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Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales (ReHuSo)

versión On-line ISSN 2550-6587

ReHuSo vol.2 no.3 Portoviejo sep./dic. 2017  Epub 01-Dic-2017

https://doi.org/10.33936/rehuso.v2i3.1052 

Articles

AGROFORESTERÍA ABORIGEN Y DOMESTICACION DEL BOSQUE ECUATORIAL. LAS TIERRAS EQUINOCCIALES DE MANABÍ Y SU ECOLOGÍA CULTURAL.

AGROFORESTRY ABORIGINAL AND DOMESTICATION OF THE EQUATORIAL FOREST. THE EQUINOCTIAL LANDS OF MANABÍ AND HIS CULTURAL ECOLOGY.

Manuel Andrade1 

1 Universidad Técnica de Manabí. Ecuador. Facultad de Ciencias Humanísticas y Sociales


RESUMEN

Anteriores y recientes estudios de prospección arqueológica y etnobotánica, muestran que los pueblos indígenas aborígenes de la territorialidad del Manabí actual, desarrollaron sociedades complejas, con poblaciones densas para la época; las mismas que domesticaron un sin número de plantas, aplicaron técnicas avanzadas en el manejo de la tierra cultivable con tecnologías de ingeniería hidráulica, evolucionadas para la época; permitiendo una modificación del bosque tropical- seco y húmedo-primario, logrando l a supervivencia en su cotidianidad. Las evidencias sobre la domesticación y conservación de la naturaleza, no se cimentan en la generación de áreas de protección excluyentes de actividad humana, si no en el empobrecimiento de los suelos, el avance de la desertización y la fragilidad de un ecosistema sujeto a los cambios climáticos, producto del encuentro de las corrientes de Humboldt y del Niño. Las evidencias encontradas, sobre la fertilización de suelos producidos por los antiguos habitantes de esta zona costera establecen un desarrollo sostenible, en cuanto a reproducción y conservación de la naturaleza en la región

PALABRAS CLAVE: Agroforesteria; domesticación de bosques; sociedades complejas; estados iniciales

ABSTRACT

Previous and recent archaeological survey and ethnobotany, studies show that Aboriginal indigenous peoples of the territory of the current Manabi, developed complex societies, with dense populations for the period; the same that domesticated a number of plants, applied advanced techniques in the management of arable land with hydraulic engineering technologies, advanced for the era; allowing a modification of the tropical-seco and humedo- primario forest, making survival in their daily lives. Evidence on the domestication and conservation of nature, not will underpin the generation of mutually exclusive protected areas of human activity, if not in the impoverishment of the soils, the advance of desertification and the fragility of an ecosystem subject to climatic changes, product of the encounter of the streams of Humboldt and the child. Found evidence, on the fertilization of soil produced by the ancient inhabitants of this coastal area established a sustainable development, reproduction and conservation of nature in the region

KEYWORDS: agroforestry; domestication forests; complex companies; initial states

INTRODUCCIÓN

El marco interpretativo del trabajo se basa en una perspectiva arqueológica, antropológica y etnográfica dialéctica- interpretativa de los contextos y procesos de la evolución humana, del desarrollo material e histórico del hombre y las sociedades. Así, la interpretación de la historia costera del actual Ecuador, implica un proceso que circunscribe hacia una visión lineal-positivista sobre determinados elementos del contexto, a través de un compromiso coherente, deductivo, procesual e interpretativo, en tiempo específico, que explique una a una sus fracciones.

Para los estudiosos no es desconocido que las tierras ecuatoriales estuvieron densamente pobladas, antes de la colonización y sujeción a la monarquía española, en la que florecieron sociedades complejas en estados iniciales, toman do como base las crecientes evidencias materiales e interpretación de las mismas, los centros poblacionales urbano-arquitectónicos, su estructura socio-económica y jerarquico-sociales, la división del trabajo en tecno- especializaciones, que regían la vida comunal, la transformación y adaptación al entorno de conformidad a sus requerimientos, por ende la domesticación del paisaje ecuatorial costanero.

Factor último que desafía la conceptuación del pensamiento ecológico cultural y de los conservacionistas, quienes sostienen la idea de un equilibrio de la naturaleza para con el modo de vida y subsistencia de las sociedades aborígenes; basada, en la adaptabilidad a los límites naturales, como el empobrecimiento de los suelos agrícolas y la abundancia de animales de caza y pastoreo.

El pensamiento ecológico cultural, preceptúa la relación armónica entre la población y las tierras agrícolas secas y/o húmedas boscosas, donde prima una baja tasa o casi nula densidad humana, en centros urbanísticos anteriormente poblados, con tierras cultivables sustentables -tres cosechas anuales-, sistemas de irrigación a través del cultivo del agua, con agricultura de roza y quema, fertilizándolos con tierras negras, logrando la adaptabilidad de nuevas especies vegetales e implementación de una domesticación de la naturaleza, de los animales; así como, la interpretación y aplicación de complejos rituales para controlar la extinción o carencia de la caza de animales de monte o grandes y la captura de peces a las que tenían acceso, en sus ríos o en el mar.

