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URVIO Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad

versión On-line ISSN 1390-4299versión impresa ISSN 1390-3691

URVIO  no.28 Quito sep./dic. 2020

https://doi.org/10.17141/urvio.28.2020.4405 

Articles

Violencia compleja en una red de narcotraficantes y políticos en Colombia

Complex violence in a Network of Drug Traffickers and Politicians in Colombia

Violência complexa em uma rede de traficantes de drogas e politicos na Colombia

Gildardo Vanegas1 
http://orcid.org/0000-0003-3627-4516

Boris Salazar-Trujillo2 
http://orcid.org/0000-0003-1872-7956

María Castillo-Valencia3 
http://orcid.org/0000-0003-4228-3902

1 Universidad del Cauca, Colombia, gildardov@unicauca.edu.co

2 Universidad del Valle, Colombia, boris.salazar@correounivalle.edu.co

3 Universidad del Valle, Colombia, maria.d.castillo@correounivalle.edu.co


Resumen

Este artículo revela el proceso de violencia compleja subyacente al asesinato de Elisabeth Montoya, la Monita Retrechera, acusada de ser el nexo entre Ernesto Samper (presidente de Colombia entre 1994 y 1998) y los carteles de Cali y del Norte del Valle. El tamaño de la violencia desencadenada por su asesinato fue proporcional al número de agentes y de vínculos asociados a la Monita, a las coaliciones activadas y al número de ofensores alcanzables a través de las trayectorias que los unían en las redes que compartían. El uso de la información por parte de todos los agentes involucrados tuvo un papel decisivo en el desencadenamiento de la violencia. Después del asesinato, la activación de las trayectorias existentes permitió a los agentes de la coalición vengadora extraer información con respecto a dónde estaban, qué fuerza tenían y quiénes eran los culpables de la ofensa cometida, y actuar en consecuencia.

Palabras clave: información; narcotráfico; violencia; política; redes

Abstract

In order to show a complex violence process, we use the case of the murder of Elisabeth Montoya, known as the Monita Retrechera, accused of being the link between Ernesto Samper (president of Colombia 1994-1998) and the Cali and Norte del Valle drug cartels. The size of the violence triggered by her murder was proportional not only to the number of agents and links involved but to the magnitude of the coalitions activated and the number of offenders reachable through the paths that bound them in the networks to which they belonged. We found that a crucial feature of the process was the use of information by all agents involved. The activation of existing links in response to the triggering event enabled agents in the offended coalition to extract information regarding who their enemies were, where they were located, and what they were capable of, in order to deliver violent revenge.

Key words: drug trafficking; murders; networks; politics; violence

Resumo

Este artigo revela o complexo processo de violência subjacente ao assassinato de Elisabeth Montoya, conhecida como Monita Retrechera, acusada de ser o elo entre Ernesto Samper (presidente da Colômbia 1994-1998) e os cartéis de Cali e Norte del Valle. O tamanho da violência desencadeada por seu assassinato foi proporcional não apenas ao número de agentes e vínculos associados a La Monita, mas também às coalizões ativadas e ao número de criminosos atingíveis por meio dos vínculos que os vinculavam às redes às quais pertenciam. Descobrimos o papel decisivo do uso da informação, por todos os agentes envolvidos, no desencadeamento da violência. Após a ocorrência do evento desencadeador, a ativação dos links existentes permitiu que os oficiais da coalizão extraíssem informações sobre onde estavam, do que eram capazes, quem era culpado do crime cometido e agiam de acordo.

Palavras-chave: assassinatos; política; redes; tráfico de drogas; violência

Introducción

En los procesos convencionales de violencia colectiva, los actos iniciales de provocación constituyen narrativas que justifican la violencia de cada parte como una reacción legítima de la parte ofendida ante provocaciones de la otra. La posición de ofensor y ofendido es intercambiable: ambas partes se consideran a sí mismas como la ofendida, que ha reaccionado en forma violenta a la provocación inicial del otro. Eso da lugar a una secuencia de acciones y reacciones que se prolonga hasta el agotamiento de ambas partes, o la derrota de una de ellas. En ese proceso, ambas partes devienen grupos con identidades definidas por el enfrentamiento permanente con su rival, y reforzadas por el ejercicio continuo de la violencia letal de una contra otra (Papachristos 2009). Es, en últimas, una relación de antagonismo que no solo precede a los eventos, sino que también define a las dos partes.

El proceso de violencia compleja que estudiamos en este artículo no es el resultado de relaciones antagónicas entre dos partes, ni de actos iniciales de provocación integrados a narrativas racionalizadoras de la violencia letal. No hay una relación de antagonismo permanente que preceda a los eventos. En la violencia compleja, un evento provocador reorganiza el campo de relaciones entre agentes unidos en red por distintos tipos de vínculos y activa nuevas coaliciones, las cuales desencadenan una cascada no lineal (Watts 2003) de violencia que elimina a los agentes y asociados alcanzables de la parte ofensora. La reorganización de las relaciones causada por el evento inicial conecta, mediante vínculos de violencia potencial, a agentes que antes estaban desconectados y no eran objetivos de la violencia de otros, formando un sistema conexo en el que la violencia fluye dependiendo de los recursos y de las informaciones disponibles.

