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Estoa. Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca

versión On-line ISSN 1390-9274versión impresa ISSN 1390-7263

Estoa vol.6 no.11 Cuenca jul./dic. 2017

https://doi.org/10.18537/est.v006.n011.a02 

Artículo

A la sombra de las ciudades en flor

In the shadow of blossoming cities

José Ramón Moreno Pérez1 

Félix de la Iglesia Salgado2 

1 Universidad de Sevilla, España, joseram@us.es

2 Universidad de Sevilla, España, fis@us.es


Resumen:

La ciudad contemporánea está informada por una habitabilidad dividida entre los modos impuestos por los dispositivos de la “democracia biopolítica” y las elaboraciones compartidas de las “comunidades terribles”; ello produce un cizallamiento en su configuración, con el que se espacializan comportamientos que tratan de articular ese vacío insoportable presente en nuestras vidas. En cuatro movimientos, se quiere dar cuenta de “lugares comunes, armas, temporalidades, dinamizaciones” que tratan de que un mundo advenga. Estamos en presencia de un tránsito repetido a lo largo de la construcción de la urbanidad moderna que ahora ha alcanzado -de manera definitiva- en la realización completa de su modelo originario transformarse en un gran “interior”. Tal como celebra ese momento de gozo y asombro el título del artículo, ahora los “nómadas prisioneros” estarían comprometidos en la construcción de su narrativa y argumentos.

Palabras clave: argumentos; habitabilidad; movimientos; narrativas; señales

Abstract:

The contemporary city is informed by a habitability divided between the modes imposed by the devices of "biopolitical democracy" and the shared elaborations of "terrible communities". This produces a shear in its configuration, which install behaviors that try to articulate this unbearable present emptiness in our lives. In four movements, we want to report of “common places, weapon, temporalities, dynamizations…” that treat of that a world appears. We are in the presence of a repeated transit along the construction of modern urbanity, which now has definitely reached -in the complete realization of its original model- become a great "interior". As celebrates that moment of joy and amazement the title of the article, the "prisoner nomads" would now be engaged in the construction of their narrative and arguments.

Keywords: Arguments; Habitability; Movements; Narratives; Signs

1. Introducción

Sí, sí, pero tú haces que sí exista. Eres tú, forzándolos a existir. Es pura voluntad humana. Alteramos la ciudad cada vez que la contemplamos. Es un camino de dos direcciones. No sólo recoges impulsos, sino que constantemente estás proyectándolos (Sinclair, 2015, p.5).

Sloterdijk (2002) afirma que “para la sociedad moderna (…) toda distinción no es más que la expresión de quien diferencia” (p.79), la ciudad contemporánea -como escenario y contenedor donde acontece la vida humana- está recorrida por una contienda en la que por la voluntad de quien la contempla, viene a ser considerada de forma diversa y cambiante, dando lugar a una historia eficaz como nunca antes se había producido; una consecuencia que acaba convirtiéndose en una aureola de ciudades invisibles, tan sólo presente en la expresión imaginada de los que la proyectan, frente a aquella impuesta por quien la domina. Un conflicto que analiza con sagacidad Cacciari (2002) en “Nómadas prisioneros” y que podríamos rastrear a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado a través de autores y de distintos enfoques como Lewis Mumford, Marshall McLuhan o Edward Soja.1

Como sostiene Sinclair (2015), muchas de esas ciudades permanecen “desaparecidas”, pertenecen a los sueños, a la intimidad o sólo se repliegan en una existencia al margen de la imagen pública de la misma; se zafan de los medios de comunicación y aposentan una vida marginal: están allí pero son invisibles, necesitadas de buscadores -o quizás magos- que, por su voluntad política y olfato temporal, la puedan traer en presencia de quienes la habitan o la visitan. Hubo un tiempo en el que la Arquitectura, el Cine o la Literatura se nutrían de ellas, alimentaban un imaginario capaz de proyectar posibilidades muy distintas de la realidad urbana y, con ello, se convertían en adelantados del porvenir de las mismas.

La palabra “desaparecidas” es un buen calificativo para describir contemporáneamente el papel de esas ciudades en el juego moderno de sus apariencias; lo es porque la mutación que la representación ha sufrido en las últimas décadas ya no nos permite manejar tiempo o espacios alternativos, pues ella ha sido capaz de subsumir lo real como un componente propio. Las categorías o los soportes capaces de engullir un número interminable de componentes heterogéneos celebran su fortuna y se comportan como nubes anestesiantes en las que permanecen entretenidas la vida de todos, convirtiéndose finalmente en enormes contenedores, a los que Sloterdijk (2010) les asigna un denominador común: el del mundo interior del capital.

2. Señales

2.1 Secuenciación

Nos dice Cragnolini (2009), quien introduce a Cacciari, que “Estamos siempre en tensión: tendemos a lo Invisible, a lo divino, a lo Irrepresentable, pero nos vemos obligados a movernos en el ámbito de lo visible, de lo limitado, de lo fenoménico” (p.9).

