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Estado & comunes, revista de políticas y problemas públicos

versión On-line ISSN 2477-9245versión impresa ISSN 1390-8081

E&c vol.1 no.4 Quito ene./jun. 2017

https://doi.org/10.37228/estado_comunes.v1.n4.2017.38 

Articles

Poder blando y negocios privados en Cuba: perspectivas después del 17D

Soft power and private business in Cuba: prospects after 17D

Liosday Landaburo Sánchez1 

1Editor de las revistas académicas Eutopía y Letras Verdes, Flacso-Ecuador, liosday86@gmail.com


Resumen

El presente artículo aborda el impacto del poder blando estadounidense en Cuba, como política de Estado, luego del acercamiento diplomático del 17 de diciembre de 2014 (17D). Al flexibilizar el envío de remesas y fomentar el apoyo a los trabajadores privados en Cuba, Estados Unidos ha logrado algunos avances en materia socio-económica para la isla a mediano plazo. Entre tanto, Cuba también ha generado una nueva apertura, ya que el proceso de actualización del modelo económico iniciado por el presidente Raúl Castro desde el año 2008 permitió la expansión del trabajo por cuenta propia o no estatal en determinadas actividades y el aumento del envío de remesas. La estrategia de poder blando estadounidense se centra, aparentemente, en una serie de incentivos económicos y plantea exigencias de apertura, libertad, derechos humanos y democracia para la isla. Como consecuencia de estas intenciones, aumentan los recelos dentro del Partido Comunista de Cuba (PCC) hacia los trabajadores privados, pese al discurso celebratorio que poco a poco ha ganado lugar.

Palabras claves: poder blando; remesas; negocios privados; cuentapropistas.

Abstract

This article analyzes the impact of the soft power of the United States, as a politic of state, towards the change of Government in Cuba, starting from the diplomatic rapprochement in December 17th, 2014 (17D). By making the sending of remittances more flexible and supporting private workers, the United States promote a transformation of the island`s social structure, in a medium term. The national Cuban context facilitates this transformation; the process of actualization of the economic model, promoted by the President Raul Castro allowed the expansion of the work in non-state sectors and the increasing of the remittances. The strategy of soft power of the United States to overthrow the socialist Government is masked behind financial incentives and demands bigger opening, freedom, human rights and democracy. Therefore, grows the distrust of the Cuban Communist Party towards private workers, despite the celebratory speech that has won place, gradually.

Key words: soft power; remittances; private businesses; private workers.

Introducción

Que Obama restaure la diplomacia con Cuba es inteligente. Sustituye a la política contraproducente y ayuda a restaurar algo de poder blando de Estados Unidos en América Latina.

Joseph Nye

El 17 de diciembre de 2014 el pueblo cubano vivió un momento de gran alegría y exaltación patria que traspasó muchas fronteras. La transmisión en vivo por televisión de las alocuciones presidenciales de Barack Obama y Raúl Castro alimentó las páginas de la historia contemporánea cuando dos enemigos acérrimos hicieron las “paces” frente a las cámaras de televisión. El acuerdo, concretado 18 meses después, luego de varias conversaciones secretas en Canadá y el Vaticano, cerraron la página de uno de los capítulos más duraderos de la Guerra Fría.

Pero, ¿qué llevó a que los presidentes de Estados Unidos y de Cuba restablecieran relaciones diplomáticas? En primer lugar, hay que indicar que Obama se encontraba en su último período presidencial y sin posibilidades de ser reelegido, por lo que un posible diálogo con Cuba simbolizaba una estrategia y un duro golpe político para sus críticos adversarios. La intención del mandatario estadounidense era dejar un legado en política exterior antes de abandonar la Casa Blanca. En segundo lugar, tenemos la presión ejercida por América Latina en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y en las Cumbres de las Américas y, por último, la aplicación de otra estrategia de doblegamiento dirigida al Gobierno cubano, al dejar de lado el bloqueo y el garrote y jugar esta vez con los “incentivos” económicos, políticos y sociales. Por su parte, en Cuba, después de la salida de Fidel Castro del poder, se inició un proceso de actualización. Por ejemplo, se eliminaron ciertas restricciones, aumentó el interés en el trabajo por cuenta propia1 y año tras año Raúl Castro llamaba a las autoridades estadounidenses a normalizar las relaciones bilaterales.

