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Sophia, Colección de Filosofía de la Educación

versión On-line ISSN 1390-8626versión impresa ISSN 1390-3861

Sophia  no.24 Cuenca ene./jun. 2018

https://doi.org/10.17163/soph.n24.2018.03 

Articles

Contribuciones del Evangelio de Mateo para la pedagogía progresista

Contributions of Mathew’s Gospel for the progressive pedagogy

1Pontificia Universidad Católica del Ecuador/ Quito-Ecuador


Resumen

El Modelo Progresista se basa en la idea filosófica pragmática propia de la Escuela Nueva; esta propuesta busca que el estudiante se vuelva el centro del sistema escolar, alrededor de quien gira todo el proceso educativo. Desde esa perspectiva la educación es para la vida, allí se aprenden los elementos primordiales para el buen desempeño del adulto, es decir la sociedad asegura su desarrollo. En aras de buscar nuevos criterios que alimenten esta corriente pedagógica, el artículo se centra en el Evangelio de Mateo para encontrar allí algunas pautas que ayuden a emancipar de los prejuicios que afectan el proceso educativo. El Evangelio de Mateo es una obra literaria destinada a una comunidad que desea honestamente abrirse a la novedad del Reino de Dios. Sin embargo, le resulta difícil dejar atrás los prejuicios culturales y religiosos que han marcado su vida y que no le permiten abrirse a la Buena Nueva. El autor, con punzante redacción, va combinando narraciones de la actividad de Jesús de Nazaret con discursos donde se puntualiza la novedad de su mensaje. El presente artículo se centra en los cinco discursos vistos como itinerario pedagógico que ayuda a superar los pre-juicios que bloquean la apertura a la novedad que ofrece la vida, que llevan a juzgamientos negativos a priori de las nuevas formar de ver, entender y vivir la novedad del reino de justicia, misericordia y solidaridad.

Palabras clave Pedagogía progresiva; Evangelio de Mateo; discursos; Reino de Dios; pedagogía; prejuicios

Abstract

The Progressive Model is based on the pragmatic philosophical idea of ​​the New School; This proposal seeks that the student becomes the center of the school system, around whom the entire educational process revolves. From this perspective, education is for life, where the essential elements for the good performance of the adult are learned, that is to say, the society ensures its development. In order to seek new criteria that feed this pedagogical current, the article focuses on the Gospel of Matthew to find there some guidelines that help to emancipate the prejudices that affect the educational process. The Gospel of Matthew is a literary work destined for a community that honestly wishes to open itself to the newness of the Kingdom of God. However, it is difficult for him to leave behind the cultural and religious pre-judgments that have marked his life and that do not allow him to open up to the Good News. The author, with sharp writing, combines narrations of the activity of Jesus of Nazareth with speeches where the novelty of his message is specified. This article focuses on the five speeches seen as a pedagogical itinerary that helps overcome pre-judgments that block the opening to the novelty that life offers, leading to negative judgments a priori of new ways of seeing, understanding and living the novelty of the kingdom of justice, mercy and solidarity.

Keywords Progressive pedagogy; Gospel of Matthew; speeches; Kingdom of God; Pedagogy; prejudices

Forma sugerida de citar:

Guerra Carrasco, José (2018). El Evangelio de Mateo y su aporte a la pedagogía progresista en la búsqueda de la emancipación de los pre-juicios. Sophia, colección de Filosofía de la Educación, 24(1), pp. 109-144.

Introducción

John Dewey1 propuso la pedagogía progresista (educación progresista, escuela nueva o nueva educación) como una tensión entre teoría y praxis, donde al cuerpo abstracto debía dársele una aplicabilidad. Dewey rechazaba la educación tradicional, basada en normas disciplinarias, y proponía una educación asentada en la constante reorganización de la experiencia, encaminando el proceso social para que beneficie a la comunidad y a la comunicación.

La pedagogía progresista se caracteriza porque se apoya en la estructura conceptual del interlocutor, es decir parte de sus ideas respeto a un tema en discusión, y de allí prevé un cambio conceptual, fruto de una construcción activa donde se confrontan el preconcepto con el nuevo concepto, a fin de que éste sea aplicado a situaciones concretas.

Así, la pedagogía progresista se basa en las ideas propias del pragmatismo, sobre todo, en la propuesta de transformación del sistema educativo, convirtiendo al interlocutor en el centro, alrededor de quien gira todo el proceso. Bajo esta perspectiva, la educación es para la vida, y debe darse en un ambiente natural donde se aprende para un buen ejercicio en la vida adulta.

Todo esto rompe con el paradigma tradicional que hacía del aprendizaje un proceso hecho desde el exterior, al cual debía adherirse el alumno. En su lugar, la pedagogía progresista defiende la acción como condición y garantía del aprendizaje. Cinco son sus postulados:

  • • El fin de la educación no se limita al aprendizaje, sino que prepara para la vida.

  • • Si la escuela prepara para la vida, la naturaleza y la vida deben ser estudiadas.

  • • El contenido educativo debe organizarse a partir de lo simple y concreto e ir a lo complejo y abstracto.

  • • El niño es sujeto de su conocimiento y la primacía la tiene su experimentación.

  • • Los recursos didácticos son útiles porque permiten la experimentación y ayudan a educar los sentidos, garantizando el desarrollo de las capacidades intelectuales.

Esta propuesta de Dewey puede encontrar en el Evangelio de Mateo un buen aporte en aras de alcanzar su objetivo educativo. Más aún cuando se constata que el cambio de mentalidad no es tarea fácil, ya que hay actitudes, hábitos y costumbres que hacen parte de la identidad que sustenta la existencia personal y social. Sin embargo, es un imperativo tal cambio, en aras de leer los signos de los tiempos con objetividad y propositividad. Sólo en ese espíritu se pueden modificar actitudes socio-pastorales y adaptarlas a las exigencias del siglo XXI. Para quien vive de cara a una sociedad demandante, más aún si profesa la fe cristiana, salir al encuentro del hermano en la periferia de ciudades y campos, es el modo de encontrarse consigo mismo y con Dios que habita, de manera especial, entre los pobres y sus invisibilidades.

En la ciudad necesitamos otros mapas, otros paradigmas que nos ayuden a reposicionar nuestros pensamientos y actitudes. No podemos permanecer desorientados, porque tal desconcierto nos lleva a equivocar el camino y además confunde al pueblo de Dios. Los católicos vienen de una ‘práctica pastoral’ antigua, en la cual la Iglesia era el único referente de cultura y, como maestra sintió la responsabilidad de delinear e imponer, no sólo la forma cultural, sino también los valores y más profundamente el imaginario personal y colectivo. Pero esa época no existe más, y hoy los cristianos no son los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados. ¡Es urgente un cambio en la mentalidad, que sin caer en el relativismo ni renunciar a su identidad cristiana, sea valiente, audaz y sin temor de transmitir su mensaje! (Papa Francisco, 2017).

En este artículo haremos un análisis del cambio de mentalidad que Mateo ve como urgente en su comunidad. El autor propone cinco discursos con los que Jesús busca desmontar la mentalidad legal que permeaba a los neo-cristianos, sobre todo de origen semita, para que se abran a la novedad del Reino de Dios. Los primeros cristianos esperaban vivir el Reino en su generación (Cf. 1Tes 4,15-17; 1Cor 15,51-52; Rom 13,11-12). Ahora bien, Mateo le dice que eso será posible sólo si se abren a la novedad de esa Buena Noticia. ¿Qué implica eso?

Contexto histórico

Mateo es el evangelio más comentado por Padres de la Iglesia como Orígenes, Hilario, Jerónimo y Juan Crisóstomo, debido a su claridad y orden, que hacen de él un buen material pedagógico. El afán de Mateo es evangelizar a una comunidad que enfrenta tensiones propias de la diversidad; la anima a no sucumbir al cansancio que surge de la espera de la Parusía, evento que se prolonga y que afecta la animosidad y el servicio.

Desde el año 63 a.C., Palestina era colonia romana, aunque los judíos gozaban de cierta autonomía que les eximía, por ejemplo, del culto imperial, lo que significaba tener libertad religiosa, a cambio de la cual debían pagar los impuestos exigidos. Con todo, había reglas de las que no podían eximirse, aunque ofendiera su fe. Por ejemplo, el procurador tenía potestad para nombrar al Sumo Sacerdote o podía intervenir en asuntos internos de los judíos. Para ello contaba con el aval de saduceos y comerciantes, al tiempo que enfrentaba la oposición de fariseos, escribas, zelotes, bautistas, etc. (Guerra, 2008).

Internamente, el Sanedrín controlaba la vida social, religiosa y económica del pueblo, a través de una bien organizada rutina que incluía peregrinaciones, sacrificios y ofrendas sustentadas en preceptos legales tomados del Pentateuco y avalados por los maestros de la ley. Ejemplo de ello era las normas de pureza que definía si alguien era digno de presentarse ante Dios. Para ello tenían una intrincada teología de la retribución2 , que sostenía que “justo” era quien cumplía la Ley. Eso le daba acceso a la comunidad. En ese sentido, enfermos, pobres, extranjeros y mujeres eran impuros y merecían el castigo que Dios reservaba a los pecadores, lo que incluía la separación de la comunidad. Para ser readmitidos, debían ofrecer sacrificios (Lev 11-16) que solían dejarles en la ruina, lo que era visto, una vez más, como impureza.