La magnitud de la violencia desencadenada es proporcional al número de agentes y de vínculos comprometidos en las coaliciones activadas y al número de ofensores alcanzables a través de los vínculos que los unen en las redes a las que pertenecen. Qué tan cerca estén los objetivos no es un problema físico, es informacional: la activación de vínculos existentes permite a los agentes de la coalición extraer información con respecto a dónde están, de qué son capaces y quiénes son los culpables de la ofensa cometida.

Metodología y soporte teórico: elementos fundamentales que diferencian la violencia compleja de la convencional

La metodología utilizada partió del acopio de documentos que permitieron la reconstrucción de los hechos asociados con el asesinato de Elizabeth Montoya (diarios, revistas y expedientes judiciales) y la revisión de bibliografía pertinente relacionada con crimen organizado y análisis de redes. Para la elaboración de la red que aparece en la figura 1, se construyó una matriz de adyacencia, que se procesó con el programa Gephi, una herramienta de análisis de redes sociales.

Figura 1 Red de relaciones de la Monita 

En este gráfico, los agentes están clasificados en colores de acuerdo con la red a la que pertenecen. En color verde oscuro, la Monita y sus hombres, lo que incluye a algunas personas del cartel del Norte del Valle; en verde claro, el cartel de Cali y sus hombres; en color morado, aliados y traidores de unos y otros; en color amarillo, participantes circunstanciales en la red; en color azul, políticos y agentes del Estado y en color naranja, policías aliados del cartel de Cali.

Varias consideraciones teóricas y metodológicas son importantes para avanzar en la comprensión tanto de las interacciones de cada uno de los agentes de la red como de las diferencias entre la violencia compleja y la violencia convencional. Primero, eventos aleatorios o inesperados pueden cambiar de forma súbita el contenido de los vínculos que unen a traficantes y asociados, tornando antagónicas relaciones de lealtad, amistad, negocios, cooperación o indiferencia. Ese cambio es posible porque las relaciones entre los habitantes de estos mundos están organizadas en redes: patrones de vínculos entre pares de individuos de los que resultan trayectorias por las que fluyen información, dinero y violencia (Sah 1991; Calvó-Armengol y Zenou 2004; Ballester, Calvó-Armengol y Zenou 2006; 2010; Patacchini y Zenou 2008; 2012; Campana 2016).

En estructuras de red, los efectos de cambios ocurridos en la relación entre pares de agentes nunca son locales. Se extienden a lo largo de las conexiones inducidas por algún evento provocador, generando efectos en cadena que incluyen la disolución de las viejas coaliciones y su reemplazo por nuevas coaliciones que ejercen la violencia letal. El punto central es que, en contextos sociales en los que el rango y la jerarquía son ambiguos, y las reglas de respeto son objeto de disputa, la violencia es una reacción contra actos de irrespeto. Como lo plantea Gould (2003), la ambigüedad en torno al estatus y la jerarquía hace que el conflicto siempre esté presente en las relaciones entre individuos que interactúan en ese tipo de contextos. Aunque en los mundos de narcotraficantes hay jerarquías implícitas, basadas en la capacidad para ejercer violencia letal y poder económico, la percepción de esa capacidad puede variar en forma intempestiva, conduciendo a eventos desestabilizadores que pueden desencadenar procesos de violencia compleja de mayor magnitud.

Segundo, cambios marginales en la información con la que cuentan los agentes conectados en red conducen a acciones preventivas y ofensivas, y a incrementos en la magnitud de la violencia letal. Los cambios marginales en la información modulan la violencia letal en las distintas fases de su despliegue. La decisión de emprender o no una acción ofensiva contra algún objetivo dependerá de cuál crean que es el tipo del objetivo por atacar: si es capaz o no de eliminar a sus enemigos y de responder ataques violentos con violencia similar. De igual forma, la magnitud de la violencia letal que castiga un acto de provocación dependerá del alcance de las conexiones en red que unen a la parte ofendida con las fuentes que conocen la localización e identidad de los agresores. La magnitud de la violencia desencadenada por un acto de provocación podría ser el resultado de que el agresor inicial no conocía la identidad, los recursos letales y el tipo de la víctima.

Tercero, los protagonistas de la violencia compleja están muy cerca los unos de los otros y están conectados por trayectorias que no pasan de dos o tres contactos (ver red de la Monita). Viven, aunque no sea su decisión, en mundos pequeños (Watts 1999; 2003), en los que cualquier persona está a unos pocos pasos o vínculos de las demás (la trayectoria más corta promedio en la red de la Monita es 2 y el coeficiente de clustering 0.7). La alta interconectividad social en la que viven hace que pares de desconocidos puedan encontrarse en los lugares de interacción social compartidos por todos, sin saber quiénes son, ni de qué son capaces. También, que sostengan vínculos de negocios, lealtad o amistad cuyo contenido podría haber cambiado sin que la otra parte lo advirtiera.

En ese contexto, la falta de información puede conducir a cometer actos de provocación, a no detectar a tiempo las amenazas reales existentes y a hacer evaluaciones imprecisas del tipo y del poder letal de la parte ofendida. Al mismo tiempo, las trayectorias que unen a infractores y ofendidos permiten conseguir muy rápido la información requerida para identificar a los primeros y castigar la ofensa, o para conocer las debilidades y rutinas de un socio o conocido. En ese tipo de mundos, cambios marginales en la información explican la ocurrencia de actos de provocación o agresión, la efectiva identificación de los ofensores y la magnitud de la violencia desatada. Están también detrás de giros en la evaluación del tipo y las capacidades de un agente. Un rumor, una frase, una anécdota acerca de la debilidad y capacidades de otro agente puede llevar a acciones agresivas. Los cambios marginales en la información permiten percibir oportunidades que en redes de traficantes pueden convertirse en violencia.

