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Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales (ReHuSo)

versión On-line ISSN 2550-6587

ReHuSo vol.5 no.2 Portoviejo may./ago. 2020  Epub 02-Ago-2020

https://doi.org/10.5281/zenodo.6812402 

Articles

El poeta como ente social: crítica a la poesía ecuatoriana en las dos primeras décadas del siglo XXI

The poet as a social entity: criticism of ecuadorian poetry in the first two decades of the XXI century

Diana Victoria Moreira Vera1 
http://orcid.org/0000-0003-2420-8925

1 Universidad Técnica de Manabí. E-mail. divimv22@gmail.com


Resumen

“El poeta está triste, ¿qué tendrá el poeta? Los suspiros se escapan de sus letras sin métrica, que ha perdido la crítica, que en ego creció. El poeta está impávido en sus letras y fotos, está muda su pluma ante todo su entorno y, en una esquina olvidada, la justicia calló.” Modificando los versos de Rubén Darío, podría resumirse, con sus excepciones claras, el estado actual de la poesía ecuatoriana. El presente artículo se manifiesta, entonces, como un recuento histórico-crítico de la poesía en el Ecuador, en las dos primeras décadas del siglo XXI y el papel preponderante del poeta como un ente social a lo largo de las culturas universales y, sobre todo, su imperiosa necesidad en un mundo globalizado.

Palabras clave: poesía; estado; Ecuador; histórico; poeta.

Abstract

“The poet is sad, what ails the poet? Sighs escape its letters without metrics, which has lost the criticism, which in ego grew. The poet is undaunted in his lyrics and photos, his pen is mute before all his surroundings and, in a forgotten corner, justice fell silent”. Modifying the verses of Ruben Dario, could be summarized, which its clear exceptions, the current state of the Ecuadorean poetry. The present article manifests itself, then, as a historical-critical account of poetry in Ecuador, in the unfinished two first decades of the 21st century and the preponderant role of the poet as a social entity throughout universal cultures and, above all, his imperious need in a globalized world.

Keywords: poetry; literature; Equator; modernism; postmodernism.

Introducción

A lo largo de los años, no es poco común observar titulares donde se apunte la escasa afición del pueblo ecuatoriano a la lectura y, sobre todo, a la literatura en general. “Un pueblo sin cultura”, se ha oído decir y criticar, con regionalismos despreciables que se inmiscuyen, incluso, configurando voces que se levantan sobre el lector y sobre el escritor, en un duelo más de egos que por el cultivo de la palabra.

Por esta razón, el presente documento tiene como objetivo emprender un viaje literario, desde la época precolonial hasta inicios del 2020, para demostrar al lector adepto que, no de literatura escasea el Ecuador, sino de “cultivadores” plenamente comprometidos con la labor del poeta en un mundo globalizado, fuera de movimientos literarios sectarios y con mezclas de estilos; es decir, el poeta como ente social.

Metodología

En esta investigación se utilizó el método histórico lógico, comprendiendo una secuencia de fuentes documentadas desde la época precolonial, de la cual se tiene datos históricos sobre la literatura ecuatoriana, hasta la actualidad. Con ello se pretende comprender el desarrollo de la poesía en los diversos medios y culturas, además del papel que representó este arte en cada período. A su vez, se revisaron los antecedentes de la poesía en el mundo, a manera de introducción a la investigación nacional. Se utilizaron como fuentes argumentales, referencias principalmente de revistas, artículos, publicaciones y libros, académicamente valorados y revisados.

Desarrollo

La poesía y el hombre: una relación atemporal

Probablemente, separar al hombre de la beldad y su origen sería empresa tan poco fructuosa como entender el origen mismo de la poesía.

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 2019), la poesía se puede definir como la manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa. No obstante, en los inicios del tiempo, hasta donde se nos ha permitido conocerlo o descubrirlo, no fue, puramente, de esa manera.

De acuerdo con los datos arqueológicos, tanto los egipcios con sus jeroglíficos y los sumerios con su escritura cuneiforme, la poesía debe ser tan antigua como la expresión del hombre.

De lo que se conoce, el “Poema de Gilgamesh”, obra sumeria que data siquiera de unos 4.000 años de antigüedad, es el poema épico más antiguo del cual se tenga conocimiento, gracias a la biblioteca de Asurbanipal (Romero, 2019). Así mismo, uno de los libros más conocidos y remotos del mundo, la Biblia, tiene ya en sí una escritura poética que es manifiesta tanto en el hebreo y arameo del Antiguo Testamento, hasta en el griego que se puede encontrar en el Nuevo Testamento.

