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Revista Chakiñan de Ciencias Sociales y Humanidades

versión On-line ISSN 2550-6722

Revista Chakiñan  no.4 Riobamba ene./abr. 2018

 

Artículo de revisión

EL ZAPATISMO COMO ‘RESISTENCIA CRÍTICA’ AL NEOLIBERALISMO

ZAPATISM AS A ‘CRITICAL RESISTANCE’ TO NEOLIBERALISM

Marco Ambrosi1 

1Universidad de Cuenca, Ecuador, marco.ambrosi@ucuenca.edu.ec


RESUMEN

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en enero de 1994, ejecutó un levantamiento armado en el Estado de Chiapas-México, con el objetivo de reivindicar los derechos y la autonomía de los pueblos indígenas. Este acontecimiento marcó un hito histórico en la región latinoamericana y en el mundo, ya que significó un resurgir de la resistencia al neoliberalismo y al capitalismo posterior a la disolución de la Unión Soviética. El presente artículo se pretende profundizar el análisis de la categoría ‘resistencia crítica’, considerando la configuración histórica y epistémica del zapatismo a través de sus discursos, prácticas e influencias internacionales. Para este fin, revisamos los postulados políticos del EZLN, su relación con el movimiento indígena ecuatoriano y el simbolismo del Subcomandante Marcos. La metodología utilizada consiste en la revisión bibliográfica de literatura especializada y de documentos, declaraciones, reportajes y material audiovisual sobre la historia del EZLN. Finalmente, nuestra conclusión es que la acción zapatista puede considerarse una “resistencia crítica” porque inicia con una reinterpretación y una revalorización de conceptos, categorías, experiencias y saberes indígenas, con la finalidad de des-imbricar las redes políticas, económicas y sociales del neoliberalismo.

Palabras clave: Ejército Zapatista de Liberación Nacional; movimiento indígena; resistencia anti-neoliberal; resistencia crítica; zapatismo

ABSTRACT

The Zapatista Army of National Liberation (EZLN), in January 1994, carried out an armed uprising in the State of Chiapas-Mexico, with the aim of vindicating the rights and autonomy of indigenous people. This event constituted a historic milestone, in Latin America and in the world, since it signified the resurgence of resistance to neoliberalism and capitalism after the dissolution of the Soviet Union. This article seeks to deepen the analysis of the category of "critical resistance" considering the experience of Zapatismo. The methodology consists on the bibliographic review of specialized literature, documents, declarations, reports and audiovisual material on the EZLN history to review concepts, categories, practices and their international influence, particularly with the Ecuadorian indigenous movement. Finally, our conclusion is that zapatista action can be considered a "critical resistance" because it includes a reinterpretation and revaluation of indigenous concepts, categories, experiences and knowledge, in order to unravel the political, economic and social networks of neoliberalism.

Keywords: anti-neoliberal resistance; critical resistance; indigenous movement; zapatismo; Zapatista Army of National Liberation

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo se analizan investigaciones anteriores (Ambrosi y Vintimilla 2013), sobre los movimientos sociales en América Latina y su incidencia en la construcción de una “resistencia crítica” frente al desarrollo neoliberal. A partir de una breve reseña histórica del ejército zapatista se intenta identificar sus conceptos, categorías y prácticas; por ejemplo, el proceso de formación del EZLN deja entrever que las comunidades indígenas de Chiapas jugaron un rol clave en la configuración de las prácticas democráticas del zapatismo, lo cual, se consiguió con la afirmación de los indígenas, como actores políticos capaces de interpretar y transformar su realidad.

La lucha del EZLN se enfoca en el ejercicio del poder por las mayorías a través de decisiones consensuadas y no en la toma del poder político, una reivindicación fundamental en la izquierda tradicional; pero la ruptura con la izquierda ortodoxa tiene múltiples puntos, entre ellos: su estructura orgánica, la inclusión de las diversidades sociales, el análisis interseccional de la sociedad, el rechazo a la violencia, o la afirmación de la autonomía y el autogobierno. Precisamente, el zapatismo se constituye en una resistencia crítica a consecuencia de esta ruptura y de factores socio-epistémicos que permiten la reinterpretación y la transformación de las realidades, en otras palabras, la resistencia no se reduce a una lucha armada sino a una construcción colectiva de las y los excluidos.

Para aportar a la reflexión acerca del zapatismo como resistencia crítica consideramos sus procesos de formación e internacionalización, a través del análisis de la influencia recíproca con el movimiento indígena ecuatoriano, pionero de las resistencias neoliberales en el continente. Adicionalmente, revisamos la representación y el simbolismo del Subcomandante Insurgente Marcos como imagen visible del EZLN.

En conclusión, la resistencia crítica se presenta para el zapatismo como una condición indispensable para asegurar un desarrollo social autónomo y diverso, distanciado de la dinámica institucional-estatal que invisibiliza las necesidades de los sectores sociales excluidos. Es así que, por todo lo señalado, el zapatismo se convirtió en un estandarte del resurgimiento de la resistencia al proyecto neoliberal.

METODOLOGÍA

La metodología consiste en el análisis de la categoría de ‘resistencia crítica’ a través de la revisión de literatura especializada y de documentos, declaraciones, reportajes y material audiovisual sobre la historia del EZLN, para proponer una reflexión acerca de conceptos, categorías, procesos y prácticas zapatistas; con énfasis en la configuración de su discurso político-epistémico, a través de la influencia recíproca con el movimiento indígena ecuatoriano, y el simbolismo del Subcomandante Marcos.

