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Ñawi: arte diseño comunicación

versión On-line ISSN 2588-0934versión impresa ISSN 2528-7966

Ñawi vol.2 no.2 Guayaquil jul./dic. 2018

https://doi.org/10.37785/nw.v2n2.a3 

Artículos originales

El documental y la historia de los vencidos: la década perdida en Ecuador a través de los documentales sobre Alfaro Vive Carajo

The Documentary and the history of the defeated: the lost decade in Ecuador through the documentaries on Alfaro Vive Carajo

Rubén Garrido Sanchís.1 

1Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina rugasan.ont@gmail.com


RESUMEN

La utilización del documental como testimonio histórico ayuda a la construcción de un relato histórico más amplio. Esto es especialmente interesante a la vista de la creación de una historia de los vencidos que aporta visiones que chocan con la interpretación doctrinaria del pasado. Para ello nos basaremos en los documentales de Alfaro vive, del sueño al caos (Isabel Dávalos, 2007) y Alfaro Vive Carajo (Mauricio Samaniego, 2015) como ejemplos del rescate de otras miradas referentes al conflicto guerrillero de Alfaro Vive Carajo (AVC) vivido en el Ecuador en la década de los 80. Finalizaremos con una crítica a la simplificación de la construcción binaria del discurso “EsteOeste” durante la Guerra Fría.

Palabras claves: Documental histórico; vencidos; Alfaro; Febres Cordero; Guerra Fría.

ABSTRACT

he use of the documentary as a historical testimony helps to build a larger historical narration. This is especially interesting in view of the creation of a history of the defeated that brings visions against the doctrinal interpretation of the past. For this we will be based on the documentaries of Isabel Dávalos Alfaro vive, del sueño al caos (2007) and Mauricio Samaniego Alfaro Vive Carajo (2015) as examples of the rescue of other glances referring to the guerrilla conflict of Alfaro Vive Carajo (AVC) at ecuador during the 80’s. Ending with a criticism of the topic of binary “East-West” speeches during the Cold War era.

Keywords: documentary; defeated; Alfaro; Febres Cordero; cold War.

INTRODUCCIÓN

En el siguiente ensayo analizaremos la construcción de un relato histórico más abierto y plural a través de la inclusión de testimonios y perceptivas que escapan de las visiones binarias. La batalla por la historia, y la historia misma en disputa, formarán parte de nuestra visión para acercarnos metodológicamente a una determinada concepción del hacer historia y del propio historiador. Para ello, se hará hincapié en la importancia del documental como fuente histórica contemporánea. En un mundo donde la captación de imágenes y vídeos es un proceso más fácil, amplio y cercano, no podemos descuidar el gran impacto que tiene en la construcción del relato histórico el poder hacer uso de estos recursos. Para ello, nos basaremos en los documentales de Isabel Dávalos, Alfaro vive, del sueño al caos (2007) y Mauricio Samaniego, Alfaro Vive Carajo (2015), como ejemplos del rescate de otras miradas referentes al conflicto guerrillero de Alfaro Vive Carajo (AVC) acaecido en el Ecuador contemporáneo. Romper la rigidez interpretativa de la historia heredada durante la Guerra Fría nos servirá de ejemplo para valorar las limitaciones y potencialidades de una lucha por la historia, más amplia y plural, donde fluya la comprensión social como mediación entre la historia y la sociedad.

Marco teórico.

Sobre la historia de los vencidos y la historia de los vencedores Dentro de la docencia de la disciplina histórica hay muchos clichés, que de forma consciente o inconsciente, se difunden en el ejercicio de la transmisión del conocimiento. El reconocido leitmotiv de “la historia la escriben los vencedores”, supuestamente atribuida a Winston Churchill durante la mitad del siglo XX, representa una expresión que todos nosotros hemos escuchado más de una vez. Más allá de que nos parezca más o menos una elocución inteligente, lo cierto es que resulta más preocupante lo que se oculta que lo que se dice en este enunciado.

La historia, como un conocimiento de profundas raíces, siempre estuvo bajo el influjo de distintas consideraciones: la historia teocrática, donde el ser humano no es el actor exclusivo a la hora de presentar de un pasado plausible y cronológico (Heródoto; Polibio); la historia romántica, que promueve una visión arcaica y mistificadora de la gloria al pasado (Numa Fustel; Jules Michelet) y sobre la que se fundan los relatos fundacionales del Estado-Nación; la historia positivista, que defiende la unidad disciplinar con las ciencias naturales (Auguste Comte; Henry Buckle); y la la historia “como arte” de la singularidad y la imaginación (Panofsky; Benedetto Croce; Collingwood, 1977). Muchas de estas concepciones serían cuestionadas en función de los grandes debates sobre la objetividad del relato histórico (Charles Beard y Carl Becker), la masa y el individuo en el hecho histórico (E.H. Carr y Isaiah Berlin) o la crítica a la universalidad de la historia (Oswald Spengler y Arnold Toynbee). Todo ello se plasmaría en una generación de nuevos pensadores historicistas durante el periodo de entreguerras, dando lugar a un nuevo método académico que rompía con el aislamiento y la esterilidad preconizada por el positivismo dentro de la academia. Fruto de esta época podemos ubicar a la reconocida escuela de Annales, desde la cual se sostiene que “la historia conseguía combinar, por un lado, la aspiración a la rigurosidad científica que había heredado del historicismo clásico y del positivismo comtiano; por otro, la aspiración a la globalidad a través del diálogo interdisciplinar que había heredado de los sociólogos, al intentar aglutinar y conectar de un modo más efectivo a todas las ciencias sociales” (Aurell, Balmaceda, Burke y Soza, 2013, p. 259).

