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Estoa. Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca

versión On-line ISSN 1390-9274versión impresa ISSN 1390-7263

Estoa vol.6 no.11 Cuenca jul./dic. 2017

https://doi.org/10.18537/est.v006.n011.a01 

Artículo

Lo político en el reciente urbanismo de acciones colectivas en el espacio público y sus implicaciones en algunos contextos latinoamericanos

The political in recent urbanism of collective actions in the public space and its implications in some Latin-American contexts

Nuria Álvarez Lombardero1 

Francisco González de Canales2 

1 Architectural Association School of Architecture, Reino Unido, nuria.lombardero@aaschooa.ac.uk

2 Universidad de Sevilla, España, currocanales@us.es


Resumen:

En los últimos años ha surgido una tendencia urbanística basada en acciones colectivas en el espacio público que está tomando un gran auge en diversas localizaciones de Latinoamérica (Colombia, México, Venezuela, entre otros) y alcanzando un relevante impacto mediático con iniciativas como por ejemplo “Espacios de Paz” en Venezuela. El presente artículo discute la retórica en torno a “lo político” en este tipo de prácticas colaborativas y la verdadera capacidad de empoderamiento que estas acciones poseen. Para ello, se analizarán el verdadero alcance y posibles contradicciones discursivas de este tipo de iniciativas, desde las bases más elementales que definen lo político a través del trabajo de Arendt, Castoriadis, Mouffe o Sennet, para así poder resituar su potencial de una manera más productiva.

Palabras clave: acciones colectivas; espacio público; Latinoamérica; política; urbanismo táctico

Abstract:

In recent years, an urban trend has emerged based on collective actions in the public sphere, which is taking a big rise in various locations in Latin America (Colombia, México, Venezuela, among others) and reaching a significant media impact with initiatives such as "Spaces of Peace" in Venezuela. This article discusses the rhetoric on "the political" in this type of collaborative practices and the capability of empowerment that these actions possess. The article analyzes contradictions, limits and real scope of these practices from the most fundamental bases that define “the political” from the perspective of scholars such as Arendt, Castriadis, Mouffe or Sennet. These analyses will allow defining these practices potential in a productive way.

Keywords: collective actions; Latin-America; politics; public space; tactical urbanism

1. Introducción

El descontento generalizado respecto a la relación del ciudadano con la ciudad, pero también hacia la forma contemporánea en que la política es ejercida, han sido factores importantes para un reciente interés por lo político en arquitectura, al menos para una determinada generación de jóvenes. Movidos por este interés, política y “lo político” han sido utilizados en la crítica, la Academia y en los discursos profesionales emergentes para definir un conjunto de prácticas heterogéneas que incluyen entre otras: la participación y el colectivismo; la preocupación por los problemas sociales y cotidianos de los ciudadanos; las prácticas performativas en público en su doble vertiente festiva y reivindicativa; el fomento de la urbanidad y la preocupación por la provisión de lo público y, en especial, del “espacio público”; o el trabajo sobre cualquier tipo de conflicto de base urbana -ya sean conflictos legales, de clase, género, etnia o cultura-. Este listado, que no pretende ser ni mucho menos exhaustivo, ofrece un panorama de prácticas y tendencias a menudo presentadas como partícipes del reciente interés por lo político y entre las cuales los solapes, en general, son comunes hasta el punto que es inusual encontrar prácticas que no desarrollen dos o tres de estas líneas a un mismo tiempo.

Es dentro de este marco que ha empezado a surgir un renovado interés por las instalaciones y actuaciones en el espacio público o en general en lo público y que proliferan hoy día en el panorama latinoamericano y que ha movilizado a un número importante de jóvenes arquitectos. Sin embargo, donde se demuestra más este carácter político es en la especialización de ciertos colectivos hacia una cierta acción urbana; un urbanismo hecho de acciones colectivas que incorpora a una comunidad o a la ciudadanía en general. Se trata de una tendencia de los años sesenta y setenta, reiniciada en los noventa por grupos ya históricos como Atelier d’Architecture Autogerée (Francia), Exytz (Francia), Raumblabor (Alemania), Recetas Urbanas (España), Stalker (Italia), u otros grupos vinculados a estructuras docentes como Rural Studio (EE.UU.) y que ahora está siendo continuada por bullentes colectivos latinoamericanos como PICO (Venezuela), Arquitectura Expandida (Colombia), Hábitat sin Fronteras (México), Al Borde (Ecuador) y C.A.P.A. (Argentina), sólo por citar algunos, aparte de aquellas iniciativas ligadas al ámbito universitario como Grupo Talca (Chile) o Taller Activo (México). En general, todos estos colectivos propugnan actuaciones de un carácter marcadamente comunitario y social pero, sobre todo, reivindican un empoderamiento político a través de acciones públicas colectivas.