Un descomunal proceso de reorganización del territorio, nunca acabado, siempre abierto, resuelto por las instrumentalizaciones de una razón técnica que lo coloniza o aparatiza de forma cambiante, que dibuja los escenarios de una habitabilidad, siempre desplazada hasta agotarlo, cubrirlo, anestesiarlo y decantarlo en un espacio continuo y excluyente. Este proceso, atravesado por una movilidad incontenible que desdibuja y disuelve sus configuraciones estables, para luego volverlas a recuperar parcialmente, completamente artificializadas, que termina tan solo como una imagen-paisaje cualquiera -disponible para su postproducción- del “atlas” de la globalización electrónica.

La ciudad -cualquier ciudad- como franquicia del mercado global, como puerto receptor de los flujos culturales -objetos simbólicos acelerados y formateados por los lenguajes de la sincronización- donde todo se hace disponible, pues ella canaliza la inmanencia del poder adquisitivo para hacerlo presente en la atmósfera del consumo; interior de otro interior abarcativo que como un postmoderno palacio de cristal alberga fetiches, reconocimientos y desprecios. Con ello, se alcanza una ruptura completa de lo necesario, de tal manera que permite el triunfo de una imaginación perversa - ¿ilusión?- que nos permite creer que todo es posible: la ciudad como factoría de lo mágico, como simulacro de una realidad banal.

Fuente: Montaje realizado a partir de la Propuesta CiudAd Abierta 3.0 y trazado de la instalación para la Exposición Heaven. Miralles y Tagliabue. “Arquitecturas del tiempo”, (R. Gallegos y A. Lancharro, 2013)

Figura 1: Instalaciones: Conectividad ciudad 1.0 - ciudad 2.0 

El proceso que nos ha conducido aquí -con monstruosos efectos colaterales que se incorporan como un material productivo a sus sucesivas y continuadas revisiones- proyecta una sombra alargada y extensa. Una sombra llena de espacios abandonados, olvidados o a la espera de una actividad que lo recupere, de marginales o extinguidas formas de vida, de los rastros, ruinas o residuos de ocupaciones que han quedado orillados por la vía ancha del progreso.

Una sombra -entendida como situación que acoge a una imaginación emergente- donde se juega buena parte de los encuentros, envites, ocasiones o partidas que pueden hacer posible que a esas ciudades en flor se les reconozca su potencialidad; las otras vidas urbanas que atesoran como semillero de un nuevo círculo antropológico, aún por enunciar. Para ello, en primer lugar, será necesario utilizar la técnica de la instalación, el único modo de promover una habitabilidad contemporánea en esas sombras.

Todos nos hemos convertidos en instaladores, así lo diagnostica Sloterdijk (2005): “cada uno de nosotros (…) se ha convertido o ha sido forzado a convertirse en una suerte de planificador de su propio espacio” (p.230). Con ello quiere explicar la necesidad del interfaz con un medio muy alejado del acogimiento o el aposentamiento para cualquiera que no se adapte a sus dispositivos; incluso en ese caso, por la complejidad de las interacciones que producen los aparatos a los que está encomendada su funcionamiento, necesitaremos de la competencia en el manejo de sus lenguajes, o de la habituación a sus rutinas, o disposiciones, o las tácticas del explorador.

Instalarse como primera acción, nunca definitiva, siempre mejorable, siguiendo los modos tradicionales de la guerra o de los nómadas, de los descubridores o los emprendedores, pero ahora entendida como componente de un software compartido por una red de actores que continuamente asumen roles o representaciones. Entonces, interiorizada la voluntad de este proceder, será necesario un saber capaz de conocer los lugares, las situaciones con las que debemos negociar nuestra inserción y, por ello, un sentido de cuáles son aquellas atmósferas en las que podamos sentir la presencia doble, al identificar su tonalidad emocional como afín y cuáles son aquellos sistemas capaces de inmunizarnos contra las amenazas del medio en el que nos instalamos, hasta entenderlos como comunidad para una habitabilidad.

Todo ello supone entender ese medio ya-no-urbano a la sombra de la ciudad, como un continuo de amenazas y oportunidades -recogidas por aquella metáfora ilustrada de la ciudad como bosque- que nos obligan reiteradamente a urdir estrategias de desregularización -similares a las puestas en obra por el capital para los derechos ciudadanos- de sus dispositivos de control, frente a las rutinas, a la resistencia del consumo creativo, las artimañas y la formulación de redes de intersubjetividad. Una habitabilidad que se registra en sus manifestaciones y propuestas, desde la mitad de siglo XX, por parte de una ciencia del comportamiento, que solo a final del siglo está en condiciones de reconocerla y establecerla como tal. Desde las propuestas vanguardistas de la Internacional Letrista, pasando por los Situacionistas, las agitaciones de J. Beuys o Fluxus hasta los estudios sociales de M. De Certeau, conforman una trama sobre la que la arquitectura moderna ha comenzado a entender la relevancia de este cambio.

Pero, también, esa situación es producto de la confrontación entre lo real y lo virtual, cuya interacción no regulada determina los presupuestos técnicos y antropológicos de su habitabilidad, pues ahora sabemos que cualquier simulacro es más potente que el faceteado de lo real; lo imaginado o proyectado actúa como una oportunidad que desafía a cada instante la experiencia, guiada por una voluntad individual que tan sólo alcanza lo colectivo al imaginarse residenciada en una comunidad que viene. Así pues, esa habitabilidad está necesitada de la imaginación y la conciencia, de lo prospectivo del paralaje, de lo proyectado instantáneamente, como instrumentos capaces de ritmar tiempos y oportunidades, sin posesión, tan solo como uso ecológico. Una situación que trascurre en los futuros lugares del 3.0, frutos de una conectividad, aún irreal pero muy avanzada de los topos del 1.0 y los ángeles del 2.0., allí se residencia cualquier imaginario de lo porvenir.