Es en medio de este debate, en el contexto de un ambiente crítico y rupturista característicos de la sociedad de entreguerras, desde donde tenemos que partir para entender este leitmotiv recurrente. Volviendo al celebérrimo apotegma “la historia la escriben los vencedores”, podemos tomarlo como una representación en sí misma del doble ejercicio del conocimiento histórico. Primero, se reconoce la existencia de una intencionalidad en el historiador como autor1. El profesional de la historia es indisociable de las coordenadas de su momento histórico, de la mentalidad de su época y de los intereses concretos que persigue. Así, el primer sentido de la frase, con el que se puede estar de acuerdo, es que la escritura histórica está siempre inserta dentro de distintos campos de análisis, metodologías, visiones y valores.

Ahora bien, ¿es verdad que la historia siempre reproduce la voz de los vencedores? Y si esto fuera así, ¿cómo es posible la superveniencia de relatos y visiones distintas a las de los vencedores? De forma caricaturesca, pasaríamos de un profesional visto como juez absolutamente imparcial al de un al historiador totalmente parcializado, escribiendo como mercenario para un orden concreto, el orden de los vencedores, apareciendo, así como un frío sirviente de lo que será la verdad oficial, sentando cátedra en la academia y difundiendo la aquilatada historia canónica. Si bien esto puede ser cierto en algunos casos, el aceptarlo como un hecho inexorable significaría la victoria sin fisuras del status quo, del utilitarismo y del ocaso de la profesionalidad del conocimiento histórico. Por ende, la muerte de la historia.

La historia es como la política, pero en el pasado. Al igual que hay visiones enfrentadas en la actualidad, también las había en el pasado. Al igual que hay confrontaciones sobre cómo miramos el presente, también las hay sobre la mirada adecuada del pasado. ¿Cómo explicar, entonces, obras históricas de gran importancia como el relato del exterminio de la población indígena en Estados Unidos, Bury My Heart at Wounded Knee de Deen Brown, publicada en plena época del conflicto racial y del auge de movimientos por los derechos civiles en los EEUU? ¿Qué sentido tiene para los pueblos latinoamericanos la publicación del ágil ensayo con tintes históricos Las venas abiertas de América Latina de Galeano, en la década de los 70? La respuesta a todo ello es sencilla: la historia es un territorio en disputa2

Existen ejemplos de una historia distinta y confrontada a la visión canónica, sea del estado o de la academia. Cabe resaltar que no vamos a defender en estas líneas todas aquellas escuelas de raíz posmoderna. Muchas veces se tratan de estudios de área que simplemente adoptan una posición crítica ante el conocimiento histórico y sus obras, pero sin presentar ningún referente o alternativa en la práctica de la creación y el debate profundamente histórico. Contrariamente, preferimos resaltar todos aquellos estudios que construyen obra histórica y absorben miradas más amplias para expandir el conocimiento delante de una realidad poliédrica. Una historia política que escuche e investigue desde y para aquellos sujetos apartados de los cantos de gloria del canon histórico, fragmentados y esterilizados, a su vez, por el auge de posmodernismo.

Durante la posguerra, la larga tradición marxista británica fructificaría en un prolífico grupo de historiadores (Raymond Williams, Edward P. Thompson, Eric Hobsbawm) entre los que sería interesante destacar a Raphael Samuel (1934-1996), fundador del reconocido History Workshop en Ruskin College Oxford, interpelando a los mismos estudiantes como trabajadores adultos a la hora de escribir una historia desde abajo, a partir de sus propias experiencias laborales en fábricas y minas (Aurell, Balmaceda, Burke y Soza, 2013, p. 278). A este antecedente podríamos sumar los aportes del grupo de estudios subalternos de Ranajit Guha3, u obras poscoloniales4 como Los jacobinos negros de C.L.R. James, incluso el reconocido Taller de Historia Oral Andina (THOA) dirigido poe Silvia Rivera Cusicanqui5 o el reseñable auge de los títulos people’s history6 (historia popular) a partir de Howard Zinn. Estos ejemplos son sólo algunos aportes que permiten sumar visiones, intereses y construcciones de clase a los enfoques generales de la historia. Muchos de estos ejemplos pueden llegar a ser polémicos entre sí, sin pretender en ningún momento ser un cuerpo cohesionado.

Lo que importa resaltar de todo ello es la posibilidad de la construcción de una genuina historia de los vencidos, escrita desde las tripas de la marginación, la rabia de los oprimidos y la justicia del indefenso; en definitiva, un relato solemne de “los de abajo”. Así, la crisis de la historia dejaría de ser un problema académico, al hacer que la disciplina se reencontrase en su utilidad y, por tanto, con su horizonte: la historia como una consciencia del mundo existente que hunde su explicación en el pasado. Llegado a este punto, la historia sería la herramienta aliada para un proyecto donde los vencidos dejen de ser los vencidos. Por tanto, la historia la escriben los vencedores, siempre y cuando los vencidos lo permitan.