En consecuencia con lo dicho anteriormente, las palabras “política” y “lo político” aparecen comúnmente en la retórica de estos grupos como objetivo final de sus actuaciones. Ejemplo de ello es que el nombre de grupos tan paradigmáticos como PICO lleve como subtítulo “Estructura colectiva de acción política”, o que Arquitectura Expandida defina alguno de sus proyectos como “procesos de incidencia política”. Lo mismo ocurre en uno de los proyectos más celebrados en esta línea como “Espacios de Paz”, donde un grupo considerable de estos colectivos se ha unido para realizar una serie de actuaciones en Venezuela y donde lo político ha vuelto a tomar un papel central. Sin embargo, a pesar de que las implicaciones políticas aparezcan siempre como la aspiración última de estas actuaciones, su verdadera función queda a menudo oscurecida por su frecuente intercambio con otros términos (social, comunitario, participativo…), por lo que resultaría necesario hacer primero algunas aclaraciones sobre “lo político” antes de discernir cómo estas nuevas prácticas participan de ello en su proclamada vocación de rearticular políticamente el territorio urbano.

Fuente: PICO Estudio

Figura 1: Oficina Lúdica, PICO Estudio y PKMN Architecturas. Espacio de Paz en Pinto Salinas, Caracas. Antes y después 

2. Algunas aclaraciones soxbre “lo político”

No es difícil detectar una fuerte relación entre política y ciudad en distintas tradiciones y no parece, por tanto, que las reclamaciones que hacen estos colectivos pasen por extemporáneas. Por su propia etimología, “lo político”4 tiene una fuerte adscripción urbana porque político viene de polis: la ciudad griega. Lo político tiene que ver de por sí con la ciudad y, sin embargo, es un error frecuente cuando se hace referencia a este origen etimológico confundir la polis con el espacio físico o la fábrica urbana de esta ciudad. Así, por ejemplo, en el libro La Ciudad y las Leyes, Cornelius Castoriadis, uno de los filósofos que más esfuerzo ha hecho por entender los principios de la Democracia, utiliza las conocidas palabras de Tucídides ándres gàr pólis para definir la polis y que podría entenderse como “los hombres constituyen la ciudad” (Castoriadis, 2012, p. 63-64).5 Según Castoriadis la polis no sería el espacio físico, sino los habitantes o más precisamente, el cuerpo de los habitantes -siguiendo la particular relación que los griegos guardaban con sus propios cuerpos (Sennet, 1997, pp. 33-55) -. La polis, por tanto, es el cuerpo común que conforman los ciudadanos libres,6 hasta el punto que la ciudad física podría ser destruida por completo y la polis seguiría existiendo si sobreviviera el cuerpo de alguno de sus ciudadanos (Castoriadis, 2012, p. 64). Dentro de esta tradición, tantas veces aludida, la política se entiende como el pensamiento y las determinaciones que se deben tomar sobre este cuerpo común o lo que es lo mismo, sobre lo que atañe a todos.

Sin embargo, esta definición sencilla y convincente sobre aquello que la Democracia pudiera ser, entraña una dificultad inherente para los arquitectos interesados en lo político; esto es, que no existe una dimensión física para lo político más allá de los cuerpos de los ciudadanos y, en consecuencia, que la arquitectura en sí misma, por tanto, nunca podría ser o denominarse como política. Por ello, la definición de “política” que a menudo se otorga a este tipo de actuaciones mencionadas, es cuanto menos confusa, sobre todo, cuando se habla de “empoderamiento político” o de la “reconstrucción política” a través de actuaciones puntuales porque, en realidad, el componente principal de estas actuaciones acaba siendo más física que discursiva -por no decir programática-.

