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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

On-line version ISSN 1390-8065Print version ISSN 1390-1249

Íconos  n.75 Quito Jan./Apr. 2023

https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5511 

DOSSIER de investigación

Habitar territorios en riesgo: apropiaciones espaciales y disputas simbólicas en dos barrios periféricos de Quito

Inhabiting territories at risk: Spatial appropriations and symbolic disputes in two peripheral neighborhoods of Quito

Dr. Alfredo Santillán1 
http://orcid.org/0000-0001-9823-7396

Mgtr. Elisa Puga-Cevallos2 
http://orcid.org/0000-0001-8908-1836

1Profesor-investigador. Departamento de Antropología, Historia y Humanidades. FLACSO Ecuador. asantillan@flacso.edu.ec

2Investigadora independiente (Ecuador). elisapugac@gmail.com.


Resumen:

Con la antropología se ha introducido la noción de cultura en el estudio de los riesgos y de los desastres naturales para entender la producción de sentido, una contribución más allá de las posturas de las ciencias físicas y probabilísticas. En este artículo se incorpora la noción del habitar a esta discusión, considerando los modos y las tensiones de la reproducción cotidiana de la vida en territorios considerados riesgosos. Se analizan dos barrios, similares en contexto, pero con diferente calificación, a través de métodos etnográficos que reflejan procesos cognitivos y estrategias de adaptación y convivencia para garantizar su permanencia material y simbólica. Desde este enfoque, se aporta al debate sobre los sesgos en la gestión de riesgos, que en la práctica tiende a abstraerlos del espacio en que se ubican, y explicitar las divergencias entre los análisis científicos, las instituciones y la población. Mediante la observación de los procesos de domesticación del espacio y las racionalidades que están detrás de ellos, se discute la selección del riesgo como mecanismo para lidiar con un contexto de carencias económicas y de ausencia de servicios básicos. Se concluye que para entender las posiciones de la gente ante la contingencia o proximidad de un daño hay que considerar sus vínculos emocionales, sus formas de habitar el territorio y sus perspectivas de futuro.

Descriptores: antropología urbana; asentamientos informales; creación de lugar; habitar; producción del hábitat; riesgo de desastres

Abstract:

Through anthropology, the notion of culture has been introduced into the study of risks and natural disasters in order to understand the production of meaning, a contribution that goes beyond the positions of physical and probabilistic sciences. This article incorporates the notion of inhabiting to the debate, considering the modes and tensions of the daily reproduction of life in territories considered risky. Two neighborhoods are considered -which are similar in terms of context but have different qualities- through ethnographic methods that capture cognitive processes and strategies of adaptation and coexistence for guaranteeing material and symbolic permanence. This focus contributes to the debate on biases regarding risk management that, in practice, tend to abstract them from the space in which they are located and contributes to making explicit the divergences between the analyses of scientists, institutions, and populations. Through the observation of processes of domestication of space and the rationalities that underly them, the categorization of risk is debated as a mechanism for dealing with a context of economic dearth and absence of basic services. It is concluded that, for understanding the positions of people in relation to contingency or their proximity to a harm, one must consider their emotional attachments, their forms of inhabiting territory, and their perspectives of the future.

Keywords: urban anthropology; informal settlements; creation of place; inhabiting; production of habitat; disaster risk

1. Introducción

Este artículo surge de la investigación de campo desarrollada en el proyecto Ciudades del Mañana (Tomorrow’s Cities), enfocado en incidir en las políticas de gestión del riesgo en ciudades de varios continentes caracterizadas por presentar múltiples amenazas, entre ellas Quito, la capital ecuatoriana. Desde un enfoque multidisciplinar entre ciencias físicas y ciencias sociales, y multiescalar entre el Distrito Metropolitano de Quito en su conjunto y una muestra de barrios específicos, con el proyecto se propuso generar conocimiento con miras a incidir en la reducción de riesgos futuros. A partir de conocer los conflictos concretos de los lugares sobre los que pesa una declaratoria de riesgo nos proponemos problematizar algunos supuestos básicos y premisas sobre las que se asienta el campo de la gestión del riesgo.

Durante la investigación observamos que, si bien la población asentada en lugares calificados como riesgosos es motivo de preocupación tanto para el campo científico-técnico, los expertos, como para las autoridades locales, los tomadores de decisiones, por lo general no es lo suficientemente escuchada ni comprendida. Por ejemplo, los diagnósticos contienen mucha información geológica, hidrográfica, climática, etc., y en una proporción mucho menor censos con información básica sobre quienes habitan esos territorios.

Ante este desbalance, el proyecto se enfocó en potenciar la comprensión de las relaciones entre pobladores y territorio a través de la noción de habitar, que tiene un profundo desarrollo en las ciencias sociales en el urbanismo en los últimos años. Así el objetivo central fue identificar cómo la definición institucional de la situación de riesgo modifica las representaciones, formas de ocupación y proyecciones a futuro que construyen los pobladores sobre el que consideran su lugar de existencia.

El presente análisis parte de la comprensión del proceso de domesticación material y simbólica del espacio (Giglia 2012), la cual abre la posibilidad de indagar en las racionalidades que guían las representaciones y acciones que los pobladores despliegan para permanecer en el territorio amenazado. Desde este enfoque buscamos aportar a dos debates o, mejor dicho, potenciar sus conexiones. Por un lado, están los estudios sobre riesgos y desastres que remarcan el carácter eminentemente social de esta situación (Cardona 2001; García 1996; Lavell 2005; Oliver-Smith 1999). Por otro lado, se busca profundizar en las complejidades del habitar en escenarios de difícil domesticación como son las zonas expuestas a serias amenazas naturales. Por ello, al introducir la noción de habitar pretendemos iluminar el elemento antropogénico en los procesos de ocupación y apropiación de un territorio y la construcción del riesgo. Muchos trabajos centrados en el estudio del habitar muestran que existen diversas estrategias de permanencia territorial frente a desplazamientos como los generados por la gentrificación o turistificación de los espacios urbanos (Delgadillo, Díaz y Salinas 2015), pero en el caso de barrios en situación de riesgo, el éxito en la lucha por la permanencia tiene efectos negativos, pues los deja en situación de mayor precariedad.