Cuando Fidel Castro pronunció en 1951 la reconocida frase “Condenadme, no importa, la historia me absolverá” (Castro, 1961) durante el alegato de autodefensa ante el Juicio por el asalto al cuartel Moncada, no se lanzaba románticamente a las manos de una fuerza azarosa o de la musa Clío. Castro dejaba su alegato de defensa en las conciencias de todos aquellos que luchaban contra el régimen de la Cuba de Batista. Los problemas que señaló en ese célebre discurso serían los lineamientos políticos para la insurrección política, que en caso de ser ejecutado después de ese juicio, serían continuados por aquellos descontentos y desposeídos por aquel régimen. Por lo tanto, la historia no era algo externo; era y es una comprensión útil y real para la disputa de valores enfrentados, de intereses opuestos y proyectos antagónicos. La historia que absolvería a Castro no sería la misma historia que lo condenaría. El triunfo de una de las dos sería la historia que lo convertiría en héroe o villano.

Documental e Historia. La historia de los vencidos y el relato fílmico como fuente

La relación entre el cine y la historia siempre fue complicada. Si bien siempre existió desde la historia una reducción de lo fílmico en torno a una distorsión de la veracidad de los hechos representados, también existió la tensión opuesta desde el mundo artístico, aceptando la distorsión de lo histórico con un fin estético y creativo. Este doble movimiento siempre generó un malestar entre especialistas, reprochándose mutuamente este ejercicio profesional. No obstante, desde que la historia es aceptada como un campo diverso y abierto a lo multidisciplinario, no ha sido extraño encontrar al historiador fungiendo como crítico cultural, un ejemplo magnífico de lo cual sería el relevante papel desempeñado por Eric Hobsbawm (2014) como crítico de Jazz, o al cineasta ejerciendo de historiador, siendo una interesante muestra de ello la serie documental La historia no contada de Estado Unidos (The Untold History of the United States, Oliver Stone, 2012). Por lo tanto, vemos que es posible el encuentro y el respeto entre profesionales en favor de una pasión y un objetivo común.

Para este entendimiento entre campos hay que partir de la limitación clara del método histórico, que a la vez lo hace propio y singular, capaz de asentar debates y generar réplicas. El trabajo con las fuentes, la argumentación documental...etc. constituyen la base que otorga solidez al discurso histórico, tanto de forma escrita como visual. Es lo que hace posible la disputa dentro del campo, la que trata de presentar las caras distintas de una misma realidad. Perder esto de vista significaría silenciar las voces, ocultar las alegrías y los desencantos de los allí representados. En definitiva, sacrificar la meta de la comprensión por un vano ejercicio expresivo.

Estas fuentes pueden estar basadas en testimonios, y “la manera de designar colectivamente aquellas cosas que singularmente se llaman documentos, en cuanto un documento es algo que existe ahora y aquí, y de tal índole que, al pensar el historiador acerca de él, pueda obtener respuestas a cuestiones que pregunta acerca de sucesos pasados” (Collingwood, 1977, p. 19). Entonces, el documento que contiene el testimonio no es de por sí “historia”, si no es debidamente preguntado. Ahí es donde recae la responsabilidad del historiador: ser capaz de relacionar y desentrañar todo lo que puede aportar un documento. También sucede en el relato fílmico: “El cine propone al investigador una fuente de estudio indirecta por su capacidad creadora y organizadora, pero, a su vez, en muchos aspectos, una fuente directa, puesto que aporta voces testimoniales de protagonistas ya sean reportajes, opiniones o discursos, acompaña gestas en su realización, nos muestra el ambiente donde se produjeron los hechos y es al mismo tiempo creador y testigo” (Mell, 2014, p. 73).

Sería un extenso debate entrar en la cuestión si todo film puede ser tomado como una fuente, en función del caso a estudiar. Ya que, como mercancía cultural, todo producto fílmico está inserto dentro de unas relaciones sociales de producción que lo llevaron a cabo, con una cierta intencionalidad y una repercusión social (Nigra, 2013). No obstante, tomaremos el caso de documental, al ser el más riguroso en cuanto a cronologías y reproducción de los discursos e imágenes, extraídos directamente de la realidad, al natural.

Desde su origen, en las décadas de los 20 del siglo pasado, el cine documental muestra una inquietud por difundir el testimonio y las vivencias de las comunidades humanas en clave etnográfica, como Nanouk el esquimal (Nanook of the North, Robert Flaherty, 1922) o Moana (Robert Flaherty, 1925). De igual modo, otras muchas obras trataban de captar la realidad en su sentido más urbano y modernizado, como idea de progreso; en esta órbita, cabe resaltar obras como No Paiz das Amazonas (Silvino Santos, 1921) o El hombre de la cámara (Chelovek s Kinoapparátom, Dziga Vértov, 1929). Esta fijación por la realidad y la dinámica social continuará latente durante toda la producción del documental, navegando entre la crónica y el reportaje, remarcando un estudio más profundo y interpretativo del relato. Así, la retransmisión de la relación de la existencia humana, de sus costumbres, sus valores y las relaciones con otros hombres, quedará implícitamente ligado al documental, entendido éste como documento y testigo de una época.

