Introducción
El impacto del accionar humano ya sea por los efectos de la urbanización, de la industrialización o del extractivismo, ha alterado ríos, selvas, glaciares y una diversidad de ecosistemas. Desde hace ya unas décadas en distintos países de Latinoamérica se multiplicaron las acciones colectivas, entre ellas las artístico-visuales, cuestionando el supuesto impacto positivo de las actividades extractivas de apropiación y avasallamiento sobre los territorios. Tal como sostiene Rosauro (2018),
La colonización de la naturaleza, que muchos sitúan en los principios cartesianos ilustrados del dualismo entre el mundo humano y el no-humano, situó el mundo no-humano como objetualizado, pasivo y separado del humano, y elaboró una comprensión racionalizadora, extractiva y disociada que estructuró las relaciones entre las personas, las plantas y los animales. La naturaleza ha sido colonizada tanto conceptualmente como en la práctica. (p.40)
Las acciones emprendidas contra esta situación son múltiples y se componen de un abanico amplio de actores ─las asambleas de vecinos autoconvocados, los -ecofeminismos, las comunidades originarias, entre otros─ y de demandas ─como, por ejemplo, el reclamo por el acceso al agua, el derecho a la tierra, la preservación de bosques y reservas naturales, entre otros─. Según Romero Caballero (2014),
la proliferación de problemáticas referidas a la mercantilización de paisajes humanos y no-humanos, la expansión de contingencias ambientales de diversa índole, así como la emergencia de nuevas formas de resilencia social vinculadas a reivindicaciones ecológicas, han sido discutidas tanto política como epistemológicamente desde distintos ámbitos disciplinarios y procesos de pensamiento. La práctica artística ha mostrado un papel especialmente activo (p.13)
Teniendo en cuenta este panorama, y partiendo de la articulación entre arte-naturaleza/ambiente, en este artículo armamos una serie de propuestas visuales argentinas con el fin de asociarlas a partir de relaciones o de motivos persistentes: el señalamiento del daño a la naturaleza por parte del ser humano (Warburg, 2010). La puesta en diálogo de las propuestas aquí seleccionadas, si bien, a priori, podría parecer arbitraria, es de hecho, pertinente en tanto el corpus de imágenes se organiza de “de acuerdo con la vecindad significativa que hay entre las manifestaciones singulares del mismo tema iconográfico” (Urueña, 2015, p.11). Es decir, de modo que puede ponerse en juego un modo de agrupación basado en “relaciones de semejanza temática, morfológica o gestual” (Urueña, 2015, p. 57). Así, el corpus está compuesto por:
“Utopía del Bicentenario (1810-2010) 200 años de Contaminación”, 2010, de Nicolás García Uriburu
“Ejercicio Derrame / Iniciativa Bioregional (Magdalena)”, 1999, de Ala plástica
“Santa Cruz River”, 2018, de Alexandra Kehayoglou,
“Humo de las islas en bidones”, 2020, de Salvador Trapani
“Campoquemado” (de la serie Campos Quemados), 2014, de Beatriz Moreiro
Estos cinco casos argentinos, si bien no revisten exhaustividad, sí pueden aportar un panorama de diversas propuestas que, desde el arte, tematizaron a lo largo de diferentes décadas, problemáticas ambientales vinculadas al agua ─su contaminación─ y al fuego ─como son los incendios producto del avance de la frontera agrícola. Asimismo, es importante resaltar que la selección está formada por una variedad de lenguajes estéticos: performances, arte-activismo, pintura, tapiz. Avanzaremos a continuación con un recorrido panorámico sobre algunas referencias sobre el tema para luego concentrarnos en el corpus. Por último, estableceremos puntos de contacto y una serie de conclusiones para (re)pensar nuestro presente.