BREVE HISTORIA DEL ZAPATISMO: EL RESURGIMIENTO DE LA RESISTENCIA

América Latina, desde los años 80, se convirtió en un laboratorio vivo para la experimentación y aplicación del neoliberalismo, a consecuencia de la “década perdida” (Brieger 2002) y su profunda crisis económica. El proyecto neoliberal - defendido como única alternativa posible - se concretó a través del llamado “Consenso de Washington” que se convirtió en un decálogo que pregonaba el laissez faire (dejar hacer y dejar pasar) en la economía con postulados como: liberalización y apertura de fronteras a capitales, reducción de Estados nacionales, privatización de servicios públicos y sectores estratégicos, reducción de la inversión pública, endeudamiento externo, y entre otras medidas que desfavorecían a los ya debilitados Estados en la “región más desigual del planeta” (De Ferranti, Perry, Ferreira y Walton 2004).

Dos acontecimientos históricos, la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991, marcaron el triunfo del neoliberalismo como alternativa económica y el fin del mundo bipolar del siglo XX. A pesar de este contexto adverso a la lucha social y de la hegemonía discursiva del “Fin de la Historia” (Fukuyama 1992), en Chiapas-México, el 1 de enero de 1994 - “cuando soñar estaba prohibido” - resurgió la resistencia al capitalismo y al neoliberalismo con un ejército popular en un país directamente afectado por el proyecto neoliberal.

“Vivir por la patria o morir por la libertad” fue la consigna del EZLN, continuando la lucha inconclusa de la Revolución Mexicana liderada por Pancho Villa y Emiliano Zapata (Moctezuma, 2010; Santana, 2010). La primera acción ofensiva pública del EZLN fue la toma insurgente de varios municipios en Chiapas (San Cristóbal de Las Casas, Las Margaritas, Ocosingo, Altamirano, Chanal, Oxchuc y Huixtán), el mismo día que entraba en vigencia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), máximo estandarte del proyecto neoliberal en el continente.

El inicio del Ejército Zapatista se remonta a las décadas de los 60 y 70 con varios acontecimientos como: la creación de movimientos sociales, estudiantiles y campesinos; las Matanzas de 1968 y 1971 (Allier 2009); o la conformación de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) (Oikión y García 2006). Así mismo, el Estado de Chiapas se ha caracterizado por su tradición de lucha desde tiempos de la conquista española (Lenkersdorf 2004), por lo cual, no es extraño que en la selva Lacandona grupos militares insurgentes hayan levantado sus campamentos de entrenamiento y adoctrinamiento. Una fecha crucial para el zapatismo es el 17 de noviembre de 1983 cuando integrantes de las FLN se establecen en esta región para adiestrarse, formarse y generar relación con las comunidades indígenas cercanas (Subcomandante Insurgente Marcos 2003b).

El proceso de organización y fortalecimiento del Ejército Zapatista tardó más de 10 años y no estuvo exento de contradicciones; en términos político-ideológicos, el debate se centró en el postulado de la toma del poder político por la vía armada para la construcción del Socialismo como una primera guía ideológica y programática. Desde el punto de vista orgánico, las FLN y el EZLN inicialmente estuvieron conformados por estudiantes y actores sociales urbanos, quienes consolidaron su espacio de influencia entre comunidades indígenas y campesinas chiapanecas que se integraron progresivamente a las filas de los ejércitos zapatistas (Hernández 2006).

Con el acercamiento político y orgánico de las comunidades indígenas, el EZLN debió adaptar su estructura político-militar vertical y orgánica, al aprendizaje de la tradición organizativa indígena sustentada en la participación colectiva y la toma de decisiones por consenso. Este proceso de cohesión, en un momento dado, condicionó las decisiones del mando militar a la aprobación de las comunidades; así nació el concepto del mandar obedeciendo y la masificación de las y los zapatistas en la Selva Lacandona (Contreras y Ortiz 1994), en otras palabras, el ejército pasó de ser una estructura militar urbana y mestiza, a una organización comunitaria y básicamente indígena sin perder el carácter insurgente y beligerante.

El asalto armado fue resultado de una larga deliberación, entre 1992 y 1993, cuando el EZLN y las comunidades decidieron iniciar la “guerra contra los poderosos” por las necesidades insatisfechas, la dignidad y la vida. Es así que, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN (CCRI-CGEZLN) preparó los primeros enfrentamientos que tuvieron lugar, entre el 22 de mayo y el 3 de junio de 1993, conocidos como la Batalla de Corralchén (Jiménez 1996). Posteriormente, el mismo Comité organizó el levantamiento del 1 de enero de 1994 con la consigna ¡YA BASTA! contra el “mal gobierno de México” (en términos zapatistas).

La vía armada fue la última medida para el EZLN y no se la consideró como un medio para la violencia o la consecución del poder, al contrario, se la argumentó como una lucha justa debido a la necesidad y exclusión de los pueblos. Tempranamente, el EZLN percibió que el camino de las armas no era el único - ni el mejor - y en Agosto de 1994 participó de la Convención Nacional Democrática (CND) para generar diálogos de paz entre el Gobierno Mexicano, organizaciones sociales y la sociedad civil, con la convicción de instaurar un Gobierno de transición y convocar un Congreso Constituyente para abrir camino a la “verdadera democracia” en México (Subcomandante Insurgente Marcos 1994).

Los consensos alcanzados en la CND debían ser acatados por el Presidente electo a partir del 1 de diciembre de 1994, sin embargo, el candidato ganador Ernesto Zedillo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), partido gobernante por más de 6 décadas, traicionó los acuerdos e inició una persecución militar violenta marcada por hechos como la matanza de 45 personas en Acetal en 1997.

A pesar de la fuerte represión por parte del Ejército Mexicano y movimientos paramilitares, los zapatistas continuaron utilizando el diálogo como herramienta política para la consecución de sus fines propuestos. En palabras del Subcomandante Insurgente Marcos (2003a) los zapatistas se percataron que se debían disparar “palabras” y no armas, por ello, construyeron un espacio nombrado “Aguascalientes” para aprender a escuchar y hablar con la pluralidad de la sociedad civil.

