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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

versión On-line ISSN 1390-8065versión impresa ISSN 1390-1249

Íconos  no.61 Quito may./ago. 2018

https://doi.org/10.17141/iconos.61.2018.3004 

DOSSIER

Pueblo de papel: la producción social del territorio en el poblado industrial de Atenquique, México

Paper Town: The Social Production of Territory in the Industrial Town of Atenquique, Mexico

Povoado de papel: a produção social do territorio no povoado industrial de Atenquique, no México

Alejandro Ponce de León-Pagaza* 

* Licenciado en Comunicación por la Universidad de Colima, México. Estudiante de Maestría en Antropología Visual, FLACSO Ecuador. moneroponce@gmail.com


Resumen

Este artículo estudia, desde el marco teórico de la geografía crítica, la producción social del espacio en Atenquique, un poblado industrial en la región sur del estado de Jalisco en el occidente mexicano. A partir del caso de estudio, se reflexiona acerca de la transformación del territorio a raíz de la entrada del neoliberalismo al país y sobre la precarización laboral profundizada en las últimas décadas. La metodología se sustenta en el trabajo etnográfico durante cuatro meses en el lugar, apoyado en tres metodologías audiovisuales: recorridos con cámara, historia oral y producción de un documental etnográfico. Los resultados del caso de estudio muestran las complejas construcciones -materiales y simbólicas- que los ex habitantes de Atenquique han tejido sobre el territorio, así como el cambio que se le ha dado al mismo. Por último, las conclusiones vuelven a debates amplios sobre las consecuencias territoriales y sociales de la implementación del modelo neoliberal en México.

Descriptores: geografía crítica; memoria; México; neoliberalismo; territorio; precarización laboral; producción social del espacio

Abstract

This article analyzes the social production of space in Atenquique, an industrial town in the southern region of Jalisco in western Mexico. The theoretical framework draws on insights from critical geography. Through the case of Atenquique we reflect on the transformation of the area from the beginning of the neoliberal period in Mexico. Neoliberalism ushered in the growth of precarious and insecure working conditions, something which has deepened over the past several decades. The methodology employed is based on ethnographic research undertaken over a period of four months in Atenquique. During this time period we used three different audiovisual methods to collect information: photography, oral history and the production of an ethnographic documentary film. The results of the study show how the ex-inhabitants of Atenquique have knit together complex constructions -both material and symbolic- that provide insight on how the changes of the past several decades have affected the area. In the conclusions, we return to the broader debates on the local and territorial consequences of the implementation of the neoliberal policies in Mexico.

Keywords :  critical geography; memory; Mexico; neoliberalism; territory; precarious work; social production of space

Resumo

Este artigo estuda, a partir do marco teórico da geografia crítica, a produção social do espaço em Atenquique, um povoado industrial na região sul do estado de Jalisco, no oeste do México. A partir do estudo de caso, refletimos sobre a transformação do território como resultado da entrada do neoliberalismo no país e sobre a precarização do trabalho aprofundada nas últimas décadas. A metodologia baseia-se no trabalho etnográfico durante quatro meses no local, apoiado em três metodologias audiovisuais: percursos com câmera, história oral e produção de um documentário etnográfico. Os resultados do estudo de caso mostram as complexas construções -materiais e simbólicas- que os ex-habitantes de Atenquique têm tecido sob o território, bem como a mudança que lhe foi dada ao mesmo. Finalmente, as conclusões retornam a amplos debates sobre as consequências territoriais e sociais da implementação do modelo neoliberal no México.

Descritores: geografia crítica; memória; México; neoliberalismo; território; insegurança no trabalho; produção social do espaço

Hablar de territorio desde la geografía crítica

El objetivo del presente artículo es estudiar las repercusiones territoriales y sociales del neoliberalismo en México a partir del caso de Atenquique, un poblado industrial en la región sur del estado de Jalisco, en el occidente mexicano, el cual fue construido como un pueblo-compañía alrededor de una planta de papel: la Compañía Industrial de Atenquique (CIDASA), fundada en 1941, inaugurada en 1946 y posteriormente privatizada a finales de la década de 1980. Desde su venta al Grupo Durango, las condiciones laborales al interior de la fábrica han cambiado y el poblado ha decrecido en términos de población.

Con una apuesta metodológica desde la Antropología Visual, a partir del estudio específico en el pueblo de Atenquique se investiga sobre la producción social del territorio a raíz del cambio de modelo de producción con la entrada del neoliberalismo en México. Partimos de la premisa de que el neoliberalismo, con la venta de más de mil empresas entre 1981 y 1992 -incluyendo entre estas la compañía papelera-, acarreó consecuencias territoriales de índole social que deben ser analizadas debido a su especificidad histórica.

La importancia de esta investigación de carácter etnográfica radica en la posibilidad de analizar a niveles micro las repercusiones sociales de la privatización de la fábrica papelera de Atenquique, en específico para la clase trabajadora, sin perder de vista el mapa completo en el cual se contextualiza el estudio. El neoliberalismo en México, reiteramos, significó una redefinición del Estado en la economía y la privatización de casi un millar de empresas públicas durante la década de 1980, lo cual conllevó a una aguda precarización laboral que continúa hasta hoy en día.

Tomamos como punto de partida teórico la geografía crítica, iniciada en la década de 1960, la cual incorpora al marxismo como marco analítico. Al respecto, el geógrafo británico David Harvey pugna por una geografía crítica que cuestione las formas actuales de poder político-económico, caracterizadas por el hiperdesarrollo, la desigualdad social y la degradación ambiental (2007). Años atrás, el mismo autor resaltaba que, si bien la dimensión espacial de la teoría marxista sobre la acumulación se había mantenido olvidada, “un cuidadoso estudio de su obra revela que Marx reconocía que la acumulación de capital se produce en un contexto geográfico y que a su vez produce tipos específicos de estructuras geográficas” (Harvey 2007, 255), consiguiendo con ello traer discusiones teóricas al estudio de configuraciones históricas concretas.