Visualidad y medioambiente
Es alrededor de los años ´60 del siglo XX, cuando la naturaleza pasa de ser objeto de contemplación a ser “sujeto, proceso y destino del hecho artístico” (Romero Caballero, 2014, p.14). Al respecto, la noción de arte medioambiental es central. Marín Ruiz (2014) aborda dicha categoría, reconocimiento su complejidad y pluralidad. Es decir, “arte medioambiental” comprende una variedad de aproximaciones visuales a la naturaleza, “una retórica visual y material muy diversa” (p.42). Así es como encontramos propuestas de land art, instalaciones, esculturas en espacios naturales (site specific art), bio-arte, arte efímero, performances, arte ecofeminista, arte que incorpora elementos de reciclaje, fotografía, videoarte, entre otros. Dentro de esta variedad, algunas prácticas artístico-visuales vinculadas al ambiente y a la ecología visibilizan problemáticas concretas desde múltiples medios o lenguajes, mientras que otras ofrecen soluciones a dichas problemáticas, por ejemplo, a partir de ejercicios de inmersión en comunidades e imaginación política en contexto.
Por otra parte, algunos enfoques respecto de prácticas artístico-visuales ecológicas suelen hacer referencia a alguno de los elementos naturales: agua, aire, tierra y fuego. Este es el caso de la muestra Ecologías (2018), realizada en el Museo Sívori (Ciudad autónoma de Buenos Aires, Argentina), en la cual la producción de catorce artistas se organizó, según elecciones curatoriales, en cuatro grupos según cada elemento. En el marco de la investigación en artes, Depetris Chauvin (2019), aborda los vínculos entre arte, ecología y afectos analizando obras de Argentina, Brasil y Chile donde el agua o la unión agua-tierra son el medio para dar cuenta de problemáticas ambientales. Rosauro (2018) también aporta un panorama de diferentes propuestas artísticas latinoamericanas que, entre otras cuestiones, visualizan los problemas asociados a la sojización y su impacto en el aire y la tierra: fumigaciones, desmontes y desplazamiento de poblaciones.
Varias obras argentinas problematizan el tema del agua a partir del impacto negativo de la actividad del ser humano. Una de las más conocidas, repitiendo una modalidad pionera es la acción emprendida, justamente el día internacional del agua, por el artista Nicolás García Uriburu junto con Greenpeace en el año 2010. Esta constó de teñir de verde las aguas del Riachuelo ─uno de los ríos más contaminados del mundo─, para de esta forma, reclamar el saneamiento definitivo de la cuenca. La acción, llamada “Utopía del Bicentenario (1810-2010) 200 años de Contaminación” tuvo como fin generar conciencia sobre este recurso escaso. Fue una protesta contra el agua contaminada, repitiendo la operación realizada en 1968 durante la Bienal de Venecia, cuando García Uriburu tiñó de verde las aguas del Gran Canal de Venecia. En ambas versiones, se utilizó una sustancia verde fluorescente no nociva para el ecosistema así, el artista hacía de la naturaleza el agente de la obra. La elección del color verde estuvo dada porque el artista lo catalogó como el más cercano a la naturaleza. Pero a la vez, el líquido verde fluorescente generaba la idea de un agua impura, sucia, contaminada. En cuanto a la referencia, en el título, a los 200 años de contaminación, García Uriburu dice “en el año 1801 la Primera Junta lo manda a limpiar, que se hiciera una limpieza al Riachuelo que ya estaba contaminado (…) A los saladeros, instalados al comienzo de la colonia y las curtiembres después, se le sumaron todos los habitantes. Hoy es la cloaca más grande a cielo abierto del mundo, la de la cuenca Matanza-Riachuelo” (García Uriburu en Lauria, 2010, p.22). Es decir que, esta problemática nunca fue abordada de manera integral ni seria por ningún gobierno local.
Como prefiguración del futuro, esta acción de García Uriburu volvió a recordarse cuando, durante noviembre del año 2020, una inusual presencia de algas en el Río de La Plata (dada por efectos de aumento de temperatura) afectó a una planta potabilizadora de la provincia de Buenos Aires e interrumpió el suministro normal de agua. Estas algas producen cianobacterias, capaces de desarrollar sustancias tóxicas, las cuales generan diversos problemas en la salud de seres humanos y de animales al beber o tocar el agua. Como se ve en la figura 1, las aguas se tiñeron del mismo color verde fluorescente (figura 1).