Luego del fracaso de los diálogos en 1994 y 1995, el primer “Aguacalientes” de Guadalupe Tepeyac fue destruido por la ofensiva militar del gobierno, ante lo cual, en símbolo de resistencia el EZLN decidió constituir cinco nuevos Aguascalientes en las comunidades de La Garrucha, Oventic, Morelia, en La Realidad “y el último y primero en el corazón de todos los hombres y mujeres honestos que hay en el mundo” (Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional 1996).

La resistencia zapatista a través del diálogo y la participación comunitaria no se limitó a la inclusión y organización del indígena chiapaneco, en reiteradas ocasiones el EZLN ha convocado a mujeres, trabajadores, obreros, estudiantes, jóvenes, intelectuales, académicos, religiosos, ciudadanos y a los más diversos sectores sociales a sumarse a la reivindicación y conquista de la democracia, la libertad y la justicia.

En los primeros años de resistencia el EZLN se dedicó a defender los “Acuerdos de San Andrés” (Gobierno del Estado de Chiapas 2003) alcanzados en los diálogos de paz, que buscaban garantizar el reconocimiento pleno de los derechos indígenas, empero, estos fueron irrespetados por el gobierno mexicano y la Comisión para la Concordia y la Pacificación (COCOPA) (Romero 1998).

El cambio de partido político en el poder, con la elección de Vicente Fox del Partido Acción Nacional (PAN) en el 2000, no representó un cambio de la política oficial hacia el EZLN; es más, los Acuerdos de San Andrés fueron continuamente irrespetados, teniendo como punto máximo la aprobación de la ley indígena en 2001 que excluía los aspectos esenciales de los acuerdos (Van der Haar 2005, Harvey 2011). En respuesta al “mal gobierno mexicano” el zapatismo optó en 2003 por conformar los ‘Caracoles’ y las ‘Juntas de Buen Gobierno’ (JBG), en reemplazo de los Aguascalientes, como espacios para fortalecer la democracia, la participación colectiva y los diálogos. De esta manera, las comunidades indígenas asumieron su dirección política para consolidar la autonomía, el autogobierno y la autogestión, sin participación alguna del EZLN que contaminaba la tradición indígena como un elemento antidemocrático (Subcomandante Insurgente Marcos 2003a).

Las bases zapatistas han enfrentado el bloqueo, acoso y ataque militar y paramilitar desde 1994, sin descuidar su formación educativa, política, militar y de servicio para proteger la autonomía, la libre determinación y los derechos indígenas (Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional 2005). En los últimos años el zapatismo se ha enfocado en el trabajo con los Caracoles y las JBG, sin abandonar el diálogo y la resistencia por la construcción de la democracia en México y la solidaridad con las luchas a nivel mundial. Muestra de ello, fue la última aparición pública masiva del EZLN en la marcha en solidaridad con los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, en Octubre de 2014 en Chiapas.

A inicios de 2017, el zapatismo sorprendió al mundo con la convocatoria a la Asamblea Constitutiva del Concejo Indígena de Gobierno cuyo objetivo es gobernar el país y presentar una candidata presidencial indígena para las elecciones de 2018 (Congreso Nacional Indígena-Ejército Zapatista de Liberación Nacional 2017). Este anuncio representa un cambio en el accionar zapatista que previamente se ha pronunciado renuente a la consecución del poder político institucionalizado, sin embargo, esta estrategia tiene un carácter simbólico para posicionar en el discurso político-electoral las luchas indígenas.

Finalmente, el EZLN en marzo de 2017 expresó su rechazo a la construcción del muro entre las fronteras de EEUU y México, con la campaña “Frente a los muros del Capital: la resistencia, la rebeldía, la solidaridad y el apoyo de abajo y a la izquierda” (Subcomandante Insurgente Moisés y Subcomandante Insurgente Galeano 2017), misma que es apoyada con la donación de toneladas de café cosechadas por indígenas zapatistas.

EL ZAPATISMO COMO RESISTENCIA CRÍTICA

En esta sección buscamos examinar cómo el EZLN rebasó una mera oposición al proyecto neoliberal para levantar colectivamente una ‘resistencia crítica’ que deconstruye prácticas sociales, culturales y políticas, para avizorar alternativas al neoliberalismo en todas sus dimensiones. Adicionalmente, analizaremos el simbolismo del Subcomandante Marcos, y la influencia mutua del zapatismo y el movimiento indígena ecuatoriano que han reivindicado postulados y luchas comunes.

El EZLN desde su inicio tuvo un carácter anticapitalista y antineoliberal que fue ratificado en las seis Declaraciones de la Selva Lacandona (2 en 1994, 1995, 1996, 1998 y 2005) como documentos de discusión y posicionamiento político sobre la problemática mexicana y mundial. En reiteradas ocasiones, el zapatismo ha planteado la elaboración de un Programa Nacional de Lucha desde los sectores “de abajo y de la izquierda” para resistir al neoliberalismo en México, defendiendo su soberanía y sus recursos a través del diálogo y la construcción de una política de alianzas con organizaciones y movimientos no electorales con la consigna “DESDE ABAJO Y POR ABAJO” (Harvey 2011).

Poco después del levantamiento, en agosto de 1994, el zapatismo asumió como estrategia política y organizativa el diseño de formas alternativas de resistencia como: el diálogo, la movilización ciudadana, o la coalición de movimientos sociales, inicialmente, por tres razones: la primera, la búsqueda de legitimidad entre las comunidades indígenas y el país que, en buena parte, se oponían a una lucha armada; la segunda, la formación de una nueva cultura política que no tenía como objetivo la toma del poder político (Holloway 2005), elemento fundamental de la izquierda clásica; y tercero, la incapacidad material - en un primer momento - de hacer frente a un conflicto armado contra el ejército, las fuerzas de seguridad mexicanas y el creciente paramilitarismo.