Si bien los rasgos espaciales de la forma actual del capitalismo han sido documentados en cuanto a sus efectos en el espacio geográfico, el tema demanda mayor discusión y examen: el proyecto del capitalismo global tiene un fuerte contenido espacial en la medida en que busca ensanchar los mercados a nivel mundial (Montañez 2009). El marco analítico de la geografía crítica permite así poner en discusión los efectos del capitalismo y la acumulación del capital en espacios concretos.

En este artículo se presenta, en primer lugar, la metodología empleada para cumplir con los objetivos de la investigación, apoyada en tres distintas metodologías audiovisuales de trabajo, flexibles y complementarias entre ellas: recorridos con cámara, historia oral y producción de un documental etnográfico. En la segunda parte se desarrolla el contexto en el cual fue creado el poblado de Atenquique en el sur de Jalisco y los cambios que ha atravesado a raíz de las diversas etapas de la compañía papelera. Los resultados se muestran en la tercera parte, discutiendo sobre los significados tejidos acerca del territorio por parte de los habitantes, a la par de las estructuras que rigen la dinámica del poblado. Por último, en las conclusiones enfatizamos dos aspectos de este trabajo: las prácticas y significados de la clase obrera con respecto al poblado industrial de Atenquique, y por otra parte, la especificidad histórica del neoliberalismo en México y sus consecuencias territoriales.

Enfoque metodológico

La metodología empleada para cumplir con los objetivos de esta investigación fue un estudio de caso de Atenquique, basado en un trabajo de campo de cuatro meses en el lugar -de diciembre de 2016 a marzo de 2017- apoyado en tres distintas metodologías de trabajo audiovisuales, flexibles y complementarias entre ellas: historia oral, recorridos con cámara y producción de un documental etnográfico. Cabe aclarar que, como poblado industrial, las casas en Atenquique son exclusivas para los trabajadores, por lo que viví durante cuatro meses en Tuxpan, la cabecera municipal ubicada a 9 kilómetros.

La primera metodología empleada -la historia oral- fue esencial durante el trabajo de campo, sobre todo previo al uso de la cámara. Los interlocutores fueron contactados progresivamente bajo la técnica de “bola de nieve”. En total se trabajó con 40 personas que habitan o habitaron en el poblado; 22 de ellas participaron directamente en el documental etnográfico, dispuestas a ser grabadas con videocámara, mientras que 18 personas fueron únicamente entrevistas en audio. En esas entrevistas semiabiertas se dejó que fluyeran las memorias sobre Atenquique, indicando algunas temáticas específicas en las cuales se profundizó sobre: el territorio, la percepción sobre las casas, el arraigo, la privatización de la compañía y las transformaciones del poblado. La historia oral fue complementada con un trabajo etnográfico desenvuelto que incluyó observación participante en caminatas, comidas familiares, partidos de fútbol, reuniones, cenas, fiestas tradicionales tanto en Tuxpan como en Atenquique, misas religiosas, charlas en negocios y demás encuentros.

En un segundo momento, con mayor confianza ganada, se realizaron siete recorridos con cámara. En el estudio de la producción social del territorio fue primordial conocer Atenquique acompañado por los habitantes y exhabitantes, para así tratar de descifrar las microprácticas y estrategias con que se enfrentaron las transformaciones territoriales tras la venta de la empresa, y descubrir las subjetividades y cargas simbólicas tejidas sobre el poblado. Los recorridos incluyeron visitas a instalaciones deportivas, las barrancas y los alrededores de la fábrica o el que fue su hogar durante décadas. Con ello, se consiguió ganar un sentido más en las conexiones de las personas con su pasado y la manera en que ellas recrean el territorio con base en sus propias experiencias.

En la última metodología, y como eje central del trabajo etnográfico, se llevó a cabo la producción de un video documental titulado Pueblo de papel (2017, 26 minutos) en el cual se buscó identificar los cambios sufridos a raíz de la privatización de la fábrica papelera desde el punto de vista de los habitantes y exhabitantes, así como la relación que se teje entre la memoria y el territorio en Atenquique. Sin embargo, la producción documental no se planteó como una mera herramienta de registro1 ni se dieron por sentadas las implicaciones de su uso; en cambio, la cámara buscó generar nuevos diálogos y dinámicas de acercamiento a la memoria colectiva del pueblo. La producción fue llevada a cabo casi en su totalidad en Atenquique, con la participación de 22 personas: 15 habitantes del poblado y siete personas de Tuxpan que fueron filmadas en Atenquique. De las 22 personas protagonistas, 12 son mujeres y 10 son hombres.

Atenquique, poblado industrial

En México, como en buena parte de América Latina, la década de 1940 estuvo caracterizada por el arranque de una política proteccionista sostenida en un modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), con medidas específicas por parte del Estado mexicano tales como el control directo de importaciones en 1944 y la elevación de los impuestos a las mismas en 1947. Desde la década de 1940 hasta 1982, el Estado mexicano impulsó de manera enérgica la industria mediante apoyos directos al sector encabezados por la Nacional Financiera (NAFINSA), que hizo las funciones de banco de desarrollo industrial, fomentando la inversión, adquiriendo o creando empresas (López y Rougier 2011) en sectores de infraestructura e industria básica con inversiones clave para el desarrollo industrial, como el cemento y el papel.2

Una de las más importantes empresas industriales3 a escala nacional fue la fábrica de celulosa y papel de Atenquique. La Compañía Industrial de Atenquique (CIDASA) se fundó en 1941 y fue inaugurada oficialmente en octubre de 1946, con el objetivo de satisfacer la demanda de papel kraft y promover la ya mencionada industrialización en México. Ese mismo año, junto con la inauguración de la planta papelera, fue fundada la Villa de Atenquique en el municipio de Tuxpan, al sur del estado de Jalisco, a 1.040 metros sobre el nivel del mar, en una barranca cercana a las faldas del volcán de Colima, a 26 kilómetros de Ciudad Guzmán y a 160 kilómetros de Guadalajara.