El simbolismo de las declaraciones de ambos presidentes, en nombre de sus respectivos gobiernos, trastocó décadas de tensas relaciones. Por un lado, ambas naciones ganaron en el campo de la política exterior y por el otro, y con una particularidad por destacar, Cuba se insertó en las aguas del “poder blando” estadounidense, dirigido en esta ocasión a campos específicos como las remesas y la potenciación de la propiedad privada en la isla, con los derechos humanos y la democracia en la retaguardia. Atrás quedaron los dos períodos republicanos de George W. Bush, cuando el uso de la fuerza bruta, de manera literal, alimentaba la voracidad del poder estadounidense.

Pero realmente, ¿qué podemos esperar en esta nueva época? ¿Las ataduras del Gobierno cubano a los negocios privados se verán libres?, ¿las remesas enviadas a Cuba cumplirán un papel desestabilizador? o por fin, ¿podremos vivir cambios profundos en la única nación socialista en América Latina? La influencia del poder blando en el anuncio del presidente Barack Obama y el impacto de las remesas en el trasfondo social cubano delimitan las reflexiones para responder estas preguntas.

Discutimos, entonces, sobre la incursión del poder blando estadounidense en la base de la estructura socia-económica cubana, mediante la potencialidad del migrante, sus remesas y sus familias en Cuba. Esta triada, alimentada con argumentos provenientes del constructivismo y la economía de la migración, contribuye a esclarecer las intenciones detrás del acercamiento entre Estados Unidos y la isla.

Intenciones y alcances del soft power o poder blando: una mirada intermediada por la teoría constructivista

Ante todo, debemos partir de la diferencia de poder que existe entre Estados Unidos y Cuba. Según la calificación de Joseph Nye (2003), el primero se encuentra dentro del grupo de “sociedades posindustriales”, mientras que el segundo pertenece al acápite de los países pobres, las naciones “preindustriales”. Por tanto, detrás de la disparidad de poder se esconde una relación disfuncional que a lo largo de décadas fue punto de desencuentro entre ambas naciones.

Los sucesos del 17D corroboraron que Estados Unidos abandonó de manera oficial la política del garrote hacia Cuba y asumió la política de la zanahoria, mediante los incentivos económicos. La pertinencia de esta estrategia en la actualidad va en aumento, sobre todo por “la importancia de los intereses económicos en la escala de valores de las sociedades posindustriales” (Nye, 2003: 29). Por medio de esos presupuestos “morales”, las sociedades del mundo desarrollado aplican sus panegíricos a los países menos favorecidos en el ámbito económico.

Una forma de emplear los presupuestos morales cabría en un acercamiento a la concepción constructivista que tiene Onuf (1998: 59) sobre regla, a la que considera “una declaración que dice a la gente lo que debe hacer”. El “qué” o el “debería”, dibujan normas para el comportamiento de las personas, que, a su vez, están dotadas de la capacidad de actuar como “agencia”. Una norma del “deber ser” de un migrante, por ejemplo, miembro de una familia residente en un país en crisis económica, es ayudar a sus familiares. Esa es una regla definitoria de su comportamiento. Joseph Nye (2003: 30), el padre del poder blando, sostuvo que “un país puede obtener los resultados que desea en política mundial porque otros países quieren seguir su estela, admirando sus valores, emulando su ejemplo, aspirando a su nivel de prosperidad y apertura”. Sobre todo, lo que el autor maneja como “lograr que otros ambicionen lo que uno ambiciona” (ibid.).

Karin Fierke (2007) subraya desde el constructivismo la relevancia del lenguaje para transformar comportamientos y ejercer influencia sobre la concepción de modos de vida. Los migrantes, mediante el uso de sus remesas y sus contactos con familiares en Cuba, se convierten en los exponentes más cercanos (por ende, transmisores del mensaje) de la prosperidad de la sociedad estadounidense. Mientras, el auge de los negocios privados en la isla, un país donde el ideal de prosperidad se situó en lo público, deviene un modelo a pequeña escala y un campo de aspiraciones para el progreso económico que encarna la sociedad estadounidense.