Encontrándola desde tiempos lejanos, reconocemos que, no solo la poesía era la manifestación de la belleza, sino que también era el medio, mediante el cual, un pueblo conservaba su historia, enseñaba a su gente y mantenía una generación tras otra encaminada en sus costumbres y creencias. Es decir, el hombre poeta era también un guía del pueblo y, su papel como el del profeta o el maestro, involucró una gran persecución que, no solo se vio en culturas añejas sino también en la propia, donde los poetas indígenas ecuatorianos fueron cazados, torturados y exterminados para acabar, también así, con la cultura que representaban y protegían.

La poesía en el Ecuador: brevísimo resumen

Si acaso los sucesos humanos estuviesen alienados unos de otros, el dolor, como la maldad, no fuera entonces atributo propio de nuestra especie. Dentro del sentir, el poeta se muestra como una pieza sensibilísima ante los sucesos del mundo pero, también, con una voz tan fuerte que no muere en los olvidos del tiempo si, acaso, el mérito de su expresión o su genialidad, le confiere tal honor.

Así, con la llegada de los españoles a tierras americanas, comienza una de las primeras manifestaciones literarias ecuatorianas registradas, de autor anónimo y titulada “Elegía a la muerte de Atahualpa”. En ésta, probablemente el literato pudo haber sido Jacinto Collahuazo, cronista indígena ecuatoriano, renombrado por la obra “Las guerras civiles del inca Atahualpa con su hermano Atoco, llamado comúnmente Huáscar Inca” (Jaramillo, 1975). La cual fue obligada, por los colonizadores, a ser quemada, por sus propias manos, debido al castigo y persecución que sufrían los poetas y maestros incas en aquel entonces.

De aquí que, sumado al hecho de la nula escritura en períodos precoloniales, perpetuada, sobre todo, por tradición oral, pocos documentos permanezcan o se tengan con integridad de aquella época. Debido también a las grandes hogueras donde los españoles en su afán de colonizar y borrar toda huella de identidad, destruyeron consigo siglos de arte y sabiduría propia de estas tierras, conservándose escasas, hoy en día, gracias a la tradición oral mediante sus coterráneos de los pueblos indígenas remanentes.

No obstante, fuere quien fuere el artífice de tal lírica, incluso en la anonimidad de la arqueología, nos clava el puñal de su sentida opresión en el pecho ante aquel dominio intempestivo sucedido el 16 de noviembre de 1532 cuando, en la Plaza de Cajamarca, el último gobernante del imperio incaico fue apresado por Francisco Pizarro para darle muerte, entre engaños y falsas esperanzas de un rescate, el 26 de julio de 1533 (Del Busto, 2001).

El pesar del autor es claro y, aunque su nombre sea arcano para los historiadores ecuatorianos, su objetivo fue plenamente cumplido, transmitiéndonos su lealtad, el amor perdido por aquel que consideraban, más allá de un monarca, un padre y un guía.

Un grito de sangre y lágrimas derramadas, el aliento de coraje ante un pueblo desvalido, defendiéndose y defendiéndolos con justa razón, en la atemporalidad de postreros críticos. Por ejemplo, Collahuazo (2010) expresa:

¿Y por qué no he de sentir?

¿Y por qué no he de llorar

si solamente extranjeros

en mi tierra habitan ya?

Luego, aún en la época colonial, tenemos a los poetas culteranos, del que un siglo más tarde, Antonio Bastidas sería el más sobresaliente. Así, dos siglos después de Collahuazo, nació en Daule, Juan Bautista Aguirre, quien fuera, según palabras de Gonzalo Zaldumbide, el “mejor poeta del siglo XVIII” (Espinosa y Zaldumbide, 1960). Dedicando su vida al sacerdocio en la Compañía de Jesús y mudándose a Italia donde ejerció su profesión hasta su muerte, enseñando a su vez también física y filosofía, fue reconocido más ampliamente en sus escritos recién en los tardíos años de 1937. De sus composiciones, la más célebre por su carácter filosófico y reflexivo es, sin duda alguna, “Carta a Lizardo”, una invitación indirecta y atemporal al despertar de la consciencia sobre la vida mortal y humana frente a una vida final, eterna y definitiva.