La lucha del zapatismo no se limitó a la insurrección armada, ya que formuló una combinación de formas de lucha en lo político, cultural, social, educativo y económico. Así, la resistencia zapatista intentó no replicar experiencias pasadas de proyectos revolucionarios del siglo XX, por ejemplo, una profunda ruptura con la tradición militante fue renegar la toma del poder político al considerarlo como ilegítimo, viciado, excluyente e injusto, para en su lugar, proponer un poder solidario, democrático y justo (Ambrosi y Vintimilla 2013).

En consecuencia, la acción zapatista no es únicamente un acto de oposición o “aguante” a las realidades adversas provocadas por el neoliberalismo sino es una propuesta política, cultural, social y epistémica para la emancipación indígena. Es así que, buscamos analizar al accionar zapatista como un caso de resistencia crítica que rechaza la actual crisis civilizatoria con una actitud y una propuesta epistémica y política de reinterpretación, deconstrucción y decolonialidad del pensamiento y la política misma (Ambrosi y Vintimilla 2013).

El acierto y diferencia del zapatismo fue apoyar a los pueblos indígenas para reconocerse como un sujeto político, un actor social capaz de tomar las riendas de su realidad y transformarla para su beneficio. En consecuencia, las comunidades lograron superar el debate de la exclusión indígena, iniciado por Bartolomé de las Casas desde los tiempos de la Colonia (Lavallé 2009), para afirmar que tienen “alma” y están conscientes y dispuestos a cambiar su situación de exclusión.

El zapatismo conquistó para las y los indígenas: la esperanza, la palabra, la confianza, el orgullo, las tierras y la política misma, para reposicionar su postura social y política de lucha como “ciudadanos completos y cabales”. Esto permitió abrir una vía de emancipación social sustentada en una maquinalidad social indígena, distanciada de la dinámica del Estado y asentada en una materialidad social y comunitaria (García 2004).

Los planteamientos zapatistas se establecen como una resistencia crítica con base en principios como la “otredad, comprendiendo que la inclusión de un sector no puede significar la exclusión de otro (García de León, Monsiváis y Rodríguez 2001). La alteridad y la esperanza son también principios que han fundamentado la resistencia de Chiapas como una confrontación transversal e integral (política, ética, cultural, social, de género, y epistémica) por la ilusión de “un mundo en el que quepan todos los mundos posibles”.

Otra categoría primordial en el pensamiento zapatista son las diversidades concebidas como ecologías que reúnen la diversidad con la identificación y promoción de interacciones sostenibles entre entidades parciales y heterogéneas (Sousa 2010). Las comunidades chiapanecas no son homogéneas, sin embargo, el zapatismo logró catalizar su accionar a través de la construcción de una resistencia autóctona y diversa por la autonomía indígena. El EZLN supo comprender que la lucha anti-neoliberal debía incluir a las comunidades como protagonistas con sus diversidades, saberes, prácticas y estructuras.

El carácter crítico de la resistencia zapatista se expresa en la resignificación de conceptos y términos “clásicos”, en la creación de nuevas categorías, así como, en la reinterpretación de las realidades de las comunidades que se afirman como sujetos políticos y epistémicos capaces de construir conocimientos, saberes, prácticas y una nueva política. Por ejemplo, podemos considerar la definición del sujeto histórico que discrepa con la visión tradicional del marxismo, no se parte del ‘proletario explotado’ sino de otros actores sociales como: la mujer, el indígena, el “sin rostro”, los “excluidos”, los “migrados”, “discriminados” o los “otros” (Ambrosi y Vintimilla 2013).

Igualmente, la asimilación de la desigualdad social no se reduce a una interpretación económico-material (explotado) ya que incluye una visión social, étnica, cultural y de género (excluido y excluida) que influye en el análisis de la sociedad mexicana compuesta por plantas: el México de planta alta, el de en medio, el de abajo y el México del sótano, recalcando la inequidad entre capas sociales discriminadas por su etnia, orientación sexual, educación, ubicación geográfica, oficio, es decir, por estar abajo. Como podemos apreciar el estudio de la sociedad mexicana y de la exclusión no se reduce a una visión economicista, es mucho más amplia e integral, con un claro carácter interseccional que rompe con la ortodoxia de izquierda.

También podemos considerar que las mismas ideas de rebelión y esperanza para el zapatismo toman nuevos horizontes con objetivos de lucha como: la autonomía incluyente, la libre determinación de los pueblos, el reconocimiento de la mujer, el derecho a la tierra, así como la estipulación y reconocimiento de los pueblos ancestrales olvidados y rezagados por el “México de la Modernidad” con una sociedad injusta, empobrecida y excluyente (García de León, Monsiváis y Rodríguez 2001).

La deconstrucción del “México de la Modernidad” - siguiendo la línea discursiva moderna kantiana - se evidencia en un discurso político que afirma la “mayoría de edad” del indígena, del campesino, de la mujer, del trabajador, capaces de tomar sus propias decisiones políticas y de elegir democrática y legítimamente sus representantes para terminar con el gobierno del partido de Estado. El Zapatismo plantea un proyecto nacional para un “nuevo México” que no encaja en la imposición de un modelo económico-político, dígase Capitalismo, Socialismo o Comunismo, sino propone un espacio libre y democrático para la confrontación de planteamientos e ideas políticas. La democracia zapatista no se ejerce con el triunfo de un partido político en unas elecciones, al contrario, se fundamenta en la legitimidad del apoyo, la acción y la vigilancia de las mayorías a una propuesta política democrática.