Cuarto, los mundos pequeños en los que la violencia compleja es posible están conformados por múltiples redes superpuestas. Sus habitantes son narcotraficantes, especialistas en violencia, expolicías, policías, militares, intermediarios, políticos, notarios y profesionales al servicio de narcotraficantes, unidos por relaciones que van desde el narcotráfico convencional hasta el gusto por obras de arte y caballos finos, pasando por la inversión en bienes raíces y construcción, y el ejercicio de la violencia letal, el espionaje y la política electoral. En esta última red, agentes legales e ilegales establecen complicadas colusiones que superan los intereses venales de los negocios, y tienen la capacidad de torcer la ley y afectar la propia estructura del Estado.

Los narcotraficantes realizan negocios de alto riesgo que involucran capitales considerables, y tienen a su disposición recursos letales que superan, en ciertos puntos y momentos, a los del Estado central. Disponen de armas y hombres entrenados para matar, y de tecnologías de punta para vigilar y espiar a sus pares y enemigos. Los une un esfuerzo colectivo por regular, mediante una combinación de recursos violentos y legales, una actividad económica ilegal integrada a distintas actividades económicas y políticas legales, por múltiples lazos. Esa integración ha hecho que la regulación violenta de ofensas, diferencias y conflictos se haya extendido al mundo político y económico legal, haciendo que la violencia involucre a personas y actividades sin ningún vínculo aparente con el narcotráfico o el crimen organizado. De esos esfuerzos espontáneos de regulación emerge la violencia compleja que nos ocupa.

Aunque conectados entre sí, los habitantes de estos mundos están organizados en agrupaciones de menor tamaño, con intereses distintos y en ocasiones divergentes. La estabilidad de esos mundos no depende solo del contenido de los vínculos entre los más ricos y letales, sino también de las relaciones entre agentes de menor importancia, pero conectados con los primeros por relaciones lealtad y protección. Cambios súbitos en las relaciones entre los de abajo pueden llevar, a través de las trayectorias que los unen con los de arriba, a cambios radicales en las relaciones entre todos.

¿Qué provoca la violencia, en apariencia desproporcional, ejercida por la parte ofendida? La ocurrencia de acciones que las víctimas perciben como ofensivas, injustificadas y violatorias del contenido de los vínculos mantenidos hasta el momento, incluidos los de indiferencia que unen a pares de extraños. La violencia injustificada, la negativa a pagar una deuda, la humillación pública y la deslealtad son consideradas acciones ofensivas que cambian, en forma súbita y radical, las relaciones entre un par de individuos y entre los asociados de cada uno de ellos (Fiske y Rai 2015). Se castiga la provocación de quienes han roto la confianza y han infringido reglas de respeto implícitas. En palabras de Fiske y Rai (2015, 85),

la gente está motivada a ejercer la violencia para crear, conducir, proteger, rediseñar o terminar la relación social con la víctima o con otros. Denominamos a nuestra teoría, teoría de la violencia virtuosa. La violencia virtuosa no es una teoría acerca de gente loca. Se refiere a gente ordinaria que trata de crear, sostener, modular y reparar las relaciones que les importan, para terminar relaciones que les parecen intolerables, o para llorar la pérdida de un socio.

Esas acciones no siempre son deliberadas: pueden ser aleatorias y espontáneas, producto de encuentros fortuitos y de la falta de información con respecto a la identidad y el tipo de la otra parte. O pueden ser el resultado de percibir como débil a un agente que antes era visto como fuerte, capaz de hacer respetar su posición mediante el ejercicio de la violencia letal contra traidores y deshonestos. Varios individuos y organizaciones pueden coincidir en percibir la debilidad temporal de un agente como una oportunidad para no pagar deudas, cobrar venganza o eliminar, bajo consideraciones en apariencia colectivas, a alguien que podría poner en peligro la seguridad de todos.

A la acción ofensiva inicial le sigue una violenta reacción en cadena, cuya magnitud dependerá de dos condiciones íntimamente ligadas entre sí: el número de agentes interconectados que ahora se convierten en objetivos de la violencia virtuosa y la capacidad relativa de la parte ofendida para movilizar recursos letales y conseguir información. La violencia fluirá a través de las trayectorias que unen a los objetivos y será ejercida por especialistas que disponen de la información requerida para localizarlos y ejecutarlos.

Como todos los individuos involucrados pertenecen a mundos pequeños, la información necesaria para desatar la violencia punitiva puede ser extraída de personas ligadas a la parte ofensora, mediante métodos que van desde la violencia extrema hasta la compra directa, pasando por combinaciones de las dos. La regla general es que en mundos criminales pequeños toda la información necesaria para castigar la acción ofensora siempre puede ser conseguida. Como lo dice un antiguo operador de una organización de narcotraficantes de Cali: “En esas organizaciones hay buenos investigadores”.

Pero no son investigadores en la tradición de los detectives privados de la novela negra. Sus herramientas no son ni la inferencia ni el razonamiento lógico ni el estoicismo cínico. Su efectividad proviene de su capacidad para encontrar los contactos correctos, ejercer la violencia más extrema y extraer la información requerida.

