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URVIO Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad

versión On-line ISSN 1390-4299versión impresa ISSN 1390-3691

URVIO  no.24 Quito ene./jun. 2019

https://doi.org/10.17141/urvio.24.2019.3700 

Articles

El tráfico de cocaína entre América Latina y África Occidental

Cocaine Trafficking between Latin America and West Africa

O Tráfico de cocaína entre a América Latina e a África Ocidental

1Argentina, Universidad Nacional de La Plata, carosampo@gmail.com


Resumen

Desde hace más de 10 años, un tercio de la cocaína que ingresa a Europa lo hace a través de África Occidental. Sin embargo, poco se sabe de la relación existente entre América Latina, como región productora de cocaína, y África Occidental, como zona de tráfico, acopio y consumo. Este trabajo, de carácter exploratorio, busca entender por qué África Occidental se presenta atractiva para los traficantes latinoamericanos y cómo funciona el vínculo entre ellos y los africanos. La hipótesis que plantea es que los Estados africanos han sido cooptados por las organizaciones criminales. Estas generan mayores incentivos para las organizaciones criminales latinoamericanas, que consideran que dicha ruta es menos riesgosa y más redituable que otras, aun cuando tengan que negociar, parte de la logística con sus pares africanos. Como resultado, se han detectado tres hubs por los que ingresa la cocaína proveniente de América Latina: uno en la Costa Atlántica, uno en el Sahel y otro en el golfo de Benín.

Palabras clave: África Occidental; cocaína; Latinoamérica; mercados ilícitos; narcotráfico

Abstract

For more than 10 years, one third of the cocaine that enters Europe does so through West Africa. Nevertheless, little is known about the relationship between Latin America, as the region that produces cocaine, and West Africa, as a zone of trafficking, stockpiling and consumption. This article, which is of an exploratory kind, seeks to understand why West Africa presents itself as attractive to Latin-American traffickers and how the link between them and the Africans works. The hypothesis stated in this work is that African States have been co-opted by criminal organizations. They generate greater incentives for Latin American criminal organizations, which consider this route less risky and more profitable than others, even though they have to negotiate part of the logistics with their African peers. As a result, three hubs through which cocaine comes from Latin America have been detected: one on the Atlantic Coast, one in the Sahel and another one in the Gulf of Benin.

Key words: cocaine; drug trafficking; illicit markets; Latin America; West Africa

Resumo

Por mais de 10 anos, um terço da cocaína que entra na Europa o faz através da África Ocidental. No entanto, pouco se sabe sobre a relação entre a América Latina, como uma região produtora de cocaína, e a África Ocidental, como uma zona de tráfico, armazenamento e consumo. Este trabalho exploratório procura entender por que a África Ocidental é atraente para os traficantes latino-americanos e como funciona o link entre eles e os africanos. A hipótese que norteia nosso trabalho é a de que os Estados africanos foram cooptados por organizações criminosas, gerando maiores incentivos para as organizações criminosas latino-americanas,que consideram que esse caminho é menos arriscado e mais lucrativo do que outros, mesmo quando têm que negociar parte da logística com suas contrapartes africanas. Como resultado, três centros foram detectados através dos quais a cocaína vem da América Latina: um na costa do Atlântico, um no Sahel e outro no Golfo do Benin.

Palabras chave: África Ocidental; cocaína; América Latina; mercados ilícitos; tráfico de drogas

Introducción

Más de 18 000 000 de personas en el mundo consumen cocaína, de acuerdo con el último reporte mundial de drogas publicado por la Oficina de Naciones Unidas sobre Droga y Crimen (UNODC, por sus siglas en inglés). Estados Unidos lidera ese consumo, -en términos absolutos, es decir, en cantidad de consumidores-, seguido de cerca por Europa. Sin embargo, en los últimos años África y Asia se han consolidado como mercados no solo de tránsito, sino también de consumo. Mientras que el consumo de cocaína parece concentrarse de forma mayoritaria en países considerados desarrollados, su producción está limitada a tres países sudamericanos: Colombia, Perú y Bolivia.

Debido a la elevada y constante demanda mundial de cocaína, tanto la producción como el tráfico de la sustancia continúan creciendo año tras año. Sin ir más lejos, la superficie de cultivo ha aumentado un 76 % en los últimos tres años, sobre todo en Colombia, al tiempo que han disminuido las políticas de erradicación. Asimismo, la cantidad de superficie cultivada alcanza para producir 1410 toneladas de cocaína pura -866 en el caso de Colombia, un 34 % más que el año anterior- que luego será fraccionada, reducida y distribuida alrededor del mundo. Esto multiplica en gran medida la cantidad generada al inicio ( UNODC 2018).

Paralelo a ello, las rutas y las estrategias utilizadas por los traficantes han mutado. En un principio, como resultado del incremento de las políticas de control por parte de algunos Estados americanos; luego, para evitar lidiar con los carteles mexicanos y su cobro de peajes. África Occidental se posicionó como una alternativa viable para nutrir al mercado europeo. Hoy, además de servir como puente a Europa, el oeste de África se utiliza para traficar cocaína a los Estados Unidos, Asia y, en algunas ocasiones, Oceanía. De hecho, de acuerdo con información proveniente de los Estados Unidos, la proporción de cocaína traficada hacia ese país desde México cayó de un 70 % en 2013 a un 39 % en 2016 ( UNODC 2018).

En ese contexto, el presente trabajo busca entender por qué África Occidental se presenta atractiva para los traficantes. Al mismo tiempo, procura comprender cómo es la relación entre las organizaciones criminales que sacan la droga de América Latina y aquellas que la introducen y distribuyen en África, en primera instancia.