Inicialmente, el EZLN busca alejar su acción del “mal gobierno” caracterizado por su corrupción, ineficiencia y colonización que favorece a los sectores “de arriba” en desmedro de los “de abajo”. La plataforma de lucha del EZLN no es por el poder político, sino por la construcción de una nación libre, justa y democrática, adversa al partidismo mexicano. En este contexto, se podría entender que el zapatismo pretende ‘erradicar’ el poder, empero, su objetivo es cambiar a quién lo ejerce, porque si las mayorías lo ejercen, los partidos políticos se verían obligados a formar una nueva cultura política, una nueva clase política (Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional 1994).

Consecuentemente, el concepto de política no se encasilla al enfrentamiento electoral y al ejercicio del poder; la política zapatista es resistencia anti-sistémica y anti-neoliberal con una convergencia a la praxis en las comunidades indígenas, con perspectiva hacia la autonomía sin permiso del Estado ni de los partidos políticos. Precisamente, los Aguascalientes, Caracoles, Juntas de Buen Gobierno y los Municipios autónomos de Chiapas son estructuras sociales alternativas al poder constituido para garantizar la autonomía y los derechos fundamentales a las y los indígenas históricamente excluidos por el “México de la Modernidad”.

En términos conceptuales la democracia zapatista es una de las principales aportaciones de la Selva Lacandona, que presenta dos finalidades, la primera, socializar el poder político con la participación constante de toda la comunidad y, la segunda, controlar el trabajo de las autoridades bajo la estricta vigilancia del pueblo mandante que tiene la potestad, incluso, de removerlas. Así, el principio de “mandar obedeciendo” resume esta democracia que surge como antagónica a la institucionalidad mexicana caracterizada por la corrupción, ilegitimidad y servicio al capital y sus clases dominantes; en palabras del Subcomandante Marcos, la democracia es “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” (Ambrosi y Vintimilla 2013).

De esta manera, en las JBG y los Caracoles se establecieron como prácticas democráticas y del mandato obediente: las asambleas, la rotación de autoridades, el servicio público gratuito, el control social, la rendición de cuentas y la revocatoria del mandato. Sin embargo, una divergencia mayor con la concepción de democracia occidental-moderna, es la toma de decisiones y elección de autoridades por consenso y en asambleas comunitarias; es una democracia real y radical con la incidencia de toda la comunidad, no sólo por intermedio de la función pública sino del trabajo por y para los Caracoles. Cabe señalar que, a pesar de la exclusión de estas prácticas y estructuras por parte del gobierno mexicano, su importancia es simbólica (Van der Harr 2005) al afirmar la autonomía y el autogobierno indígenas.

El zapatismo, en diversas formas, ha superado el legado histórico revolucionario del siglo XX con nuevas alternativas de resistencia y la conducción de un territorio en rebeldía sin necesidad de prácticas violentas y represivas como sucedió en anteriores experiencias. Así mismo, la estructura del EZLN representa un quiebre para la línea orgánica de las “guerrillas” o ejércitos populares que han seguido una estructura jerárquica-militar dirigidas por Comandos Generales o Comités Centrales, en cambio, el ejército zapatista debió ajustar su estructura a la dinámica social indígena con participación comunitaria y decisiones consensuadas.

A continuación, revisemos particularmente dos aspectos fundamentales de la resistencia crítica del zapatismo, en primer lugar, su internacionalización y, posteriormente, la estructura de dirección y representación del zapatismo que durante 20 años tuvo como actor visible al Subcomandante Marcos.

Internacionalización del Zapatismo: la influencia del movimiento indígena ecuatoriano

La insurgencia zapatista se constituyó como uno de los focos de reinicio de la resistencia al neoliberalismo, que se nutrió de experiencias y luchas de pueblos y movimientos del continente. Para exponer las características de la resistencia crítica del EZLN, proponemos observar, por intermedio de una revisión histórica y política, su internacionalización en relación con el movimiento indígena ecuatoriano, pionero en las movilizaciones y luchas anti-neoliberales en la región, y con quien se establece una influencia recíproca desde los años 90.

Para analizar la influencia mutua entre el zapatismo y el movimiento indígena ecuatoriano, es necesario apuntar la formación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en 1986, como una organización nacional de base, producto de la formación histórica y el apoderamiento de las y los indígenas como sujetos políticos durante décadas (Becker 2015). La plataforma de la CONAIE, desde sus inicios, fue la lucha contra el neoliberalismo y sus políticas de empobrecimiento y exclusión de los sectores sociales, campesinos, e indígenas (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador 1989).

Es importante recalcar la relación histórica entre la izquierda ecuatoriana y la CONAIE, a pesar de su progresivo distanciamiento de la tradición orgánica y organizativa caracterizada por la lucha “clasista”. Si consideramos la auto-definición de la CONAIE como una “organización del pueblo oprimido y explotado” con una lucha “anticolonial, anticapitalista y antiimperialista” (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador 1989), podemos apreciar la “doble dimensión” de su acción por reivindicaciones clasistas y étnico-culturales. En este punto, es posible identificar una primera confluencia del movimiento indígena ecuatoriano y el zapatismo, con la visibilización de categorías ignoradas por la izquierda tradicional como: la opresión, la exclusión y las luchas étnico-culturales.

En una breve revisión histórica, se pueden anotar algunos hitos del movimiento ecuatoriano que marcaron su incidencia internacional, por citar: en 1990 el primer “Levantamiento Indígena” y la “Primera Conferencia Continental sobre los 500 años de Resistencia Indígena”; la Marcha por los 500 años de Resistencia Indígena de 1992; y la Movilización por la Vida - en contra del neoliberalismo - de 1994 (Becker 2015). Estos acontecimientos permitieron establecer una dinámica de difusión, formación, intercambio, y consolidación de las experiencias y resistencias indígenas a nivel continental (Rodríguez 2008), especialmente, si se analizan los movimientos indígenas de Bolivia y Centroamérica (Becker 2015, Schavelzon 2015).