Con todo esto nos falta añadir la potencialidad del documental como difusión del conocimiento y el hecho histórico. Como dijimos anteriormente, se entiende la historia como una consciencia del mundo existente, por lo que el film como fuente histórica nos puede servir como una gran herramienta para adquirir dicha consciencia. No solo por su capacidad de fácil difusión o por la instantaneidad de la captura del presente; también por la posibilidad de incorporar voces de distintos estratos sociales, a la vez, que posibilita un debate más fluido en el tiempo y en el espacio. Un ejemplo sería The act of killing (Joshua Oppenheimer, 2012), donde se juega de forma magistral con la escenografía como medio para que los autores materiales de las matanzas de Indonesia, que asesinaron a medio millón de personas entre 1965-1966, acaben delatándose, tanto moral como históricamente, delante del espectador. Otra muestra de ello sería Contra Paraguay (Federico Sosa, 2014), donde se expone un ejercicio de revisión histórica sobre la Guerra de Paraguay desde una tendencia nacional-popular7 , poniendo a dialogar en el tiempo y en el espacio a historiadores, sociólogos y actores varios de Brasil, Argentina y Paraguay. Estos ejemplos pueden ser tomados como parte de esos testimonios que amplían notablemente la visión del relato histórico. Pintando las frías páginas de la historia positivista con el vivo y clarooscuro color humano. Esa batalla por la historia cobra sentido al poder representar las otras visiones que quedaron fuera o sufrieron los efectos negativos de la visión dominante del relato histórico. Es dentro de esta óptica donde pasaremos a analizar los documentales de Isabel Dávalos Alfaro vive, del sueño al caos (2007) y Mauricio Samaniego Alfaro Vive Carajo (2015), como intentos de reconstruir la pluralidad de voces como forma de enfrentar una reconstrucción del pasado histórico.

3. La otra historia de Alfaro Vive Carajo

Los documentales Alfaro vive, del sueño al caos (2007) y Alfaro Vive Carajo (2015) son dos intentos de reconstruir el pasado contemporáneo desde dos ópticas distintas. Ambos parten de un mismo sujeto histórico, la guerrilla ecuatoriana Alfaro Vive Carajo (AVC), y de un mismo contexto epocal, definido por la situación histórica/social en que se veía envuelta el Ecuador de la década de los 80. No obstante, en el primer documental la directora intenta acercarse a la aparición de la guerrilla y a la conmoción de la época a través de sus recuerdos de infancia y de los comentarios que recuerda entre sus familiares. La búsqueda de actores que estuvieron involucrados, juntamente con archivos audiovisuales de la época, también serán vitales para construir la narración desde el punto de vista de la directora. El segundo documental, sin embargo, parte de la visión del propio director como ex-miembro de AVC. Por lo que la narración será mucho más directa y efusiva, llegando a conseguir una mayor complicidad por los testimonios de sus ex compañeros.

Los dos documentales son un buen ejemplo del intento de reconstrucción de un proceso más amplio de la historia, a través del propio relato de los que participaron en el conflicto histórico. No obstante, se aprecia cómo el documental de Dávalos se presenta con un tono más prudente respecto al acercamiento de los hechos, siendo un proceso de autoconciencia que se liga a la aproximación del conflicto guerrillero, instalado en todo el país como una suerte de leyenda negra. En cambio, desde el documental de Samaniego vemos cómo la denuncia de la parcialidad de la versión oficial impuesta por el gobierno al derrotar la guerrilla es un tema recurrente en el film.

Es por esto que el documental de Samaniego resulta relevante. Al ser un testimonio que parte desde su propia experiencia, el documental trata de explicar las razones por las que, tanto él como sus ex-compañeros, se vieron envueltos en la formación de la guerrilla alfarista. Esto evidencía la necesidad de un debate contemporáneo que nunca fue saldado en la sociedad ecuatoriana. Por otra parte, el documental de Dávalos anticipa esta necesidad del debate y la memoria con el acercamiento que, casi como un nieto preguntando a su abuelo, inicia un recorrido a un pasado traumático de la sociedad en la que viven. La pulsión por tratar de afrontar el pasado conflictivo de una sociedad que olvida o sólo recuerda en forma de “leyenda negra” hace de los dos documentales un aporte relevante a la hora de presentar otras voces dentro de tal disputa por la historia ecuatoriana: el contexto de transición a la democracia, las desilusiones del nuevo gobierno, la violencia en la calle, la impunidad de las fuerzas del Estado, los proyectos nacionales silenciados por la lógica del mundo bipolar...etc. forman parte de los aportes que ambos autores presentan en sus films como marcos sobre los que entender el pasado reciente.

Ambos documentales presentan el pasado más reciente, que continúa parcialmente desconocido por la población ecuatoriana. Esto se presenta no como la imposición de una verdad absoluta, sino como relatos que acaban complementando la visión de un pasado que pueda servir para la comprensión más profunda de la misma sociedad que los contiene. Los actos que acontecen en la historia obedecen a un contexto y a una comprensión que desde la actualidad nos puede parecer extraña o desconocida. No obstante, esto no imposibilita el acercamiento crítico y la comprensión del por qué del devenir de los hechos o de las intenciones humanas. Estos dos documentales son muestra de ello. Ambos films presentan testimonios y valoraciones de la época, remarcando el hecho de su contexto y la necesidad de abrir un diálogo histórico entre los ecuatorianos, como forma de comprender un pasado y, asimismo, como forma de condicionar el presente.

A continuación, pasaremos a analizar el contexto histórico al que hacen referencia los distintos testimonios de los documentales, y de qué manera éstos ayudan en el proceso de comprender la historia en un sentido más amplio. Para ello se hará hincapié en el papel de esa “historia de los vencidos”, como una forma de presentar otros aportes que infieran mayor causalidad al hecho histórico.