Deducción que viabiliza la repuesta de adaptabilidad de nuestros aborígenes a una biodiversidad presente, pero frágil. Sin embargo, el eco de precepto ecológico cultural, esgrimido por Meggers (1971-/1981), permitieron concebir las áreas protegidas, precautelando a los pueblos indígenas amenazados por el avance civilizatorio; caso, que no se asumió en los pueblos costeños sujetos a las reducciones españolas, al replegamiento a tierras comunales, poco aptas para la actividades agrícolas, algunas de las cuales aún perduran para los pueblos de la costa sur.

Estas sociedades nativas, diezmadas en su conjunto, mutaron y reestructuraron sus comunidades, re componiéndolas, con los sobrevivientes étnicos. Los conocimientos ancestrales que ostentaban se desvanecieron, como aconteció con sus viviendas y campos de cultivo. Los saberes encarnados por múltiples rituales, que sostenían su cosmovisión, se desarticularon progresivamente.

Inicios de la agroforesteria aborigen

La presencia de los cazadores y recolectores como representantes del modelo antiguo de adaptación se presuponen en el territorio, aunque hay investigadores indicando que la escases de alimentos llevarían a que la ocupación permanente de las tierras ecuatoriales, costeras y bajas tropicales boscosas, fue posible únicamente después de haberse desarrollado la agricultura.

Bajo este enfoque es innegable la existencia de múltiples y diversos sistemas de agroforestería que posibilitaron a las sociedades ecuatoriales generar excedentes alimentarios para su subsistencia facilitando la manutención de su creciente población, lo que permitió la modificación del paisaje, fruto de su domesticación.

Los suelos agrícolas ecuatoriales tuvieron un uso intensivo, se presume de tres cosechas anuales, en cultivos de ciclo corto, bajo el control de los pobladores sedentarios que implementaron técnicas de labranza, irrigación y control de sembríos, junto o alrededor de sus núcleos residenciales, casi siempre de carácter familiar.

Vale destacar que al mismo tiempo, hubo la necesidad de la caza de especies de montaña y por ende la aplicación de sistemas de agroforestería con el objetivo de acrecentar los bosques con especies comestibles, lo que genera la selección de vegetación perteneciente a la zona, con sus tipos de clima, facilitando su inicial domesticación.

Es inevitable recrear a la luz de las evidencias arqueológicas la utilidad de las tierras cultivables en tiempos anteriores al proceso colonizador. El hallazgo de suelos antropogénicos, permite deducir que debían su fertilidad al enriquecimiento paulatino con material orgánico e inorgánico, suelos a los que se conoce como terra petra (tierra negra) u suelos aptos para los cultivos.

Conviene aclarar que la práctica de roza y quema, como sistema agrícola utilizado con frecuencia, resulta poco factible en tiempos aborígenes, debido a los rudimentarios instrumentos de labranza. Es decir, se requiere de cierta cantidad de tiempo y energía para desbrozar o descuajar un bosque natural con instrumentos líticos (hachas de piedra) o azadas de spondylus princes; c, se considera, que los bosques cercanos a las comunidades ya no eran originarios, ya que su contexto había sido modificado por la intervención del hombre, con la inclusión de especies agrícolas comestibles y de aplicabilidad humana.

Claro está, que transcurridos tantos milenios de manipulación de la agroforesta, resulta oneroso no aceptar el concepto de bosque domesticado y desechar el de bosque natural. Mucho menos, el manejo genético primigenio para elevar la productividad de las plantas destinadas a la agricultura de sustento. Estamos hablando de floras silvestres que fueron domesticadas e introducidas a las parcelas comunales, para que sirvieran de base alimenticia. Aunque según -(Mann, 2005; Posey,

2001; e.g. Clement, 1999)- este proceso de selectividad y experimentación se truncó con la incursión del avieso invasor “conquistador”.

Las tierras pródigas

Como es lógico suponer, las tierras aborígenes ecuatoriales guardan en su seno, la fertilidad primigenia y cuando se desgastaban eran regenerados por la tecnología del saber ancestral para su explotación consciente y consecuente, cuyo objetivo era el logro de una producción asumible, evitando, -en lo posible- la migración hacia otras tierras y el desgaste de la foresta (descuaje del bosque) con la instalación de otras fincas o granjas. Históricamente en lo que respecta a Manabí, se percibe un manejo equilibrado, decurrente y permisivo del manejo sustentable de los suelos a través del tiempo.

