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Ñawi: arte diseño comunicación

versión On-line ISSN 2588-0934versión impresa ISSN 2528-7966

Ñawi vol.3 no.2 Guayaquil jul./dic. 2019

https://doi.org/10.37785/nw.v3n2.a3 

Artículos originales

Territorios amnésicos, tierras memoriosas.

Amnesic territories, mindful lands.

Alejandra Adela González1 

1Universidad Nacional de Avellaneda Universidad de Buenos Aires Buenos Aires, Argentina alejandra.adela.gonzalez@gmail.com


RESUMEN

Se tomará el concepto de territorio, resultado de la lucha de potencias bélicas marítimas o terrestres, según la perspectiva del filósofo del derecho Carl Schmitt para revisarlo desde la perspectiva de la colonialidad del poder planteada por el pensador peruano Aníbal Quijano. A partir de allí, se problematizarán operaciones conceptuales cuyos efectos en lo real produjeron cambios históricos tales como cartografiar, estetizar, representar, teologizar, pedagogizar. El giro descolonial implicaría subvertir las formas canónicas de construir territorios bajo la lógica imperial para volcarse a una noción de tierras ligadas a otras percepciones sensibles y a una memoria abolida por el moderno sistema mundo.

Palabras claves: Territorialización; cartografía, descolonialidad del poder/ saber; sensibilización

ABSTRACT

The concept of territory, the result of the struggle of marine or terrestrial military

powers, will be taken according to the perspective of law philosopher Carl Schmitt.

It will be review from the perspective of the coloniality of power raised by Peruvian thinker Aníbal Quijano. From there, will be problematized conceptual operations whose effects on the real produced historical changes such as mapping, aestheticizing, representing, theologizing, pedagogizing. The decolonial turn would involve subverting the canonical forms of building territories under the imperial logic to turn to a notion of lands linked to other sensitive perceptions and to a memory abolished by the modern world system.

Keywords: Territorialization; cartography; decolonization of power/ knowledge; sensitization

Territorializar

Escribe Carl Schmitt, el máximo pensador de la filosofía del derecho del siglo xx, muy cercano al nazismo: Mientras la historia del mundo no esté concluida, sino que se encuentre abierta y en movimiento, […] también surgirá, en las formas de aparición siempre nuevas de acontecimientos históricos universales, un nuevo nomo. Así pues, se trata para nosotros del acto fundamental divisor del espacio, esencial para cada época histórica […]. Este es el sentido en el que se habla aquí del nomo de la tierra; pues cada nuevo período y cada nueva época de la coexistencia de pueblos, imperios y países, de potentados y potencias de todo tipo, se basa sobre nuevas divisiones del espacio, nuevas delimitaciones y nuevas ordenaciones espaciales de la tierra (2002, pp. 45-46)

De tal modo, la historia inauguraría cada momento espacializado con un nomo, ley epocal que implica la división del espacio como acto de poder del orden imperial vigente. Así el ejercicio de esas potencias es el que divide, delimita y ordena a la tierra. Desde la enunciación del imperium la tierra es lo desordenado que solo recibe su forma en la medida en que un poder la organiza desde una contienda bélica.

En el siglo XIX, Hegel señalaba: “El pueblo, como Estado, es el Espíritu en su racionalidad sustancial y, en su inmediata realidad, constituye el poder absoluto sobre el territorio; por consiguiente, un Estado frente a los otros es una autonomía soberana. Ser como tal para otro, eso es, ser reconocido por él, significa su primer absoluto derecho” (1987, p. 267). Un territorio entonces adviene en términos jurídicos, al menos según la filosofía alemana, como derecho a ser reconocido en relación a un pueblo estatal. Poder absoluto y razón como base para la delimitación. Fronteras que serán defendidas por una “clase” militar que arriesga su vida, no en vano como un delincuente o un aventurero, dice el propio Hegel, sino como un valor subordinado a esa totalidad real que permitirá una supervivencia más allá de los límites de la propia individualidad biológica. Así también el territorio se asocia a una memoria, la de un pueblo en particular.

