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Estado & comunes, revista de políticas y problemas públicos

versión On-line ISSN 2477-9245versión impresa ISSN 1390-8081

E&c vol.1 no.18 Quito ene./jun. 2024

https://doi.org/10.37228/estado_comunes.v1.n18.2024.341 

Articles

Jóvenes universitarios, violencia e inseguridad en Colima-México: abordaje desde las representaciones sociales y vulnerabilidades

Young university students, violence and insecurity in Colima-Mexico: approach from social representations and vulnerabilities

Aideé Consuelo Arellano Ceballos1 
http://orcid.org/0000-0002-9680-8623

Alicia Cuevas Muñiz2 
http://orcid.org/0000-0003-2910-6282

Arnoldo Delgadillo Grajeda3 
http://orcid.org/0000-0003-2399-7395

1Profesora investigadora en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, México, aidee@ucol.mx

2Profesora investigadora en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Colima, México, alicia_cuevas@ucol.mx

3Profesor en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima, México, adelgadillo@ucol.mx


Resumen

Este artículo reflexiona sobre cómo la violencia e inseguridad ciudadana que atraviesan los jóvenes en el estado de Colima, en especial, los municipios de Colima-Villa de Álvarez, influyen en la actitud, información e imagen que tienen de estos actos delictivos. Este abordaje considera la teoría de las representaciones y las vulnerabilidades (social, educativa, institucional y psicosocial). Los hallazgos provienen de encuestas y entrevistas dirigidas a jóvenes que estudian en la Universidad de Colima. La representación que cada joven tiene de la inseguridad va a depender del tipo de vulnerabilidad que atraviesa: ausencia o no de información, de sus (in)capacidades para enfrentar situaciones de riesgo y de las estrategias de Estado para brindar protección. Según el estudio, la juventud de esta localidad recurre a capacidades psicosociales como la alerta, el aislamiento, la cautela, la sensación de pérdida de libertad. Los autores sugieren que pasar desapercibidos para la delincuencia sería un mecanismo hacia su sobrevivencia.

Palabras clave: jóvenes universitarios; Colima-Villa de Álvarez; representaciones sociales; vulnerabilidades diferenciales; violencia; inseguridad ciudadana

Abstract

This article reflects on how violence and public insecurity experienced by young people in the state of Colima -particularly the municipalities of Colima-Villa de Álvarez- influence their attitude, information, and image of these criminal acts. This approach considers the theory of representations and vulnerabilities (social, educational, institutional, and psychosocial). The findings come from surveys and interviews with young people studying at the University of Colima. The representation that each young person has of insecurity will depend on the type of vulnerability they experience: absence or lack of information, their (in)capacities to face risk situations and the state’s strategies to provide protection. According to the study, young people in this locality resort to psycho-social capacities such as alertness, isolation, caution, and a sense of loss of freedom. The authors suggest that going unnoticed by delinquency would be a mechanism for their survival.

Keywords: young university students; Colima-Villa de Álvarez; social representations; differential vulnerabilities; violence; citizen insecurity

Introducción

Colima, ubicado sobre la costa del Pacífico, es un estado mexicano que se encuentra inmerso en una fuerte ola de inseguridad y violencia, resultado de las luchas entre cárteles de las drogas y los brazos armados de las mafias que operan al interior y que afectan, por supuesto, la vida cotidiana, las actividades, los recorridos diarios, las percepciones y los espacios de reunión y encuentro de la ciudadanía. Aunque es una situación de vieja data, el problema se agudizó con la fragmentación de bandas criminales en 2014 que propiciaron el surgimiento de nuevos grupos de autodefensas, locales y regionales del tráfico de droga que afectaron a Colima, a sus municipios y otros estados del Pacífico central (Lantia Intelligence, 2019-2020).

Los homicidios dolosos en México han tenido un incremento, una media nacional de 13,28 en 2015 a 21,93 en 2021 por cada 100 mil personas (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 2022), pero en Colima los indicadores apuntan a que se trata de la ciudad más violenta de México. Colima reportó un incremento de 22,45 casos en 2015 a 59,45 en 2021, mientras que en 2022 fueron 91,21 casos, pese a que el promedio nacional de ese mismo año se situó en 20,20 (Ibid.; Instituto para la Economía y la Paz, 2023). Se trata, entonces, de un territorio de alto riesgo y con una violencia extrema que supera límites.

La violencia criminal se encuentra asociada al control del puerto de Manzanillo (el 2.do más importante del país, luego de Lázaro Cárdenas, en Michoacán [Fuentes y Peña, 2016;) y de los municipios que conforman el estado (InSight Crime, 2023). Colima y Villa de Álvarez (Colima-Villa de Álvarez, de ahora en adelante), luego de Manzanillo, fueron dos de los municipios que registraron el mayor número de homicidios dolosos de todo el estado en 2021 con 93 y 99 casos, de forma respectiva (Osorio y Baltazar, 2022). El mapa 1 contiene la ubicación territorial del estado de Colima y los municipios señalados.