2.2. Desplazamientos hacia lo informal

Proust narra en el segundo libro de su obra “A la búsqueda del tiempo perdido, una experiencia de aprendizaje, un descubrimiento de dimensiones -antes sagradas- de lo humano, como el erotismo o el arte; una experiencia que marca irremisiblemente la existencia de todos y que se hace significativa con su título: “A la sombra de las muchachas en flor. En el balneario de Balbec, el lugar apartado de Paris donde transcurre la segunda parte de la novela, destino de la primera escapada de la ciudad de su protagonista. Una vez abandonado el amor de Gilbert Swann, Proust (1997) descubre un grupo de muchachas sonrientes correteando por el paseo, él las ve como una masa informe de belleza y espontaneidad: “una fluctuación armoniosa, la constante traslación de una belleza fluida, colectiva y móvil” (p.245).

Ese modo de enfrentarse al mundo que lo rodea, describiéndolo a partir de una particular mirada, continúa y dilata una actitud que podemos encontrar inaugurada por la visiones de Baudelaire. Su enfrentamiento con la realidad caótica de París se salda -hacia mitad del siglo XIX- con una visión en la que el bullicio y la agitación vivida se abre en una profundidad capaz de revelar el reverso de la superficie aparente de una realidad urbana apabullante; una superficie que Guys -aquel pintor de la vida moderna- tratara como superficialidad pictórica evanescente, depositada con tintas transparentes de colores desleídos, sobre los soportes profanos del periódico o del cuaderno de apuntes. Como Calasso (2011) nos propone, esa mirada que es un sueño, habita en una folie, La Folie Baudelaire, que a modo de cabaña se instala en la geografía imaginaria de una península extrema -la de Kamchatka- , un lugar apartado donde puedan materializarse los ideales del Romanticismo.

Ese plegado del mundo moderno que se constituye según dicotomías irreductibles, también informa a la metrópolis y a los sucesivos proyectos urbanísticos y arquitectónicos que se suceden en su diagnóstico, formulación y configuración, marcados todos ellos por un debe ser que se quiere tan certero como lo acontecido en el pasado. Proyectar significará añadir al desafío del arrojo, de lo aún no sucedido pero si previsto, la confianza en la seguridad de su predicción, tal como correspondería a una antropotécnica largamente ensayada por la globalización terrestre.

Entonces, la aparente huida de la ciudad, como en el sueño, no es sino una representación del ambiente escindido donde transcurre la vida moderna, una metrópolis que bien pudiera asumir la metáfora del título: ciudad en flor; en sus pétalos semiabiertos se guarda un sueño que necesita de la protección de los lugares del deseo y erotismo. Esa interiorización permite una mirada distinta, profunda y banal, como aquella profundidad que, de vez en cuando, su realidad desbordante se caracteriza como emergencia; es una mirada que atesora las impresiones cambiantes y fugaces, para que se decanten constituyendo un mundo que aguarda un nuevo aparato capaz de registrar formalmente su aparecer. Según desarrolla Sloterdijk (2011) en “La domesticación del ser”, en el círculo antropotécnico de las primitivas hordas humanas se hace explícita una habitabilidad -aún muy alejada de un medio- que no es sino bullicio urbano.

El encaje entre esa naturaleza emergente de lo metropolitano -de un medio plenamente artificial bajo el control de una razón técnica- y aquel aparato capaz de su presentación, desarrollo y gestión, encontrará un nivel de síntesis provisional en la formulación arquitectónica y cinematográfica de una existencia como estancia. Una corporeidad complementada de manera progresiva por la tecnología -ella no será sino uno de sus objetivos a batir-, una ambientación emotiva capaz de integrar y superar a la biológica, una individualidad atómica que asegure la irreductible potencia de la multiplicidad sin convocar ningún común -al menos por el momento- serán los fragmentos de la cadena del ADN moderno, uno de cuyos laboratorios se encuentra de forma irremisible en los territorios de la Arquitectura.

La petición no es sino la de constituir la estructura del genoma completo de la habitabilidad moderna -una especie de simulacro monstruoso- que necesita tanto de la megalomanía como del misterio de la Trinidad. Frente a ese desafío queda corto cualquier logo o cualquier manifiesto, sea Arquitectura o Revolución, The Power of Tem o S, M, L, XL; se hace necesaria una imaginación que la aguarda. Un episodio particular del largo y conflictivo encuentro entre baja y alta cultura, saldado con el reconocimiento o el desprecio del contrario, que conduce finalmente a la constatación tecnológica de una inteligencia general, de un código fuente, capaz de asumir cualquier formatividad.

En este contexto, en el que se enlazan los efectos de la doble mutación: la del sistema de representación y de la ciudad, la Arquitectura asiste al debate abierto sobre lo que acontece como el miembro hegemónico de una clase que ahora debe compartir sus privilegios con un colectivo amplio de expertos, movimientos, iniciativas y organizaciones que mantienen entre todos ellos una discursividad alternativa, frente al dictado de cualquier disciplina, de cualquier técnica cultural en la que forma y modo de vida -como dos caras de una misma moneda- mantengan una conformación, hasta ahora intocable. Una controversia larga que viene saldándose -como en el debate sobre el significado de las palabras en Alicia: ¡lo importante es quien manda! - que depende de quién lleve la voz cantante.

