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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

versión On-line ISSN 1390-8065versión impresa ISSN 1390-1249

Íconos  no.62 Quito sep./dic. 2018

https://doi.org/10.17141/iconos.62.2018.3252 

DOSSIER

¡Costureros carajo! Trayectorias de lucha y autogestión en las economías populares argentinas

Seamstresses Damn It! Struggle Trajectories and Self-Management in Argentina’s Popular Economies

Costureiros caralho! Trajetórias de luta e autogestão nas economias populares argentinas

Alioscia Castronovo* 

* Antropólogo, La Sapienza Università di Roma, Italia. Estudiante de doctorado en Ingeniería arquitectónica y urbanana, La Sapienza Università di Roma en cotutela con el Instituto de Altos Estudios Sociales y Universidad Nacional de San Martín, Argentina. ali.castronovo@gmail.com


Resumen

El propósito de este artículo es aportar a la conceptualización de las economías populares, dialogando con autores y perspectivas críticas en las ciencias sociales a partir de un trabajo de investigación etnográfica en Buenos Aires. Se trata de un recorrido en el tiempo y espacio de las tramas sociales, productivas y políticas de la cooperativa Juana Villca, protagonizado por trabajadores y trabajadoras migrantes de Bolivia, que nos introduce en el heterogéneo entramado de las economías populares. Reconstruyendo una genealogía de los procesos que llevan a la conformación de la cooperativa, se reflexiona en torno a los desafíos, potencialidades y límites de la autogestión como experimentación productiva y articulación de una nueva institucionalidad comunitario-popular.

Descriptores: economía popular; autogestión; trabajo; Argentina; migrantes

Abstract

The purpose of this article is to contribute to the conceptualization of popular economies, creating a dialogue between authors and perspectives of the social sciences and drawing from an ethnographic research project in Buenos Aires. This article is about a journey of the social, productive, and political threads in time and space of the Juana Villca cooperative, which had as its protagonists’ migrant Bolivian workers. This cooperative introduces us to a heterogenous framework in popular economies. By reconstructing a genealogy of the processes that lead to the creation of a cooperative, there is a reflection on the struggles, potentials, and limits of self-management as a productive experimentation and articulation of a new communitarian-popular institutionalization.

Keywords: popular economy; self-management; work; Argentina; migrants

Resumo

O objetivo deste artigo é contribuir à conceitulização das economias populares, dialogando com autores e perspectivas críticas nas ciências sociais a partir de um trabalho de pesquisa etnográfica em Buenos Aires. É um percurso no tempo e no espaço das tramas sociais, produtivas e políticas da cooperativa Juana Villca, protagonizado por trabalhadores e trabalhadoras migrantes da Bolívia, que nos introduz na heterogénea rede das economias populares. Reconstruindo uma genealogia dos processos que levam à conformação da cooperativa, reflete-se sobre os desafios, potencialidades e limites da autogestão como experimentação produtiva e articulação de uma nova institucionalidade comunitária-popular.

Descritores: economia popular; autogestão; trabalho; Argentina; migrantes

Introducción

Hay escenas que condensan momentos, épocas, eventos y procesos sociales, escenas que permiten entrever novedades, vislumbrar continuidades, trazar genealogías, sentir ciertas resonancias, rastrear trayectorias consolidadas o descubrir las múltiples maneras en que se renuevan, en formas particulares y contingentes, los modos de vida, los sentidos y las prácticas del conflicto social. En este artículo se propone aportar a la conceptualización de las economías populares a partir de algunas escenas etnográficas que permiten profundizar la reflexión en diálogo con autores y perspectivas críticas en las ciencias sociales, buscando volver complejas las novedades y continuidades, en el tiempo y espacio, de sus tramas sociales, productivas, políticas y económicas. Comenzaremos nuestra inmersión en las economías populares con un recorrido por el proceso social protagonizado por la cooperativa Juana Villca, experiencia de autogestión del trabajo y organización colectiva de un conjunto de trabajadores y trabajadoras migrantes del sector textil en Buenos Aires. Esta experiencia permite visibilizar las heterogéneas configuraciones de los procesos de politización de la cooperación social que se despliegan en los territorios urbanos en donde las prácticas de autogestión renuevan las formas de la conflictividad social.

Nuestra perspectiva1 hacia las economías populares busca tensionar las categorías de marginalidad, informalidad y exclusión utilizadas en las ciencias sociales en relación con estas tramas socioeconómicas, para reflexionar en torno a la agencia y capacidad de establecer estrategias y proyectos por parte de las subjetividades que la protagonizan y visibilizar su productividad. Entendemos por economías populares un conjunto de tejidos heterogéneos de actividades productivas, prácticas sociales y culturales, subjetividades, infraestructuras y espacios cuyo origen político (Gago 2016) se conecta con las insurrecciones populares y las revueltas plebeyas (Gutiérrez Aguilar 2008) que han llevado al comienzo del nuevo siglo a un quiebre de la hegemonía neoliberal y al llamado giro progresista de los gobiernos en América Latina. En Argentina, este origen político remite a los ciclos de luchas anti-neoliberales alrededor de la crisis de 2001, a los cortes de ruta del movimiento piquetero,2 a las experiencias de autogestión y recuperación de empresas, a las asambleas barriales que en plena crisis constituyeron las infraestructuras de la vida cotidiana de los excluidos del neoliberalismo. Estas economías, en las cuales se entrelazan y se combinan procesos de construcción de un horizonte comunitario-popular (Gutiérrez Aguilar 2015) con modalidades de apropiación y reinterpretación de los valores neoliberales (Gago 2014), se expandieron a partir de una significativa relación con las políticas públicas de los gobiernos progresistas articulándose de forma variada y variable con el mercado y las finanzas (Gago y Mezzadra 2015). Frente a las políticas de ajuste neoliberal en la actual coyuntura político-económica en Argentina, las organizaciones de trabajadores de la economía popular se han transformado en importantes actores sociales políticos y sindicales que a la vez organizan la reproducción social en los territorios, negocian con el Estado y renuevan las luchas sindicales y la conflictividad social.

La reflexión etnográfica se desarrolla a partir de un conjunto de diálogos y debates en espacios colectivos de investigación militante3 y autoformación con los trabajadores de la cooperativa,4 en el marco de una práctica de investigación que experimenta modalidades de articulación de la escucha etnográfica con la elaboración teórica y conceptual compartida (Carenzo y Fernández Álvarez 2012). De esta manera, se busca valorizar la cercanía, complicidad y colaboración como recursos para la investigación etnográfica (Carenzo y Fernández Álvarez 2012). Los espacios de elaboración colectiva apuntan a desnaturalizar ciertas prácticas, desactivar ciertas lecturas, profundizar preguntas, renovar herramientas teóricas, conceptuales y prácticas que ya no demuestran suficiente potencia para entender tanto las formas de explotación como las conflictividades sociales y desarrollar estrategias eficaces.