El pasado no es espejismo del presente

Las sociedades de cazadores y recolectores que en la actualidad ocupan las selvas tropicales sudamericanas -por ejemplo-, se encuentran en áreas que están siendo usurpadas por colonos armados con nuevas herramientas e impulsados por las presiones sociales, económicas y políticas (apertura de vías y comunicación), surgidas en los territorios más densamente poblados, quienes ejercen una importante presión sobre la tierra que no hace mucho ocupaban los cazadores recolectores, pretendiendo expandirse y apropiarse de territorios ancestralmente indígenas y hasta hace muy poco, considerados marginales. Esta proximidad entre unos y otros, evidentemente,

resulta en contactos y por ende en el intercambio de los bienes y los conocimientos que cada conjunto posee. Esto genera conflictos por el control de estos territorios. Hoy, el tema es de indagación antropológica; los investigadores ven las aristas de las colectividades nacionales como poderíos que aportan a desmembrar y a renovar nuevos entes en regiones que algunos llaman “zona tribal” (Ferguson y Whitehead 2001).

Bajo estas consideraciones subyacen diferentes concepciones del paisaje y de su uso. Este escenario y coyuntura, tiene particularidades únicas; sin embargo, es un proceso repetido y variado a lo largo de la historia de las tierras ecuatoriales; lo que posibilito la existencia de un mundo paralelo al “supuestamente civilizado”, en cuya entraña hemos depositado toda clase de permisibilidades contenidas en naturaleza (flora y fauna), recursos técnicos y humanos; política y “desarrollo”. Como es lógico, estos mundos, igual que los humanos, a medida que pasa el tiempo, se transforman; de tanto en tanto retornamos a ellos para mostrarnos y etiquetarnos con nuestros nuevos intereses. Así de esta manera, hemos erigido un cosmos industrioso e ilusorio, pero discontinuo, como lo son las utopías y las entelequias.

Domesticación de la Foresta

Preceptuar sobre la modificación antropogénica del boscaje ecuatorial, seria sumergirnos en multivariables dependientes de la incidencia humana y del factor situacional geográfico y climático de la tierra de ocupación y de labranza. Pero, lo más prudente es concebir que un buen porcentual de la tierras tropicales que han sido y son habitables, mantienen en su seno floras selectivizadas por la acción humana y re-generadas in situ por su utilidad; ya que las que no cumplían con estos estándares eran desechadas, cortadas o expulsadas de estos sembríos, según percepción de William Balée, 1989.

Otros estudiosos conciben que la mayoría de bosques primarios fueron alterados por la mano aborigen, quienes no solo desbrozaron los bosques, sino que los reemplazaron con otras especies de supuesta mejor utilidad o en su defecto despoblaron la espesura y dedicaron las tierras labrantías en de pastoreo - (caso Manabí)-. Es decir, se domesticaron los árboles, la flora alimenticia y fueron resembrados para obtener su frugal fertilidad en la cosecha. Transcurridos los años, se concluye, que luego de esta maniobra de sustentabilidad de las especies forestales, ya no es dable hablar de bosques primigenios- naturales, sino de parajes boscosos domesticados. Es presumible que esta manipulación del saber ancestral sobre el manejo de los cultivos, genere una biodiversidad genética en las especies nativas -(maíz, cacao, yuca y otros)-, dando por resultado, nuevas variedades.

Estas evidencias asumidas por la etnobotánica, también permite a los arqueólogos y antropólogos desentrañar en el curso de las investigaciones, del como nuestros indígenas plantaban y transportaban las especies potencialmente adaptables y mejoradas hacia otras zonas ecológicas, lo que permitía manipular o implementar nuevos ecosistemas con la finalidad de optimizar la productividad, haciéndose eco de su cognoscibilidad ancestral sobre fertilidad de suelos, mejoramiento de cultivos, aprovechamiento de fuentes de irrigación, saneamiento de los sembríos en sus parcelas agro forasteras establecidas en las laderas de los cerros u montañas, en los bosque seco-húmedos tropicales o en los hábitat naturales, donde satisfacían o generaban la cumplimentación de sus necesidades cotidianas de caza, recolección o producción de frutos de la madre tierra.

El paisaje de costa y sus tierras altas se convirtió en antropogénico -(metamorfoseado por el hombre y/o transformado o adaptado para beneficio propio)-; es decir, el hombre no sostuvo su adaptabilidad con el medio ambiente y más bien implemento un sistema de agroforestería de excedentes, generador de un comercio estable de intercambio y consolidación de sociedades jerárquicas basadas en la especialización de actividades.

La sustentabilidad de los suelos y el desarrollo

El proceso de la conquista nos desheredó de nuestras posesiones ancestrales, nos estigmatizo tanto, que pretendió invisibilizar nuestra identidad. Nos convirtió en excluidos, en nuestra propia tierra. Tal es el punto, que tuvimos que recluirnos montaña adentro, obligándonos a reconstruirnos, a involucionar en nuestros logros, en nuestras relaciones sociales y de producción establecidas, dejando arquitecturas urbanas y modos de vida establecidos; perdiendo cuasi la memoria y el conocimiento ancestral, felizmente rescatados por la acuciosidad de los arqueólogos, antropólogos y etnobotánicos, quienes, prestos han estado para rescatarnos del olvido.