Otra propuesta que nos invita a reflexionar sobre la contaminación y riesgo ambiental asociado al agua y zonas costeras es “Ejercicio Derrame / Iniciativa Bioregional (Magdalena)”, de 1999, desarrollada por el colectivo artístico platense Ala plástica. En este caso, desde un activismo ligado a la comunidad y a prácticas en territorio, el colectivo en conjunto con habitantes del lugar, científicos, periodistas, botánicos, otros artistas, entre otros, realizó un relevamiento e informe de situación luego de que un buque petrolero de Shell colisionara y derramara toneladas de hidrocarburo sobre la costa ribereña de la localidad de Magdalena (provincia de Buenos Aires) (figura 2). De esta forma, se llevaron adelante diversas estrategias comunicativas de relevamiento del impacto, evaluación y posibles modos de mitigación del daño al ecosistema y a la economía local: se tomaron fotografías, se realizaron cartografías y exhibiciones, además de denuncias ante organismos nacionales e internacionales.
En “Santa Cruz River” (2018) de Alexandra Kehayoglou, aparece la problemática del agua, aunque de una forma diferente. Aquí el agua tematiza a este río de origen glacial que discurre libre por Argentina, en la provincia de Santa Cruz, antes de la posible destrucción de la cuenca por la proyección de dos megapresas de capitales chinos con el fin de generar energía eléctrica. El avance de ese proyecto no solo amenaza al río Santa Cruz y a la fauna local, sino también al glaciar Perito Moreno. En una entrevista, Kehayoglou sostiene que, a través de los tapices, puede reproducir la tierra y un mundo, y que es la desconexión entre las personas y la naturaleza la que la motivó a realizar este tipo de trabajos (NGV Triennial, 18 de septiembre de 2017). Asimismo sus tapices, piezas únicas, concebidas como un modo de comunicación, poseen colores que rememoran el uso del color en el impresionismo. Una característica importante de los tapices es que involucran al cuerpo humano, pudiendo ser habitados por los espectadores, como se ve en la figura 3. Por último, es llamativo que, como sostiene Gutiérrez (2019), el trabajo textil de los tapices de Kehayoglou es artesanal, lo cual parece referir a un momento preindustrial, preantropocénico.
Volviendo a “Santa Cruz River”, la artista tuvo el objetivo de inmortalizar el río tal cual es, antes de que sea modificado por la mano del humano. Para ello realizó una travesía por el río Santa Cruz documentando su forma de modo tal de reproducirla luego en el tapiz.
En relación al fuego, “Humo de las islas en bidones” (2020) del artista Salvador Trapani, es una propuesta que se enmarca en el contexto de quema de pastizales en la zona de los humedales en las islas entrerrianas frente a la ciudad de Rosario. En Argentina existen aproximadamente 600.000 km2 de humedales, lo que representa el 21,5% del territorio nacional. En el año 2020, once provincias se vieron afectadas por incendios y solo en el delta del Paraná 90 mil hectáreas de humedales fueron arrasadas por el fuego. Las quemas son llevadas adelante por quienes explotan los territorios destruyendo ecosistemas enteros: las mineras, las ganaderas, las madereras, proyectos inmobiliarios. Actualmente las principales presiones sobre los humedales en Argentina se relacionan con cambios en el uso del suelo, alteraciones en la dinámica del agua, extracciones, introducción de especies exóticas invasoras y el cambio climático.
La demanda por una ley que proteja a los humedales contra prácticas ecocidas fue muy fuerte durante todo el año 2020 y activó el accionar de múltiples actores sociales que, a través de diversas estrategias, como el hashtag #LeydeHumedalesYa ─el cual inundó las redes sociales─ y las propuestas visuales, han generado modos de exponer públicamente la problemática y la necesidad de la protección del ambiente. En este contexto, Trapani llevó adelante una performance que, entre el humor y la ironía, denunció las quemas y exigió la Ley de Humedales. La misma constó de poner una mesa en la vereda con una máquina de humo, el cual era envasado en bidones y vendido a los vecinos de la zona. De esta forma, el artista buscó concientizar sobre la problemática de los incendios que ocurrían frente a Rosario. El humo envasado podría verse como un souvenir, un recuerdo de las quemas. Al mismo tiempo nos resuena, en el gesto, a ciertas propuestas del arte conceptual, como “Mierda de artista” (1961) de Piero Manzoni y, en la temática, a obras como “Rhein Water Poluted H2O + 10.000 Poisons” (1981), colaboración entre Nicolás García Uriburu y el artista alemán Joseph Beuys. Esta última constó de teñir las aguas del río Rin para dar cuenta del problema de la contaminación de las aguas para luego, extraer una muestra, embotellarla y comercializarla. De esta forma, la propuesta de Trapani permite tejer lazos con obras previas.