Durante las primeras décadas, las condiciones laborales fueron muy favorables para la clase trabajadora, con salarios altos y prestaciones superiores a las establecidas en la ley. Las viviendas, las cuales siempre han pertenecido a la empresa, eran -y siguen siendo- prestadas a los trabajadores sin costo alguno; la misma empresa se encargaba de cubrir los servicios de agua y luz de las familias, además del mantenimiento general de sus hogares. También fue instalado un hotel para los trabajadores, una escuela primaria, una clínica, un pequeño cine, parque con juegos e instalaciones deportivas como canchas de fútbol, básquetbol, tenis, frontón y dos albercas.

Entre las múltiples prestaciones estipuladas en un contrato colectivo -iniciado en 1956 y renovado cada dos años en acalorados acuerdos entre el sindicato y la empresa-, y puntualizadas en la obra de Medina Enríquez (1988), se encuentran: casa-habitación para los obreros, incluidos servicios de agua y luz; el derecho a vacaciones anuales; aguinaldo; compensaciones por separación voluntaria y por antigüedad superiores a las establecidas por la ley; despensa mensual y fondo de bienestar familiar -el primero establecido en el país, en 1949-; seguro social médico y previsión social; subsidio deportivo; dotación de útiles escolares, libros y becas a hijos de trabajadores de planta; servicio de transporte desde Ciudad Guzmán y Tuxpan, así como reparto de utilidades que, para 1985, permitió otorgar el equivalente a dos meses de salario a todos los trabajadores.

Dichas prestaciones por encima de la ley y los atractivos salarios se reflejaban en múltiples fenómenos sociales: distribución del trabajo, migración regional, diferenciación social, conformación de familia o elección de una pareja. Muestra de lo anterior era lo bien visto que se consideraba en la región a los empleados de la compañía papelera, sobre todo al momento de elegir una pareja: “Antes era un orgullo. Hasta las mujeres sabían: ibas tú a alguno de los pueblos vecinos -a Ciudad Guzmán, Zapotiltic, Tamazula, Tecalitlán- y nomás sabían que trabajabas en Atenquique, eras un buen pretendiente” (entrevista a Armando Carrillo, 9 marzo de 2017). “Pues de hecho decían, si trabaja en Atenquique pues yo me caso con él. Así se oían comentarios en Tamazula, en Tecalitlán, en Ciudad Guzmán, en Tuxpan. Aunque estuviera [físicamente] como estuviera” (entrevista a Josefina Martínez, 23 de febrero de 2017).

En los vínculos descritos, es posible desentrañar un aspecto mucho más objetivo: el flujo económico. Mantener un empleo industrial era, en aquella época, el principal determinante de diferenciación social entre vecinos de la región que procedían del mismo contexto socioeconómico. Mientras los salarios y condiciones contractuales resultaron atractivos, la continuidad laboral entre generaciones era algo deseado -y asegurado debido a las negociaciones sindicales-, por lo que cada trabajador tenía derecho a colocar a sus hijos en la empresa. Sin embargo, muchos preferían invertir en la educación de sus hijos, enviándolos a estudiar a la Ciudad de México, Morelia, Colima y especialmente a Guadalajara, la capital jalisciense, al grado que “la cantidad de dinero que se gasta en educación es mayor a la gastada en bienes de consumo. [...] La educación representa para estas familias la mejor forma de lograr la movilidad social y la mejor posibilidad de inversión” (Gabayet 1988, 67).

En múltiples ocasiones escuché referirse a su gente como una gran familia, en la que todos convivían y se tejían relaciones duraderas entre familias, mismas que trascendían con el paso de generaciones. Esa singularidad se veía reflejada en un sinnúmero de relaciones sociales que generaban cierta armonía y ambiente tranquilo: los menores aceptaban ser regañados por los padres de sus amigos; casi todas las familias y personas tenían apodo, asunto que no era visto como una falta de respeto entre los adultos. El pueblo era muy seguro: la gente dejaba las puertas de sus casas abiertas; los niños, las bicicletas y juguetes en cualquier sitio sin riesgo alguno.

Se tejían significativas redes de solidaridad: cuando alguien se enfermaba o atravesaba una situación económica difícil, era común que la comunidad se organizara y colaborara. Atenquique fue un pueblo pequeño, armonioso y bien cuidado: “Era un pueblo bonito. Un pueblo limpio, una cosa bonita. La gente, pues imagínate cómo vivía, no querían ni pisar el suelo, mucho billete, ganaban bien, había dos sindicatos.

La gente bien vestidita, bien comidita y todo”, detalló Pedro Gutiérrez (entrevista, 7 febrero 2017), un ex trabajador de la planta papelera que continúa viviendo en el pueblo.

Sin embargo, la empresa fue privatizada y con ello cambió la dinámica económica, cultural, social y demográfica del pueblo. Las condiciones laborales y territoriales, y por ende, las estrategias sociales, han cambiado radicalmente en las últimas tres décadas a raíz de la venta de la paraestatal al Grupo Durango. La entrada del neoliberalismo en México -durante los sexenios presidenciales de Miguel de la Madrid de 1982 a 1988 y Carlos Salinas de Gortari de 1988 a 1994- implicó un vuelco en la estrategia económica, con una redefinición del papel del Estado en la economía y la privatización de un amplio conjunto de empresas públicas productoras de bienes. A finales de 1982 había más de un millar de empresas públicas, mientras que para mediados de 1991 la cifra se redujo a 269 (Lustig et al. 1998).