Otro acercamiento al tema tendrá el intelectual peruano Aníbal Quijano, en uno de los textos fundacionales de la perspectiva descolonial: “Cuando los europeos llegaron a estos territorios y conquistaron a las sociedades aborígenes nacieron, al mismo tiempo y en la misma oportunidad, tres categorías históricas: América -y en aquel primer momento América Latina, el capitalismo y la modernidad. Después de quinientos años, las tres están en crisis” (2014, p. 43). La enunciación da cuenta de quién habla y desde donde. Ya no es desde el imperio sino desde los territorios espacializados, desde un lugar especificado por un nombre y por un nomo: el capitalista- moderno-occidental. Y no se trata de una ley histórica que se repite en su invariancia cíclica, sino de un acontecimiento singular, el de la invención de América que además deviene crisis. Los imperios buscaron relatos míticos para naturalizar sus orígenes y sacarlos de la dimensión del hecho fáctico. Al contrario, el proceso de historización desmonta esos armados y niega la regularidad de leyes abstraídas de los fenómenos que, en realidad, obedecieron a materialidades concretas. De ese modo, les devuelve así su carácter de acontecimiento.

Dos maneras muy diversas de considerar el territorio entonces: uno como la necesaria consecuencia de una invariancia a partir de conflictos entre potencias bélicas ligadas a los imperios, Portugal, Inglaterra, de seres fundamentalmente terrestres, que establecen un nomos nuevo en tanto acontecimiento universal. Mito del origen pasible de ser imaginado como un conjunto de fuerzas que intenta oponer la tierra al mar, leído en la política de amigos y enemigos schmittiana, las potencias marítimas contra las potencias terrestres van diseñando el perfil de los territorios a cañonazos. Pero Quijano excluye el mito y se apoya en el relato histórico de una delimitación política arbitraria legitimada por un orden simbólico impuesto por imperios coloniales. Simbólico quiere decir jurídico, y la juridicidad expresa en última instancia el gesto soberano del imperator/ fuhrer. Un espacio legalizado por un poder constituyente y legitimado por fuerzas coactivas. Lo que se describe como juego de fuerzas, se convierte en la traza de la vida y la muerte en Nuestramérica, donde la colonización se prolongó en colonialidad del poder. Tal como Quijano la describe esta abarca el control de la naturaleza y los recursos naturales, de la economía, de la autoridad, de la subjetividad y la conciencia y del género y la sexualidad.

El verbo territorializar tiene entonces muchas más connotaciones que la delineación de un mapa. Un espacio unificado exigió también un tiempo homogéneo. Y así surgió una filosofía de la historia, la moderna, donde el poder se expresa como unidad y la unidad como valor moral. Y también una estética que armó sus cánones universales y desde ellos estableció una escritura. Estetización del espacio que se volvió científica. Y así devino representación gráfica de los lejanos.

Cartografiar

La representación cartográfica es una escritura con estatus epistemológico en la medida es que resulta de la construcción de un espacio definido por los imperios coloniales, que conjuntamente desplegaron una filosofía burguesa de la historia organizando una temporalidad unilineal y progresiva: una crono y topo política. Esa extraña ciencia conjuga un verbo: cartografiar, como resultado del dominio del espacio por la invención de la representación. Se llenaron o vaciaron espacios, se delinearon ríos, montañas y fronteras. El arte de dibujar las tierras de otros para hacerlas territorios propios se realiza desde el ojo del rey, mirada dominante que petrifica lo que visualiza y que puede elegir lo que se representa y lo que no. Todo lo que es representado puede ser abolido, por el simple trámite de minorizarlo. Dispositivo emblemático de la territorialización, la cartografía es la ciencia imperial. Reordenamiento de la historia, llama Rita Segato al giro descolonial (2014, p. 18). Aníbal Quijano (2014, p. 19) señalaba que “la emergencia de América como realidad material y como categoría no periférica sino central, y en torno de la cual gravita todo el sistema que allí se origina. América es el Nuevo Mundo en el sentido estricto de que refunda el mundo, lo reorigina. América y su historia no son, como en los análisis postcoloniales, el punto de apoyo excéntrico para la construcción de un centro, sino la propia fuente de la que emana el mundo y las categorías que permiten pensarlo modernamente. América es la epifanía de una nueva hora…”.

