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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

versión On-line ISSN 1390-8065versión impresa ISSN 1390-1249

Íconos  no.74 Quito sep./dic. 2022

https://doi.org/10.17141/iconos.74.2022.5255 

Articles

Pensar las clases medias desde América Latina: una actualización de viejos debates

Considering middle-classes in Latin America: An update of old debates

Isabel Díaz* 
http://orcid.org/0000-0002-2794-6192

Doctoranda

*Doctoranda. Programa en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. isabel.diaz.armas@gmail.com


Resumen

Las aproximaciones a las clases medias que han primado en el pensamiento latinoamericano y organizan el debate académico actual conforman el núcleo analítico de este artículo. Se otorga especial interés a la estratificación y la movilidad social y política en cuanto ejes de la reflexión contemporánea, así como al imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a raíz del uso desenfrenado de este concepto. Luego del optimismo característico de las dos primeras décadas del siglo XXI, despuntan interrogantes en torno a la vulnerabilidad de los sectores medios en la región. A fin de sistematizar tales controversias, en este trabajo se ofrece una revisión de la literatura especializada sobre las clases medias latinoamericanas. De ello se desprende la centralidad que ha ocupado la relación entre dichas clases y el Estado en el devenir histórico de ambos en América Latina. Además, se problematizan ciertos mitos que guían el debate público sobre los procesos de politización de estos sectores: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”. Finalmente, se marcan coordenadas para una agenda de investigación sobre las clases medias en tiempos de crisis, colocando a la incertidumbre laboral en la primera línea de la discusión académica.

Descriptores: América Latina; clases medias; estratificación; movilidad social; politización; vulnerabilidad

Abstract

The approaches to the middle classes that have been dominant in Latin American thought and that structure current academic debate form the analytical nucleus of this article. In particular, this article focuses on stratification and social and political mobility, as topics of contemporary reflection, and the need to overcome myths that result from the unrestrained use of this concept. Following the optimism characteristic of the first two decades of the 21st century, questions emerge regarding the vulnerability of these middle segments of the population in the region. To synthesize these debates, this article offers a revision of the existing literature on the Latin American middle classes. The relationship between such classes and the state in the historical development of both in Latin America has been of central concern. In addition, certain myths are problematized that guide the public debate regarding the politicization of these sectors: neither “florindos” (self-centered) nor “ciudadanos de bien” (good citizens). Finally, the article reflects on how to study the middle layers of society in troubled times, placing labor uncertainty at the forefront of academic discussion.

Keywords:  Latin America; middle classes; stratification; social mobility; politization; vulnerability.

1. Introducción

En el presente trabajo se repasan las claves del pensamiento latinoamericano sobre las clases medias y las problemáticas en las que se centra el debate académico actual al respecto. Estratificación, movilidad social y política son los ejes de reflexión contemporánea, así como el imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a raíz del uso desenfrenado de este concepto. Además, con este artículo se retoma uno de los intereses de larga data de la sociología política latinoamericana sobre las clases medias, a saber: su relación con el Estado, ya sea en ciclos de expansión del aparato desarrollista-distributivo o en momentos de ajuste estructural y profundización de las desigualdades. En función de lo ya transitado, se develan ciertas coordenadas para pensar a las clases medias latinoamericanas en tiempos de crisis.

Luego del optimismo característico de las dos primeras décadas del siglo en curso, el sueño de las nuevas clases medias tambalea (Therborn 2020). En su lugar, despuntan interrogantes en torno a la vulnerabilidad de sectores medios, sin acceso a empleos de calidad ni redes de protección social adecuadas e incapaces de sostener sus expectativas de vida. Así las cosas, la metamorfosis -estadística y política- de las clases medias en consumidoras pierde viada y deja entrever, ante todo, su condición como parte de los amplísimos sectores que viven del trabajo. Ello coloca a las ciencias sociales frente al enorme desafío de generar marcos analítico-metodológicos capaces de aprehender la heterogeneidad de las clases medias, sus específicos mecanismos de reproducción social, así como los conflictos sociopolíticos que las constituyen al día de hoy.

En este contexto, este artículo procura ofrecer una revisión de la literatura especializada sobre las clases medias en la región. Ahora bien, lejos de cubrir el caudal de bibliografía que se ha escrito sobre este fenómeno, las secciones presentadas a continuación cumplen los siguientes propósitos. Primero, repaso las principales consideraciones teórico-políticas que han marcado el pensamiento latinoamericano sobre clases medias en clave histórica. Segundo, esquematizo el debate contemporáneo sobre este complejo entramado a partir de las principales interrogantes abordadas por la academia en lo que va del siglo: ¿Cómo definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un determinado período y cómo se posicionan políticamente? (Kessler 2020). Tercero, reviso ciertos mitos que resultan sintomáticos de las limitaciones y querellas que organizan el debate público en torno a las clases medias en la región: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”. Finalmente, propongo estudiar la vulnerabilidad de las clases medias desde enfoques que combinen la dimensión material y la dimensión subjetiva de esta problemática.