Fuente: Instituto Nacional de Estadística y Censos (Inegi, 2022a)

Mapa 1 Ubicación geográfica del estado de Colima y de los municipios Colima-Villa de Álvarez 

El estado colimense ha sido fragmentado y controlado por distintas bandas criminales. Es un territorio que subsiste con el temor, la desconfianza, el “encerramiento” y el riesgo de los ciudadanos de vivir y transitar en este, ya que “persisten relaciones que tienden al encapsulamiento, buscando refugio frente a peligros reales e imaginarios; la desconfianza y el temor marcan la inminencia de un riesgo permanente, así la subjetividad de cada persona definirá la forma de actuar, a veces consciente y otras de manera lateral” (Chávez, 2009, pp. 1-2). La vida cotidiana de cada persona se ha visto afectada por la inseguridad, hay una alarma constante de ser víctima de atraco o delito, dimensión subjetiva que se alimenta de datos concretos, como que la mayoría de homicidios ocurren con armas de fuego (71 % víctimas hombres y 86 % mujeres en 2021) y en el espacio público1 (frente a testigos) (Osorio y Baltazar, 2022).

Ocho de cada diez delitos cometidos en México tienen lugar en la calle o en el transporte público, percibiéndose por los habitantes como ciudades inseguras. Asimismo, ocho de cada diez delitos de robo con violencia se realizan con arma de fuego, y en tres de cada diez se hace uso de ella lesionando a la víctima, siendo el porcentaje mayor de víctimas del sexo masculino (Robles, 2014, p. 95).

Los jóvenes son parte de las poblaciones en riesgo. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas en México, el Instituto Mexicano de la Juventud y el Consejo Nacional de Población (2021), 24,8 % de jóvenes entre los 18 y 29 años, por cada 100 mil habitantes, ha sido víctima de algún delito. No obstante, la posibilidad de ser víctimas de un delito atraviesa a todas las personas y va a depender de la representación social que cada quien tenga de la inseguridad: “los sujetos lo perciben a partir de los estímulos a los que se exponen, de tal forma que se apropian de un discurso que los lleva a modificar comportamientos y realizar acciones que se vuelve habituales” (Chávez, 2009, p. 14). Se trata de un escenario bastante complejo que se nutre con el contacto directo o indirecto que se mantiene con hechos violentos y las medidas de aislamiento: el 49,7 % de colimenses ha identificado disparos frecuentes en los alrededores de su vivienda, el 57,5 % ha cambiado sus hábitos de llevar ciertos elementos de valor a la calle, el 60,0 % evita salir en las noches y el 47,1 % evita salir de su casa (Ibid.).

Por todo lo anterior, este artículo busca comprender cómo los jóvenes de Colima-Villa de Álvarez construyen sus representaciones de la violencia e inseguridad, construcciones que van a depender del riesgo al que cada uno se enfrenta, es decir, de sus vulnerabilidades diferenciales a nivel social, educativo, institucional y psicosocial. Las personas poseen capacidades y comportamientos para sobrellevar y hacer frente a la violencia, esto dependerá del tipo de vulnerabilidad o riesgo que atraviesa (Arellano, Cuevas y Robles, 2021). Por ende, “comprender lo que perciben, sienten y viven en un espacio y territorio muy particular, nos ayuda a interpretar la forma en cómo se configuran las relaciones que se establecen entre ellos mismos y con el entorno vivido” (Ibid., p. 5). La conexión entre representaciones sociales e inseguridad y violencia han sido abordados por Maya (2012), Molina et al. (2013), Barbachán et al. (2017), Cancelado (2018), entre otros.

La metodología de esta investigación es cuantitativa y cualitativa, por lo que se recurrió a la encuesta y entrevista semiestructurada. La primera fue aplicada a 61 jóvenes (34 mujeres y 27 hombres). El muestreo es no probabilístico, no hay representatividad estadística y se seleccionó la muestra conforme a la disponibilidad de tiempo de la persona encuestada, comodidad y economía (Salkind, 1998). El cuestionario estuvo conformado por 21 preguntas, de las cuales, 19 eran de opción múltiple y 2 abiertas. Su aplicación fue en línea por medio del formulario de Google. La sistematización se realizó en una base de datos de Excel y para el análisis se empleó el software SPSS, cuya base codificó las respuestas y frecuencias en función del sexo, rango de edad, escolaridad, preguntas dicotómicas (SÍ o NO), entre otras.