Entre las empresas más importantes4 enajenadas durante este período, se encuentra el Grupo Atenquique, vendido entre 1987 y 1990 a una compañía privada: el Grupo Durango. El ganador de la licitación -y a la postre comprador del Grupo Atenquique, el Grupo Industrial Durango (GIDUSA)- es un consorcio papelero que se constituyó años atrás, en 1976, como una empresa maderera y de transportes forestales. Desde su creación, la evolución de este grupo fue relativamente rápida, convirtiéndose en tan solo dos décadas en una de las 25 compañías más importantes en México y consolidándose como el grupo papelero más grande del país.

El Grupo Durango cambió la dinámica laboral de la compañía y con ello el espacio en el poblado. En 1992 se dio una primera reducción de personal. Pero fue en 2001 cuando tuvo lugar uno de los principales conflictos laborales desde que la empresa fue privatizada: el 25 de abril la planta fue cerrada, argumentando como causa principal la incosteabilidad, es decir, altos costos de producción, sobre todo de mano de obra (Rivera 2001). Después de cuatro meses, el 29 de agosto, la huelga terminó dejando como resultado final el despido de 950 trabajadores y la ruptura del contrato colectivo de trabajo establecido 55 años atrás. Algunos trabajadores fueron recontratados con un contrato individual que, desde entonces, estipula menos beneficios laborales.

Desde que el Grupo Atenquique dejó de ser propiedad del Estado mexicano, se presentó un declive y encogimiento del pueblo en términos de población y economía, así como un deterioro en la infraestructura como escuelas, servicios, tuberías y las mismas casas fundadas durante la década de 1940 (Noruzi y Vargas 2009; Vargas 2011). El resultado, parte de un diagnóstico global, va de la mano de una marcada precarización laboral. “Antes era un orgullo trabajar en Atenquique, ahora es una vergüenza”, me comentó un obrero de la planta. Se rompió el contrato colectivo establecido en la década de 1950, y con él se perdieron las prestaciones laborales. Si un par de años antes de la venta de la empresa, en 1985, el reparto de utilidades implicó el equivalente a dos meses de salario para todos los empleados, en la actualidad esas utilidades y las prestaciones se han limitado: “Ahorita trabajamos la mitad [de personal], no nos pagan ni la mitad de lo que ganábamos y a cada rato rompen récord de producción y te dan de premio una camisa y unos 30 pesos” (entrevista a Juan José Flores, 12 de febrero de 2017). La venta de la empresa implicó una considerable reducción de trabajadores: en 1986, previo a la privatización, la planta contaba con 1.386 trabajadores. Para 2017, 21 años después, la cifra se redujo a 563 empleados bajo condiciones laborales muy distintas.

¿Pueblo de paso? La producción social del territorio en Atenquique

El número de habitantes en el poblado de Atenquique siempre ha estado condicionado por las distintas etapas de la compañía papelera. En vista de ello, se ha atravesado un significativo fenómeno migratorio, marcado en gran medida por el conflicto laboral de 2001 que terminó en el despido de 950 trabajadores. De acuerdo con datos del Consejo Estatal de Población apoyado en el censo del INEGI (2010), en el año 1990, Atenquique tenía 1.645 habitantes; en 2000, 1.143; y para 2010 la cifra se redujo a 790. Es decir, un decrecimiento del 50% de población en las dos décadas posteriores a la privatización de la empresa papelera.

Las estrategias y prácticas con que se afronta dicha migración se han vivido de múltiples maneras. Atenquique y la cabecera municipal, Tuxpan -sitio a donde emigró la mayor parte de trabajadores despedidos de la fábrica en 2001- están separadas por 9 kilómetros de una sinuosa carretera de dos carriles por la cual ingresan los camiones que transportan la madera y el cartón para su procesamiento en la planta. Pese a la corta distancia entre los dos sitios, las diferencias entre el ritmo de vida y la situación socioeconómica y geográfica entre ambos es abismal, mucho mayor que unos cuantos kilómetros. Todo el municipio de Tuxpan -al cual pertenece el poblado- contaba para 2010 con 34.535 habitantes; 80,5% (27.523 personas) en la ciudad capital de Tuxpan, mientras que solo el 2,3% (790 personas) en Atenquique.

Así pues, los 9 kilómetros se vuelven una distancia ya no solo material, sino también simbólica. Las personas que vivieron en Atenquique y actualmente habitan en Tuxpan sienten un profundo arraigo por el poblado industrial, y gran parte de ellos reconoce sus deseos de volver. No es únicamente visitar ni dónde se encuentran las personas, ya que ese “efecto de “vivir aquí o allí” es más que la simple cuestión de dónde estamos, pues incluye cómo vivimos, dónde trabajamos, con quiénes nos relacionamos, cómo transcurre nuestro tiempo, cómo nos sentimos con relación a otros, qué recursos tenemos” (Montañez 2009, 28).

El arraigo al “viejo Atenquique” y la añoranza por la época de oro van de la mano de unas condiciones socioeconómicas particulares. Los exhabitantes son conscientes que, a la par de los años y el ambiente que vivieron en Atenquique, también se extrañan las condiciones y prestaciones laborales. Y si bien ambas añoranzas parecieran ir de la mano, la realidad es paradójica para los obreros que, tras décadas en el poblado, continúan trabajando. Es decir, no solo las personas que emigraron extrañan el viejo Atenquique, sino que de igual forma lo sienten los mismos habitantes. Se añora un sitio al igual que una época. La gente lo sabe y lo expresa en sus palabras cargadas de nostalgia, contradicciones y significados que ellos mismos construyen sobre lo sucedido. Así, para algunas personas es imposible no recordar su pueblo, mientras que otras prefieren dar vuelta a la página, por lo doloroso del proceso.