Pero, ¿cómo se mide la distancia que separa a la Madre África de las nuevas tierras donde fueron obligados a habitar quienes llegaron vivos de la diáspora negra? ¿Qué escala podría reflejar el recorrido a pie de los indios Quilmes, obligados a caminar desde lo que hoy es Tucumán hasta el cordón del conurbano, donde terminaron de ser aniquilados para dar nombre a una cerveza? ¿Cómo podrían medirse esos desplazamientos sacrificiales? Representar en un mapa es siempre dominar, conquistar a partir de una primera visualización, primacía del ojo sobre el resto de los sentidos, pero sobre todo de una mirada sin cuerpo que permite el devenir de la cartografía sin tierra. El momento posterior es ocultar esa operación, por eso se supone el territorio previo a la situación de su captura por el cartografiado. Los artificios de uso colonial, -mapas, calendarios- suponen que América estaba ahí para ser descubierta previamente a los instrumentos que la midieron, los manuales que relataron su conquista, las geografías que la describió o las memorias que la incorporaron a la naturaleza desgajándola de toda posibilidad de historicidad.

No es casual que no solo delincuentes o aventureros sin rumbo acompañen a Cristóbal Colón en 1492. También se embarca con él, Juan de la Cosa, explorador y cartógrafo español, quien crea las primeras representaciones cartográficas conocidas que muestran ambas Américas. El Atlas Miller (1519), creado por los geógrafos portugueses, también estuvo atado a la expansión del imperio de Portugal. El primer mapamundi de Diego de Ribero, otro cartógrafo portugués que trabajaba para la corona española, incorpora el Tratado de Tordesillas y es dibujado gracias a la información proporcionada por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano en 1527. Pero es Gherard Mercator, quien inventa la proyección que lleva su nombre, y que organiza en 1569, las mejores guías para las rutas de navegación de los imperios ultramarinos, tal como lo plantea Dussel (2014). Ocularcentrismo que establece separaciones políticas arbitrarias en relación al recorrido de a pie de las multitudes locales, y reniega del olor, el sabor, la densidad del viento en el desierto o en las alturas. Seguramente el hombre y menos el varón no es la medida de todas las cosas, pero la desmesura de los tamaños habla de un cálculo que no se hace en base a la altura humana, sino a la velocidad de los barcos de la época. ¿Errores de una proyección matemática o modos de visibilidad de un ojo eurocentrado? El planeta tierra tuvo un centro: Europa rodeada por sus colonias que fueron su periferia. Pero hoy las colonias reclaman el centro que fueron (no Argentina que no existía, pero sí Tawantinsuyu, AbyaYala o Anáhuac) y, al hacerlo, muestran y seguirán mostrando en Africa y Asia, que ya no hay un centro, que los centros son muchos, que el mundo es poli-céntrico. El ¨planisferio¨ contribuye a forjar el imaginario de un planeta sin centro, hacia el que estamos yendo” (Mignolo, 2014, p. 20)

Estetizar

La estética como disciplina científica, de rigurosidad kantiana o de furioso idealismo como en Hegel, se basa también en una homogeneización del tiempo y del espacio. El supuesto es el de una teoría del gusto universal a partir de una racionalidad cosmopolita (Kant) o un espíritu del pueblo (Volkgeist en Hegel) en el que anida como, en su más alta cumbre, el absoluto. Al historizar el problema, se recupera otra forma de la percepción no estructurada previamente al dato proveniente del contacto. Se trata de recuperar el mundo de lo sensible, el cuerpo no como un lugar primigenio al cual volver, sino como una práctica creativa de reexistencia consistente en recuperar las matrices sensibles. “La praxis de reexistencia consisten en enfrentar todas las formas de dominación, explotación y discriminación, mediante acciones que conlleven a construir conciencia de ser, de sentir, de hacer, de pensar, desde un lugar concreto de enunciación de la vida, son acciones que conducen a descolonizar el ser, sus imaginarios, su lenguaje, su fantasía, su capacidad creativa para recuperarse otológicamente… (Alban Achinte, 2017, p. 31.)