3. 1. Alfaro Vive Carajo. Crítica y memoria

El FRPEA (Frente Revolucionario del Pueblo Eloy Alfaro), o como sería conocido posteriormente debido a la labor de agitación, Alfaro Vive Carajo (AVC), fue un grupo político-militar activo durante la década de los 80 (1983-1989) que llevó a la práctica la lucha armada como estrategia política en el Ecuador. La diversidad de actores que engrosaron sus filas provenían de ex-militantes del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), de militantes de organizaciones estudiantiles de las principales universidades de Ecuador como la UCE (Universidad Central de Ecuador) y la Pontificia Universidad Católica de Ecuador) e incluso de militantes del MRIC (Movimiento Revolucionario de Izquierda Cristiana). El objetivo común en la conformación del Frente se configuró en torno a los objetivos de la democracia, la justicia social y la soberanía nacional, aunque sin definir profundamente ni el significado y ni el alcance programático de estos términos (Terrán, 1994).

El frente guerrillero optó por el nombre “Eloy Alfaro” para reivindicar la figura de este general oriundo de Manabí8. Alfaro fue un “liberal radical, líder de diversas revueltas armadas contra los regímenes conservadores de la segunda mitad del siglo XIX y, desde 1895 hasta 1912, Presidente de la República” (Terrán, 1994, p. 4). Esto es algo singular del pensamiento latinoamericano, a saber, el rescate de antiguos liderazgos que serán reabsorbidos como referentes fundacionales de muchos movimientos guerrilleros y expresiones políticas de signo popular. El eco mariateguiano, ni calco ni copia, creación heroica (Mariátegui, 1928), resonará en la creación de los proyectos radicales asentados en la tradición del pensamiento propio, de cara a hacer posible eso que se ha dado en llamar “segunda independencia”, a través de la revolución de carácter popularsocialista que permita incorporar los problemas de la propiedad junto a la formación de una auténtica comunidad nacional. Como el mismo Santiago Kingman, relevante miembro e ideólogo de AVC, reconoce en el documental de Dávalos: “Todo eso significaba una ruptura con el marxismo, no una actitud contra el marxismo, sino una ruptura. Porque si habíamos estado buscando una tradición histórica y la habíamos encontrado en Alfaro, teníamos que ser consecuentes con ese pensamiento y eso significaba en convertirnos en una especie de liberales radicales”.

Desde finales de los 60, el continente se encuentra delante de un nuevo escenario. Con la revolución cubana en el poder, el marxismo más ortodoxo fue tomado por sorpresa. La raíz profundamente martiniana de la revolución proyectó nuevas tácticas en el continente. La vía democrática al socialismo de Salvador Allende en Chile (1970), la revolución sandinista en Nicaragua (1979) y las distintas guerrillas que surgieron en distintos lugares de América Latina, forman parte de estas nuevas respuestas de un marxismo que se repensaba a sí mismo, desde su problemática concreta en la región (Fernández, 2006, pp. 65-67). El marxismo no como un cuerpo canónico y rígido, sino como un pensamiento aglutinador de la crítica y la tradición propia. Así se volverá a levantar la necesidad de pensar en términos nacionales, pero retomando el papel de la izquierda clasista como garantía interna de un proceso nacional popular y de masas. La toma de las armas aparecía como la solución definitiva para una movilización social que pretendía acabar con las estructuras oligárquicas e imperialistas que caracterizaban el dominio político y económico regional (Jarrín, 1985, p. 29). Desde esta concepción se pueden inscribir las pretensiones del grupo de AVC, recogido en ambos documentales a través del testimonio de Arturo Jarrín, hecho así mismo en el penal: “...1. Un gobierno popular y democrático; 2. Una economía nacional e independiente; 3. La justicia social como base para la democracia y la libertad; 4. Soberanía nacional; 5. La instauración de la Patria Grande latinoamericana” (Comisión de Defensa Jurídico-Institucional de la Policía Nacional, 2010). Esto generará una visión donde la consecuencia de un fin liberador, con el objetivo de la emancipación social a la vez que de rechazo de las estructuras oligárquicas del estado ecuatoriano, dará forma a la subjetividad revolucionaria como vía legítima para la política. La realidad experimentada en otros países la hacían plausible (Terrán, 1994).

Frente a esto, se construirá otro discurso que será el oficial presentado por las fuerzas de seguridad y los órganos del Estado. La visión de unos elementos subversivos, adjetivando al sujeto como jóvenes románticos y “accediendo a publicaciones parcializadas con versiones interesadas sobre una sola faceta y no la reseña completa sobre la magnitud de los problemas. Es posible que esa juventud, mal informada, haya desviado su conciencia hacia los objetivos que esas publicaciones perseguían y los intereses políticos que defendían sus autores” (Comisión de Defensa Jurídico-Institucional de la Policía Nacional, 2010. p. 46). Según esta visión, esto les llevó a cometer actos armados para desestabilizar el Estado, en favor de fines personales, llegando a ser considerados como terroristas, al tiempo de beneficiarse del caos en un momento tan delicado. Ejemplo de ello lo encontramos en el comunicado de la policía nacional ecuatoriana, en el cual se señalaba que “los sutiles y perversos métodos de la sedición criminal van distorsionando hasta tal punto los conceptos del bien y el mal, de orden y anarquía, de honor y deshonor y hasta de vida o muerte... que, en un trance de subversión que estaría dando paso a la barbarie y a la locura, hay quienes aún en las más altas funciones del Estado se parapetan para defender a ultranza al delincuente, hacer la apología del delito, y condenar, sin fórmula de juicio, al agente de la ley, al defensor del orden y de la seguridad social” (El Comercio, Ecuador, 14 de diciembre de 1987). Por lo tanto, estos sectores subversivos serán vistos por los cuerpos de seguridad del Estado como los perversos iniciadores de una desestabilización creciente frente al que se superpone la nación. Semejante discurso generó una defensa, en la práctica, de métodos de tortura y eliminación física.