2. Breve historia del pensamiento latinoamericano sobre las clases medias

Hacia mediados del siglo XX (especialmente en las décadas de los 60 y los 70), despuntaron las reflexiones de la sociología latinoamericana sobre estratificación y clases medias, en estrecha relación con la cuestión del desarrollo y sus impactos en la estructura social (Sémbler 2006; Faletto 2009). En el marco del paradigma vigente y de la realidad de la época, el proyecto modernizador -que tomaba cuerpo en la expansión del aparato estatal y el modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI)- invitaba a plantear preguntas respecto a la relación entre las transformaciones de la estructura económica y los cambios en la estratificación social de los distintos países de la región. Entre otros, los procesos de urbanización y burocratización, la expansión de los sistemas de educación y de protección social públicos, el crecimiento del sector no solo industrial sino también de servicios, la transición demográfica y la expansión de las relaciones asalariadas en el mercado de trabajo fueron identificados tempranamente como motores de cambios en la estructura ocupacional, de una mayor movilidad social y de la expansión de las clases medias (Filgueira 2001).

Por un lado, los estudios pioneros estuvieron atravesados por los debates sobre cambio estructural y conflicto en América Latina. Desde las primeras reflexiones se reconocía la enorme heterogeneidad de los sectores medios y se esbozaban distinciones analíticas del tipo clases medias tradicionales vs. modernas (Fernandes 1973), clases medias residuales vs. emergentes (Graciarena 1967), o se dividían según el estatus y el sector de sus ocupaciones (Filgueira y Geneletti 1981). Ya en ese momento, parecía necesario distinguir entre “nuevas clases medias” (asociadas al desarrollo del sector moderno de la economía) y “viejas clases medias” (con mayor dependencia de las estructuras tradicionales y del reconocimiento de las clases dominantes). Asimismo, se apuntaba que las clases medias tendían a crecer entre sus segmentos “más bajos”, encubriendo procesos de proletarización e incluso factores de frustración social (Filgueira y Geneletti 1981). Ambas problemáticas, con sus respectivas actualizaciones, aún hallan resonancia en el pensamiento latinoamericano actual. Las clases medias emergentes durante el siglo XXI suelen asociarse a rangos de ingresos medios-bajos y trabajos de baja calificación, lo cual las coloca en una situación de vulnerabilidad, a la vez que se sugiere su constante tensión con las clases medias tradicionales por consideraciones de distinción y privilegios (Benza y Kessler 2020; Güemes y Paramio 2020).

Por otro lado, más allá de las transformaciones en la composición de las clases medias como producto de las dinámicas modernizadoras, su rol como sujeto histórico del desarrollo ocupó un lugar privilegiado en el pensamiento del siglo XX. En general, se insistía en la alta incidencia de los sectores medios en las definiciones de los patrones de desarrollo, de los cuales eran beneficiarios y artífices. Tales ideas se justificaban tanto en su cercanía ocupacional a los aparatos burocráticos como en su alegada capacidad de conducción de alianzas sociales multiclasistas, nacional-populares, favorables a los procesos de modernización en curso (Germani 1968; Ratinoff 1967). En este marco, el prolífico debate entre el marxismo y los estudios del populismo invitaba a estudiar a fondo las alianzas políticas existentes en la disputa por el Estado, como campo de conflicto y expresión histórico-institucional de las relaciones entre distintas fuerzas sociales y políticas bajo determinadas condiciones histórico-estructurales (Ianni 1973; Portantiero y De Ipola 1981). Sin duda, el abordaje de las clases medias en la región guarda cercanías muy estrechas con complejos procesos de incorporación popular y las matrices estatales que desde allí se tejen (Collier y Collier 1991). Así, antes que replicar la sonada tesis de la incorporación tutelada o instrumentalización de los sectores populares por parte de las clases medias desarrollistas (Cueva 1980), parece oportuno estudiar las alianzas de clase que se tejen en cada situación y disputa por el Estado. De lo contrario, tal como sugieren Coronel y Cadahia (2018), se corre el riesgo de negar a priori el potencial emancipador de los usos populares y, en este caso, “clasemedieros” del derecho.

Partiendo de la premisa de que los sectores medios eran los mayores beneficiarios del “modelo desarrollista”, 1 Graciarena (1967) advirtió tempranamente que el escepticismo de las clases medias frente a la intervención estatal minaba sus bases de reproducción social e incidencia política. En una línea similar, Saes (2001) criticó el apoyo selectivo de las clases medias brasileñas al programa neoliberal, con el que se pretendía poner límites a la inclusión social a la vez que se insistía en un Estado garantista a nivel laboral.

