from anthropology, a practice that Tim Ingold defines as correspondent observation, I review three cases of research that have taken the materialities of ethnography seriously. Subsequently, referring to my research with brickmakers and electronic engineers in Mexico, I reflect on the materialization process of my own ethnography and ask myself what writing with the laptop actually means. To do this, I return to the concept of mediation proposed by Sarah Kember and Joanna Zylinska, as well as the notion of apparatus presented by Karen Barad. I suggest that writing an ethnography is a material-discursive practice involving human and non-human. And I also suggest that, as an apparatus, the computer produces two bodies: the ethnography and the ethnographer.

Keywords: Apparatus; human and non-human bodies; laptop; ethnographer; material-discursive; mediation

1. INTRODUCCIÓN

La escritura es parte integral del trabajo académico. En el caso particular de la antropología social, James Clifford afirma que “la etnografía está, desde el principio hasta el fin, atrapada en la red de la escritura” (1995, 43), pues esta permite “una traducción de la experiencia [del investigador] a una forma textual” (43).

Tras la “quiebra de la autoridad etnográfica en la antropología del siglo XX” (Clifford, 1995, 40), los antropólogos y etnógrafos empezaron a experimentar con las formas de escritura de la etnografía. Ya en la década de 1980, Clifford (1995) examinaba los modelos discursivos y de diálogo (62), así como tipos de etnografías: polifónica (66) y de estilo indirecto (67), colaborativa (70) y surrealista (151). Actualmente, los antropólogos y etnógrafos hablan de etnografía transmedia (Rojas-Bahamonde, Gutiérrez & Hermosilla, 2022) o etnografía colaborativa (Dietz, 2012). y muchos otros términos más (reflexiva, participativa, co- creativa, expandida, decolonial, feminista).

Si bien la escritura de la etnografía ha sido ampliamente discutida en textos clásicos como Writing Culture (Clifford & Marcus, 1986) o El antropólogo como autor (Geertz, 1989), el debate ha girado en torno a la dimensión retórica y narrativa de la generación de la identidad y autoridad de los etnógrafos, así como en sus estilos de escritura para legitimar las representaciones de los “otros”. Más recientemente, el auge de la etnografía transmedia2 ha obligado el abordaje de aspectos relacionados con el uso de los medios digitales y las artes audiovisuales. Si en la década de 1980 las prácticas de escritura de la etnografía intentaron descentrar la figura del autor-etnógrafo y evitar producir una representación totalizante y acabada de las culturas, hoy la etnografía transmedia, por ejemplo, promete expandir estas posibilidades y, de paso, subvertir el papel dominante del texto escrito (sobre la imagen o el sonido) para explorar nuevos formatos para la etnografía.

A pesar de sus reflexiones y experimentaciones, este tipo de etnografías revelan que los antropólogos y etnógrafos han prestado poca (por no decir nula) atención a los materiales, las materialidades y los procesos de materialización de sus propias prácticas. A propósito, Stefan Laube señala que “hasta ahora, la metodología etnográfica […] ha prestado menos atención al hecho de que el desempeño de los métodos etnográficos como tales se basa en cosas materiales” (2021, 71). En ese sentido, podemos afirmar que la escritura de la etnografía sigue basada en lo que Karen Barad denomina una metafísica de relata (2003, 812); es decir, de palabras y cosas existiendo de manera separada. Esta consiste en “la creencia representacionalista en el poder de las palabras para reflejar fenómenos preexistentes” (Barad, 2003, 802). Dicha creencia derivó en el giro lingüístico o semiótico (Latour, 2012, 96) en la antropología y en las ciencias sociales, donde el lenguaje adquirió un poder desmedido3.

Si bien el giro semiótico contribuyó a mostrar que la cultura (incluida la cultura material) transmite nificados sociales y que la producción de significado es un proceso continuo que depende tanto del lector, el contexto y el productor, al mismo tiempo produjo la omisión de la materialidad de las cosas y su subsunción a teorías hegemónicas antimateriales y constructivistas sociales (Olsen, 2003, 88). Fue hasta la primera década del siglo XXI, tras el examen crítico del representacionalismo (Barad, 2003, 805), cuando se dio el llamado giro material (Overholtzer & Robin, 2015, 2). Arqueólogos, geógrafos, arquitectos, artistas e historiadores, así como antropólogos, volvieron a estar interesados en el lugar que ocupa la materia dentro de sus campos de investigación.

Hoy, los antropólogos y etnógrafos contemporáneos empiezan a prestar atención a los materiales, las materialidades y los procesos de materialización de la etnografía como escritura académica. En mi caso, la pregunta por la materialidad de la etnografía surgió a raíz de la pandemia del virus SARS- CoV-2 en 2020. Entonces, los debates sobre la legitimidad de la etnografía virtual o digital dentro de la antropología abundaron. Aunado a ello, mi investigación buscaba comparar los materiales y los procesos de materialización en los trabajos de los ladrilleros manuales e ingenieros electrónicos en México. Así fue como, a partir de mi propio proceso de investigación como antropóloga y etnógrafa, me pregunté: ¿La etnografía como texto es un objeto material o discursivo? ¿Escribir una etnografía es una actividad material o mental/cognitiva? Actualmente, ¿qué es escribir?

