La existencia está poblada de momentos que insistentemente tratamos de recordar y evocar, pretendiendo generar un archivo nostálgico del habitar nuestra memoria, como quien revisa una y otra vez los registros de nuestro imaginario, en medio de una velocidad imparable que deja atrás todo en el espejo retrovisor de nuestros recuerdos.
Una suerte de obsesión del ser en su tránsito y de las cuestiones estéticas que nos convocan a los artistas o tal vez el gesto para no olvidarnos de nosotros mismos en el acto de quemar, grabar, dejar una impronta, como señal de lo caminado.
Guardar imágenes y, al hacerlo, generar un acto performático para que en ese acto la impronta sea más profunda; fotografiar, grabar, un guiño simbólico de lo que somos, de lo que hemos sido; así, el ojo del artista hace un doble backing en nuestro ser: mira la imagen y la registra a nivel óptico, corpóreo; ojo e intuición son una cámara.
Atrapar imágenes en su velocidad, capturar visualmente sucesos dados en la inmediatez, es un deseo impulsivo por abrazar lo efímero, por cazar momentos fugaces, como quien atrapa una presa valiosa.
En las obras de Fabiano Kueva y Rosell Meseguer se da una fusión de miradas de actos performáticos del “guardar y atrapar”.

Figura 1 Rosell Meseguer. Herbarium Minerale. Relatos, extracción y profundidad, fotografía de Jorge Anhalzer
Meseguer busca indagar en una arqueología minera, en la huella milenaria de las capas minerales que nos cuentan la historia subterránea, lo acontecido en la tierra, en las cenizas. Salpetre Mine, Flora Minerale, son obras en las que -lo que ha trascendido en la naturaleza soterrada- es relatado desde un ángulo crítico de la explotación minera y, a nivel poético, propone una arqueología de espacios abandonados; una postal desértica provocada por el hombre que atraviesa excavaciones de ansiada riqueza, donde se cava y se encuentran tesoros. Meseguer, con su trabajo, nos enfrenta a una realidad que no solo nos habla de elementos científicos, sino de su uso intangible; sus objetos afirman el conocimiento que proviene de la geología, pero también de su ritualidad; esta puesta en escena nos deja ver los rastros en la tierra que han sido cruzados por nuestros pasos, la breve permanencia guardada en el transcurrir de nuestro minúsculo devenir frente la inmensidad de la naturaleza.
En su obra, como en la de Kueva, el tránsito, el viaje, el caminar del volátil viajero -instrumentado en la tecnología-, susurra un relato, una narración, un camino para entender la brevedad de nuestra presencia y la eternidad de nuestras preguntas.
Hay quienes queman la tierra para provocar daño y hay otros que la queman tierra para sembrar; hay volcanes cuyas erupciones queman todo a su paso, pero también congelan el instante de lo que sucede durante la explosión; su obra remite todo eso, destruye y construye; el emisor performático provoca, en el acto mismo de crear, más de una lectura; no escribe, ni dibuja… quema, y al hacerlo, archiva en la memoria visual la palabra que viene a tocarnos de distintas maneras.
El fuego es desde siempre la vida, con su energía potente pero también efímera; el fuego crea y destruye, hace y deshace, abriga y quema; el fuego es un acto de impresión profunda, es el hogar y la guerra y -en muchas ocasiones históricas- ha sido lo que permite dejar una huella en la memoria; en un gesto poético y político, Kueva recurre a quemar un texto y a dejar una impronta, una huella. El artista deconstruye la primera capa del texto y su lingüística, la deja caer y elabora una marca que denota otra semiótica de lo que fue y nos conduce a un texto que emula el mensaje de “alimentar el fuego” en un tono de protesta de aquello que requiere una postura rebelde para hacerse sentir.
Es importante -antes de terminar- destacar las obras en video que no son tan solo un registro de la idea, sino el canal estético que imprime un carácter cinematográfico a las imágenes que provienen de la realidad revisada por ellos, bajo un guion particular de la imagen en desplazamiento.

Figura 3 A la izquierda: Alimentar el Fuego, Video, Fabiano Kueva, Video, 2022. A la derecha: SLHD Tamarugal, de Rosell Meseguer. Video, 2005-2014 y elementos varios. Fotografías de Jorge Anhalzer.
Estos queridos y maravillosos artistas y colegas, con su práctica, nos conducen a una temporalidad cambiante, son la crónica de un momento que no necesariamente sucede en la realidad, sino se construye desde su óptica emocional.
El arte es el arranque primigenio del comienzo de algo que no necesariamente se dibuja en lo blanco del vacío (sin memoria), sino que parte de la elaboración de historias, de lo que ya tiene presencia real; el arte construye sobre los vestigios y en las ruinas de lo anterior; el arte imprime no olvidar, como gesto permanente de protesta.