Los judíos relacionaban la retribución a la idea de juicio: “El Hijo del hombre dará a cada uno según sus obras” (Mt 16,27). Es decir, para acceder al Reino de Dios había que mostrar obras de pureza. Jesús corregirá esta idea diciendo que el Reino es regalo de Dios, y no está condicionado al cumplimiento de leyes. El creyente sólo debe acoger o rechazar el Reino (Pesch, 1972).

Se portaron mal con él, ¡hijos indignos! generación perversa y depravada. ¿Así pagas a Yahvé, pueblo tonto y estúpido? ¿No es él tu Padre, el que te creó, el que te hizo y te estableció? Acuérdate los días pasados, recuerda las generaciones anteriores. Interroga a tu padre, que te cuente, a tus ancianos, que te expliquen. Cuando el Altísimo dio a cada pueblo su tierra, cuando repartió a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos según el número de los Hijos de Dios. Pero la parte de Yahvé fue su pueblo, Jacob fue su propio dominio. Lo encontró en el desierto, en la soledad rugiente, y lo cubrió, alimentó y cuidó como a la niña de sus ojos. ¿Olvidas a la Roca que te creó, ignoras al Dios que te engendró? Yahvé lo ha visto, y desprecia a sus hijos e hijas que lo han ofendido. Les voy a esconder mi rostro, a ver qué será de ellos. Estos son una generación perversa, hijos de los que uno no se puede fiar (Deut 32,5-10.18-20)3 .

Hacia el año 70 d.C., Roma destruyó Jerusalén y el Templo, lo que constituyó una catástrofe para Israel, pues perdió su identidad de pueblo elegido. Sólo sobrevivieron dos grupos: fariseos y cristianos. En el proceso de reorganización, los fariseos –junto a unos escribas, tuvieron cierta ventaja, pues ya tenían influencia sobre el pueblo. Así, desde la sinagoga empezaron a interpretar la ley desde un judaísmo legalista e intolerante, en contra de los cristianos, más abiertos a otras culturas. Hacia el 85 d.C., el antagonismo era tal que los cristianos fueron expulsados de la sinagoga, y se vieron obligados a formar una “nueva” comunidad religiosa que, en últimas, era copia de su experiencia judía. Así,

  

Datos generales del evangelio de Mateo

Durante mucho tiempo se afirmó que el autor de la obra era Mateo, el recaudador de impuestos (Mt 9,9-13). Mc 2,13-17 y Lc 5,27-32 no lo llaman Mateo, sino Leví. Eso se explica, según (Schmid, 1981), porque Jesús le cambió el nombre, igual que hizo con Simón, a quien llamó Pedro. A Leví le llamó Matthaios, nombre griego que traduce la expresión hebrea mattai, forma abreviada de mattityahu = don de Dios (Guerra, 2008). Según Mc 2,14, el padre de Leví era Alfeo, y su hermano Santiago el Menor (3,18). Sin embargo, en Mc 15,40 se dice que María era madre de Santiago, José y Salomé, pero no dice que lo sea de Mateo. Eso lleva a creer que Mateo y Santiago debieron ser parientes lejanos de Jesús. Por otro lado, si era recaudador, debió saber leer y escribir y tener habilidad para los números, lo que explicaría que el evangelio esté bien organizado.

Con base a estos criterios, la Iglesia aceptó como autor a Mateo. Así, Papías (100-120 d.C.) sostenía que: “Mateo recogió en lengua hebrea (arameo) los dichos del Señor (logias). Posteriormente cada uno los interpretó como pudo”. Esta idea fue seguida por Ireneo, Orígenes, etc. Sin embargo, autores como (Brown, 2002) y (Viviano, 2004) ponen en duda la autoría de Leví. Ya Tertuliano (363 d.C.) tenía sus dudas por tres razones: 1. No había indicios de una obra escrita en hebreo (la conocida era originalmente en griego); 2. El término logias (dichos) hace referencias a frases dichas por Jesús, que Mateo habría recopilado; pero eso no propiamente un evangelio; 3. No es claro qué significa cada uno interpretó como pudo; algunos creen que Papías quiso encubrir su propia interpretación.

Lo que se estila hoy es que el evangelio es fruto de materiales hechos por muchas manos que, tiempo después, un redactor final reunió en una obra, y se la atribuyó a Mateo, en un proceso de seudonimia4 . El análisis interno de la obra deja ver quién era el redactor final: judeocristiano (Mt 13,52), de formación rabínica, conocía el griego, era dirigente de la comunidad (16,17-28; 25,5) y conocía las Escrituras (5,17-18).

El lugar probable de composición del evangelio de Mateo fue Antioquía de Siria (Cf. Hch 13). En esa ciudad convivían cristianos de origen judío y gentil, lo que no hacía fácil la convivencia. Allí se produjo la tensión entre Pablo y Pedro (Gal 2,11-14), que hizo que la comunidad mire a Pablo con reserva, y apoye a Pedro (Mt 14,28-31; 15,15; 16,22-23; 17,24-27; 18,21; 19,27). Pedro, de mentalidad judía, se preocupaba más por la observancia de la Ley, mientras que Pablo, de pensamiento helenista, la relativizaba. Otro argumento en favor de Antioquía como lugar de composición es su relación con la Didajé, escrito judeo-cristiano de finales del siglo I, originario de la misma región.

Hay acuerdo que la obra fue escrita después del 70 d.C., dadas las referencias a la destrucción del Templo (22,7) y su aceptable desarrollo teológico y eclesial, propios de finales del siglo I. La fecha más común es entre los años 80 y 85 d.C. (Brown, 2002). Con la destrucción de Jerusalén, muchos cristianos migraron a ciudades como Pela, Antioquía de Siria (Mt 4,23-25) y Damasco (Hch 9,1-25; 11,19-26). En Pela hubo una comunidad de personas que habían perdido su tierra, hasta caer en la pobreza y esclavitud (Mt 18,23-30; 20,1-7, 21,33-39; 25,26). Esa comunidad, de origen judío (5,47; 24,20), insiste en cumplir la Ley (5,17-19): cita unas 70 veces el AT, usa expresiones hebreas (infierno, carne, sangre, atar, desatar, ciudad santa), evita usar el nombre de Dios, menciona costumbres judías como la ofrenda y describe a samaritanos y fariseos (23,5-7; 26,17).

Sin embargo, en la comunidad también había judíos de la diáspora, de mentalidad griega, y hasta extranjeros convertidos (28,19), que aportaron un estilo de vida que llegó a confundir a los judeo-cristianos. Para superar la tensión, Mateo propone a la comunidad nuevos roles y normas (Guerra, 2008):

  • • Iglesia mixta: comunidad formada por cristianos de 2 tendencias: los que observan la Ley (5,17-19) y los que la relativizan. Mateo media en esta tensión diciendo que la Ley es válida, pero a partir de la praxis del amor (22,38-40); Jesús no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (5,17), pero con misericordia (9,13; 12,17).

  • • Conflicto con fariseos: comunidad que disputa a los fariseos el liderazgo. En esa disputa, la comunidad perdía, porque era pequeña, desorganizada y con problemas que surgían de la interpretación liberal de la Ley, por parte de los cristianos-gentiles. Los fariseos expulsan a los cristianos de la sinagoga (10,17-23; Cf. Jn 9).

  • • Comunidad en tensión: comunidad que no se abre a los gentiles, pues veía su misión entre “las ovejas perdidas de Israel” (10,6; 15,24), lo que excluía a los paganos (18,17). Será la tensión con los fariseos la que obligue a la comunidad a abrirse al mundo gentil: “Hagan discípulos a todos” (28,19).

  • • Controversias respecto a la parusía: comunidad que creía que la parusía era ya. Pero, como eso no acontecía, se fueron cansando y perdiendo vigor. A quien creía que bastaba rezar y esperar (7,21), Mateo le aclara que el discípulo debe actuar según la voluntad del Padre, presto y trabajando (16,27; 25,31-46).

Estructura literaria

Conviene, antes de adentrarnos en el itinerario pedagógico, conocer la estructura de la obra y sus principales características teológicas. Existen varias formas de dividir la obra. Nos detendremos en dos de ellas: una que visualiza el tema central de la obra, y otra que ayuda a destacar los cinco discursos en los que centramos este artículo.

Modelo quiásmico (Guerra, 2008)

Visión global del Evangelio de Mateo

Introducción: Misterio de Jesús (Mt 1-2). Jesús retoma un evento central: el éxodo. Los pueblos lo reconocen como Rey, porque desciende de Abraham y de David.

Primera Parte: Jesús proclama el Reino de Dios (Mt 3,1-13,52)

  • El Reino de Dios (Mt 3-7): con Jesús llega el Reino (Narración, cc. 3-4); el Reino de Dios es justicia que libera (Discurso, cc. 5-7).