En el marco del mismo contexto de incendios y expansión de la frontera agrícola, pero unos años antes, Beatriz Moreiro pintó “Campoquemado (de la serie Campos Quemados)” (2014) (figura 4). Si bien la artista nació en Buenos Aires, hace años está radicada en Resistencia, provincia de Chaco. Su obra se inspira en el paisaje que la rodea y, al igual que Trapani, buscó dar cuenta del desmonte, de las quemas de campos y de cómo, el fuego, arrasa con lo viviente a su paso. En palabras de Moreiro:
Recorro, indago, investigo y recolecto restos de ese monte avasallado, agredido. Junto restos de nidos, pájaros muertos, cactus, avisperos y con todo eso conformo objetos -fardos- atados con perdurable acero, ante la imperdurabilidad de la vida, porque el hombre interrumpió su proceso natural (Moreiro en Ezquiaga, 2020, s/p).
De esta forma, tanto Moreiro como Trapani buscaron, desde diferentes lenguajes artísticos -performance y grabado- dar cuenta del impacto de los fuegos intencionales y, mientras la primera lo hizo desde lo figurativo y literal (aludiendo a la quema), el segundo acudió al arte conceptual y el humor (donde el humo envasado fue el indicador de los incendios).
Poéticas de denuncia y resistencia
En las páginas previas analizamos una serie de propuestas artístico-visuales ecológicas argentinas que no solo manifiestan críticas vinculadas con problemáticas ambientales específicas e invitan a re-pensar nuestro impacto en la naturaleza, sino que también promueven que podamos pensar otra forma de relacionarnos con los recursos y el ambiente. Es preciso aclarar que en este texto buscamos aproximarnos al vínculo entre visualidad, medioambiente y daño, sin pretensión de exhaustividad, ya que tanto las problemáticas como las estrategias frente a los conflictos y las prácticas ecocidas son amplias y variadas. En este sentido,
utilizar el rótulo de “prácticas artísticas ecológicas” funciona, en nuestro caso, como una estrategia metodológica y particularmente contingente, que nos ayuda a explicar los argumentos y los cuestionamientos políticos y epistemológicos llevados a cabo por un corpus de prácticas artísticas, cuyo objetivo es luchar contra la precarización de la existencia. (Romero Caballero, 2014, p.25)
La lucha contra la precarización de la existencia supone también un posicionamiento contra la violencia (Butler, 2020), la cual destruye condiciones de vida y habitabilidad. En la idea de que nadie puede mantenerse a sí mismo solo, para Butler las zonas de lo viviente (humano y no humano) se superponen, por lo cual deben pensarse como relacionales. Teniendo presente esta interdependencia es que se puede pensar en las amenazas al medioambiente, en tanto compartimos un mismo mundo donde cada quien depende de otros seres sensibles, de ambientes y de infraestructuras para una vida vivible.
Las obras y acciones mencionadas en el presente artículo han hecho referencia a la modificación de causes y contaminación del agua, recurso básico e indispensable para la vida, como al fuego intencional, que sigue destruyendo bosques, selvas y humedales, espacios de gran biodiversidad que deberían ser resguardados. Dentro de esta variedad, algunas prácticas artístico-visuales tematizaron y visualizaron las problemáticas concretas, mientras que otras supusieron la inmersión en comunidades, relevando la situación para pensar posibles soluciones.
Lo que sucede en Buenos Aires, Santa Cruz, Rosario, Entre Ríos, Chaco, son ejemplo de cómo el avasallamiento sobre el medioambiente no se restringe a una sola porción del territorio argentino, sino que lo abarca a lo largo y ancho. En suma, desde diferentes lenguajes artísticos, las propuestas seleccionadas comunican, denuncian y abren interrogantes, manifestando así, una forma de disenso (Rancière, 1996) a partir de construir otras narrativas que nos permiten repensar nuestro vínculo con el mundo no-humano desde la creación de una zona de visibilidad-otra (Mirzoeff, 2016): una amorocidad empática desde mundos no disociados.