Una etnografía, pensé, como el ladrillo o la placa electrónica también es un objeto cuya materialidad se impone a su proceso de materialización. Así como vemos ladrillos y placas “terminados”, solo vemos el texto-etnografía. En todo caso, lo que me interesaba visibilizar o, mejor dicho, narrar, en los tres casos, eran los procesos de materialización que daban lugar a ladrillos, placas electrónicas y etnografías. Aquí, brevemente, sugiero algunos conceptos para el último caso.

2. La etnografía es escritura

En primer lugar, es preciso hacer una aclaración conceptual: antropología y etnografía no son sinónimos. Si bien Bronislaw Malinowski consolidó la autoridad del etnógrafo-antropólogo (Clifford, 1995, 47), más tarde la antropología quedó opacada por la etnografía y el antropólogo pasó a ser una figura imprecisa y casi prescindible al lado del etnógrafo, quien llegó a concentrar tanto las actividades en campo y de observación participante como de escritura. Actualmente, el uso de términos como investigación etnográfica, teoría etnográfica o método etnográfico es común no solo entre antropólogos y etnógrafos sino en disciplinas como las artes, la comunicación y la sociología. En respuesta a ello, Ingold (2017) ha reclamado: “¡Suficiente con la etnografía!” como una reivindicación de la antropología.

De ethnos, pueblo y graphia, descripción (Ingold, 2013, 4), la etnografía literalmente significa “escribir sobre las personas” (Ingold, 2017, 146). Por lo tanto, aquí concibo a la etnografía como un texto, un documento escrito y al etnógrafo como una persona que escribe etnografías.

Por otra parte, también retomando a Ingold, pienso a la antropología como una práctica de observación corresponsal. Y ello es así porque, según señala Ingold, la forma de trabajo que caracteriza a la antropología no es el trabajo de campo ni el método etnográfico sino la observación participante (2017, 153). Sin embargo, esta no constituye una técnica de recolección de datos sino una “práctica de correspondencia” (Ingold, 2017, 152). Como observador participante, mejor dicho, corresponsal, el antropólogo (y no el etnógrafo) se reconoce inserto en un acople de movimientos de los cuerpos que se responden mutua y continuamente. Para Ingold, precisamente, en esto consiste la correspondencia: en “vivir con otros prestando atención” (2017, 152).

En resumen, mientras la etnografía es una práctica de escritura, la antropología es una práctica de observación corresponsal.

3. Materialidad y etnografía

Una vez planteada la distinción entre antropología y etnografía, vale la pena citar algunos casos de investigaciones en torno a la materialidad, “esa cualidad de los fenómenos materiales” (Nakassis, 2013, 399), de la propia etnografía. El primer caso aborda el papel de la materialidad en el análisis etnográfico de la vida cotidiana; el segundo, trata la producción material de la presencia etnográfica; y, el tercero, desarrolla la dimensión material de la producción de datos etnográficos.

Estos ejemplos muestran las posibilidades metodológicas de la perspectiva relacional y tienen claro que el mundo material (objetos, cosas, artefactos o entidades inmateriales) “no es solo un punto final o un ‘objeto’ en sí mismo de la descripción científica social, sino que también puede usarse como […] un agente activo dentro de las relaciones sociales que estábamos estudiando” (Geismar & Horst, 2004, 6). No obstante, cabe destacar que estos casos con enfoque material para la etnografía tienden a reproducir la confusión entre antropología y etnografía de la que hablé antes. Es decir, suelen presentar al etnógrafo como el practicante de la observación participante y también como la persona que escribe la etnografía. A pesar de desdibujar al antropólogo, logran reconocer “las formas materiales como un puente potencial entre los dominios del conocimiento y la experiencia y, por lo tanto, como herramientas antropológicas cruciales” (Geismar & Horst, 2004, 5).

Siendo parte de una investigación (2000-2001) centrada en una colección de copias de fotografías tomadas en los siglos XIX y XX de las Islas Salomón en el Pacífico Sur, Chris Wright llegó a interesarse en reconocer las nociones subyacentes eurocéntricas de la fotografía y sugerir que era necesario examinar su corporeidad y materialidad como elementos de su identidad. De ese modo, Wright puso atención a temas como la memoria, la historia y la encarnación en Roviana Lagoon, en la isla de Nueva Georgia. Encontró que la palabra maqomaqo (traducida como alma, sombra, reflejo, espíritu) era usada en Roviana para describir las fotografías “como objeto y como proceso” (Wright, 2004, 75). Así, para Makoni, un entrevistado de Wrigth, la fotografía era sombra de papel (75), el alma de su padre muerto. Según señala Wright, a pesar de que la gente de Roviana no tenía conocimiento de los procesos fotográficos a la fecha de la investigación y no sabía de la existencia de los negativos, expresaba la creencia que los europeos del siglo XIX tenían acerca de los daguerrotipos como objetos dotados de una fuerza espiritual (76). Así, las fotografías eran “‘imágenes vivas’ que se trataban como partes separadas de personas y se equiparaban con sus almas o espíritus” (77).