Latente la preocupación de Bautista Aguirre, es, como bien lo describió Cevallos (1998), una prédica sobre el morir al mundo para renacer a una vida más elevada, obvia y fuerte en el verso inicial,

¡Ay, Lizardo querido!

Si feliz muerte conseguir esperas,

es justo que advertido,

pues naciste una vez, dos veces mueras

(Aguirre, 1960, p.321).

Así, en 1825, aparece, junto con la República, una de las obras épicas patriotas más estudiadas hasta el día de hoy, como es “La Victoria de Junín: Canto a Bolívar” de José Joaquín de Olmedo, donde se narra la victoria por la independencia frente a la colonización española ampliamente soportada, con tonos nostálgicos y místicos haciendo homenaje a la monarquía incaica, incluyendo, a tal punto, palabras que diría el propio Huayna-Cápac de regresar su espíritu y ver la batalla librada.

Esta es la hora feliz. Desde aquí empieza

la nueva edad al Inca prometida

de libertad, de paz y de grandeza

(Olmedo, 2002, p.409).

Con el pasar de la colonia, del culteranismo, del canon poético del entonces clásico Ecuador, aparece el romanticismo ecuatoriano, donde, a su vez, se presiente la primera huella de la voz de la mujer como crítica y poeta, con Dolores Veintimilla de Galindo, máxima exponente de aquel movimiento, con escritos cargados de libertad sobre toda regla, el individualismo del Yo ante una sociedad clasista y la pasión sobre la razón como entonces se definía. Probablemente conocida por “Quejas”, fue por “Necrología” que adquiere un papel de odio frente a los religiosos católicos de la época (Loza, 2006).

Con “Necrología”, Veintimilla se alzó sobre la injusticia legal de sus tiempos, como rechazo a toda pena de muerte, después de presenciar la ejecución de Tiburcio Lucero, indígena, acusado de parricidio, el cual antes de morir se lanzó a los brazos de su familia, esposa e hijos, antes del definitivo adiós.

Desde aquel momento, en 1857, la poeta olvidó, súbitamente, su romanticismo puramente matrimonial y centró sus palabras a lo que, desde aquella hora, fue su lucha: un alegato vivo en contra de la pena de muerte:

¿Y qué diremos de los desgarradores pensamientos que la infeliz víctima debe tener en ese instante? ¡Imposible no derramar lágrimas tan amargas como las que en ese momento salieron de los ojos del infortunado Lucero! Sí, las derramaste, última prueba que diste de la debilidad humana. Después valiente y magnánimo como Sócrates, apuraste a grandes tragos la copa envenenada que te ofrecieron tus paisanos y bajaste tranquilo a la tumba (Veintimilla, 2013, p.22).

Siendo promulgadora de las tertulias literarias que aprendió desde el seno de su hogar y, que más tarde, le traerían problemas con sus contemporáneos por reunirse con grupos literatos sin la presencia de su esposo; se vuelve una voz y una pluma encendida con el fuego del que, testigo de una injusticia, vive; lo que claramente se manifiesta en su poema “Aspiración”:

Yo no quiero ventura ni gloria,

sólo quiero mi llanto verter:

Que en mi mente la cruda memoria

Sólo tengo de cruel padecer

(Veintimilla, 2004, p.82).

En el mismo año de la muerte del indígena, Dolores Veintimilla muere, por mano propia, después de una desventurada vida de pena y celos hacia su esposo Sixto Galindo, sumado, a su vez, por la complicada crítica que se cernía cada vez más, en la clásica y conservadora sociedad cuencana, donde una mujer no debía ni hablar, ni escribir, ni mucho menos resaltar en talento, opacando a su marido.

Sin embargo, si bien perece la autora que da inicio al romanticismo ecuatoriano, no fallece con ella el movimiento. De esta manera, tenemos a Julio Zaldumbide, quien en “A mis lágrimas”, nos demuestra sus sentimientos de tristeza, su dolor y pesar, la externalización de su humanidad:

Corred, lágrimas mías,

consuelo a mis dolores;

en férvidos raudales

del corazón manad;

y así, de mis ensueños revivan ¡ay! las flores

que ha marchitado el rayo

del sol de la verdad

(Zaldumbide, 1988, p.61).