Hace más de doscientos años se formularon preguntas en relación con la densidad demográfica en las sociedades, considerando el crecimiento poblacional como un proceso que llevaba a las colectividades a someterse a graduales ciclos de “progreso” y “miseria”, que a su vez, sistematizaban y expresaban las relaciones entre la población y los recursos disponibles. Exceder el límite “natural” de los caudales aprovechables, conllevaba a la “miseria”. El mundo enfrentado a un cambio profundo erigió una gran pregunta: ¿Si los humanos se han trazado la ruta de una acelerada evolución hacia un desmedido, y por tanto pasmoso progreso; o si están expiados a una perenne oscilación entre el bienestar y la desventura, y ulteriormente de cada esfuerzo, no obstante, se encuentra a una distancia inmensurable de aquello que tienen como objetivo?. Malthus 1998:2-3.

El síntoma que revelaba el progreso o la indigencia no es otro que la conducta de la población. La elucidación propuesta, en aquel tiempo, admitía que concurrían componentes naturales, que mantenían a las poblaciones más o menos en equilibrio con los patrimonios adecuados.

Considerando el tema medular de este trabajo, estimamos que, si bien, pertenecer a una sociedad con base agrícola de manutención, significa que la mayor parte de los productos provienen de esa actividad; pero aun así, son permisibles diversas combinaciones con otras estrategias económicas para el logro del bienestar común.

La población, su bienestar y

el desarrollo de la agricultura

Sabemos qué hace 8000 - 3200 años ya existían algunas plantas

cultivadas en sitios como Real Alto y/o Valdivia y otros en Ecuador. Es razonable suponer que con mucha anterioridad a esta época ya se estuvieran manipulando las floras. La adopción de la agricultura o la creación de la misma es un proceso continuo de cambio gradual, no una revolución como se pensara en el pasado. Lógico es decir, que la agricultura, es la que nos ha permitido vivir en pequeñas y complejas ciudades. Sin la agricultura como proveedora de alimentos, nunca hubiéramos podido construir la sociedad actual, ni hubiésemos logrado el grado de desarrollo de la mente humana, hasta llegar al logro de los sistemas informáticos que operan y con los que conducimos al mundo, y aún menos iniciar la exploración espacial. Concluyentemente es inconcebible nuestra vida presente sin plantas domésticas, su producción fue uno de los iniciales pasos en un largo trayecto que coligamos, de una u otra manera, con la palabra desarrollo.

A pesar de que el concepto “progreso o desarrollo” no es claro, al menos no tiene el mismo significado, cuando intentamos contrastarla con aquello que estamos al tanto de los cazadores y recolectores del pasado y del presente. Los datos compilados de las primeras sociedades que ingresaron por el camino de esta transformación, estiman, que la salud de sus miembros fue inferior a aquella de sus antecesores cazadores y recolectores. Los padecimientos coligados a una mala manutención, así como, un sustancial ascenso de “condiciones” generadas por parasitismo, que pudieron causar desnutrición, parecen acrecentarse exponencialmente en los inicios de la agricultura (Cohen 2002, p. 17). Esto sin mencionar problemas como aumento de caries y abscesos dentales propios de la dieta de los agricultores, reducción del tamaño de la dentadura, y desarrollo de deformaciones como secuela del cambio en las prontitudes de manutención (Larsen, 1995).

Las condiciones de salud de estos primeros agricultores parecen ser, a todas luces, muy inferiores inclusive a aquellas de los modernos cazadores y recolectores. Aparentemente este nuevo modo de vida no ofrecía ninguna ventaja evidente a quienes la practicaban, según sugieren los datos con los que se cuenta. Entonces, la pregunta es: ¿Si la vida iba a ser más difícil como agricultor, por qué siguieron ese camino?

Varios ensayos han sido ejecutados para concebir un patrón que dé cuenta de tan asombrosa innovación. La inferencia subyacente en los mismos, es que las condiciones de vida de los cazadores y recolectores que tomaron el camino de la agricultura, debían ser tan absurdamente desesperadas, que la mejor iniciativa para subsistir, resultaba ser la agricultura.

Hipotéticamente, ésta, de ningún modo era la respuesta óptima, sólo era el mal menor, de los muchos que aquejaban a estos aborígenes.

Historia, sociedad y naturaleza

Algunos académicos realizaron importantes esfuerzos en este sentido (ver por ejemplo Wolf, 1982). Pronto los señalamientos de los descendientes de quienes en otro tiempo no tenían voces se hicieron sentir. Los mismos no sólo acusaban a exploradores y conquistadores, sino que señalaban a algunos antropólogos por haber perpetuado imágenes que soportaban una relación en la cual el europeo y sus descendientes eran superiores al nativo y su descendencia.

La tendencia analógica en las historias de sociedades disímiles (Marshall Sahlins, 1964), no sólo se personifica en los valores que se hacían de estas sociedades únicas, sino por su exterior, que para el caso era simbolizado por su contexto ambiental; creando un espacio que accedía a generar nuevas definiciones. De esta manera, repasar las historias patrimoniales comunes, nos faculta la interpretación evaluativa dialéctica o una lectura diferente que parte de los significativos fragmentos que ellas mantienen en su seno y que son pertenencia sine qua non de unas cuantas manifestaciones culturales.