En este artículo se presenta un análisis comparativo de dos barrios donde se realizó trabajo de campo sostenido desde enero de 2020 hasta diciembre de 2021. Ambos son barrios periféricos con población de bajos ingresos, muchos de ellos migrantes de otras provincias, y tienen en común que se originaron a partir de asentamientos informales. La diferencia radical entre ellos es que cuentan con una calificación de riesgo distinta cuyo efecto resulta decisivo. Mientras “Buenavista del Sur” es declarado en riesgo mitigable y, por ende, está en proceso de regularización con la consecuente dotación de infraestructura urbana, “Buenavista del Norte” ha sido declarado en situación de riesgo no mitigable y la única opción oficial es la relocalización de sus habitantes. No obstante, esta opción es desestimada por los pobladores. Si bien las amenazas naturales que enfrentan ambos barrios son diferentes y son el soporte de las decisiones institucionales, con este artículo nos deslindamos de la problemática del diagnóstico de riesgo y nos enfocarnos en las distintas formas de habitar los territorios que llevan sobre sí esta caracterización.

2. Una mirada antropológica al riesgo y al habitar

Riesgos percibidos e inmunidad subjetiva

Como lo plantea García (2004), el interés antropológico por temas relativos a riesgos y desastres tiene un origen relativamente temprano, alrededor de la década de los 50 con los estudios sobre el cambio social, producidos a partir de eventos naturales de gran escala como terremotos, huracanes, etc. Sin embargo, a partir de la década de los 70, los riesgos y desastres se convirtieron en el foco de la reflexión desde la mirada antropológica. En este proceso, la introducción de la noción de cultura ha sido fundamental para atender a la producción de sentido, que conlleva asimilar socialmente distintos tipos de amenazas y vulnerabilidades definidos a partir de una calificación de riesgo que tiene implicaciones simbólicas y materiales en la vida de los sujetos.

El trabajo de Mary Douglas es uno de los principales referentes en esta dirección, pues ha permitido entender la creación y funcionamiento de instituciones culturales que regulan las respuestas a los peligros permanentes a los que una sociedad está expuesta. En sus palabras: “los peligros son seleccionados culturalmente para un re-conocimiento; no todos los peligros, sino algunos. La respuesta está precodificada en términos de la acción adecuada tales como la investigación pública, el castigo o la retirada de apoyo” (Douglas 1996, 90).

Así, el riesgo resulta precisamente de la puesta en práctica de los sistemas de valores que lo identifican como tal y conlleva una fuerte carga moral. Esta perspectiva se aleja diametralmente de las concepciones del riesgo como algo objetivo y que se puede precisar a través de fórmulas de medición. Un peligro (real) se convierte en riesgo luego de que la sociedad lo ha clasificado como tal, es decir, lo reconoce como un problema, y decide que se debe preocupar por él (Boholm 2015; Douglas 1992; García 2005). Este proceso de “selección del riesgo” es resultado del juego social en cuanto intervienen las jerarquías de valores, la carga simbólica del peligro y, por supuesto, el entramado de relaciones de poder.

Sin embargo, resulta común que existan desacuerdos entre lo que expertos y expertas, y las autoridades definen como riesgoso y lo que hay que hacer al respecto, y lo que la gente interpreta como tal (Boholm 2015; Dove 2008). De manera que existen riesgos que son reconocidos por la ciencia, pero no llegan a alcanzar el estatus de ser considerados un problema relevante para la sociedad (Lavell 2005).

Slovic (1987) analiza qué tan graves se perciben los riesgos, e identifica diferentes niveles de aceptación de este. En estos análisis encuentra una brecha entre los riesgos y los beneficios percibidos, que está más allá de lo que establece el marco de regulación: “si los sentimientos hacia una actividad son favorables, el riesgo es considerado como menor y los beneficios como mayores y viceversa” (Slovic y Peters 2006, 323). Así, los sentimientos agradables o desagradables provocados por alguna situación, evento o actividad, o también por referencias o experiencias pasadas, guían la manera en que la gente evalúa el riesgo.

Adicionalmente, en la percepción del riesgo opera también una cognición marcada por la impotencia de enfrentar circunstancias que se desbordan de la capacidad de agencia. Algunas veces las personas pueden reconocer completamente su vulnerabilidad o exposición, pero también entienden que no tienen más remedio que vivir dónde y cómo viven. Están lidiando con riesgos crónicos diarios que se derivan de la vulnerabilidad, y no les queda más que apostar o esperar que nunca se agudicen los peligros (Faas 2016; Lavell 2001). En esa línea, el trabajo de Douglas también arroja luces sobre la complejidad de cómo los peligros se vuelven inteligibles. La autora sostiene que la cuestión de los niveles aceptables de riesgo forma parte de la cuestión de los niveles aceptables de vida y de los niveles aceptables de moralidad y decadencia; y no se puede hablar con seriedad del aspecto del riesgo mientras se evita la tarea de analizar el sistema cultural en el que se han formado los otros niveles (1996, 127).

Entender cómo los peligros que pueden ser objetivamente altos son desestimados por quienes están directamente amenazados por ellos resulta uno de los principales aportes de la lectura cultural del riesgo. Una de las nociones más potentes en este sentido es la de “inmunidad subjetiva” (Douglas 1996), que hace referencia a la manera de gestionar la percepción del riesgo ignorando o atribuyendo poca importancia a los peligros cotidianos más comunes o aquellos de baja probabilidad pensados como distantes. Debido a esta condición, los individuos toman pocos recaudos frente a amenazas altamente probables creyendo volver su mundo más seguro de lo que en realidad es.

Así, mientras la población ve el riesgo en el contexto de su vida cotidiana y lidia con él, el personal técnico muchas veces abstrae tal riesgo del entorno concreto en que se da, ofreciendo soluciones que no coinciden con las necesidades y posibilidades de las poblaciones afectadas (Lavell 2005) y que están lejos de sus deseos y expectativas de vida. Precisamente para entender más a fondo este desfase entre las definiciones sobre el riesgo que poseen pobladores, expertos y tomadores de decisiones, se recurre a la noción de habitar, en cuanto recurso conceptual pertinente para observar analíticamente esas rutinas de interacción con el entorno, en las que se construye la inmunidad subjetiva.