Estas interpretaciones a la vez serían absorbidas por las historias del momento. A continuación, se insertarán estas visiones en el momento histórico del que partimos, observando los claros-oscuros de la visión histórica oficial, y viendo cómo el documental nos ayuda a ampliar las causas y las consecuencias del hecho histórico.

3. 2. Historia de Ecuador y Guerra fría. El caso AVC

La década de los 80 fue especialmente convulsa en América Latina. Sus economías, a nivel regional, presentaban una situación de manifiesta debilidad. Con el impago oficial de la deuda por parte de México en 1982, empezará una espiral de desconfianza internacional, relacionándose con una fuga de capitales y el descenso de las inversiones ante el miedo de una expansión de la recesión por la región. Así dará inició el periodo conocido como la "década perdida". Momento en el que, aprovechando la coyuntura de la crisis económica, se producirá una renegociación de la deuda y de las políticas destinadas a paliarla; los poderes económicos transnacionales, entonces, acabarán incentivando la dependencia de la región al capital internacional, profundizándose el proceso de inserción en la globalización (Frenkel, 2008. p. 43). Por un lado, la crisis de la deuda, que ya empezó a mostrarse en la década anterior, irrumpió de forma arrolladora. Se plantean, frente a ello, una serie de políticas ineficientes y asimétricas, como la nacionalización de las deudas privadas externas (utilizando mecanismos nacionales), en claro beneficio de los intereses de las bancas acreedoras y del sistema financiero internacional. Detrás de todo ello, y de una forma muy visible, estaba el Fondo Monetario Internacional (Manero y Pastor, 2002, p. 30). En el caso de Ecuador, la caída de los precios del petróleo fue acompañada con un cese del flujo de crédito externo, a la vez que subían las tasas de interés asociados a la deuda externa. Además, a todo ello deben unirse los desastres infligidos por el fenómeno meteorológico “el Niño” sobre la producción agrícola del litoral en 1982-1983 y el terremoto de 1987, que perjudicó tanto el consumo interno como a la exportación. Así, la apuesta por la “sucretización9 significó un golpe a la debilitada economía nacional, ya que “los sectores privados ecuatorianos lograron que sus deudas extranjeras se convirtieran en deudas en sucres frente al Banco Central, mientras que éste asumía el pago en dólares ante los acreedores internacionales. De esta manera, a partir de 1983, la casi totalidad de la deuda del sector privado se convirtió en deuda del sector público” (Naranjo, 2004. p. 245). Posteriormente, a la mitad del mandando del presidente Febres Cordero, con la liberalización de la economía, el beneficio de los inversores cortoplacistas pasó a ocupar un lugar central; la caída de los precios del petróleo, al mismo tiempo, dejará al Ecuador en una situación cercana al colapso económico (Thoumi y Grindle, 1992, pp. 62-65).

Todo ello condicionó un escenario continental que se encontraba en plena efervescencia de luchas llevadas a cabo por organizaciones políticas que reclamaban nuevos acuerdos políticos. Países como Argentina, Brasil o Perú se encontraban en procesos que restituyeron la construcción de regímenes democráticos después de las traumáticas dictaduras articuladas en torno al discurso de la “Seguridad Nacional”. Estos gobiernos militares se extendieron por la década de los 70 y principios de los 80 con una actuación golpista, y aplicando sistemáticamente el terrorismo de Estado, apelando a una presunta restauración del orden político y la estabilidad constitucional. No obstante, con su irrupción en el poder pretendían la creación de un Estado nuevo, planteando una nueva constitución con rasgos autoritarios, programando un proyecto de matriz capitalista y exportadora para la inserción económica internacional. Estos gobiernos contenían unos rasgos ideológicos concretos que se basaban en una feroz eliminación de los opositores a este nuevo orden (llegando incluso a perpetuar crímenes raciales de lesa humanidad), a la vez que se pregonaba una pacificación social frente los elementos “desestabilizadores” de la guerra fría. En el caso de Ecuador, esto aparece planteado en los dos documentales que estamos analizando, identificando un largo periodo que comprendía la dictadura Civil de Velasco Ibarra (iniciada en 1970) y la dictadura militar del triunvirato (1972-1979) donde se llevaba a cabo esa contención bajo una promesa de reforma y modernización del país que nunca llegó a concretarse. Durante este largo periodo de sucesión de dictadores, las persecuciones de líderes políticos, la clausura de universidades y la supresión de voces discordantes fue el sustento de un proyecto político que dejó a la oposición política tradicional apartada e inoperante. La matanza de “Aztra”, referida en el documental de Samaniego, muestra un ejemplo del terrible proceder político-represivo de la época10 El clima de violencia política era una realidad imperante, tanto para viejos como nuevos políticos.