  • El Reino libera al pobre (Mt 8-10): La justicia produce signos (Narración, cc. 8-9); Jesús necesita colaboradores (Discurso, c. 10).

  • El Reino crea conflictos (Mt 11,1-13,52): Reacciones contra Jesús (Narración, cc. 11-12); Las parábolas explican el presente y futuro del Reino (Discurso, 13,1-52).

Segunda parte: Jesús organiza y lidera al nuevo pueblo de Dios (13, 53-28, 20)

  • Con Jesús nace un nuevo pueblo (Mt 13,53-18,35): seguir a Jesús (Narración, cc. 13,53-17,27); Vida del nuevo pueblo de Dios (Discurso, c. 18).

  • Venida definitiva del Reino (Mt 19-25): El Reino de Dios es para todos (Narración, cc. 19-23); El proceso del juicio (Discurso, cc. 24-25).

Conclusión: Pascua de liberación (Mt 26-28): La muerte y resurrección de Jesús marcan el fin del reino de injusticia, y el inicio de la enseñanza a todos los pueblos. Jesús estará siempre presente en medio de sus discípulos.

Contenido teológico

A Mateo se lo define como “evangelio eclesial”, abierto a la novedad de la Buena Nueva, y como “evangelio catequético” que presenta ordenadamente la enseñanza de Jesús. Antes dijimos que hubo una fuerte tensión entre cristianos y fariseos por el privilegio de ser “el verdadero pueblo de Dios”. ¿Quién tenía autoridad para interpretar la Ley? Los fariseos se sentían herederos de la promesa, por ser el auténtico pueblo de Dios. Por su parte, los cristianos se sentían herederos de la promesa, por ser nuevo pueblo de Dios, gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo (Viviano, 2004).

Esta tensión se extendió a la comunidad cristiana, que tenía serios desafíos para ajustar su vida a la enseñanza de Jesús. Era difícil mantenerse fiel al Evangelio y a la tradición judía heredada. A pesar de que la comunidad tenía cierta cohesión y habían florecido algunos ministerios, ¡aún hacía falta mucha instrucción! En ese contexto Mateo presenta la enseñanza de Jesús. ¿Cómo asegurar que su enseñanza sea acogida como normativa? Lo primero que hace Mateo es afirmar que Jesús tiene autoridad, porque es hijo de David, hijo de Abraham (1,1) y nuevo Moisés (5,1ss). Así, su interpretación de la Ley se sustenta en su autoridad mesiánica (David) y su autoridad de fe (Abraham).

Eso es lo que pretende con el relato de la genealogía (1,1-17). Allí, de manera armónica, Mateo hace una síntesis de la historia del pueblo de Israel, nombrando reyes y mujeres, no tanto como personajes históricos, sino como símbolos, los primeros –reyes– representan la actitud de Dios con su pueblo, al cual ama y con el que quiere hacer una alianza. Los segundos –mujeres– señalan cuál ha sido la respuesta humana: engaño, impureza, traición. Hagamos un breve repaso de estos personajes.

La genealogía termina con una síntesis, clave para entender este evangelio: “Jacob fue padre de José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. De modo que fueron 14 generaciones de Abrahán a David; 14 de David a la deportación a Babilonia y 14 desde la deportación hasta el nacimiento de Cristo” (1,16-17). El 14 encierra dos series de 7; si sumamos los tres grupos de 14 generaciones, da 6, número de imperfección. Dicho de otra forma, Mateo expresa que en la historia de la salvación Dios siempre ha estado dispuesto a bendecir al pueblo (reyes), pero éste ha caído siempre en la infidelidad (mujeres). Hace falta una generación, la séptima, la perfecta (¡Iglesia!), que nace de José, de la casa de David, y de María, mujer sin tachas.

El término griego ἐκκλησία, se traduce al latín por ecclesia, para significar la “asamblea reunida para discutir un tema”. Sólo Mateo usa el término “iglesia” para hablar de la comunidad cristiana. Veamos un análisis, según Aguirre:

La Iglesia de Mateo tiene dos características: (1) Es fraterna. En 28,9-10, los discípulos aparecen como hermanos; (2) Continúa la misión . Mt 10 describa el amor de Jesús por el pobre, que hace que envíe a sus discípulos a enseñar y curar (Cf. Mt 9,35 y 10,1; 4,17 y 10,7; 8-9 y 10,8). Para Mateo, la tarea de la Iglesia es seguir la obra de Jesús: anunciar el Reino y liberar del mal, con amor gratuito. Ahora bien, la Iglesia no es perfecta. Creer que lo sea, sería una tentación que llevaría al sectarismo e intolerancia, a creerse juez que dicta un juicio que sólo compete a Dios (Cf. 13,24-30: el trigo y la cizaña, Jesús frena el celo de quien quiere ser justiciero). Para Mateo, la Iglesia es comunidad donde todos son llamados, pero no todos elegidos; hay que hacer buenas obras. Quizá resulte extraño que Mateo hable de juicio (cizaña echada al fuego), pero es que él, en línea judía, no especula sobre el futuro, ni hace juicios. Su objetivo es llamar la atención sobre un presente que demanda buenas obras y evita el peligro es creerse comunidad “pura”, conciencia que procede de su herencia judía, y que puede afectar a su comunidad. Mateo busca corregirlo, haciéndoles ver que, si bien son llamados, tienen que ser coherentes con la enseñanza de Jesús. De los cinco discursos, el primero (5,1-12) sostiene que la Iglesia debe ser pobre, mansa, misericordiosa, constructora de la paz y la justicia. El último (25,31-46) sostiene que la Iglesia debe atender al necesitado (Aguirre, 2007, pp. 6-9).

Una vez puestas las bases de su obra: la autoridad mesiánica de Jesús y la Iglesia destinataria, Mateo se centra en instruir a la comunidad para que sea el nuevo pueblo de Dios. Para ello, “separa el trigo de la cizaña”, es decir valora la Ley de sus antepasados, pero ve imperativo poner en práctica la Nueva Alianza. ¿Cómo superar viejos esquemas y prejuicios que opacan la novedad de Jesús? Si tomamos en cuenta la estructura literaria vista antes (Cf. supra), vemos que Mateo divide su obra en cinco partes, que incluyen una narración de hechos (descrita por Mateo) y un discurso sobre la Nueva Alianza (hecho por Jesús). Veamos el siguiente cuadro descriptivo (Guerra, 2008):

1ª Parte: Jesús proclama y trae el Reino de Dios (Mt 3,1-13,52)

2ª Parte: Jesús organiza y lidera al nuevo pueblo de Dios (13, 53-28, 20)

Por cuestiones metodológicas, dejamos de lado las narraciones, y nos centramos en los discursos que están conectados uno con el otro. El análisis nos permite ahondar en la pedagogía de Jesús que busca cambiar el prejuicio que frena el caminar comunitario.

Conviene, ahora sí, hacer un análisis de cada uno de los discursos, para ver cómo llaman a la conversión, el cambio de paradigma y la praxis misionera.

Primer Discurso: El sermón en el monte (Mt 5-7). En el primer discurso, Jesús invita a invertir los valores recibidos de parte de la tradición y la cultura. Un cambio de actitud implica superar dogmas, preceptos y cosmovisiones recibidos de la antigua Ley. Sólo así se puede aprehender los nuevos valores del Reino, que permiten releer los signos de los tiempos, la historia, la naturaleza, la comunidad y a uno mismo. Sopesar la novedad de valores emergentes como la solidaridad, la calidez, la cercanía, etc., lleva a descubrir el talante imperativo en la construcción del hombre nuevo. Este primer discurso es, sin duda, el más importante de los cinco que pronuncia Jesús, pues implica escuchar y acoger la profunda metanoia que implica el Reino. Tarea nada fácil, porque compromete menos quedarse en el puerto seguro de las convicciones tradicionales y cumpliendo las normas convencionales, que dar el salto y pensar distinto, actuar contracorriente. Siempre será, más allá de novedoso, una empresa que causa ansiedad. Por eso Jesús invita a vencer el miedo y aceptar la invitación ¡Bienaventurados los que oyen y ponen en práctica!

La invitación a acoger la Nueva Alianza poco se parece a la alianza hecha en el Sinaí, que era una lista de prohibiciones. Jesús invita a un compromiso en plena libertad, no motivado por esa santidad que se gesta en las prácticas religiosas, sino aquella que se configura en el compromiso con el hermano. Nadie puede definir la grandeza o finitud humana, sino la persona misma. Todo ser humano se siente necesitado y busca sentido a su vida. Jesús parte de esa constatación para invitar a todos a alcanzar su plena realización, no por obras movidas por premios o castigos, sino por la profunda convicción de que la felicidad plena es darse al otro, trabajar por la paz, la justicia, la alegría. En ese sentido, “pobre de espíritu” implica no vivir con la expectativa de recibir, sino con la convicción de dar, hasta vaciarse uno mismo. La fuerza no está en el interior de la persona, sino en el hermano, camino seguro para llegar a Dios. Si bien el mundo promueve la auto suficiencia, Jesús invita a buscar en Dios y ¡al hermano!, punto de confianza para enfrentar la lasitud. Con humildad debemos reconocer que sin Él no llegamos a la meta. Esto exige mansedumbre, que no significa resignación, sino serenidad frente a lo que no puedo cambiar y rebeldía para combatir lo que clama por justicia. ¡Y todo en libertad!