En la primera parte del artículo, nuestro recorrido comenzará con dos escenas en movimiento que permiten reflexionar en torno a los desafíos que estos procesos de organización y autogestión del trabajo enfrentan en la actual coyuntura político- económica en Argentina. Escenas que se conectan, dialogan, muestran límites y potencialidades de estas experiencias permitiendo situarnos en la materialidad de los procesos sociales de la economía popular. Por medio de estas escenas situadas en un campo de investigación política extremadamente actual y políticamente disruptivo, nos proponemos trazar nuevas conexiones, visibilizar experiencias, esbozar cartografías para orientarnos en la complejidad del presente.

En la segunda parte del artículo proponemos problematizar las dinámicas sociales visibilizando ambivalencias y tensiones vinculadas con las relaciones de poder y las formas de resistencia que exhiben las disputas en torno a los procesos de subjetivación y conflicto. Buscaremos interpelar las voces de las subjetividades que mediante las luchas organizan sus prácticas cotidianas, disputan y transforman los territorios, enfrentan las consecuencias materiales de los despojos. Con esta contribución nos proponemos contribuir a mapear los ámbitos de conflicto y despliegue del antagonismo social que se expresan en las economías populares y en los territorios para interrogarnos en torno a las potencialidades de la creación de nuevas infraestructuras populares donde emergen “las capacidades de una producción y reproducción de lo social que sabe por momentos antagonizar y producir disputa por la decisión política y por momentos replegarse frente a violencias que no tiene cómo enfrentar” (Gago y Sztulwark 2016, 17).

Una disputa callejera

Una primera escena que permite acercarnos a las economías populares en la actual coyuntura en Argentina muestra una multitud de trabajadores y trabajadoras de la economía popular5 avanzando en el pleno centro porteño durante la segunda marcha de San Cayetano. 6Las columnas avanzan por las calles desestabilizando temporalidades y fronteras espaciales de la máquina metropolitana que conjuga explotación, extracción de riqueza y acumulación financiera. Un cruce de trayectorias, prácticas, encuentros y desencuentros, discursos y miradas atraviesan fronteras urbanas móviles y desencadenan nuevas dinámicas sociales. El ritmo de los tambores, cuyo temblor se propaga en miles y miles de cuerpos, acompaña y es a la vez acompañado por una multitud de historias, miradas y experiencias singulares y colectivas que se encuentran y se conectan a lo largo de la inmensa avenida Rivadavia, finalmente confluyendo con otras columnas en Plaza de Mayo. En cada esquina resuenan tambores, cantos y consignas, en las pancartas aparecen nombres de cooperativas y agrupaciones, organizaciones, barrios y localidades del cono urbano bonaerense.

Una multitud que llegó para quedarse, hombres y mujeres organizados en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y en otros movimientos sociales que, juntos con sindicatos y movimientos, impugnan desde abajo la agenda política, cuestionando la jerarquía de las prioridades, urgencias y necesidades en una época de ajuste neoliberal, despidos masivos y emergencia social. En esta primera escena, una multiplicación de pasos colectivos se hace espacio en la ciudad para visibilizar un “heterogéneo conjunto de sujetos desde la que se promueve el reconocimiento de las actividades que esta población realiza como un trabajo” (Fernández Álvarez 2016b, 74). Las vidas sin salario (Denning 2011) ni obra social, los trabajos desvalorizados o no retribuidos, las tareas y las actividades cotidianas, productivas y reproductivas, que contribuyen al crecimiento económico de la tercera megalópolis de América Latina. Entendemos estas subjetividades de la lucha, de acuerdo con lo que plantea Gutiérrez Aguilar (2015), como sujetos que no preexisten a los conflictos sociales sino que se constituyen y se transforman a la vez en el marco del despliegue de las luchas, abriendo nuevos caminos posibles. Desde esta perspectiva, las economías populares aparecen como ensamblajes dinámicos y heterogéneos que oscilan entre una “micropolítica cotidiana trabajosa y poco eufórica que, sin embargo, se construye como espacio concreto de experimentación de procedimientos, formas de hacer, producir y valorar” (Gago y Sztulwark 2016, 18) y la capacidad de desplegar movilizaciones masivas en las calles frente a las políticas de ajuste neoliberal que el país ha vivido en los últimos tres años (2015-2018).

En el medio de esta multitud, decenas de hombres y mujeres con sus trayectorias, biografías, experiencias de vida, lucha, migración y trabajo avanzan detrás de la pancarta del Centro Autogestivo Cooperativo Juana Villca, llevando sus reivindicaciones hasta la Plaza de Mayo. Son los costureros y las costureras de una cooperativa textil que lleva el nombre de la joven trabajadora costurera boliviana fallecida hace unos años en el trágico incendio del taller textil de calle Luis Viale, 7 dramático episodio que visibilizó las condiciones de explotación de los trabajadores informales del sector textil. La mayoría de ellos participa por primera vez en una marcha sindical callejera: en sus manos, las banderas, los retazos de tela y las pancartas reclaman reconocimiento del aporte del trabajo migrante, cierre de las importaciones y políticas públicas para la economía popular. En el día en que se proclama desde abajo la emergencia social en Argentina, 8 los compañeros y compañeras de la cooperativa comparten almuerzos en las ollas populares, reflexiones e inquietudes sobre los subsidios sociales y las políticas del gobierno. Las escenas de las movilizaciones populares y de los cortes de ruta, en las cuales resuenan las protestas callejeras del movimiento piquetero en la crisis de 2001, volvieron en la Argentina de estos últimos años renovando la resistencia plebeya, como micropolítica cotidiana y masividad en las calles.

En las caras, palabras, colores y banderas de estas multitudes emerge una compleja articulación de subjetividades y prácticas cotidianas que reorganizan la vida social y política, permiten y a la vez desafían los ritmos de la productividad y los consumos, la circulación del dinero y los afectos. Entramados que producen y transforman espacios y territorios frente a la hostilidad y la violencia que se propaga en los barrios, renuevan los conflictos y los antagonismos sociales, permiten y garantizan la reproducción de la vida y la producción de un conjunto de infraestructuras populares urbanas frente al despojo neoliberal y a la apropiación violenta de la tierra, de la riqueza, de los territorios. Hombres, mujeres, niños, villeros, desocupados, hijos de piqueteros, migrantes paraguayos, bolivianos, peruanos, obreros que perdieron sus trabajos en algún cierre de fábrica, trabajadores de la autogestión, los que dependen de planes sociales o los que transformaron una changa9 en un oficio, o juntaron una changa con otro laburo, protagonizan hoy un nuevo significativo proceso de organización social, sindical y política. Sus actividades cotidianas desbordan los límites entre barrios, calles y casas, reinventando los espacios y sus funciones, articulando prácticas comunitarias con múltiples estrategias y racionalidades económicas.