Se trata, en general, de proyectos acabados que a pesar de que en algunos casos son cedidos para su mantenimiento a la comunidad, operan como procesos construidos finitos bajo la gestión de colectivos de arquitectos y, principalmente, desde la lógica de su inserción física en la fábrica urbana como complemento programático a ella. Así lo muestran muchas de las intervenciones de los “Espacios de Paz” por citar un ejemplo. No es que habilitar estos espacios para la comunidad no tenga un valor, especialmente social, en sí mismo, pero como ahondaremos más adelante, esta dotación física no se corresponde necesariamente con un valor político.

Fuente: PICO Estudio

Figura 2: PICO, PGRC y Todo por la Praxis Espacio de Paz en Petare, Caracas, 2014  

Otra constante entre estos colectivos es una determinada obsesión por generar espacios y lugares públicos o el trabajar sobre ellos. En general, se abandona cualquier esfuerzo por abordar cualquier cuestión relacionada con la esfera privada de individuos o grupos de individuos y sus necesidades materiales para centrarse en el espacio público como espacio político por excelencia. La tradición clásica ofrece aquí otro referente recurrente: el ágora griega como el lugar donde lo político desarrolla su acción. De hecho, muchos de las acciones de los mencionados colectivos como “Espacios de Paz” han sido descritas, reiteradamente, por sus autores como “ágoras” (Espacio de Paz en Pinto Salinas, 2015).

Sin embargo, que el ágora sea el espacio público por excelencia no acaba de ser del todo cierto. Esto implica profundamente a muchas de las tesis contemporáneas en la órbita del llamado ciudadanismo, y cuyas ideas, en cierta medida, subyacen en estas prácticas. En una breve y reveladora obra de Richard Sennett titulada Los Espacios de la Democracia (Sennett, 1998), el autor comenta sobre este equívoco aclarando algunas traslaciones literales que a menudo se han hecho de las reflexiones de la politóloga Hannah Arendt sobre la esfera pública. Según Sennett, en la antigua Grecia el espacio público para la actividad política per se no era el ágora, sino el pnyx, una gran plataforma de piedra con escalones tallados que conducía a la tribuna de los oradores (bema) y donde se reunía ordenadamente la asamblea constituyente de la polis (ekklesia) (Sennett, 1998, pp. 17-18). El pnyx era así el lugar donde se discutía lo común, el centro de la vida política, mientras que el ágora era el lugar de la vida social y en donde se discernían las pequeñas cuestiones privadas e interpersonales que, de acuerdo a su grado de discreción, buscaban o no su refugio en las estoas. En el ágora que quedaba además cruzado por las vías principales de paso, se resolvían asuntos amorosos, se cerraban negocios, se instalaba el mercado, configurándose así un espacio algo indisciplinado y abierto, tal y como nos gusta entender que debiera ser el ideal común del espacio público hoy en día. Sin embargo, a pesar de su natural atractivo, el ágora era más el espacio social que el político.

En contraste con la indisciplina del ágora, el pnyx, el espacio donde se ejercía de forma efectiva la actividad política, era un espacio fuertemente disciplinado, donde cada uno tenía su sitio, su orden, con el fin de garantizar la igualdad de derecho a la palabra (isēgoría). Su aspecto, al contrario del atractivo salvaje del ágora, era similar al de los parlamentos modernos y nos habla de esa necesidad de disciplina que lo político requiere para garantizar el trato igualitario.

La disquisición que hace Sennett no implica que el ágora no tenga importancia para lo político. Muy al contrario, el ágora es importante para lo político pero no por ser el lugar donde lo político tiene lugar sino porque tal como explica Sennett, es el espacio en el que se visibilizan sus consecuencias (Sennett, 1998, pp. 19-20). Es en el ágora donde se aprecia la pluralidad de modos de vida a que hace referencia lo político, siendo así fundamental para apreciar lo que la Democracia es cuando se hace visible en la ciudad, aunque sea el pnyx donde lo político se articula.