Habitar: la presencia humana en el espacio

La noción de habitar aparece en el vocabulario de las ciencias sociales a mediados del siglo XX, en las ideas de Heidegger (1951) y Bachelard ([1957] 2000). Ambos planteamientos vinculan el habitar con una dimensión existencial profunda, aunque con diferentes énfasis: en Heidegger está vinculado a la dimensión ontológica del ser y en Bachelard a la estructuración de la psique humana. No es coincidencia que estos planteamientos se ubiquen en representantes de las corrientes de la hermenéutica y la fenomenología, pues comparten la crítica al positivismo en su concepción de la realidad como exterioridad al sujeto cognoscente. En el pensamiento urbano esta mirada tiende a reducir la espacialidad a su materialidad tangible. En contraste, con la apuesta hermenéutica se asume que la relación del sujeto con su entorno solo puede ser una relación interpretativa, mediada por el lenguaje y, por consiguiente, construida a partir de los procesos de simbolización.

El aterrizaje de estas reflexiones iniciales, más cercanas a una antropología filosófica, se va consolidando en las últimas décadas del siglo XX a través de autores como Michel de Certeau y sus colaboradores (Certeau, Giard y Mayol 1999), a partir de su reflexión sobre la vida cotidiana. La importancia que le dan los autores al uso y apropiación cotidiana de los espacios urbanos permite trascender el modelo del habitar centrado en la vivienda y expandirlo hacia los espacios de la vida en común, como el barrio o los recorridos y formas de movilidad urbana que prefieren las personas. Así, habitar no se limita al arraigo, sino que incluye el movimiento, que implica la presencia del sujeto en los espacios de la vida pública, y así se extiende sobre ellos el proceso de cualificación. En definitiva, en las últimas décadas ha crecido la preocupación por la relación entre lo material y lo inmaterial que subyace a los espacios (Lindón 2012).

Desde la antropología destaca el trabajo de Ángela Giglia, quien ha desarrollado tanto investigación etnográfica como teorizaciones sobre esta categoría. Su aporte es paradigmático a través de su trabajo en Pozzuolli (Italia), al documentar minuciosamente cómo personas desconocidas y sin vínculos previos, que habían sido relocalizadas tras perder sus viviendas durante el terremoto de 1983, empezaban la tarea de construir espacios colectivos que sirvieran para reconocerse como comunidad en un nuevo territorio (Giglia 2000). A partir de esta investigación, la autora empieza a desarrollar el enfoque del habitar como forma de relación significativa con el entorno, que se consolida en sus obras posteriores:

El habitar es un conjunto de prácticas y representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de reconocer un orden, situarse dentro de él, y establecer un orden propio. Es el proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas espacio temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo rodea (Giglia 2012, 13).

Esta definición permite captar la dialéctica entre sujetos y lugares, de cómo influye uno en el otro, lo que nos resulta útil para pensar el accionar antrópico en la generación de riesgos. Los asentamientos humanos implican acciones directas sobre el espacio que intervienen, sobre elementos preexistentes como foresta, quebradas, fuentes de agua, tipos de suelos, fallas geológicas, etc., y lo hacen desde saberes y modos constructivos específicos. Estas acciones pueden causar, incrementar o mitigar los riesgos, dependiendo del conocimiento sobre estos efectos, pero, sobre todo, en función de las valoraciones y las condiciones concretas de reproducción de la vida. En este sentido, es que se debe prestar atención a cómo las declaratorias de riesgo modifican la relación de los pobladores con su entorno, y los cambios que esto produce en las formas de habitarlo.

3. Metodología

Dentro del perfil general de un estudio cualitativo, levantamos información siguiendo la premisa del método etnográfico de involucrarse activamente en las dinámicas a estudiar (Guber 2004). Para ello, acordamos la participación de la población de cada barrio para que se generaran beneficios mutuos como resultado del proceso. El trabajo de campo inició en febrero de 2020, pocas semanas antes de la pandemia por la covid-19, lo cual ocasionó una suspensión abrupta y el traslado de algunas actividades a la comunicación a distancia. Las visitas se retomaron en agosto de 2020 y las actividades de devolución de resultados se hicieron en febrero y marzo de 2022. Se aplicaron técnicas de levantamiento de información como entrevistas grupales e individuales a vecinos fundadores del barrio, ejercicios de cartografía social, registro fotográfico, narrativas creativas con video y dibujos infantiles, y diarios de campo. El equipo estuvo conformado por especialistas tanto de ciencias físicas (geología) como de ciencias sociales (antropología y sociología), quienes visitamos varias veces los barrios y asistimos a distintos eventos con las autoridades municipales, en los que se discutían temas referentes a la gestión del riesgo en ambos barrios.

Para el procesamiento de información se utilizó un modelo de análisis de contenido mediante codificación axial, identificando categorías que se desprenden de las nociones de riesgo y habitar. Esto ayudó a construir una comparación de las semejanzas y diferencias entre los dos barrios tomando como eje las distintas declaratorias de riesgo. Para el proceso de inferencia se trabajó bajo el principio de “oposiciones-lógicas”, aplicado en los estudios de imaginarios urbanos, llevados a cabo por Gravano (2003). Las narrativas de la gente sobre los lugares que habita se estructuran a través de categorías cognitivas que funcionan como pares dicotómicos: por ejemplo “dentro-fuera”, lo que permite trazar un límite de lo que es y no es parte del barrio, o “antes-después” mediante la cual es posible ordenar el tiempo de manera significativa según los pobladores. En este caso se identificaron las siguientes oposiciones fundamentales:

Conocimiento/desconocimiento: el grado de conocimiento o ignorancia es un pilar fundamental sobre el que se construye la trama del conflicto y la negociación de la mitigabilidad del riesgo. En particular, esto se debe al contraste entre la información científica y los saberes propios con que cuentan los pobladores sobre la situación de riesgo.