2.3. Espacios de esperanza

Aquellos que aún reclaman una teoría del sujeto, como un último aplazamiento ofrecido a su pasividad, harían mejor en comprender que, en la era del Bloom, una teoría del sujeto ya sólo es posible como teoría de los dispositivos (Tiqqun, 2015).

Una sombra alargada, la de la post-ciudad, que queremos entender como la ocasión en la que se albergan los potenciales espacios de esperanza de Harvey (2003) -espacios de lo posible, los llamará Cacciari- por construir y aprovechar como soportes en los que se desplieguen nuevos procesos de subjetivación. Como los laboratorios negativos de las favelas, donde según Bauman (2005), se genera una muy distinta sociabilidad o los laboratorios positivos de Agamben, en los que la marginalidad dibuja la oportunidad de constituir una comunidad.

La arista que permitía la doblez del pensamiento: lo real / lo imaginado, lo alto / lo bajo se ha roto y los planos flotan libres a la espera de una relación en la que se disuelvan o reconfiguren las anteriores oposiciones. En este sentido, una larga cadena de tentativas precede este final de la escapada de la ciudad moderna; ahora forman parte de un legado que nos permiten pensar esa sombra de manera muy diferente: como topos de una potencialidad liberadora de lo cotidiano, el exterior interiorizado de la sumersión.

En esa sombra tiene que instalarse cualquier reflexión que pretenda una narración suficiente de este acontecer, como antes lo hicieron una multiplicidad de acciones culturales -musicales, corporales, pictóricas, virtuales, participativas, celebrativas- que diagnosticaron, describieron, imaginaron o rutinizaron sus componentes y consecuencias, sus entornos y gentes, las ideologías y sociabilidades que allí se gestaban, su estética y formatividad, sus lógicas o modos de vida, conformando una trayectoria -aún por describirse- que atraviesa la frontera entre dos de las fases de la civilización humana; en una de ellas, se generan los desarrollos técnicos y culturales de la Arquitectura y el Urbanismo moderno.

Como el alegre tropel de las muchachas que por el paseo marítimo de Balbec atraen la atención del joven Proust, las diversas manifestaciones de esa trayectoria cultural y mediática ha centrado la investigación sobre el alcance y las consecuencias que todo ello tiene para configurar una nueva situación inclusiva para la ciudad; a partir de las aportaciones de una lista interminable de músicos, escritores, sociólogos, economistas, antropólogos, filósofos, cineastas que han encontrado en la sumersión de las ciudades contemporáneas el material sobre el cual construir una discursividad cultural compleja, capaz de hacernos concientes del medio en que habitamos; ellos son el alegre tropel de las muchachas de nuestras ciudades.

Fuente: Montaje realizado a partir de una fotografía aérea de la ciudad de Caracas (https://favelissues.com/2014/02/03/super-bloques-pasados-de-moda-in-spanish/) Fragmento del trazado de la instalación para la Exposición Heaven. Miralles y Tagliabue. “Arquitecturas del tiempo”, (R. Gallegos y A. Lancharro, 2013)

Figura 2: Sistema de orientación e interpretación 

Aun así, si queremos comprender la apertura que ello supone en la visión y entendimiento de nuestra condición post-ciudadana -hasta transformar la sumersión en una inmersión- será necesario recorrer una genealogía compleja, cuyas trazas están aún por reunir e identificar de manera complexiva, ahora que el camino de la ciudad alcanza el final del viaje, condición calificada así por Lippolis (2015) en su “Viaje al final de la ciudad”.

Al partir de la desmesurada reacción -cultural, ideológica, social, política, celebrativa- que comienza a hacerse presente en las primeras décadas del siglo XX, proviene del impacto y posterior diagnóstico que la monstruosa mutación de las ciudades europeas y norteamericanas ha producido en la vida urbana: su prolongado crecimiento, la acumulación de gentes procedentes de ninguna parte, la superposición de actividades hasta entonces desconocidas, la movilidad y sus tiempos acelerados, el cambio en la organización productiva, objetos; todo aquello que modifica - superponiéndose caóticamente a la ciudad existente- sus condiciones de habitabilidad. Inmerso en esta reacción, se gesta un proyecto que hace explícita la condición de existencia de los habitantes de esa nueva ciudad: la existencia como estancia, la indefectible pertenencia de cada individuo a un interior cambiante pero siempre presente en su determinación y, con ello, la ejercitación de la que viene acompañada, una domesticación hecha de autoplasticidad corporal y mental, de una identidad no por pertenencia sino por reconocimientos, de la absoluta identificación de producción de subjetividad y funcionamiento del dispositivo. Estas son las condiciones del nuevo topos en el que florecerá la imaginación moderna y luego contemporánea de la habitabilidad. Un tránsito largo, como bien atestigua la carta que Negri (2000) dirige a Raúl sobre el cuerpo.