Esta aparente sutileza tiene consecuencias más profundas de lo que se cree porque el malentendido entre acción y consecuencia ha llevado a fomentar la idea de que la acción en las plazas y espacios públicos −o reclamados como tal− en las ciudades contemporáneas es por sí misma la acción política, en lugar de que sea la consecuencia visible de la misma. Según el antropólogo Manuel Delgado, esto ha llevado a una común creencia de que “el proyecto cultural de la modernidad en su dimensión política, entendería la democracia no como forma de gobierno, sino más bien como modo de vida y como asociación ética” (Delgado, 2011, p. 21). Pero lo que está detrás verdaderamente en juego son las relaciones de poder de base urbana.

Como señala Richard Sennett, las acciones en los espacios públicos urbanos ayudan a entender lo que es la Democracia, pero sin embargo ni la ejercen, ni necesariamente la favorecen, ¿o es que acaso no existe a menudo una rica vida urbana en países con regímenes poco democráticos? Por ello, es difícil demostrar, como asume el propio Sennett, que la acción en público da lugar a una mayor democracia y menos aún cuando la acción se normaliza o se encauza para amortiguar conflictos en nombre de la convivencia y el orden cívico, ocultando así las verdaderas luchas de poder que en realidad se están dando, las dinámicas de exclusión y expulsión y su violencia.

No deja de ser llamativo por ello que una de las actuaciones más paradigmáticas de estos colectivos se presente de este modo: que los “«lugares de conflicto» (…) se transformen en la posibilidad de contar con un sitio de distensión, una «zona de tregua»” (Franco, 2014). Esta afirmación evidencia la amortiguación o normalización del conflicto urbano a través de estas acciones voluntaristas de arquitectos y ciudadanos.

A veces, cuando se trata de zonas de interés mercantilista esta normalización se produce de forma más abrupta y los procesos de exclusión se amparan en apelaciones a lo cívico, al necesario decoro; además, queda instrumentado a través de nuevas normativas. Así ha ocurrido por ejemplo recientemente en cascos históricos de ciudades latinoamericanas como Lima, Ciudad de México, Cartagena de Indias o San José de Costa Rica donde los espacios públicos por antonomasia de la ciudad se han turistizado y gentrificando de manera incluso más brutal y violenta que en Europa. Setha Low lo analiza con detalle en el caso de San José de Costa Rica, de cuya Plaza de la Cultura se ha “expulsando a los vendedores y limpiabotas que habían trabajado allí por más de cuarenta años”. Según Low,

A determinadas personas en teoría beneficiarios del estatuto de plena ciudadanía se les despoja o se les regatea en público la igualdad como consecuencia de todo tipo de estigmas y negativizaciones. Otros -los no-nacionales y por tanto no-ciudadanos, millones de inmigrantes- son directamente abocados a la ilegalidad y obligados a ocultarse (Low, 2009, pp. 19-38).

Fuente: Arquine

Figura 3: Festival Mestrópoli 2017 en Ciudad de México 

Desafortunadamente, es habitual que estas operaciones de expulsión cuenten con la colaboración implícita de algunas de estas actuaciones de activación y repolitización urbana a través de instalaciones públicas que ahora proliferan en espacios centrales de barrios en proceso de gentrificación o en señalados espacios públicos de cascos históricos, en algunos casos, para mayor paradoja, siguiendo una cierta estética povera. En muchos casos, estas instalaciones públicas proporcionan no sólo una imagen idealizada de participación y convivencia cívica, sino una legitimación de los procesos citados bajo esta amable imagen.15 Y es que, en general, la llamada al decoro y la preservación del civismo han sido a menudo una herramienta muy útil -y sutil- para justificar la expulsión de grupos o conductas en ciertos espacios públicos de forma indiscriminada.

Otra dificultad con lo político vendría de la lectura de la obra de Hannah Arendt, quien sigue siendo la autora que más esfuerzo ha hecho por clarificar qué significa exactamente “lo político”, convirtiéndose en una lectura obligada para este tema. Para Arendt, la actividad propia de la política sería la “acción”, una actividad discursiva transformadora que tiene un inicio pero cuyo final es indeterminado (al contrario de otras actividades productivas y reproductivas) y que hace posible la pluralidad de modos de vida humanos a través de la manifestación de nuestra propia singularidad y “vivir como ser distinto y único entre iguales” (Arendt, 2005, p. 201).