En ese sentido, Wrigth concluye (2004, 82-83) que la corporeidad de la imagen fotográfica y su estatus como reliquia es común a los usos del medio tanto en Europa y Norteamérica como en Roviana. Entonces, las nociones de materialidad y encarnación, “aunque culturalmente figuradas de diferentes maneras, son una característica definitoria de ambas prácticas” (82). Esto explica la habilidad de la fotografía para lograr una presencia y, al mismo tiempo, es responsable de nuestro apego a ellas (75). A partir de su investigación, Wright insta a los antropólogos que usan la fotografía como metodología a estar más atentos no al contenido fotográfico sino al objeto fotográfico, a su materialidad (83).

Un segundo caso en el que se investiga la participación de los objetos materiales en la etnografía es el de la producción material de la presencia etnográfica (Laube, 2021, 57)4.

Haciendo referencia a su propia investigación en trabajo digitalizado, Stefan Laube llama materialidad concentrada a la ropa, la libreta de campo y la cámara fotográfica (2021, 58). A propósito de estas materialidades se pregunta: “¿Cómo el uso de tales dispositivos permite a los etnógrafos [más bien a los antropólogos] ganar presencia en el trabajo de campo no solo como participantes sino también como un tipo particular de investigador social?” (58) En decir, cómo las cosas materiales despliegan relaciones en prácticas situadas de investigación, pero que, sin embargo, aún no han sido reconocidas en la literatura metodológica (60-61).

Al respecto, Laube da cuenta de cómo su estilo inicial de vestir (barba poblada, sandalias desgastadas y lentes “nerd”) fue modificado posteriormente (traje, zapatos negros, corbata y pelo corto) para poder acceder a una sala de operaciones financieras. Explica que, al realizar el cambio de ropa, su condición de científico social quedó manifiesta en bromas de los inversores acerca de su ropa de “nerd” y “universitario”. Sin embargo, al mismo tiempo, esto le dio la oportunidad de explicar qué tipo de investigador social era y convertir su identidad en un tema de conversación con los inversores (2021, 63). Una situación similar experimentó Laube en el caso de una oficina de call-center, donde la cámara fotográfica fue la que lo dotó de identidad como etnógrafo entre sus colegas. Además, según señala el autor, la cámara terminó encarnando una forma material de participar en la co-creación repentina de datos visuales, es decir, de colaboración (2021, 67). En el caso del cuaderno de notas, durante su trabajo de campo en el parlamento, Laube se dio cuenta de la irritación que producía en los funcionarios su repetida actividad de tomar notas. De ese modo, afirma que el bloc de notas fue el centro de la presencia etnográfica y al mismo tiempo creó la oportunidad para explicar la investigación a los otros (2021, 66).

La conclusión de Laube es que la ropa, el cuaderno de notas o la cámara fotográfica no solo son medios para facilitar el acceso al campo y asegurar datos etnográficos, sino que se trata de participantes materiales en la construcción de la presencia etnográfica (2021, 61). Entonces, Laube insta a los etnógrafos a prestar más atención a esta materialidad concentrada que a pesar de participar de sus prácticas, pasa inadvertida para ellos. Sin embargo, siguiendo el hilo de mi argumento, sería el antropólogo quien, al realizar observación participante, debería poner atención a la manera como los objetos materiales participan de la construcción de su presencia antropológica.

Por último, si bien ahora se reconoce el papel de la materialidad en la etnografía y el proceso epistemológico, todavía hace falta mostrar que la materialidad en las prácticas de investigación no solo reside en objetos materiales. En ese sentido, Christine Neubert y Ronja Trischler revisan las relaciones entre los datos etnográficos y la teoría a través de un examen de la materialidad en las prácticas de investigación, y concluyen que “la producción de datos es una forma de teorización material” (2021, 99).

Al acuñar el concepto de embolsar (pocketing), Neubert y Trischler resaltan que ciertas prácticas como tomar notas o fotografías nunca constituye un nivel preteórico, ni simplemente extraer algo, sino que ya implican alguna forma de comprensión de lo que se está observando. Por lo tanto, “el concepto de ‘embolsar’ muestra que la materialización de los datos -como producto de una teorización material- está estructurada por los órdenes afectivo y temporal de la práctica in situ” (Neubert & Trischler, 2021, 100).

Así, Neubert demuestra cómo su práctica de caminar con los asistentes del museo de arte se volvió central para “embolsar” sus experiencias arquitectónicas cotidianas (2021, 106); lo mismo ocurrió con su experiencia arquitectónica de la biblioteca, donde pudo comprender el porqué de sus ojos secos y la pérdida de visión como consecuencia de la calidad del aire (107); asimismo sucedió con la fábrica, donde la ausencia de ruido durante el descanso de los obreros fue un registro afectivo de su experiencia del lugar (108).

Por su parte, Trischler da cuenta de cómo los órdenes temporales de la propia práctica de cooperación digital en la producción de efectos visuales para cine y televisión influyen en la forma en que los datos de la investigación se materializan en el sitio (2021, 109). Es decir, la materialidad de la base de datos de efectos especiales implicó prácticas cooperativas (por ejemplo, asignación de tareas, actualización de borradores y supervisión del progreso del trabajo) que afectaron sus datos etnográficos. Entonces, la autora muestra cómo los datos etnográficos se materializaron continuamente al igual que la base de datos (la cual implica un trabajo incesante: el mantenimiento de los servidores y el sistema operativo, así como la clasificación, el etiquetado y la vinculación de las entradas de datos) y, además, cómo la práctica cooperativa de la base de datos y su orden temporal se reflejaron en los datos etnográficos produciendo datos de investigación distribuidos temporalmente (110).