El poder blando tiene en la atracción de prosperidad y libertades individuales una de sus fortalezas. A esto hay que sumarle que es incluso menos costoso que el poder duro, pues el uso de la fuerza conlleva un gasto excesivo de recursos. En una reminiscencia a la obra de Antonio Gramsci, Joseph Nye (2003: 30) destacó la fuerza que “procede de organizar bien el programa político y sentar las bases para el debate”. Establecer una agenda en blanco donde todo quepa significa conducir a los oponentes hacia un lugar donde la influencia de Estados Unidos sea marcada. Por ejemplo, dos de los puntos clave para las autoridades estadounidenses son la democracia y los derechos humanos. En cambio, los ciudadanos cubanos priorizan la prosperidad y los beneficios económicos con este acercamiento, estableciendo con sigilo una admiración a los “valores” estadounidenses.

En el análisis constructivista ocupa un lugar preponderante el “contexto social específico” (Tickner, 2002: 139); de ahí la importancia de entender la presión a la que está sometido el Gobierno cubano. Décadas de aislamiento internacional, sanciones económicas de los Estados Unidos y la debilidad de Venezuela, su principal aliado político y económico que ocupó el lugar de la extinta URSS, colocan a las autoridades de la isla en una posición incómoda, de aceptación de una agenda en blanco que los obliga a debatir sus diferencias en una mesa de negociación. “El poder siempre depende del contexto, y el contexto de la política mundial de hoy es como un juego de ajedrez tridimensional”, sostiene Nye (2010: 7).

La invasión a Iraq en 2003, con el uso desmedido de la fuerza, pisoteó la atracción de libertad y democracia que en el fondo George W. Bush quería “transmitir”. El desconocimiento del mundo musulmán, por fomentar el poder duro sobre el blando, al final pasó factura a este último. Este ajedrez tridimensional contiene innumerables piezas. El mundo unipolar (poder militar estadounidense) se entremezcla con el multipolar (intermediado por las relaciones económicas), en los dos ámbitos superiores; pero en el “tablero” inferior convive un mundo transnacional (crimen organizado, terrorismo, consecuencias del cambio climático, enfermedades) donde “el poder está distribuido caóticamente” (ibid.). Ante este panorama, Nye (ibid.) concluye que el uso de la fuerza militar no soluciona las “nuevas amenazas”. La cooperación entre países, con la colaboración de las instituciones internacionales, sería el paraguas con el que el poder blando se cubriría.

El poder blando para América Latina tuvo en el acercamiento estadounidense con Cuba un ejemplo palpable de su puesta en práctica. De manera obstinada, los Estados Unidos se quedaban solos en cuanto foro o cumbre coincidieran con los cubanos, antes del 17D. En la Cumbre de las Américas de 2009 se aprobó el regreso de Cuba al seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el voto aplastante de la inmensa mayoría de los gobiernos latinoamericanos (Preciado y Uc, 2011). Decisiones como esta, unidas al cambio de presidente y a la debacle de la imagen de Estados Unidos en el mundo, sirvieron para limitar el uso del poder duro. El juego de poder detrás de la decisión histórica de dar los primeros pasos para el restablecimiento de relaciones diplomáticas puso a EE. UU. y a Cuba frente a frente en el tablero de ajedrez. Los movimientos de cada Estado que surgieron después del acercamiento serán abordados en un próximo subtítulo.

El poder de las remesas en la economía de la inmigración

Dentro de los estudios de la economía política internacional, el acápite de la economía de la migración se potenció en las últimas décadas. En la era de la globalización y la interconectividad, fruto de las nuevas tecnologías, las remesas se convirtieron en un producto monetario de acercamiento entre los migrantes y sus familias (Altamirano, 2009). Andrés Solimano (2005: 265) pondera la importancia de las remesas en el ascenso de la “microempresa”. Ergo, las familias receptoras del migrante “sirven como agentes de las inversiones (…) en ausencia de este” (ibid.: 268). En la particularidad del caso cubano, antes de 2013, la inmensa mayoría de los nacionales que emigraban perdían sus derechos de residencia en la isla, motivo por el cual el migrante nunca podía ser el dueño “legal” de sus negocios.