En la región andina, por otra parte, el guayaquileño Numa Pompilio Llona, fue reconocido por sus escritos en Perú, sobre todo en Lima donde residió y publicó parte de ellos, así, observamos en “Desolación. El poeta y el siglo”, un sinsabor ante un trauma inexplicable que, solo escribiendo, parece el literato, superar:

¿Cómo cantar, cuando llorosa gime,

sin esperanza y sin amor, el alma;

y por doquiera, con horror, la oprime

de los sepulcros la siniestra calma?

(Pompilio, 1980, p.240).

En “Mi fortuna”, vemos también que Juan León Mera, ilustre por componer la letra del Himno Nacional, se irguió como un exponente más de aquella época. En este soneto, por ejemplo, se nota lo mágico, lo ilusorio, también presente en “El Genio de los Andes, ese viaje liberador donde él nos narra parte de su vida, lo que es, con referencias místicas y con un verso melódico como romántico:

Mis locas esperanzas, una a una,

cual seductores sueños han pasado;

pero nunca en mis ansias he llevado

al pie de esa deidad queja importuna.

Con otro don divino estoy contento,

no comparable a material tesoro:

mi noble corazón y mi talento

(Mera, 2010, p.1).

José Ignacio Burbano, en su obra “Poetas románticos y neoclásicos del Ecuador” (1960), hace alusión también a la obra poética de Miguel Riofrío, como romántico, además de ser un autor adelantado a su época, con tintes de crítica social y realismo al escribir “La Emancipada”, la primera novela ecuatoriana.

En su poema “Nina”, leyenda quechua, observamos el matiz de añoranza por ese pasado perdido, aquella nostalgia por la tierra incaica poseída y despojada de toda su historia pero, contrario a otros autores ecuatorianos, no endiosa ni a Atahualpa ni a Rumiñahui, mostrando ya en “Nina” un atisbo de lo que sería su liberalismo y su realismo, donde personifica a los hombres y mujeres como lo que son, sin adornos ni mayor ovación:

Descendiente de los Shyris,

Chaloya, padre de Nina,

huyendo de Rumiñahui

subió a lo alto del Pichincha

(Riofrío, 1960, p.123).

Con Remigio Crespo Toral, por otra parte, comienza el final del romanticismo, siendo considerado parte de ese movimiento sin cerrarse al porvenir modernista y simbólico que se abría las puertas tras las revueltas civiles ecuatorianas. Como especifica Santín (2015), Crespo Toral “nace en una transición de escuelas literarias, poniéndole fin al romanticismo, sobrevive al modernismo y a los primeros pasos del realismo” (p.22).

En “La leyenda de Hernán”, poema narrativo y, a grandes rasgos, autobiográficos, observamos en Crespo Toral la tristeza y la añoranza del hombre frente al mundo que cambia. Aunque este autor soportó el cambio de su juventud tierna y familiar en el campo, su desgarradora evocación permanece en su obra, donde remarca el sinsabor que padecería con el pasar de los años, ingenuo en su lejana alegría:

Del bajo mundo a la perfidia ciegos,

eran arcano aún nuestros destinos

(Crespo, 1962, p.443).

Entonces, con el siglo XX, el modernismo apareció. Obviamente con retrasos en cuanto a los países europeos, sus representantes nacionales fueron místicos, melancólicos y apesadumbrados en sus escritos, encerrándose en el mundo que los rodeaba y con ellos en el centro, explorándolo, adquiriéndolo como lo recibieran sus sentidos; lo que se nota, a primera instancia, en “Emoción Vesperal” de Noboa Caamaño:

Hay tardes en las que uno desearía

embarcarse y partir sin rumbo cierto,

y, silenciosamente, de algún puerto,

irse alejando mientras muere el día

(Noboa, 2004, p.10).

En este recuento histórico se puede encontrar a continuación a la denominada, a posteriori, como la Generación Decapitada, por el cruento final que la mayor parte de ellos padecieron, en los trances depresivos y psicóticos de sus vidas, llegando a morir a muy joven edad. Entre sus precursores se relacionan a Ernesto Noboa Caamaño, Arturo Borja, Humberto Fierro y Medardo Ángel Silva; este último como máximo representante del movimiento simbolista y modernista ecuatoriano (Espinosa, 2012).