La hipótesis planteada es que los Estados africanos han sido cooptados por las organizaciones criminales,1 de manera tal que los funcionarios de Gobierno, en lugar de combatir el tráfico de drogas, lo permiten. A su vez, para las organizaciones criminales latinoamericanas parece menos riesgoso y más redituable negociar con sus pares africanos que utilizar rutas alternativas. Ese no es el único motivo para la utilización de esta ruta -como veremos en el siguiente apartado-, aunque sí creemos que es el determinante.

Este artículo busca llenar un vacío manifiesto durante la revisión bibliográfica: los artículos académicos sobre la relación entre América Latina y África Occidental en torno al tráfico de drogas son prácticamente inexistentes. Por tanto, la investigación tiene carácter exploratorio. En el abordaje metodológico predomina el enfoque cualitativo, con base en la revisión documental y en la utilización de fuentes primarias y secundarias, aunque también se utilizan datos cuantitativos tomados de informes de organizaciones internacionales (Marradi, Archenti y Piovani 2018). El texto se divide en cuatro partes: la primera es la presente introducción, que pone de manifiesto el estado de la situación; la segunda, la geopolítica de la cocaína; la tercera, las organizaciones criminales y las redes constituidas con la finalidad de posibilitar el tráfico de cocaína; y la cuarta, las conclusiones, que buscan contrastar la hipótesis preliminar.

Geopolítica de las drogas

Desde la perspectiva de la geopolítica de las drogas, Alain Labrousse (2011, 17) analiza los territorios que “son definidos por los cultivos ilícitos y las rutas que llevan desde estos hasta los mercados de consumo”. Es decir, la lógica deja de ser estadocéntrica, como dicta la geopolítica clásica, para centrarse en la búsqueda de control del espacio por parte de actores no estatales, en la mayor parte de los casos, de carácter transnacional.

En el caso de la cocaína, es necesario prestar atención, en primer lugar, a lo que acontece tanto en Colombia, Perú y Bolivia como en los Estados que funcionan como países de tránsito (aunque también sean de consumo) y, en segundo lugar, a los mercados con gran demanda de este bien ilícito. En ese sentido, debemos analizar dos grandes regiones: América Latina, como productor, consumidor y exportador de cocaína, y África Occidental, como lugar de tránsito y espacio creciente de consumo. Para ello, necesitamos entender por qué el oeste de África ofrece condiciones atractivas para quienes trafican cocaína hacia Europa, Asia y hasta América del Norte como destino final.

Vale decir que, como destacan Dechery y Ralston (2015), el tráfico ilícito no es nuevo en África Occidental. De hecho, la región comenzó a servir como punto de transbordo tanto de cocaína como de heroína en la década de 1950, aunque en pequeña escala. Las diásporas organizadas de la región -libaneses y luego nigerianas- fueron centrales en el establecimiento y desarrollo de las redes criminales actuales.

Miembros de Hezbollah generan ganancias a partir de la venta de drogas en América Latina y en otros continentes, gracias al tráfico de cocaína, especialmente, desde la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. “La actividad se ha dirigido al tráfico de cocaína desde América hacia Europa a través del Caribe y de África. En el caso de África, se destacan las actividades realizadas a través de Liberia (…) y Guinea Bisseau, y la vinculación del grupo libanés con las FARC de Colombia” (Blanco Navarro 2015, 12). En los años 80, el tráfico de drogas creció de manera significativa, cuando la actividad económica se desaceleró y aparecieron ciertos conflictos intraestatales en la región.

A fines de la década del 90, África Occidental estaba dominada por redes fragmentadas y actores que de forma eventual trabajaban de conjunto (Dechery y Ralston 2015). La región se había convertido en un área de tránsito y reempaquetamiento de cocaína, como resaltan Aning y Pokoo (2014). Sin embargo, Richard Rousseau (2017) destaca que el primer contacto significativo entre organizaciones criminales latinoamericanas y de África Occidental se produjo entre los años 2000 y 2003.

Hacia el año 2005, las organizaciones africanas ya trabajaban codo a codo con las latinoamericanas, a las que proveían, principalmente, de rutas de tránsito seguras y soporte logístico en África Occidental. Así, los carteles de droga colaboraban con actores locales ( WACD 2014). Esa modificación en las trayectorias de provisión de cocaína, tanto para Europa como para los Estados Unidos, obedeció a diversos factores, entre los que destaca el surgimiento de Europa como mercado en ascenso. Vale resaltar que, además, los carteles mexicanos habían monopolizado el tráfico de drogas hacia el norte, lo que forzó a las organizaciones criminales colombianas a buscar nuevos puertos.

Al mismo tiempo, el consumo de cocaína en Europa ascendía y el de los Estados Unidos no paraba de caer, mientras los mecanismos de control del gigante norteamericano eran cada vez más fuertes y precisos, y el euro se apreciaba frente al dólar. Por otro lado, no pueden desestimarse los factores relacionados con las ventajas proporcionadas por África Occidental como espacio de triangulación: la facilidad para eludir controles, las posibilidades de expandir mercados (en África, Europa e incluso Asia), la debilidad de las instituciones, la carencia de controles estatales, sin descontar los altos niveles de corrupción (Rousseau 2017), como veremos más adelante.

La imposibilidad de ejercer la soberanía de forma efectiva constituye, a nuestro entender, el principal incentivo para la incorporación de África Occidental al mercado global de cocaína. Por ejemplo, los 250 kilómetros de costa que tiene Ghana no están radarizados y los controla solo un barco, lo que parece un patrón, más que una rareza. La falta de control se repite en Senegal y Mali, por resaltar algunos casos, lo mismo que en el archipiélago de más de 80 islas pertenecientes a Guinea Bissau, donde no hay guardia costera ni aduana. Tengamos en cuenta que Guinea Bissau es el punto más cercano entre América Latina y África: 5500 km la separan de Venezuela, cuatro noches en barco o cinco horas de avión, de acuerdo con expertos (mapa 1).

Fuente: Guardia Civil (2015, 5). 