A quien acepta su invitación, Jesús le muestra la urgencia de cambiar el esquema mental. La Ley prescribía poner sal en cada ofrenda presentada a Dios y encender una luz como símbolo del triunfo divino sobre las tinieblas. Quien acepte vivir como creyente tiene por misión ser buena nueva, sabor y luminosidad. Dicho de otro modo, la invitación es a vivir el distintivo del amor, brillar delante de los hombres para que se vea la buena obra y se glorifique al Padre que está en los cielos. Que el mundo sienta su presencia en cada acción, y así aclamen: “ ¡Miren cómo se aman, brillan, dan sabor! ”.

Jesús sigue su instrucción sobre cambio de paradigma. El judío tenía enraizada las prescripciones legales del Pentateuco. Desde ahí discernía su conducta, en una suerte de cumplimiento. Jesús deja claro que no deroga la Ley, sino que la relee desde su espíritu, que no es el legalismo, sino ¡el amor! Cualquiera que anule el mandamiento del amor y no lo enseñe, es el más pequeño en el Reino. Jesús cuestiona la actitud farisea que se centra en el legalismo, la formalidad, la tradición. Hay que cumplir la Ley que viene de Dios, no las aristas que los humanos han interpretado. Por ejemplo, lavarse las manos no es propiamente un mandato divino, sino una interpretación humana. La ley tiene 2 lados: el externo, palabra literal que define qué hacer y qué evitar, y el interno, comprensión espiritual que refleja la intención de Dios. Jesús invita a hacer ese itinerario. Primero ver lo externo: han oído…; luego muestra el lado interno: yo les digo… A simple vista, parece que Jesús contradice la Ley, pero no es así; Él invita a ir más allá de la letra para entender su aplicación espiritual. Así, no sólo debe evitarse el asesinato, sino eliminar el odio y cultivar el perdón. No sólo debe evitarse el adulterio físico, sino también el espiritual. No basta no jurar en falso, sino que hay que cumplir el juramento hecho ante Dios. No debe vivirse sólo de justicia retributiva (ojo por ojo), sino superar la ofensa y no aumentar el dolor (Cf. Rom 12,17-21). No sólo amar al prójimo, sino al enemigo.

En esta parte, Jesús trata dos temas: limosna y oración. Jesús insiste que el hombre nuevo no hace el bien para ser visto, sino como resultado de una profunda convicción de que así responde al amor del Padre que ve lo secreto. El creyente sentirá la hondura del perdón del Padre, sólo si perdona con sinceridad. El camino que da acceso al Padre es la práctica de la justicia, no como medio de auto promoción, sino como respuesta a quien amó primero. Respecto a la oración, es el medio eficaz para estar en relación con Dios, pero debe ser un diálogo íntimo entre el Padre y el hijo. Jesús crítica la oración hecha sólo para exhibirse ante los demás; tal actitud pervierte y debilita la confianza en Dios

La vida suele llevar por vías sin salida. La tentación es caer en un pietismo que “exige” a Dios que actúe con premura. Jesús invita a vivir con la convicción de que la oración, más que evocación para forzar a Dios a actuar, es aceptación de la nueva ética creyente. La oración se divide en dos partes: relación con Dios y relación con el otro. Si Dios es Padre, todos, sin distinción, son hermanos. En la Iglesia no prevalece el individuo, sino la familia y el bien común, aquí y ahora, sin preocuparse del futuro, que está en manos de Dios. En la familia, lo que afecta a uno, afecta a todos.

El Padrenuestro es reacción contra el individualismo. No es Padre mío, sino Padre de todos y de todo lo que hay en el cielo y la tierra. Decir Padre exige acoger al hermano, superar la tiranía del “yo” y vivir el “nosotros”: nuestro pan, nuestras deudas, nuestra santidad. Así, se “transforma lo viejo en nuevo, el caos en armonía, la injusticia en justicia, la enfermedad en salud” (Ronchi, 2005, p. 27). Dicho de otra forma, la relación comunitaria se vuelve relación de justicia y perdón, dar, más que recibir. El creyente debe morir al yo, para mirar al otro. Mientras la justicia humana es retributiva –pagar lo que debe–, la justicia de Dios es ser y hacer para el otro –te perdono, aunque me debas–.

Lo que más se opone a Dios no es el placer mundano ni el poder para manipular, sino el deseo de riqueza. El dinero es signo de violencia y muerte cuando se vuelve fin último. Dios es gratuidad, liberación, comunión; el dinero es interés, esclavitud, división. La tensión es entre Dios que deja ser y el dinero que no deja ser. Jesús deja actuar con libertad a la hora de escoger entre uno y otro (Cf. Deut 30,15). La decisión es personal. Vivir para el dinero separa de Dios y del hermano. ¡El dinero se vuelve dios! El creyente deba cuidarse de acumular tesoros, pues eso conlleva riesgos. Por ejemplo, olvidarse que Dios hizo al hombre para trascender y no para cerrarse en riquezas que causan ansiedad. Mientras más se tiene, más se desea. ¡El conquistador se vuelve esclavo de lo que conquista! El dinero –o su ausencia– causa conflictos entre el que lo tiene y el que quiere tenerlo. Un cambio de mentalidad exige dar al dinero el lugar que se merece, como medio, nunca como fin, ni siquiera religioso. Muchos camuflan su avaricia en formas piadosas, entregándose a cultos sociales o religiosos, pensando que así cumplen la voluntad de Dios. La apertura a la experiencia de Dios se da cuando el creyente se abre a la gratuidad de Dios, principio de amor que sustenta de manera amorosa la existencia humana.

Capacitarse para cumplir la misión de Jesús exige introspección, ver las fortalezas y limitaciones personales, antes de juzgar a los demás. Eso es lo que significa “sacarse la viga de ojo”. Si Jesús no juzga a quien le golpea y crucifica, entonces ¡No debemos juzgar a nadie! A veces, la inclinación es a reclamar, quejarse, pero en ese momento, el creyente debe recordar que carga su propia fragilidad. Eso le permitirá comprender al otro y abrirse con empatía. Con la vara que medo, seré medido… al amor que das, corresponde mucho amor. Así, el creyente debe corregir con caridad. No se puede operar sin anestesia… el paciente moriría de dolor. La caridad es la anestesia que hace aceptar la corrección. En ese sentido, al corregir hay que hacerlo desde la verdad, sin calumnias o falsos testimonios que arruinen la fama del hermano. Ciertamente, la verdad puede ser dolorosa, pero dicha con caridad ayuda a crecer. Jesús invita a corregirse dentro de la Iglesia, con delicadeza, verdad y humildad.

El contenido está ligado a la persona que comunica. Un buen mensaje, dicho sin bondad, no convence ni convierte. Al terminar el primer discurso, Jesús invita a la praxis coherente del nuevo estilo de vida: producir buenos frutos (vv. 15-20), hablar y practicar (vv. 21-23) y construir sobre roca (vv. 24-27). El creyente debe tener cuidado con el falso profeta que da un mensaje erróneo. “Está vestido de oveja, pero es lobo” (Mt 10,16; Lc 10,3). La oposición lobo-cordero es irreconciliable, a no ser que el lobo deje la violencia como sugiere Is 65,25. No es fácil discernir al verdadero del falso profeta. Suele ocurrir que por intereses personales o grupales se acusa de falso profeta a quien anuncia una verdad que incomoda. Eso le pasó a Jesús. Para ayudar a discernir, Jesús propone el ejemplo del árbol bueno que nunca da frutos malos, ni el árbol malo da frutos buenos (Cf. Jn 15,2-6). Así, no basta hablar, hay que practicar; sólo así será reconocido (Mt 7,22-23).

La enseñanza final de este primer discurso versa sobre una casa construida sobre roca o sobre arena. Esta es una referencia a la oposición fe y vida. No se trata de hablar sobre Dios, sino hacer su voluntad. “Feliz quien oye la Palabra y la pone en práctica” (Lc 11,28). Hay creyentes con dones que usan sólo para su beneficio. ¡Enseñan, pero no practican! (Mt 23,3; 1Cor 13,2-3). Así, esta parábola llama la atención de quien busca su seguridad en la observancia legal, sin reconocer que la verdadera seguridad está en Dios que amó primero (1Jn 4,19). “Dios es mi roca, fortaleza, escudo y libertad” (Sal 18,3). Y el creyente debe ser roca para sus hermanos (Cf. Mt 16,18).

Segundo Discurso: Sermón misionero (Mt 10). Hecha la invitación, Jesús deja en libertad al creyente para que discierna la propuesta y tome su decisión. No es fácil, pues se trata de dejar atrás los viejos paradigmas y actitudes, para asumir los nuevos valores que permiten ver la vida con ojos nuevos. Ya no es la ley, sino la misericordia. A quien acepte la invitación, Jesús le propone seguir el camino misionero, vía única de construir, lenta pero inexorablemente, al hombre nuevo.