Visibilidad/invisibilidad: Las maneras de constatar las amenazas es un parámetro vital para hacer inteligible el riesgo. Si los pobladores no ven “a simple vista” signos de amenaza (grietas, hoyos, taludes, etc.), dudan sobre el riesgo. Por otro lado, para ellos, la información que proveen los mapas científicos y otros insumos de la geología se vuelven signos vacíos.

Acción/inacción: Tomar acciones o, por el contrario, la omisión de acción, ya sean institucionales o de los pobladores, tiene también una lógica propia. Además, no se explica únicamente en relación con el grado de conocimiento, sino que está determinada por las capacidades, disponibilidad de recursos, nivel de organización y otros factores.

4. Resultados

Como contexto general es necesario señalar que los asentamientos informales en el Distrito Metropolitano de Quito tienen una larga trayectoria desde mediados del siglo XX, pero su mayor despunte se produjo en la década de los 80 a partir de lo cual la política de regularización de barrios informales empezó a tecnificarse. Así, durante la década de los 90 y las dos primeras décadas del siglo XXI se han redefinido los criterios y procedimientos para la regularización de los asentamientos informales. En este escenario lo técnico y lo político se imbrican de manera que no pueden separarse. Imponer los dictámenes técnicos sin concesiones implicaría dejar en la informalidad una gran cantidad de barrios y por consiguiente condenarlos a un hábitat precario. Mientras que, regularizar sin criterios técnicos motivaría aún más la ocupación informal del suelo (Larco 2018). Así, la disputa por los límites de lo que definitivamente no es posible regularizar ha sido la lógica de este tipo de políticas y la calificación de riesgo resulta uno de los elementos centrales que posibilita o no la regularización (Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, Uso y Gestión de Suelo 2016), lo que se traduce en el endurecimiento de las respectivas normativas. Debido a esto, situaciones que en décadas anteriores fueron regularizadas con las normativas actuales ya no son posibles, pero constituyen precedentes que los agentes de la urbanización informal consideran para su accionar.

Amenazas físicas, riesgo y habitar en “Buenavista del Norte”

La zona en la que se ubica el barrio estudiado está conformada por tres asentamientos que ocupan una extensión de 45 hectáreas. En 2017 se habían censado 394 habitantes en un total de 114 familias. “Buenavista del Norte” es el asentamiento más antiguo de los tres sectores, tiene aproximadamente 30 años de existencia, mientras que los más recientes fueron creados hace entre 12 y 17 años. Según los datos o censales cuenta con 117 habitantes pertenecientes a 32 familias. Se ubica en el borde de la ladera de un área catalogada como de protección ecológica.

El barrio se localiza en el escarpe de un antiguo macrodeslizamiento compuesto de suelos volcánicos poco competentes y con pendientes pronunciadas (figura 1). Las construcciones aumentan la carga en la ladera y la falta de servicios, entre ellos el de alcantarillado, aumenta la inestabilidad del terreno y la erosión del suelo. Si bien es considerada una zona seca, desde el año 2011 se reportan deslizamientos que llevaron a la implementación parcial de un proceso de relocalización al que no se acogieron todos los pobladores, y que aún no culmina debido a problemas legales relacionados con los predios.

Figura 1 Vista frontal de la pendiente del barrio “Buenavista del Norte”  

La municipalidad ha realizado varios estudios, uno de ellos solicitado por la comunidad, para determinar el nivel de riesgo en esta zona. A partir de ello, en el año 2017 se declaró la zona como área de riesgo no mitigable frente a movimientos en masa y sismos (Rivera 2017) debido a la alta probabilidad de que se presenten pérdidas de vidas e infraestructura ante un evento sísmico. Además, se le dio esta clasificación debido a que la mitigación no es viable económicamente pues su costo es mayor que el de reubicación. La respuesta de los pobladores ha sido desconocer la catalogación, y en un proceso de más de 10 años han sido pocas las familias que aceptaron la relocalización, que fue la solución que ofreció la municipalidad.

“Solo pido un lugar digno para vivir, no está bien que por la desinformación de uno sobre el lugar que uno compra estemos pasando esto” (notas de campo, Quito, 28 de febrero de 2020). Esta frase sintetiza el sentir colectivo de los habitantes del barrio. Su expectativa se corresponde con el común denominador de los asentamientos informales: ocupar el terreno con construcciones sencillas, consolidarlo con la llegada de más gente y luego solicitar la legalización para acceder a servicios básicos. Pero el desconocimiento respecto a la condición geológica del terreno es el gran ausente en el proceso.

El barrio cuenta parcialmente con servicios como luz eléctrica y agua potable. Pocas son las viviendas que cuentan con medidores independientes, en muchos casos son compartidos. Además, algunas mejoras del barrio, como el adoquinado de la entrada principal, y recientemente (2021) de una de las vías, son el resultado del trabajo de la comunidad y de donaciones conseguidas por la dirigencia. Debido a la falta de sistema de alcantarillado algunas viviendas tienen pozos sépticos, y en otras los drenajes sanitarios son conducidos desde las viviendas a través de tubos de PVC que descargan directamente sobre las quebradas o los taludes. Desde 2016 el barrio cuenta con servicio de recolección de basura. La disponibilidad de estos servicios ha sido interpretada por los vecinos como un indicador de que podría ser legalizada la propiedad de la tierra. “Aquí también se paga impuestos, agua, luz, un momento nos dieron apertura para la luz, agua hace 20 años, pero ¿qué pasó?, ¿por qué en esa época no dijeron que no era habitable?” (notas de campo, Quito, 3 de octubre de 2020).