A criterio de Schavelzon (2015), un nexo entre las resistencias de Chiapas, Ecuador y Bolivia fue, específicamente, la creciente preocupación por las autonomías, a su vez, influenciada por el proceso sandinista de reconocimiento de las autonomías en la Constitución de Nicaragua de 1987, liderado por intelectuales marxistas como Díaz Polanco (1997) y López y Rivas (2004), cuyos trabajos marcaron un camino común de los movimientos indígenas del continente. Así mismo, es posible analizar múltiples influencias y similitudes, orgánicas y políticas, entre movimientos de la región, especialmente, si consideramos: el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) en Brasil, el Movimiento Social de la “guerra del agua” y de la “guerra del gas” en Bolivia, el Movimiento Quinta República (MVR) en Venezuela y la juventud de los piqueteros en Argentina.

Es importante recalcar que la incidencia de la CONAIE es reconocida por el propio EZLN, en 1997 el Subcomandante Marcos saludó la resistencia del pueblo ecuatoriano, con el siguiente texto: “Aprovecho para saludar al pueblo ecuatoriano. Ojalá alguien enseñara a cantar a los gobernantes mexicanos. (…) En el Ecuador a los simuladores e hipócritas los expulsan, en Chiapas los hacen gobernadores interinos…” (Subcomandante Insurgente Marcos 1997 :s.n.). Este comentario se refiere a la destitución de Abdalá Bucaram en 1996 acusado de corrupción y mala administración, en este hecho histórico, la participación del movimiento indígena fue fundamental, así como, en los derrocamientos de los gobiernos neoliberales de Jamil Mahuad en el 2000 y de Lucio Gutiérrez en 2005.

En este sentido, podemos anotar que la influencia recíproca entre Ecuador y Chiapas, se articula en torno a la resistencia neoliberal, especialmente, a partir de 1994 con la creación de espacios internacionales de coordinación y difusión de luchas. En 1996, en la Selva Lacandona, se convocó al “I Encuentro Intercontinental por la Humanidad y en contra del Neoliberalismo”, con la finalidad de internacionalizar la experiencia zapatista; este evento contó con la participación de 40 países de los cinco continentes, que declararon en su acta final: la resistencia y la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo (Subcomandante Insurgente Marcos 1998).

Con este antecedente, se configuró a nivel internacional el “movimiento antiglobalización” para luchar contra el libre mercado y la globalización del capital, la pobreza y la exclusión. El movimiento tomó fuerza y pudo articular una resistencia organizada, participando en momentos históricos como: la llamada “Batalla de Seattle”, la formación del Foro de Sao Paolo (FSP), el Foro Social Europeo (FSE), el Foro Social Mundial (FSM) y la Ocupación de Wall Street (Antentas y Vivas 2009).

Estos espacios internacionales, al igual que, la consolidación del zapatismo y la CONAIE tienen lugar en una “Geopolítica de las Resistencias” (Bensaïd 2001) caracterizada por: movilización social masiva; estructuras orgánicas diversas, colectivas y comunitarias; democracia directa e interna; y creación de espacios de coordinación internacional. En otras palabras, fue un resurgir de resistencias y proyectos políticos contrarios al “fin de la historia” (Fukuyama 1992) y a la unipolaridad neoliberal.

Particularmente, en Ecuador las organizaciones sociales y el movimiento indígena mantuvieron una incidencia política y social durante el triunfo y los primeros años del proyecto político de la llamada “Revolución Ciudadana”. Durante la Asamblea Constituyente de 2008, el aporte indígena fue clave para la conquista de reivindicaciones históricas de la resistencia social del Ecuador que, previamente, no lograron cristalizarse en la Constitución de 1998.

Entre los logros obtenidos, existen elementos comunes con la discursiva zapatista, aunque con una aplicación radicalmente distinta, por citar tenemos: definición de Ecuador como Estado Plurinacional e Intercultural; reconocimiento de derechos para: indígenas, mujeres, sectores vulnerables e incluso para la naturaleza; la no privatización del agua y sectores estratégicos; respeto a las tierras comunales, territorios ancestrales y a pueblos en aislamiento voluntario; salud y educación gratuita de calidad y calidez; establecimiento de la participación ciudadana y control social; revocatoria de mandato a autoridades; consultas populares en temas de interés social, entre otras. Todas estas reivindicaciones se enmarcan en la construcción del Sumak Kawsay o Buen Vivir como alternativa de desarrollo para el Ecuador (Macas 2010, Simbaña 2011, Acosta 2013).

El Buen Vivir es un modelo todavía en disputa en Ecuador, al ser producto de la experiencia socio-cultural de los pueblos indígenas durante siglos, es su modus vivendi, en armonía con la naturaleza y la comunidad. Desde un análisis económico-político, el Sumak Kawsay (también llamado Sumak Qamaña en Bolivia) puede no presentarse como una alternativa anti-capitalista per se, sin embargo, su planteamiento de una sociedad democrática, intercultural, ecológica y sostenible evocan un modelo diferente y contradictorio al neoliberal.

En estos momentos, el Sumak Kawsay se ha incorporado como elemento discursivo de movimientos indígenas y sociales a nivel global; asumiendo que su concreción requiere una profunda transformación de los Estados con: garantía de derechos, fortalecimiento de economías populares y solidarias, y el reconocimiento de la Plurinacionalidad y la Interculturalidad. Así, la construcción de sociedades post-neoliberales se enmarcan en un paradigma de las experiencias indígenas, que se nutre con la internacionalización y la influencia recíproca de las resistencias continentales.