Donald Terry (2005: 9) resaltó el papel de las remesas para “financiar inversiones futuras”, pues en ocasiones “se destinan a bienes de inversión, como herramientas, o constituyen una fuente de capital de operación para pequeñas empresas” (Terry, 2005: 9). Estas pequeñas empresas, con perfil legal, ofrecen empleos, dinamizan la economía y el turismo; y, sobre todo, contribuyen con el pago de tributos hacia el Estado. Alejandro Canales (2008: 9) destacó que a pesar que “las remesas (o cualquier otro tipo de transferencia externa) se gaste solamente en consumo familiar, ellas tienen un impacto multiplicador sobre el producto interno y la actividad económica”.

Las familias, por medio de sus redes, se convierten en representantes apoderados de los negocios financiados por su representante en el exterior. A esto se suma la escasa productividad del salario estatal para desarrollar un negocio. La inversión foránea reviste mayor importancia. Luis Eduardo Guarnizo (2004: 18) apuntó que “las remesas monetarias representan vínculos sociales a larga distancia de solidaridad, reciprocidad y obligación, que unen a los migrantes con sus parientes y amigos mediante las fronteras nacionales controladas por los Estados”. Una efectiva red familiar puede canalizar esa inversión que, a corto plazo, incide en la economía doméstica y, a largo plazo, incide en la estructura política, social y económica del país.

Después de la caída del campo socialista y en los albores del Período Especial, el Gobierno cubano despenalizó el uso del dólar estadounidense, motivo que activó la transferencia de recursos económicos a Cuba desde el exterior, por intermedio de personas naturales. El turismo y las remesas contribuyeron a paliar la crisis económica. Desde entonces se convirtieron en dos eslabones fundamentales para la sobrevivencia del Estado. Esto da una medida de su importancia para el mejoramiento del nivel de vida de los núcleos familiares cubanos y para el desarrollo de los negocios particulares, una forma legítima de multiplicar el dinero proveniente del esfuerzo del migrante.

Pero, ¿qué ocurre cuando una población con alto grado de escolaridad maneja estos recursos económicos? Aparece la oportunidad de multiplicar su capital, gracias a “la flexibilización de normas y reglas, por parte de la dirigencia 'comunista', con respecto a los trabajadores no estatales [que] convirtieron a Cuba en un hervidero de emprendedores” (Landaburo, 2016: 34). El impulso a las pequeñas empresas privadas familiares aumentó el envío de efectivo e información que circulaban a través de las fronteras.

No obstante, las remesas pueden convertirse en una hoja de doble filo, debido a que su inserción en la economía “puede cambiar las estructuras sociales y las prácticas culturales” (Chimhowu, Piesse y Pinder, 2005: 75) de determinado país. A partir de esas consecuencias, estos autores se refieren a “remesas sociales”, sobre todo a las que impactan directamente en “ideas y actitudes, en particular cuando los emigrantes regresan a casa” (Chimhowu, Piesse y Pinder, 2005: 75). Algunas de las derivaciones de las “remesas sociales” se detectaron en el incremento de la pobreza en Cuba y en un nuevo “romance” con la población migrante (Mesa-Lago, 2012; Landaburo, 2016).

Por tanto, con “remesas sociales” hablamos de un efecto racimo, con una carga expansiva que permea toda la estructura de un país, desde el prisma que se conciba: social, económico, cultural y político. Las remesas, con su poder transformador, impactan en la escala de valores de las personas. En el caso cubano, el Estado ocupaba todos los espacios del país. En el pasado, era el único que proveía vida económica a sus ciudadanos.