Desde las primeras llegadas al pueblo durante la década de 1940, la gente siempre supo que las viviendas pertenecían a la fábrica y que, como tal, el pueblo era de paso. Américo Manríquez, ex trabajador de la fábrica, me señaló esa marcada diferencia entre ese y otros pueblos: “Este es un pueblo industrial de paso y la gente lo sabe”. Esa misma tarde charlamos afuera de su paletería un largo rato acerca del arraigo, y ahí me citó un dicho que en alguna ocasión lanzó un sacerdote: “Nadie nace y nadie muere en Atenquique”. Y si te fijas -añade-, “no hay panteón en Atenquique; el pueblo es de paso, y aunque la gente lo sabe, llegan desde muy jóvenes y se jubilan hasta los 60, pues es toda la vida aquí” (entrevista a Américo Manríquez, 10 de marzo de 2017).

El término “pueblo de paso” funciona más en el dicho que en el hecho: habitar el poblado por cuatro, cinco o seis décadas se ve plasmado en los significados tejidos en torno al territorio: “Y es de paso [la estancia en Atenquique] pero a veces, aunque es de paso ahí se quedó toda la vida de las personas, gran parte de su historia, no solo de una generación” (entrevista a Ana Legarreta, 8 de marzo de 2017). Entre las especificidades con que se produce el espacio en un poblado industrial radica la cercanía entre el hogar y el sitio de trabajo, difuminando la separación empleo-casa, empleo-familia. Así lo detalla el estudio de la antropóloga June Nash (1979) en las minas de Bolivia, quien señala que, si bien en la mayoría de las sociedades industriales modernas la vida hogareña de los trabajadores está separada del trabajo, en la comunidad minera esa contradicción es menos evidente, pues las casas suelen ser una extensión de los edificios administrativos. En el poblado papelero de Atenquique -en donde las casas pertenecen a la empresa- se presenta una situación similar, por lo que el espacio y condiciones físicas del poblado, las casas e instalaciones deportivas dependen en gran medida de la compañía papelera. Pese a las apropiaciones simbólicas de los trabajadores, las casas siguen perteneciendo a la empresa y el poblado sigue siendo un pueblo de paso.

Revisemos más a fondo la manera en que se afronta el hecho de ser un “pueblo de paso”, desde el aspecto material y simbólico. En primer lugar, un análisis de corte lefebvriano permite identificar cómo el espacio se ha producido en buena parte como resultado de las superestructuras sociales, tales como el Estado y sus instituciones, así como las empresas.

En su libro La producción del espacio, publicado por primera vez en 1974, Lefebvre (2013) hace un extenso estudio en el que precisa que el espacio no debe entenderse como algo vacío o pasivo, sino como un producto que puede ser intercambiado o consumido, y que a su vez interviene en los procesos de producción mediante la organización del trabajo, el transporte, redes de distribución, entre otros. Así, sugiere dejar de considerar el espacio como un concepto geométrico, mental o físico, y comprender el espacio social como un producto social contenedor de relaciones sociales, para lo cual invita a indagar en conocer cuáles son y de dónde vienen esas relaciones.

Un aspecto del pensamiento de Lefebvre (1973; 2013) que resulta rico en esa discusión es precisamente su explicación sobre la influencia de los capitales y el capitalismo en el espacio: más allá de dar por sentado lo obvio de esta influencia en aspectos como la división del trabajo y la construcción de inmuebles, complejiza la relación al indicar que el espacio social interviene en el modo de producción como causa, efecto y razón. En un análisis similar, el sociólogo español Manuel Castells (1976) descarta dar por hecho una correspondencia entre un determinado tipo de produc ción (actividad industrial); un sistema de valores (el “modernismo”) y una forma de asentamiento espacial (la ciudad); y en su lugar invita a explorar esta reciprocidad como una hipótesis de investigación a comprobar. Así, en este estudio la geografía crítica funge como punto de partida e hipótesis a investigar en el caso de Atenquique; revisar la influencia del capitalismo en el espacio en el caso de un poblado industrial, auxiliado por las metodologías de la antropología visual para atender precisamente a las relaciones sociales que conforman y se tejen sobre el espacio.

El análisis espacial de la geografía crítica coincide en gran medida con el mensaje político que emerge de la ecología política urbana (Heynen 2006), quien plantea justamente que si las ciudades se producen mediante procesos sociales y ecológicos, debemos prestar atención a los procesos políticos por medio de los cuales son construidas; la ecología política se pregunta así sobre “quién produce qué tipo de configuraciones socioecológicas para quién” (Heynen 2006, 2, traducción propia). Por ello resulta oportuno reflexionar acerca de la influencia del capitalismo en el espacio y los entes que participan en la producción de ciudades: el espacio social cambia de acuerdo con el modo de producción, pero a su vez interviene en el modo de producción como causa, efecto y razón.

Atenquique se fundó estratégicamente sobre un territorio específico -debido a la flora repleta de pinos en la región, la abundancia de agua y la conexión con vías férreas-, es decir, el espacio fungió como causa y razón del modo de producción. Pero este último, a su vez, condicionó el desarrollo del espacio: un poblado creado en respuesta a una época y un modelo estatista, a un tipo de desarrollo prototípico del México de 1940 que ponderó condiciones laborales estables, y a su vez socioeconómicas en el pueblo, mismas que predominaron durante cuatro décadas. No obstante, el pueblo ha dependido permanentemente de los ciclos industriales de la compañía papelera, y la privatización de la misma cambió la situación del poblado, el territorio y las relaciones sociales y laborales dentro del mismo. Los ciclos industriales han generado una cúspide económica en la región, seguida de un abandono del territorio.

La precarización laboral, el despido masivo y la emigración han marcado las últimas tres décadas de Atenquique y su gente. La última etapa de la empresa papelera se necesita insertar dentro de los cambios recientes del capitalismo avanzado, marcado por políticas neoliberales. Esas políticas han estado marcadas por la acumulación por desposesión que, como indica Harvey (2017), ha estado a cargo de los grandes entes económicos a nivel global -con el respaldo de Estados Unidos e instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial-. La historia del neoliberalismo se ha caracterizado por prácticas de acumulación por desposesión, en las cuales se libera un conjunto de activos a un coste muy bajo, incluyendo la fuerza de trabajo.