De aquí que el modernismo ecuatoriano no se preocupaba, en extremo, por hablar de los problemas sociales, sino más bien caracterizado por un poético pesimismo. Algo plenamente comprendido si se recuerda que los principales exponentes del modernismo francés, entre estos Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, entre otros, fueron, en un inicio, adeptos al parnasianismo, que cultivaba y se encerraba en el cuidado extremo de la belleza poética y la estructura de la obra, con un desprecio notable a toda falsa emoción y lírica. Aunque, claro está, muchos de ellos terminaron por sumergirse en el Decadentismo europeo, en un alegato contra toda moral burguesa, de estos nos queda la hermosa prosa poética, que se le debe, en primer instancia a Bertrand y Baudelaire.

En sus inicios, los poetas modernistas lucharon por una expresión que les fue negada y paradójicamente utilizada en tiempos de cambios económicos y sociales que les eran, particularmente, poco afines con el modernismo culturalmente embelesador del París del siglo XIX. Así, Guarderas (1959) afirma:

En contraste con el literario e intelectual romántico, que intervino en debates jurídicos y propuso representar lo nacional, con referencias de paisaje y costumbres, el literato modernista de inicios del siglo XX se representó sí mismo como indiferente a la redención social y la política (p.82).

Por ello, y de acuerdo con Valencia (2007), “los modernistas ecuatorianos fueron actores de su tiempo, pensaron el proceso paradójico de las transformaciones en el Ecuador y describieron su propuesta literaria en un contexto más general de cambios” (p.12). Sin embargo, por la influencia de algunos pensadores franceses una parte de la esfera poética ecuatoriana tuvo siempre presente el nombre de Baudelaire que, siendo ilustre en el modernismo francés y el conspicuo del simbolismo literario de su época, parece arraizado aún en el posmodernismo que, a tientas, a tropezones, trata de ir sobreviviendo culturalmente en el país.

El siglo XX dio a luz a miembros notables de la literatura ecuatoriana, como César Dávila Andrade, Alicia Yánez Cossío, Alejandro Carrión, entre tantos otros que, por la cercanía del tiempo y su difusión, son de mayor conocimiento ante el adepto a la literatura poética ecuatoriana.

Hoy, sin embargo, en este postmodernismo sin movimientos ni escuelas literarias, en un flujo poético inexacto, en un Ecuador globalizado como cada país del ahora mundo, es como si, una parte de la literatura poética nacional estuviese estancada en aquel inicio del siglo XX, en aquel ensueño del simbolismo francés, o de aquel spleen, de esos “poetas malditos” en un mundo actual donde lo maldito es tan ordinario y común, como el mismo ser humano.

Siendo posible señalar-no queriendo generalizar porque hay obras actuales que carecen de toda influencia pura y son más bien un ecléctico mar de movimientos, lo que aplaudo-a cierta marea de poetas actuales donde más que verse a un artista, parece observarse a meros fanáticos, con un deje de intelectualismo que a veces, cabe el riesgo, cruce la línea fronteriza de lo pseudo con lo fáctico, donde las siglas C. B. parecen ser antecedente literario suficiente para ser recibido en el círculo del momento: bien Charles Baudelaire, bien Charles Bukowski, sin variación, sin más representantes de otros movimientos otrora semejantes en el caminar latinoamericano.

En este contexto, Pesántez (2005) nos da en la introducción de “Antología de ocho poetas tanáticas del Ecuador”, una crítica honesta sobre el movimiento literario ecuatoriano en el siglo XXI:

Negligentemente se han promocionado (hay pocas excepciones, desde luego) obras y autores sin mayores méritos a nivel de grupos de amigos, coidearios, donde el toma y daca ha tomado cierta dimensión sensacionalista desde algunos órganos publicitarios escritos, llámense revistas, gacetas culturales o suplementos literarios que al llegar a manos de críticos o estudiosos de otras latitudes se convierten en rápido pasto del menosprecio o del olvido (p.5).

Lo que, en palabras de Arias (1960) ya se entreveía como un apelo a la razón humana, una luz ante el problema del sectarismo literario, con la globalización:

Es evidente, por otra parte, que las tendencias literarias, más que sucederse, se compenetran y coexisten. Podrá establecerse períodos en los cuales prevaleció determinada escuela o florecieron escritores y poetas unidos por la semejanza de la emoción, por la comunidad o parentesco de los asuntos y cuyas formas estilísticas acusan parecidos rasgos por influencias iguales y coincidencia cronológica de la sensibilidad y del ambiente (p.3).

Al respecto, y sobre la poesía iberoamericana, Rodríguez (2017) señala que hay una diversidad estilística, bastante sana, de modos de expresión; aseverando que se acabaron las escuelas poéticas.