Años después, el urbanista italiano Bernardo Secchi -en un diagnóstico que tiene que partir del alcance de esa mutación, como precedente de la que le sigue en los años sesenta- escribe desde el observatorio de la revista Casabella:

La experiencia a partir de la cual la arquitectura y sobre todo el urbanismo se han dado una constitución es una experiencia de crecimiento, quizás la única o principal hipótesis fundamental de la modernidad: de crecimiento de la ciudad, del suelo edificado en torno a ella, de algo nuevo que continuamente se añade a lo preexistente, hasta sumergirlo, sustituirlo, transformarlo, y eventualmente negarlo. El crecimiento ha sido durante mucho tiempo concentración: en el espacio físico, en el del poder y en el de la justicia. Concentración del trabajo en la fábrica, de la población en la ciudad, del dominio de una clase, de premios y castigos en grupos sociales diversos. Aparece sobre todo ligado a la manifestación de una nueva estructura de relaciones sociales, determinada incluso en cada detalle (Secchi, 1984, p.8).

Más abajo, después de haber descrito de manera prolija este primer cambio, añade:

La interrupción del crecimiento urbano, de la ocupación de suelo en torno a las grandes ciudades, la dispersión espacial de la producción, no pueden ser interpretadas como debidas simplemente a crisis cíclicas de la producción. Son la connotación principal de una nueva era, el resultado de nuevas relaciones entre los grupos sociales, de nuevas estrategias (Secchi, 1984, p.10).

Desde el momento de su observación y al mirar hacia atrás y hacia delante podemos rastrear en la cultura arquitectónica dos líneas de investigación -sobre la ciudad y la habitabilidad- que terminan por converger hacia las últimas décadas del siglo XX, para en su entrelazamiento, dar un lugar a un imaginario que alimenta nuestra visión del fenómeno de la ciudad contemporánea. Un camino que ahora podemos recorrer plácidamente hacia atrás, desde el final de su trayecto, deteniéndonos en los accidentes de su configuración, desplegando sus contenidos y explicando la relevancia y trascendencia de sus propuestas, sin perder de vista que su abrirse fue transitado con urgencia, premura y miedo por sus caminantes.

3. Movimientos

3.1. Eppur si vede... en el borde difuso de la sombra

Los extensos límites de la ciudad contemporánea exigen sintetizar nuevas composiciones espaciales. (…) Las viviendas, los lugares de trabajo y las instalaciones recreativas y culturales se yuxtaponen en nuevos sectores peatonales que podrían actuar como condensadores sociales para las nuevas comunidades. (…) El borde de una ciudad es una región filosófica’ (Holl, 2003, p.73).

Nadie puede pasar por estas historias -de gentes, de cosas, de palabras- sin más. Hoy, con otras maneras de hacer la ciudad, más o menos conscientes y racionales, cargadas o no de intenciones de posesión, las ponemos de manifiesto e interpelamos haciendo explicita nuestra condición de actores -ciudadanos, técnicos o agentes- para posibilitar escenarios en el mundo. Vivimos e interactuamos con estos relatos y narraciones en un movimiento que, por último, procura establecer un orden provisional para el mundo. Algo que, si bien es cierto que ya no nos viene del pasado, tiene aún que ver con la organización y disposición de los objetos encontrados en el sitio; es decir, con el lenguaje de la habitabilidad.

En el siglo pasado, la vivienda y sus agrupaciones, el espacio público y de trabajo, la ciudad y sus territorios han sido, en la mayoría de los casos, espacios de una habitabilidad sustraída a quienes deberían ser sus ejercitadores y responsables últimos. La distancia entre soporte y vida es ahora mayor que nunca, cuando las disfunciones son tan evidentes, el desapego con la clase y el desarraigo es de tantos o el sinsentido de los diversos espacios habitacionales desocupados que aparecen en la ciudad empiezan a ser el lugar común de un desafectado imaginario - ¿mediterráneo, europeo, global?- heredado de una historia de la “infamia” urbana.

Agamben decía -quien parafrasea una cita del Benjamin- que la diferencia entre nuestro mundo y el venidero consistía tan solo en un pequeño movimiento, que bien pudiera estribar en tomar un punto de vista distinto, incardinado en la vida de la gente, comprensivo con su realidad, capaz de visualizar los elementos potencialmente operativos para que su montaje pueda ser ofrecido como nuevas configuraciones de los escenarios para una habitabilidad contemporánea presa aún de los dispositivos del espectáculo. Montajes abiertos a la acción, al acompañamiento o a la gestión de las voluntades ciudadanas con un límite claro en la flexibilidad de lo institucional; sólo así podremos identificar sensibilidades y espacios de habitación asociados a ellas o, en su ausencia, ensayar

configuraciones que lo posibiliten.

Un sentido humano del ejercicio de habitar que se refleja en otro modus vivendi: en un buen vivir, saludable, tranquilo, estable, inmune recogido en un proyecto vital gestado y gestionado individualmente, bajo el paraguas del consumo. Un modus vivendi que necesita de otros lugares de cohabitación cargados de simbolismo, de materialidad y proyección participada, lugares de memoria como lo formula Pierre Nora que -presentes en nuestros territorios pero ocultos a lo normalizado- precisamos desvelar, caracterizar y activar con nuevos sentidos, protocolos e instrumentos porque “lo que importa es el tipo de relación con el pasado y cómo el presente lo utiliza y reconstruye; no son los objetos, que no son más que indicadores y señales de pista” (Nora, 1993, p.10).