Raúl Castro, ante las necesidades de cambiar el ineficiente modelo económico, ofreció un impulso al cuentapropista. Pero los inicios de la transformación comenzaron cuando el Gobierno despenalizó la tenencia de dólares y cuando inauguró las tiendas recaudadoras de divisas. Desde principios de la década del noventa del pasado siglo, la transferencia de recursos monetarios entre privados se posicionó como pieza imprescindible para las familias de los migrantes y, por ende, para la propia macroeconomía estatal.

Los ingresos por concepto de remesas en el año 2015 superaron a sectores estratégicos de la economía cubana como el níquel, el azúcar, el tabaco y el turismo (Cepal, 2015; Morales, 2016). El crecimiento de las remesas convirtió a Cuba en uno de los países de América Latina con mayor crecimiento en este flujo desde 2008 (gráfico 1).

Fuente: Elaboración propia. Información recopilada de Morales (2016).

Gráfico 1.  Evolución de remesas entre 2008 y 2014 

Desde 2014 hasta la actualidad, podemos afirmar que esta tendencia al crecimiento se mantuvo. En enero de 2015, en plena efervescencia del descongelamiento bilateral entre ambos Gobiernos, la administración de Obama autorizó que un ciudadano estadounidense puede enviar a Cuba entre 500 y 2000 dólares por trimestre (Cepal, 2015). Además, cuando un estadounidense visita la isla, dentro de una de las 12 categorías autorizadas, el tope de dinero que puede llevar ahora es de 10 000 dólares, superior a los 3000 (ibid.), límite anterior que Obama eliminó. Estos cambios fueron anunciados por el propio presidente Obama el 17D (Office of the Press Secretary, 2014).

Del poder duro al poder blando: hilvanando el cambio

Durante los dos períodos presidenciales de George W. Bush, las tensiones entre Cuba y Estados Unidos ocurrían a diario. Incluso, este cúmulo de enfrentamientos sobrepasó la cuenca del Caribe para insertarse en otros países gobernados por la “izquierda”, como lo fueron Venezuela y Bolivia (Matthews, 2006). Después de 2008, cuando Obama gana la presidencia, se instaura un cambio de doctrina. A partir de entonces, el presidente aboga “por la búsqueda de la paz en la región y en el uso de herramientas diplomáticas y económicas para facilitar la transición democrática” (Dimitrova, 2011: 2). Incluso, la preferencia por la utilización de programas y alianzas comerciales llegó a comprenderse como un nuevo Plan Marshall (Dimitrova, 2011).

En Cuba también ocurrían cambios profundos en la cúpula gobernante. A raíz de la enfermedad de Fidel Castro, su hermano Raúl asumió el liderazgo del Estado, en 2006, de manera interina y desde 2008, con carácter oficial. No obstante, es válido señalar que Fidel Castro mantuvo funciones hasta 2011, por medio del poderoso cargo de Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC). Las transformaciones que se gestaron bajo la mirada del nuevo gobernante se conocieron a escala internacional como reformas, aunque la prensa oficial cubana comenzó a elaborar sus artículos bajo la frase “actualización del proyecto socialista cubano”. Este fue el principio de un cambio radical en el discurso porque “por primera vez en la historia, el desenvolvimiento de la economía nacional reemplazó al discurso ideológico que colocaba a Estados Unidos como la principal amenaza de la población cubana” (Landaburo, 2016: 7).

Dentro de los transcendentales cambios que repercutieron en el ámbito social y económico, habría que resaltar la ampliación del trabajo por cuenta propia y la nueva Ley de Migración, de 2013. El desarrollo del trabajo privado contribuyó a que el Gobierno iniciara un proceso de disponibilidad laboral, con intenciones de incrementar la productividad del trabajo estatal y, por ende, incrementar la eficiencia de empresas e instituciones. Estas facilidades, a los pocos meses, colaboraron con el incremento de hostales y restaurantes privados, así como el número de trabajadores por cuenta propia (gráfico 2).

Fuente: Elaboración propia. Información recopilada de Izquierdo Ferrer (2016) y Leyva (2011).