Neubert y Trischler concluyen que la producción de datos etnográficos y la teorización están ligados a la práctica en campo y pueden observarse a través de sus materializaciones en la práctica misma (2021, 113). Debido a ello, consideran que es necesario descentralizar la parte humana en la sociabilidad y ver las prácticas de investigación como compuestas por investigadores humanos y sus herramientas no humanas (101).

Hasta aquí, los casos de investigaciones que estudian el papel de la materialidad en la etnografía muestran la importancia de lo material en términos epistemológicos. Sin embargo, queda ver también su relevancia ontológica, sobre todo, para la creación de la etnografía como texto a través de la escritura y de la propia etnógrafa como escritora de etnografías.

4. Conceptos para pensar la materialización de una etnografía

Mientras la materialidad es esa cualidad física y discursiva de los fenómenos materiales, la materialización “son los procesos mediante los cuales tales cualidades se actualizan en la vida social” (Nakassis, 2013, 399). El problema con la materialidad es que suele sobreponerse y ocultar los procesos de materialización. En el caso de la etnografía, esto sucede cuando el texto como objeto sobresale a su proceso de creación: la escritura.

A pesar de los avances epistemológicos en el reconocimiento de las materialidades de la etnografía, sigue haciendo falta ahondar en su escritura como un proceso de materialización que implica agencias humanas y no humanas, y cuya relación produce cuerpos como la etnografía y el etnógrafo. En ese sentido, coincido con Laube cuando señala que “sabemos comparativamente poco sobre la producción material de la identidad académica de los etnógrafos […] y sus implicaciones para la producción de conocimiento” (2021, 59).

De hecho, es porque no hemos reparado lo suficiente en ese asunto que damos por sentado que existe una identidad o subjetividad dada y acabada del etnógrafo (y también del antropólogo). Esta creencia ontológica sobre el etnógrafo, desde mi perspectiva, implica asumir que las materialidades que participan en la escritura de la etnografía están dotadas de propiedades inamovibles por naturaleza, cuando, de hecho, conservan y despliegan sus características en procesos y relaciones específicos que pueden ser narrados.

Enseguida, y a partir de mi propia experiencia escribiendo la etnografía comparativa sobre ladrilleros manuales e ingenieros electrónicos en México, sugeriré algunos conceptos para dar cuenta del proceso de materialización de la etnografía.

4.1 Escribir

Junto con Tim Ingold asumo que escribir “es una práctica tanto de incorporación como de inscripción” (2000, 403). En ese sentido, escribir es “una realización de todo el organismo-persona humana en su ambiente” (403).

Si bien Ingold me permite pensar la materialidad de la escritura y concebirla como una habilidad que involucra todo el cuerpo humano en su ambiente, al mismo tiempo su crítica de “la concepción moderna del lenguaje consagrado en el modelo estándar” (2000, 399) termina ciñéndose demasiado a la idea de inscripción en detrimento de la incorporación. Esto se debe a que Ingold busca reivindicar la escritura como arte y apartarla de la noción de tecnología (403), pues le parece que el concepto de tecnología merma la actividad hábil de los artesanos y los obliga a actuar en función de reglas y principios mecánicos desligados de su experiencia personal y sensibilidades (402).

Desde la perspectiva de Ingold, la tecnología de la imprenta rompió el vínculo íntimo entre el gesto manual y la inscripción gráfica (2007, 26). Esto ocurrió cuando la escritura gótica del siglo XVI, conocida como textura debido a la semejanza de una página de escritura con la textura de una manta tejida (Ingold, 2007, 70), fue adoptada por Johann Gutenberg para su primer tipo impreso.

Debido a que con el uso de la máquina de escribir ya no hay inscripción manual, Ingold afirma que el autor contemporáneo ya no escribe (y tampoco lo hace el impresor) pues “mientras escribir es un proceso de inscripción, imprimir es un proceso de impresión - de un texto pre-compuesto sobre una superficie vacía que ha sido preparada para recibirlo” (2007, 26). Sin importar cuáles son los gestos que están involucrados en el proceso de escribir con la máquina de escribir, ya sean manuales o mecánicos, para Ingold “no tienen absolutamente ninguna relación con las formas de las marcas gráficas a las cuales ellos sirven para entregar” (2007, 26).

El problema con las letras impresas del teclado de la máquina de escribir (y también de la computadora) es que “lo que vemos ya no es la huella de un gesto sino un conjunto de conectores punto a punto” (Ingold, 2007, 74-75). Son estos puntos conectados los que producen una composición que parecer ser un objeto terminado (Ingold, 2007, 75). Así, de acuerdo con Ingold, “hay más movimiento en un solo rastro de escritura a mano que en una página entera de texto impreso” (2007, 93).