En virtud de ese mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño. Todos los pueblos y culturas tienen derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos (Papa Francisco, Jornada Mundial de la Misiones 2016).

La acción misionera encierra una tentación plausible: despertar ese espíritu burgués que pone al destinatario de la misión, como un medio para satisfacer las carencias afectivas y emocionales del misionero. Dicho de otra manera, el riesgo es volver la misión una tarea para llenar mis necesidades, manteniendo control sobre lo que se hace y sobre los interlocutores. Jesús advierte y cuestiona tal actitud. Por eso pide a los suyos no llevar nada, ni planificar nada. La confianza deberá ser puesta únicamente en el espíritu de Dios que dirá lo que hay que hacer y decir.

A quien acepta su invitación, Jesús le invita a anunciar el Reino y servir al pueblo. Así, pues, una faceta distintiva del creyente es la misión, vista no como complemento para el fin de semana, sino como parte esencial de un estilo de vida encarnado en las necesidades de la gente. Esto implica un salir permanente a cumplir la tarea encomendada. ¡Cada día es una misión! La tarea es anunciar el Reino de Dios, no “venderse a sí mismo”, ni proponer ideologías o agendas personales. ¡Anunciar el Reino, y sólo el Reino! Desde la Palabra revelada, a fin de que la vida y la muerte sean trasformadas.

La misión implica anunciar el Reino de Dios, salvación para el hombre, las culturas y la sociedad. En la misión se da y se recibe gratuitamente; se renuncia al poder, para vivir un peregrinaje humilde; se comparte con todos, especialmente los oprimidos, las luchas e ilusiones; se vive la libertad, no para hacer sacrificios, sino para vivir la Gracia que da sentido a la vida. En una palabra, la misión exige desprendimiento, renuncia al afán de dominio, rechazo a la mentalidad imperial y superación de las fronteras mentales.

Al enviarlos por el mundo, Jesús instruye a sus discípulos sobre la forma de misionar: disposición, desprendimiento, liviandad de equipaje, confianza en el anuncio, solidaridad para compartir pan, hogar y vida. En la misión, el mensaje debe ser escuchado, recibido y anunciado como el Reino de un Dios que ofrece comunión, paz y solidaridad. Esto implica un riesgo posible: desprecio, persecución, trato despectivo. El creyente tiene que enfrentar ese peligro y no ceder a la presión social, e incluso eclesial, que estila odio, rechazo, calumnia. ¡Debe seguir la misión, vivir con coherencia y confianza de que no está solo! A menudo, el testimonio audaz es semilla de conversión, chispa de libertad.

De esta segunda parte llaman la atención dos advertencias: la persecución y la invitación a no tener miedo (x 3). Parece ser que el sufrimiento marca la vida del creyente que vive su convicción, pero no debe preocuparse por ello. Más bien, debería preocuparse seriamente si no es perseguido, si su vida se torna sólo satisfacciones.

La invitación a “no tener miedo”, de suyo, busca asegurar que el creyente no pervierta la misión, dejando de actuar por temor a la calumnia o la persecución. ¡Por grande que sea la mentira, la verdad siempre vence! ¡No hay que tener miedo a decir la verdad! Hoy, por ejemplo, la prensa suele distorsionar los hechos, y hace aparecer como criminal a quien proclama la verdad y puede sacralizar a quien es sin duda opresor. La convicción del creyente le lleva a desafiar al que miente, difama, tortura, mata. Podrán matar el cuerpo, pero no la libertad, y esa es la fortaleza que distingue al hombre nuevo. El único miedo que el creyente debe tener es a negar la verdad y alejarse del hermano.

Por otro lado, el creyente debe testimoniar la causa que mueve su vida: Jesús. “Aquel que me declare ante los hombres, lo declararé ante mi Padre”. La convicción implica valor frente a la persecución: “no he venido a traer paz, sino espada”. ¿Cómo entender esta declaración? Hay que dejar claro que esto no significa promover la división, sino asumir que la convicción de vida suele ser una actitud contracorriente que se vuelve “señal de contradicción” (Lc 2,34), en la familia, la comunidad y la sociedad. Cuando hay signos de renovación, eso se vuelve “señal de contradicción” para quien acostumbra una paz injusta y está tan domesticado que no va a permitir ser incomodado.

Sin embargo, la convicción debe estar por encima de la comodidad. No se puede amar al padre/hijo más que al Reino. ¿Cómo conjugar esta orden con el mandamiento de honrar padre y madre? (Mc 7,10-12). Dos observaciones: 1. El Reino era el valor supremo para Jesús y 2. La situación socio-económica de la época llevaba a la familia a cerrarse en sí misma, negando su responsabilidad con la sociedad. Pero, una convivencia sin comunidad es como una ola sin comida...desfigura el amor. En ese contexto, entonces, “odiar padre y madre” significa superar el individualismo, la cerrazón, y hacer una opción por la comunitariedad. Y, optar por la comunidad implica cargas la cruz: “me gloriaré en la cruz del Señor, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo” (Gal 6,14). Cargar la cruz supone romper con el sistema injusto y ser generoso para darse por completo al otro. Esta experiencia no es a título personal, sino fruto de la vivencia del amor: “Quien te recibe, a mí me recibe…”.

A concluir este sermón, Jesús habla de la recompensa: “Aquel que dé de bebe a un pequeño, no perderá su recompensa”. En esta frase hay una secuencia significativa: al creyente se le reconoce por su testimonio, comportamiento y solidaridad con el pequeño. El Reino es un edificio hecho de ladrillos; despreciar un ladrillo pone en riesgo el edificio.

Tercer Discurso: el sermón del reino (Mt 13). El tercer discurso explicita la temática que debe tratarse en la tarea misionera: el Reino de Dios. El creyente que acepta la invitación y empieza a vivir su misión debe hablar únicamente del Reino de Dios. La particularidad de este sermón de Jesús es que explica la esencia del Reino de Dios por medio de siete parábolas. La parábola es una historia sencilla, cuyo fin es transmitir una enseñanza de forma comprensible. “Jesús predicó usando parábolas, es decir ejemplos vivos, imágenes tomadas de la vida ordinaria, dándoles contenidos ricos y amplios. Unos creían y otros no. Jesús habló del Reino de Dios con tacto y utilizando parábolas en las que, sin ocultar que estaba diciendo cosas nuevas, incitaba al oyente a interesarse, y le advertía: “¡quién tenga oídos, que oiga!”. Entiende el que tiene un corazón dispuesto a la conversión y rechaza el pecado (Cases, 2017). Este Reino de Dios es una oferta que implica dejar que Dios sea el único que dirija la vida del creyente. No se puede servir a Dios y al dinero. Si hay transparencia de espíritu, el otro es prójimo, hermano al que se cuida y defiende… Pero, si lo que impera es el dinero, el otro es rival al que hay que dominar y explotar. Así, Jesús llama a anunciar al mundo dos opciones, y cada uno es libre de escoger una, con libertad, pero con responsabilidad para asumir la consecuencia.

El tema único de la misión es el Reino. Tener claro esto ayuda a no dispersarse en temas variados, amplios y poco eficaces. Son 7 parábolas, aunque sólo dos son explicadas (el sembrador y el trigo y la cizaña), porque constituyen el eje transversal para entender las otras cinco parábolas.

Sembrar era una imagen familiar en Israel. Al llegar la lluvia, se escarbaba la tierra y se lanzaba la semilla. Jesús recoge esta imagen para hablar de un sembrador que, si bien se identifica con él mismo, es también el creyente que predica el Reino, al estilo de Jesús que no hace alarde de su condición, sino que actúa como siervo (Cf. Flp 2,6-11). La semilla es la Palabra de Dios; el campo es el mundo. Por lo tanto, el anuncio del Reino se lo hace desde la Palabra inspirada, que debe recorrer el mundo entero, hasta llegar a los millones de personas que aún conocen el mandamiento del amor mutuo. Así, los creyentes son parte de una Iglesia en y para el mundo. Unos aceptarán el Reino, otros no. Pero, la labor del creyente sigue siendo la misma: sembrar la Palabra. Cosechar es momento segundo y corresponde a Jesús.

Un dato interesante: no hay nada malo en la semilla. La cosecha se da en el terreno donde esta semilla cae. Es decir, la Palabra es buena; que haya o no cosecha, depende de la libertad humana para acogerla o no. Y, aunque el 75% de la semilla se pierda, la Palabra es tan rica, que algún fruto dará, aunque sea ínfimo. La tierra es de cuatro tipos: 1. La que está al lado del camino: la semilla se la comen las aves (quien conoce el Reino, pero no lo acoge); 2. La que es poco honda y está llena de piedras: la semilla no germina (quien oye la palabra, pero no se deja interpelar; puede ser afectuoso, emotivo, pero no se compromete); 3. La que está llena de espinos: la semilla se ahoga (quien se deja saturar hasta perder la fe); 4. la tierra buena: quien oye y vive la Palabra da fruto.