A principio de los años 80, estos regímenes empezaron a mostrar signos de desgaste tanto por la coyuntura económica como por la impopularidad de sus medidas, e incluso por presiones internacionales que pedían una transición tutelada. Como muestra M. Antonio Garretón, estos regímenes sufrieron un proceso de transición gestionada y tutelada "desde arriba" (generalmente, no por su derrocamiento militar ni por su colapso), debido a la incapacidad de legitimar su sistema autoritario, teniendo que aplicar ciertas fórmulas de apertura democrática, ya fuera por su percepción de tener el objetivo cumplido o como forma de mantener unos principios delante de su fracaso. A esto se la acompaña por un proceso "desde abajo", donde las movilizaciones sociales y políticas iban descomponiendo el régimen y acelerando el ritmo de transición. Este proceso se fue completando con unos marcos institucionales que posibilitaban la negociación (Garretón, 1997, pp. 20-29). En el caso del Ecuador, después de un largo proceso de represión, el final de la dictadura militar (1972-1979) abrió un periodo de amplia esperanza a través de una nueva constitución y la elección de un presidente progresista, Jaime Roldós Aguilera, encabezando lo que se denominó “concentración de las fuerzas populares”. Como es presentado en ambos documentales, la muerte de Roldós en un inesperado accidente de avión, solo hizo que aumentar las tensiones políticas en un momento de frágil transición. El relevo a cargo de su Vicepresidente, el demócrata-cristiano Osvaldo Hurtado, supuso el inicio de la aplicación de políticas de austeridad que acabarían generando un descontento que desembocaría, finalmente, en una situación de total desconfianza en el proceso por una parte de la esfera política. En ese contexto, algunos apostaron por “construir estructuras partidistas con capacidad para organizar a la población para fines no meramente electorales, buscando así también una «acumulación de fuerzas» que les permitiese a los sectores populares utilizar espacios y momentos de la democracia electoral y no ser utilizados por ésta. Al margen de que este intento de transformación fue frustrado «desde adentro» por los dirigentes de los partidos, aquellas personas comenzaron a radicalizar sus propuestas conforme el gobierno de Osvaldo Hurtado evidenciaba la disolución de la esperanza reformista inaugurada por Jaime Roldós” (Terrán, 1994, p. 47). Es en este periodo donde podemos situar el inicio de las actividades de AVC, con el ascenso de las políticas neoliberales y un descontento creciente que se plasmarán en un clima de mucha violencia política y de polarización social.

Frente a esto, todo este periodo estará impregnado de una imaginación geopolítica que, en el marco de la guerra fría, redujo las dinámicas locales y las necesidades sociales concretas bajo una simplificación conceptual como es la idea entonces hegemónica de los “tres mundos”, esto es, “un Occidente natural y normal (el Primer Mundo), que era desafiado por un Oriente antinatural que estaba en las manos autoritarias del estado (el Segundo Mundo), mientras que ambos rivalizaban por conseguir discípulos políticoeconómicos en un Tercer Mundo de países no desarrollados que se convirtieron en la representación más usual de la persistente división geopolítica entre el Este y el Oeste (...). Lo que es más importante es que las explicaciones sobre cómo funcionaba el mundo se vieron dominadas de nuevo por una geografía binaria, que ponía a Oriente frente a Occidente. La categoría de «Tercer Mundo» nacía de la oposición estructural entre los otros dos mundos: un Primer Mundo aliado de los Estados Unidos que se enfrentaba a un Segundo Mundo bajo dominio soviético. Por tanto, las regiones y países incluidas en la vasta zona del Tercer Mundo, en lugar de ser significativos en y por sí mismos (…), quedaron reducidos al papel que desempeñaban en el conflicto entre los otros dos” (Agnew, 1998, p. 45). Esta visión estará plasmada especialmente en el periodo de León Febres Cordero (1984- 1988), donde la confrontación con los guerrilleros de AVC llegará a su máxima intensidad. El gobierno de Cordero se centró en una agenda definida por el clima de época, tratando de “reducir la intervención estatal en la economía; estimular la empresa privada; y dejar que las fuerzas del mercado determinaran el desarrollo del país. Pocos después de la toma de posesión el gobierno lanzó un experimento neoliberal con apoyo total del FMI y de la administración Reagan en Washington (...) Con Febres Cordero la derecha había surgido como la fuerza política dominante” (Thoumi y Grindle, 1992, p. 51).

Como presentan ambos documentales, la represión iniciada por la aplicación tajante de la doctrina neoliberal durante este periodo será una forma de acercamiento al orden internacional imperante. La relación con Ronald Reagan, especialmente a partir de su viaje a Washington en 1986, provocará que Ecuador se posicionará como ejemplo para la región, avalado por EEUU y los adalides del neoliberalismo reaganiano. La visión binaria de la guerra fría cobraba pleno sentido, presentando a Febres Cordero como un ejemplo de líder capaz de enfrentar a esos proyectos “peligrosamente de izquierdas”, frenando todos los programas de intervención estatal y política pública de índole social. Con este orden, todos aquellos elementos que se oponían significaban un peligro para toda la sociedad ecuatoriana, especialmente bajo un sobredimensionamiento desmedido de la “influencia externa” cubana o de las guerrillas “colombianas” y “nicaragüense”. El peligro en que se encontraba el Estado por la probable toma del poder de unos “subversivos” generaba la necesidad de erradicar al “enemigo interno” (siempre apoyado por el “enemigo externo”). Se trataba, en efecto, de la doctrina de la “seguridad nacional”, aplicada en tantos países sudamericanos y centroamericanos. Así, se disponía de un espacio en la opinión pública donde la tortura y la desaparición quedaban justificados.