Tales lecturas tomaron cuerpo a finales del siglo XX, cuando el Estado neoliberal además de no suplir las expectativas fraguadas en el marco de la transición democrática (Filgueira et al. 2012), dejó a las clases medias en una situación de extrema vulnerabilidad (Minujin 2010). Frente a los embates de mercados desregulados, “los latinoamericanos encontraron que, a pesar de que trabajaban más que antes, obtenían menores ingresos y sus empleos eran más inseguros” (Filgueira et al. 2012, 36).

La precarización del mundo laboral, el golpe a los sistemas de protección social y el freno a la inversión estatal como motor del dinamismo económico pasaron factura a amplios segmentos de la población, incluidas las capas medias.

Frente a la crisis del modelo desarrollista clásico y los programas de ajuste estructural promovidos en las décadas de los 80 y los 90, el énfasis investigativo se volcó sobre las nuevas condiciones de exclusión y pobreza en la región.2 Ello puso coto a los estudios de estructura de clases y movilidad social hasta entonces boyantes y abrió la puerta a marcos analíticos enfocados más bien en los atributos y carencias individuales en cuanto determinantes de las condiciones de vida de las personas (Sémbler 2006). Podría sugerirse que el proyecto neoliberal encontró su correlato en el giro de las agendas de investigación y de las nuevas prioridades del pensamiento sociológico. En el sentido común de la época se imponía un horizonte de “empleabilidad individual” (Pérez Sainz 2014), basado en la cultura del riesgo, la incertidumbre y la exigencia constante de mejora de las capacidades individuales como vía de superación personal.

En tal escenario, se relegó el estudio de las restricciones sistémicas en las oportunidades de vida de los sectores medios, de quienes hoy se sabe que fueron una de las principales víctimas de la crisis del empleo formal -proyectada en el declive de uno de los mayores referentes de estabilidad laboral: el empleo público (Portes y Hoffman 2003)- y de la precarización generalizada del mundo del trabajo (Pérez Sainz 2014; Mora Salas 2010). 3. A la luz de esto, en los análisis acerca de las clases medias publicados a inicios del siglo XXI se insiste en que se trataba de una “zona gris” en la estructura social por la falta de información al respecto (Sémbler 2006).

Más allá de la limitada información sobre su composición ocupacional, rangos de ingresos, niveles educativos, patrones de consumo o incluso preferencias políticas, uno de los giros paradigmáticos en torno al estudio de las clases medias en este siglo ha estado asociado al estudio de la performatividad discursiva del concepto y la experiencia de grupos sociales. Para esto, se toman en cuenta las situaciones históricamente delimitadas, de quienes imaginan habitar una posición intermedia en términos de clase (Adamovsky, Visacovsky y Vargas 2014).

Lo anterior se encuadra en una crítica amplia al determinismo económico de los enfoques clásicos y en la apertura hacia esquemas de estratificación multidimensionales que incluyan nuevas dimensiones analíticas para complementar la estructura ocupacional. Ello no implica que se desplace completamente de la escena al estructuralismo latinoamericano, pero sí que este entre en diálogo con nuevos enfoques (Solís y Boado 2016). De tal forma, emergen -con más fuerza que antes, pues nunca estuvieron del todo ausentes- consideraciones sobre los niveles de educación, los patrones de consumo y endeudamiento, los circuitos de sociabilidad, la autoidentificación, las aspiraciones de reconocimiento o las trayectorias de las clases medias emergentes, entre otros aspectos.

3. Problemáticas actuales: estratificación, movilidad social y política

Kessler (2020) inauguraba un reciente seminario sobre clases medias en América Latina planteando las preguntas que han marcado buena parte de la discusión académica al respecto durante lo que va del siglo: ¿cómo definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un determinado período y cómo se posicionan políticamente? La primera interrogante remite a los parámetros de estratificación seleccionados para delimitar a las clases medias. Ello está directamente relacionado con los enfoques teórico-analíticos y los intereses de cada investigación. Villanueva (2018) recoge al menos cuatro formas de dimensionar empíricamente a las clases medias: según niveles de ingresos, tipos de ocupación, criterios subjetivos (autoidentificación) o esquemas multidimensionales (diferentes tipos de capital). De la definición que se escoja dependen los cambios observables en sus niveles de bienestar durante el siglo XXI, la realización de sus expectativas y la orientación de sus afinidades políticas.

Uno de los caminos que ha tomado la investigación sobre estratificación, muy ligada al campo de los estudios económicos y a organismos internacionales como el Banco Mundial, remite a la información de ingresos per cápita (Ferreira et al. 2013; López Calva y Ortiz Juárez 2014). Normalmente, los argumentos utilizados para aplicar estas metodologías se refieren a la disponibilidad y comparabilidad de datos a gran escala. En general, los análisis sobre la expansión de las clases medias durante los primeros tres lustros del siglo en curso y sobre los logros en la reducción de la desigualdad se basan en estas medidas. Más allá de lo oportuno de medir cambios en la distribución de ingresos (en especial en sociedades tan desiguales como las nuestras), este enfoque presenta algunas limitaciones. No solo se subsume bajo un mismo membrete a actores cuyos estilos de vida difieren largamente y cuyo único punto de encuentro sería la condición de “no pobreza”, sino que la estabilidad de los ingresos de amplios segmentos de la población está en entredicho en tiempos de crisis.