Cuando se produce un homicidio, se hace una investigación. Se coge a uno, los principales, uno que sepa cómo fue toda la vuelta. A ese lo aprietan duro y ese delata todo con pelos y señales. O los delata por las malas o los delata por las buenas. Ahí se va de eslabón en eslabón como en una cadena. Este fulano avienta este y este a otro y luego a otro y así sucesivamente. Se comprueba quiénes participaron en cada caso. Entonces, ya se tiene la información completita y ahí es cuando comienza la acción. Uno a uno van cayendo. Un problema entre bandidos es una cosa bastante compleja, bastante complicada. No hay un crimen perfecto, en este mundo todo se conoce, todo se sabe (testimonio, énfasis nuestro).

La referencia a los eslabones de una cadena es mucho más que una analogía: es una aproximación precisa a la estructura de los mundos que intentamos entender. Es un mundo en el que todos están “cerca” y en el que nadie está a más de dos o tres pasos. Pero la proximidad solo tiene consecuencias letales cuando las cadenas de conexiones mencionadas arriba son activadas por algún evento desencadenante y por las búsquedas de información de los “investigadores”. Este artículo intenta revelar las relaciones sociales y políticas subyacentes a un proceso de violencia compleja, en el que cambios marginales en la información y en la percepción del contexto y de los tipos de otros agentes condujeron a una cascada de violencia no lineal, cuya magnitud no podría ser entendida por otra vía.

Discusión y resultados

A finales de enero y comienzos de febrero de 1996 el estado de la interfase que unía a narcotraficantes y políticos era de un desorden creciente. El año anterior no había sido un buen año para los narcotraficantes de Cali. Gilberto Rodríguez había sido capturado en junio de 1995 y su hermano Miguel en julio, ambos en estruendosos operativos del Bloque de Búsqueda y de la DEA (Drug Enforcement Administration). El último fue capturado con la ayuda de su propio jefe de seguridad, un antiguo oficial del ejército. José “Chepe” Santacruz había caído en un restaurante de Bogotá el 15 de julio de ese año y se había fugado el 11 de enero de 1996, rompiendo un pacto de caballeros con sus antiguos socios y amigos.

El presidente Ernesto Samper (1994-1998), a cuya elección habían contribuido con generosidad interesada los narcotraficantes de Cali y del norte del Valle, estaba en una posición de extrema fragilidad, y debía enfrentar una oposición feroz y la ayuda no pedida de traficantes al borde de un ataque de nervios ante el probable regreso de la extradición. En ese contexto de incertidumbre creciente, había sido asesinado, en noviembre de 1995, Álvaro Gómez Hurtado, líder visible de la oposición al “régimen” en el que estaba “atrapado” el presidente Samper (Gómez-Pinilla 2020; Gómez-Hurtado 2011; Giraldo 2007).

Por esos mismos días, la Monita, personaje central de esta historia, había comprado un apartamento y entrado a la clandestinidad después de la captura de Chucho (su esposo), un narcotraficante, joyero, cultor de la santería y antiguo suboficial de la Policía Nacional. La Monita había sido crucial en la generación de vínculos entre los narcotraficantes y la campaña de Samper. Era amiga personal de Samper, vieja conocida de negocios de Santiago Medina, tesorero de la campaña del primero, con quien tenía relaciones comerciales y compartía la afición por las antigüedades, el arte y los caballos finos. La cercanía entre Samper y la Monita fue reforzada por contactos cercanos compartidos, como Fernando Espinosa, un político y alto funcionario de la Administración de Impuestos, amigo de la adolescencia del primero. Además, también estableció relaciones con Fernando Botero, gerente de la campaña presidencial de Samper y luego su ministro de Defensa.

Su papel como intermediaria privilegiada de las relaciones entre la campaña de Samper y los narcotraficantes del Valle convirtió a la Monita en objeto de sospecha creciente, y en fuente potencial de información judicial para la Fiscalía. Después de Medina y de Botero, la Monita era la persona que más había contribuido a la recaudación de fondos para la campaña “Samper presidente”. En el mundo pequeño en que se movían narcotraficantes, políticos y policías, corrían rumores acerca de la decisión de la Monita de contarle todo a la Fiscalía. Era una conjetura creíble, que se propagó hasta alcanzar la categoría de una amenaza real para la seguridad de los narcotraficantes del país (ver figura 1).

La extrema sensibilidad de los narcotraficantes ante cualquier amenaza a la continuidad de la presidencia de Samper y el consecuente regreso de la extradición ya había sido comprobada con el asesinato de Gómez Hurtado. Este, al parecer, fue ordenado por los narcotraficantes del norte del Valle (Giraldo 2007; Gómez-Hurtado 2011)1 para garantizar la continuidad de Samper en la presidencia. Lo que los unía a todos en enero de 1996 era su temor y oposición cerrada a la extradición de nacionales a los Estados Unidos. Todos, al menos en ese momento, apostaban a que el presidente al que habían ayudado (con millones de dólares) a vencer a su oponente en las elecciones pasadas no aprobaría el regreso de la extradición. Era la coalición más grande2 en el mundo pequeño que estamos estudiando. Incluía a todos los narcotraficantes y políticos que temían el regreso de la extradición a los Estados Unidos. Por eso, toda amenaza contra la continuidad del mandato del presidente era tomada como una amenaza contra la seguridad personal y la libertad de los asociados a la coalición.