Por su parte, las entrevistas semiestructuradas fueron aplicadas a 15 jóvenes (7 mujeres y 8 hombres), quienes accedieron a compartir sus experiencias de una manera más amplia y cara a cara mediante 11 preguntas. Para la clasificación de la información, se acudió a una de las propuestas de análisis del discurso a las que hace referencia Haidar (1998, p. 202), que consiste en centrar la atención en la situación comunicativa, “es decir, se va a la fuente como entidad de sentido en sí misma”, considerando el contexto en el que se genera el discurso.2 Todas las personas encuestadas y entrevistadas tienen conocimiento de este proyecto de investigación, por ende, su participación es voluntaria. Sus datos, así como sus nombres, no serán publicados en este espacio en aras de garantizar el anonimato. Quienes escriben este artículo son profesores e investigadores universitarios y tienen un vínculo cercano y diario con esta comunidad.

Con el objetivo de brindar un norte a la discusión y resultados, este artículo se estructura de la siguiente manera: en la parte que sigue se explican los lentes teóricos de la violencia, la inseguridad, representaciones sociales y vulnerabilidades diferenciales. En un segundo apartado se presentan los hallazgos y, acto seguido, se discute cómo los jóvenes representan socialmente a la violencia desde sus vulnerabilidades. Por último, se incluye un cuerpo de conclusiones en el que se reflexiona acerca de los recursos, capacidades, mecanismos y estrategias con la que los jóvenes hacen frente a su exposición al riesgo y a la amenaza de la violencia e inseguridad.

Lentes teóricos

La violencia es un fenómeno complejo que ocupa una esfera importante dentro de la discusión y seguridad pública. La violencia -en general- y algunas de sus formas más graves, como el crimen organizado, el tráfico de armas, el narcotráfico -en particular-, se han convertido en un tema de interés para el Estado mexicano. Žižek (2017, p. 18) señala que en el mundo actual “la oposición a toda forma de violencia -desde la directa y física (asesinato en masa, terror) a la violencia ideológica (racismo, odio, discriminación sexual)- parece ser la principal preocupación de la actitud liberal tolerante que predomina hoy”. Sin embargo, un factor que ha dificultado el avance teórico en las discusiones sobre la violencia en México es la falta de coincidencia conceptual de este fenómeno.

No obstante, la violencia puede ser comprendida desde una triple dimensión: la directa, estructural y cultural (Galtung, 1985). La directa se genera en el marco de las relaciones sociales que a diario mantienen las personas y que producen una violencia física, verbal o psicológica de una persona hacia otra o entre ambas. La estructural está relacionada con las deficiencias de los sistemas sociales, políticos y económicos que rigen a las sociedades en todas sus dimensiones -a escala mundial, regional, nacional, municipal-. Por último, la cultural, que aniquila identidades y las vidas particulares mediante el racismo, la xenofobia, las ideologías diversas y otras formas de vida. Se trata, entonces, de “aquellos aspectos de la cultura en el ámbito simbólico de nuestra experiencia […] que puede utilizarse para justificar o legitimar la violencia directa o estructural” (Cuevas y Arellano, 2022, p. 5).

Por otro lado, la inseguridad es uno de los efectos de esa violencia. Es entendida como aquella “[…] respuesta emocional a la percepción de símbolos relacionados con el delito […] es decir, se configura a partir de las percepciones individuales o colectivas sobre el delito” (Kessler, 2009, en Jasso, 2013, p. 2). Las personas, a partir de los escenarios en los que transitan, experiencias con hechos delictivos -asesinatos, balaceras, persecuciones, personas embolsadas, atracos, mensajes amenazantes- configuran su percepción acerca de la inseguridad. Las representaciones son una perspectiva útil para el estudio de los significados, sentidos y aspectos simbólicos que cada persona otorga a su existencia, en este caso, en contextos de violencia. No obstante, la crítica es que las representaciones son de naturaleza subjetiva, lo mismo que la percepción de la seguridad que es la sensación captada por los sentidos (Córdova, 2007).

Las representaciones son un reflejo de cómo las personas organizan su vida cotidiana, sus trayectos y sus relaciones sociales y de qué manera esto incide en el comportamiento y las respuestas que se originan frente a determinadas personas o situaciones. Se trata de un sistema de valores, ideas y prácticas que están integradas por cuatro elementos: la información, que se relaciona con lo que sé; la imagen, vinculada con lo que veo; las opiniones sobre lo que creo; y las actitudes con lo que siento (Cuevas, 2020).

Moscovici (1979) había propuesto algo similar. Las dimensiones de las representaciones son la información, la actitud y el campo de representación o imagen. La primera se refiere a los conocimientos y creencias que las personas tienen sobre un objeto, en este caso, de la violencia e inseguridad. La actitud se refiere a las emociones y sentimientos favorables o desfavorables que las personas experimentan en relación con el objeto. Por último, la dimensión de la imagen se refiere a la imagen mental que las personas tienen del objeto (Moscovici, 1979). Desde estas tres lógicas se comprende y se desarrolla las representaciones de la violencia e inseguridad en los jóvenes.