Por ello, orientarse solo con tal factor puede resultar engañoso. Generalmente, los modelos de estratificación por ingreso no dan cabida para pensar en clases medias empobrecidas, cuyas expectativas de vida no coinciden con sus ingresos y poder de consumo, o en sectores populares que, si bien cumplen determinados rangos de ingreso, no necesariamente comparten otros rasgos típicamente asociados a las clases medias. A esto se suman las críticas más extensas al análisis de clase pensado apenas en función de atributos individuales, como el nivel de ingresos, en lugar de tomar en cuenta el complejo entramado de relaciones que se tejen en virtud de las posiciones ocupadas en la división social del trabajo (Wright 2010).

Obviar el criterio de estratificación ocupacional supone desconocer la amplia tradición sociológica de los estudios sobre clases sociales. Hopenhayn (2010, 19) califica esta omisión como una suerte de “cojera epistemológica” que desdeña “la formación histórica de la clase media, donde los contornos laborales han sido determinantes”.

Ello no implica que se abogue por la autosuficiencia de criterios ocupacionales, los cuales también plantean varios problemas. Entre otros, los cambios del mercado laboral y la precarización de la vida en el capitalismo tardío pueden llevar a que determinadas categorías ocupacionales asociadas históricamente a las clases medias ya no respondan a los estándares de vida comúnmente asociados a estas.

Por ejemplo, a inicios de la segunda década del siglo XXI, los vínculos entre ocupaciones no manuales y determinados niveles de ingreso parecían haberse deteriorado en América Latina (Franco, Hopenhayn y León 2011). Sin duda, los impactos de la pandemia en el mercado laboral supondrán nuevos ajustes en este sentido.

Asimismo, los altos niveles de informalidad en la región hacen que gran parte de la población se quede por fuera de los esquemas ocupacionales que no logran aprehender este fenómeno (Portes y Hoffman 2003). Por todo esto, cada vez existe mayor apertura a poner en diálogo el estudio del mercado de trabajo y la ocupación con nuevos desarrollos conceptuales y metodológicos que tomen en cuenta distintos capitales. Un ejemplo de ello es la proliferación de estudios cualitativos en los que se emplean métodos etnográficos e históricos que se interesan en experiencias situadas (Visacovsky y Garguin 2009).

Con relación a la segunda pregunta (¿cómo les fue a estos sectores en un determinado periodo?), el análisis de las nuevas clases medias ha protagonizado el debate (Benza y Kessler 2020; Güemes y Paramio 2020; Bartelt 2013). Se trata de las capas que experimentaron procesos de movilidad social ascendente en lo que va del siglo, reflejados principalmente en el incremento de su poder adquisitivo. Las razones tras estas tendencias suelen estar asociadas a la reactivación económica de los años 2000 y a las políticas sociales desplegadas en varios países de la región. Si bien “la democratización del consumo” aparece como un signo positivo del ciclo posneoliberal, las clases medias emergentes rápidamente fueron catalogadas como sectores frágiles en términos estructurales. Aun cuando su poder adquisitivo aumentó en los primeros tres lustros de este siglo, experimentan problemas en la calidad de su inserción laboral-empleos informales y poco estables, sin acceso a sistemas de seguridad social-. Por ello, en momentos de contracción económica -como el fin del “boom de los commodities” o la crisis tras la pandemia por covid-19- su recientemente adquirido estatus de clase media corre peligro. A raíz de esto, desde enfoques más clásicos se advierte que lo vivido en América Latina no se trata de un proceso de expansión de las clases medias, sino de inclusión y mejora episódica en los niveles de vida de los sectores populares (Benza y Kessler 2020,64).

A su vez, las nuevas clases medias no pueden ser estudiadas sin hacer alusión a los cambios que su ascenso supuso -en términos materiales y subjetivos- para las clases medias tradicionales. En este sentido, es común señalar que la situación relativa de las clases medias establecidas se vio alterada por las transformaciones, aunque parciales, de la estructura social (Benza y Kessler 2020). Ello implica, primero, abordar la pregunta de quiénes se beneficiaron más del último ciclo de crecimiento económico, no solo en términos absolutos, sino también tomando en cuenta las ganancias relativas de distintos grupos sociales (Ramírez 2017). Tanto las transformaciones del mercado laboral (por ejemplo, la reducción de la brecha salarial entre trabajadores calificados y no calificados) como los patrones de intervención estatal (transferencias públicas condicionadas) beneficiaron sobre todo a los sectores más vulnerables. Segundo, la literatura ha problematizado las nuevas cercanías sociales (por ejemplo, acceso a aeropuertos, centros comerciales, instituciones de educación superior y otros espacios antes reservados a las capas de mayor poder adquisitivo) como “amenazas percibidas” hacia los mecanismos de reproducción social de las clases medias tradicionales (Cavalcante 2015).