Ahora bien, posterior a esta revisión histórica de la influencia mutua del movimiento indígena ecuatoriano y el zapatismo, es posible identificar varios puntos de encuentro en sus discursos y acciones. Tanto la CONAIE como el EZLN toman la autonomía como una reivindicación fundamental, a través de una representación legítima - y por iniciativa propia - de los pueblos indígenas y sus intereses, descartando actores intermedios o exógenos como: ONG´s, sectas religiosas, o al mismo Estado.

Cabe señalar que poseen distintas estructuras, mientras el EZLN preserva un carácter regional e indígena, organizado como un ejército insurgente alejado de la política. Aunque, a finales de mayo 2017, el Congreso Nacional Indígena (CNI), con la participación de 58 pueblos, etnias, y lenguas de México (incluyendo el EZLN), resolvieron presentar a María de Jesús Patricio Martínez como candidata presidencial para las elecciones de 2018; constituyéndose como un giro trascendental en el accionar del zapatismo, cuyo discurso inicial buscaba renegar de la participación electoral. Por su lado, la CONAIE es un movimiento social nacional con participación político-electoral a través de su frente Pachakutik, que aglutina a diversos sectores sociales como: mujeres, sindicatos, jóvenes, estudiantes, etc. (Becker 2015).

A pesar de sus diferencias, los dos espacios se han desarrollado como paradigmas orgánicos alternativos con prácticas como: organización y participación comunitaria, movilización social, liderazgo colectivo, decisión por asamblea y consenso, respeto por las cosmovisiones indígenas, y lo más importante con la inclusión - aunque en procesos distintos - de los sectores marginados como actores políticos capaces de incidir en la construcción de acciones alternativas.

Sus resistencias se orientan por la decolonialidad de la sociedad y la política como condición de autonomía, así mismo, la asimilación del movimiento indígena como actor político, conlleva - en Ecuador y Chiapas - una praxis transformadora para la conquista de derechos históricamente negados a los pueblos indígenas como: autonomía, educación bilingüe e intercultural, justicia indígena, medicina ancestral, seguridad y autogestión comunitaria, soberanía alimentaria, o los derechos al agua y a la tierra.

Igualmente, la revalorización de las diversidades es un eje transversal de ambos discursos, asumida como concientización de la homogeneidad impuesta por el neoliberalismo; consecuentemente, la reivindicación del Estado Plurinacional y la Sociedad Intercultural, es una reacción a la exclusión e invisibilización de las luchas y experiencias indígenas. Así, ambos movimientos han marcado una ruptura histórica en las luchas sociales de la región, al conseguir la confluencia discursiva y programática de la identidad de los pueblos indígenas, con una conciencia de clase amplia junto a sectores campesinos y populares (López 2010).

En conclusión, la influencia recíproca de los movimientos indígenas de Chipas y Ecuador, puede ser analizada desde varios enfoques: histórico, político, orgánico, y filosófico. Si consideramos la configuración de las resistencias en América Latina desde los años 90, se aprecia que existe una agenda política y programática común, ya que la mayor confluencia entre los movimientos regionales es, precisamente, su objetivo, la resistencia al avance del neoliberalismo que ha tomado formas y rumbos distintos en los últimos años.

Sería un error señalar que las agendas sociales fueron definidas, únicamente, por luchas coincidentes contra el neoliberalismo, ya que a través de: encuentros internacionales, reconocimientos permanentes, formación política, y lecturas comunes de intelectuales de la región, se ha hilado una influencia recíproca entre la CONAIE, el EZLN y diversos movimientos latinoamericanos. De forma particular, el zapatismo y la resistencia indígena ecuatoriana consolidan la internacionalización de las resistencias y la solidaridad entre pueblos que rebasan la selva Lacandona y las fronteras de Ecuador.

El Subcomandante Marcos

La organización del EZLN constituye una alternativa democrática frente a viejas estructuras orgánicas verticales y autoritarias que dificultan la resistencia. En este contexto, el zapatismo fue representado, simbólicamente, por el Subcomandante Insurgente Marcos, un líder militar, político, social, cultural y filosófico, quien es una ruptura con el paradigma del dirigente de izquierda y del tradicional Comandante. No sólo es un “transgresor de la ley” - como lo han definido los gobiernos - es un transgresor de la política anti-ética, es un pensador y filósofo de la palabra quien con facilidad y con lenguaje coloquial analiza, desglosa, recrea y ejemplifica la política y la problemática de la globalización neoliberal sin descuidar la rigurosidad y formalidad del quehacer académico e intelectual.

El EZLN como ejército insurgente clandestino ha tenido en el Subcomandante Marcos, también llamado “Delegado Zero”, un canal de diálogo con la sociedad civil y los movimientos más allá de Chiapas. El personaje de Marcos ha tenido las funciones de difundir la vida de las comunidades indígenas, las necesidades y demandas del zapatismo en medios de comunicación, encuentros internacionales, círculos académicos, boletines, documentos y, en especial, en el ideario del mexicano que desconoce la situación de su país.

El Subcomandante personifica la esperanza zapatista y la construcción de una nueva cultura política, Marcos - a pesar de ser mestizo - fue la voz de la resistencia indígena y sus derechos a conquistar. El simbolismo que rodea a este personaje ha constituido una herramienta y una concreción de la política discursiva zapatista; por ejemplo, su pasamontañas refleja un emblema de la identidad colectiva de: indígenas, mujeres, trabajadores, maestros, estudiantes, jóvenes, homosexuales, empobrecidos, ancianos, es decir, de todas y todos los actores sociales visibilizados por el zapatismo. Así mismo, Marcos utiliza dos relojes, uno en cada mano, como signo de los mundos que se viven para el zapatismo, el de la derecha representa el tiempo de la sociedad civil, y el de la izquierda el del ejército zapatista que trabaja para conseguir un solo reloj, una sola hora, el tiempo de la paz y el del fin del EZLN que se conseguirá con una verdadera democracia que reconozca plenamente los derechos indígenas.