El desafío frente a esa escena, una vez más, es renovar el esfuerzo analítico para repensar las categorías con las cuales entendemos trabajo, territorio, explotación en relación con las modalidades de extracción de valor en el capitalismo contemporáneo. Consideramos que, por un lado, se necesita profundizar el análisis de las maneras en que las finanzas logran valorizar y explotar las economías populares poniendo a trabajar un conjunto de actividades, esfuerzos, ahorros, maneras de acumular y de reproducir la vida en los territorios (Gago 2016) en el marco del proceso de extensión, desborde y multiplicación del trabajo (Mezzadra y Neilson 2014), y por el otro, necesitamos interrogarnos en torno a las formas en que estas subjetividades explotadas por fuera del salario (Denning 2011) organizan la vida, las luchas y la resistencia. Quienes por mucho tiempo han sido considerados marginales, población sobrante, ejército de reserva, desocupados, se han convertido en productores de riqueza y se definen como trabajadores de la economía popular. Se trata de subjetividades anteriormente consideradas excluidas, cuya actividad y vitalidad permite una particular interpelación desde las finanzas, la cuales reconocen su productividad en el marco del despliegue de nuevas modalidades de explotación (Gago 2016). La codificación financiera de estas relaciones sociales de producción, por medio del endeudamiento masivo, reconfigura las dinámicas de explotación de los sectores populares (Roig 2017). Durante la marcha, la denuncia de la desvalorización del trabajo de los sectores populares (Roig 2017) se combinó con la reivindicación de un salario social complementario,10 abriendo espacios de crítica política y de conflicto en torno al endeudamiento y a los dispositivos de extracción del valor por parte del capitalismo contemporáneo (Gago y Mezzadra 2015). Al mismo tiempo, la apuesta por la organización colectiva y la sindicalización de estos entramados permite pensar formas de resistencia a la explotación y reconocimiento de lo que hay en común entre las heterogéneas subjetividades del trabajo precarizado y fragmentado a lo largo de las líneas de género, raza y clase. Esta primera escena muestra las tramas comunes que estas subjetividades tejen para enfrentar el despojo neoliberal e impugnar la agenda neoliberal junto con las movilizaciones sindicales, feministas e indígenas; estas últimas, por medio de la metáfora cuerpo-territorio, establecen nuevos encuentros posibles entre subjetividades expropiadas de su autonomía.

¡Costureros carajo!11

Con la segunda escena de nuestro recorrido volvemos a encontrarnos con los trabajadores de la Juana Villca en el galpón de la cooperativa donde alrededor de 60 costureros y costureras bolivianos cosen y cortan, sentados en sus puestos distribuidos en tres pisos, al ritmo de la cumbia y de las exigencias de la industria textil. En la pared del primer piso, un mapa reconstruye el proceso productivo textil, las tareas, los costos del trabajo y de los materiales, las ganancias y los precios. Mapeando las temporalidades y los espacios de la cadena de producción textil, se discuten las razones de la tercerización y la fragmentación que transformaron el sector textil en uno de los ámbitos de mayor explotación y extracción de valor por parte de las grandes marcas. En la puerta está colgado el anuncio del curso de autoformación cooperativa y de la próxima actividad familiar con talleres para los hijos e hijas de los trabajadores. Paquetes de tela se acumulan hasta el techo, juntos con remeras y jeans que falta terminar y se venderán quizás en Avellaneda, en Liniers, en La Salada o en los comercios de Palermo.12 Estamos en Ciudadela, a pocas cuadras de la avenida General Paz, frontera entre la capital federal y el inmenso cono urbano bonaerense, a pocos metros del flujo ininterrumpido de autos, motos y micros que circula por la avenida Rivadavia. Una extraordinaria densidad de intercambios, comercios, negocios, sonidos, olores, encuentros, fiestas religiosas populares, changas y transacciones financieras, comunitarias y bancarias definen el ritmo de la vida popular en los barrios alrededor del galpón.

Experiencias cooperativas, emprendimientos y espacios productivos combinan prácticas comunitarias ancestrales, inserción en el mercado informal, innovaciones sociales y culturales para enfrentar el despojo y la precarización laboral, mostrando a la vez la vitalidad y la complejidad de estas economías. En las esquinas resuenan los olores de comida paceña y en las ferias los productos andinos se muestran, se venden y se compran, visibilizando conexiones y migraciones transnacionales, mientras nuevas y viejas formas de acumulación del capital se combinan con redes comunitarias, trabajos precarizados y microemprendimientos populares. El ritmo de trabajo de los costureros en el galpón sigue ininterrumpido por varias horas, en las escaleras resuenan conversaciones cortas que se entremezclan con el ritmo de las músicas andinas, del reguetón y de la cumbia que se escucha desde las radios de la colectividad boliviana que acompañan las horas de trabajo de costura:

Acá cocemos remeras, guardapolvos, jeans y lo demás, pero también cocemos política para el sector, relaciones entre nosotros, entre nosotros acá adentro y los compañeros en otros espacios. Acá tratamos de experimentar nuevas formas de organización productiva y sindical para cuestionar concretamente el modelo-taller (entrevista a Juan, septiembre de 2016).

Así comenta Juan, presidente de la cooperativa y integrante del Colectivo Simbiosis Cultural, durante una de mis primeras visitas a la cooperativa, invitándome a sentarme a su lado para conversar mientras, recién llegado de una reunión de trabajadores migrantes, se sentaba frente a la máquina de coser a seguir con el trabajo que quedaba pendiente para el día. En la Juana Villca, trayectorias distintas de hombres y mujeres se conectan y se articulan cuestionando y tensionando las relaciones de poder, la organización del trabajo y los regímenes y fronteras socioespaciales (Soja 2016) de la cadena de producción textil. Un entramado experimentaciones políticas, sociales y económicas cuyas dinámicas buscamos comprender desde las miradas de quienes trabajan en este espacio. Reconstruiremos la genealogía de esta experiencia y los procesos que han llevado a su conformación para visibilizar las maneras en que se despliega la disputa en torno a las condiciones de trabajo y a las formas de organización en uno de los sectores clave de las economías populares y a la vez uno de los ámbitos que más sufren formas brutales de explotación y criminalización, etnicización y racialización del trabajo.