Pero ciertas intervenciones artísticas contemporáneas en América Latina ponen en crisis esta idea: territorializan y desterritorializan en una operación donde evidencian los procesos enunciativos que se velan en las matrices perceptivas naturalizadas. Los mapas reorientados de Pedro Lasch, las cartografías tajeadas de Adriana Varejao producen una oscilación en los modos de ver: cuestionan centros y periferias, superficies y profundidades, adentros y afueras. Hacen saltar los espacios y tiempos monológicos y los ponen en contradicción con otros virtuales a partir de lo real de las heridas coloniales. No se trata de la superficie de lo manifiesto, sino de la conflictividad de lo latente que, como lo reprimido, retorna poniendo en cuestión éstesis canónicas. Desterritorializar es cuestionar la legitimación dada por una perspectiva hegemónica, para volver a territorializar desde la validez surgida de otras comunidades de palabra, cuyas imágenes no se corresponden con las formas de espacio y tiempo legitimadas. Aún más, tales formas de poner en crisis el cuerpo político, visibilizan también otras figuras que fueron silenciadas por no cumplir con los requisitos canónicos de las formas adscriptas a lo humano y absorbidas por la semiótica colombina en el catálogo de monstruosidades exóticas. Pero esos cuerpos desaparecidos aparecen súbitamente no como unidades orgánicas sino como fragmentos desgarrados sin pretensión de totalidad. Leer las divisiones políticas como cicatrices en los cuerpos es el modo de cuestionar la naturalización de una mirada, y denunciar el punto ciego de un campo escópico.

Representar

Partimos de que el territorio es ese espacio homogéneo balizado por una cartografía cuyo estatuto epistemológico fue adquirido gracias a la potencia de los imperios coloniales. Luego, la unicidad de la corona se impuso frente a la multiplicidad indeterminable de las diferencias topográficas. Coacción de una razón guerrera unitaria frente a la heterogeneidad de las percepciones sensibles. Claro que a un espacio unificado le corresponde un tiempo cronológico también homogéneo que se relata en crónicas o en anales, en los que se suceden guerras de conquista o alianzas matrimoniales garantes de una misma unidad dinástica. En los intersticios, en los años en que nada ocurre, viven los sujetos anónimos, cuyo nombre no llega a las crónicas, y cuyas peripecias jamás son contadas, excepto que sean atrapados por los aparatos represivos de cada época, cuando alteran el orden naturalizado de tiempos y espacios. Así se llega en la modernidad hasta la filosofía burguesa de la historia, organizando una temporalidad progresiva y unilineal, que atribuye sentido y sinsentido a los entes animales, humanos, vegetales y minerales, sabiendo que esta taxonomía encubre una biopolítica: lo que merece o no vivir, de acuerdo al lugar que ocupa en la escala ontológica.

Estas fronteras entre lo humano y lo animal, lo normal y lo anómalo, lo civilizado y lo salvaje, delimitan en definitiva lo que no entra en los territorios que funda, luego de vaciarlos de sus propios matrices. Representar es el resultado de una imposición hegemónica que no obedece a una mímesis de lo existente, sino a una versión imaginaria de lo que se está dispuesto a ver. Y lo que no se re-presenta es abolido. Primero en los mapas, luego en lo real de los cuerpos. Lo representable adquiere ese estatuto desde un canon que forcluye, avalado por las instituciones del Estado y los saberes universitarios, aquello que no debe ser visto. Así lo excluido de la representación, cae en la inexistencia. El canon, que implica una medida incluso desde su origen etimológico, opera como un lecho de Procusto, y aquello que no es admitido, (razas, etnias, oficios, sexualidades, pueblos, etc.) desparece no solo del espacio público político sino también como potencia vital. En todo caso, cuando un régimen que regula las percepciones sensibles declara inadmisibles o degrada la debilitada ciudadanía de los extranjeros, la mera phoné de mujeres y niños, las flores y faunas autóctonos, o mejor aún, califica de primitivo o natural en oposición a civilizado y culto, se produce una deslegitimación ontológica que deviene indeclinablemente en políticas de exterminio.