A pesar de la incertidumbre respecto a la legalización, los pobladores han realizado obras para mejorar sus condiciones de vida. Construyeron una de las casas comunales, implementaron dos parques para los cuales solicitaron apoyo del Gobierno parroquial y provincial, construyeron una gruta a la virgen y empezaron un proceso de reforestación de la ladera con plantas nativas donadas por varias entidades. Muchas de las intervenciones físicas en el barrio han estado orientadas a mitigar el riesgo y a adaptarse a las características de su medio ambiente. Por ejemplo, construir pequeñas zanjas de tierra al pie de los taludes que hacen las veces de cunetas y que son mantenidas a través de mingas de limpieza para canalizar el agua lluvia ante la ausencia de un sistema de drenaje. Quienes tienen más recursos construyen muros de contención (lo han aprendido en sus trabajos en el sector de la construcción) en los taludes de sus propiedades. El barrio cuenta con formas de organización comunitaria a través de una directiva y de asambleas. Dentro de los acuerdos establecidos en estos espacios se ha decidido pedir a los nuevos residentes que incorporen muros en sus terrenos. También han adoptado ciertos lineamientos como respetar 15 metros de retiro de las quebradas para construir sus viviendas y evitar construir pozos sépticos debido a que su presencia afloja la tierra. De igual manera, no quieren permitir que la gente construya en la parte baja del barrio para proteger la ladera, en la cual proponen sembrar un bosque. En síntesis, la gente reconoce que tiene capacidad de realizar mejoras en el barrio y que no debe esperar por que la municipalidad lleve a cabo acciones de este tipo. “El Municipio no nos quiere dar solución, nosotros nos damos las soluciones” (notas de campo, Quito, 3 de octubre de 2020).

Una de las primeras actividades presenciadas durante el trabajo de campo fue una reunión entre el barrio y las autoridades para discutir la regularización. En este espacio se constataron los dos pilares centrales del discurso institucional: los datos científicos de los estudios realizados y la normativa vigente, como insumos objetivos, veraces y por ende insalvables de cualquier negociación. Desde estas herramientas no se puede sino acatar lo que prescribe la técnica y la ley, “mejor no se encariñen con las casas” y “resguardar la vida es lo más importante” fueron frases lapidarias para las aspiraciones de los dirigentes barriales que asistieron a la reunión (notas de campo, Quito, 28 de febrero de 2020). A pesar de estas posiciones, en los meses siguientes se constató que los pobladores continuaban invirtiendo tiempo y recursos en seguir mejorando su barrio.

Figura 2.  “Lo que más le gusta del barrio”  

Por ejemplo, se evidenció un evento paradójico en particular por su fuerza simbólica: en una de las casas deshabitada por una familia que se acogió al plan de reubicación pero que no ha sido demolida aún y que presenta fallos estructurales visibles, los vecinos la adecuaron como casa comunal para tener un espacio donde reunirse.

Estos ejemplos de acción material sobre el territorio revelan un posicionamiento de negación frontal del riesgo que se materializa en este cuestionamiento a los informes técnicos y en el desacato a las decisiones de no ocupación de las casas. En la visión de los habitantes, la decisión municipal carece de legitimidad debido a que no fueron tomados en cuenta para el levantamiento de datos, y desconoce la capacidad de la gente para identificar cuándo el suelo es bueno y cuándo es malo. Para ellos “el Municipio quiere trabajar solo, no nos toma en cuenta, hace lo que quiere sin consultar a la gente que vive aquí, no han venido a ver lo que se ha progresado, lo que se ha trabajado” o “el suelo es duro, nosotros hemos cavado para los cimientos, no es como Quito donde cavas un metro y sale agua, son terrenos bien duros” (notas de campo, Quito, 3 de octubre de 2020). Este tipo de contrargumentos se fortalecen con la evidencia de que ante los eventos sísmicos de los últimos años el barrio no ha sufrido ningún daño y también hacen referencia a sus escasos recursos pues consideran que si el barrio fuera de mayor nivel económico se llevarían a cabo obras de mitigación.

Vemos en esta posición un conocimiento empírico impulsado por el arraigo al barrio que no tiene canales de escucha frente al tecnicismo de la gestión de riesgo. Si bien este conocimiento puede ser incompleto o erróneo, es parte esencial de la cognición de cómo los pobladores perciben “su” barrio frente a cómo es diagnosticado por la municipalidad. Otro tema problemático es que a pesar de que la gente ha denunciado en múltiples ocasiones la venta ilegal de tierras, el Municipio ha indicado a los dirigentes que deben poner la denuncia por tráfico de tierras y recolectar evidencia para poder intervenir. En el razonamiento de la gente, si se trata de una zona con un riesgo tan alto, las autoridades deberían ejercer mayor control para que no aparezcan nuevos asentamientos. Además, afirman que uno de los traficantes tiene familiares en el barrio, lo que podría significar problemas para los vecinos.

Ante la incertidumbre de la legalización y de un proceso de espera que lleva más de una década, la gente sigue construyendo una visión a futuro sostenida en la negativa a abandonar el barrio. Su expectativa es que el barrio crezca, que se haga más visible y así obtener la legalización, y para lograrlo los vecinos asumen que deben trabajar en mejorar el barrio. Los moradores usan el apego como discurso disuasorio y de apropiación, resaltando “la belleza” del lugar en el que viven, la buena calidad del aire, el fácil acceso a espacios verdes, el paisaje con el que despiertan cada mañana y la oportunidad de vivir en contacto con la naturaleza como ventajas que no podrán encontrar si aceptan la relocalización en departamentos (figura 2). Enfatizan en la calidad de vida que les ofrece la zona con frases como “mire la salud con la que vivimos, el aire, las montañas” (notas de campo, Quito, 7 de marzo de 2021), que tienden a idealizar una relación con la naturaleza sin la presencia del riesgo.

La negación a abandonar el barrio también está vinculada a las posibilidades de comprensión del riesgo. La socialización del conocimiento técnico es esencial, pero necesita desarrollarse a través de un lenguaje comprensible. A pesar de las explicaciones de la municipalidad, la gente solicita ayuda para entender la problemática del riesgo ya que consideran que el riesgo está presente en toda la ciudad y no solamente en el territorio que habitan. Ello les permitirá tener una visión a futuro después de tantos años de espera y de trabajo infructuoso para conseguir la regularización. A partir de las actividades del proyecto Ciudades del Mañana en el que se presentaron los resultados de un nuevo estudio geológico, algunas de estas dudas se aclararon y se identificó el interés de la gente por aprender a vivir más segura, independientemente de si logra regularizarse o no. “Por qué no nos dicen qué hay que hacer aquí, el técnico que nos diga cómo hacer los muros, aquí hay maestros constructores, si nos dan orientación podemos ver nuestra seguridad, que nos digan cómo protegernos” (notas de campo, Quito, 7 de marzo de 2021).