Por último, sobre la cuestión de sus orientaciones políticas, uno de los temas que más atención generó en la opinión pública fue la relación de las clases medias con los proyectos posneoliberales. A lo largo de este siglo, ha existido amplio interés en el peso ascendente de las clases medias en la reconfiguración de las matrices sociopolíticas a nivel mundial (Therborn 2013; Milanovic 2017). En América Latina, la coincidencia entre los acelerados índices de reducción de la desigualdad y el “giro a la izquierda” marcó el debate.

En semejante escenario, la ambivalencia de quienes lideran la primera oleada progresista dice mucho de las tensiones políticas que se tejieron en torno a las clases medias. Evo Morales pasó de criticar las “clases a medias” a reconocer la importancia de “recoger las nuevas aspiraciones” de esos sectores (Villanueva 2018). Rafael Correa criticó la incongruencia de sectores emergentes atrapados en el “síndrome Doña Florinda”,4 a la vez que reconoció que “la izquierda ya no solo tiene que hablarle[s] a los pobres, sino también a la clase media” (Correa 2016, min. 20) Cristina Fernández denunció la “colonización cultural” de amplios sectores de las clases medias que actúan contra los intereses populares, aun cuando muchos califican al kirchnerismo como populismo de clases medias (Boos 2020; Svampa 2013). Dilma Rousseff insistió en el ideal de convertir a Brasil en un “país de clase media” y, sin embargo, el proceso de desestabilización de su Gobierno inició con movilizaciones de gran calado entre los estratos medios (Singer 2014; Cavalcante y Arias 2019).

En este contexto, gran parte del análisis ha estado orientado a examinar las cercanías y divergencias políticas entre las clases medias y distintos proyectos políticos, enfatizando en que no existe una conducta en bloque por parte de estos sectores (Cavalcante y Arias 2019; Villanueva 2020; Benza y Kessler 2020). La clásica pregunta de doble vía sobre las transformaciones experimentadas por distintos grupos dados ciertos patrones de intervención estatal y los cambios concomitantes en la base social de tales proyectos se coloca en primera línea (Singer 2009).

Tal forma de abordar los procesos de politización de las clases medias no es del todo nueva. De cierta manera, se trata de la actualización de cuestiones que guiaban la investigación hacia mediados del siglo XX. En ese entonces se estudió la relación de las clases medias con el Estado desarrollista y determinados regímenes de incorporación popular, tanto en lo relativo a la transformación de sus oportunidades de vida como en su afinidad política con dichos proyectos. Ante el “retorno del Estado” y el reposicionamiento de la cuestión redistributiva a inicios del siglo XXI, resulta lógico que el análisis de los sectores medios haya alcanzado nuevamente un lugar privilegiado. Dos décadas después, en medio de una crisis social prolongada y ante el reposicionamiento político-cultural de las derechas en la región, las dinámicas de cambio y conflicto que atraviesan los procesos de politización de las clases medias continúan convocando amplios caudales de atención.5

4. Mitos revisitados: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”

El imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a raíz del uso desenfrenado de la categoría “clase media” es uno de los puntos centrales de la agenda de investigación contemporánea.66 Ello supone rastrear la genealogía de la disputa política por este concepto e identificar los actores e instituciones que la protagonizan (Villanueva 2020; Kopper 2020; Arrambide 2020). A la par, invita a conectar las interpelaciones discursivas con las condiciones histórico-estructurales que permiten a ciertos grupos sociales concebirse como clase media en determinados contextos (Adamovsky 2020).

No es fortuito que Therborn (2020) sentencie que el discurso de las clases medias es al siglo XXI lo que el discurso de las clases trabajadoras al siglo XX, es decir, la expresión de complejos y disputados procesos de desarrollo. De tal modo, se sientan las bases para la proliferación de enfoques analítico-metodológicos que no solo reconozcan la heterogeneidad de las clases medias, sino que también coloquen al conflicto en el centro de los procesos sociopolíticos durante la formación de las clases.

En este marco, cabe revisitar algunas de las ideas que dominan el debate público sobre las clases medias. Tal pugna probablemente “dice más de todos nosotros y sobre cómo ajustamos nuestras categorías de análisis para acercarnos a la realidad social que sobre las personas a quienes hacen referencia estas etiquetas” (Villanueva 2020, 285).

Así, entre las propiedades que frecuentemente se atribuyen a las clases medias están, por un lado, la crítica al carácter “paradójico” de sectores que estarían sumergidos en una lucha por un estatus desconectado de sus posibilidades reales de vida. Por otro lado, las connotaciones positivas del “medio” como sostén idealizado del consenso democrático liberal y, en particular, de la lucha anticorrupción también cuentan con amplia cabida (Adamovsky 2020; Cavalcante 2018). Veamos.