El problema con la idea de escritura de Ingold es que termina privilegiando la inscripción por encima de la incorporación. Visto desde su perspectiva, usar la computadora, su teclado con caracteres impresos y la plantilla de Word ya no sería escribir porque en lugar de inscripción hay impresión. Desde mi experiencia, tanto la inscripción como la impresión constituyen marcas en los cuerpos y producen cambios materiales. De cualquier manera, el uso de la computadora no invalida el hecho de que hay cuerpos y de que, al escribir, el cuerpo del autor es un organismo-persona humana reaccionando a su ambiente. Es decir, los patrones habituales de posturas, gestos y movimientos que hacen al practicante experto y hábil no desaparecen.

La noción de escritura de Ingold, no obstante, acierta al reconocer que “hay un sentido en el que la composición verbal escrita existe como una entidad por derecho propio” (2000, 400). Justamente la cosificación de las palabras, es decir, del texto como objeto, es consecuencia del olvido u omisión del gesto o movimientos de los cuerpos (no solo la mano humana) humanos y no humanos que dieron lugar al resultado gráfico. Es por lo que aquí insisto no en la materialidad del texto-etnografía, sino en su proceso de materialización que es la escritura.

4.2 Mediación

A diferencia del lápiz (incluso, la máquina de escribir), cuyas reglas y principios de funcionamiento nos parecen inteligibles y totalmente dependientes de los movimientos y gestos de la mano que escribe, con la computadora no sucede igual, al ser una máquina electrónica digital programable que ejecuta comandos para procesar datos que posteriormente pueden ser enviados a unidades de salida como la impresora.

A pesar de que la computadora se nos presenta a la mayoría de nosotros como una “caja negra” cuyas reglas y principios de funcionamiento desconocemos, ¿hasta qué punto es posible decir que al usarla para escribir nuestra experiencia personal y sensibilidad realmente quedan excluidas de su operación? La investigación con los ingenieros electrónicos de Electronic Cats muestra que la concepción de la computadora como caja negra es epistemológica y fenomenológica5. Decir que el hardware es magia o que la computadora es una caja negra se define en términos de la familiaridad y la capacidad de conocer y explicar. Son ideas que resultan del tipo y grado de experiencia con la creación de hardware y computadoras. Entonces, puede que la computadora sea una caja negra para los usuarios, pero no para los creadores.

Considero que el verdadero problema con el uso de la computadora en la escritura moderna no es su estatus como tecnología sino como medio para la escritura. Esto es, su condición ontológica como una entidad ajena y externa a los movimientos y el cuerpo del escritor; de allí que, para Ingold, no haya inscripción ni mucho menos incorporación.

En ese sentido, las nociones de medio y mediación que proponen Sarah Kember y Joanna Zylinska (2012) resultan útiles para comprender lo que Marshall McLuhan ya había señalado en la década de 1960, esto es, que el medio “es una extensión de nosotros mismos” (McLuhan, 1994, 7). Desde los estudios de los nuevos medios, estas autoras han tomado en serio la idea de que “hemos ampliado nuestros sentidos y nuestros nervios por los distintos medios” (McLuhan, 1994, 4).

En consecuencia, Kember y Zylinska rechazan la concepción de los medios digitales como un conjunto de objetos discretos o entidades existentes de forma independiente (la computadora, el teléfono celular, el iPod, etc.), así como su entendimiento como una combinación de técnicas para crear, acceder, compartir y editar contenidos (subir vídeos a YouTube, publicar mensajes en Facebook, editar textos en Word y más).

Antes bien, Kember y Zylinska presentan una renovada teoría de la mediación. Esta teoría presupone que los seres humanos “siempre hemos sido técnicos, que es otra forma de decir que siempre hemos sido mediados” (Kember & Zylinska, 2012, 18). Aquí, la mediación no es la función del medio como un intermediario entre entidades existentes de forma autónoma (por ejemplo, la computadora opuesta al escritor humano). Frente a una visión donde la tecnología son agentes externos que median las relaciones de los seres humanos, más bien, la mediación significa una “relacionalidad o enredo con entidades no humanas que continúa intensificándose con la dispersión cada vez más corpórea e íntima de medios y tecnologías en nuestras vidas biológicas y sociales” (Kember & Zylinska, 2012, xv). Los medios, por su parte, son definidos como “representaciones particulares de tekhne o como ‘arreglos’ temporales de tecnologías y otras formas de devenir” (Kember & Zylinska, 2012, 21).

Debido a que la mediación supone una relacionalidad intensificada, se trata de “una condición intrínseca de estar-en y devenir-con el mundo tecnológico” (Kember & Zylinska, 2012, 1). Justamente por ello la teoría de la mediación es una teoría de la vida y, como tal, reconoce la vitalidad de los medios (Kember & Zylinska, 2012, xv). Entonces, la computadora portátil como medio, es decir, como arreglo temporal con vitalidad, duración y muerte predecible, participa de la relacionalidad de estar en y devenir en el mundo.

Así, cada computadora con la que escribe el etnógrafo, ya sea de escritorio o portátil, tiene su propia historia. El etnógrafo podría, más bien debería, dar cuenta de ella. Más importante es que la mediación de la computadora en el proceso de escritura es la expresión de su temporalidad y vitalidad como medio que colabora en múltiples procesos entrelazados de devenir, rompiendo, con ello, la división entre vida y materia y medios y usuarios.