Luego de 20 años al frente del EZLN, en mayo de 2014, Marcos anunció su retiro como vocero zapatista, con el comunicado “Entre la luz y la sombra”, para “transformarse” en el Comandante Insurgente Galeano, en honor al profesor José Luis Solís asesinado ese mismo mayo. Esta decisión se enmarcó en un relevo simbólico por parte del Subcomandante Insurgente Moisés quien representa una dirigencia joven, indígena, y formada en los valores zapatistas. La elección de Moisés como vocero y jefe indígena fue una señal contra el individualismo, el caudillismo, el vanguardismo y el racismo existente en la izquierda (Subcomandante Insurgente Galeano 2014), demostrando que la Comandancia Insurgente no dependía del Subcomandante Marcos.

Otra de las intenciones del EZLN con esta acción era demostrar que la resistencia zapatista no comenzó en Enero de 1994 ni terminó con el “retiro” del Subcomandante Marcos, al contrario, continúa con la cimentación y levantamiento de las autonomías en los Municipios y Caracoles en Chiapas, con el fortalecimiento de la democracia zapatista y del mismo EZLN. En términos zapatistas la lucha terminará - los dos relojes se unirán - cuando se alcance la democracia, libertad y justicia verdaderas, es decir, ese “otro mundo posible” multipolar, diverso, inclusivo, y solidario.

CONCLUSIONES

La lucha zapatista constituye una resistencia anti-neoliberal que busca evitar, en sus territorios, la vorágine capitalista de: apropiación y destrucción de la naturaleza; expropiación de tierras comunales y ancestrales; discriminación, exclusión y sobrexplotación de las y los indígenas; invisibilización e irrespeto a las diversidades; y a su vez, de todas las formas de empobrecimiento de los más vulnerables. El carácter anti-neoliberal del EZLN radica en defender los derechos indígenas, en rechazar el “dejar hacer y dejar pasar” del libre mercado, en luchar contra el predominio del capital, en reclamar el reconocimiento de un Estado plurinacional y una sociedad intercultural, todos ellos, postulados contrarios a la homogenización cultural y control de la vida que consolida el neoliberalismo.

La lucha zapatista no se queda en el anti-neoliberalismo, al contrario, se plantea la resistencia anti-capitalista como camino para la consecución de su plataforma de lucha recogida en las Declaraciones de la Selva Lacandona, mismas que requieren de una transformación radical y profunda del Estado mexicano, por ello, el llamado a resistir y combatir ha sido para todos los mexicanos y mexicanas.

En lo referente a lo político-orgánico, se puede definir al EZLN, como un medio de las comunidades indígenas para visibilizar sus luchas, necesidades, y símbolos de resistencia, sean estos personajes, conceptos o movimientos. El ejército zapatista siempre fue concebido como transitorio para conseguir el reconocimiento de los derechos indígenas, que sólo se pueden dar con democracia, justicia, equidad y paz. El EZLN no ha terminado su lucha, ni ha quedado rezagado en el tiempo o en la Selva Lacandona, continúa en búsqueda del cumplimiento de sus pliegos de propuestas y reclamos que desde 1994 no han sido acogidos por el gobierno mexicano.

Por eso, el zapatismo es un discurso de la esperanza y la alteridad, que reconoce sus diferencias y limitaciones pero busca concretarse en la práctica diaria de un mundo diferente, del “otro mundo posible”, con expresiones sencillas y cotidianas, como la utilización de un lenguaje diferente que permite evidenciar la realidad del indígena y de construcciones conceptuales y políticas de resistencia, de quiebre frente a la hegemonía política que excluye y menosprecia las expresiones sociales y culturales del “otro y la otra”.

La resistencia crítica zapatista se presenta como una “disputa simbólica” (García de León 2005) a través de prácticas y conceptos para la reinterpretación y transformación de la realidad, fundamentados en los conocimientos, saberes y experiencias de las comunidades indígenas. La discursiva y la praxis zapatistas plantean un diálogo de saberes para construir ese “mundo en el que quepan todos los mundos” que reconoce lo desechado por la “modernidad neoliberal” por ser atrasado y subdesarrollado.

El zapatismo es una propuesta política, social, cultural y epistémica que apunta a la des-imbricación de las redes políticas, económicas y sociales del neoliberalismo con educación, salud, arte, cultura, comunicación, relaciones entre iguales, es decir, con acciones del “otro mundo posible” en el mundo actual. La resistencia del EZLN es crítica porque parte de su acción política consiste en la reinterpretación de las realidades indígenas con la discusión y deconstrucción de valores, conceptos y categorías que justifican las inequidades y las exclusiones de los más empobrecidos. El zapatismo, epistémicamente, es una revalorización de las expresiones, tradiciones, historias, y saberes de las y los indígenas en un contexto de interacción socio-epistémica que privilegia las diversidades y particularidades como defensa de las identidades frente a la homogenización neoliberal (Ambrosi y Vintimilla 2013).

Finalmente, la resistencia crítica se presenta para el zapatismo como una condición indispensable para asegurar un desarrollo social autónomo y diverso, distanciado de la dinámica institucional-estatal que excluye e invisibiliza las características y necesidades particulares (endógenas) de los sectores sociales; de esta manera, el zapatismo se convirtió en un estandarte del resurgimiento de la resistencia al proyecto neoliberal y un ejemplo claro para las luchas por el reconocimiento de los sectores históricamente marginados

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Recibido: 16 de Abril de 2017; Aprobado: 13 de Diciembre de 2017

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