El pensador marxista Erik Olin Wright aborda “el problema de la clase media” en términos de las “personas que no poseen los medios de producción, que venden su fuerza de trabajo en el mercado laboral y, sin embargo, no parecen ser parte de la clase trabajadora” (Wright 2000, 15; traducción y cursivas propias). Desde aquí ya se advierte una de las grandes paradojas que atravesaría a las clases medias, a saber: las aparentes contradicciones entre sus posibilidades y modos de vida.

Frente a ello, el propio Wright (2000, 16) propone la noción de “posiciones con-tradictorias dentro de las relaciones de clase” para referirse al grupo de lo que comúnmente se conoce como clases medias. Esta consideración hace referencia al aparato de dominación y vigilancia requerido para asegurar la productividad de los trabajadores y los poderes delegados en gerentes y supervisores para tales efectos. De igual forma, se incluye la figura de expertos, cuyos conocimientos escasos son de difícil control y garantizan un alto grado de autonomía. En ambos casos, Wright (2000, 18; traducción de la autora) habla de “posiciones privilegiadas de acumulación dentro las relaciones de explotación”. Sin desmedro de la necesidad de tomar en cuenta la heterogeneidad de los mercados de trabajo en América Latina (Portes y Hoffman 2003), se abre la puerta para pensar que “el privilegio relativo del dominado” constituye la marca de nacimiento de las clases medias.

En efecto, en el debate público y desde los enfoques más críticos, las clases medias suelen ser proyectadas como sectores aspiracionales, cuya distinción social se basa en el mimetismo a través del consumo o en la idealización del ser emprendedor antes que en la confrontación a los órdenes político-culturales dominantes (Villanueva 2020).

La imagen de “Doña Florinda”, personaje icónico de la cultura popular latinoamericana que constantemente intenta desmarcarse de sus vecinos por consideraciones de estatus, condensa estos imaginarios. Así, toma cuerpo la idea de que la defensa de pequeños privilegios relativos opera como espada de Damocles sobre las capas medias.

Ahora bien, el supuesto anterior requiere ser problematizado para no adelantar conclusiones. Primero, no esencializar a las clases medias implica tomar en serio la heterogeneidad de sus trayectorias sociales, así como el carácter contingente de las formas de ser clase media en contextos sociopolíticos y culturales específicos. Segundo, a fin de entender cómo los sentidos comunes dominantes (por ejemplo, el ethos emprendedor o del consumidor-endeudado) encarnan en distintos grupos sociales y con qué efectos, es necesario observar la articulación de los grandes relatos con las prácticas cotidianas y los mecanismos de acumulación de oportunidades característicos de las capas medias. Estos son pasos importantes para superar “el mito”: sientan las bases para distinguir a las clases medias de otros grupos sociales, dimensionar las distintas fracciones que se tejen en su interior y probar que su existencia histórica excede la condición residual -todo lo que no está ni muy arriba ni muy abajo en la estructura social- a la que suelen ser relegadas (Adamovsky 2020).

De igual forma, la (auto)idealización liberal del individuo de clase media, educado y emprendedor (Lungo 2017), en quien toma cuerpo la promesa moderna de movilidad social en cuanto recompensa al mérito requiere ser revisitada. Sin duda, cuestiones como la estabilidad laboral o la certidumbre económica son elementos recurrentes a la hora de imaginar a las clases medias (aun cuando la evidencia empírica muestra que este no siempre es el caso, en especial entre los estratos de ingreso medio-bajo). No obstante, hablamos de sectores que han rebasado ciertos umbrales de vulnerabilidad a la pobreza y cuyos capitales, sobre todo educativos, les garantizarían mejores oportunidades de competencia en el mercado laboral. En contraste, los sectores populares tienen más propensión a ser excluidos sistemáticamente de la obtención de títulos educativos, mientras que para las élites económicas pesan mucho más los beneficios obtenidos por el rendimiento del capital que por sus ingresos (Piketty 2014).

De ahí que la cuestión meritocrática, entendida como la (sobre)valorización del esfuerzo intelectual, se vuelve nuclear para justificar los mecanismos de reproducción social de las clases medias tradicionales (Cavalcante 2018). En esta línea, Ramírez y Minteguiaga (2020) cuestionan cuánta igualdad soportan nuestras sociedades y enfatizan que la versión hegemónica del ideal meritocrático no se basa en la defensa del esfuerzo individual como mecanismo de distribución, sino que legitima las desigualdades de clase subyacentes.

Esto se conecta con la estrecha relación que existe entre la lucha anticorrupción y la movilización de las capas medias en cuanto clase, que parece reeditarse en diversos ciclos de reducción de la desigualdad a lo largo de la región. Quizás el mejor ejemplo de ello son las movilizaciones contra el Gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil, pero también contra el de Correa en Ecuador o el de Morales en Bolivia. Más allá de la condena generalizada a la corrupción, lo interesante es evaluar el grado en que esta lucha interpela con particular eficacia a las clases medias.