La fragilidad de los Estados de la región los volvió atractivos para las redes criminales, que los convirtieron en nuevos hubs de transbordo, más eficientes en la distribución de droga hacia Europa, Asia y Medio Oriente ( WACD 2014). “Los países que conforman esta ´zona caliente´ del continente africano son: Benín, Burkina Faso, Cabo Verde, Costa de Marfil, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea Bissau, Liberia, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona y Togo” ( Ameripol 2013).

Dentro de esa zona, destacan tres núcleos principales de ingreso. El primero es el de la costa atlántica, compuesto por Guinea-Bissau, Guinea y, en menor medida, Senegal. Al parecer, constituye el principal lugar de ingreso de la cocaína sudamericana. El segundo es el del Sahel, que se extiende a lo largo de las fronteras de Mauritania, Malí, Argelia, Níger y Libia y abarca amplias extensiones de tierras desérticas, imposibles de monitorear de forma efectiva por parte del Estado. Este hub conecta a África Occidental con el Magreb, por lo que nuclea diversas rutas de tráfico ilícito. El tercero es el del golfo de Benín, que va de Ghana al delta de Niger (Dechery y Ralston 2015). La región está altamente interconectada. Las redes criminales, sobre todo nigerianas, son nómades y están bien integradas. Aunque es mucho menos relevante que el hub de la costa atlántica, se han detectado algunos barcos con cocaína allí. Sin embargo, es más utilizado para el envío aéreo de cargamentos.

Tanto en los Estados latinoamericanos como en los de África Occidental existen “zonas grises”. Es decir, espacios geográficos donde el Estado no tiene capacidad para ejercer su soberanía de manera efectiva -mediante el control de los flujos que traspasan las fronteras, la apropiación del monopolio legítimo de la fuerza física o el de la recaudación impositiva, entre otros- debido a la fragilidad de las instituciones, a las dificultades geográficas para acceder a esas zonas y a la corrupción de un número importante de funcionarios públicos (Sampó 2006).

La falta de control estatal genera los incentivos necesarios para que las organizaciones criminales hagan su despliegue en esas áreas, las cuales funcionan como santuarios para los criminales y han permitido a las organizaciones de ambos lados del Atlántico convertirse en socios estratégicos. África Occidental constituye un refugio donde es posible operar y alejarse de presiones sufridas en América Latina, en el marco de la “guerra contra las drogas” (Rabasa et al. 2017). Presenta las condiciones necesarias para producir y exportar bienes ilícitos debido a la fragilidad de las instituciones, a los altos niveles de corrupción, a la ineficiencia de los Gobiernos de la región y a la tradición en torno al contrabando de mercancías hacia Europa.

Dentro de América Latina, Colombia, Brasil y Venezuela aparecen como los principales exportadores de cocaína. A estos se les suman Costa Rica y Ecuador, como países de tránsito ( United States Department of State 2018). Lo más alarmante en este contexto es el incremento en el consumo de cocaína dentro de la región. Brasil se ha convertido en el segundo consumidor mundial de este estupefaciente (en términos absolutos) y tanto Argentina como Uruguay muestran una prevalencia superior a la de la mayoría de los países centrales (alrededor del 3 %).

Mención especial amerita el proceso de posconflicto que vive Colombia. Por un lado, el Gobierno parece haberse abocado casi de forma exclusiva a su cumplimiento. Pero, por otro, resulta claro que los frentes disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han continuado sus actividades ilícitas y se encargan de nutrir a buena parte de los narcotraficantes, sea en la costa del Pacífico o en la frontera con Brasil.

La debilidad del Estado venezolano, junto con los altos índices de corrupción, han posibilitado la cooptación de las cúpulas del Gobierno, que permiten la exportación en masa de cocaína, con la connivencia de los funcionarios públicos (Unidad Investigativa de Venezuela 2018). Además, Brasil, gracias al rol del Primeiro Comando da Capital (PCC) como jugador regional y hasta transnacional, se ha posicionado como exportador de la cocaína (sobre todo peruana y boliviana) que deja el continente a través del puerto de Santos, estado de San Pablo (Sampó 2018).

Aunque las organizaciones criminales latinoamericanas involucradas parecen cambiar, existe consenso en que los carteles mexicanos, las organizaciones colombianas, algunas venezolanas y, de manera creciente, las brasileras, se han relacionado con sus pares africanos a fin de inundar de cocaína a Europa. El 30 % del total de lo consumido ingresa luego de triangular por África Occidental, de acuerdo con ( Ameripol 2013). Las organizaciones africanas, predominantemente nigerianas, de Ghana o de Guinea Bissau son bastante flexibles y funcionan más como clanes que como carteles. Quizás por ello se dificulta identificarlas claramente.2

De acuerdo con De los Santos (2017), los primeros latinoamericanos en incursionar en esta ruta fueron los Zetas, los carteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, con ayuda de la N´Drangheta italiana. Esta, además, se encargaba de hacer llegar la droga a Europa, su destino final. Asimismo, las organizaciones criminales colombianas poseen aceitados nexos con África. El puerto de Santos funciona como uno de los principales centros de salida hacia el continente vecino. Allí, el PCC maneja gran parte del tráfico de drogas.

La Familia do Norte (FDN), en el norte y noreste de Brasil, trafica gran parte de la cocaína proveniente de Colombia. Como destaca Aguilar Valenzuela (2017), existen pruebas de que las organizaciones criminales colombianas, brasileras y peruanas mueven la cocaína a Europa por la ruta africana, desde -por lo menos- el año 2012. Por su parte, Rabasa et al. (2017) afirman que los carteles colombianos trabajan junto con bandas organizadas en San Pablo, Río de Janeiro, Salvador, Recife (Brasil), Montevideo (Uruguay) y Buenos Aires (Argentina), con el fin de traficar cocaína a África.