Fuente: Montaje realizado a partir de una Fotografía de Liu Bolin. (http://ibytes.es/blog_liu_bolin.html, sept. 2015) Fragmento del trazado de la instalación para la Exposición Heaven. Miralles y Tagliabue. “Arquitecturas del tiempo”, (R. Gallegos y A. Lancharro, 2013)

Figura 3: Desvelamientos y activaciones 

Y sin embargo, se ve...: manifestación del instante en el que, como consecuencia de la incertidumbre del camino, se nos descubre otra posible realidad tan oculta como cercana. Entonces, ¿elogio de la ceguera o epifanía de la visibilidad?

Entre la manifestación absoluta de ese viejo sueño de dominio y la inquietante oscuridad de lo imprevisible, entre ambas cegueras, existen territorios localizados en aquellos mundos no visibles de nuestra realidad cotidiana donde es posible actuar: sitios que parecen despertar de un letargo, vacíos interiores y espacios públicos que han permanecido como resquicios entre edificios y manzanas de nuestras ciudades. ¿Qué hace que estos sitios nos resulten tan singulares y atrayentes? Quizás, el que con su silencio, sentido temporal y carencia de formalidad espacial aparezcan como situaciones en donde es posible otro encuentro para los ciudadanos y la aparición de nuevas comunidades, para la creación de nuevas actividades y oportunidades.

Al intuirlos, provocan el deseo de participar de ellos porque perteneciendo a nuestro entorno cultural, se interrelacionan con las experiencias más íntimas y más colectivas tanto de lo necesario y placentero como de lo contingente, constituyendo una intermediación activa entre individuos y soportes del habitar, caracterizada no por el enfrentamiento y el contraste derivado del hombre frente a su medio, sino por la coparticipación en un sentido comunitario, social e individual.

¿Cómo activarlos cuando pertenecen tanto al ámbito de lo físico como de lo mental y simbólico? Su valor potencial habría que plantearlo y reconducirlo en una doble dirección, la de la preservación de su carácter propio y único partícipe de una tradición urbana y territorial y la de la potenciación con un desarrollo lógico y sostenible, insertándolos en procesos culturales y promoviendo la programación de estrategias de conocimiento, producción y difusión de los mismos como nodos significativos de una red urbana de naturaleza y de complejidad distinta a la que se ha estructurado en el último siglo.

Entonces, ¿elogio de la ceguera o epifanía de la visibilidad? Ante la manifestación absoluta de ese viejo sueño de dominio y la inquietante oscuridad de lo imprevisible, entre ambas cegueras, ¿es posible actuar? Creemos que sí, pero precisamos de sistemas de orientación que como argumentos de visibilidad, insinúen caminos y aposenten lugares; una continuidad, así establecida, a la que sigue aventurar, imaginar, intuir, virtualizar, ejercitar a partir de otros sentidos, de otros relatos de voluntades y deseos, de necesidades y esperanzas. Una ejercitación abierta enviada a las potenciales comunidades -aún por constituirse- en las que lo propio y la subjetividad se pliegan en lo impropio y la afinidad, en las que el género y la edad sustituyen a otros dispositivos biopolíticos, en las que la gestión del ocio, la salud, el consumo o la valoración del sitio multiplican la energía productiva y cohesionan su vivencia.

Un proceder que retoma una estrategia desarrollada por múltiples iniciativas culturales en las últimas décadas, que siguen los pasos ligeros del acróbata sobre las cuerdas de los bordes difusos de la sombra urbana o se instalan en contenedores espaciales que nacen desde la apropiación del deseo, para trazar una mapalogía alternativa de nodos o comunidades excéntricas que producen incursiones o, tan solo, intrusiones en otras configuraciones más complejas, aunque no necesariamente más estables. Al final de esta nueva situación de búsqueda e innovación -ahora tenemos la suficiente distancia para así verlo- probablemente se encuentre una eficaz respuesta al diagnóstico de J-L. Déotte sobre la falta de funcionalidad de una ciudad regulada por la concurrencia de varios aparatos: la progresiva puesta en relación de algunas de sus piezas sobre un soporte urbano participado.

Así, se convocará al mundo y al juego en una pequeña esfera definida y abierta a cualquier transferencia, disponible para un habitar centrado en ella o proyectado hacia alguna parte: mediante aproximaciones con visión de paralaje, considerando comunidades provisionales adheridas a una red eficiente, desarrollando sentidos globales para los movimientos locales. En este proceder, lo visible y lo que oculto, se desvela; lo íntimo y lo externo, lo menudo y lo extenso serán componentes de un soporte para la instalación.

3.2. Instalaciones para el deseo

Cuando Zarza (1998) presentaba en los Cuadernos de Investigación Urbanística los trabajos del curso 1995-96 de Urbanística II de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid como una nueva manera de abordar el desarrollo de nuestras ciudades, los caracterizaba como proyectos urbanos. Se hacía explícito un deseo de incorporar a los procesos de construcción de la ciudad otros procedimientos y maneras de hacer acordes con la complejidad del hecho urbano a esas alturas de fin de siglo. Un ensayo colectivo -en el que intervienen desde los propios estudiantes a José Fariña- sobre la acción, la investigación y la docencia y que para muchos centros formativos aún sigue vigente.