Los análisis marxistas colocan a la acumulación por vías ilícitas y a la obturación de la competencia en igualdad de condiciones como una amenaza directa a la ideología meritocrática y a sus portadores por excelencia, las clases medias (Cavalcante 2018; Boito 2017). Además, tomando en cuenta que las clases medias son la mayor base de sustentación del pacto fiscal en América Latina, la percepción de grietas e injusticias entre lo que aportan y reciben, sin duda, abona al descontento (Avanzini 2012; Filgueira 2013). Si a esto le sumamos las propiedades que usualmente se atribuyen a las clases medias desde una óptica liberal, nos encontramos con que en múltiples escenarios asociados a la lucha anticorrupción se replica la imagen de sectores medios que se movilizan como ciudadanos -sin adscripciones políticas- en defensa de un bien público desconectado de sus intereses de clase (Cavalcante y Arias 2019; Díaz 2022). Situar esto no busca reesencializar a las clases medias ni imputarles intereses puramente instrumentales (en una operación opuesta a la procurada en los párrafos anteriores), sino llamar la atención sobre los cruces entre las dimensiones materiales y subjetivas de la desigualdad que se encuentran en los procesos de politización de los sectores medios.

5. Conclusiones: cuando la vulnerabilidad entra en escena

Hacia el final de la primera oleada progresista, distintos diagnósticos adjudicaban las (re)acciones de la clase media a malestares experimentados ante dinámicas de conver-gencia social ascendente o a la frustración por expectativas de consumo coartadas debido a la desaceleración económica. Luego de una pandemia que ha devenido en una profunda crisis social, la cuestión laboral aparece como uno de los principales factores de preocupación entre la población. El deterioro en las condiciones de inserción en los mercados laborales (inactividad, bajas en la participación laboral, sub/desempleo, informalidad, etc.) y la consecuente pérdida de ingresos ha afectado sobremanera a los estratos de ingreso medio y bajo, abonando a procesos de movilidad social descendente y a una mayor polarización de las oportunidades de vida entre los extremos de la población (CEPAL 2022).

Así, problemáticas que otrora solían asociarse casi automáticamente al estudio de las clases medias, hoy quedan eclipsadas. Es más, ante el redireccionamiento de la atención pública a salvaguardar condiciones mínimas de vida, aún está por verse si se experimentará un giro en la agenda intelectual hacia la llamada “pobretología”, como ocurriera hacia finales del siglo XX, o si el lugar de las clases sociales prevalecerá en la reflexión sociológica. En este contexto, el desarrollo de estudios orientados a comprender las experiencias de vulnerabilidad de las clases medias en tiempos de crisis resulta fundamental, más aún sin partimos de que nada dice más de la condición de clase media que la posibilidad de acceder a un empleo de calidad (Therborn 2020).

Existen varios elementos que se pueden aprender de lo ya transitado por los estudios sobre la clase media en la región para encarar el momento actual. El análisis sobre el impacto de las políticas neoliberales en la estructura de clases latinoamericana da cuenta del agudo deterioro y la fragmentación de los sectores medios ante situaciones de vulnerabilidad laboral (Portes y Hoffman 2003; Minujin 2010). De igual forma, en aproximaciones cualitativas a las experiencias de incertidumbre de las clases medias, se habla de sectores que si bien suelen asumirse como responsables de sí mismos bajo la lógica del mérito laboral, el ahorro, el endeudamiento y el consumo, en periodos de crisis ven sus murallas de protección individual desmoronarse (Vera 2013). Asimismo, las controversias más recientes en torno al fenómeno de las clases medias durante el ciclo posneoliberal permiten trazar ciertas coordenadas para agendas de investigación futuras. Tales disputas se organizaron principalmente en dos ejes: la sostenibilidad de las fuentes de bienestar de las clases medias y sus niveles de tolerancia a la des/igualdad.

El primer elemento, visto sobre todo desde el campo económico, se refiere al cuestionamiento de la capacidad estructural del modelo posneoliberal para sostener los ritmos de crecimiento del consumo y la expansión de las clases medias más allá del “boom de las commodities”. No obstante, ello da pie para abordar cuestiones más amplias como la regulación política de los mercados y las características de los regímenes de bienestar que estructuran el acceso a oportunidades de vida diferenciadas (Martínez 2007). En la clásica triada entre Estado, mercado y familia como media-dores del bienestar y de la estratificación social, cabe analizar cuál es el peso de cada una de estas instancias en la reproducción social y simbólica de las heterogéneas clases medias a nivel regional, así como la medida en que tales arreglos cambian y devienen en nuevas demandas en tiempos de crisis.