Gráfico 2 Evolución de trabajadores por cuenta propia 2011-2016 

La nueva Ley Migratoria cubana de 2013 simplificó los trámites de salida del país de las personas naturales y se convirtió en un punto de encuentro (aun con causas pendientes) entre el Estado y su migración. Incluso, cubanos que habían perdido la residencia en la isla podían iniciar trámites de repatriación. Siguiendo con la lógica de los incrementos, y con interrelación al aumento de la población migrante cubana, las remesas también se potenciaron. El propio Fidel Castro reconocía en 2006 que habían “provincias donde el 30 o el 40 % de la gente recibe algo del exterior” (Ramonet, 2006: 680). Según Landaburo (2016: 77), “el trabajo por cuenta propia ha destacado como el catalizador de la transferencia de recursos entre privados”. No en balde las remesas encabezan la lista de los principales ingresos del Gobierno cubano (junto al turismo, el níquel y los servicios). Cálculos de la Cepal (2015) estiman que las cifras rondarían los 1800 millones de dólares.

Sin embargo, la inversión que se desarrolla por medio de las remesas tiene más trabas que oportunidades. El nudo gordiano, que representa una zancadilla a la expansión y potenciación del trabajo por cuenta propia, parte de las políticas establecidas por el Estado para “controlar” estas figuras económicas. La cautela, graficada en la frase “sin prisa, pero sin pausa” del presidente Raúl Castro, configura el proceso de reformas. El Gobierno visualiza “como una posible amenaza” el deseo de los cuentapropistas de mayor apertura económica. Ergo, la fuerza dirigente del PCC coloca trabas para su desenvolvimiento.

Un notable obstáculo es la ausencia de un mercado mayorista, por ende, los cuentapropistas tienen que hacer sus compras a un nivel minorista. Eso convierte a quienes desempeñan esta figura económica en revendedores, encareciendo el valor de los platos en los restaurantes, por ejemplo, y dificultando el consumo en ellos de un ciudadano que viva con un salario estatal. Otro inconveniente es que las actividades autorizadas no cubren el universo profesional. Los negocios más prósperos incluyen a los transportistas, hostelería para extranjeros y restaurantes.

Esta última dificultad ha tenido un efecto contraproducente para el Estado, porque resulta que los profesionales abandonan sus puestos laborales estatales para dedicarse a actividades más prósperas económicamente. Entonces, puede encontrarse arquitectos vendiendo ropa, economistas dirigiendo restaurantes e ingenieros civiles administrando hostales. Además, a pesar de que el discurso del PCC aprueba el trabajo por cuenta propia, estructuras medias y bajas de la sociedad, con el consentimiento de ciertos dirigentes, se convierten en un pesado lastre para el desenvolvimiento de la forma no estatal de gestión. Mediante multas y cierres “funcionarios intermedios e inspectores velan por un tope al enriquecimiento privado, sobre todo por el miedo de las autoridades al aumento de las diferencias sociales” (Landaburo, 2016: 105).

Estos hechos, sumados al alto índice de migración, afectan la mano de obra profesional del Estado, creando una situación insostenible en sectores estratégicos, como educación, salud, construcción y ciencias. También se debe tomar en cuenta que los servicios profesionales hacia el exterior, como una fuente de ingresos del Gobierno cubano, han contribuido a la carencia de médicos en hospitales y policlínicas.

Mientras todo esto marca el contexto social cubano, Barack Obama visitaba Cuba en marzo de 2016. Minutos después de reunirse con Raúl Castro en el Palacio de la Revolución, el presidente visitante participó en un foro con los “nuevos” emprendedores de la isla. En su discurso, afirmó que estaba reunido con ellos “para decir que Estados Unidos quiere ser vuestro socio” (EFE, 2016). También afirmó que “más estadounidenses viniendo a Cuba significa más clientes para sus negocios” (ibid.). Declaraciones como esta resaltan las dificultades del escenario cubano para la prosperidad de los negocios privados y contrastan con la “aprobación a medias” del Gobierno cubano a estas actividades. También ganan credibilidad, por el aumento del arribo de turistas estadounidenses a Cuba (a pesar que viajar por ocio a este país esté prohibido) y la conexión aérea solo era permitida mediante vuelos chárter.