Según fuentes de la Dirección Central de Policía Judicial e Inteligencia colombiana, la Familia Do Norte, junto con los Caqueteños -banda criminal del sur de Colombia- controlan el tráfico de la cocaína en la frontera entre Brasil, Perú y Colombia. Sin embargo, en esa zona están algunos de los frentes de las antiguas FARC, que decidieron no desmovilizarse. La pelea por el control de las rutas con el PCC es cada vez más importante, como pudo verse en las matanzas que tuvieron lugar en las prisiones brasileras a principios de 2017 (Sampó 2018).

Por otro lado, es necesario resaltar la porosidad de la frontera entre Colombia y Venezuela. Sus más de 2200 km de largo la convierten en una superficie muy difícil de controlar, en la que se calcula que existen unos 25 pasos ilegales utilizados para transportar cocaína, cuyo destino final es Europa. De acuerdo con la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE 2016), Venezuela es el primer país de trasiego de cocaína, al tiempo que se ha convertido en un pequeño productor de droga. “En Venezuela se estaban elaborando derivados de la hoja de coca en pequeña escala, como la cocaína base (clorhidrato de cocaína) destinada a la exportación de ciertos mercados de América del Norte y Europa” (De los Santos 2017). Se trata del país de tránsito más importante de América Latina ( United States Department of State 2018), sobre todo, gracias a la mencionada porosidad fronteriza, a la debilidad de su sistema judicial, a la existencia de un ambiente corrupto y permisivo, y a la escasa cooperación con otros países en operaciones antinarcóticos.

El rol de África Occidental en el comercio mundial de cocaína

A pesar de que el reporte anual de drogas de Naciones Unidas ( UNODC 2018) le asigna un rol residual a la ruta de la cocaína que vincula a América Latina con África y Europa, se cree que el 30 % de esta droga ingresa al viejo continente desde África Occidental ( Ameripol 2013). La escasa cantidad de incautaciones realizadas en territorio africano hacen que el informe relativice su importancia, sin considerar que existen múltiples razones para prestar atención al trayecto. Para empezar, la certeza de la falta de controles en África Occidental y luego, la “captura”3 de los Estados por parte de las organizaciones criminales, como veremos.

La mayoría de los informes europeos, por el contrario, hacen hincapié en cómo la ruta de África Occidental y del Sahel se ha convertido en una forma eficiente de escapar a los controles de los Estados más fuertes de dicha región ( European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction 2016). Tal como destacan Luengo-Cabrera y Moser (2016), las organizaciones criminales que operan en las zonas “no gobernadas” del Sahel difícilmente son interceptadas. Eso permite que el contrabando desde Mali, Níger y Libia hacia las costas europeas sea sencillo, más si se tiene en cuenta la porosidad de las fronteras en esas áreas, o su inexistencia. Aunque, afirman los autores, con el refuerzo de las iniciativas multinacionales contra el terrorismo en el Sahel, el trasporte de la cocaína latinoamericana a través de la región se ha vuelto más difícil. Ello hace que el precio de los estupefacientes suba, pero no impide su circulación.

Nigeria parece tener un rol muy importante en el tráfico de cocaína entre Brasil y África. Según el reporte de mercados de droga de la Unión Europea (2016), los grupos nigerianos son muy activos trasportando cocaína desde África hasta Europa. La información es refrendada por fuentes oficiales, que reportan que durante el año 2015 se incautaron 260 kg de cocaína. De esas incautaciones, 171 kg fueron encontrados en el sudoeste del país, es decir, dentro del área de influencia del golfo de Benín.

Sin duda, múltiples factores hacen atractiva a África Occidental. En primer lugar, la ya mencionada debilidad institucional de los Estados ubicados en esa zona geográfica, que en muchos casos son incapaces de aplicar el Law Enforcement (Gonzales Bustelo 2015). La mayoría no controla la integridad de su territorio, y mucho menos es capaz de fiscalizar los flujos que traspasan sus fronteras o se mueven dentro de ellas. Estas condiciones exceden a las “zonas grises” que mencionamos en América Latina. En realidad, se trata más de la regla que de la excepción, por lo que deberíamos analizar los verdaderos alcances de los Estados (que exceden a este trabajo en particular).

Es importante también hacer hincapié en los niveles de corrupción de funcionarios públicos y privados existentes en los países que suelen ser utilizados como hubs. De acuerdo con el índice de percepción de corrupción de (Transparency International 2018), Guinea Bissau y Libia ocupan el puesto 171 de 180 (este último el mayor nivel de corrupción existente); Chad, el 165; Guinea, el 148, al igual que Nigeria y Mauritania, el 143. Los siguen muy de cerca Mali, puesto 122; Argelia y Niger, 112. Túnez y Marruecos no presentan índices de percepción tan altos y ocupan los puestos 74 y 81, respectivamente.

A ello sumamos la baja rentabilidad de las economías legales, lo que funciona como incentivo para el desarrollo de actividades ilegales. Las redes ilícitas son generadas, en gran parte, gracias al atractivo económico que implica participar en ellas ( WACD 2014). Para la mayoría de la gente en África Occidental, los mercados ilícitos representan oportunidades de enriquecimiento que no están presentes en la economía formal y suponen riesgos más bajos que los presentados por negocios legales ( UNODC 2018). Incluso, en algunos países, la elite gobernante, los servicios de seguridad y grupos extremistas han competido de forma violenta por el acceso al botín que deja el narcotráfico, práctica que profundiza la inestabilidad política preexistente ( WACD 2014).

Guinea Bissau, por ejemplo, era considerado el primer “Narco-Estado”4 del mundo hasta el año 2009, cuando su primer mandatario Joâo Bernardo “Nino” Vieira fue asesinado, al parecer por un ajuste de cuentas impulsado por su intento de contener el poder que sus funcionarios ganaban en el negocio del narcotráfico. Esta condición obedecía no solo al nivel de penetración del narcotráfico en las estructuras estatales, sino también al hecho de que el mismo presidente había sido denunciado por intercambiar con los narcos libaneses parte de las ganancias y a la facilidad para desarrollar con libertad sus negocios en el país.