No obstante, en aquella antología, Pesántez (2005) nos muestra un atisbo de lo que también debería ser la poesía actual ecuatoriana, fuera del mundo canónico y más allegado al mundo contemporáneo y globalizado, donde no solo realza en la historia a las voces, aparentemente olvidadas de mujeres ecuatorianas, que no fueron sumadas a la historia literaria continental pero que, con aquella publicación, él las trae a la memoria, demostrando como ocho voces de diversos niveles estilísticos, de rupturas y convergencias de léxico, con diferentes temas poéticos, pudieron tener en común la belleza de las palabras y lo tanático como esencia primaria.

Un recordatorio, brevísimo, de la crítica social que falta, del ego tóxico que existe en una intelectualidad superflua y, la imperiosa necesidad de la enseñanza de literatura, en un ambiente circular y repetitivo que no parece dar nuevas flores, mucho menos del “Árbol del bien y del mal”, uno de los libros de Medardo Ángel Silva.

El poeta como ente social: la política de la poesía

Rolón (2015), psicólogo argentino, en su libro Cara a Cara manifiesta la carga del ser humano, simplemente como persona, frente al entorno que lo rodea:

«Ahí viene mi viejo», eso nos convierte en transmisores de la herencia. Ser un hombre es, en sí mismo, ser un heredero. Legatario no sólo de ciertos caracteres biológicos que nos definen como especie, ni de los bienes o deudas que algún antepasado pudiera habernos dejado. Va mucho más allá. Ser humano implica hacerse cargo de una sucesión histórica, de un pasado cultural y de un lenguaje. Asumirnos como herederos de la poesía homérica y de Hiroshima, de la música de Bach y de la desigualdad social. Es decir, de lo bello y de lo atroz (p.71).

Y, al mismo tiempo, nos habla del destino del artista, del poeta, con el don, a la vez castigo, de experimentar, de notar, de reír, de llorar, con aquello que se viste de común ante los demás y, de exageración, ante otros:

Lo cierto es que los héroes siempre debieron soportar una carga trágica: los trabajos de Heracles, la locura de Dionisio o, en este caso, el talón de Aquiles. Siempre hay un costo para quien intenta ser diferente. Podríamos decir, junto a Ortega y Gasset, que el hombre de selección debe afrontar dificultades que los demás ni siquiera son capaces de imaginar. La misma sensibilidad que le permite al poeta ver belleza donde otros no ven nada lo condena a sentir dolor por cosas que el resto ni siquiera es capaz de percibir (p.57).

Pellegrini (1961) nos muestra, con esa honestidad y frontalidad tan necesaria en el escritor, las armas con las que lucha el poeta y su obligación frente a un mundo lleno de “imbéciles”:

Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos. Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. […] La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles (p.114).

De aquí, como nos muestra Hurtado (2017), en una de sus entrevistas a Elena Medel, esta refiere que no es la simple sensibilidad lo que la lleva a escribir sino su posición frente a una sociedad a la cual hay mucho que decir:

No, no escribo por sensibilidad. Como te decía, me interesa esa propuesta de diálogo que se realiza desde la poesía, esa posibilidad de intervenir en el entorno y en las circunstancias mediante el lenguaje; esa reflexión sobre lo que ocurre, los motivos que lo suscitan y las consecuencias que se originan, y que cabe en el poema. Para mí toda poesía -toda literatura, toda expresión artística- es social, y toda poesía es política. Incluso aquella que elude un posicionamiento lo es, desde su negación (Medel, 2017, p. 6).

Neruda, el Nobel de Literatura de 1971, también manifestaba esta despersonificación del Yo, a mediados y casi finales de su período poético como escritor, que se identifica, notablemente, en su poema “El hombre invisible”, escrito en 1954, podría resumir bastante bien toda la crítica que acaso esta investigación podría emprender. En una primera instancia, Neruda (2011) comienza con un pensamiento reflexivo pero respetuoso de los antiguos poetas, pareciera entonces una crítica del romanticismo y su siglo de oro:

Yo me río,

me sonrío

de los viejos poetas,

yo adoro toda

la poesía escrita,

todo el rocío,

luna, diamante, gota

de plata sumergida,

que fue mi antiguo hermano,

agregando a la rosa,

pero

me sonrío

siempre dicen “yo”

a cada paso

les sucede algo,

es siempre “yo”,

por las calles

sólo ellos andan

o la dulce que aman,

nadie más (p.6).