Durante décadas, el destino Cuba estuvo prohibido para el vacacionista estadounidense. Esta característica era uno de los absurdos del poder duro que Estados Unidos aplicaba a la isla porque otros países (República Islámica de Irán y República Democrática de Corea del Norte), que conformaban el “eje del mal”, según George W. Bush, recibían a turistas estadounidenses. A pesar del acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, esta es una cuenta pendiente, pues su aprobación solo puede ser gestionada en el Congreso estadounidense, donde los republicanos tienen mayoría.

La estrategia de proximidad aplicada por Estados Unidos atravesó diversas fases. La primera de todas fue desmantelar muchas de las trabas que provenían del Gobierno de Bush. La segunda, concretar una relación de respeto entre ambas naciones, por medio de la diplomacia. Del lado cubano, Raúl Castro (2012) abogó siempre por una discusión frontal: “Solo es posible avanzar a partir del respeto mutuo, que implica la observancia de los principios del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones Unidas; entre ellos, la igualdad soberana de los Estados, la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos” (ibid.).

Obama, como principal patrocinador de su doctrina, amplió a 12 las categorías en las que un ciudadano de su país podría viajar a la isla, ampliando las posibilidades de lo que ellos consideraban “contacto pueblo a pueblo”. Intercambios culturales, educativos y científicos sí reciben la aprobación del Gobierno, beber mojitos y tomar sol en una playa, no. A pesar de ello, en el año 2016 comenzaron los vuelos comerciales entre ambos países (gráfico 3).

Fuente: Elaboración propia. Información recopilada de Onei (2016).

Gráfico 3 Evolución de visitantes estadounidenses a Cuba. (No se incluye a población cubanoestadounidense) 

Al papel que juega el incremento en los viajes de turistas estadounidenses se unen los estrechos vínculos de los migrantes con sus familias en Cuba. El propio Obama ilustró la importancia de estos contactos en una estrategia de poder blando desde el 17D, cuando declaró que “los cubanoestadounidenses y sus familias eran los mejores embajadores de sus valores” (Office of the Press Secretary, 2014). Sus intenciones resultaron evidentes cuando afirmó que, liberando el límite de remesas para Cuba, se iban a apoyar proyectos humanitarios para “el pueblo cubano y el sector privado emergente” (ibid.). Una y otra vez el presidente apunta hacia los agentes del cambio en la isla: el sector cuentapropista que, como parte del pueblo, puede transformar la estructura social cubana. Ciudadanos más empoderados pueden presentar mayores plataformas de exigencias al PCC; el cambio de régimen por ahí comienza.

El legado de Obama, después de que finalice su mandato presidencial, provoca desencantos dentro del Gobierno cubano. Esteban Morales Domínguez, una de las voces de la academia en la isla que más conoce de Estados Unidos, manifestaba su decepción después del 17D. Dejando a un lado las emociones del proceso de normalización, para el autor, Obama “nunca se propuso cambiar la estrategia de política, sino, si acaso, solo los métodos y sus mecanismos de instrumentación” (Morales Domínguez, 2016). Es justo señalar que se trata de un cambio palpable, así se traduzca solo en los mecanismos, pues las estrategias de poder blando crean escisiones en un escenario donde las prácticas de poder duro marcaron el accionar por largos años.

El camino de estos cambios parecería ser incierto con la próxima salida del poder de Obama en 2017 y su sucesión por el republicano Donald Trump. Entre los cambios en el statu quo que se esperan ha figurado varias veces el tema de las relaciones con Cuba. La preferencia de una estrategia de poder blando o duro se coloca, entonces, sobre la mesa. No obstante, se espera de Obama que, de alguna forma, garantice la irreversibilidad de su legado. Dentro del órgano oficial del PCC, el periódico Granma, se han alzado voces para divulgar las prerrogativas del presidente con Cuba (Cornelio y Alfonso, 2015). El bloqueo o embargo de Estados Unidos a Cuba solo puede ser eliminado por el Congreso estadounidense, pero esto no quita que el presidente pueda desbrozar aún más el camino. “Obama tiene posibilidades ilimitadas para modificar de manera significativa las restricciones vigentes y vaciar al bloqueo de su contenido fundamental mediante el ejercicio de sus prerrogativas con determinación”, afirmaron Cornelio y Alfonso (2015), funcionarias del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) de Cuba. Dos años después del 17D, Esteban Morales resume el corazón de la estrategia estadounidense con Cuba: “Garrote contra la dirección de la revolución y zanahoria para tratar de conquistar a la sociedad civil cubana” (Morales Domínguez, 2016).