De forma similar, en el año 2013, el jefe de las Fuerzas Armadas de Guinea Bissau, Antonio Indjai, fue juzgado en ausencia, en Nueva York, por tráfico de cocaína y armas que lo vinculaban a las FARC. Un par de semanas antes, un exjefe de la Armada fue arrestado luego de ofrecer a agentes encubiertos de la Drug Enforcemente Administration (DEA) arreglar el envío y almacenamiento de cocaína colombiana (Rabasa et al. 2017).

Guinea también ha sido penetrada por el tráfico de drogas, en especial hasta la muerte del presidente Lansana Conté, en el año 2008. Tanto el Gobierno de transición como el siguiente encarcelaron a más de 50 funcionarios del régimen anterior, incluyendo al hijo mayor del expresidente, quien admitió haber estado a cargo de la red de narcotráfico más importante del país (Rabasa et al. 2017).

De acuerdo con Rousseau (2017), el margen de ganancia de los traficantes es de un 25 %. Considerando que la cocaína reporta alrededor de 1,8 billones de dólares anuales, el ingreso de las organizaciones criminales que operan en África Occidental es de 450 000 000 de dólares. Esa cifra es más grande que el Producto Interno Bruto (PIB) de muchos de los países de la región, entre ellos: Guinea Bissau, Gambia, Cabo Verde y Sierra Leona. No resulta extraño, entonces, que los Estados hayan sido capturados por las organizaciones criminales, a través del accionar de las elites gobernantes, ni que esas organizaciones encuentren en los países africanos el caldo de cultivo necesario para su desarrollo y expansión.

La dinámica entre países productores y de tránsito: de América Latina al mundo

Como se menciona en otras partes del trabajo, desde el año 2004, aproximadamente, las organizaciones criminales latinoamericanas han adoptado a la costa oeste de África como un aliado estratégico en la distribución de cocaína, que tiene como destino principal a Europa, tal cual muestra la variedad de organizaciones implicadas. Como resultado, se observa la cooperación entre organizaciones criminales de distinta procedencia: latinoamericanas, africanas, europeas y asiáticas.

El negocio de la exportación de cocaína hacia Europa es lo suficientemente fructífero como para dar cabida a todos los partícipes latinoamericanos en calidad de proveedores, al menos por el momento. El Océano Atlántico es igualmente amplio como para no suscitar la disputa de rutas y los posibles países de destino en África Occidental (Sansó-Rubert Pascual 2018, 4).

De acuerdo con Rabasa et al. (2017), Venezuela es hoy el principal exportador de cocaína colombiana hacia África Occidental, rol que se consolidó desde su expulsión de la DEA en el año 2005. A la porosidad de las fronteras -debido a sus características geográficas y a la falta de ejercicio efectivo de la soberanía por parte del Estado-, se le suma el grado de corrupción que impera entre los funcionarios públicos de alto rango, quienes, además de no denunciar lo que ven, forman parte de las redes constituidas alrededor del negocio ilícito.

En realidad, el Estado parece haber sido capturado por criminales, ya que quienes manejan el narcotráfico han sido bautizados como el Cartel de los Soles, en referencia a las estrellas que llevan los generales de la Guardia Nacional Bolivariana ( Unidad Investigativa de Venezuela 2018). Sin embargo, los involucrados pertenecen a todos los poderes del Estado, en diferentes niveles: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial, a escala municipal, regional y nacional. La lista incluye a Tareck El Aissami, vicepresidente de la nación, que ha sido acusado formalmente por el Gobierno estadounidense como narcotraficante (US Department of Treasury 2017). El índice de percepción de corrupción de Transparency International (2018) refuerza esta idea: Venezuela es uno de los países más corruptos del mundo: ocupa el puesto 169, con solo 10 Estados detrás.

De acuerdo con un informe reciente de (Insight Crime), las estructuras criminales del país están constituidas por redes enquistadas en el régimen chavista. Muchas de ellas datan de décadas de ejercicio del poder. El Cartel de los Soles es una red de traficantes que incorpora a actores estatales y no estatales, y cuenta con la protección de figuras clave en las altas esferas del poder. Además, estas redes están vinculadas a los frentes disidentes de las FARC, que no se desmovilizaron tras el acuerdo y continúan realizando actividades ilícitas, entre la que destaca el tráfico de cocaína.

Los cargamentos de Venezuela a África Occidental son enviados por vía aérea, en aviones livianos modificados -muchas veces turbo hélice- capaces de aterrizar en pistas clandestinas o legales, habilitadas por oficiales corruptos. Sin embargo, la ruta más utilizada es marítima y se la conoce coloquialmente como la “Autopista 10”, ya que los barcos transitan el paralelo 10 norte, que conecta los puntos más cercanos de América del Sur y África. En este sentido, destaca Bartolomé (2017a, 76):

Allí en Mauritania, Senegal, Mali, Gambia, Guinea Bissau, organizaciones como Al Qaeda (su filial regional AQMI) se involucran tanto como los señores de la guerra locales en este comercio ilegal, obteniendo importantes ganancias que les ayudan a sustentar sus acciones terroristas (…) Alrededor del 15% del precio de la cocaína sudamericana en las calles de Madrid o París obedece a las ganancias de quienes cobran el peaje en el Sahel.

Colombia sigue siendo el principal proveedor mundial de cocaína (se estima que el 80 % de la droga circulante es de esa procedencia). Por ese motivo, y a pesar de la desarticulación de los grandes carteles, tan característicos de las últimas décadas del siglo XX, las organizaciones criminales colombianas siguen siendo centrales en la distribución mundial de cocaína, incluida la ruta de África Occidental.