4.3 Aparato

Lo que Kember y Zylinska llaman medio y mediación es lo que Karen Barad (2003) denomina aparato e intra-acción, respectivamente. De hecho, la teoría de la mediación de Kember y Zylinska debe mucho al marco epistemológico-ontológico-ético que la propia Barad nombra realismo agencial (2003, 810).

El realismo agencial proporciona una comprensión del papel de las agencias. Aquí, la agencia no es un atributo sino las reconfiguraciones en curso del mundo (Barad, 2003, 818). Un mundo en el cual la materia “es un proceso estabilizador y desestabilizador de intra-actividad iterativa” (Barad, 2003, 822). Es decir, la materia es el principal agente de su materialización.

En el realismo agencial, la materialidad y los procesos de materialización no surgen de la habitual interacción de entidades y relaciones independientes, sino de intra-acciones agenciales específicas (Barad, 2003, 815). Solo a través de la intra-actividad “los límites y las propiedades de los ‘componentes’ de los fenómenos se vuelven determinados y […] los conceptos corporizados particulares se vuelven significativos (Barad, 2003, 815). En ese sentido, la principal crítica del realismo agencial está dirigida al representacionalismo, esto es, a la creencia en la distinción ontológica entre representaciones y aquello que pretenden representar, entre lo representado como algo independiente de las prácticas de representación (Barad, 2003, 804).

En el caso de la etnografía como texto que idealmente describe o representa a los “otros”, si bien muchas veces el etnógrafo se considera parte de sus prácticas de representación, casi siempre lo hace en términos de significación y no materiales. Es decir, pocas veces da cuenta del proceso de escritura como la materialización de la etnografía y su propia corporalidad.

Precisamente para desarrollar una posición epistemológica y ontológica que niegue que haya representaciones (palabras) por un lado y entidades ontológicamente separadas (cosas) que esperan representación por el otro -que es el falso problema de la traducción de la experiencia del antropólogo a su forma textual en la etnografía-, es importante indicar el aparato computadora en el proceso de materialización de la etnografía.

La escritura de mi etnografía fue una intra-acción específica. Lo importante de esa intra-acción es que involucró una configuración material concreta como el aparato computadora portátil. Efectivamente, la computadora no es un dispositivo de inscripción, tampoco una máquina que media entre el escritor como subjetividad preexistente y el texto digital como otra entidad independiente. Como “aparato”, la computadora portátil es una configuración dinámica del mundo, esto es: “prácticas/intra-acciones/ performances específicos de agencia a través de los cuales se promulgan límites de exclusión específicos” (Barad, 2003, 816).

Cuando escribía la etnografía sobre los ladrilleros e ingenieros electrónicos, me di cuenta de que la computadora no tiene límites externos inherentes (piénsese, por ejemplo, en la vitalidad del acto de conectar el cable del cargador de la batería interna de la computadora a la corriente eléctrica). No era una simple herramienta colocada en mi escritorio antes de que sucediera la actividad de escribir. Antes bien, como aparato siempre es una práctica abierta (Barad, 2003, 816); que es lo mismo que decir que es intra-actividad en curso de la propia materia.

Como etnógrafa que escribe etnografías no tengo la sensación de ser una operaria cuya única actividad consiste en presionar las teclas del teclado de la computadora portátil. Cada computadora tiene su diseño: el teclado y las teclas cambian de posición, aparecen o desaparecen botones o entradas (CD, por ejemplo), el procesador (iOS, Microsoft, Linux) implica librerías diferentes y ventanas distintas, el tamaño de la computadora conlleva disponer de una maleta para transportarla o un escritorio de dimensiones adecuadas para colocarla.

Entonces, escribir una etnografía con la computadora portátil es mucho más que la ejecución mecánica de una serie de instrucciones preparadas de antemano, por muy incomprensibles o predefinidas que puedan parecer. Piénsese en cómo se ha actualizado la mecanografía con el teclado de la computadora.

La mecanografía al tacto es una forma de escribir contemporánea que se basa en la idea de que cada dedo tiene su propia área en el teclado, por lo que la vista sobre el teclado es prescindible. Es cierto que la mano y el antebrazo quedan un poco relegados en su movimiento, pero los dedos ganan más movimiento del que tienen cuando se usa la pluma. Escribir sin mirar las teclas no significa que la vista queda en el olvido, de hecho, solo cambia su enfoque a otros cuerpos. Al mismo tiempo, el oído se activa y cada sonido de la tecla es la confirmación de que se ha impreso un carácter o espacio. Es una escritura más digital (de dígito) y auditiva. Se requiere práctica regular para que los diez dedos de las manos se acostumbren a su ubicación en el teclado gracias a la memoria muscular. Aunado a ello, requiere una postura adecuada: sentarse con la espalda recta, mantener los codos doblados en ángulo recto, mirar la pantalla con la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, una distancia aproximada de 45 a 70 cm entre los ojos y la pantalla, relajar los músculos de los hombros, los brazos y las muñecas, etc.