Las movilizaciones de los costureros, mano de obra fundamental de la industria textil en Argentina, comenzaron después del trágico incendio del taller textil del 30 de marzo de 2006 en calle Luis Viale, cuando un grupo de trabajadores migrantes se reunió para compartir sus inquietudes, angustias, dolores, deseos. En las palabras de Delia, trabajadora costurera e integrante de la cooperativa Juana Villca:

En 2006 cuando ocurrió el incendio en ese taller en que murieron seis personas, cinco de ellos menores de edad y una de ellas una mujer embarazada, a nosotros nos golpeó particularmente, a mí también me golpeó, yo fui una de las que tuvo suerte en este momento a no haberme encontrado sin trabajo y sin techo, porque lo que hizo el gobierno de la ciudad en este momento fue inmediatamente después del incendio empezar a allanar los talleres y nada, cerrarlos, sacar las máquinas [….] y una vez que cierra este taller la gente se queda sin trabajo y sin vivienda, lo que hace esta persona es irse a buscar otro espacio donde trabajar en igual o peores condiciones. Esto pasó en 2006 y en 2015 se volvió a hacer lo mismo, cerrar el lugar, clausurar, un montón de gente en las calles buscando encontrarle la vuelta, buscar una forma de seguir trabajando y subsistiendo (entrevista a Delia, noviembre de 2017).

Pocos años después nació el Colectivo Simbiosis Cultural, un espacio de encuentro, actividad política y cultural, reflexión, debate y problematización de las condiciones de vida y de trabajo por parte de trabajadores migrantes. Así lo cuenta Delia:

Al salir nosotros de Bolivia terminamos cortando todos nuestros lazos sociales con los cuales contábamos, nuestros amigos, nuestras familias. Al estar acá nos encontramos completamente aislados, pero lo que nosotros por lo menos logramos hacer es llegar a estos grupos de contención que nos ayudaron de alguna manera a pensar de qué manera nosotros podemos salir del taller y dejar de trabajar en estas condiciones. Por lo menos, nuestra propuesta fue siempre, nosotros nos organizamos, nosotros salimos de estos lugares, armando redes, buscando darle la vuelta, buscando espacios donde podemos trabajar menos cantidad de horas, en mejores espacios, en mejores condiciones y lo demás (entrevista a Delia, noviembre de 2017).

Cuando en 2015 otro trágico incendio en el barrio de Flores acabó con la vida de dos niños que vivían en el taller de calle Páez, la rabia y el dolor se trasformaron en movilización, denuncia, agitación política. Costureros, vecinos, activistas, integrantes de la colectividad boliviana y de otras organizaciones13 se juntaron para discutir las problemáticas que constituyen el trasfondo cotidiano detrás de estas tragedias, asambleas populares y reuniones informales comenzaron a visibilizar y denunciar las condiciones de explotación en el sector textil y a la vez la manera en que el Estado pretendía criminalizar y clausurar los talleres. Si por un lado estos trágicos incendios, las muertes y la ausencia total de condiciones de seguridad en un ámbito de explotación extrema visibilizaron la condición de los trabajadores de esta industria, por el otro, la criminalización de la economía informal y del trabajo migrante, la persecución y las clausuras de los talleres llamados “clandestinos”, la invisibilización de las responsabilidades de las grandes marcas en la explotación laboral representaron aspectos controvertidos de la respuesta estatal. Frente a la criminalización de los talleristas -los dueños de las máquinas- y a la victimización de los costureros -dueños de su propia mano de obra- que terminaron abandonados por las instituciones después de la clausura de los talleres informales, aparecieron voces diferentes que muestran la complejidad de la situación, denunciando los intereses y las ganancias de las grandes marcas y las responsabilidades del Estado (Colectivo Simbiosis Cultural 2015 y 2016). Voces sumergidas por los medios, estigmatizadas por visiones culturalistas o racistas -según las cuales los bolivianos estarían acostumbrados a estas condiciones de trabajo- y silenciadas por el discurso paternalista. Nace la campaña “Sacar del gueto la economía popular y migrante” y la Asesoría Textil, se abre un espacio de investigación militante, se debate sobre alternativas a este modelo productivo y de explotación. Desde la consigna del Colectivo Simbiosis Cultural: “Tenemos mil sueños que cumplir y dos mil prendas para cocer”, 14 se llega a la organización de una experimentación productiva que se propone conjugar los sueños y el trabajo cooperativo en un galpón, “buscándole la vuelta juntos” como afirma Delia en una conversación. Estos procesos, debates y eventos constituyen la genealogía de la cooperativa Juana Villca, cuya trayectoria representa un desafío a la vez productivo y político. La propuesta, que involucra una mirada del taller desde adentro y confronta las miradas hegemónicas que desde afuera criminalizan el taller o victimizan los trabajadores, es disruptiva: sacamos del gueto la economía popular y migrante15 y abrimos el taller. Ni clausuras, allanamientos, criminalización ni defensa de este modelo de trabajo, sino apertura, problematización y transformación de las condiciones y relaciones de trabajo desde la práctica de la autogestión.

Esta perspectiva cuestiona y a la vez trata de comprender y desafiar las dinámicas y condiciones de dominación e invisibilidad de estas economías sumergidas, permite un debate en torno a la naturalización de estas condiciones, involucrando las tramas políticas, económicas y culturales del taller, las relaciones familiares, de compadrazgo y de vecindad que dibujan trayectorias trasnacionales entre Bolivia y Argentina. La propuesta surge desde la experiencia directa de los trabajadores que viven estas relaciones de trabajo y se proponen transformarlas cuestionando sus propias condiciones de vida, poniendo en juego afectos, miedos, vitalidad, deseos y necesidades de los cuerpos explotados en los talleres. Cuando en 2015 en Ciudadela comienzan unas reuniones en la cooperativa textil Cildañez, que se hacen públicas por medio de las radios de la colectividad boliviana y de relaciones informales, decenas de talleristas se encuentran con la CTEP en búsqueda de una salida a la persecución policial y de la posibilidad de trabajar en condiciones mejores sin el riesgo de clausura, allanamientos y secuestros de las máquinas. Juan cuenta así este proceso:

Sin embargo, después del incendio de 2015 para nosotros la apuesta se duplicó. Ya se había intentado con eso de allanarlos, perseguirlos, señalarlos, ya estaba […] para nosotros era importante empezar a plantear otra cosa y eso efectivamente hicimos en la Casona de Flores con unas asambleas textiles que se hicieron durante varios meses y a partir de las cuales se fueron diseñando estrategias como para poder llegar hasta acá. En un espacio en Ciudadela empezaron a juntarse varios talleres en asambleas a las cuales nos invitan un día y vamos y así llegamos a conformar la cooperativa (entrevista a Juan Vázquez, noviembre de 2017).

La Juana Villca se configura como un espacio particularmente significativo para visibilizar los desafíos y las apuestas de las experiencias de autogestión y sus entramados vinculados con la politización de lo social, de lo productivo y de lo reproductivo, del consumo y de los modos de vida en los territorios. Consideramos esta experiencia, por su vinculación con el Colectivo Simbiosis Cultural, el Bloque de Trabajadores Migrantes (BTM) 16 y la CTEP, como infraestructura de una nueva institucionalidad popular que permite repensar la transformación social desde abajo en los territorios mediante la combinación y articulación entre dispositivos organizativos sindicales, sociales, territoriales, productivos y políticos.