Así, la crítica de Neruda (2011) continúa y es tan dura que, de forma irónica y estilizada, los reprende y, seguimos pensando que se trata de aquellos clásicos, canónicos, bucólicos o románticos su principal destinatario:

Nadie sufre,

nadie ama,

sólo mi pobre hermano,

el poeta,

a él le pasan

todas las cosas

y a su dulce querida,

nadie vive

sino él solo,

nadie llora de hambre

o de ira,

nadie sufre en sus versos

porque no puede

pagar el alquiler,

a nadie en poesía

echan a la calle

con camas y con sillas

y en las fábricas / tampoco pasa nada,

no pasa nada (p.6,8).

No obstante, conforme avanza el poema, ¡pum!, como un choque de dos locomotoras que se encuentran en carriles que jamás se pensaron unificados, nos llega la noticia que también reprende a los hoy, tan amados, tan endiosados poetas malditos poètes maudits que nos trajo el modernismo francés y que fue parte también del movimiento modernista ecuatoriano.

Como dice Wilson (2014), en “poeta hermano”, se intuye, quizá, una referencia a la cita más famosa de Baudelaire a su lector “Hypocrite lecteur, - mon semblable, - mon frère!”, mientras que, el “maldito”, más allá de Baudelaire y el resto de los poètes maudits, puede hacer una referencia al mismo Neruda (2011) en sus tiempos románticos, antes de su paso al populismo marxista:

Hay huelga,

vienen soldados,

disparan,

disparan contra el pueblo,

es decir,

contra la poesía,

y mi hermano

el poeta

estaba enamorado, o sufría

porque sus sentimientos

son marinos,

ama los puertos

remotos, por sus nombres,

y escribe sobre océanos

que no conoce,

junto a la vida, repleta

como el maíz de granos,

él pasa sin saber / desgranarla,

él sube y baja / sin tocar la tierra,

o a veces

se siente profundísimo

y tenebroso,

él es tan grande

que no cabe en sí mismo,

se enreda y desenreda,

se declara maldito,

lleva con gran dificultad la cruz

de las tinieblas,

piensa que es diferente

a todo el mundo,

todos los días come pan

pero no ha visto nunca

un panadero

ni ha entrado a un sindicato

de panificadores,

y así mi pobre hermano

se hace oscuro,

se tuerce y se retuerce

y se halla

interesante,

interesante,

ésta es la palabra,

yo no soy superior

a mi hermano

pero sonrío,

porque voy por las calles

y sólo yo no existo,

la vida corre

como todos los ríos,

yo soy el único

invisible (p. 8-10).

Algo así se ve, a su vez, en el poema “Una nube en pantalones” de Maiakovski (2007). Escrito en 1912, fue posiblemente desarrollado ante la sonada alarma de invasión alemana a Rusia después de la Primera Guerra Mundial. Fiel exponente del partido socialista soviético, incapaz de vivir en un mundo que no fue lo que esperaba o por lo que luchaba, continuó su vida basando cada paso en sus principios, pero consciente de sus falencias, tanto de los burgueses soviéticos de aquel entonces, como del proletariado que tanto amaba y defendía (Pikouch, 2007). Así, se suicida el 14 de abril de 1930, después de vivir entre una guerra civil rusa desde 1917 y una fuerte depresión mitad por la desilusión del ambiente como por romances tortuosos. De Maiakovski (2007) nos queda el llamado a la acción ante la impasividad de una sociedad que no se mueve:

¡En mi alma no tengo ni un cabello canoso,

tampoco ternura senil!

Ensordezco el mundo con mi enorme voz,

camino hermoso,

de veinte y dos años (p.46).

Entonces, el poeta no es solo una vena sensible del entorno, no, es también un faro. Una luz que guía, que avisa, que alarma al resto para que despierte, de ese ensueño en el que caminan.

A su vez, el poeta es también, educador, un empático sabio que enseña a un pueblo a andar, después del odio de una revolución luchada, bajo la saña de la maldad y la dictadura, como Luis Mejía Godoy (1993) nos demuestra en su obra “La Venganza”:

Mi venganza personal será decirte

“Buenos días”, sin mendigos en las calles

cuando en vez de encarcelarte te proponga

te sacudas la tristeza de los ojos.

Cuando vos, aplicador de la tortura,

ya no puedas levantar ni la mirada.