Deconstruir la historia lineal de las representaciones cuestionando un sentido que siempre antecede a lo que es y un origen prístino es aventurarse en la pura exterioridad de los acontecimientos. La categoría sistema mundo pensada por Inmanuel Wallerstein y reconfigurada por Quijano permite una mejor comprensión de qué es la colonialidad. Así capitalismo, modernidad y occidentalizción se articulan sobre la construcción de un mapa y de una historia eurocentradas que inventan una América natural.

Con la conquista de las sociedades y las culturas que habitan lo que hoy es visto como América Latina, comenzó la formación de un orden mundial que culmina, 500 años después, en un poder global que articula todo el planeta (Quijano, 2014, p. 56). Y como todo origen fue violento: “En América Latina, la represión de la cultura y la colonización del imaginario fueron acompañadas de un masivo y gigantesco exterminio de los indígenas, particularmente por su uso como mano de obra desechable, además de la violencia de la conquista y de las enfermedades. La escala de ese exterminio (si se considera que entre el área azteca-maya-caribe y el área tawantisuyana fueron exterminados alrededor de 35 millones de habitantes en un período menor de 50 años fue tan vasta que implicó no solamente una gran catástrofe demográfica sino la destrucción de la sociedad y de la cultura (Quijano, 2014, p. 58). No era posible representarse una América como lugar del futuro de la desencantada Europa sino a condiciona de suprimir de ella lo que llenaba el desierto o el vergel natural en que se la quería convertir.

Mapas heridos o cronologías subvertidas se plantan contra las estéticas que responden a la modelización temporoespacial del siglo XVIII o XIX en la prescriptiva kantiana o hegeliana. Las formas anodinas de representación ocultan que impone el vaciamiento activo. “Desierto” es la palabra clave con la que se designó desde siempre los vergeles habitados por etnias, floras y faunas no admitidas por la mirada colonial. Hará falta, como hace Lucio Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles, invertir la posición, mirar con la cabeza vuelta 44 ÑAWI. Vol. 3, Núm. 2 (2019): Julio, 37-49. ISSN 2528-7966, e-ISSN 2588-0934 hacia abajo y entre las piernas para ver que lo que se describía desértico es un mundo plenamente otro. Como plantea Arendt en Los orígenes del totalitarismo, las matanzas administrativas consisten en determinar espacios vacíos como hicieron los ingleses al cartografiar África. Pero también en los procesos coloniales en América, como cuando Fernando de Lerma funda la ciudad de Salta, habla de un espacio vacío, en el valle más poblado de todo el noroeste. Feroz estrategia que permitirá que se conciba como empresa civilizadora la conquista brutal de una tierra por el genocidio de sus habitantes.

La representación cartográfica en su versión moderna busca legitimarse en la cientificidad de sus proyecciones, desconociendo la arbitrariedad de sus puntos de partida. “Es así que la cartografía del poder político/económico moderno/ colonial configuró la distribución del capital y del conocimiento en el mapa desde el siglo xvi, con la aparición del primer mapamundi Europeos. Fue la cartografía Europea y no la China o Islámica la que impuso ¨una¨ visión planetaria. Desde entonces, la distribución del capital y del conocimiento en el planeta se visualiza en el mapa. (Mignolo, 2014 p. 47)