Resultaba evidente para muchos que las relaciones entre los europeos y aquellas otras sociedades que habitan el planeta habían generado imágenes que debían ser reexaminadas cuidadosamente. Por ello, para poder entender su historia o historias, es necesario considerar la diversidad que intenta negar como movimiento económico, cultural y ecológico, la cual al fin y al cabo lo fundamenta. Como dice Sahlins “uno no puede hacer buena investigación histórica, siquiera en historia contemporánea, sin considerar las ideas, acciones y ontologías que no son y nunca fueron nuestras” (1995:14). Es en este espacio donde se conjugan los problemas del presente, como lo son los síntomas de la crisis ecológica y social -pérdida de biodiversidad, calentamiento global, insostenibilidad, pérdida de saberes ancestrales, cambios en los patrones de consumo, y una redefinición de las relaciones sociales, entre otros- y las representaciones asociadas y generadas por estos procesos como parte de la historia. Es aquí donde la antropología ha ofrecido y puede seguir ofreciendo un interesante campo para la reflexión. Un espacio para pensar.

Los trabajos en Ciudad de los Cerros de hojas y Jaboncillo, realizados por Saville 1906; López y Delgado 1910; equipo multidisciplinario del proyecto Ciudad de los Cerros 2010-

2011, y otros; nos presentan una sociedad organizada y planificada arquitectónicamente, con una densidad poblacional sorprendente, con un ecosistema manejado responsable, rigurosa y tecnológicamente adelantado a la época, con terrazas agrícolas antropogénicas, sistemas de cultivo y captación del agua, pozos artesianos, albarradas, farallones, camellones, estructuras habitacionales, recintos sacros, sistemas de acumulación de excedentes alimentarios (silos), observatorios astrales, canteras y talleres con los que confeccionaban sus estelas, sillas de piedra, columnas, incenciarios, bases de sus construcciones y demás elementos propios de constructos urbanísticos únicos y altamente desarrollados, diferentes a los que nos muestran otras civilizaciones, estructura arquitectónicas que se encuentran prospectadas en un área de 3.500 hectáreas patrimoniales iniciales. Se estima que las múltiples “ciudadelas” encontradas y que están siendo puestas en valor, estaban unidas material, sacra y físicamente por su ecosistema, sus vías de conexión terrestre (camineras de piedra), sus canales de agua, sus accesos entre las viviendas y los centros de producción, por su agricultura intensiva sostenida, sustentable e interrelacionadora entre los espacios geográficos ocupados -habitacional, productiva, religiosa y políticamente-, por un febril comercio local y foráneo, que en definitiva tenía la finalidad de abastecer las necesidades locales de toda índole y mantener-fusionar el poder político jerárquico local, mediante alianzas regionales políticas, comerciales y por qué no, bajo elementos coercitivos de poder mediático. En tal virtud, el paisaje al que hacemos alusión, tenía hilvanado, una secuencia de poblados, tierras agrícolas y bosques de sustento vegetal regenerado y de caza adaptativa (fauna local), vías de comunicación y comercio, sacralidad iconográfica y contactos especializados con otros pueblos del entorno y más allá de sus fronteras.

Para el tema de la agroforestería, en tiempos casi actuales, los conservacionistas y desarrollistas han esgrimido presupuestos y prejuicios, que es necesario desvirtuarlos:

1.- Se ha estimado que los sistemas naturales y la biodiversidad han estado desligados de la actividad humana, por lo que se concibió el concepto de áreas protegidas excluidas de la acción humana. Pero a la luz de los factos se concibe que la mayoría de las florestas responden al ejercicio de manipulación y trasplante de especies requeridas para la supervivencia humana. El manejo de los recursos naturales y protección de la biodiversidad no responde a políticas expresas de preservación de los ecosistemas, sino se considera la participación e injerencia del ser humano.

2.- Las tierras ecuatoriales, en especial las de la costa, no responde al concepto de poseer recursos ilimitados para su explotación; pero, tampoco su área territorial goza de una fragilidad extrema. Probado esta, que la misma puede abastecer con sostenibilidad y sustentabilidad una gran población, conservando su fronda y su biodiversidad. Por lo que urge rescatar los conocimientos ancestrales en la maniobrabilidad del manejo de los sistemas agrícolas y forestales en regeneración de especies de flora y fauna, paradigmas de una domesticación del recurso ambiente en pro de los requerimientos de la población. En este contexto se podría establecer modelos alternativos para evitar la desertización e inutilización de los suelos agrícolas costeros, tanto como la reimplantación de especies -flora y fauna- útiles al ser humano, en bosques -secundario y primarios- aún existentes, (estableciendo una forestería análoga, aunque se considere una excomunión para los conservacionistas), ya que los patrocinios sociales de preservación de zonas boscosas es condición prioritaria para la preservación del planeta.