Desafíos de la autogestión

La multitud en marcha y los desafíos de la vida cotidiana de los trabajadores de la cooperativa en el galpón constituyen dos escenas emblemáticas de los procesos de organización y politización en las economías populares: la experiencia de la Juana Villca muestra sus potencialidades justamente en la capacidad de abrir espacios de disputa de poder al interior del sistema-taller y a la vez enfrentar las lógicas de explotación del capitalismo contemporáneo. En esta segunda parte del artículo nos proponemos profundizar el análisis de las dinámicas de organización de la autogestión y la relación entre trabajo y política en el marco de la construcción de un entramado comunitario.

El proceso de organización de la cooperativa tensiona los discursos públicos dominantes en torno a la economía migrante y a los talleres textiles: frente a la victimización o la criminalización de estos trabajadores, que viven condiciones de subordinación, explotación y fragmentación, la lucha colectiva representa una apuesta a la transformación social protagonizada por las subjetividades empleadas en el modelo-taller.

Un modelo que explota redes comunitarias de migrantes y relaciones sociales que se articulan con base en la posibilidad de inserción en el mercado del trabajo a destajo. Un modelo que se reproduce estableciendo relaciones de reciprocidad perversa, como afirma Rivera Cusicanqui, en el marco de estrategias de migración y de relaciones basadas en derecho de piso, o sea de reciprocidad diferida (Rivera Cusicanqui 2018) y a la vez reproducen modalidades de brutal explotación en el marco de la tercerización y del trabajo informal a destajo, en la coincidencia entre lugar de trabajo y de vida -el llamado cama adentro- que permite resolver para los migrantes el problema de la casa y del trabajo en un solo lugar, conectándose con mercados informales y produciendo “ganancias clandestinas” para las grandes marcas (Fernández Bravo 2016). Transformar este modelo desde adentro es un proceso complejo que articula dinámicas de negociación, tensiones y conflictos al interior de la cooperativa. Juan presenta así este desafío:

Lo más importante es poner en discusión desde abajo las condiciones del trabajo, sin criminalizar o victimizar el trabajador migrante […] queremos tejer políticas para una transformación de las condiciones de trabajo, construir herramientas que nos permitan intervenir en el proceso, participar de un sindicato. Estamos en eso porque queremos cuestionar la explotación y vivir mejor trabajando juntos (entrevista a Juan, agosto de 2016).

Desde otra perspectiva, resultan emblemáticas las palabras de Cristina, trabajadora costurera que durante una conversación en la terraza del galpón afirma:

Quiero que podamos trabajar en condición mejor y digna para que los que vengan de Bolivia encuentren un espacio en donde trabajar, un lugar digno, que no tengan que trabajar explotados como nos pasó a todos y a muchos les sigue pasando […]. Para eso necesitamos cambiar, ser menos egoístas, hay que sentarse a una mesa y resolver los problemas todos juntos (entrevista a Cristina, diciembre de 2016).

En el día a día aparecen tensiones que desafían las jerarquías y las relaciones de poder, cuestionan las lógicas de subordinación y jerarquización de los -y entre los- trabajadores informales y a la vez permiten politizar y sindicalizar estos ámbitos del trabajo. La disputa de poder al interior y al exterior de la cooperativa, la confrontación con el mercado y las lógicas del capital representan espacios clave de subjetivación y organización frente a la fragmentación neoliberal y a las nuevas formas de explotación de estos sectores del trabajo en continua expansión. La coyuntura que la cooperativa está enfrentando es particularmente difícil para el sector textil y la búsqueda de una transformación del modelo productivo se confronta con la necesidad de experimentar modalidades de trabajo que permitan resistir a la crisis y a la vez buscar una mejor retribución, mejor inserción en el mercado y mayor autonomía respecto a la temporalidad del trabajo. En plena época de ajuste, el trabajo cotidiano de la cooperativa se compone de múltiples dimensiones que involucran ámbitos sociales, políticos y productivos. En el primer año y medio del Gobierno de Cambiemos, la abertura de las importaciones, los aumentos de tarifas y la contracción de la economía pusieron en crisis el sector: solamente en el sector formal se perdieron 4 mil puestos de trabajo, otros 12 mil están en riesgo (Martelotti y Sánchez 2017) y 39 fábricas textiles cerraron (datos CIMA, en Tiempo Argentino, 8 de mayo de 2017). En este contexto surge la confederación textil en la CTEP y se arman espacios de articulación entre cooperativas, fábricas recuperadas y emprendimientos populares. Resulta fundamental la combinación de subsidios estatales obtenidos con las luchas populares y sindicales, políticas públicas para el sector con la búsqueda de nuevas inserciones en el mercado textil, la construcción de redes alternativas que permiten obtener trabajos y fortalecer la sustentabilidad económica y la experimentación cooperativa. Luis es un joven tallerista boliviano, socio fundador de la cooperativa, vive en provincia de Buenos Aires hace 10 años y tiene una larga trayectoria en el sector textil. Si bien nunca en Bolivia había trabajado de eso, aprendió a costurar una vez llegado a Buenos Aires con la idea de quedarse “por un tiempito nomás”.17 Trabajando como costurero logró comprar unas máquinas y ofrecer trabajo a unos cuantos, hasta llegar a las asambleas que llevaron a conformar la cooperativa:

Trabajábamos en ocho, nos quedamos sin nada […]. Me sacaron las máquinas dos veces, la Policía se llevó todo en una inspección. No podía pagar las multas ni podía trabajar para pagarlas. En aquel momento escuché en la radio de la colectividad que se hablaba de formar una cooperativa, así que me fui a las reuniones y ahora estoy acá (entrevista a Luis, diciembre de 2016).

Desde las entrevistas y las discusiones en los espacios de autoformación emergen múltiples historias de vida y trayectorias de migración, de idas y vueltas, de búsqueda de mejoras económicas pero también de nuevas experiencias de vida. Mediante contactos previos, relaciones familiares o de compadrazgo, muchos de los trabajadores llegaron en Buenos Aires para trabajar “un tiempito nomás”, acumular algo de plata y armar un propio emprendimiento. A menudo se quedan por años, se convierten en algunos casos en talleristas, logran comprar algunas máquinas y ofrecer trabajo a algún amigo o pariente, reproduciendo a la vez el sistema-taller que representa, para muchos, la única inserción laboral posible. Las trayectorias laborales y de vida de los integrantes de la cooperativa dan cuenta de un mapa en constante movimiento que nos muestra una dinámica de movilidad entre trabajos y espacios diferentes. Salir del modelo taller y construir un modelo laboral diferente no se limita a la constitución de la cooperativa, en términos de legalización de la condición de trabajo, de mayor seguridad, del acceso a derechos básicos, de la separación del espacio del habitar con el del trabajo, sino con el cuestionamiento de las relaciones laborales y de explotación que el modelo-taller reproduce. Afirma Luis, un año después de la conformación de la cooperativa:

Nos falta mucho, pero sí podemos hacer muchas cosas. Es muy lindo ese proceso, en ningún lado eso se ve algo así. Si hay unión, si hay confianza, se pueden hacer muchas cosas […]. La confianza se construye entre todos, es un proceso. Antes trabajábamos de las siete de la mañana a 12 de la noche, de lunes a sábado, ahora discutimos juntos cómo organizarnos (entrevista a Luis, diciembre de 2016).