Consideraciones finales

En estos momentos, entre ambos Estados existe una “agenda en blanco”, en la que poco a poco se van insertando temas considerados “espinosos” por el Gobierno cubano, como la democracia, los derechos humanos, la aviación civil y la migración. El Gobierno estadounidense traza las reglas y empuja a su par socialista hacia un sitio donde se siente cómodo; potencia el envío de remesas y apoya a los emprendedores privados mientras Cuba los controla de manera asfixiante y limita sus negocios y ganancias.

En ese contexto, el poder blando se convierte en la estrategia planteada por debajo del tablero; las remesas, como recurso económico, están cambiando la estructura social de Cuba. Estos recursos monetarios son enviados por migrantes cubanos en EE. UU., gracias a las facilidades otorgadas por el Gobierno estadounidense, y tienen el potencial de cambiar el status social de sus familias en Cuba, al crear soluciones para sus dificultades financieras y, por ende, sus necesidades básicas. Las familias que deciden invertir ese dinero se convierten en cuentapropistas, desarrollando sus recursos monetarios en los negocios más prósperos: restaurantes y hostales. A esto hay que sumarle la vigencia de la Ley de Ajuste Cubano, que permite que el ciudadano de la isla que pise tierra estadounidense tenga derecho a la residencia y a innumerables beneficios. El flujo de migrantes cubanos hacia EE. UU. se incrementa cada día más. Por tanto, serán ciudadanos que, una vez establecidos, ayudarán a sus parientes en la isla.

Los cuentapropistas cuatriplican (cifra conservadora) sus ingresos con respecto a los trabajadores estatales. Su nivel de vida sobrepasa la media social. Se compran bienes (casas, autos, tierras) y establecen patrones de consumo propios de la sociedad capitalista. A mediano plazo, tendrán mayores “aspiraciones” de poder, no ya solo económico, sino también político. Hacia ahí se dirige la estrategia del garrote y la zanahoria. Además, mediante el contacto creciente entre turistas estadounidenses y pueblo cubano, los “valores” de los que tanto habla Obama y su establishment serán transmitidos, sin intermediarios. Ya no será necesario presionar en la mesa de conversaciones al Gobierno socialista, el propio pueblo preguntará por su derecho de reunión, por la democracia liberal, por sus derechos políticos, por la rendición de cuentas, en fin, por una lista larga e inagotable de esos “valores”.

La estrategia de poder blando apuesta a que, a largo plazo, esto se convierta en una enfermedad terminal para quienes controlan los hilos del poder del PCC. Y es que, por la vieja amenaza de los lobos disfrazados de ovejas, la dirigencia cubana aún conserva reglas de Gobierno de una ciudadela sitiada. La estrategia de supervivencia sobresale por encima de todo raciocinio pues el PCC trata con recelo a los cuentapropistas. El trabajo privado y su expansión se debieron a una estrategia que buscaba dotar de eficiencia a la empresa estatal socialista. Por tanto, el empoderamiento de los cuentapropistas nació con obstáculos que, a la postre, cercenan su propio desarrollo. Por detrás de esto queda la esperanza de cambio de la población cubana. Su aspiración de subsistencia económica entorpece cualquier valoración objetiva del actual contexto. Las preocupaciones por la soberanía, la justicia social o el futuro del país, a largo plazo, pueden quedar en segundo plano, ante apremios por alcanzar un progreso económico largamente postergado, que ahora parecería alcanzable, en parte gracias al poder blando.

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1Nombre popular con el que en el espacio de lo social y gubernamental se reconoce a quienes trabajan en negocios privados.

Recibido: 14 de Septiembre de 2016; Aprobado: 11 de Noviembre de 2016

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