Pero los problemas de la Monita iban más allá de la financiación de la campaña presidencial y el regreso de la extradición. Tenían que ver con los vínculos que la conectaban con la exportación a gran escala de drogas ilegales, la financiación de exportaciones ilegales, la compra y venta de antigüedades, joyas y caballos finos, entre otras. En los avatares de esos negocios, la Monita había ejercido la violencia virtuosa contra infractores, deshonestos, estafadores, ladrones y “torcidos” en general. Lo había hecho sin “pedir permiso” a nadie, ni siquiera a los señores de Cali -los hermanos Rodríguez, Santacruz y Herrera-, con quienes mantenía estrictas relaciones de negocios, salvo con el último, con quien la unía una relación de compadrazgo.

El ejercicio de la violencia virtuosa le dejó a la Monita cuentas por pagar con los familiares o asociados de las víctimas de su justicia directa. Dos de ellas habrían de ser importantes en lo que ocurriría más tarde: las ejecuciones de Walter Franco, un bajador de dinero de los señores de Cali que había robado 3 000 000 de dólares a la Monita, y la de Pérez, hermano de Guillermo Pérez Monsalve, antiguo oficial de la Policía, asociado al esposo de la Monita, y quien también había incumplido compromisos de negocios con ella.

En el desorden creciente que afectaba el mundo pequeño de narcotraficantes y políticos, las percepciones con respecto al tipo de los individuos (fuerte o débil) podían cambiar hasta el punto de que alguien considerado fuerte hasta ese momento podría devenir débil en la nueva situación. Las apuestas cambiaban, abriendo nuevas oportunidades y convirtiendo lo que antes era considerado imposible en algo realizable. Las nuevas oportunidades venían en distintas formas: no pagar deudas antiguas, tomar venganza contra enemigos antes intocables... La Monita sospechaba que ella y su marido estaban en la mira de antiguos enemigos que, en el nuevo desorden imperante, los consideraban víctimas fáciles.

La Monita fue asesinada el 1 de febrero de 1996, hacia las 12:45 p.m., en el apartamento de dos santeros cubanos. A primera vista, un crimen “normal” en un momento de extremo desorden en las relaciones entre narcotraficantes. El orden que con tanto esfuerzo habían construido los señores de Cali se resquebrajaba sin remedio y organizaciones más violentas estaban tomando el control del mundo del narcotráfico. El entrecruzamiento entre política y narcotráfico, que amenazaba la estabilidad del presidente del momento, hacía aún más incierta la situación. Sin embargo, el asesinato de la Monita no fue un crimen más. Tanto por las trayectorias que condujeron al crimen como por sus violentas repercusiones posteriores, condensa la complejidad y la magnitud de la violencia vinculada al narcotráfico, y los efectos imprevisibles que producen las interacciones entre política, información y narcotráfico, en un contexto de alta incertidumbre.

La Monita tenía reputación bien ganada de “dura” en el mundo del narcotráfico: cobraba las deudas y las traiciones con la vida de los infractores. Un episodio ya mencionado lo ilustra bien: Walter, el lavador y cobrador de dineros de los señores de Cali que había robado 3 000 000 de dólares a la Monita, debió enfrentar el dilema usual: “O paga o se muere”. El hombre decidió no pagar y pidió permiso a sus patrones para eliminar a la Monita. Uno de ellos, Pacho Herrera, era compadre de ella y la puso sobre aviso. La Monita se adelantó a Franco, y lo mandó a “recoger” para recuperar su dinero y eliminarlo, pero el hombre murió cuando intentaba huir del vehículo en el que era conducido. La acción de la Monita dejó un sinsabor en los señores de Cali: la señora no les había pedido permiso para matar.3

Después de la ejecución de Walter, dos hombres de la organización de la Monita fueron asesinados por sicarios, mientras compraban gasolina en una estación al norte de la ciudad. Luego, la gente de la organización de la Monita mató a un hombre de los patrones de Walter. La Monita y su esposo debieron abandonar Cali después de sufrir un par de atentados. Se radicaron en una lujosa finca en un municipio cercano a la capital. Una noche la Monita recibió una llamada advirtiéndole que la venían a matar. Salió con sus escoltas y dejó al personal de servicio en la finca. A las dos horas, varios policías, al mando de un oficial activo, entraron en la finca buscando a la Monita. Con injurias y maltratos preguntaron por ella. Amarraron y amordazaron a todo el personal y lo dejaron encerrado en un baño. La gente de la Monita realizó una investigación minuciosa, identificaron a los atacantes y procedieron a eliminarlos. Uno a uno, fueron apareciendo muertos en Bogotá, en hechos al parecer independientes y desconectados entre sí.

La situación dio otro giro radical en enero de 1996. Orlando Sánchez, un importante “rutero” de los Rodríguez, le debía 11 000 000 de dólares a la Monita. Un golpe de suerte había ayudado a Sánchez a salvar su vida y la de su hermano Jairo, que estaba en la mira de Miguel Rodríguez por el asesinato de un amigo suyo. Sara, amante de Sánchez en ese momento, tenía una estrecha amistad con la amante de Gilberto Rodríguez, Aura Rocío Restrepo. Los cuatro se convirtieron en amigos cercanos y el conflicto de Miguel Rodríguez con Jairo pasó al olvido. La profundización de la amistad de Orlando Sánchez con Gilberto salvó a los hermanos Sánchez y permitió realizar “una jugada a tres bandas”, que habría de cambiar para siempre la suerte de muchas personas en esta historia.