La deconstrucción, desde la organización cotidiana y material, de las relaciones, temporalidades y condiciones del trabajo vinculadas con esta configuración de poder, aparece como un desafío clave para poder transformar las maneras de trabajar, las jerarquías y las lógicas de acumulación incorporadas en el taller. La imposibilidad de fijar el precio de la prestación laboral sitúa al tallerista en una condición subordinada en el mercado laboral y el costurero, que depende del tallerista para el trabajo (y a veces en relación con otros servicios, comida y vivienda sobre todo), como último eslabón de la jerarquía. Retomando Roig, sostenemos que “tener mayor o menor capacidad de negociación o poder disputar la definición de la convención sobre el valor son elementos de la precariedad del trabajo que revelan una posición en la jerarquía social” (Roig 2017, 89). En este sentido, experiencias como la Juana Villca constituyen de alguna manera laboratorios de experimentación, infraestructuras de una nueva institucionalidad popular que reorganiza la vida y la lucha de clase por fuera de la relación salarial. Al mismo tiempo, plantean la unificación de procesos productivos y sociales frente a los “modos de subjetivación y de descomposición de la base comunitaria” (Gago 2017, 73) operados por las políticas del Estado y de las finanzas en las últimas décadas. Lejos de una descripción simplista del costurero “esclavizado” y del tallerista “patrón”, emergen discusiones que muestran matices más complejos y exhiben las tensiones subjetivas y colectivas al intento de desestructurar estas relaciones. Así relata Juan:

No se trata solo de que el tallerista deje de tener su posición de poder, sino que el costurero tiene también incorporado, naturalizado, su rol y su posición subordinada en la jerarquía del taller. El compañero, el tallerista, tiene que empezar a desarmar esta lógica, pero los costureros también tienen que empezar a empoderarse. Empezamos a armar distintas estrategias para que la asamblea empiece a funcionar como asamblea, que las decisiones se empiecen a tomar entre todos, entonces, a partir de la llegada de un subsidio para cooperativistas, a nosotros se nos dio la chance necesaria para decir “bueno como que la plata ahora nos llega a todos y para todos, entre todos empezamosa tomar las decisiones”. Fue un proceso muy largo, pero no solamente porque los talleristas decían “bueno, yo quiero seguir decidiendo y tomando las decisiones”, sino porque también los costureros decían “bueno, que decidan ellos” (entrevista a Juan Vázquez, noviembre de 2017).

La disputa involucra decisiones sobre los tiempos y las condiciones del trabajo, la organización del espacio y la retribución, pero también las condiciones, jerarquías y lógicas de acumulación y de relación incorporada en el mismo taller. De acuerdo con la afirmación que “mapear las economías populares significa mapear el neoliberalismo como campo de batalla” (Gago 2014, 227), en este último apartado profundizaremos el análisis de la cooperativa en tanto espacio de organización y subjetivación.

Experimentaciones comunitario-populares

Los espacios de autoformación18 de la cooperativa constituyen ámbitos de discusión y formación de los trabajadores, particularmente importantes para crear un entramado comunitario. Entendemos esta categoría que propone Gutiérrez Aguilar como desafío político y productivo a la vez, que conjuga un “carácter colectivo, la centralidad de aspectos inmediatos de la reproducción social -tramas que generan mundos- así como algunos rasgos que tiñen las relaciones, que tienden a ser de de cooperación no exenta de tensión” (Gutiérrez Aguilar 2015, 29). En los espacios de socialización, formación y debate, los trabajadores comparten experiencias, discuten en torno a posibilidades alternativas concretas de organización del trabajo, de la producción y de la vida en común, intercambian miradas y construyen vínculos de confianza y empatía. La Juana Villca experimenta la construcción de un horizonte de transformación comunitario-popular en el marco de un proceso de cooperación que modifica profundamente las relaciones, prácticas y lenguajes tanto del trabajo como de la política. Así, Delia argumenta su vinculación con la cooperativa y a la vez con la militancia feminista y migrante:

Si nosotros realmente queremos seguir luchando […] y queremos cambiar y mejorar las condiciones del trabajo para nuestros hijos, lo demás lo tenemos que empezar a hacer de ahora en todos los sentidos y en todos los espacios, en nuestras casas y en nuestros trabajos […]. Hay compañeras con una capacidad increíble de organización y demás, que terminaron dejando estos espacios de militancia porque tenían que dedicar tiempo a criar sus hijos y hacerse cargo de sus casas. Yo, como una trabajadora despedida, ahora estoy trabajando en la cooperativa […] uno de los espacios que nos va a dar la posibilidad de cambiar estas lógicas de trabajo, sabemos que es un espacio de experimentación todavía, nosotros les estamos poniendo todas las pilas y las esperanzas para que realmente sea una posibilidad para mucha otra gente que está trabajando en estas condiciones (entrevista a Delia, noviembre de 2017).

Cuestionar las relaciones de género, las relaciones sociales y laborales, como plantea Delia, tanto en casa como en el trabajo, permite politizar lo doméstico y a la vez lo laboral, visibilizando y reorganizando el trabajo de reproducción al mismo tiempo que el trabajo militante resulta fundamental desde el punto de vista productivo, político y económico en estas experiencias. Coincidimos con Álvarez Fernández cuando afirma que en estas experiencias “trabajo y política resultan prácticas mutualmente imbricadas antes que espacios diferentes de acción” (2016a, 14). Asambleas y espacios de articulación política se configuran como ámbitos de reflexión en torno a estas cuestiones y a la vez espacios de elaboración estratégica que componen trabajo, política y conflicto social. Podríamos definir la relación entre trabajo y política en este contexto específico como un continuo proceso de politización de las dinámicas sociales de la producción, de las condiciones de trabajo y reproducción de la vida. A un año de la fundación de la cooperativa, Luis afirma:

Nunca había ido antes a una marcha ni había trabajado en un grupo tan grande como éste. No estaba acostumbrado, nunca había ido a una movilización política, esta movida la conocí acá y ya fuimos varias veces. Ahora pienso que las marchas son importantes, nos damos fuerza, se ve que se está haciendo algo ahí, encontramos apoyo, hay organización entonces obtenemos cosas concretas. Si no estás organizado, quedas ahí, no avanzas. Gracias a las marchas tenemos obra social, nunca tuvimos algo parecido. Hubo discusiones, no fue fácil decidir de ir a las marchas, muchos decíamos: ¿por qué nos plantean de ir a marchar? Los empleados cobran por pieza… ¿Por qué tenemos que ir a las marchas? Nos plantearon el motivo, al final fuimos, pero otras veces nos reunimos y todos juntos dijimos: no tenemos tiempo, tenemos que trabajar (entrevista a Luis, diciembre de 2016).