La historia reciente de América Latina ha estado marcada por estos procesos de acumulación por desposesión, dando pie a nuevos marcos regulatorios para empresas transnacionales. En México en particular, las políticas neoliberales implementadas desde la década de 1980 han dado pie al accionar de estas empresas, “además del debilitamiento de los derechos laborales, el amordazamiento de los movimientos sociales, la mano dura, la militarización y el desplazamiento de comunidades permiten la implementación y la protección de estas corporaciones transnacionales” (Merchand 2013, 130-131).

Esa postura crítica permite estudiar los avances del capital frente a la lucha de clases y explicar por qué las clases trabajadores en países supuestamente desarrollados han sufrido tanto durante los últimos 30 años de neoliberalismo. En su análisis crítico sobre la producción del espacio y desarrollos geográficos desiguales, Harvey (2014) desmenuza los componentes de la relación entre el capital y el paisaje geográfico que se produce, remarcando la desindustrialización como uno de los aspectos más sombríos de la expansión geográfica con larga tradición. El principio que rige, indica el geógrafo marxista, es que “el capital crea un paisaje geográfico que satisface sus necesidades en un lugar y momento determinados, solo para tener que destruirlo en un momento posterior a fin de facilitar su nueva expansión y transformación cualitativa” (Harvey 2014, 157), principio que determina las transformaciones contemporáneas a escala territorial y social del neoliberalismo, “esta es la historia de la destrucción creativa (con todas sus consecuencias sociales y ambientales negativas) inscripta en la evolución del paisaje físico y social del capitalismo” (Harvey 2005, 103).

Como se estudió en campo, la clase trabajadora en Atenquique ha atravesado las distintas etapas de la fábrica y ha vivido en carne propia las consecuencias de la expansión geográfica del capital. En el caso del poblado industrial, se observó claramente en campo las condiciones materiales en que se encuentra el poblado en la actualidad: casas e instalaciones deportivas deterioradas, cine y biblioteca en desuso, y barrios enteros derribados o en completo abandono. La clase trabajadora ha vivido ese abandono en las últimas décadas, proceso actual que no se termina de asimilar debido a la migración forzada producto de la liquidación de 2001. A más de 15 años del despido, Armando Carrillo vive aquel momento a flor de piel. Él nació en Atenquique, salió durante su juventud a estudiar a Guadalajara y posteriormente volvió para trabajar en la empresa papelera durante 15 años. Tuvo que dejar el pueblo tras la liquidación y, aún hoy en día, recuerda y siente muy presente la situación: “Yo creo que a la fecha no lo alcanzamos a asimilar porque lo vivimos, a pesar de que llevamos ya como 16 años, es un tiempo -no digo que fue el ayer- pero sí es un tiempo muy corto” comenta Armando Carrillo (entrevista, 6 de febrero de 2017) con cierta tristeza mientras recorremos el poblado, la que fuera su casa y los alrededores de la fábrica. Ese día y a petición de él, nos detuvimos en la parte alta del poblado a contemplar una colonia obrera que fue derribada. La gente recuerda con tristeza ese reajuste de personal, me comenta, “porque aquí todos quisiéramos a lo mejor todos los días que Dios nos prestara. Sí fue triste y lamentable, y aquí están las consecuencias de lo que estamos viendo y viviendo [señala a la colonia de casas derribadas]” (entrevista a Armando Carrillo, 6 de febrero de 2017).

El círculo de industrialización-desindustrialización que pasa de un lugar a otro tiene puntuales repercusiones en la clase trabajadora, la cual, en la historia reciente de América Latina, ha tenido que defenderse o adaptarse a las circunstancias, según sea el caso. En Atenquique, a raíz de los cambios al interior de la compañía, las estrategias sociales han cambiado y, como lo relataron muchos obreros, ya no desean que sus hijos hereden el puesto laboral: “No quiero que mi hijo entre a la fábrica. Y si entra, que sea de ingeniero” (entrevista a Adrián Delgado, 4 de enero de 2017). Incluso en la región, los jóvenes de Tuxpan y municipios aledaños prefieren trabajar en el corte de fruta antes que laborar en la papelera, al grado que ahora es la compañía quien ofrece los puestos: “¿Cuándo, por ejemplo, se había visto que la empresa anduviera anunciando, perifoneando que ocupa gente para que vaya a trabajar a esa gran empresa? Porque ya no es muy atractivo” (entrevista a Armando Carrillo, 9 marzo de 2017).

Tras los recortes de personal, los trabajadores despedidos tuvieron que buscar diversas estrategias económicas y sociales, emigrando principalmente a la ciudad de Tuxpan y con pequeños negocios como vía principal para su sustento. El reajuste de personal es visto por como el proceso más doloroso con el cambio de administración: “¿Muchos a dónde se van? Al desempleo […]. Algunos logran crear un oficio: soldadores, mecánicos, albañiles, carpinteros. Pero otros que estaban en producción, pues no, era muy difícil encontrar otra empresa que se dedicara a la fabricación de papel” (entrevista a Armando Carrillo, 9 marzo de 2017). La situación laboral y de vivienda no ha sido sencilla: “Mucha gente, la mayoría que no teníamos un oficio, saber algo, nos motivó a emplearte, a poner una tiendita, tenías que sobrevivir. Ya las personas que regresaron fue con menos salario, con otras condiciones, pues se quedaron, no hubo de otra más que eso” (entrevista a Ignacio Cárdenas, 21 de enero de 2017). Nacho puso una pequeña tienda de abarrotes por algunos años y entró a trabajar en el área de vigilancia de una clínica del Seguro Social de Ciudad Guzmán. Como él, muchos trabajadores iniciaron pequeños negocios en la cabecera municipal, abandonando el pueblo de manera forzada.