La parábola del trigo y la cizaña resalta que en el mundo hay dos tipos de personas: el bueno y el malo (Jn 8,43-45). Cuando no se acepta la Palabra, se tiende a ver al otro no como hermano, sino como rival a dominar: “En esto se manifiesta el hijo de Dios y el hijo del diablo: aquel que no hace justicia y no ama a su hermano, no es de Dios” (1Jn 3,10).

Pero, Jesús no dice que se deba destruir al malo. ¡Esa no es la tarea! El trigo y la cizaña deben crecer juntos. ¡No sea que, al combatir al malo se lastime al bueno! De hecho, ambos tienen similitudes en el día a día; cristianos que son cizaña e increyentes que viven como trigo. Es la obra la que los diferencia: “Es justo delante de Dios pagar con tribulación al que atribula. Y a ustedes que son atribulados, darles reposo, cuando se manifieste el Señor desde el cielo… dar retribución a los que no conocen a Dios, ni obedecen el evangelio de Cristo” (2Tes 1,6-8). Por ir a la iglesia, no estamos en la ruta correcta. “Todo árbol que no da fruto se corta y echa al fuego. Así que, por sus frutos los conocerán. No todo el que dice: ‘Señor’, entrará en el Reino de Dios, sino el que hace la voluntad del Padre. Muchos dirán ese día: Señor, profetizamos en tu nombre, echamos demonios e hicimos milagros. Entonces diré: ¡No los conozco!” (Mt 7,19-23).

Jesús compara el Reino con la semilla de mostaza. Siendo la más pequeña, crece hasta volverse un árbol capaz de acoger a las aves. Para aclarar aún más su comparación, Jesús sostiene que el creyente debe concentrarse en lo esencial: plantar la semilla, hacerla germinar y dejarla volverse un árbol. Así es el Reino de Dios. Otra comparación es de la vida cotidiana: el Reino se parece a una mujer que mezcla harina y levadura y se hace una masa que crece sola. Lo curioso es que la levadura, para el judío, es impura, y era eliminada del pan durante la fiesta pascual. En el contexto, la levadura simboliza lo antagónico a la religión oficial: ¡Hasta la trasgresión moral ayuda a construir el Reino!

El Reino también se compara a un tesoro y una perla que, encontrados, hacen vender todo, para adquirirlos. Jesús usa estos dos ejemplos para indicar que por el Reino vale la pena renunciar a las cosas temporales. En un mundo que no pone límites al placer y al derroche, ni valora la libertad del ser, es bueno gustar de las cosas eternas. ¡El tesoro hay que buscarlo, y una vez hallado hay que renunciar a todo para adquirirlo! Finalmente, la parábola de la red, muy parecida al trigo y a la cizaña, muestra que hay peces buenos y malos, hay que escoger lo que sirve, y desechar lo que aminora.

Cuarto Discurso: Sermón comunitario (Mt 18). La enseñanza de Jesús va llegando a su fin. En este cuarto discurso, el Maestro entra de lleno a tratar el tema de la coherencia que debe transparentar el creyente misionero que anuncia el Reino de Dios. ¿De qué le vale anunciar el Reino, si no se da testimonio de él? Toda la enseñanza de Jesús se orienta a construir el Reino desde la persona misma; de allí puede irradiarse al mundo. ¡La única revolución es revolucionarse!

El creyente debe actuar siempre desde la coherencia entre lo que dice, lo que hace, lo que espera y lo que alcanza. Coherencia física, emocional, gestual. Coherencia entre el juicio, la opinión y la declaración. Visto así, no es fácil ser cristiano, pues es una actitud que exige transparencia en la relación con Dios y con el hermano. De allí que este discurso se centre en las relaciones comunitarias. Al hermano hay que respetarlo, cuidarlo, corregirlo, acogerlo con calidez, justicia y rectitud. El creyente sabe que la Iglesia no es empeño particular o privado. Sino un compromiso fiel y solidario al que nos comprometimos.

Jesús utiliza dos figuras para hablar de la comunión: un niño y una oveja. ¡El Reino se hace realidad con vida comunitaria! En la comunidad el desvalido es el primero. Esto invierte la escala que da primacía a quien tiene títulos, bienes o conocimientos. “Dejen que los niños vengan a mí; no se lo impidan” (Mc 10,14). ¡El quid no es que el niño se acerque, sino que el adulto no impida su cercanía!

Si no vuelven a ser como niños no entrarán al Reino. ¿Cuál es el sentido de este versículo? Jesús está hablando de conversión, no de regresión. No se trata de tener una actitud infantil, sino de ver la vida con ojos nuevos: “Si no naces de nuevo, no entrarás al Reino de Dios” (Jn 3,3). La conversión implica nuevo nacer; nacer de nuevo implica renacer espiritualmente; renacer implica volverse niño: “El que reciba a un niño en mi nombre, a mí me recibe. (v. 4). Tropezar es sinónimo de pecar, y ante eso, “es mejor entrar a la vida eterna cojo, que tener pies y ser echado al fuego (vv. 7-9). Jesús usa este símil para decir que la conversión implica radicalidad en la renuncia a la maldad (Mt 15,18-19).

Pero, no todos tiene la entereza de dar ese salto a la conversión, de una vez y para siempre. Algunos son timoratos. Esto no significa que la comunidad deba marginarlos, sino buscarlos, porque “el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo perdido”. En Lc 15, el énfasis está en encontrar lo perdido; aquí, en Mt 18, el énfasis está en salvar lo perdido, especialmente si son los pequeñitos (Cf. v. 14).

Esta sección explica que, en el conflicto, la iglesia debe buscar el perdón entre hermanos. Aquí aparecen los términos “hermano” (gr. adelphos) e “iglesia” (gr. ekklesia) (v. 15 y 17). Esto implica que somos hermanos, y no sólo miembros de la Iglesia. Por lo tanto, la relación, más que suma de ideas o sueños, ¡es comunión de hermanos! aun cuando el otro haya cometido un delito contra sí mismo o contra el hermano; aun si el pecado es o no contra nosotros. Tenemos la responsabilidad de tomar la iniciativa y buscar solución al mismo. No tenemos que murmurar, sino confrontar, sino ganar al ofensor. Esto implica no confrontar al ofensor al punto de que se aleje más: “Si alguno fuere tomado en falta, ustedes que son espirituales, restáurenle con espíritu de mansedumbre” (Gál 6,1).

Ahora bien, no es fácil amar al ofensor o restaurar la relación. Incluso si la corrección fuera por una ofensa conocida, se debe procurar que el ofensor no sufra una dolorosa exposición pública que afecte su dignidad. Ahora bien ¿qué tipo de pecado se puede justificar? “No se relacionen con alguien que se hace llamar hermano y es fornicario, avaro, idólatra, chismoso, borracho, ladrón” (1Cor 5,11). Es decir, todo acto que termine siendo escandaloso para el hermano, que no conlleve arrepentimiento o sentido de vergüenza. Jesús no llama a enfrentar al ofensor de ofensas “grandes”, sino de todo tipo de delito del que no haya dolor: “Si al llevar tu ofrenda al altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, déjala y ve a reconciliarte; luego presenta tu ofrenda” (Mt 5,23-24) ¡Se debe tomar la iniciativa si el hermano tiene algo contra nosotros, justificado o no!

Todo esto debe hacerse a título personal, sin incluir a la comunidad. Ésta se involucra sólo cuando no hay respuesta del ofensor. Entonces se debe buscar testigos (Deut 19,15) que garanticen que no hay acusación injusta (1Tim 5,19). Así, se discierne con justicia, no necesariamente la ofensa, sino la actitud a la hora de corregir, no sólo al ofensor, sino al ofendido. La meta no es culpar, sino restaurar al pecador. Si el tema no se resuelve, los testigos darán su testimonio frente a la Iglesia, y “si no oye a la Iglesia, tenle por pagano”. Este lenguaje es raro en Jesús, que se muestra abierto a evangelizar a los paganos (Mt 8,5-13; 11,16-19). Incluso un cobrador de impuestos es apóstol (Mt 9,9-13). Parece que aquí, “pagano” hace referencia al no-creyente (Cf. Mt 5,47; 6,7.32; 9,10; 10,18, 11,19; 20,19). “Tenlo por pagano”, entonces, podría significar dejarlo como “no-creyente”, pero de ninguna manera condenarlo, pues el objetivo es restaurar la comunión. Aunque pareciera que la Iglesia expulsa al ofensor, en realidad sólo reconoce que él se ha excluido de la comunidad. La esperanza es que, al sentirse fuera de comunión, busque corregirse para volver a la hermandad.

Jesús remata el tema de la reconciliación. El creyente ha nacido de nuevo, es parte de la Iglesia. Esta nueva realidad no es tarea fácil, porque la propuesta de Jesús es “ser santos como el Padre es santo”, y eso implica vivir como familia. En ese sentido, la pregunta de Pedro: “¿Cuántas veces debo perdonar?, merece de Jesús una respuesta categórica: “No siete, sino setenta veces siete”.