Desde este testimonio emerge una manera pragmática y procesal de hacer, vivir y percibir la experiencia política. En esta experiencia, el proceso de politización es un desafío a la vez relacional y productivo; afirma Juan:

El objetivo es conjugar las palabras con el trabajo, discutir colectivamente y trabajar colectivamente. Todo eso no hubiese sido posible sin la confluencia de experiencias diferentes con un objetivo común. La cuestión no es solo productiva, sino política (entrevista a Juan, diciembre de 2016).

Es decir, es política en tanto productiva y productiva en tanto política: se trata de dos dimensiones que se cruzan cotidianamente y modifican las maneras de trabajar y organizar la vida en común. El trabajo en autogestión permite al costurero poner en discusión desde la práctica sus condiciones de trabajo, organizarse, tomar la palabra, de construir el imaginario de la víctima y del esclavo, a la vez construido en los medios y naturalizado durante mucho tiempo. En la agencia de estos trabajadores que enfrentan condiciones de despojo y tercerización laboral, aparece una vinculación con la intencionalidad y la prosecución de proyectos, si bien en contextos definidos por condiciones estructurales de despojo, explotación y falta de oportunidades de inserción en el mercado formal. Desde esta perspectiva, la resistencia se despliega a la vez como proyecto, como capacidad de “agencia como forma de la intención y el deseo” (Ortner 2016, 176), socialmente y culturalmente situada en un campo político y económico en transformación, definido por relaciones diferenciales de poder en las cuales se desarrollan los deseos y las motivaciones de la acción (Ortner 2016).

La capacidad de proyecto y la resistencia aparecen como procesos en construcción que asumen sentido y potencia solo en el despliegue de las luchas sociales y en la reorganización de la vida cotidiana, configurándose como aspectos fundamentales para la continuidad y la reproducción de estas experiencias. En este sentido, la sustentabilidad económica del proyecto se entrelaza con los desafíos políticos de la cooperativa, se conjugan dimensión productiva y confianza, responsabilidad y esperanza, cuidado y reproducción, politización y solidaridad. Si el punto de vista neoliberal sobre la economía informal identifica a estos trabajadores como empresarios en potencia, cuya subjetivación está basada en el deseo de propiedad y de consumo (Adrienzén 2010) y se articula con base en la competencia y la inserción en el mercado desde una perspectiva individual, las formas de autogestión en la economía popular plantean el desafío de la construcción colectiva y a la vez la reapropiación del control sobre el proceso productivo y la socialización de la plusvalía expropiada por el capital. Con estas palabras, Luis reflexiona en torno a los desafíos que la cooperativa enfrenta:

Yo no diferencio el costurero en respecto a mí mismo, yo también trabajo, sí, yo llevo laburo, pero yo me siento un compañero más, o sea yo me hago cargo de todo, pero cuando trabajamos somos todos iguales. El proyecto que tenemos es eso, estamos apostando a un cambio… Es un desafío para mí y para los chicos, para ellos también significa más responsabilidad… Muchos de los que trabajan conmigo no tienen mucha experiencia […]. Yo quisiera trabajar menos horas, en propio, sin depender de nadie, porque ahora seguimos dependiendo de otros, te piden que entregues un día u otro, y a veces no te pagan (entrevista a Luis, diciembre de 2016).

El objetivo de la cooperativa es conformar un centro de producto terminado, apuntando a fortalecer el proceso de articulación con otras cooperativas y ganar en autonomía respecto a los tiempos, modalidades y organización del trabajo. En ese proceso, la tensión entre trabajo y política, formas de la militancia y ritmos del trabajo involucran y modifican las relaciones de poder y las nuevas y viejas jerarquías al interior y al exterior de la cooperativa.

Nos reunimos y decidimos en conjunto hasta cuánto se trabaja, antes trabajábamos desde las siete hasta la medianoche, ya definimos que no se puede trabajar tanto. No queremos reproducir acá lo que le dicen trabajo esclavo, yo llamaría lo que hacemos acá trabajo colectivo, cuando yo trabajaba en los talleres no tenía la posibilidad de tomar decisiones sobre mi tiempo de trabajo (entrevista a Luis, diciembre de 2016).

Si bien los horarios y los tiempos del trabajo ya no son impuestos por el tallerista, resultan variables en relación con la cantidad y las necesidades de entrega del trabajo que, en gran medida, sigue siendo a destajo, mostrando así límites y ambivalencias de la inserción de estas experiencias en el mercado capitalista. Así, en el marco de un proceso complejo de creación de reglas colectivas y compartidas, resolución de conflictos internos y organización del conflicto social se construye una experimentación del trabajo cooperativo en la práctica y en un proceso cotidiano, articulando la deconstrucción de la forma-taller con la creación e invención de otros dispositivos laborales y sindicales. Las asambleas, los espacios de intercambio y encuentro con organizaciones políticas, la participación en las marchas, y la habilitación de espacios para la toma de decisiones en común determinan un proceso de apropiación relativa del poder adentro y afuera del galpón por parte de los trabajadores costureros.

Conclusiones

A partir de estas últimas consideraciones, reflexionamos brevemente sobre los límites, ambivalencias y desafíos que las experiencias de autogestión del trabajo enfrentan en la actual coyuntura. En primer lugar, desde el campo etnográfico emerge como el espacio-tiempo heterogéneo de las economías populares y constituye un campo de conflicto entre las dinámicas de acumulación del capital y la reapropiación de la riqueza socialmente producida. A tal propósito, coincidimos con Gago cuando afirma que la confrontación entre trabajo vivo y dispositivos de valorización y explotación de estas microeconomías proletarias exhibe una disputa por la cooperación social (Gago 2016). Agregamos que, como en el caso de la Juana Villca, esta disputa se construye en lo cotidiano mediante espacios de subjetivación y construcción de un horizonte comunitario vinculado con la posibilidad conjugar resistencia, transformación social y producción de lo común (Gutiérrez Aguilar 2015). Dispositivos sindicales, políticos y económicos, como los que operan en múltiples ámbitos en la experiencia de la Juana Villca, permiten entrever las infraestructuras de una institucionalidad popular emergente desde abajo. La posibilidad de reorganización del cuerpo social por medio del despliegue del antagonismo aparece como un proceso que se juega a la vez en ámbitos moleculares y molares, articulándose en múltiples niveles contemporáneamente. El lema de la Juana Villca: “Los derechos se discuten en el galpón y se conquistan en las calles” expresa de forma paradigmática esta tensión constitutiva entre diferentes escalas, entre el adentro y el afuera, la búsqueda de autonomía y la articulación de cooperación y luchas.