Amenazas físicas, riesgo y habitar en “Buenavista del Sur”

“Buenavista del Sur” tiene más de 45 años de existencia y surge a partir del parcelamiento de suelos de hacienda vendidos por los dueños o herederos y del tráfico de tierras. Los estudios para la construcción del alcantarillado revelan que en 2015 existía una población de 1311 habitantes y la proyección para 2025 es de 3563 personas, asentadas en una zona de 64,42 hectáreas (EMAPS 2015). Este barrio se ubica en un levantamiento tectónico que corresponde a un escarpe antiguo de un macrodeslizamiento, por lo que presenta altas pendientes que sumado al tipo y al uso de suelo (construcción de viviendas), y a las condiciones hidrometeorológicas es propenso a que se produzcan gran cantidad de movimientos en masa. La alta pluviosidad propia del invierno genera deslizamientos que pueden llegar a convertirse en flujos de lodo que descienden impactando las viviendas que se encuentran ubicadas en la parte baja de la ladera. Las condiciones de humedad en el barrio provienen de diversas fuentes como aguas subterráneas (ojos de agua) y aguas residuales producto de filtraciones de pozos sépticos.

Figura 3 Vista del paisaje desde la huerta de una de las viviendas  

A ello se suma que parte del agua pluvial proveniente de la avenida Simón Bolívar ingresa al barrio y favorece los procesos de erosión e inestabilidad del suelo. Desde 1990 se reportan movimientos en masa tipo flujos de lodo que cada vez son más frecuentes. En 2019, luego de intensas lluvias durante días continuos se produjo un gran deslizamiento que afectó las viviendas y se registraron daños en el barrio que se ubica bajo la ladera. Algunos vecinos han rellenado la quebrada para ganar terreno, lo que ha generado derrumbes en época de lluvias “era hondísimo (…) como ya van viviendo van llenando y llenando (…) ahorita ya está plana” (entrevista a Ricardo, barrio Buenavista del Sur, enero de 2021).

El barrio está conformado por seis subsectores algunos de los cuales ya han sido legalizados, mientras que otros aún se encuentren en proceso. Una de las barreras para la regularización es que una parte se ubica en zona de protección ecológica. La calificación del riesgo en el barrio varía según la zona y la amenaza. En el caso de eventos sísmicos el riesgo es alto mitigable, mientras que para movimientos en masa el nivel difiere según los lotes y se ubica entre bajo y moderado. El riesgo para fenómenos volcánicos es bajo mitigable. Esta valoración como una zona de riesgo mitigable ha implicado que se implementen medidas estructurales de mitigación que permitan reducir el riesgo, por ejemplo, con la dotación del alcantarillado.

La domesticación simbólica del espacio está determinada por la ubicación del barrio en una ladera. Los pobladores destacan con orgullo la vista que tienen del valle, el aire puro, y la oportunidad de poder vivir cerca de la naturaleza. “Nos gusta el silencio, la vista, el aire puro, para nosotros es lo más hermoso que hemos tenido. Si puede apreciar usted la vista, cuando está despejadito, (…) en las mañanas vemos el Cotopaxi, el Antisana, el Cayambe” (entrevista a Ramiro, barrio Buenavista del Sur, enero de 2021). Los primeros dirigentes recuerdan momentos difíciles cuando el Municipio les negaba la implementación de obras por su ilegalidad. Ante la carencia de servicios y con el afán de vivir en mejores condiciones, los pobladores han domesticado la ladera sin conocer que se ubicaba en una zona de riesgo. En las entrevistas se identificaron varias de estas acciones, por ejemplo, antes de la construcción de la avenida Simón Bolívar los vecinos debían cargar el material para construir sus viviendas y caminar largo tiempo por chaquiñanes para poder tomar un bus. Con base en el trabajo en minga hicieron cortes en la montaña, abrieron los caminos y construyeron escalinatas. Vivieron muchos años sin luz eléctrica hasta que instalaron postes de madera cortada de un bosque cercano e hicieron conexiones domiciliarias.

El abastecimiento de agua ocupa un lugar central en su memoria, pues, aunque tenían vertientes naturales en la zona baja, la pendiente del terreno hacía muy difícil su uso y por ello se abastecían mediante tanqueros, pero resultaba muy costoso. Accedieron a un grifo público instalando mangueras desde sus casas y organizaron turnos para abastecerse. Desde 2014 el barrio cuenta con agua potable y medidores independientes luego de la gestión realizada por los dirigentes con la municipalidad.

El barrio no se consolidó rápidamente ya que la ausencia de servicios básicos desincentivó a la gente. Por ello, muchas familias decidieron sembrar aprovechando la calidad del suelo antes de construir las viviendas, incluso en la actualidad varias de ellas mantienen la costumbre de la siembra y la cría de animales menores, generalmente para autoconsumo y en menor medida para la venta (figura 3). Con la implementación de algunos servicios básicos el barrio aumentó su población. Si bien actualmente hay varios terrenos vacíos, algunos de los cuales se utilizan para sembrar, el barrio ha crecido y cuenta con edificaciones nuevas y de varios pisos. Ante la ausencia de alcantarillado las viviendas contaban con pozos sépticos cuya presencia incidía negativamente en la estabilidad de la ladera pues aumenta la cantidad de agua subterránea. A partir de la implementación del alcantarillado en los últimos años, muchos de estos pozos han sido abandonados o cerrados. El conocimiento constructivo de los pobladores (muchos trabajan en la albañilería) ha sido aprovechado para adaptar algunas de las viviendas al entorno. “Yo construí esta casa, porque yo sé albañilería, de carpintería, de fierrero, sabía todo eso, sé, mejor dicho, yo mismo hice esto” (entrevista a Arturo, barrio Buenavista del Sur, enero de 2021).