Por otro lado, la teoría de las vulnerabilidades propone que “[…] cada una de las personas o grupos sociales específicos, situados en un tiempo y en un espacio, poseen capacidades diferentes para hacer frente a una situación adversa, además de los diferentes grados de exposición que cada uno enfrenta en el contexto de su vida cotidiana” (Arellano, Cuevas y Robles, 2021, p. 5). En este sentido, una persona piensa e interactúa de manera diferente, aun cuando el problema sea el mismo. Es esto lo multidimensionalidad y diferencial, características propias de la vulnerabilidad (Manrique, 2019). Respecto a lo diferencial,

son derivadas de sus condiciones sociales, políticas, económicas y culturales, relacionadas con una situación determinada, y que tienen la posibilidad de influir en su capacidad de anticipación, de resistir y poder recuperarse de manera óptima ante la presencia de una amenaza (Wisner, Blaikie, Cannon y Davis, 2004, en Arellano, Cuevas y Robles, 2021, p. 5).

Así, la vulnerabilidad alcanza la característica de diferencial debido a que cada persona a lo largo de su vida va adquiriendo capacidades diferentes para responder a las adversidades y diversos grados de exposición. De lo diferencial depende la manera de ocupar el espacio y el territorio, además, los modos de vida, las formas de interactuar y relacionarse son diferentes de acuerdo con cada contexto (Viand y Briones, 2015). Para este artículo, las vulnerabilidades se clasifican en sociales, educativas, psicosociales e institucionales, cada una con características que las hacen propias.

  • La vulnerabilidad social hace referencia a las características que le impiden a una persona adaptarse a un cambio del entorno (Wilches-Chaux, 1993), pero, también, a las estrategias y recursos a las que acuden para poder sobrellevar ese cambio.

  • Vulnerabilidad educativa, relacionada con el proceso de enseñanza y aprendizaje que pudo contribuir a reducir o mitigar el riesgo (Manzano, 2008, en Díaz y Pinto, 2017).

  • La vulnerabilidad psicosocial es la susceptibilidad que genera el riesgo a escala mental y que puede incidir en su salud, pero, también, es la capacidad de prepararse y recuperarse de las consecuencias de las situaciones adversas (López, 2009; Zapa, Navarro y Rendón, 2017).

  • Vulnerabilidad institucional es la dificultad de los organismos públicos-privados para enfrentar el riesgo mediante planes de contingencia, normativas vigentes y personal capacitado (Wilches-Chaux, 1993).

Hallazgos

Algunas características de la población joven universitaria

Los adolescentes y jóvenes en el estado de Colima (12 a 29 años) representan el 30,4 % de la población total de la entidad y tan solo el 0,6 de la población joven del país (Fondo de Población de las Naciones Unidas en México, Instituto Mexicano de la Juventud y Consejo Nacional de Población, 2021). Los jóvenes que lograron matricularse en un programa de educación superior en el período 2020-2021 fueron 21 189 personas (Inegi, 2023), de estas, 13 466 lo hicieron en la Universidad de Colima (2022). Es decir, 6 de cada 10 estudiantes que cursan una carrera de educación superior en el estado de Colima lo hacen en esta universidad.

Del grupo encuestado y entrevistado, sus edades oscilan entre los 18 y 24 años. El 55,7 % corresponde a mujeres y el 44,3 % a hombres, todos viven en la zona conurbada de Colima-Villa de Álvarez, es decir, realizan sus recorridos diarios entre sus casas y la universidad, algunos otros, hasta su lugar de trabajo. El 59 % se dedica a estudiar y el 41 % estudia y trabaja, quienes integran este grupo se exponen a un escenario de doble vulnerabilidad: educativo y laboral. La vida cotidiana de los jóvenes “se modificó, construyéndose un escenario social más complejo […] pues además de estudiar […] han tenido que buscar un empleo para apoyar con los gastos económicos de cada una de las unidades domésticas a las que corresponden, además de […] poder tener un ingreso para sus gastos personales” (Arellano y Cuevas, 2021, p. 3). Pese a ello, el nivel socioeconómico de los jóvenes es medio y todos tienen acceso a internet, una computadora, un celular y redes sociales.

Representaciones sociales de la violencia

El aumento de la violencia y criminalidad (espacio objetivo) en la zona conurbada Colima-Villa de Álvarez ha influido en la representación (espacio subjetivo) de los jóvenes de la siguiente manera:

La información

En la encuesta se incluyeron tres preguntas relacionadas con la información y los conocimientos que tienen los jóvenes sobre los hechos de violencia e inseguridad y si saben qué hacer ante este tipo de escenarios. El 83,6 % comentó que sí han ocurrido hechos delictivos en su municipio o colonia, de los cuales, el 39,3 % dijo que fue en balaceras, el 32,8 % en homicidios, el 6,6 % robos y el 4,9 % expresó que otros. Incluso, algunos jóvenes afirman que han presenciado y sido testigos de homicidios en la puerta de su casa: “[…] hace un mes me tocó que mataran a una persona en frente de mi casa” (entrevista 4, hombre, 21 años). Se trata, entonces, de un escenario de riesgo permanente en el que el 57,4 % dijo que sí sabría qué hacer para protegerse, lo que sugiere que son menos vulnerables, y el 42,6 % dijo que no, es decir, están en mayor vulnerabilidad. En cuanto a los testimonios se recuperó información respecto a si la persona ha sido víctima de inseguridad, se listan un par de respuestas:

Sí ha pasado algún hecho cerca de mi casa, en la cuadra donde hace dos domingos hubo un muerto por arma de fuego (entrevista 10, hombre, 20 años). Sí, en un par de ocasiones me ha tocado presenciar estos [hechos] La primera fue cuando estaba en un restaurante de noche con mi novio […] venían varios policías persiguiendo a alguien y estaban tirando balazos […] La segunda ocasión estaba afuera de mi casa […] a unas cuadras arriba se escucharon muchos balazos muy fuertes y como impactaban sobre algo y resulta que en una motocicleta se pararon a balacear una casa y afortunadamente no hubo heridos […] También han quemado casas, se han metido y sacado las personas (entrevista 1, mujer, 21 años).

Como se aprecia, los jóvenes (hombres y mujeres por igual) han tenido contacto con la violencia y delincuencia (balaceras, asaltos, persecuciones, homicidios, viviendas quemadas), no como víctimas, sino como espectadores directos. Estos hechos son comunes y no son ajenos a los espacios que frecuentan y transitan (avenidas, espacios públicos, dentro y fuera de la casa). Respecto a la pregunta de que si se sienten preparados para hacer frente a la inseguridad y violencia, los testimonios apuntan a lo siguiente:

[…] no creo que nadie esté preparado realmente a que suceda una situación de peligro y saber cómo reaccionar porque […] Yo no creo que esté preparado como tal, sé protocolos de seguridad […] que si empiezas a escuchar balazos te tienes que tirar al suelo y de preferencia no te debes de mover o te debes de poner contra un muro o contra algo pesado […] proteger la cabeza, debes de mantenerte en un espacio mínimo para evitar las posibilidades de una bala perdida y sobre todo no hacer ruido (entrevista 3, hombre, 20 años). Honestamente no. Creo que es posible que tengas ciertas precauciones en ciertas cosas, pero hay en otras que no. Por ejemplo, cruzar la calle para cuando siento que alguien me sigue. Evitarlo. Puedo pensar que estoy preparado para afrontar ciertas cuestiones, pero […] no sabría cómo reaccionar, no me sentiría preparado para nada […] entonces no me siento nada preparado para sobrellevar una situación directa hacia mí (entrevista 9, hombre, 21 años).

Como se observa, de la disponibilidad de la información va a depender la respuesta y la inmediatez de la protección ante un hecho violento. Ante un escenario de violencia, los jóvenes conocen y aplican medidas básicas de seguridad, tales como tirarse al piso en caso de balaceras, evitar hacer ruido, protegerse la cabeza, mantener la calma en situaciones graves. Otros prefieren prevenir y evitar el contacto con personas extrañas en las calles y espacios públicos. La tercera pregunta indaga si los jóvenes se mantienen informados o no de lo que acontece en las calles y espacios que frecuentan:

Al principio sí, cuando recién empezó la ola de violencia, si quería saberlo todo para evitar pasar por esas calles o por esos lugares. Al día de hoy, la verdad es que ya no veo esa información, por salud mental prefiero ya no enterarme de las cosas que están sucediendo porque solo me ponen más nerviosa en la calle, me siento más insegura que de costumbre y prefiero no saber (entrevista 1, mujer, 21 años). Sí, trató de ver medios digitales como páginas de Facebook o de Instagram que me puedan decir las noticias del estado (entrevista 5, mujer, 22 años). Sí, cuando suceden cosas cerca de donde yo vivo, de repente uso Facebook que es donde siempre suben este tipo de noticias, pero la mayor parte del tiempo evitó ver ese tipo de notas porque ver fotos o a veces cuando suben o comparten videos no me hace muy bien (entrevista 7, hombre, 21 años)

Las respuestas transcurren en dos caminos: hay quienes prefieren consultar las noticias para saber qué sucede, en qué lugares ha ocurrido un acto de inseguridad y, así, tomar medidas de autoprotección, como es modificar sus recorridos diarios. Estas acciones mitigan la exposición al riesgo y reducen la vulnerabilidad. Por otro lado, el exceso de información abruma y genera más nerviosismo y estrés, en especial, en el momento en que se cuenta con celulares y redes sociales, siendo el canal de información predilecto y al cual se tienen acceso todos los jóvenes. Si bien, la consulta en estas plataformas los mantiene informados, es ineludible que vulnere sus emociones.