Para Arendt, la “acción” sería la actividad propiamente política teniendo lugar en la esfera pública, sin mediación, de forma visible y en presencia de los otros hombres. Lo político desde la perspectiva de Arendt es un cuidado de lo común desde una pluralidad que no puede reducirse a lo antagónico; es decir, a la oposición dual de posiciones: amigo o enemigo. La posición de Arendt que propone rescatar una verdadera Democracia, es de este modo agonista; es decir, que reconoce una oposición plural entre modos de entender este cuidado de lo común sin reducirse al antagonismo o al consenso, manteniendo así la diferencia en su propio seno al entender que lo político, ante todo, es un conflicto entre múltiples partes que debe mantenerse vivo, un planteamiento que sigue vigente en politólogas contemporáneas como Chantal Mouffe (2003 y 2007).

Esta concepción, sin embargo, es poco habitual en la arquitectura que estamos tratando. Se trata de actuaciones por lo general cooperativas -y a menudo hasta cierto punto humanitarias− y donde todos los participantes son llamados a contribuir dentro de unas líneas y pautas hacia fines comunes. En la mayoría de los casos, las actuaciones se basan en un consenso comunitario que no puede admitir fisuras para su implementación dentro de unos costes muy estrictos, porque el bajo coste −un argumento tan “proausteridad” dentro de lo público− sigue siendo uno de los argumentos más poderosos para este tipo de prácticas. La participación de la comunidad aparece de nuevo una vez sentadas las bases del proceso constructivo que incluye, en general, a constructores profesionales para sus partes más complejas, para luego ser completada por una mano de obra no remunerada que es la de la comunidad. Se trata, por tanto, de procesos donde el conflicto debe ser excluido para su exitosa implementación y el colectivo debe participar en una misma dirección sin poderse asumir contradicción alguna.

Fuente: Sebastián Melo, Al Borde

Figura 4: Colectivo Al Borde Construcción de Esperanza_dos para la Comunidad de Puerto Cabuyal, Ecuador 

Otra de las postulaciones esenciales de Arendt, es separar los intereses de la esfera doméstica del oikos de los de la esfera pública de la política, y que una (la economía privada) no interfiera en la otra (el cuidado de lo común) para que lo político pueda tener lugar. Arendt diferencia así lo político como cuidado de lo común que se discute conflictivamente en la esfera pública de la oikonomia -referido al oikos (la casa) - como la administración de la esfera doméstica y los intereses privados (Arendt, 2005, pp. 37 y ss). Según Arendt, la imposibilidad de trazar esta separación y acabar reduciendo la política a la gestión de los intereses privados (ya sea el interés de grandes corporaciones o el de los pequeños intereses individuales) inhabilita el ejercicio democrático que se fundamenta precisamente en el libre posicionamiento de cada individuo sobre este común.

Este planteamiento cuestionaría aproximaciones hacia lo participativo comenzando por mapas o sumatorios de deseos individuales, algo que suele estar en el inicio de muchas metodologías participativas urbanas al uso. De lo que se trata para Arendt no es de cubrir el máximo de inquietudes privadas de cada individuo, sino de construir un fuerte y plural pensamiento sobre lo común. Por otra parte, la separación entre política y oikonomia significa también para Arendt la separación entre lo político y lo social, una categoría emergente en la modernidad implicada con la organización material y de necesidades a escala estatal. (2005, pg. 38-49).

Para Arendt, finalmente, el gran mal de la política moderna ha sido el haberse transformado en administración; y, esta noción de administración proviene principalmente del haber extendido la esfera administrativa del oikos a la vida pública, hasta el punto de hacer sustituir la política por la oikonomia; término del que resulta la economía contemporánea.

Habría aquí dos implicaciones claras para el modelo de actuaciones que estamos estudiando. Por un lado, la clara vocación social de algunas de las mismas en el sentido que señala Arendt, en cuanto a que no proponen un debate plural, sino el resolver necesidades materiales elevadas a un nivel colectivo al implementar explícitamente programas que faltan en la comunidad o el entorno urbano, como cancha deportiva, biblioteca, centro comunitario, etc. Por otro lado, el hecho de que, en general, no podamos contar con una de las condiciones fundamentales que Arendt supone para la necesaria separación entre polis y oikos porque esta separación sólo podría ocurrir si existe la garantía del oikos (el hogar estable) como precondición fundamental de lo político; cuestión que, es cuanto menos, discutible en estos entornos de marginación y exclusión en los que muchas de estas actuaciones tienen lugar.