Orlando y Jairo trabajarían a partir de ese momento con ellos, Orlando respondería por el dinero pendiente y además dejaría a su patrón, Jesús Amado Sarria -esposo de Elizabeth Montoya, ‘La Monita Retrechera’- porque los Rodríguez le tenían mucha desconfianza (Restrepo 2014, 209).

Protegido por sus nuevos patrones, Sánchez decidió no pagar su deuda a la esposa de quien fuera su patrón, rompiendo la coalición que lo unía con ellos y creando una nueva coalición con los Rodríguez y los otros señores de Cali. Para romper la coalición anterior y crear la nueva, Sánchez urdió una historia que convenció a los señores de Cali del grave peligro que significaba la Monita para el futuro de todos. Con su esposo en la cárcel, el brazo armado de los señores de Cali tras ella y la Fiscalía investigando su papel en la entrada de dineros ilegales a la campaña de Samper, la situación de la Monita era desesperada.

La historia de Sánchez contenía un elemento de verdad: en su desesperación, la Monita había decidido realizar una jugada “maestra” para sacar a su esposo de la cárcel. Le entregaría al fiscal la información que tenía contra el presidente Samper y a este la información que tenía contra el fiscal. Los señores de Cali sabían que la Monita era capaz de hacerlo y Sánchez sabía que todos lo sabían. Su historia era creíble, dada la información que todos tenían acerca del carácter impulsivo y decidido de la Monita, y de su poca aversión al riesgo. Al amenazar al presidente y al fiscal, el plan de la Monita anunciaba el probable regreso de la tan temida extradición. Al quedar por fuera de la única coalición capaz de unir a todos los narcotraficantes del país, la Monita se había convertido en un blanco fácil y justificado. Se quedó sola en un mundo en el que se había convertido en la enemiga estratégica de todos. Sánchez no solo había quedado eximido de pagar su deuda; ahora tenía vía libre para proceder en el mejor interés de todos los amenazados por la Monita.

El compromiso de los señores de Cali fue más allá de dar el visto bueno para el plan de Sánchez: comisionaron, además, al hombre de confianza de José Santacruz, José Alcides Loaiza, alias Sejo, para ejecutar el plan. En la audiencia contra Sánchez fue presentado un documento encontrado en el levantamiento del cadáver de Sejo, escrito, al parecer, por José Santacruz, el 30 de enero de 1996. En él afirmaba:

Lo de la Bruja es OK. De parte mía y el sentido común me indica que en lo mismo están los hermanitos y el enano les tiene mucha bronca y con lo de Martín (Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado de Bogotá, Decisión 2001, 47).4

Sin embargo, años después, en una entrevista concedida a Revista Semana, Orlando Sánchez acusó a José Santacruz y a José Alcides Loaiza, Sejo, de haber asesinado a la Monita (Revista Semana 1997). En esa situación estratégica, el problema era quién golpeaba primero. Las dos partes tenían planes de acción divergentes. Mientras la Monita soñaba con una gran jugada estratégica de vastas consecuencias legales y políticas, sus enemigos habían decidido eliminarla a ella y a su esposo, y ya habían activado su potente brazo armado. A ella debían localizarla en algún lugar de Bogotá y a él debían matarlo en la cárcel. Bastaba con usar la información que ya tenían en sus manos y proceder a ejecutar su plan.

Desde el punto de vista informacional, Sánchez estaba en una posición privilegiada para ejecutar su plan: mantenía una relación de amistad con la víctima, conocía en detalle sus rutinas diarias y había infiltrado su personal de seguridad. Es más, estaba conectado con Guillermo Pérez Monsalve, un exoficial de la Policía, practicante del atletismo, que había llegado a Bogotá unos días antes del crimen y trabajaba para la Monita y su esposo. Después del asesinato, este dio el dinero para que los hijos de la señora viajaran a los Estados Unidos, a petición del propio esposo de la Monita, a donde él regresó pocos días después del asesinato, al igual que Orlando Sánchez. Pérez tenía motivos para participar en el asesinato de la señora. Se dice que él le había ordenado matarla a Jimi, cuyo nombre real era Jorge E. Jaimes, un exoficial de la Policía, jefe de seguridad de la señora y ahijado suyo, pero este falló (El Tiempo 1997). También que un hermano suyo había sido eliminado por órdenes de la señora. Los investigadores pudieron comprobar la ocurrencia de numerosas conversaciones por teléfono móvil entre Sánchez y Pérez, antes y después del asesinato de la Monita.

La Monita, en cambio, fundamentaba sus acciones en la ilusión de que los rituales de la santería la protegerían de los malos espíritus que la acechaban. Por eso, el martes 1 de febrero, dos días antes del gran día en el que destaparía sus cartas, la Monita decidió visitar a un par de santeros cubanos, tal como lo hacía todas las semanas. Aunque no sabemos lo que ocurrió en el ritual, ni si lo hubo o no, sí podemos intuir que la Monita no vio una amenaza inminente para su vida en ese momento y permaneció en casa de los santeros, a la que había arribado a las 7:30 a.m., según declaración juramentada de uno de ellos, Pedro Pablo Hernández, en la audiencia contra Orlando Sánchez y José Luis Lagones (Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado de Bogotá 2001, 9). La Monita arribó “alterada” al apartamento y habló por teléfono con Jimi, a quien el declarante había visto el día anterior en casa de ella.