Casi veinte años después, bien entrado el siglo y habiendo soportado los altos y bajos envites del monocultivo económico de la construcción y sus consiguientes avatares de la especulación inmobiliaria, podemos decir que esa complejidad instalada en nuestros territorios ha ido en aumento, al mismo ritmo que las disfunciones y desacuerdos con la ciudadanía, a la par de destinatarios últimos de ese proceso. Además, el desajuste se ha hecho aún más visible a causa de una distinta conciencia social, que introduce su habitabilidad -y la de los lugares que la posibilitan en todas sus facetas- como único garante de funcionalidad.

Aquellos vectores que se insertaban impostados en el paisaje, tienen que ser ahora reformulados hasta convertirlos en la razón de ser de los nuevos paisajes practicados. Los puntos de vista y las consecuentes miradas, sus interpretaciones compartidas, la consideración sobre la utilidad y el daño de antiguas infraestructuras, la reutilización como horizonte configurador de esas realidades, la imagen negociada de lo urbano y territorial en un nuevo proyecto iconográfico actúan como hilos que configuran una urdimbre o red en el territorio a la que se adhieren los nuevos y viejos escenarios habitables, instalaciones espacio-temporales que dan pie a una figura alternativa para la construcción de la ciudad y a otros instrumentos operativos de gestión y desarrollo formal. Hilos o itinerarios que como relatos urbanos habilitan sentidos parciales (valores) para comunidades provisionales, desvelan y señalan acontecimientos, actores y escenarios (objetos patrimoniales), identifican procedimientos e instrumentos para la intervención. Nos serviría como imagen de lo que se dice, la instalación “Galaxies Forming along Filaments, Like Droplets along the Strands of a Spider’s Web“, del artista Tomas Saraceno para la Bienal de Venecia de 2009 y la reflexión que, a propósito de ella, realiza Latour (2011) en “Some Experiments in Art and Politics”.

Malla espacial -de sensaciones, vindicaciones, comportamientos propios de cada sitio- donde cada nodo-instalación presenta la virtualidad de estar conectado con otros con los que comparte un sentido común. Unas instalaciones, tan propias y autónomas como flexibles, para acoger provisionalmente el desplazamiento de un habitar nómada, tan polifacético como para alojar en múltiples roles vitales un deseo que no tiene fin. Instalaciones, también, donde el recibimiento, la llegada o el encuentro -como nos indicaran Miralles y Tagliabue en su propuesta para Tesalónica- pueden acontecer. Puertos de una aldea global que se significan en los sitios con un sentido patrimonial y social más complejo, metafóricos pantalanes o embarcaderos abiertos a la acogida de lo que proviene del más allá, de regiones que localizan y caracterizan una habitabilidad emergente; cuya recepción por lo local supone una revisión de sus estrategias de ordenación e instrumentación para garantizar la inmunidad de su medio.

Con una gran carga narrativa nos cuentan los argumentos de la propuesta: el encuentro personal con el sitio, su tradición y representación; su determinante temporalidad y espacialidad fluctuante, lo incierto del lugar, la necesidad de una ejercitación que de soporte a los posibles comportamientos de quienes lo vivan.

Existe aún la playa. / Existe aún el ritmo cambiante de las mareas… / Existe aún la indeterminación de unos perfiles. / Existe la bahía de Tesalónica. / Existe la silueta lejana del Monte Olimpo… / Existe, y es real y justificada, una total desconfianza sobre el planeamiento… / El ‘thema’ debe ser el equivalente a una acción, una ‘praxis’ reflexiva… / Comprometer ese chora… / En la turbulencia del agua siempre aparecen nociones mitológicas… / Así surgen estas islas, que se acercan a la llegada de las naves… / Aún no existe la ‘Polis’ (Miralles y Tagliabue, 2000, p.58).

Fuente: EMBT. Embarcadero en Tesalónica, 1997 Montaje de la propuesta para Embarcadero en Tesalónica, Grecia. Enric Miralles y Benedetta Tagliabue, 1997. El croquis, 2000

Figura 4: Ensayo de la ciudad puerto 

Así pues, instalarse para vivir con otros, para esperar, para recibir, para encontrarse, para compartir, en el descansillo de una escalera, en una nave abandonada de un polígono, en la plaza pública convertida ahora en parlamento. Entonces, su configuración busca aprovechar y equilibrar su encuentro con el sitio, implementando su significación, complementando su carencia: pantalanes tan estables como frágiles, potentes como llamadas a una convocatoria en espera, siempre latente; plurales en sus tiempos y horizontes de encuentros; versátiles en su uso, instrumento para ritmar tiempos. Un futuro aparato, en elaboración aunque ya ensayado en la segunda mitad del siglo XX, que no viene a completar nada, más bien se centra en conectar expectativas. Ello, en un medio que aglutina la densa atmósfera de las distintas piezas del territorio, anclándose en puntos donde recomponer memorias y convocar ángeles.

Intervenir en el marco de lo ‘glocal’ -que atiende la complejidad de la situación, a la emergencia de nuevas comunidades de individuos, y con ellas, de deseos y comportamientos- supone un esfuerzo continuado de conocimiento y aprendizaje, de interpretación de las cosas que son convocadas, de intuiciones encaminadas a una acción plural, poliédrica, compartida, que llena de acciones, efectos, sintonías y amistades la sombra de ciudad, haciéndola transitar hacia atmósferas capaces de acoger pulsiones compartidas de una comunidad que viene. Nunca como ahora -que ha sido repetido sucesivamente por un pensamiento alternativo- se cumple aquella esperanza formulada por Rilke: en el mayor peligro habita la salvación.