Es por ello que estas acciones tienen dificultades en encontrar réplicas espontáneas porque las comunidades donde se efectúan, viven al límite de su subsistencia y, por tanto, canalizan hacia esa subsistencia todos sus esfuerzos, lo que limita su capacidad para poder actuar con verdadera libertad en público.

El filósofo Cornelius Castoriadis ya señala que, en el propio entendimiento político griego, el hombre libre con igualdad de discurso político partía de tener garantizada su propia subsistencia (Castoriadis, 2012, p. 67). Esto actuaría como una especie de condición previa para que lo político pudiera tener lugar porque caso contrario el ciudadano no sería libre, sino víctima de su propia necesidad.

Este planteamiento no sólo se dio en la antigua Grecia, sino que ha aparecido en otros momentos históricos mucho más cercanos. Es conocido, por ejemplo, cómo en la Asamblea de la Comuna de París de 1870 las dos primeras decisiones que se tomaron estuvieron relacionadas con el trabajo en las panaderías y con los alquileres de renta; es decir, con dos problemas sociales de base urbana que tienen en común el estar relacionados con la subsistencia básica de los ciudadanos y sus familias (Harvey, 2013, p. 178).

La precariedad anula la libertad para participar, impide un posicionamiento crítico respecto a la realidad contingente y acaba reproduciendo más precariedad en la necesidad continua del individuo por subsistir. Cabría además destacar que esta precondición social de lo político aparece como un garante de fiabilidad de aquellos que actúan, porque si bien uno puede mostrarse suspicaz respecto a aquellos que tanto hablan en favor del procomún, siempre encontrará confiables a aquellos que luchan por su libertad y por su propia dignidad.

Fuente: Arquitectura Expandida

Figura 5: Arquitectura Expandida (AXP). Intervención en el Mercado de San Roque, Quito, 2014 

3. Una posición sobre lo político para el urbanismo de acciones en público

De las reflexiones planteadas hasta ahora se entiende que el tipo de actuaciones a las que hacemos referencia no son “políticas” porque lo político es la posición que toman las gentes sobre lo común según su propio modo de vida. Ahora bien, esta posición sobre lo común puede manifestarse o visualizarse en el espacio público a través de ciertas construcciones aunque como señala Sennett, se trate más de una visualización de las consecuencias de la Democracia que de una acción política democrática en sí misma. El status de la construcción no sería tampoco, por tanto, el de coadyuvar a la agencia de lo político - como suelen afirmar estos colectivos- sino a articular esta visibilidad de la pluralidad de acciones en público que podrían evidenciar las consecuencias de lo político.

Dentro de este marco, es necesario señalar que esta función de dar visibilidad a la pluralidad puede quedar en papel mojado si no tiene lugar una vinculación con la acción del poder político, algo que sucede frecuentemente (Swyngedouw, 2011, p. 7). De hecho algunas de estas actuaciones surgen desde el resentimiento ante la situación política institucional y como un nuevo comienzo al margen de las mismas. No es que no creamos que la acción pública perfomativa no tenga su valor transformador y que no sea un vehículo importante de expresión colectiva, sino que los pobres resultados que ha ofrecido en estas dos últimas décadas, donde precisamente este tipo de acción ha tenido un lugar central, han dado lugar a un giro significativo en el pensamiento progresista reciente sobre la arquitectura y la ciudad (Lahiji, 2016).23 -Las acciones performativas no sólo en plazas públicas, sino también en acciones comunes en barriadas y comunas ejemplificadas a menudo con niños pintando y plantando flores han canalizado el descontento y han operado como válvula de escape para la frustración colectiva, pero una vez pasada la algarabía se suele volver al bussines as usual sin haber trastocado ninguno de los conflictos de fondo. En parte, considerar estas prácticas como el fin político último en sí mismo, tal y como defienden a menudo algunas teorías ciudadanistas (o de la urbanidad) que hemos mencionado anteriormente, ha desviado la mirada de la posibilidad de apropiarse de las estructuras mismas desde donde se ejerce la política y desde ahí ejercer una transformación más profunda.25 Como reflexiona Manuel Delgado, “la fijación performativa, sino artística o festiva de la acción pública dramatiza un tipo de ilusión por la cual lo democrático parece hacerse efectivo” sin que, sin embargo, como puntualiza el autor, podamos luego constatar que esto realmente se esté produciendo (Delgado, 2011, p. 22). Y a lo que luego añade: “la noción de espacio público, en tanto que concreción física en que se dramatiza la ilusión ciudadanista, funcionaría como un mecanismo a través del cual la clase dominante consigue que no aparezcan como evidentes las contradicciones que la sostienen” (Delgado, 2011, p. 24). Por ello, no hay que perder de vista que la acción política se ejerce hoy en día accediendo al poder político y que el “performativismo público” puede quedar fácilmente atrapado en la política dominante subyacente. De esta manera, se garantizarían patrones de consumo y explotación a través de modelos que condenan o excluyen prácticas y conductas que supongan cualquier conflicto de posiciones sobre la ciudad -conflictos de los que lo democrático se nutre-.