Los denominados Grupos Armados Organizados (GAO)5 han cobrado especial relevancia luego de la firma del acuerdo que desarticuló a las FARC, que eran las que tenían mayor control sobre los mercados ilegales. A partir de allí, la conflictividad se ha incrementado como consecuencia de la retirada de las FARC de territorios en los que imponían un orden alternativo al del Estado, pero, también, debido al enfrentamiento entre distintos GAO, sobre todo los que están ubicados en las zonas de cultivo de coca y en la frontera con Brasil, Ecuador y Venezuela ( International Crisis Group 2017).

El transporte terrestre tiene como destino a Brasil o Venezuela, y se utilizan mecanismos como el ocultamiento de la cocaína en equipajes o en vehículos reacondicionados a tales efectos. Asimismo, se usan “mulas”, que llevan la droga adherida al cuerpo o dentro de este -en cápsulas-. Además, utilizan encomiendas. En el caso del tráfico aéreo, se usan pequeños aviones que realizan vuelos clandestinos a Venezuela, Brasil, Perú y Panamá, a fin de llevar la droga fuera del continente. Además, se emplean aeronaves de mayor porte, robadas o “gemeladas” e, incluso, aviones de alto rendimiento, que no pueden ser interceptados con los medios que tienen los Gobiernos de la región y de África Occidental.

En todos los casos, se usan pistas clandestinas cercanas a las fronteras, para la exportación o el traslado desde los centros de producción a los de acopio. Otra estrategia consiste en dejar caer los paquetes en altamar, a fin de que sean embarcados y llevados hasta su destino final. Por último, destaca el informe, en el transporte marítimo se usan lanchas rápidas, semi-sumergibles, y hasta buques pesqueros ( Ameripol 2013).

Perú es el segundo productor mundial de cocaína. El tráfico de esa sustancia por vía marítima -la vía de salida principal-, desde puertos peruanos hacia Europa utiliza en una de sus variantes a Cabo Verde y el norte de África como paradas intermedias antes del destino final. Asimismo, por vía aérea - la mayoría en vuelos comerciales- la droga es trasportada desde Lima hacia San Pablo y luego hacia Sudáfrica, desde donde se distribuye por el continente y llega hasta Europa.

También se cree que Buenos Aires suele ser otro de los puertos de salida con destino al sur de África. En estos trayectos, la modalidad imperante es la de los “burriers”,6 por lo general mujeres, que trasportan la droga adherida a sus cuerpos o entre sus efectos personales. Incluso, pueden llevarla dentro de su cuerpo, ya sea en cápsulas ingeridas antes del viaje o en contenedores dentro de sus partes íntimas ( Ameripol 2013).

Las organizaciones criminales en Bolivia, por su parte, deben sacar partido de su situación geográfica -limita con cinco países sudamericanos- a fin de compensar la falta de salida al mar. Para ello, de acuerdo con el informe de ( Ameripol 2013), usan vuelos comerciales para enviar cocaína en encomiendas o a través de mulas hacia América del Norte, África y Europa. También utilizan aviones con planes de vuelo que son modificados durante el viaje y aterrizan en pistas clandestinas, con el fin de exportar la droga.

Según el mencionado informe, hay tres ejes aéreos utilizados por las organizaciones criminales: el eje amazónico, el eje Beni sur y el eje altiplano. “Estos ejes han sido establecidos para activar el transporte de drogas vía aérea ingresando a territorio boliviano desde Perú, aterrizando en pistas clandestinas del Oriente para el acopio y posterior reenvío a Brasil, Paraguay y Argentina” ( Ameripol 2013). Las principales rutas de envío a África mencionadas en la fuente son: Bolivia-Brasil-África; Bolivia-Chile-África; Bolivia-Paraguay-África y Bolivia-Argentina-África.

Como destaca Olinger (2013), Brasil ha adquirido un rol creciente en el tráfico transnacional de cocaína, gracias a su ubicación geográfica, ya que no solo limita con los productores del estupefaciente, sino que también se ubica “frente” al continente africano. Según fuentes oficiales, la mayor parte de las mulas detenidas en el aeropuerto de San Pablo declararon haber obtenido la droga de grupos de origen nigeriano y embarcaban con destino a Sudáfrica o Angola. Pero las mulas no son el único sistema de envío; las organizaciones criminales asentadas en Brasil utilizan grandes barcos, envíos por correo privado y hasta vuelos privados. Una vez en África, los grupos locales se encargan de “subir” la droga hasta Europa.

Belem, la capital del estado brasilero de Pará, es un hub de las organizaciones criminales que utilizan su costa para enviar droga a África y Europa, en barcos chicos o en pequeñas aeronaves que despegan y aterrizan en pistas clandestinas. Además, es utilizada como lugar de acopio de cocaína, que luego será transportada al nordeste, centro-oeste y sudeste del país. Por otra parte, el puerto paulista de Santos es considerado el de mayor importancia para el tráfico de cocaína que proviene de Bolivia y Perú, enviada hacia África Occidental.

Desde Colombia, a través del estado brasilero de Roraima y luego de Venezuela, parte de la cocaína sale de Surinam en aviones y barcos con destino a África, el Caribe, los Estados Unidos y Europa ( Ameripol 2013). El informe señala a Brasil como líder de la ruta de la cocaína a África. Dentro del país, los grupos criminales nigerianos controlan el 30 % de la droga enviada por vía marítima y el 90 % de quienes están a cargo de la vía aérea, en especial cuando sale de San Pablo.

Para cualquier organización dedicada al tráfico ilícito, controlar en su totalidad el ciclo criminal exige su presencia en las áreas geográficas donde se desarrolla cada una de las fases. De ahí que las organizaciones nigerianas se ubiquen en Brasil y que las latinoamericanas -colombianas, venezolanas, brasileras y mexicanas- estén presentes en África Occidental (Sansó-Rubert Pascual 2018, 5).