Algunos de los trabajadores recontratados en 2001 continúan laborando en la empresa, con quejas comunes de los salarios. Si se mantienen en la compañía, reconocen con cierto pesar, es debido al agradable ambiente pueblerino de Atenquique: “No tenemos un sueldo muy alto aquí pero estamos aquí queriendo subsistir, vivir en Atenquique por la tranquilidad con la que se vive, y con la que vivieron nuestros hijos o viven nuestros hijos, que es lo más importante” (entrevista a Américo Manríquez, 10 de marzo de 2017).

Por otra parte, el aspecto simbólico de considerarse un “poblado de paso” puede examinarse de acuerdo con las prácticas y significados que los pobladores y expobladores han tejido sobre el territorio. Para ello, resulta sugerente la propuesta del geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan (2007), quien invita a no pasar por alto aspectos cualitativos de la experiencia humana en sus entornos físicos, indagando en la intensidad emocional y los sentimientos respecto al lugar mediante su concepto de topofilia. A lo largo de su obra (del mismo nombre que el término que acuña), el geógrafo busca analizar el lazo afectivo entre las personas y el lugar, vínculos afectivos que difieren en intensidad, sutileza y modo de expresión.

El término de topofilia permite aquí marcar las pautas y diferencias entre las distintas manifestaciones emocionales de los sujetos en relación con el poblado industrial de Atenquique, en un productivo cruce con las apropiaciones simbólicas que la geografía crítica no debe perder de vista, debido al rol de los habitantes en la producción social del espacio. Una frase que marca mucho el vínculo afectivo de los expobladores de Atenquique la expresó Ana Legarreta, mi casera, una tarde en la que charlábamos sobre el sentir de las personas que tuvieron que salir, definiendo al lugar como “el pueblo que muchos amamos y no podemos volver ahí” (entrevista a Ana Legarreta, 17 de enero de 2017). Una mezcla de sentimientos encontrados: por un lado, la fuerte intensidad del lazo afectivo hacia el lugar, y en contraparte, la imposibilidad de retornar a habitar el sitio en el cual se dejó la mayor parte de la vida.

La afectividad hacia el pueblo también se ve plasmada en las caminatas recurrentes de “Los Trotamundos”, dos obreros que salieron de la planta papelera décadas atrás, Héctor Carrillo y Nacho Cárdenas. Ellos se reúnen casi a diario a las afueras de Tuxpan desde muy temprana hora para caminar, siendo Atenquique el destino más frecuente. Para Nacho es, de hecho, su sitio predilecto. Durante tres meses, me sumé a sus caminatas de manera constante; fue en un recorrido con cámara por los alrededores de Atenquique donde le pregunté a Nacho sus razones y motivaciones para recorrer esos caminos:

Parte del querer uno estar y caminar y convivir aquí en el pueblo, es venir y recordar lo que vivimos nosotros como jóvenes, de niños: el andar por las barrancas, el venir a jugar con los muchachos, en la parte de las fábricas y el río. Lo bonito y la tranquilidad del poblado, que existía y existe ahorita, porque no encuentra uno mucho tráfico, movimiento de camiones. La tranquilidad es lo que me atrae. Aparte de querer yo mucho al poblado porque pues yo aquí nací también, y las vivencias que tuve con los amigos, con los compañeros, con la gente grande que vivió aquí, es lo que a mí me atrae. El estar aquí. Aparte de que parte de mi vida la trabajé en la fábrica. Y pos de aquí viví, comí y disfruté las cosas buenas cuando la empresa tenía el gobierno del aporte de la economía aquí (entrevista a Ignacio Cárdenas, 7 de febrero de 2017).

Nacho recuerda con mucho agrado sus años en Atenquique, al tiempo que reconoce la complejidad de volver, sin renunciar por ello a la posibilidad de intercambiar de casa con su hermano, quien aún trabaja para la compañía del Grupo Durango.

De esta forma, las prácticas cotidianas de los habitantes y exhabitantes de Atenquique reconfiguran el territorio y las casas. Si bien estas últimas siempre han pertenecido a la fábrica, cobran sentido en la medida en que en estas desarrollan relaciones sociales -familiares, públicas y privadas-, así como apropiaciones de índole simbólica y material. Las apropiaciones se presentan de forma simbólica en expresiones como “mi casa”, “sigue siendo mi casa”, frases que escuché en repetidas ocasiones durante los recorridos con cámara. Las personas que han salido del pueblo suelen volver ocasionalmente a visitarlo y se suelen detener en “su casa”, es decir, la pertenencia, al menos a nivel simbólico, continúa.

Entender las dinámicas y problemáticas del lugar requiere el análisis de esas prácticas por parte de sus habitantes, la clase trabajadora que ha vivido en el poblado por más de siete décadas, aunada a la que tuvo que salir tras la liquidación. El estudio del territorio abandonado -marcado por el deterioro físico de viviendas, escuelas, áreas deportivas y otros espacios públicos- cobra sentido en la medida en que se revisa desde el punto de vista de las personas que habitan el lugar. Cobra mayor sentido para enmarcar la privatización de la empresa en la expansión global del capitalismo, pero poniendo en el centro a la clase trabajadora.

Lo anterior no debe, sin embargo, caer en una lectura dualista entre lo global y lo local, o caer en un romanticismo que victimiza a lo local. Por el contrario, este tipo de estudios regionales anclados en casos específicos permite ampliar el marco analítico de la geografía crítica -en ocasiones centrada en discusiones geopolíticas-, atendiendo a la crítica realizada por Massey (1995) en la que considera seriamente la manera en que lo local y lo global se constituyen entre sí, advirtiendo que los lugares locales no son meras víctimas de la globalización.

Así, una lectura marxista permite identificar las condiciones materiales en las que el espacio es producido. Sin embargo, considero que el trabajo etnográfico complementa esa lectura mediante el análisis de las relaciones sociales y las prácticas cotidianas, en aras de comprender las apropiaciones y disputas del territorio por parte de la clase trabajadora, además de estudiar, como sugiere Lefebvre (2013), las relaciones sociales contenidas en el espacio.