Fuente: Colectivo de Arquitectura Pública Asamblearia

Figura 6: Colectivo de Arquitectura Pública Asamblearia (CAPA). Construcción de Espacio de Paz en el barrio Valle del Pino del Estado Vargas de la República Bolivariana de Venezuela, 2015  

La misma suspicacia hacia lo “perfomativo” como fin en sí mismo es compartida por el geógrafo marxista Erik Swyngedouw que en su lectura de la ciudad post-política contemporánea entiende que las primaveras árabes, los movimientos occupy y 15-M, no pueden constituirse en respuestas operativas a la ciudad post-política y que, al contrario, han servido para asentar el vigente modelo de ciudad y su administración al servicio de los intereses económicos, dando un falso sentido de Democracia que no desafía realmente el trasfondo post-político vigente (Swyngedouw, 2011, pp. 7-14). Lo que es más, mucho de este “performativismo” -sobre todo cuando se plantea como solución a una necesidad- lo que hace a menudo es enmascarar un urbanismo de la precariedad (a veces denominado amablemente como “táctico” o “emergente”) y que es promovido por acciones ciudadanas que no hacen sino reproducir una y otra vez la misma precariedad (si no marginalidad) en la que están subsumidas la mayoría de las clases sociales contemporáneas.

En un breve pero agudo artículo Ramón Marrades hace una reflexión sobre la realidad que enmascara este tipo de prácticas urbanas que a menudo se consideran emancipadoras o de empoderamiento, cuando no hacen sino reproducir una situación precaria promovida por el presente statu quo político-económico. Según Marrades:

Al final, le estamos haciendo el juego a un estado sumergido que abre grietas donde entretenernos; dejando las habitaciones oscuras y los pasillos libres, otra vez y como siempre, para negocios más lucrativos, para que funcionen como vasos comunicantes entre poderes. Podemos distraernos activando solares con cuatro duros, mientras se redefine, a expensas de nuestras iniciativas espontáneas, la estructura productiva de nuestras ciudades. No es urbanismo táctico, es urbanismo precario; una solución efímera, un parche. Un parche del que podemos aprender mucho, sin duda con un valor transformador inmenso, pero un parche al fin y al cabo. Un divertimento mientras se toman las decisiones importantes a nuestras espaldas. No nos queda otra que subir de escala, recuperar la política (Marrades, 2014).

Y es que no cabe duda, de que mientras que la mentalidad neoliberal contemporánea ha ido avanzando de manera explícita o subyacente, y en la medida que los gobiernos se han ido retirando del cuidado por lo común que le correspondía como poder político para convertirse en facilitadores económicos (Harvey, 2003, p. 3), se ha logrado convencer a los propios ciudadanos de que son ellos los que deben de hacerse cargo de este territorio de lo común desde la precariedad, el voluntarismo y teniendo como única herramienta su trabajo gratuito.