Por otra parte, los AVC serán tomados como el otro polo del binomio de la Guerra Fría. Sus identidades y proximidades a la filiación marxista les hará portadores de la lucha armada como táctica política para la toma del poder. La defensa de la emancipación social y de liberación nacional les permitía construir un relato donde la insurrección popular era posible mediante las armas. Aunque su heterogeneidad ideológica y orgánica era reivindicada como singularidad del “alfarismo”, la separación y falta de coordinación con otros grupos políticos afines los hizo más débiles. La centralidad del análisis “antioligárquico” y “anti-imperialista” sobre la sociedad ecuatoriana hará confundir “el enfrentamiento audaz a los aparatos represivos del Estado, con el potenciamiento de la lucha de clases” (Terán, 1994. p. 37). Llegados a este punto, la historia oficial los aglutinará dentro de las categorías de “subversivos” y “terroristas”, como elementos extremadamente negativos en la sociedad de la época. Se los presentaba como actores responsables del conflicto, representando los intereses de la alineación con el polo contrario durante la guerra fría.

4. CONCLUSIONES

Por lo tanto, vemos cómo bajo esta construcción binaria de “Este-Oeste” acaban desapareciendo los problemas concretos de la situación ecuatoriana del momento. El relato maximalista optado por la explicación binaria de la guerra fría silenciará los graves problemas económicos y las tensiones democráticas que recorrían el estado ecuatoriano desde su etapa dictatorial. La fragmentación política, la desilusión de un proyecto ampliamente soberano e inclusivo acabará mostrando la situación social, donde el descontento era creciente y la violencia política era recurrente. El Estado como garante de un consenso general se posicionó, con su acercamiento a los programas neoliberales, hacia un Estado restrictivo y prepotente frente a una sociedad empobrecida y descontenta.

A través de las miradas expuestas en los documentales se amplía la visión del clima político de la época. La violencia estatal provenía de una serie de conflictos y luchas sociales que se arrastraban de décadas anteriores a la formación del AVC. La amplitud de miras y testimonios hacen posible la construcción de un enfoque más profundo, sorteando los escollos de la simplificación histórica de la guerra fría. Desligar los acontecimientos de las insurrecciones guerrilleras de los condicionantes sociales, políticos y sociales no hace más que parcializar la interpretación de las actuaciones delictivas de un Estado que atentó en demasiadas ocasiones contra los derechos humanos y la dignidad de las personas. A su vez, simplificar las motivaciones últimas de los actores, achacándolas a influencias externas de propaganda y “subversión”, sólo contribuyen a desenfocar las verdaderas razones del conflicto.

La construcción de esa “historia de los vencidos”, utilizando la amplitud testimonial que nos brindan documentales como el de Samaniego y Dávalos, ayudan a esclarecer puntos de vista sobre el mundo que nos rodea. Bien es cierto que el problema de esto sería su difusión social más allá del pequeño círculo del espacio académico, lo cual ya formaría parte del proceso de disputa política y conciencia en que estamos envueltos como sociedad. El pensamiento político y el imaginario social son eco de una realidad material adversa y en crisis que demuestra cómo las visiones maniqueas de la guerra fría no contemplan todas las dimensiones.

Por lo tanto, encontramos en la “década perdida” una época marcada por las transiciones y esperanzas en el cambio democrático11. Estos procesos presentarán serios problemas para implantar las llamadas "nuevas democracias", no solo por la difícil tensión entre poder civil-militar (intentando superar los rasgos autoritarios para evitar un regresión) sino también la división interna dentro de los “bloques democráticos”, los cuales se tienden a fragmentar después de las primeras elecciones (debido a las diferencias por la represión militar dentro del bloque, cuestiones de ajuste y reformas económicas, opiniones divergentes de del costo social y la administración). Esta situación de tensión y desconfianza será ampliada con una nueva oleada política. Por una parte, la reforma neoliberal y la aplicación de fórmulas de ajuste generarán un descontento real en los sectores trabajadores y populares de la población. La confrontación y violencia política, especialmente en el caso de Febres Cordero, generará una mayor ruptura del consenso social y la posibilidad de una mediación social. Por otra parte, actuarán ciertos grupos armados que, bajo la sospecha de la reconversión democrática de otros viejos actores políticos (grupos familiares, gran terratenientes, representantes de la banca internacional...etc.), mantendrán una posición de defensa de las tesis revolucionarias como un proyecto de auténtica democratización social y económica (Mirza, 2006, pp. 39-44).

El documental, como herramienta, potencia la presencia de estos matices dentro de la historia. La disputa por la inclusión de las razones de los actores amplía los espacios donde la realidad se presenta en todas sus contradicciones: cómo entendían los actores su presente, hacia dónde imaginaban su futuro, qué soluciones aportaban a la situación vivida...etc. Todo ello suponía la recopilación de una conciencia del mundo en el que se vivía. Y, como podemos observar en ambos documentales, la lucha por el recuerdo y el valor crítico que ello atesora sólo pueden generar una consciencia del presente que hunda sus razones en las luchas del pasado, para reivindicar sus valores en la actualidad. Esta es la necesidad de que los vencidos escriban y filmen la historia.

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Recibido: 02 de Octubre de 2017; Aprobado: 24 de Noviembre de 2017

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