En la parábola de los dos deudores, quien debe diez mil talentos, tiene una deuda imposible de pagar, pero merece perdón. Que esa misma persona no sea capaz de perdonar apenas cien denarios, resulta indignante. Por eso se comprende la reacción del señor: “Siervo malo, te perdoné tu deuda… no debías tener misericordia, como la tuve contigo”. Así, esta parábola enseña que hay una exigencia ética de perdonar la ofensa, grande o pequeña, porque Dios perdona sin condición. A quien no perdona, le manda a la cárcel hasta pagar su deuda. Echar a la cárcel significa quedar preso en el deseo de venganza o prejuicio. “Sean buenos unos a otros, perdónense como Dios les perdona” (Ef 4,32).

Quinto Discurso: Sermón escatológico (Mt 24-25). Llegamos al final del itinerario pedagógico de Jesús. El proceso que empezó con una invitación a ser misioneros que predican el Reino y lo testimonian con una profunda vida comunitaria, concluye con lo que significa toda esta travesía de conversión de mente y corazón. Un premio que, en términos creyentes es la salvación eterna. Pareciera que haber llegado a este momento ya por sí implica coherencia; sin embargo, En este discurso se llama la atención que uno puede haber aceptado la invitación, pudo haber gastado su vida misionando y testimoniando, pero haberlo hecho ¡con el mínimo esfuerzo! Es decir, este discurso hace caer en cuenta que no basta ser buenos, hay que serlo en medida superlativa. Eso que San Ignacio de Loyola llamaba el Magis 5.

En el último discurso se responde a la inquietud: ¿Cuándo será el final y cuáles serán las señales? La respuesta de Jesús es lógica: la señal del “fin del “mundo” y el surgimiento de una nueva tierra será con la llegada del Hijo de Hombre. Hay que estar atentos y evitar el engaño que se da en cada época, en especial cuando hay tribulación: “Se levantarán falsos profetas y falsos maestros que introducirán herejías, negando incluso al Señor… (Cf. 2Pe 2,1). Así, pues, un motivo de preocupación es el falso maestro, cuya enseñanza es criticada, pues “muchos vendrán en mi nombre, diciendo: Yo Soy, y engañarán a todos”.

Jesús dice que habrá guerras y desastres naturales, pero no son señales del fin, sino muestras del deterioro de las relaciones humanas. Por eso, no hay que dar espacio a los rumores, pues “¡aun no es el fin!”. Guerras y terremotos ha habido siempre a lo largo de la historia. Tampoco deben preocupar las tensiones que surgen, pues “serán odiados por mi causa” (v. 9). Menos aún nos debe asustar que haya enfriamiento del amor, dada la tensión reinante (v. 12). Cuando la maldad aumente muchos dejarán de vivir el amor, y ¡esa sí es muestra de que el fin está cerca! Pero “quien persevere hasta el fin, se salvará”. Y el deseo del Pastor es que sí empieza con 100 ovejas, se termine con 100. ¡Salvación para todos si, más allá de la falencia humana, permanecen firmes en el amor!

No existen varias formas de salvación, sino un solo camino: el amor llevado a la plenitud en la cruz. Eso es lo que expresa la parábola de la higuera: “cuando echa hojas, saben que el verano está cerca”. La higuera representa el amor que da fruto y que anuncia el fin (Cf. Jer 24). Pablo recuerda que en los tiempos difíciles actúa el amor de Dios que quiere salvar al pueblo: “En el tiempo propicio te escuché, el día de salvación te socorrí. Ahora es tiempo propicio, día de salvación” (2Cor 6,2).

El espacio vital de la mujer es la casa, cuidar a los hijos y cumplir las tareas domésticas. Ocasión importante del día era ir al pozo por agua; allí se reunían con otras mujeres. De vez en cuando, la rutina se rompía por una boda, nacimiento, rito de iniciación, funeral, etc. La boda era muy significativa, pues era un evento que duraba varios días e incluía banquete, danzas y juegos.

Jesús toma esta experiencia para contar la parábola de Las diez vírgenes. Cinco eran sensatas y cinco necias, que nos recuerda al constructor sabio y al otro que era insensato (Cf. Mt 7,24-2, que construyen su casa sobre roca y arena, respectivamente (Cf. supra). En el presente relato, las vírgenes sensatas y las necias son invitadas a la boda y ambas se duermen mientras esperan la llegada del novio. Es decir, hasta aquí están en igualdad de condiciones. La parábola centra la narración en la espera de un novio que demora. Es allí donde las sensatas se diferencian de las necias: son precavidas y tienen aceite de repuesto, previendo que el novio se demore.

Así, estar listas para el momento en que el novio llegue constituye el quid del texto. Es decir, la llegada del novio es la señal que da inicio a la fiesta. El pasaporte para entrar al banquete es estar preparadas personalmente para cuando se abra la puerta. Así, sólo cinco logran entrar a la boda porque sí están preparadas para la ocasión; ellas previeron que el novio podía tardar y tuvieron la precaución de tener aceite de reserva.

Esta parábola es redactada por Mateo a finales del siglo I, cuando la comunidad empieza a cansarse por el retraso de la Parusía. Pese a la claridad del mensaje, no hay unanimidad para definir el tipo de narración que es esa composición mateana. Jeremías lo ve como una enseñanza propia del Jesús histórico; Bornkamm lo ve como un relato de la iglesia primitiva. Dodd lo clasifica como una parábola y Bultmann como una alegoría. (Donfried, 1974). Partamos del principio hermenéutico que sostiene que todo texto se dirige a un público concreto, al que se pretende enseñar algo. En ese caso, esta narración sería una parábola que muestra una secuencia concatenada: boda, vírgenes, lámparas, aceite, tardanza, sueño, grito, despertar, fiesta, cierre de puerta.

Si hacemos un análisis alegórico, podemos decir que las vírgenes simbolizan a la iglesia que espera el regreso del Señor; el novio es Jesucristo; la boda es el banquete del Cordero (Apoc 19,9); el retraso del novio simboliza la ansiedad que vive la comunidad mateana, y la llegada es el cabal cumplimiento de la Parusía. La puerta cerrada es el juicio que hace que las necias sean rechazadas por su falta de espíritu de espera. Un problema radica en interpretar el aceite. ¿Qué significado tiene? ¿Es fe, piedad, obras, oración? La respuesta surge del análisis de cuatro parábolas que ofrece Mateo: el siervo fiel está trabajando cuando regresa el señor (24,45-51); usa con corrección los recursos confiados (25,14-30); cuida del necesitado (25,31-46) y, ahora, tiene aceite de reserva para aguantar la espera.

Así, estar preparado –tener aceite, significa trabajar fielmente, cuidar los dones recibidos, ser buen administrador del tiempo y bienes encargados, cuidar del necesitado. En una palabra, es quien cumple la enseñanza de Jesús (Cf. Mt 5-7). Hacer esto, es estar preparado para el regreso del Señor, del que no se sabe ni el día, ni la hora. “A medianoche oyeron un clamor: el esposo ha llegado” (v. 6), y las sensatas entraron a la fiesta, mientras las necias perdieron la oportunidad de entrar. Es común la tentación de criticar a las necias de torpes. Sin embargo, en el texto no son criticadas, sino animadas a buscar aceite. El problema es que eso implica perder un valioso tiempo, al punto que el novio llega e invita a la fiesta a las que están presentes. Luego se cerró la puerta (v. 10). Las necias llegan y ¡traen aceite!, pero es muy tarde; la puerta no se abrirá más (v. 11-12). Es muy tarde para pedir misericordia.

Jesús avanza en su enseñanza. Ahora narra una historia sencilla que invita a discernir la fidelidad. La traición conlleva reprensión, pérdida de la tarea encomendada y condena, lejos de la presencia de Dios. Cabe destacar que los talentos se entregan a los siervos en función a su capacidad. En el paralelo de Lucas se dice que el patrón les instruye hacer negocios con ese dinero, pero en Mateo les da libertad para que cada uno haga lo que crea conveniente. Una vez más aparece el factor “tiempo”. Jesús aclara que la parusía no será pronto, por lo que los creyentes deben mantenerse trabajando sin descanso (Mt 25,16-17), porque el regreso será en un momento inesperado (Mt 24,44).

Por otro lado, tener un talento no asegura la salvación. Es más, en un caso conlleva la condena. Algo parecido a la parábola del sembrador (Mt 13,3-9.18-23, Cf. supra). A todos se nos ha dado un talento y de él, y sólo de él, se pedirá cuentas. Los dos primeros siervos tienen clara su tarea, y por eso se ponen a trabajar de inmediato. ¡No es el talento, sino el trabajo! Ahí se entiende que el tercer siervo sea acusado de perezoso y se le quiete hasta lo que tiene (Cf. Mt 25,29; Cf. Mt 13:12; Mc 4,25; Lc 8,18; 19,26).