Hay vulnerabilidad social desde el momento en que los jóvenes tienen que adaptarse al entorno, recurrir a información y pensar en estrategias y recursos para “defenderse” en caso de un escenario de inseguridad. Haber sido testigos de robos, homicidios y persecuciones los lleva a tener una radiografía de la violencia, cuyos efectos a su seguridad no pueden controlar, pero sí advertir y comunicar. Del mismo modo, la vulnerabilidad educativa se hace presente en el momento en que afirman que no están capacitados para responder de manera adecuada y rápida ante un escenario de inseguridad.

Para el semestre académico de febrero-julio de 2022 la universidad no contaba con protocolos de seguridad. Fue entonces que las autoridades universitarias autorizaron que el ingreso de los estudiantes se diera una hora más tarde de lo habitual -cuando hubiera luz de día- para evitar la exposición a un riesgo mayor, como el transitar por las calles y en buses en plena oscuridad. Incluso, para el 10 y 11 de febrero de 2022 las autoridades suspendieron las jornadas de clase ante el temor de que un hecho violento afectara a los estudiantes y docentes. Si bien, los jóvenes se mantienen informados mediante las redes sociales, estas no proporcionan estrategias o acciones sobre qué hacer en casos de emergencia. Situación que requiere que se incluyan contenidos formativos desde el currículum formal para desarrollar en los jóvenes, capacidades de respuesta ante escenarios de riesgo. De este modo, hay vulnerabilidad institucional porque la inseguridad ha rebasado la capacidad de respuesta de la autoridad municipal y estatal.

La actitud

El 86,8 % de los encuestados percibe un incremento de los incidentes delictivos en los primeros tres meses de 2022. Esta manera de percibir el riesgo se relaciona con los resultados arrojados por la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, realizada por el Inegi en septiembre de 2022, en la que destaca que el 86,6 % de la población de 18 años o más en el municipio de Colima se sintió insegura. En cuanto a los testimonios de cómo ha afectado su vida cotidiana el clima de violencia e inseguridad, la mayoría de jóvenes ha experimentado miedo, nerviosismo y ansiedad. “La verdad es que ya no veo esa información, por salud mental prefiero ya no enterarme de las cosas que están sucediendo porque solo me ponen más nerviosa” (entrevista 1, mujer, 21 años). Esto ha significado la modificación de sus rutinas, horarios para acudir a ciertos lugares, procurar que no se les haga tarde en ciertas visitas, evitar transitar por calles que consideran peligrosas y oscuras, no salir en las noches. A continuación, se listan algunos testimonios:

[Sí, uno vive] con un cierto grado de estrés por pensar que vaya a suceder algo cerca de mi casa o qué es lo que está pasando porque está así la situación, a veces también me daba miedo, pero poco a poco se fue convirtiendo en algo rutinario, aunque el miedo nunca se va, siempre persiste (entrevista 3, hombre, 20 años). Incrementó el miedo y la ansiedad que yo sentía al salir a la calle, ya no sentía la misma seguridad que antes y no podía salir en los mismos horarios que antes (entrevista 5, mujer, 22 años). En el sentido de que ya sientes que no puedes andar, al menos yo, ya ni en las tardes, mucho menos en las noches, que debes estar muy al pendiente o de pronto tienes miedo de estar entre tantas personas porque no sabes qué tipo de personas están detrás de ti o a un lado y al menos yo siento que en cualquier momento podría pasar ese tipo de cosas (entrevista 7, hombre, 21 años).

Hay un estado de cautela, de alerta permanente, los jóvenes tienen duda de las personas extrañas, de quienes circulan y están cercanos a ellos en las calles, semáforos, en el transporte. El impacto emocional de la violencia e inseguridad que enfrentan tiene consecuencias a su salud mental, por ahora. Las entrevistas realizadas, aunque no reflejan algún trauma físico, si evidencian que hay miedo, estrés y ansiedad en todo momento: desde que salen de sus casas, llegan a la universidad, al momento de compartir con su familia o amigos en algún cafetín o restaurante verifican sin hay personas extrañas en el lugar para retirarse, entre otros. Por ende, hay una modificación de sus prácticas sociales. Es crucial abordar la vulnerabilidad psicosocial de los jóvenes universitarios y brindarles el apoyo necesario para gestionar la inseguridad que enfrentan. Este apoyo debe incluir servicios permanentes de salud mental, asesoramiento y capacitación sobre cómo gestionar sus emociones y afrontar el estrés y ansiedad causados por la inseguridad.

Imagen o campo de representación

De las encuestas se recuperan ideas sobre lo que significa sentirse seguros e inseguros, si se sienten a salvo en las calles y de lo que pueden hacer para reducir el riesgo a la violencia e inseguridad. Estas representaciones ayudan a comprender las percepciones y experiencias de los jóvenes universitarios en relación con su seguridad. En cuanto a sentirse seguros, el 78,7 % manifestó que significa no tener miedo, sentir paz y tranquilidad, mientras que sentirse inseguro es todo lo contrario, con el 78,6 %. Respecto a si se sienten seguros en las calles, el 72,1 % dijo que no se siente a salvo, solo el 1,6 % mencionó que sí y el 26,2 % corresponde a quienes estuvieron indecisos. Este dato resalta una disparidad significativa entre la percepción de sentirse seguro y la sensación real de seguridad en las calles. La mayoría de los encuestados expresó falta de seguridad y sensación de inseguridad al transitar en espacios públicos.