Las sociedades con características “especiales” en el área ecuatorial costera; a la luz de las evidencias y nuevos hallazgos, requieren una urgente explicación sobre su surgimiento y desarrollo. Estimamos que sólo abordando el tema desde un punto de vista teórico e interpretativo dialéctico, podríamos definir y confrontar sus componentes, para aclarar hipótesis e interrogantes, tales como: ¿Cuáles serían las peculiaridades específicas y concretas de estas “sociedades complejas”, que puedan generar conjeturas para estimar su desarrollo socio-económico/urbano, como estado iniciales aborígenes y semejanzas con otras sociedades situadas en otros territorios? ¿Cómo podríamos definir estas sociedades?

A mediados del siglo XX, resurgió renovada la teoría de la evolución en antropología, la misma que proponía la utilización de métodos adecuados para evidenciar las generalizaciones que se podrían acometer en la interpretación del desarrollo de las sociedades (Boas 1938;

2001). En cierto modo, esto provocó el retomar de las interrogantes del pasado. Esta intencionalidad, podemos asumirla de esta manera: Si la teoría evolutiva era adaptable a las sociedades, la misma viabilizaría la dilucidación de diferentes organizaciones-sociedades en un continuar histórico con valor evolutivo. Lo que determinaría una trayectoria de mutación, cuantitativa y cualitativa, detectada para el proceso de surgimiento de “sociedades complejas”, itinerario que no necesariamente debía emplearse a casos específicos.

Este criterio de evolución social o formas históricas de la comunidad de los hombres, conlleva de por sí, elementos colaterales constitutivos de la morfología de las sociedades - estructura y supra estructura-; lo que, para ciertos estudiosos, no precisamente esto demanda de una progresión inmutable, sino que asumían las variaciones -colapsos, retrocesos, empoderamientos, permisibles y posibles- facultados en teoría, por el desarrollo histórico de las sociedades. Pero esta teoría requería definir módulos con los cuales poder constatar y confrontar los cambios previsibles. Ante este axioma, los antropólogos/arqueólogos evolucionistas establecieron categorías instituidas en variables y definiciones etnocéntricas que suprimían el carácter dinámico de la evolución, mientras circunscribían los temas estudiados en categorías de autos contenidos y carentes de sentido.

Lo antropológico y lo arqueológico

Tylor (1871), estimaba que los contenidos estudiados por los naturalistas -plantas, animales, paisajes, que definían- tenían un mismo valor mediático, igual que para el etnógrafo, clasificar lo que él consideraba contenidos o rasgos de una “cultura”/factos de una sociedad -cotidianidad y artefactos, mitos, crónicas, especialización de trabajo y otros elementos coadyuvantes-, permitían englobar geográfica e históricamente las relaciones sociales y de producción, en la convergencia de las apreciaciones. A diferencia, la nueva concepción de la teoría evolutiva, destacaba los procesos, trascendiendo las categorías. El criterio era, concebir la evolución social como un proceso de reorganización en disímiles niveles de complejidad (Flannery 2002). La intencionalidad busca revelar los dispositivos que integran los procesos adaptativos, en espacio y tiempo-contemporalidad, configurando las diversas formaciones humanas. Este diseño ponderaba que las categorías interpuestas, tendrían sentido cuando se ejecutaran balances entre disímiles trayectos; siendo esta interconexión el nexo validante del método contrastante- comparativo propuesto como antinomia para regenerar una realidad antropo-arqueológica.

Vale destacar que antropólogos y por qué no los arqueólogos, han creído auscultar en el registro etnográfico y etnohistórico, una categorización organizativa inicial, la de los cacicazgos; conceptuación jerárquica prevalente en medio de las sociedades iniciales y comunitarias. Sin embargo, estimo, que siendo esta forma de organización muy usual en las comunidades aborígenes de la costa, no destacan aun, estudios a profundidad sobre tal singularización de manejo socio-político; por lo que se evidencia que su categorización/contenido, tenga innúmeras y variables conceptualizaciones. Es tal, la percepción de los estudiosos, que algunos prefieren omitir o invisibilizar el término (p.e., Feinman y Neitzel 1984; Upham 1987). Las caracterizaciones conceptuales actúan cuando se especifica una delineación abreviada del contexto, bajo discernimientos o por inferencias definidas, pero no son tan lucrativas cuando se aspira utilizarlas para explicar cómo las disímiles manifestaciones, socioculturales, se transmutan. Estimando que muchas de estas categorías manifiestas se fundamentaban en el uso de analogías ejecutadas a partir del registro etnográfico. Aunque no es ocioso pensar que pretéritamente coexistieran formas organizativas y adaptativas desprovistos de contrapartes en el actual registro etnográfico. De ser verdad, realmente no nos agradaría obnubilarnos en un pasado desconocido, o nos forzaríamos a interpretar el mismo utilizando un presente impropio, como hipotético básico de lo propuesto. No obstante, al contextualizar esta categoría, se nos facultara rastrear hipótesis e inquietudes que son fundamentales en la historia erigida por antropólogos y arqueólogos en la costa ecuatorial y