En segundo lugar, las ambivalencias y potencialidades de estas economías emergen en relación con los modos de captura, por parte de las finanzas, de la riqueza producida por la cooperación social (Mezzadra y Neilson 2014). Desde esta perspectiva, entendemos la dimensión extractiva del capital respecto a las economías populares como valorización de las relaciones de cooperación, dependencia y explotación que resultan indiferentes al capital financiero, que se limita a extraer el valor producido por la cooperación social. La Juana Villca, que se confronta cotidianamente con la crisis y las políticas neoliberales, trata de conjugar la democratización asamblearia de las relaciones laborales con la democratización de la producción, de la lucha por la redistribución de la riqueza producida. Por lo tanto, estos procesos necesitan dispositivos organizativos y estrategias que permitan cuestionar directamente las lógicas del endeudamiento y de la extracción de valor producido por la cooperación social. En conclusión, destacamos la productividad de las inmersiones etnográficas en estas experiencias para profundizar y complejizar la comprensión de los dispositivos de explotación y de las estrategias de organización y resistencia, mientras queda abierta la pregunta en torno a cómo la heterogeneidad puede transformarse en potencia, estos entramados comunitario-populares en indisponibilidad a la reducción a una economía de la miseria neoliberal y la autogestión un espacio de antagonismo en esta nueva época neoliberal.

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1Fue fundamental para el desarrollo de este artículo los debates, seminarios, conversaciones y actividades de investigación del Grupo de Trabajo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) “Economías populares: mapeo teórico y práctico”, coordinado por Verónica Gago, Alexander Roig y César Giraldo. Agradezco particularmente a Verónica Gago, Ana Julia Bustos y Martha Bernal por los intercambios y reflexiones en común.

2El movimiento piquetero fue constituido por trabajadores desocupados durante la década de 1990 y alrededor de la crisis del año 2001 en Argentina. Se llamó así porque la principal práctica de lucha, el piquete, se extendió de la fábrica a la ciudad para bloquear la movilidad, las rutas y las calles. La capacidad de organización en los territorios, la extensión en el espacio y en el tiempo, y la significativa creatividad política transformaron este movimiento en un fenómeno político clave de la época y en una nueva subjetividad de la lucha obrera en el posfordismo.

3Me refiero al Observatorio del Trabajo Sumergido (OTS) de la Casona de Flores, experiencia de investigación militante que involucra investigadores, activistas y trabajadores de la economía popular.

4El curso precooperativo, que es parte de mis actividades en el marco de mi trabajo de campo, es un espacio de formación cooperativa y sindical que desde 2016 es obligatorio para todos los integrantes de la cooperativa. Además, participo desde el comienzo en el equipo coordinador del curso, junto con trabajadores y trabajadoras de la cooperativa, activistas de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y del OTS.

5La principal organización de trabajadores de la economía popular es la CTEP, conformada en 2011 por la convergencia de diferentes organizaciones sociales, piqueteras y políticas, principalmente Movimiento Evita; Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE); Movimiento Popular La Dignidad; Patria Grande; Seamos Libres, y otras organizaciones.

6Las marchas de la economía popular en ocasión de la fiesta de San Cayetano, protector del trabajo, que se celebra el 7 de agosto, comenzaron en 2016. En este artículo se hace referencia a la movilización del 7 agosto de 2017 convocada por la CTEP, la Corriente Clasista y Combativa, y Barrios De Pie.

7En el taller de calle Luis Viale vivían 64 personas de nacionalidad boliviana que trabajaban por un salario inferior al mínimo sindical alrededor de 14 horas por día. Para información sobre el incendio en que perdieron la vida siete niños y una joven mujer y para información sobre la campaña política y los procesos judiciales, ver: https://juicioluisviale.wordpress.com/

8La Ley de emergencia social fue la principal reivindicación de las organizaciones de la economía popular durante el año 2016; fue obtenida en el mes de diciembre por la presión de la movilización popular a lo largo del año.

9Changa es una expresión popular en Buenos Aires para definir trabajos precarios, temporales, informales y a corto plazo.

10El salario social complementario, obtenido por la CTEP, la CCC y Barrios de Pié en el marco de las movilizaciones sociales entre 2016 y 2017 para reivindicar la aprobación de la Ley de emergencia social, es una complemento estatal a los ingresos de los trabajadores de la economía popular establecido como la mitad del salario mínimo, vital y móvil (SMVM).

11Retomando la consigna histórica del movimiento de los desocupados “piqueteros carajo”, los costureros y las costureras de la Juana Villca utilizan la consigna “costureros carajo” para fortalecer la organización y la identidad colectiva de los trabajadores de la costura.

12Se trata de diferentes lugares de venta de ropa, mercados o ferias populares. Avellaneda está en el barrio porteño de Flores; Liniers es un barrio donde hay mucha venta callejera y ferias populares; La Salada es la más grande feria popular ilegal de América Latina (cfr. Gago, 2014); mientras Palermo es un barrio porteño de clase medio-alta donde hay centros comerciales y locales más caros que ofrecen prendas a la moda. Los artículos producidos en los talleres textiles y en las cooperativas de economía popular se venden tanto en las ferias populares como en los centros comerciales de las grandes marcas.

13Participan a estos espacios, entre varias organizaciones, activistas del Colectivo Simbiosis Cultural, del OTS, de la Casona de Flores, de la CTEP y otras organizaciones sociales, sindicales y populares.

14Esta consigna expresaba y denunciaba la temporalidad opresiva del trabajo en el taller de las 12 o 15 horas que los trabajadores pasaban encerrados en el taller. Más información en Colectivo Simbiosis Cultural 2015 y 2016.

15Es la consigna de una campaña política llevada adelante por el OTS y el Colectivo Simbiosis Cultural durante 2015.

16El BTM es una organización de trabajadores migrantes que nace en noviembre de 2017 desde la articulación de diversos colectivos en el marco del primer paro migrante del 30 de marzo de 2016. Este espacio participa de la campaña “Migrar no es delito”, que reúne varias organizaciones sociales en oposición al decreto de necesidad y urgencia 70/2017 y a las políticas migratorias del Gobierno de Macri.

17Es la misma frase que he escuchado en varias oportunidades, muy común entre los migrantes, que expresa el deseo de temporalidad limitada de la migración, que muchas veces se extiende y se vuelve a repetir en el mundo de los migrantes y del taller; se trata de una de las frases que el Colectivo Simbiosis Cultural utiliza para convocar a debates y charlas públicas, con el objetivo de abrir espacios de organización de los migrantes.

18Se trata del curso de formación precooperativa (ocho encuentros) y de las reuniones de preparación, en las cuales participo como parte de mi trabajo de campo y vinculación con el proceso de la cooperativa.

Recibido: 26 de Febrero de 2018; Aprobado: 23 de Julio de 2018

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