Es importante señalar que estos hallazgos se alinean con estudios más amplios sobre la percepción del riesgo y la vulnerabilidad (Mendoza-Cano et al., 2019). Factores como las experiencias personales, la exposición a la violencia y la delincuencia y el contexto sociocultural pueden influir en las percepciones de seguridad e inseguridad de las personas. El alto porcentaje de encuestados que no se sienten seguros sugiere una necesidad apremiante de intervenciones y estrategias para abordar las causas subyacentes de la inseguridad y mejorar el bienestar general de los jóvenes universitarios del estado.

En relación con lo que podrían hacer los jóvenes para reducir el riesgo a la violencia, se obtuvo que las respuestas giran en torno a ser más precavidos, elaborar un plan de acción, evitar zonas peligrosas y exigir a las autoridades que hagan su trabajo en términos de política pública. Algunos testimonios fueron:

Yo diría que no estar tan noche fuera de casa, sería prudente hasta cierto punto. No frecuentar los mismos sitios y tomar diferentes rutas […] y algo que desde mi punto de vista sería beneficioso, ya que en mi casa somos mujeres, es que nos lleven y nos traigan a todos lados para reducir los riesgos por si nos toca ver, escuchar, ser partícipe de algo, no salir tan noche de casa y no meterse en problema ni hacer una mala cara […] si estamos manejando [no] tocar el claxon a cualquier vehículo, hacer pequeñas acciones de prevención (entrevista 1, mujer, 21 años). […] para empezar a mejorar sería el trato a las autoridades, que se empiecen a tomar cartas en el asunto en estas situaciones, no podemos permitir que esto se empiece a convertir en un narco Estado […] se supone que el Gobierno y la policía […] está para [cuidarnos] y defendernos. Entonces principalmente activar las unidades de policías y de gobierno […] creo que a su vez debería de instruirse un plan de contingencia o unos planes de simulacros de lo que se debe de hacer, claro que tenemos los simulacros planeados de las primarias que nos dicen que, si tiran balazos al suelo y te hagas bolita, pero también deberían de plantear ideas como de qué hacer si alguien te está amenazando con un arma (entrevista 3, hombre, 20 años).

Son varias las reflexiones que surgen de lo anterior: hay una vulnerabilidad institucional por parte del Estado que se manifiesta en la ausencia de seguridad pública con más operativos policiales desplegados en las calles y planes de contingencia, según los testimonios. Para Chávez (2009), esta vulnerabilidad genera que, ante los peligros, las personas tengan que buscar refugio o “encapsularse” en sus casas porque hay un Estado frágil que no brinda respuesta y no genera confianza entre la ciudadanía. Se trata, entonces, de ser cautelosos, de permanecer ocultos ante el victimario. Los jóvenes han cambiado ciertas prácticas que revelan su vulnerabilidad social y psicosocial: evitan frecuentar los mismos sitios, no hablar con extraños, no oponerse a un posible asalto, no mirar al delincuente, es decir, evitar la interacción, los sitios comunes y ser detectado. De modo que los jóvenes pierden su libertad para circular, de defenderse, de interactuar, de llevar una vida tranquila y tener predisposición al peligro desde antes de salir de sus casas.

Aunque no hay evidencia que demuestre que las mujeres universitarias atraviesan por un doble temor (ser víctimas de delito y de ser manoseadas), uno de los testimonios sugiere que las mujeres buscarían de protección para salir a la calle: “En mi casa somos mujeres, [y una medida de prevención] es que nos lleven y nos traigan a todos lados para reducir los riesgos” (entrevista 1, mujer, 21 años). Es un tema que, sin duda, deberá ser explorado en próximas investigaciones. Por último, respecto a lo que señala el entrevistado 3 sobre los simulacros planeados desde la básica primaria, si bien, estos ejercicios son útiles para preparar y ensayar las posibles reacciones que tendría la persona en un escenario de emergencia, estos no reflejan necesariamente el contexto bajo el cual ataca el agresor, el miedo o pánico que se pueda sentir en ese momento y que puedan llevar a la persona a tomar una decisión distinta a la planificada durante el ensayo.

Los simulacros realizados, a menudo, no se centran en escenarios de alto riesgo como un tiroteo, tal como ocurrió en 2011 entre policías federales y un miembro del crimen organizado dentro de la universidad, que dejó a dos personas heridas y la suspensión de las clases por dos horas (El Universo, 2011); o de amenaza, ocurrida en 2022 cuando un estudiante de bachillerato amenazó con abrir fuego dentro de las instalaciones (El Heraldo de México, 2022).