Lo anterior cobra particular relevancia luego de una pandemia que ha afectado desproporcionalmente a mujeres, jóvenes, trabajadores del sector informal y a las familias de bajos ingresos; mientras que en el caso de los sectores medios ha evidenciado amplias deficiencias en sus modos de inserción en los sistemas de protección social (CEPAL 2022). A nivel de los mercados laborales, según evidencia recabada para el caso chileno, distintos autores encuentran que “la vulnerabilidad de las clases medias parece menos asociada con los niveles de ingreso que con sus fuentes y condiciones laborales” (Barozet et al. 2021, 35). Tal tesis se sostiene en la diferenciación entre las clases medias profesionales y asalariadas en grandes empresas, quienes estarían sujetas a mayores niveles de estabilidad, y las clases medias de menor calificación, expuestas a desplazamientos obligados e inciertos entre empresas pequeñas de baja productividad o hacia el trabajo por cuenta propia en el sector informal.

En cuanto al segundo elemento, la problemática de la tolerancia a la (des)igualdad adquirió especial relevancia en un contexto en que la situación de clase media pareció volverse abruptamente accesible para un amplio segmento de la población latinoamericana, al menos en términos de poder adquisitivo. Es más, las percepciones populares de lo justo ganaron prominencia en el marco de regímenes posneoliberales cuya marca distintiva fue poner la deuda social y el rol redistributivo del Estado en el centro del debate político. Al respecto, Benza y Kessler (2020) cuestionan la profundidad de las agendas igualitarias basadas más en el eje de la inclusión social desde abajo que en la limitación de privilegios acumulados desde arriba. En cualquier caso, la cuestión del bienestar subjetivo y relativo adquirió protagonismo para abordar los procesos de politización de las clases medias en las últimas décadas.

Ante la prolongación de la crisis, cabe indagar entonces cómo procesan los sectores medios el temor al desclasamiento, qué estrategias de reproducción social des-pliegan y con qué éxito, en qué medida las aspiraciones individuales de antaño se vuelven frustraciones colectivas del presente y contra qué las proyectan. En suma, ¿cómo dotan de sentido a su existencia social? Sabemos, por ejemplo, que la mejora generalizada de las condiciones de empleo fue una de las razones tras el auge de las clases medias en la región, pero no comprendemos del todo cómo interpretaron los latinoamericanos tales oportunidades y menos aún cuál será su opción política ante la incertidumbre laboral. Estas son algunas de las cuestiones que afloran cuando se estudia a las clases medias en su articulación con distintos regímenes de acumulación y ciclos políticos en América Latina.

Retomando las interrogantes planteadas por Kessler (2020) -¿cómo definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un determinado período y cómo se posicionan políticamente?, no basta con señalar su expansión o contracción en términos de ingresos, aunque ello no es menor en sociedades tan desiguales como las nuestras, sino que hay que cuestionar las fuentes de su bienestar. No se trata apenas de establecer que les va mejor o peor, sino que cabe preguntarse cómo les va en relación con otros grupos sociales e incluso diferenciar la situación en el interior de las clases medias. Ante todo, no se puede pretender que su condición de clase determine sus afinidades políticas o que hay algo así como conductas en bloque sin tomar en cuenta otras dimensiones de la desigualdad. Considero que una de las claves para abordar esta última cuestión es conectar la investigación sobre los mecanismos de reproducción social de las clases medias con la pregunta de cómo los actores dan cuenta de sus oportunidades de vida.

Con ello se enriquece el debate pues se exploran los procesos de politización de los sectores medios a la luz de sus condiciones compartidas de vida y de las relaciones de clase en las que se encuentran insertos.

Apoyos

El artículo está basado en mi tesis de maestría en Sociología Política, para la cual recibí una beca de FLACSO Ecuador. Agradezco la guía y los comentarios de Franklin Ramírez.

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0Cómo citar este artículo:

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1Se trata de modelos de desarrollo endógenos y autosustentados, impulsados desde el aparato estatal y basados en el pensamiento estructuralista cepalino, en particular, del modelo ISI.

2La crisis del petróleo de 1973 y la deuda externa en los años 80 marcan el punto de inflexión del desarrollismo latinoamericano.

3Siguiendo a Mora Salas (2010), tal proceso de precarización conjugó tres dimensiones: a) desregularización laboral, b) debilitamiento del sindicalismo y c) restructuración productiva y flexibilidad laboral.

4El personaje de Doña Florinda pertenece a la icónica serie latinoamericana El Chavo del Ocho. Se trata de una mujer que vive en un barrio popular y que constantemente intenta desmarcarse de sus vecinos por consideraciones de estatus.

5El exvicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, es uno de los intelectuales que más ha reflexionado sobre la relación entre los cambios en la estructura de clase a raíz del ciclo progresista, las tensiones entre las nuevas y viejas clases medias y el devenir del Gobierno de Evo Morales. En un artículo sobre el golpe de Estado de 2019, Linera (2020) sostiene que la clase media tradicional constituyó la base social de la “fascistización” experimentada bajo el Gobierno de facto de Jeanine Áñez en Bolivia.

6Al respecto se puede consultar, por ejemplo, la compilación de artículos “Clases medias, más allá de los mitos” en Nueva Sociedad 285

Recibido: 25 de Noviembre de 2021; Revisado: 17 de Febrero de 2022; Aprobado: 27 de Mayo de 2022

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