En general, como destaca el informe de ( Ameripol 2013), los brasileros son contratados por traficantes extranjeros para el transporte de la cocaína en el trayecto que pasa a través de Brasil, con el fin de reducir los riesgos y maximizar los tiempos, gracias al conocimiento que tienen del terreno. En resumen, los brasileros se encargan de conectar a los países productores con las áreas de salida de la cocaína, ya sean puertos o las fronteras con Surinam y Guyana. Sin embargo, esto puede estar cambiando, debido al rol que ha adquirido el Primeiro Comando da Capital en el tráfico de droga dentro de Sudamérica, y sus pretensiones de expansión hacia el control del mercado regional de la cocaína.

En África Occidental, los traficantes parecen conectarse de forma fácil con gente influyente. Eso les permite establecer y operar redes sociales informales, con lo que evitan la detección por parte del aparato de seguridad formal. Asimismo, son capaces de cooptar dicho aparato cuando es necesario. De ahí que la infiltración de la Policía, las Fuerzas Armadas y las agencias de control de aduanas y fronteras, por parte de las organizaciones criminales en los países de África Occidental, constituye el principal desafío ( WACD 2014) .

De acuerdo con Rabasa et al. (2017), las redes criminales nigerianas son las más importantes en lo referente al tráfico de cocaína desde el golfo de Guinea hasta Europa. Manejan como mercados subsidiarios a los países del África subsahariana. En este sentido, los ibgo7 están presentes a lo largo de toda la cadena de suministros, tanto en los países de producción y tránsito, donde San Pablo se constituye como un hub central en América Latina, como en los de consumo (de manera principal, Gran Bretaña, España, Italia y Alemania).

Los grupos nigerianos no cuentan con estructuras jerárquicas definidas. Son vínculos laxos y entidades “sin rostro” que, en conjunto, pueden llegar a sumar varios miles de participantes. La mayoría de ellos carece de importancia individual, por lo que pueden cambiar el rol que cumplen para la empresa y dejar el narcotráfico. Sin embargo, los participantes que sí son importantes son aquellos que poseen habilidades específicas, contactos con funcionarios estatales de alto rango, o han logrado crear un grupo para desarrollar operaciones ilícitas particulares (Rabasa et al. 2017).

Estas organizaciones son muy informales, lo que las vuelve difíciles de detectar y penetrar, al tiempo que son capaces de readaptarse con rapidez a las modificaciones en su estructura (Rabasa et al. 2017). Vale decir que sus miembros están vinculados por lazos de sangre, amistad o profesionales, debido a que la confianza resulta central para garantizar la clandestinidad de los mercados ilegales (Sansó-Rubert Pascual 2018). Para controlar las distintas fases del ciclo criminal, este tipo de organizaciones acude a “facilitadores” o a estructuras ajenas a ellas. En esa ecuación, sostiene (Sansó-Rubert Pascual 2018): “Las estructuras criminales africanas proveen de servicios financieros, económicos, técnicos, logísticos, contables, mercantiles y jurídicos, así como de una dilatada experiencia en el control del riesgo, lo que permite aumentar tanto la seguridad de las operaciones como los beneficios”.

Las organizaciones de Ghana también cumplen un rol importante en el narcotráfico, pero son más estructuradas y organizadas que las nigerianas, aunque tampoco cuentan con una identidad concreta. Suelen ser asociaciones basadas en lazos familiares o étnicos, que operan amparadas en negocios legítimos. Se especializan en actuar como organizadoras, financistas, transportistas (couriers) y distribuidoras locales.

La estructura busca cuidar a los que ocupan la cúpula de la organización, de manera tal que quienes transportan la droga y la distribuyen son reclutados por los organizadores y no tienen contacto directo con los financistas (Rabasa et al. 2017). En Ghana, el tráfico de cocaína ingresa, en su mayoría, por vía marítima, a partir del traspaso en alta mar de grandes cargamentos a botes más pequeños, que se encargan de hacer llegar la droga. Además, Ghana funciona como punto de acopio de cargamentos que ingresan por otros países de África Occidental y que luego serán enviados a Europa por vía aérea ( Ameripol 2013).

En conclusión, a las organizaciones criminales latinoamericanas les corresponde “la producción, recolección, tratamiento y envío desde América Latina. A las organizaciones de África Occidental, España, Portugal e Italia, su recepción en sus respectivos espacios geográficos de control, introducción en territorio europeo y trasporte” (Sansó-Rubert Pascual 2018, 20). Las organizaciones de Nigeria, Guinea Bissau, Ghana, Costa de Marfil y Senegal son flexibles y pequeñas -con menos de 30 integrantes-, de estructuras laxas, con gran capacidad de adaptación y movilidad. Las redes de narcotráfico africanas parecen vincularse ad hoc, según la necesidad de las organizaciones que manejan la producción y la distribución de la cocaína, lo que reduce al máximo su visibilidad y los riesgos que implica el tráfico.

Conclusiones

África Occidental se ha convertido en una ruta de la cocaína mundial mucho menos riesgosa para las organizaciones criminales que las otras alternativas. Esta ventaja se basa, principalmente, en las características de los Estados de esa región. Vale decir que aquellos que no han sido capturados por los criminales, como es el caso de Guinea Bissau, por ejemplo, no cuentan con los medios para impedir el desempeño de redes criminales que tienen el apoyo de vastos sectores de los distintos Gobiernos. Tal es el caso de Guinea y de Mali.

Además, es necesario resaltar el valor del factor geográfico. Por un lado, América Latina, único espacio territorial donde se produce cocaína, se ubica justo frente a las costas de África Occidental. Venezuela, uno de los Estados latinoamericanos más corruptos y con instituciones estatales más débiles, es el punto más cercano con Guinea Bissau, uno de los Estados africanos más pobres y con menos posibilidades de ejercer su soberanía de forma efectiva, sobre todo en lo relacionado con el control de los flujos que traspasan sus fronteras. Por otro lado, Brasil, que se ha convertido en un país de alto tránsito tanto de la cocaína que viene de Colombia -en el norte y noreste -como de la que proviene de Perú y Bolivia -en el sur y centro del país-, ha devenido punto de salida central, sea por vía marítima o aérea.