De este modo, escribir con la computadora sin mirar las teclas significa llegar a establecer y mantener el ritmo mientras se escribe. De hecho, las pulsaciones de las teclas se deben producir a intervalos similares. No estoy diciendo que la actividad del escritor de etnografías sea un arte en sí mismo, solo que escribir con la computadora portátil sigue siendo escribir. La huella inmediata del gesto o movimiento no queda en el papel, sino en la tecla misma que se deforma y cuya serigrafía se borra con el constante teclear.

Más allá de señalar que la escritura con la computadora también deja huellas en el cuerpo-teclado y produce, por lo tanto, inscripción e incorporación, lo que quiero sugerir es que la intra-acción específica que significa la escritura de una etnografía y que involucra la configuración material concreta del aparato computadora representa lo que Barad denomina corte agencial (2003, 815).

Para Barad (2003, 815), en contraste con el corte cartesiano que presupone una distinción inherente entre sujeto y objeto, el corte agencial promulga una resolución local y temporal dentro del fenómeno de la indeterminación ontológica inherente. Esto quiere decir que en el realismo agencial los relata no preexisten a las relaciones; más bien, emergen a través de intra-acciones específicas según el aparato. Entonces, en la intra-acción que es el proceso de materialización de la escritura de una etnografía, la computadora es el aparato que posibilita la resolución temporal de dos relata o cuerpos que, de otro modo, permanecerían indiferenciados: la etnografía y la etnógrafa.

En última instancia, lo que estoy sugiriendo es que, así como no existe un texto-etnografía antes de la intra-acción o proceso de materialización que es la escritura con la computadora, tampoco existe un cuerpo, identidad o subjetividad de la etnógrafa antes o después de la intra-actividad. Es decir, la etnógrafa solo es tal mientras escribe una etnografía.

La computadora es un aparato de producción corporal y los fenómenos que produce, la etnografía y la etnógrafa, son de naturaleza material-discursiva. Esto quiere decir que la etnografía y la etnógrafa son las condiciones materiales y discursivas sociohistóricas locales que permiten y restringen, en gran medida, las prácticas de conocimiento disciplinario (como escribir, pensar, conceptualizar, filtrar y concentrar) dentro de la antropología.

Como práctica material-discursiva, la etnografía no solo describe o interpreta la realidad, antes bien, crea o produce los sujetos y objetos de conocimiento. En el caso de mi etnografía, se trata de los sujetos ladrilleros e ingenieros electrónicos y los objetos ladrillo, placa electrónica y código fuente, pero también la etnografía misma y la etnógrafa.

Es debido a ello que la etnografía tiene que dar cuenta de su proceso de materialización y del aparato computadora. Esto se observará mejor en la medida en que se comparen los aparatos de escritura de la etnografía; desde el lápiz y papel, la máquina de escribir, la computadora y otros medios como la cámara fotográfica y la videocámara, incluso el teléfono celular.

Los etnógrafos también deberían dar cuenta del papel que los aparatos, arreglos físicos particulares, desempeñan en la producción material de cuerpos y significados durante la escritura y no darlos por hecho. Esto, porque “los aparatos son las prácticas excluyentes de la materia a través de las cuales se constituyen la inteligibilidad y la materialidad” (Barad, 2003, 820). Así, por ejemplo, el aparato computadora, a diferencia de la pluma y papel o la máquina de escribir, reduce las prácticas de exclusión de la materia al ampliar el rango de lo visual a lo auditivo e interactivo, por ejemplo. De allí el auge que está teniendo la llamada etnografía transmedia.

Lo importante, en todo caso, es que escribir una etnografía no es un acto de representación lingüística, la simple transferencia de ideas y conceptos abstractos al texto o una práctica cognitiva o enteramente intelectual. Antes bien, es una práctica material-discursiva que ni siquiera puede ser atribuida al escritor humano; esto es, decir que el etnógrafo es su causa.

Por el contrario, la perspectiva posthumanista del realismo agencial de Barad urge a no fijar el límite entre lo humano y lo no humano antes de que empiece la práctica de escritura, sino que exige un análisis genealógico de la emergencia material-discursiva de lo humano a través la actividad, mejor dicho, la intra-actividad de la materia y el mundo en su devenir abierto (2003, 821).

Finalmente, hay que señalar que desde el realismo agencial el “conocedor” no se encuentra en una relación de exterioridad absoluta con el mundo natural que se investiga y no existe tal punto de observación exterior (Barad, 2003, 828). Si obtenemos conocimiento es porque “‘nosotros’ somos del mundo en su devenir diferencial” (Barad, 2003, 829). Por lo tanto, no es la exterioridad absoluta la condición de posibilidad de la objetividad, sino la responsabilidad al momento de asumir las marcas de los cuerpos (Barad, 2003, 824). Es decir, dar cuenta del aparato que promulgó, temporalmente, la diferenciación de la materia en cuerpos.

5. CONCLUSIÓN

Cada vez es menos pertinente preguntar si la materialidad de la escritura en la etnografía es de un orden diferente a la semiosis porque la respuesta es no. Asimismo, resulta equivocado pasar por alto las materialidades que participan en la etnografía. Sin embargo, a pesar de que la práctica de la escritura es fundamental para la materialización de la etnografía y la escritura es un asunto totalmente material, los materiales, las materialidades y los procesos de materialización de la etnografía siguen siendo poco estudiados por los propios antropólogos y etnógrafos.