Cuando la señora habló con Jaimes, este ya estaba trabajando para los asesinos y había revelado el lugar en el que se encontraba su patrona. Contrario a lo que contó uno de los santeros en la audiencia legal por el asesinato de la Monita, Jaimes no llegó a la casa a la hora del asesinato. La había dejado temprano en la mañana y fue eliminado más tarde por los propios hombres de José Alcides Loaiza, Sejo, el encargado de dirigir la ejecución de la Monita. La ejecución de su cómplice en el crimen implica otro ejercicio de violencia virtuosa. Los hombres de Sejo eliminaron al traidor que les había dado la información decisiva para eliminar a la señora. Un traidor no podía merecer su confianza.

De hecho, Jorge Enrique Jaimes, Alejandro Lalinde -cuñado de Jaimes y contador del esposo de la Monita- y Guillermo Pérez Monsalve habían formado una coalición con los ejecutores de la señora. Los primeros debían conseguir a un asesino para eliminar al esposo en la cárcel, mientras los hombres de Sejo se encargaban de la Monita en su visita a los santeros. Pero el hombre a quien habían buscado para eliminar al esposo -un preso apodado Gorra Negra- no quiso participar en el crimen.

Darío Quiroz, otro exoficial de la Policía, que actuaba como conductor de la señora, sí había sido secuestrado por los sicarios y torturado hasta la muerte, pues no sabía dónde se encontraba ella. Dada la información completa de que disponían, los asesinos insertaron su accionar en la agenda de la Monita. Con la información que les había revelado Jaimes, pudieron ejecutar su plan en el único lugar al que ella salía en esos días: el apartamento de los santeros.

Mientras la Monita hablaba con Guillermo Pérez Monsalve, reconocido por Hernández en su declaración, en la puerta del apartamento de los cubanos, entró un hombre que se anunció como de la Fiscalía, le preguntó el nombre a la señora, y le disparó 13 veces, después de que ella respondiera: “¿Cómo así?”. Esta última conversación permite inferir que la señora no sospechaba de Pérez Monsalve y creía que no era una amenaza para su seguridad. También asesinaron a Humberto Vargas, un carnicero que había acompañado a la señora en su visita a los santeros cubanos. Con la información revelada por Jaimes, los sicarios retiraron (el 16 de febrero) 514 000 000 de pesos de la cuenta de la señora en la Caja Popular Cooperativa, que luego fueron invertidos en la bolsa de valores a través de empresa ASVALORES de Cali (Juzgado Segundo Penal del Circuito Especializado de Bogotá 2001, 3).

Después del asesinato, vino la reacción violenta de la parte ofendida. Fue rápida, efectiva y sistemática. Intuimos que los ofensores no esperaban una reacción tan rápida y violenta. Suponían que la debilidad manifiesta de la Monita y su esposo no permitía conjeturar una respuesta letal. Pero la situación de José Santacruz, y de Sejo, su hombre de confianza, era también desesperada: Santacruz fue asesinado en marzo del mismo año por hombres de Carlos Castaño, y Sejo fue localizado en Barranquilla junto a un escolta. Los documentos de identidad de Sejo fueron dejados en el cuerpo de la primera víctima, lo que llevó a una identificación equivocada. Mientras tanto, en una finca en las afueras de Barranquilla, el ejecutor fue sometido a toda clase de torturas. Debía señalar a sus cómplices. Luego de tres días, su resistencia se quebró y delató a sus compinches. Unos días después, ocurrieron dos asesinatos en Cali. De nuevo, un par de crímenes en apariencia independientes.

Las propiedades de Sánchez fueron investigadas y los hombres de la víctima estuvieron muy cerca de encontrarlo en una finca, propiedad de un socio de la Monita, en la que se escondía en México. El socio que le había dado refugio a Sánchez fue ejecutado. Según el testimonio de un antiguo operador de seguridad del esposo de la Monita, unas 25 personas habrían sido víctimas de la cascada de violencia punitiva que siguió a su asesinato.

Consideremos ahora las decisiones de la Monita con respecto a la estructura de la red en la que movía y qué tanto influyó sobre la violencia compleja desatada. Es obvio que las personas, no importa qué tan poderosas, no tienen la capacidad de elegir la estructura de red en la que actúan. Sí es posible, sin embargo, ver el papel de la estructura de la red sobre las opciones disponibles en la situación de desorden creciente que debió enfrentar al final.

La Monita era una intermediaria importante en la red en la que actuaba: vinculaba a políticos con narcotraficantes, a narcotraficantes con otros importantes intermediarios de los mercados de bienes de lujo y a narcotraficantes de distintas agrupaciones. Esos vínculos le permitieron ser un personaje crucial en la financiación de la campaña de Samper y en múltiples negocios y transacciones. Pero esta posición de intermediaria suprema tenía un precio muy alto: el altísimo número de trayectorias que pasaban por ella, y hacían posible alcanzarla por distintas vías.