Es ese ojo cartesiano quien establece las coordenadas del campo escópico, sustrayéndose a él, y mirando sin ser mirado, objetiva, organiza espacio y tiempo en función de su centralidad pronominal. Las condiciones de enunciación del mapa permiten deducir la mirada eurocentrada sin cuerpo que lo constituyó. Es su ausencia constituyente la que permite la naturalización de un modo de representación. Esa enorme fábula de la modernidad con su idea de progreso es la que sanciona la proyección Mercator, que plagada de convencionalismos logra, sin embargo, perceptivamente que convención y realidad se identifiquen. Para sostener tamaña frontera, fue necesario poner a Dios como Regulador Canónico, el gran Cartógrafo. La retórica cartográfica no solo persuade, sino que inventa figuras que componen entre sí simultaneidad, yuxtaposición, coetaneidad. No trabaja con el eje diacrónico sino sincrónico, lo que produce un efecto de sentido totalizador. Mapeo de lo real, como frontera entre oficial y apócrifo, que baliza espacios de pertenencia a la Institución de Fe, a las etnias, a la naturaleza o la cultura, a la barbarie o al Imperio, en definitiva. Momento de la producción de una mirada y una representación: necesaria cuando los colonos fuera de las grandes metrópolis deben conservar el centro frente a la proliferación fáctica de las diferencias periféricas. Representar significa fijar, evitar la dispersión, vigilar, controlar. Lo que se pone en juego es la Identidad del Amo.

Teologizar

El ojo que mira y no es mirado es el de un Dios antropomórfico, que opera a través de su sustracción. Así se oculta mucho más allá de la evangelización y de la manifestación expresa de la religiosidad. La teología se articula en la representación imaginaria de lo real. El orden público de la cartografía y su difusión mediante las instituciones adquiere ese carácter normativo, pero fundamentalmente cerrado y diferenciado de otras miradas que serían apócrifas, falsas y sin valor de ley. Por ejemplo, el mapa de Guaman Poma como menciona Walter Mignolo. La modernidad colonial, entonces, recurrió a su inventada América como fuente de recursos materiales y humanos, pero también a un gesto de encubrimiento (ya no descubrimiento, como expresa Dussel) respaldado en un saber científico. De ahí su carácter impositivo y aparentemente laicizado que dejó ver en las figuras de una modernidad, y de crecientes ciclos de modernización, el modo en que América debía ir constituyéndose en el mercado global integrado, sistema mundo de acuerdo a las necesitades y modelos de los centros. Y la crítica del canon es rebelión contra la autoridad, parricidio textual, como dice Nicolás Rosa (1987). Por eso, la conquista, y todas las revoluciones, los nuevos nomos, implica un cambio de calendario y nuevas topografías.

Plantear una fuerza que rompe el mapa desde los márgenes territoriales, o que al menos los historiza desnaturalizándolos, es demostrar el carácter totalitario que caracteriza a toda taxonomía, en la medida en que pretende ponerle un freno a lo real en materia de delimitación de espacios de recorrido, patrimonios universales, ámbitos inexplorados, o cualquier otra forma manipulable para una racionalidad que corresponde a la voz del amo. Pero no hay modo de romper las representaciones, sin vaciar la causa de lo divino, es decir el sentido originario que nos liberaría de comprender que sobre todo en la pasión supuestamente originaria del miedo, ya hay un tratado de teratología funcionando. Un dios puesto en el lugar del sentido solo puede transformarse en jefe de policía.

Pedagogizar

La cartografía articulada como ciencia en las universidades crecientemente secularizadas del siglo XVII y XVIII fue uno de los instrumentos para domeñar a esas masas que forzaban para entrar en la historia. A partir del establecimiento de los territorios, organizada la geografía como tronco central del que se desprenden la botánica, la zoología y la antropología física, se establecerán taxonomías de las las razas, los cuerpos, los sexos. Es la legitimación teológica la que opera en primer lugar, para continuar luego como disciplina científica a partir de un saber que establecerá quién es persona, animal o cosa, propio o extranjero y bárbaro. Como lo afirma el propio Schmitt, los conceptos jurídicos no son más que nociones teológicas secularizadas. Sin embargo, esas taxonomías como formas de un orden representacional solo guían a quienes conquistan territorios, pero no a los naturales de ellos que no encuentran siquiera modo de leerlos y que tienen una percepción sensible de sus huellas y recorridos.