Conclusiones

Las representaciones sociales son un enfoque teórico-metodológico oportuno para analizar cómo los jóvenes de Colima-Villa de Álvarez, en el estado de Colima, en México, son vulnerables al contexto de inseguridad y de violencia que atraviesan. A partir de la información, la actitud y la imagen que tienen de este contexto fue posible identificar sus vulnerabilidades a escala social, institucional, educativo y psicosocial. Cada joven encuestado y entrevistado, estudiantes en la Universidad de Colima, supieron manifestar que aunque el escenario de violencia es común en sus vidas cotidianas y los ha tocado de alguna manera, cada uno posee distintas capacidades para hacerle frente a este fenómeno. Las tres dimensiones de la representación -información, actitud e imagen- dan idea del contenido y significado de las vulnerabilidades derivadas de la violencia y la inseguridad en la vida cotidiana de los jóvenes universitarios.

En el ámbito de la información, 83,6 % de los jóvenes ha presenciado y tenido contacto cercano con hechos de violencia, más que haber sido víctimas de este. El nivel de exposición es muy alto debido a los sitios que frecuentan, el sector en el que viven o el momento del día en que transitan. El 42,6 % aseguró no tener herramientas para protegerse en casos de emergencia, lo cual incrementa su vulnerabilidad y el riesgo de ser víctima. En relación con la actitud, el 86,8 % percibe un incremento del delito y se sienten inseguro. Hay una alerta de que algo puede suceder: miedo, nerviosismo y ansiedad rodean sus vidas. Ante el peligro hay quienes han modificado sus rutinas: evitan salir en horas de la noche, visitar a amigos y familiares, llevar consigo objetos de valor. Por último, desde la imagen se considera que el tema de la seguridad recae en las autoridades que poco a nada realizan para proteger a las personas. Elaborar planes de contingencia centrados en el problema o “refugiarse” son algunas de las salidas contempladas.

El autocuidado social de los jóvenes es relevante para que la probabilidad de ser víctima de inseguridad disminuya, sobre todo en el momento en que hay ausencia de una institucionalidad que ejecute políticas de seguridad efectivas, focalizadas, que busquen mitigar los factores de riesgo. Para los jóvenes, las capacitaciones y los protocolos de acción son dos de las medidas a corto plazo que deberían fortalecerse porque brindan reglas mínimas para actuar frente al riesgo y minimizar la vulnerabilidad. Es importante que estos protocolos partan de un diagnóstico local e institucional que incluya, por demás, los factores de riesgo que inciden en la vulnerabilidad que atraviesan los jóvenes, las medidas de seguridad para casos y escenarios puntuales y manejo de crisis.

En relación con las vulnerabilidades, se concluye lo siguiente: a nivel social, los jóvenes no realizan sus actividades de manera libre y en cualquier momento del día. Hay quienes prefieren ir acompañados de familiares y amigos a algún sitio, evitan brindar información a personas que no conocen en la calle, resuelven no frecuentar sitios comunes, no estar solos en las calles hasta muy tarde, evitar llevar consigo objetos de valor. La vulnerabilidad social va a depender de las estrategias para pasar desapercibidos y no llamar la atención de la delincuencia. También se busca refugio estando en casa. La vulnerabilidad psicosocial, por su parte, se manifiesta en la susceptibilidad mental que genera la inseguridad, tales como miedo, temor, ansiedad y estrés, dependiendo del riesgo. Aunque no hay evidencia de secuelas en su salud física, los jóvenes no llevan una vida tranquila y tienen una predisposición al peligro en todo momento.

Desde la vulnerabilidad educativa se evidencia que los procesos de enseñanza que pueden contribuir a reducir el riesgo van por un camino distinto a las necesidades reales de los jóvenes. Por ejemplo, hay ausencia de capacitación y protocolos de cómo saber actuar en caso de tiroteos o graves amenazas. Es importante que estos protocolos partan de un diagnóstico que determine los factores de riesgo por los que atraviesan los jóvenes, las medidas de seguridad para cada caso y el manejo de episodios de estrés y alta tensión. Por último, la universidad es un escenario de vulnerabilidad institucional. Medidas como suspender las clases o adelantar la hora de ingreso, aunque son cortoplacistas, evitan que los estudiantes se expongan a un hecho violento, pero siguen alimentando su vulnerabilidad social. Sin duda, los desafíos institucionales son enormes, no solo como epicentros del conocimiento y la formación académica, sino, también, como escenarios de la convivencia, la paz y la seguridad.

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1Incluye cajeros automáticos localizados en la vía pública, transporte, bancos, calles, mercado, automóvil y escuela.

2Es importante señalar que de los resultados de la encuesta y entrevistas solo se tomó la evidencia empírica que permite explicar las tres dimensiones de la representación social: información, actitud y el campo de representación o imagen.

Recibido: 16 de Mayo de 2023; Aprobado: 15 de Julio de 2023

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