De aquí que, desde el estudio del territorio, es posible trazar conclusiones sobre la influencia del capital en su revalorización, en la manera en que el capital cambia los paisajes geográficos, relocaliza el capital y, por ende, a las empresas. Después del estudio territorial en Atenquique -con un declive material marcado por momentos de quiebre identificables, la privatización en 1987 y la liquidación en 2001- se palpa la relación entre el capital y el paisaje geográfico en este caso de estudio. A su vez, el trabajo etnográfico que permite la antropología visual dio pie a observar en perspectiva y desde el punto de vista de los protagonistas esas transformaciones del lugar. Si bien parecieran dos marcos teóricos distintos, las dos vertientes admiten una conclusión del caso: la clase trabajadora es la menos culpable del declive del poblado industrial. Como indica David Harvey al referirse a fenómenos similares:

Resulta, sin embargo, demasiado fácil culpar a las víctimas de lo que sucede cuando el capital levanta el campamento y se larga. La explicación dominante es que fueron los sindicatos codiciosos, los políticos derrochadores, los malos gestores y demás ralea los que lo ahuyentaron; pero fue el capital, y no la gente, el que abandonó y desindustrializó Detroit, Pittsburgh, Sheffield, Manchester, Mumbai y otras tantas ciudades (2014, 162).

Fue el mismo capital -con la particularidad histórica del advenimiento del neoliberalismo- el que abandonó y desindustrializó Atenquique, con lo que resulta irrisible culpar al sindicalismo o a lo “ancho” del contrato colectivo, como pretendió hacer el grupo empresarial Durango al rescindir el contrato colectivo en 2001.

Conclusiones

Este estudio de caso permite reflexionar sobre las transformaciones espaciales a partir de la entrada del neoliberalismo en México y las consecuencias de las mismas para la clase trabajadora. El poblado industrial de Atenquique fue un reflejo del desarrollo posrevolucionario en México, consolidando la conformación de una clase obrera sindicalizada. El pueblo funcionó de la mano de la empresa durante varias décadas, desde su fundación en la década de 1940 hasta su venta en la de 1980, décadas en que se afianzó un notable nivel de vida, condiciones socioeconómicas superiores al resto de la región, así como una tranquilidad y seguridad al interior del pueblo.

El pueblo, pues, fue un reflejo del modelo desarrollista en el país. Pero fue precisamente el cambio del tipo de modelo el que provocó su declive y encogimiento, con fenómenos territoriales marcados por la liquidación: la emigración y el desarraigo. En los procesos territoriales del capitalismo resulta demasiado fácil y engañoso, como lo plantea Harvey (2014), culpar a los trabajadores de “ahuyentar” al capital; pero fue el capital, y no la gente, el que abandonó Atenquique, en un proceso con ciertas similitudes con de Pittsburgh, Detroit o Manchester. Las crisis del capital deben contextualizarse y entenderse como parte de macroprocesos: “Las profundas crisis en Indonesia o Argentina son juzgadas por el resto del mundo como casos de “mala suerte”, ante los que solo cabe encogerse de hombros. El pensamiento está dominado por explicaciones particulares y no sistémicas de las crisis” (Harvey 2014, 162), pero nada se dice sobre la huida y relocalización del capital.

Y a la inversa, el análisis de estas dinámicas socioeconómicas globales debe anclarse en estudios específicos, locales y, sobre todo, con una marcada carga socioespacial. Partir de un marco analítico como el sugerido por la geografía crítica permite considerar las superestructuras de la expansión del capitalismo, cuyos efectos aún deben estudiarse a escalas micro. El futuro de la investigación de la ecología política urbana marxista, indica Heynen (2006), debe buscar trabajar para encontrar una alternativa a la mezcla contemporánea entre libre mercado e irresponsabilidad política en donde el neoliberalismo produce cada vez una mayor desigualdad. La relación entre los análisis macros del sistema capitalista y los estudios etnográficos del territorio puede resultar compleja, pero un análisis no debe nulificar al otro. Como lo indicó recientemente Harvey (2016), “tenemos que volver a pensar sobre las dinámicas del capital en la vida contemporánea. Y reconocer que no podemos hablar sobre los futuros urbanos si no pensamos en el futuro del capitalismo”. Los lugares locales no están por fuera de las lógicas globales del capitalismo, y Atenquique es una clara muestra de ello.

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Entrevista a Josefina Martínez, habitante de Atenquique, 23 de febrero de 2017. [ Links ]

1El debate sobre el rol del cine en la Antropología, indica Ruby (2007), lleva abierto por décadas y continuará por algún tiempo; Ruby (2000) pugna por un papel más significativo del cine.

2Si bien la industria papelera en México había iniciado desde 1822 con la instalación de una fábrica en Puebla, no es hasta la década de 1940 que el sector entra en la producción a gran escala, con la instalación de Celulosa de Chihuahua, y posteriormente Kimberly Clark, Cartón y Papel de México, la Fábrica de Papel de Tuxtepec y la Fábrica de Atenquique.

3Además de la Compañía Industrial de Atenquique en 1941, se destacan Guanos y Fertilizantes (1951); Diesel Nacional (1951); Toyota de México (1951); Constructora de Ferrocarril (1952); y la Fábrica de Papel de Tuxtepec (1954).

4También fueron vendidas “la Renault de México (automotriz) en 1983, la Nacional Hotelera en 1985, Cementos Anáhuac del Golfo en 1986, Finacril (fibras sintéticas) […] y el Ingenio El Potrero y Tereftalatos Mexicanos (petroquímica) en 1988” (Lustig et al. 1998, 513). Hablando exclusivamente del rubro de papel y cartón, fueron privatizadas las Bolsas de Papel Guadalajara, Bolsas y Artículos de Papel, Envases y Empaques Nacionales, y Manufacturas Gargo.

Recibido: 04 de Septiembre de 2017; Aprobado: 21 de Febrero de 2018

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