El tercer siervo presenta su excusa: el patrón es un hombre duro, y esto le llevó a tener miedo, por eso no hizo nada con el dinero confiado. Asumiendo que el siervo tenía razón, ¿por qué no se motivó a buscar un rédito para su patrón?, ¿por qué no puso el talento en manos de un banquero para que lo invierte, y obtener así algún interés? Hay características que distinguen a este siervo de los otros dos: fidelidad (los dos primeros) vs pereza (el tercero). Los dos primeros son “buenos”, adjetivo que se emplea en sentido moral, como algo útil o beneficioso (Cf. Mt 7,17-18; Lc 14,34; 16,25).

El esclavo perezoso es la persona que se niega a trabajar con los talentos que Dios provee para construir el Reino de Dios. La forma en que algunos creyentes viven su fe denota que “entierran” su talento, argumentando miedo, allí donde sólo resuma pereza. Puede ser que usted no es como los dos primeros esclavos, pero al igual que el tercero.

¿Cómo puede Dios condenar a sus criaturas? ¿Cómo puede haber cielo e infierno? Hay dos referencias al juicio final bastante detalladas: Apoc 20 y Mt 25. En Apocalipsis, después de la derrota del dragón (v.10) y la eliminación del mal, aparece un trono ante el cual huyen cielo y tierra (v. 11) y resucitan los muertos para ser juzgados según sus obras (vv. 6 y 12) escritas en el libro (v. 12; Cf. Dn 7,9s). Mt 25,31ss termina la serie de cinco discursos de Jesús. El Hijo del Hombre reúne a la humanidad, y la divide entre ovejas y chivos, según haya sido el comportamiento con el necesitado. Jesús, el Hijo del Hombre, tiene poder para juzgar a los pueblos del mundo, si mediar raza, clase social o religión.

Unos están a la derecha y otros a la izquierda. A la derecha hay felicidad y sentido; a la izquierda tristeza y sin-sentido. Lo que marca la adhesión a uno u otro bando es la solidaridad con el pobre. ¡Esa es la opción de Dios desde la creación del mundo! Una afirmación teológica importante es que la salvación es el resultado de la actitud con relación al pequeño. Más que juicio, lo que pasará ese día es discernimiento ético, en forma personal a cada creyente.

La identificación de Jesús con el necesitado tiene varias consecuencias: Jesús se hace pobre y está presente en cada pobre del mundo; no se puede separar la fe en Dios y el amor al necesitado, porque entonces la fe se vuelve vacía; sólo en el pobre se conoce a Jesús, y él puede marcar la vida y alejar de la mediocridad. Así, ¿cómo imaginamos el juicio final? Para el creyente pareciera un tema apático; da la sensación de un exceso de confianza: “Jesucristo ya murió por mí en la cruz; el camino de salvación está expedito”. Sin embargo, el juicio es para todos, especialmente para quien ha aceptado la invitación hecha en el sermón del monte (Mt 5-7). ¡Qué compromiso ser discípulo! Nadie condena; cada uno recibe la misericordia que ha vivido. A nadie se le pregunta por la calidad de su fe o su práctica de piedad, sino por la misericordia y solidaridad con el pobre. De hecho, excepto por el libro de la vida en Apoc 20, la referencia al juicio final no menciona la fe sino “las obras”.

Consideraciones finales (Pérez, 2017)

El aporte de Dewey a la pedagogía progresista nos ayuda a reafirmar que todo interlocutor (discípulo, alumno) no empieza su formación como pizarra limpia donde el maestro puede escribir sus ideas. El interlocutor es un Yo activo que, como fruto de la tarea educativa, establece reglas de comportamiento que los lleva a actuar de tal modo que es capaz de ver la relación entre el resultado y el método seguido.

Sólo a través de la observación, reflexión y comprobación puede el discípulo/ alumno ampliar y/o rectificar lo que sabe. En el desarrollo de la propuesta pedagógica del evangelio de Mateo vemos que es posible aprender a partir de un concepto, valor o actitud que hasta ahora era desconocida. Entonces, la tarea del maestro no es de “autoridad”, sino de guía con suficiente conocimiento de su interlocutor, sus necesidades, experiencias, habilidades y saberes. El Maestro, diría Dewey, no dicta planes, sino que participa en la discusión donde en conjunto se decide qué hacer. Allí, es fundamental el respeto a la libertad, la individualidad y el trabajo en grupos, de tal forma que la conducta social se conjugue con la propia actitud mental.

Se cree que la educación es una necesidad de la vida, en cuanto asegura la transmisión cultural. Más aún cuando se especializa la educación formal. Este estudio nos ha permitido observar la necesidad de mantener contacto con la experiencia directa, creando una continuidad entre teoría y praxis.

Hoy, es muy complicado predecir cómo será la civilización en cincuenta años. De ahí que es difícil preparar al discípulo/alumno para unas condiciones concretas. Preparar para la vida futura implica dar dominio sobre sí mismo, adiestrar para un pronto y completo uso de sus capacidades. Y esto, ciertamente, raya en lo utópico.

Sin embargo, la enseñanza de Jesús muestra que Dios es justo y que el discernimiento / opción entre el bien y el mal nace de la libertad humana. Vivimos una crisis propia de la posmodernidad, incapaz de discernir el bien y el mal inherente en las acciones humanas. Y esto se ha convertido en una postura personal, social y cultural, difícil de superar.

De cada uno de los discursos de Jesús emana el desafío de asumir la responsabilidad de construir un reino lleno de justicia, solidaridad y misericordia con el hermano, especialmente el más necesitado, el pequeño. Esto, en último término, significa fidelidad a Dios y fidelidad a la vocación personal. La vida no es un juego. El creyente debe tener presente que tiene una responsabilidad y que de ella debe dar cuentas.

La palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu, los huesos y los tuétanos, haciendo un discernimiento de los deseos y pensamientos más íntimos. No hay criatura a la que su luz no penetre; todo queda desnudo y al descubierto a los ojos de aquél al que rendiremos cuentas (Heb 4,12-13).

¡Dios nos da su Palabra, y exige nuestra palabra! Si no oímos la voz de Dios, no tendremos plenitud de vida y de libertad. Si lo hacemos, entonces será el triunfo del amor hecho acción. No un amor sentimental, sino un amor concreto cargado de pan. Amor que sonríe, camina, acoge, calienta al hermano. Así, pues, ¡escucha la llamada, cambia ideas caducas, anuncia el Reino, vive la hermandad y produce más del que has recibido! Entonces escucharás una voz que te dice: “¡Ven, bendito de mi Padre, al banquete que te tengo preparado”!

Referencias

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1 John Dewey (1859-1952), filósofo, psicólogo y pedagogo estadounidense que permeó su trabajo con tres rasgos hegelianos: el gusto por el esquema lógico, el interés por el tema socio-psicológico y la raíz común del hombre con la naturaleza. Propuso la unificación del pensamiento y la acción, la teoría y la práctica. Tuvo gran influencia en el desarrollo del progresismo pedagógico contemporáneo. En línea: http://www.monografias.com/trabajos81/john-dewey/john-dewey.shtml#ixzz4x0RXynt9 Acceso: 29 de octubre 2017.

2El término usado para la retribución es misthós (salario). Aparece once veces en Mateo (Cf. Mc 9,41; Lc 6,23.35). La predicación de Jesús, según atestiguan los sinópticos, recoge la idea de retribución, pero fuera del automatismo y mirada post mortem. Según Mateo, a los perseguidos Jesús les promete una recompensa (5,12), igual a quien acoja a los profetas y justos (10,41) o dé de beber a un pequeño (10,42). La recompensa prometida por Jesús es el Reino de los Cielos (5,10). Los obreros de la viña recibirán el mismo salario, cualquiera sea su trabajo (20,1-15), porque fueron capaces de dejar casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y campos (Cf. 19, 28-29).

3 Todos los textos bíblicos en este artículo son tomados de la Biblia Latinoamérica.

4La seudonimia consiste en atribuir una obra literaria a un personaje ficticio. Para el siglo II d.C. existía un canon cristiano que, aunque adolecía de falta de codificación, se consideraba auténtico. Había textos seudónimos de los cuatro tipos neotestamentarios: Evangelios, Hechos, Epístola y Apocalipsis, aceptados sin problema, dado que el intervalo que separa al autor-supuesto del autor-real no era tan grande, por lo que el lector lo aceptaba como fuente verdadera (Douglas, 2000).

5Magis en latín significa “más”. Ignacio de Loyola usaba esta palabra para decir que la fe crece en amistad con Dios y servicio al hermano. El Magis dirige la mirada a la cruz en la cual se revela “el amor sin fin”; simboliza el camino que lleva a la vida plena: Conocer, Amar y Seguir al Maestro de Nazaret.

Recibido: 18 de Julio de 2017; Aprobado: 15 de Septiembre de 2017

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Magister en Docencia Universitaria y Administración Educativa. Licenciado en Psico-pedagogía. Licenciado en Teología. Doctorado (c) en Teología. Docente de las cátedras Jesucristo y la persona de hoy; Ética Personal, Social y Profesional; Introducción a la Biblia; Escritos Joánicos; Hermenéutica, etc. en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Profesor invitado en el Seminario Misionero Sudamericano. Asesor para el área bíblica-catequética en el Centro Bíblico Verbo Divino, en el área d Magisterio de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y para Sociedades Bíblicas Unidas.

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