Las organizaciones criminales, tanto latinoamericanas como africanas, han encontrado un punto medio que les permite trabajar de conjunto y mantener un negocio que les resulta redituable a bajo costo. Como hemos visto, esa cooperación se lleva adelante de la siguiente manera: las organizaciones africanas -en especial las nigerianas- están presentes en América Latina, muchas veces a través de sus diásporas; las organizaciones latinoamericanas se han hecho presentes en los Estados de África Occidental implicados en el tránsito.

De esa manera, las latinoamericanas funcionan de facilitadoras para las organizaciones africanas en su territorio y las africanas proporcionan apoyo logístico, servicios de acopio y transporte en su continente. Vale decir que muchas veces quienes mueven la cocaína entre África y Europa no son ni las organizaciones latinoamericanas ni las africanas. La mafia italiana -en especial la N´Drangheta- adquiere un rol central en el ingreso de la droga a Europa.

Este esquema parece demostrar que la cooperación entre redes ilícitas es perfectamente factible allí donde no hay competencia por el control territorial. Esa competencia solo se dispara si las organizaciones perciben que las ganancias son más importantes que los riesgos que deben correr. En el caso de la vinculación entre América Latina y África Occidental, queda claro que, si las organizaciones dejan de cooperar, el riesgo se incrementa de manera estrepitosa, ya que deberían desempeñarse en un terreno que les es desconocido y sin contar con el apoyo y la protección de aliados locales.

Asimismo, no parece existir la necesidad de competir por el control de otro espacio territorial cuando las organizaciones ya manejan aquellos lugares que sí les son necesarios. El “botín” es lo bastante grande como para que todos estén satisfechos con la ganancia adquirida. Puesto en claro: ¿para qué el PCC va a enfrentar a una organización nigeriana, a fin de controlar un trazo más de la ruta de la cocaína hacia el primer mundo, si puede enfocarse en intentar alcanzar la hegemonía dentro de Brasil e, incluso, puede reforzar su presencia transnacional en lugares estratégicos de producción y transporte como Bolivia, Perú, Paraguay y hasta Argentina?

Dentro de la experiencia de las organizaciones sudamericanas en el tráfico de cocaína a Estados Unidos, la negociación con los carteles mexicanos no solo incrementaba los riesgos, sino que hacía subir los costos de los envíos, a causa de los peajes y/o de los cuidados a tener en cuenta para evitar entrar en conflicto con estas organizaciones. En cambio, la ruta de África Occidental abre un mundo de oportunidades, no solo porque les permite a las organizaciones cooperar, como ya hemos mencionado, sino porque posibilita expandir el mercado más allá del interior de África, hacia Medio Oriente, Asia y Oceanía, países que demandan cada vez más cocaína.

La poca importancia que le da UNODC al tráfico a través de África Occidental se debe a que sus estimaciones están basadas en el número de incautaciones y, como hemos visto, los Estados de la región o no tienen la voluntad política para perseguir a los narcotraficantes o carecen de los medios. De ahí que resulte imposible saber cuán importante es la ruta en la actualidad.

Fuentes europeas estiman que el 30% de la droga que ingresa a ese continente proviene de África Occidental. Sin embargo, es muy probable que ese porcentaje suba en las próximas mediciones, porque la producción de cocaína se ha disparado y es necesario distribuirla y hacerla llegar a cada vez más mercados. Además, la demanda continúa en alza en Europa y Asia, y en baja en los Estados Unidos. Por otro lado, a medida que las organizaciones trabajan juntas y conocen el terreno, ganan confianza, bajan aún más los riesgos y multiplican sus beneficios.

Sin embargo, el principal atractivo de esta ruta para las organizaciones criminales sigue siendo la virtual inexistencia del Estado en algunas áreas de los países africanos o su captura, ya sea porque ha sido cooptado o porque un amplio número de funcionarios públicos y privados garantizan el flujo de los bienes ilícitos. Por ese motivo, la conexión entre América Latina y África Occidental está más vigente que nunca.

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1Para más información sobre la idea de cooptación del Estado en África, ver Sansó-Rubert Pascual (2018).

2Durante este trabajo exploratorio no fue posible identificar a ninguna organización africana reconocida internacionalmente. En cambio, tanto la diáspora libanesa como la N´Drangheta italiana aparecen en el tráfico de cocaína de América Latina a África Occidental y de allí a Europa.

3Se habla de “captura del Estado” cuando el crimen organizado extiende su influencia corruptora sobre los políticos y condiciona la formulación, interpretación y aplicación de normas. Es un modo de corrupción a gran escala que puede afectar negativamente la gobernabilidad del país (De la Corte Ibañez y Giménez Salinas Framis 2015, 306). Como mencionan Garay Salamanca et al. (2008, 15), “la Captura del Estado (CdE), se ha concebido usualmente como una forma de corrupción a gran escala, que debilita la estructura económica de un país porque distorsiona la formulación de leyes, normas, decretos, reglas y regulaciones”.

4Es un caso extremo de criminalización de un Estado. La economía del país depende básicamente de los ingresos procedentes de las actividades del narcotráfico en su territorio (De la Corte Ibañez y Giménez Salinas Framis 2015).

5Los Grupos Organizados Armados son agrupaciones que ejercen control sobre un territorio, de forma tal que pueden realizar operaciones militares sostenidas y concertadas. Además, llevan adelante actividades económicas ilegales con el fin de conseguir beneficios económicos [xref ref-type="bibr" rid="r5"]Bartolomé 2017[/xref]).

6Palabra que surge de la contracción entre burros y couriers.

7Grupo étnico del sudeste de Nigeria, grande y extendido, con una diáspora importante.

Recibido: 29 de Septiembre de 2018; Aprobado: 15 de Marzo de 2019

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