Cuando la tensión llegó a su punto más alto, la Monita decidió, correctamente, romper con casi todos sus vínculos y solo conservar unos dos o tres. Pero sus enemigos pudieron alcanzarla comprando a Jaimes, su jefe de seguridad, conocedor de su agenda y de su dependencia de los santeros para la toma de decisiones cruciales. Fue el conocimiento que tenía Sánchez Cristancho de los contactos de la Monita lo que permitió que fuera localizada y ejecutada por el grupo de sicarios comandado por Sejo. En un mundo pequeño, una muy alta capacidad de intermediación puede ser una terrible limitación en momentos de desorden y ajuste de cuentas.

Quizás la personalidad de los individuos puede tener un impacto sobre el tipo de redes en el que acaban actuando. Morselli, Gabor y Kedrowski (2012), comentando el trabajo de Kalish y Robbins (2006), dan unas luces que podrían ayudar a entender las relaciones entre la personalidad de los jefes criminales y las estructuras de red en las que actúan.

Predisposiciones psicológicas explicaron una porción significativa de la varianza con respecto al tipo de redes en las que estaban involucrados los individuos. Sus resultados indican que la gente que se ve a sí misma como vulnerable a fuerzas externas tiende a vivir en redes cerradas con conexiones débiles. En cambio, aquellos que buscaban convertirse en intermediarios y mantener sus vínculos fuertes aparte y llenar los huecos estructurales tienden a ser individualistas y autónomos (Morselli, Gabor y Kedrowski 2012, 29).

Por su personalidad, audacia y su capacidad para ejercer la violencia virtuosa contra infractores y deshonestos, la Monita perteneció al segundo tipo de personalidades y, por eso, se convirtió en una importante intermediaria entre políticos y narcotraficantes, y entre distintos tipos de narcotraficantes y hombres de negocios. Pero hay algo más: la Monita era mujer, y una mujer muy dura. Ejercía un poder de intermediación que no debería pertenecer a una mujer en el mundo del narcotráfico. Era, por tanto, una “bruja” peligrosa, que debía ser eliminada.

Conclusiones

El caso de la Monita es un ejemplo de un proceso de violencia compleja, en el que un evento provocador, en una situación de desorden, reorganiza las relaciones expresadas por los vínculos en una red. Así, lleva a la creación de nuevas coaliciones, basadas en nuevas informaciones, que desencadenan cascadas de violencia letal en períodos de tiempo muy cortos. Es en ese contexto de extremo desorden en el que debe ser entendida la reacción de los ofendidos por la muerte de la Monita.

Sin embargo, no se trataba de una venganza simple. La posición de intermediaria poderosa de la Monita en la red de narcotraficantes, policías y políticos que hemos descrito, su irrespeto por las jerarquías masculinas de los carteles, su decisión de eliminar a quienes no cumplían con su palabra o no pagaban sus deudas, y la muy rica y valiosa información en sus manos la convirtieron en la enemiga ideal en momentos en que los narcotraficantes de Cali y del Valle se sentían amenazados por la extradición o la muerte.

Una vez asesinada, en la reacción violenta de la parte ofendida por la deslealtad y la agresión súbita, está el deseo de ejercer justicia directa y letal, proporcional al tamaño de la ofensa infligida. En ese sentido, la relación entre ofensores y ofendidos no es simétrica. La parte ofendida siente que el tamaño de la ofensa infligida solo puede ser saldada por una violencia superior y ejemplar. Si cuenta con la capacidad ofensiva y militar apropiada, y tiene acceso a la información necesaria acerca de la localización y los recursos de sus enemigos, como ocurre en los mundos criminales pequeños, eliminará no solo a los ofensores originales, sino a todos lo que estén relacionados con ellos.

Eso fue lo que ocurrió después del asesinato de la Monita: el ejercicio de la violencia virtuosa, propuesta por Fiske y Rai (2015), multiplicada por la magnitud de los recursos violentos en manos de narcotraficantes y asociados.

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1Esta hipótesis es comprobada, con abundante evidencia, por el antiguo jefe de redacción de El Tiempo, Jorge Gómez Pinilla (2020).

2Una coalición es la unión de los esfuerzos de un grupo de individuos para alcanzar resultados superiores, o “pagos” mayores, en sus interacciones con otros arreglos colectivos similares. En una red pueden coexistir en forma simultánea distintas coaliciones potenciales, de acuerdo con el contenido y los objetivos de cada una de ellas en cierto momento. Pueden cambiar en su composición de acuerdo con los cambios en la situación y las oportunidades disponibles.

3Frank Bovenkerk (2000, 67) estudió numerosas biografías de criminales para explorar cómo los personajes de ese mundo se ven a sí mismos: “Los personajes principales se veían a sí mismos como seres superiores, que exhibían muchas de las características de la personalidad narcisista; por ejemplo, la actitud omnipotente y la confianza en sí mismos, la certeza de que las reglas de la sociedad no son aplicables a ellos y que están por encima de las responsabilidades de la vida compartida”.

4Martín era uno de los apodos con los que era conocido Orlando Sánchez en el mundo del narcotráfico. La Bruja parece ser la Monita. Los hermanitos serían los hermanos Rodríguez. No es claro quién podría ser el Enano (Panamá Tierra Robada 2020).

Recibido: 22 de Marzo de 2020; Aprobado: 20 de Mayo de 2020

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