El barrio ha establecido un vínculo especial con la avenida Simón Bolívar ya que les ha permitido conectarse con otras partes de la ciudad, acceder a líneas de transporte y ha acelerado la ocupación, por lo que los vecinos afirman que ahora son “parte de la ciudad”. Como relato emblemático de la historia del barrio cuentan que, ante la falta de respuesta municipal, y a pesar de las gestiones realizadas, los vecinos en asamblea optaron por cerrar el paso de los vehículos en la avenida para exigir ser escuchados por las autoridades, lo que les permitió conseguir el servicio de agua y el alcantarillado. “Nos parábamos en la autopista a exigir el alcantarillado, [íbamos] a verlos a los pobres vecinos (…), y les decíamos ‘vamos’, por lo menos, aunque arriesgándonos nuestras vidas en plena Simón Bolívar logramos las obras” (mapa parlante con Lorena, barrio Buenavista del Sur, mayo de 2021). Esta estrategia se ha aplicado en algunas ocasiones y la convocatoria generalmente ha incluido a otros barrios con necesidades similares.

En cuanto al riesgo, los pobladores reconocen claramente que la mayor amenaza del barrio es el exceso de agua. La gente ha identificado que es necesario cavar zanjas para canalizar el agua y evitar que entre a las casas. “Cuando llueve baja el agua todito por ahí, (…) aquí de los terrenos se acumula (…), tengo un canalcito para allá, se va para allá, sale a la escalinata” (entrevista a Arturo, barrio Buenavista del Sur, enero de 2021). Cuando tienen los recursos también se construyen muros de contención para las viviendas. Han aprendido a convivir con el agua, en especial quienes residen en lugares donde frecuentemente se producen deslizamientos. La lluvia siempre genera preocupación, “ahorita tenemos agua demasiado, si estamos ya rogando que deje mejor de llover (risas) por los derrumbes que se están dando” (mapa parlante con Lorena, barrio Buenavista del Sur, mayo de 2021).

Por ello, han implementado cunetas en las vías para que el agua baje sin problema. A partir del deslizamiento de 2019 la municipalidad aceleró la implementación del alcantarillado en la zona donde sucedió este evento, para reducir la probabilidad de que vuelva a suceder. La gente reconoce que esta obra les ha permitido vivir más tranquilos y canalizar el flujo del agua de lluvia. En las zonas que tienen mayor susceptibilidad a deslizamientos los vecinos se organizan para limpiar la vía, ya que se dificulta el tránsito de vehículos y de personas, también conocen que es útil cubrir con plástico el talud para evitar que el agua lave la tierra (figura 4).

Figura 4 Minga realizada después de un deslizamiento  

La perspectiva a futuro es que más gente llegue a vivir en el barrio para volverse más visibles y tener más fuerza al momento de exigir mejoras a la municipalidad y también para activar la economía local. También anhelan tener un parque para niños ya que no hay opciones de distracción en esta zona, e incluso proyectan un lugar turístico pues conocen que el barrio se ubica dentro del recorrido del CaphaqÑan (Camino del Inca) que atraviesa buena parte del sureste de la capital. Esta visión positiva del crecimiento contrasta con la recomendación de los estudios de riesgo realizados que sugieren no construir más viviendas y evitar que las existentes incrementen el número de pisos para no añadir peso sobre la ladera. Algo difícil de lograr si se considera que gran parte del barrio es legal, que no existe control sobre las construcciones y que la gente mantiene una práctica constructiva de vivienda progresiva donde la casa crece conforme crece la familia. En definitiva, la gente puede mantener su forma de vida en el territorio, pero el barrio no puede crecer sin aumentar su vulnerabilidad. Por lo tanto, el futuro mantiene un alarmante nivel de incertidumbre, el riesgo potencial es alto en estas perspectivas de consolidación, lo que implica una paradoja entre el desarrollo que ellos quisieran lograr y lo que la prevención técnica recomienda.

Esta misma paradoja se ve en temas más cercanos como el asfaltado de calles, que es una de las prioridades de la comunidad por lo difícil del acceso, sobre todo en épocas de lluvia. Esta infraestructura es considerada por la gente una puerta para conseguir una línea de bus y conectarse con otros barrios. Sin embargo, si no se contempla una obra integral con cunetas revestidas (algo que la municipalidad no tiene previsto realizar por el momento), el revestimiento de concreto puede acelerar la velocidad del agua y contribuir a la generación de los riesgos.

5. Discusión

El análisis presentado evidencia el desfase que existe entre las preocupaciones y decisiones de las instituciones responsables de la gestión de riesgo y los marcos interpretativos de la situación que poseen los pobladores. La perspectiva cultural permite tomar ambas narrativas como constructos dotados de una racionalidad propia, evitando la jerarquización que le otorga al conocimiento científico una posición dominante. Siguiendo el marco analítico propuesto se trata de sistemas de valores en juego, donde muchas de las soluciones técnicas resultan inviables socialmente, por lo que el campo de negociación no se da en la precisión en la medición del riesgo, sino en la construcción de significaciones que legitiman o no dichas soluciones técnicas.

Con respecto a los procesos de domesticación del espacio, es necesario una mirada más profunda a los condicionantes ambientales pues en los casos estudiados se evidencia que la información geológica cambia sustancialmente la imagen que tienen los pobladores del lugar que habitan. A fin de cuentas, tanto las operaciones materiales como simbólicas de reconocimiento del lugar se despliegan sobre el suelo más superficial, bajo la premisa de que tiene cierta estabilidad. Cuando se descubre que el subsuelo no ofrece la estabilidad supuesta, todo el proceso de domesticación entra en crisis, generando impotencia porque las capacidades desarrolladas se perciben insuficientes para continuar con el asentamiento proyectado.