Estimar aseveraciones sobre los procesos de cambio. Desde la óptica arqueológica, se ha esgrimido una enérgica crítica a la sistematización clasificatoria y estratificante, para la comprensión pretérita de las organizaciones humanas. Reconocidas las limitaciones de estas metodologías sistémicas, (Yoffee. 1993), no es de dudar, que sin ellas, tampoco obtendríamos datos fidedignos, comparaciones significativas, selectivizaciones factuales, entre disímiles trayectos históricos y menos aún concebir los procesos mediáticos que virtualmente las conciben.

Conclusiones

Existen diferentes grafías de ver el pasado. Ciencias como la antropología, etnografía, etnología y la arqueología son considerablemente complejas; las mismas que transponen sus derroteros por sí solas o en mixtura aportan a una mejor comprensión de las sociedades aborígenes. De manera equivalente generan y construyen espacios e interrogantes, patrones e “ilustraciones” de la maniobrabilidad y tratativa de los cosmos “recreados” por antropólogos y arqueólogos. Antropólogos evolucionistas -(hace una centuria)- y sus precedentes, percibían a los aborígenes, específicamente a los que vivían en la costa ecuatorial y amazonia, como elementos fantasmagóricos de tiempos pretéritos o simplemente no existían. Los mismos que, invisibilizados como estaban -de la historiografía y de los textos-, gestores de una heredad patrimonial irreconocida, representaban una realidad pasada innegable, pero desconocida por la racionalidad cientista, visión que venía manteniéndose por más de quinientos años a través de la colonización del pensamiento impuesto por la agresiva imposición de los conquistadores, (Mora 2005).

La aplicación del método comparativo, al dato etnográfico, generó en el particularismo histórico nuevas posibilidades de expresión; el mismo que preveía la preexistencia de un cosmos pretérito, revelado por los símiles entre los desemejantes materiales culturales, tangibles e intangibles, que los etnógrafos hallaban y reportaban. Este universo, aunque permisible, trascendía por esquivo y hermético; entre otras vicisitudes, el debate entre la presencia de ejes de creación y áreas de dispersión de las tipologías culturales concebidas en dichos centros sólo aportaba a establecer cartografías con rutas, que poco o nada explicaban. Estos mapas se dibujarían de nuevo cuando la idea de adaptabilidad, propuesta por Julián Steward (1973) tuviera eficacia como artífice de los dispositivos para concebir el cambio cultural. El pensamiento de Philip Phillips (1955), convergiría en un suceso perceptivo del mundo pretérito, de la arqueología como antropología y su objetivación como un proceso de adaptación dinámico y complejo. Estábamos forzados a admitir que la etnografía no era capaz de revelar por si misma el pasado. No obstante, esta permuta en lo preestablecido permitió inferir “partes” del mismo. Surgió la posibilidad de transformar las crónicas y descripciones de los intrusos conquistadores y etnógrafos, en documentos de lectura interpretativa para la construcción de analogías y teorías sobre el comportamiento humano; a su vez, adicionalmente era posible hacer una lectura de los objetos, simultáneamente con la realización de una experimentación controlada, para inferir las actividades en los cuales éstos habían participado. De este modo la insurrección iniciada en el cuestionamiento de la posición de la arqueología en la antropología, y por tanto su filosofía (Binford 1989; Preucel 1991), daría origen a la etnoarqueología: etnografía practicada con métodos de etnógrafos para delimitar e interpretar las preguntas de los arqueólogos. Un espacio para futuras performances sobre el valor simbólico de los factos, pueblos y sus naturalezas (Arnold. 2003). Un espacio pugnado por diferentes tendencias de la arqueología del siglo XXI.

Una nueva concepción de la historia y de las relaciones ecológicas, como parte de la misma, va tomando forma, desde la antropología. Los antropólogos abordaban el “ámbito” ocupado por las comunidades estudiadas, como derivación de una evolución, o mejor, de una co-evolución. Estos dos componentes -ámbito y sociedad- que a pretérito habían sido conocidos como módulos analíticos disímiles, ligados por relaciones causales, deterministas, concebidos a partir de una apariencia concurrente o de una exigua sima transitoria, hoy en día se entretejen en la historia a través de sus misceláneos interactuantes. Expresados en el paisaje, memoria taxativa de las prácticas sociales, de las acciones asumidas en las diversas comunidades humanas y las cosmos-ideas gestadas en la línea del tiempo. Perceptiblemente, estos contextos de espacio geográfico, sólo puede ser vistos y definidos, como resultado de una historia social y ecológica, que es una misma. Esta forma de ver la historia, para autores como Carole Crumley (1994), se concibe y fundamenta, en la indagación de las sempiternas relaciones dialécticas entre los eventos humanos y los sucesos de la naturaleza, que se exteriorizan en el paisaje. Obviamente hemos entrado en la dimensión de lo imaginario, pero como estos sitios existen en la realidad como componentes del paisaje, y son señalados por los indígenas como componentes de su concepción de la naturaleza… (Reichel-Dolmatoff 1996a: 45-

48), nos hemos cimentados en su realidad, para desde allí generar propuestas hipotéticas.