Es posible que la tecnología de impresión moderna haga parecer que la escritura es la réplica mecánica de un diseño preconstruido y que las palabras impresas en papel son en sí mismas inexpresivas y guardan silencio sobre la actividad que involucró su producción. Sin embargo, aquí he señalado que se trata de una ilusión que no es propia de la escritura impresa.

De hecho, si pensamos en el caso del ladrillo hecho manualmente, a pesar de ser la inscripción de un gesto, también llega a percibirse como la réplica mecánica de un diseño arcaico cuya materialidad (estabilizada temporalmente una vez cocido) guarda silencio sobre el proceso de materialización que lo creó. Esto mismo ocurre con la escritura impresa.

Debido a ello, insisto en que el quid de la cuestión no radica en la existencia o ausencia de inscripción e incorporación en la escritura de la etnografía con la computadora, sino en cómo la materialidad del texto-etnografía opaca su proceso de materialización que es la escritura misma. Desde mi propia experiencia como etnógrafa, rechazo que la escritura contemporánea de la etnografía con la computadora divorcie al autor del compromiso sensual con su entorno como sugiere Ingold (2012, 401). Escribir con la computadora sigue siendo un proceso de inscripción e incorporación. Entonces, lo que debemos hacer los etnógrafos como escritores es visibilizar y narrar el proceso de materialización de la etnografía dentro de la propia etnografía.

Justamente este ejercicio de contar el proceso de materialización de la etnografía forma parte de mi etnografía sobre ladrilleros manuales e ingenieros electrónicos en México. Para narrar el proceso ha sido importante identificar a la computadora portátil como un aparato. Como etnógrafa, emerjo de una intra- acción particular con el aparato computadora. Si bien la computadora hace el corte agencial, requiere de objetos que son la huella de otras intra-acciones (videos, ladrillos, placas, fotografías, notas) que son materialidades estabilizadas temporalmente y que desempeñan su papel en la etnografía.

Las intra-acciones del antropólogo están en incorporadas en su propio cuerpo y en otras materialidades; por ello se apresura ansiosamente a tomar notas, fotografías o videos y recolectar objetos cuando está en “campo”, pues las intra-acciones de la materia son un flujo continuo. Esas materialidades, como señalan Wright, Laube y Neubert y Trischler, le ayudan no a traducir o interpretar su experiencia, sino a recordarla, actualizarla y narrarla.

Sin embargo, eso ocurre como una intra-acción particular con la computadora, en el proceso de materialización de la etnografía que es la escritura. Allí es cuando aparecen sujetos y objetos observados y de observación. Por todo ello, la etnografía no es una construcción mental o intelectual del etnógrafo, es completamente material, y tampoco una creación exclusivamente humana. La reflexión final es que de la escritura como un proceso de materialización donde aparece el aparato computadora portátil, emerge no solo la etnografía sino también la etnógrafa.

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1Este texto se deriva de los resultados y las reflexiones de mi investigación de tesis doctoral (2019-2023) en Creación y Teorías de la Cultura, en la Universidad de las Américas Puebla (México).

2Para tener un referente de una etnografía transmedia, sugiero el proyecto Oficios creativos (2021) de la antropóloga y cineasta mexicana Mariana Xochiquétzal Rivera García. Consúltese aquí: https://www.oficioscreativos.mx/

3Debe tenerse en cuenta que la división entre semiosis y materialidad en la antropología se debe a la influencia de la lingüística de Ferdinand de Saussure. No puede ignorarse, como señala Constantine Nakassis (2013, 400), que la materialidad es de un orden diferente al de la semiosis si seguimos la tradición semiológica de Saussure. Pero si seguimos la semiótica de Peirce, entonces no. Pues para Peirce, no hay semiosis sin materialidad (Nakassis, 2013, 400). El asunto es que fue el pensamiento de Saussure el que influyó más en la antropología social, especialmente en la antropología estructuralista (Lévi-Strauss, 1995).

4Nótese que aquí se reproduce la confusión entre antropólogo y etnógrafo; por lo tanto, sería la “presencia antropológica” pues es el antropólogo quien hace observación participante o corresponsal.

5A propósito, como parte del evento Geek-Day de Robogeek (México, 2020), Eduardo Contreras, co-fundador de Electronic Cats, presentó una conferencia titulada “Iniciando en el Hardware sin magia negra”. El objetivo de la plática era explicar los principios básicos de la electrónica, para que las personas supieran que no hay nada de mágico en la creación de hardware.

Recibido: 01 de Septiembre de 2022; Aprobado: 12 de Octubre de 2022

Alba Rosas Flores es candidata a Doctora en Creación y Teorías de la Cultura por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), México. Es Maestra en Estética y Arte y Licenciada en Antropología Social por la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Su investigación se centra en las nociones de objeto, materiales, trabajo y creatividad entre alfareros, ladrilleros e ingenieros electrónicos. Su perspectiva se basa en la antropología, los nuevos materialismos y el posthumanismo.

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