En los dos casos estudiados la declaratoria de riesgo cuestiona la continuidad de las formas de habitar. En el primer caso, que resulta el más crítico, la calificación de riesgo no mitigable pone en pausa el presente dejando a los habitantes con la incertidumbre de continuar habitando el barrio en el que han invertido sus mayores recursos. En el segundo, la calificación de riesgo mitigable contribuye a mantener la expectativa de consolidación y de crecimiento del barrio, aunque esto sea contraproducente por el incremento de riesgo futuro. En ambas situaciones se observa la utilidad de la noción de inmunidad subjetiva, pues en definitiva como apuestas de futuro los dos barrios comparten una suerte de confianza ciega en que la catástrofe no se llegará a producir. Pero cabe enfatizar que esta confianza no es pasiva, sino que siempre va acompañada de acciones concretas de mejoramiento del barrio, que, si bien pueden resultar poco efectivas frente a las grandes amenazas, refuerzan el sentido de agencia que tienen los pobladores en la producción de su territorio. El deseo de permanecer y consolidar los territorios alimenta la visión de los habitantes de que “se puede hacer algo” para contrarrestar el riesgo, pero las soluciones que ofrece la racionalidad institucional están definidas desde “lo técnico”, que se vuelve una experticia cuya neutralidad valorativa es incapaz de volver inteligibles tales expectativas.

6. Conclusiones

En este artículo se presentan los resultados de un estudio etnográfico acerca de cómo se reconstituyen las trayectorias de habitar en lugares que han sido calificados como zonas de riesgo. La base de información empírica proviene de la comparación entre dos barrios en la ciudad de Quito, muy similares ya que su historia se apega a la lógica de los asientos informales en la capital ecuatoriana: ocupar el espacio y regularizar el asentamiento en el futuro. Sin embargo, en este trayecto aparece la mayor diferencia entre ellos: las particularidades geomorfológicas del suelo de cada uno generan clasificaciones de riesgo distintas, las cuales conllevan la posibilidad de regularización o no de los asentamientos. Así, mientras “Bellavista del Sur” posee la calificación de riesgo mitigable y está en su mayoría regularizado, “Bellavista del Norte” es declarado como sitio de riesgo no mitigable y esto es determinante para la negativa a su regularización por parte de las autoridades.

Bajo el prisma de recursos conceptuales que ofrece la antropología para entender las dinámicas socioespaciales, se evidencian las acciones materiales y simbólicas de los residentes que buscan reafirmar el vínculo con el territorio en respuesta a las declaratorias de riesgo. En este escenario, la reproducción de la vida cotidiana es el bien mayor de las comunidades y a pesar de que resulta ser lo central en la racionalidad de los habitantes, es ignorado por completo en los diagnósticos de riesgo que se fundamentan en el conocimiento de las características físicas del lugar. Como síntesis de los hallazgos de campo se muestra que los pobladores activan un conocimiento empírico formado en la experiencia de domesticar los espacios que habitan durante décadas, fortalecido con sus conocimientos adquiridos en el empleo en el sector de la construcción, y desde esta posición tratan de hacerse escuchar frente a las racionalidades de los saberes técnico-científicos y de la toma de decisiones. A partir de estas negociaciones se puede confirmar que las formas en que el problema del riesgo se vuelve inteligible para los distintos actores está atravesado por sistemas morales y de valores disímiles tal como lo muestra la bibliografía consultada.

Por otro lado, el punto de vista de las comunidades trabaja en anteponer una valoración positiva de los barrios como recurso cognitivo que idealiza ciertos atributos ambientales y que resulta útil para contrastar la negatividad simbólica que porta en sí misma la calificación de riesgo. También en sintonía con los estudios antropológicos sobre riesgos y desastres resulta pertinente para estos casos la noción de inmunidad subjetiva ya que para los pobladores las amenazas geomorfológicas se vuelven distantes, poco visibles y hasta dudan de ellas, en contraste con las miradas técnicas que las ponderan con la certeza del despliegue de la sofisticación científica. Así, los pobladores desarrollan operaciones materiales y simbólicas para reafirmar su presencia en el espacio, aunque algunas de ellas puedan incrementar la acumulación de riesgos.

Considerar seriamente la racionalidad de la población se vuelve una necesidad indispensable de la práctica de la gestión de riesgos. Desestimar estos puntos de vista por ser contrarios a la racionalidad científico-técnica resulta contraproducente para los mismos intereses de la intervención en las situaciones más críticas, pues hace que las recomendaciones pierdan legitimidad y, por ende, viabilidad social para implementarse. Las formas en que el conocimiento científico se socializa es un factor decisivo de cara a una negociación más horizontal que permita a los actores volver inteligibles entre sí sus necesidades, experticias y capacidades.

Apoyos

Esta investigación se desarrolló en el marco del proyecto Ciudades del Mañana (Tomorrow’s Cities), financiado por UK Research and Innovation (URKI), Global Challenges Research Fund (GCRF) y Urban Disaster Risk Hub (grant no. NE/S009000/1); la ejecución estuvo bajo la coordinación de University of Edinburgh y University of East Anglia. A nivel de Ecuador este proyecto fue ejecutado por la Escuela Politécnica Nacional (EPN), la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO Ecuador).

La metodología y el trabajo de campo han sido construidos con el equipo multidisciplinario del proyecto mencionado, por lo que agradecemos en particular a Teresa Armijos Burneo, Giuseppe Forino y María Isabel Cupuerán por sus aportes.

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Entrevista a Lorena, realización del mapa parlante, barrio Buenavista del Sur, mayo de 2021. Entrevista a Ricardo, morador del barrio Buenavista del Sur, enero de 2021. [ Links ]

2Cómo citar este artículo: Santillán, Alfredo, y Elisa Puga-Cevallos. 2023. “Habitar territorios en riesgo: apropiaciones espaciales y disputas simbólicas en dos barrios periféricos de Quito”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 75: 81-102. https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5511

1Notas i Optamos por utilizar nombres ficticios debido a que sus pobladores prefieren no exponerse a la visibilidad pública por dos razones: en primer lugar, las declaratorias de riesgo tiene impactos negativos en la imagen externa que se tiene de sus territorios y, en segundo lugar, debido a que buscan tener relaciones favorables con las autoridades municipales, con quienes están en negociaciones permanentes. ii Escarpe: zona de ruptura del deslizamiento. ii Macrodeslizamiento: deslizamiento de tierra de gran magnitud. ivSuelos débiles que no están tan compactos y por eso se deslizan. v Camino o atajo creado y usado por la gente que reside en una zona poco accesible.

Recibido: 02 de Mayo de 2022; Revisado: 27 de Julio de 2022; Aprobado: 01 de Noviembre de 2022

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