Nuestra proposición, aunque muy escueta, ha sido resaltar la importancia que la foresta y los suelos antrópicos - (Cerros de Hojas y Jaboncillo)-, cultivados, utilizados, habitados y domesticados por nuestras comunidades aborígenes, han tenido para la relación hombre-naturaleza y proyección de su vida en sociedad. Esto ha generado expectativas e interrogantes para podernos explicar con mayor diversidad de conocimiento las formas organizativas de las sociedades que habitaron en la costa ecuatorial, de estos territorios equinocciales, en el pasado, esperando con posteridad, seguir auscultando, interpretando e investigando sobre su cotidianidad, sus técnicas y especialidades de producción, manejo del agua y de suelos, su estratificación y jerarquización social, sus saberes ancestrales, sus eventos antrópicos, geológicos y naturales, el manejo político, económico y sus relaciones intermodales con otros poblados, los mismos que por el momento, no son suficientes para explicar las razones y los procesos que pudieron dar origen al surgimiento de sociedades políticas complejas; ya que la complejización es mucho más que una simple respuesta a la abundancia en la producción, a la especialización del trabajo, al comercio multi- espacial, a la jerarquización en castas sociales, a liderazgos o cacicazgos y otros factores, propuestos por Gordon Childe, que serían el preámbulo de nacientes estados iniciales aborígenes. Tampoco lo esquematizado, es, como muchos lo piensan, «un paso lógico» en la historia de las sociedades. Estimamos, que es ante todo, una respuesta a la dinámica interna de cada sociedad. Por ello su evaluación exclusivamente desde una perspectiva socio-económica no resulta ser nunca una explicación apropiada.

A pesar de lo expresado, hay algo en el ámbito o entorno físico que promueve estas reacciones, ya que la naturaleza juega un rol primordial en el desenvolvimiento y desarrollo de las sociedades. Estos lugares o espacios -(Cerro de hojas y Jaboncillo)-, tanto como lugares, productivos, sacros, poblacional demográfico, de construcciones arquitectónicas y

otras expectativas naturales-antrópicas, no constituyen necesariamente ecosistemas, pero los indígenas los mencionan y los enumeran como subdivisiones ecológicas, como partes esenciales de su hábitat y cosmovisión. Son puntos liminares en los cuales se pueden dar transformaciones; pero así mismo, lugares en los cuales muchos valores son abolidos y reemplazados por otros, territorios que quedan fuera de tiempo, pero que necesariamente se articulan con la voluntad de supervivencia y creación del hombre.

En torno al planteamiento ecológico, William Balée (1998), ha expresado en cuatro postulados la exteriorización de este concepto:

1.- La biosfera ha sido afectada por las actividades humanas.

2.- La degradación de la biosfera y la extinción de especies, no necesariamente es fruto de actividad humana.

3.- Tampoco, se crean condiciones favorables, en la biosfera, para los humanos y para otras especies, aumentando el número y la cantidad de las mismas.

4.- Los diferentes sistemas sociopolíticos y económicos, en contextos regionales específicos, tienden a generar efectos disímiles en la biosfera a nivel cualitativo, los cuales afectan las formas de vida no humanas en su abundancia y número de especies y por tanto afectan las subsecuentes trayectorias del entorno en las mismas regiones.

Con estas premisas, Balée (1985) destaca los trayectos locales, pretendiendo percibir la integralidad de la historia. Admitiendo que “ningún ecosistema puede ser entendido de forma separada de los impactos humanos pasados y presentes” (Russell 1997, p.17). Indubitablemente este “punto de vista” implanta un ignorado espacio para la performance de antropólogos y arqueólogos, obligándolos a deliberar sobre el porvenir, accionar considerado como razón y baluarte de este enfoque y trabajo. Bajo esta inferencia, concebir las relaciones entre la ecología cultural y las comunidades aborígenes y presentes, nos resulta significativo como objetivo final del presente trabajo.

Estamos conscientes que la irracionalidad de lo considerado como espacio intocado -la visibilización de nuestros antecesores indígenas y la heredad patrimonial (paisajista y humana)-, es cada día más y más parte de la historia, que debemos asumir urgentemente. Es necesario abstraernos, para ver a los humanos transformando el paisaje y cambiando con él, alimentándose mutuamente, gestando su cotidianidad de supervivencia y creación de su cosmología y saber ancestral; es percepción que debemos ponderar y poner en valor, como responsabilidad fundamental por perennizar los constructos que nos heredaron para enarbolar nuestra identidad y memoria.

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Recibido: 08 de Septiembre de 2017; Aprobado: 18 de Noviembre de 2017

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