Fuente: Arquitectura Expandida

Figura 7: Arquitectura Expandida (AXP). Poto-cine. Sala de Cine Autogestionada. Potosí, Ciudad Bolívar, 2016  

Es interesante también destacar cómo, en algunos casos, el “performativismo” más que surgir como una reacción, lo hace como una consecuencia más del proceso de mediatización cultural presente, donde inmediatez y exposición prevalecen sobre distancia temporal para reflexión y desarrollo de contenidos (elementos, estos últimos, de los que debería nutrirse el conflicto político). El “performativismo” es entonces una autoexposición, pero es también un producto de la comunicación que nos llevaba a reflexionar sobre cómo el trabajo del arquitecto se convierte directamente en mercancía comunicativa. Como señala Maurizzio Lazzarato, en el trabajo contemporáneo “el proceso de producción de comunicación tiende a convertirse inmediatamente en un proceso de valorización” (Lazzarato, 2006, p. 14).

El absoluto éxito mediático y la replicación de estas actuaciones a través de revistas, blogs especializados y redes sociales manifiestan cómo este proceso de valorización se está dando ya, efectivamente como comunicación y al margen de su valor de uso, de sus implicaciones reales para la ciudadanía con la que interactúa. En otros casos, esta condición mediática da también lugar a una hipertrofia auto-exhibitoria por parte de los diseñadores que aparecen situados en primera fila del proceso, ahogando a menudo la propia expresión libre de los ciudadanos como participantes.

Fuente: Taller Activo

Figura 8: Taller Activo. Intervención en Colonia Mujeres Independientes, Querétaro, México, 2010  

4. Conclusión

En cualquier modo y por muchos que sean los ángulos desde los que nos asomemos a esta tendencia, el civismo participativo no logra por su propio planteamiento lo que Castoriadis consideraba como el mayor logro de la democracia griega -y que relacionaba con otras expresiones culturales como la filosofía y el teatro- y es la capacidad para cuestionar sus propias normas constituyentes; es decir, las reglas constituyentes del propio espacio público. Según Castoriadis,

Lo decisivo es el cuestionamiento de la ley heredada (…) una autonomía social en el sentido de que la sociedad recusa su propia institución, y esa puesta en entredicho de la propia ley y la transformación de ésta, se hacen de manera explícita, en función de una actividad política pública, en y por el logos, la discusión, el conflicto de opiniones, y no simplemente como violencia ciega (Castoriadis, 2012, p. 52).

En realidad el interés por el espacio público entendido como plazas y lugares para la actividad pública, más que acompañar a brotes de emancipación y libertad ha estado históricamente movilizado por un tipo de ideología dominante para ser impuesta con finalidades propagandísticas o disciplinarias. Para el historiador Reinhart Koselleck, por ejemplo, su genealogía moderna se encuentra en la guerra de religiones de la Europa de mediados del siglo XVI y en cómo el espacio público se vuelve una herramienta fundamental para el espectáculo de la iglesia (Kosellek, 2007). Para el sociólogo Jürgen Habermas, por el contrario, nace como un instrumento de la propaganda ilustrada que luego es principalmente apropiado por la burguesía del siglo XIX con la finalidad de expandir sus intereses comerciales (Habermas, 1981). No es de extrañar, por tanto, que este nuevo interés por el espacio público haya surgido en coincidencia con la tercerización de los cascos históricos y con los crecientes procesos de gentrificación y expulsión urbanas, incluyendo la gentrificación de áreas de la ciudad informal que se encuentran ahora necesitados de legitimación (Sassen, 2014).

Pero lo que hace más compleja la discusión es que si bien estos peligros existen y no paramos de caer recurrentemente en ellos cuando volvemos sobre el espacio público, son al mismo tiempo estas acciones en público y, sobre todo, aquellas que se plantean desde el conflicto y el cuestionamiento de sus propias normas constituyentes, las únicas que parecen ofrecer un vínculo entre los intereses ciudadanos y la representación política contemporánea. Por ello, la desconexión entre ciudadanía y poder político producida por la creciente normativización y privatización de lo público, significa sin duda el mayor escollo de todos y contra el que hay que luchar con mayor ahínco. Y aunque estas acciones en público se han repetido multitud de veces, no son un fin político en sí mismo, pero si son las huellas y mapas desde las que quizá se pueda leer el panorama político urbano para plantear nuevas estrategias de movilización del statu quo urbano prevalente.

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Recibido: 17 de Mayo de 2017; Aprobado: 21 de Junio de 2017

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