Pero los Estados (cosmopolitas o nacionales) no pueden forjarse sino a partir de una pedagogía que eduque al pueblo que debería formar parte de esa humanidad letrada, masa de ciudadanos de un pueblo cuyo saber de sí se conceptualiza en el estado nacional. Las disciplinas como saberes, pero también como formas de disciplinamiento se organizan para establecer las relaciones de poder y saber entre la elite intelectual y la masa anárquica, informe e indescifrable, fuente de revueltas o matriz conservador del espíritu nacional. Surge entonces la necesidad de establecer conjuntamente una geografía, una literatura, una historia y una lengua comunes como formas de delimitación de una identidad que será narrada en los museos y defendida por el ejército del estado nacional moderno. Cada ciudadano será un soldado que habla el idioma oficial, conoce las fronteras e internaliza los valores básicos de la nacionalidad, defendiendo con su cuerpo el territorio delimitado de la nación. La pedagogía es quien se encarga de internalizar en el animalito viviente los valores de la patria, con sus fronteras, sus símbolos, su lengua, religión e historia.

Toda pedagogía es estatal y promulga un canon: lo que está afuera/adentro, saber de fronteras, zona peligrosa donde se mezclan los distintos, lo urbano y lo rural, lo natural y lo salvaje. Se trata de definir los rasgos que identifican a unos y otros. El potencial de muerte que albergan todas las empresas civilizatorias se consolidan en tratados de antropología, de criminología, de anatomía forense, ciencias naturales, de historia, en los tratados de psicología, incluso en los cuentos populares. El problema es desvelar en la expresión concentrada lo que coagulado en sentido obedece a un sinsentido originario, lo que como pura fuerza ordenó lo real y luego se naturalizó por la vía de una pedagogía del orden.

Sensibilizar, politizar, historizar, escuchar, recordar

Volver polifónicos los espacios y tiempos monológicos, abrir matrices y perceptivas diversas no hegemonizados por el ocularcentrismo canónico; no estetizar la violencia sino combatirla por medio de una política del acontecimiento singular. No es posible hacer comunidad de acción en el espacio público sin hacerse cargo de la memoria, de lo forcluído de la historia. Historizar es romper con las naturalizaciones que expulsan del relato las heridas coloniales que nos fundan en Nuestramérica. Toda esa sangre escondida detrás de los azulejos del barroco indiano o que cae de los mapas tajeados, aún no ha sido escuchada ni recordada en las variadas formas que toma la memoria de una comunidad. Es en la retórica de la modernidad, “como relato salvífico y a la vez como colonialidad, (donde) se da la operación cognitiva de la colonización de la aesthesis por parte de la estética” (Gómez, 2017, p. 25). Una aesthesis descolonial se funda en “comunidad de sentido que une a quienes fueron marcados por la herida colonial” (Gómez, 2017, p. 19) Es un poner el cuerpo político a hablar en una lengua que hemos sido obligados a despreciar y olvidar. Aún más, es necesario estar a la escucha de lo silenciado por no cumplir con los requisitos canónicos de las figuras admitidas, y que fueron absorbidas por la semiótica colombina en el catálogo de monstruosidades exóticas. Pero cuando las voces, las palabras, los rituales aparecen súbitamente no como unidades orgánicas sino como fragmentos desgarrados sin pretensión de totalidad, entonces la memoria herida va recuperando su textura. Leer las divisiones políticas como cicatrices en los cuerpos es el modo de cuestionar la naturalización de una mirada y denunciar el punto ciego de un campo escópico. ¿Será posible deslindar memoria de historia, poder de razón, lengua de gramática? Desafíos para la opción descolonial en Nuestramérica.

Referencias bibliográficas:

Alban Achinte, A. (2017). Prácticas creativas de re-existencia. Más allá del arte…el mundo de lo sensible. Buenos Aires: Ediciones del Signo. [ Links ]

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Recibido: 08 de Mayo de 2019; Aprobado: 10 de Junio de 2019

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