Las atmósferas planteadas como plasmación del hacer de laboratorios urbanos -positivos o negativos, por abundancia o por carencia- en los que todos estamos comprometidos por participación, noticia o efecto, cuya acción -propositiva o creativa- implica a múltiples decisiones que se sitúan, enfrentan y toman partido sobre la habitabilidad, sobre lo ambiental o virtual de los sitios, o de las geografías del atlas, que recurren a la intertextualidad o al interfaz para referenciarse; que se manejan tanto con la materialidad de la arquitectura y los lugares como con los comportamientos del individuo, que se anticipan con el discurso de la imagen, de la literatura o del arte al de la mera funcionalidad o el emprendimiento. Estos son ensayos que se apoyan y crean redes sociales y en la convocatoria de la participación, en las experiencias vitales, en la memoria y en la nada del arte como dispositivo innovador.

Pensemos en hacer ciudad con lo puesto: con una caja de herramientas que alberga la programación y los instrumentos necesarios para los primeros pasos del montaje. Una acción, propositiva que dé traslado o haga la transferencia responsable del conocimiento a la realidad, con los grados de innovación que se nos demandan por los agentes sociales. La creatividad no es una invención que parte de cero: disponemos de una gran experiencia -mal enfocada- desarrollada a lo largo del siglo pasado. Esto supone tomar decisiones que se sitúan, enfrentan y toman partido sobre la habitabilidad, sobre lo ambiental y atmosférico del sitio, de las geografías que recurren a la intertextualidad para referenciarse; se manejan tanto con la materialidad de la arquitectura y los lugares como con los comportamientos del individuo que se anticipan con el discurso de la imagen, de la literatura o del arte al de la mera funcionalidad.

Al rodear la inteligencia general de una habitabilidad contemporánea, como en el borde que resplandece el abstracto sol rojo del “Ad marginem” de Paul Klee o los elementos fugados de su Casa Giratoria, podrían entreverse en escenas como en Nueva York, zona cero, el Plató cinematográfico de Dogville o en la Ciudad 3.0, el interfaz entre la 1.0 y la 2.0. Que sea el sol rojo o el torbellino que ellas pueden envolver, será obra del trabajo de una coinmunidad terrestre futura.

4. Conclusiones

Amplitud de miras para la construcción de narrativas y argumentos

¿Buscamos el lugar o dejamos que aparezca en una visión de paralaje? Estancias, territorios y mundos que como puertos exteriores e interiores, se manifiestan como lugares de intercambio de un interior configurado por cada individuo (culturas) y un exterior sobrevenido a cada situación (naturalezas). Habitaciones de la presencia y la ausencia, del olvido, siempre vacantes para la vida; de lo cotidiano o la celebración en territorios y ciudades superpuestos. Ya no sólo será la valoración espacial del sitio, sino las condiciones psicológicas, sociales, ambientales, del mismo las que terminan por caracterizar los lugares y los hacen útiles para esas comunidades que hoy circulan. Para desvelarlos, alentemos movimientos por situaciones que no son las habituales para una manera reglada de producirse. Un aliento que supone el deseo de abrir otras vías y una toma de conciencia sobre la distancia abierta entre lo que nos acontece y el mundo normalizado del capital, el mercado y la gestión de lo público.

Requerimos de lecturas y actitudes que hagan visibles - para ser utilizadas en todo su potencial- otras ciudades tapadas a la experiencia; con ello, para nosotros, como arquitectos, como técnicos, supone enfoques e instrumentaciones que en nada se parecen al diseño de la imagen-modelo espacial de la ciudad vista a cinco años y que se aproximaría más a una manera de hacer y una actitud vindicativa al formular nuevos escenarios de habitabilidad: en cualquier parte, a cualquier escala, con cualquier significado; tanto para lo necesario como para lo contingente de los comportamientos, a partir de la sociabilidad de los lugares corrientes y en consideración a lo atmosférico y sus efectos.

Pensar en ciudades del tiempo, parafraseando a las Arquitecturas del tiempo de EMBT nos lleva a cambiar el punto de vista como técnicos: se trata de intervenir y activar cualquier situación de la ciudad, independientemente de su localización, escala o significado, desde una componente temporal más que espacial: trabajar con la gente en sus tiempos. En primera instancia, es la temporalidad y no la espacialidad, quien lo determina; los lugares corrientes, peatonales, remiten a lo circadiano, a lo estacional, soleado o lluvioso, a lo festivo o al ocio. La sola mirada espacial conduce al control de la medida, a la distancia y su tránsito corto o rápido del individuo. Pensemos en lugares para transitar de un sitio a otro, para andar por distracción o por ejercicio; pasear los fragmentos, entre fragmentos urbanos dimensionados por el poder de convocatoria (sociabilidades) y los múltiples tiempos: los del desayuno en el mercado con vecinos, el juego estático del niño, la compra deseada o la bebida compartida; nos interesa la conciencia de los amaneceres solitarios o las mañanas bulliciosas, de las tardes dilatadas o las noches cómplices.

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Recibido: 21 de Agosto de 2016; Aprobado: 27 de Diciembre de 2016

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