Mi venganza personal será entregarte

estas manos que una vez vos maltrataste

sin lograr que abandonaran la ternura (p.88).

O, como Martí (2016) nos muestra, siendo un pintor de la vergüenza colectiva de su gente ante errores no olvidados, una neutralidad de tiempos juveniles, ese remordimiento del no saber actuar frente al mal y, como en las grandes épicas griegas, el momento cumbre de conversión del antes débil en un héroe, la aceptación del destino humano y la idílica batalla que se escoge:

¿Quién que haya visto azotar / a un negro

no se considera para siempre / su deudor?

Yo lo vi, lo vi cuando era niño

y todavía no se me ha apagado

en las mejillas la vergüenza…

Yo lo vi

y me juré desde entonces

su defensa (p.301).

Sin embargo, no es Ecuador la excepción del poeta que se acepta como ente social y que se levanta frente a una sociedad ciega, sorda y muda, como claramente se ha expuesto a lo largo de este recuento histórico y literato, que, quedó notablemente marcado con Olmedo (2010) en su “Canto a Bolívar”:

Yo me diré feliz si mereciere

por premio a mi osadía

una mirada tierna de las Gracias

y el aprecio y amor de mis hermanos,

una sonrisa de la Patria mía,

y el odio y el furor de los tiranos (p.277).

Conclusiones

Decir que la literatura ecuatoriana es escasa, es como llegar a la cima del Pichincha y, en vez de narrar el mundo de aquel entonces, fijarnos solo en el español colonizador. Es decir, centrarnos en un punto pequeño, de aquella sociedad, de los sucesos de aquella época, echando a un lado la belleza, realismo y unicidad que hace de “Nina”, la leyenda poética quechua que es.

Así, como en un poema, el Ecuador no es solo una parte pequeña de América Latina. Tampoco es un país carente de libros que puedan llenar una biblioteca. Es, cuando nos zambullimos en su mar de hogueras y abusos, un país que, con sus literatos, guarda la magia de cada época vivida. Una ancestral recopilación desde la guerra entre hermanos incaicos por el imperio hasta un “¡Y amarle pude!” que un pueblo no olvida.

El problema actual, sin embargo, es que si bien hay potencial talento en los poetas; o el poeta no quiere ser lector o el lector no lee sino un sesgo superfluo que, según la ola del momento o el círculo de poder, se considere “predominante” o valorado como “buena literatura”. Por otra parte, la viva alusión que se ha vuelto un adagio y que tanto daño hace porque no cura nada el problema, sin dársele solución: “Que en Ecuador no hay cultura”.

Entonces, el poeta, como lo fue antes, como lo es ahora en tantas tierras desprovistas de cumplimiento legal o de bochorno económico, es llamado a alzarse como su antiguo hermano aravico, “poeta indígena”, a escribir sobre lo que sucede, con el estilo que tenga-métrico fino o prosa poética-siendo inculcado y perfeccionado en su arte en una escuela que, lamentablemente, incluso en esta modernidad tecnológica, tampoco es una opción para todos; bien porque las escuelas tienen su sectarismo, bien porque no hay escuela. Bien, porque después de una escuela, tampoco haya una editorial y su voz se reserve en el silencio del olvido.

Que hoy solo los periodistas sean los perseguidos y no los poetas, mucha tela nos deja por cortar y, tanta crítica que dar. Hoy, se alza más que nunca aquel verso de Ana María Iza (2005) en su poema La Calle, donde ya en sus años tiernos, había comprendido y asumido su papel de poeta como ente social, como escritor y crítico, y, no solo eso, sino que da su lúcida revelación al resto como ella, para que se encienda y se prenda, como se debe prender el mundo ante la poesía:

Las calles os necesitan,

compañeros; de aquí, de todo el mundo,

empapelad las calles de poemas,

de rosas / y de gritos (p.37).

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Citación/como citar este artículo: Moreira, D. (2020). El poeta como ente social: crítica a la poesía ecuatoriana en las dos primeras décadas del siglo XXI. Rehuso, 5(2), 120-138. https://doi.org/10.5281/zenodo.6812402

Recibido: 12 de Febrero de 2020; Aprobado: 21 de Abril de 2020; Revisado: 02 de Mayo de 2020

Contribución de los autores: Autor Contribución Diana Victoria Moreira Vera Concepción y diseño, redacción del artículo y revisión del artículo

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