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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

versión On-line ISSN 1390-8065versión impresa ISSN 1390-1249

Íconos  no.60 Quito ene./abr. 2018

https://doi.org/10.17141/iconos.60.2018.2815 

DOSSIER

La Democracia Cristiana en el área chica*de la posdictadura. Prácticas políticas y relaciones clientelares en una comuna chilena**

Christian Democracy at the Local Level in the Post-dictatorship Era: Political Practices and Clientele Relations in a Chilean Comuna

A democracia cristã na pequena área da pós-ditadura. Práticas políticas e relações clientelistas numa comuna chilena

David Luján-Verón*** 

Aníbal Pérez-Contreras**** 

1*** Magíster en Ciencias Sociales, FLACSO México. Estudiante de Doctorado en Sociología, El Colegio de México. dlujan@colmex.mx.

2**** Magíster en Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Estudiante de Doctorado en Historia, Universidad de Santiago de Chile. anibal.perez@usach.cl.


Resumen

Este trabajo explora las interacciones entre la población de una comuna chilena y dos autoridades locales del Partido Demócrata Cristiano: un exalcalde y un concejal en actual ejercicio. Específicamente, a través de un análisis diacrónico, entrevistas en profundidad y etnografía política, se da cuenta de cómo se anclan concepciones y prácticas relacionadas con el trabajo político en personeros de este partido y cómo ello interactúa con la población local y sus nociones sobre política, lealtad y buen ejercicio de un cargo público. Los temas analizados invitan a repensar el clientelismo en clave de vida cotidiana y construcción del Estado a nivel local.

Descriptores :  trabajo político; Democracia Cristiana; clientelismo; representaciones del Estado; municipio chileno

Abstract

This work analyses the interactions between the population of a Chilean comuna and two local authorities of the Christian Democrat Party: a former mayor and current municipal councillor. Through a diachronic analysis including in-depth interviews and political ethnography we analyse how concepts and practices around the exercise of politics are understood by these politicians and analyse ow they interact with the local population. We analyse how notions about politics, loyalty and the proper behaviour of an elected official are understood. Through the issues analysed we provoke the reader to rethink “clientelism” and its role in everyday life and in state building at the local level.

Keywords :  political work; Christian Democracy; clientelism; representations of the State; Chilean municipality

Resumo

Este trabalho explora as interações entre a população de uma comuna chilena e duas autoridades locais do Partido Democrata Cristão: um ex-prefeito e um conselheiro no exercício atual. Especificamente, através de uma análise diacrônica, entrevistas em profundidade e etnografia política, percebe-se como são ancoradas concepções e práticas relacionadas com o trabalho político em representantes deste partido e como isto interage com a população local e suas noções sobre política, lealdade e bom exercício do cargo público. Os tópicos analisados convidam a repensar o clientelismo desde a perspectiva da vida cotidiana e da construção do Estado a nível local.

Descritores :  trabalho político; Democracia Cristã; clientelismo; representações do Estado; municipio chileno

Introducción

Los puntos desde donde hoy se mira a Chile son muy diversos. Todavía, desde posiciones y centros de decisión afines a las doctrinas de libre mercado, hay quienes lo consideran un “país modelo”, ejemplo a seguir en términos de estabilidad política y desarrollo económico para la región,1 aunque con mucha fuerza abundan quienes han enfatizado en la crisis, malestar o descontento que prevalecen en amplios sectores de la población y que han tomado la calle para demandar cambios en el sistema educacional, de pensiones o la relación del Estado con el pueblo mapuche, por nombrar algunos. Estos grandes trazados, sin embargo, resultan empobrecidos cuando se busca estudiar las vinculaciones sociopolíticas a nivel local, tema que ha sido escasamente abordado en Chile y que normalmente se visualiza bajo el prisma de una crisis de representación y la superación de las estructuras institucionales de poder por las demandas ciudadanas (Corvalán y Cox 2012).

El tema de este ensayo es la actividad política cotidiana del Partido Demócrata Cristiano de Chile (PDC, de ahora en adelante DC) durante dos períodos de la administración local de una comuna chilena: primero en el ejercicio del cargo de un alcalde entre 1992-2004 y segundo, un concejal en actual servicio (2012-2016, reelecto para 2016-2020). El objetivo es explicar el éxito electoral que han tenido ambas figuras (el alcalde fue reelegido varias veces y el concejal actual tuvo, en las recientes elecciones municipales de 2016, la más alta votación a este cargo), de donde surge la hipótesis de que una buena parte de este éxito se debe a la eficacia de las relaciones clientelares con dirigentes vecinales.

Para demostrar esta hipótesis, recurrimos a una metodología cualitativa con base en entrevistas semiestructuradas a las dos autoridades y a dirigentes vecinales (de juntas de vecinos, centros de madre y clubes de adulto mayor) durante el período julio 2016-enero 2017, más observación etnográfica en distintos contactos de la población local con el concejal (julio 2016-agosto 2016), escudriñando en torno a los significados de Estado, poder y política que en estas interacciones se forjaban.

El argumento principal del trabajo es que el éxito de figuras de representación locales se vincula con su capacidad para estructurar relaciones clientelares que se adaptan a distintos momentos y se sostienen en juegos de poder bidireccionales como representaciones contradictorias sobre el Estado. Por un lado, éstas se refieren a nociones propias del neoliberalismo (del cual Chile es un ejemplo paradigmático) como corresponsabilidad, descentralización y esfuerzo; por otro, a la necesidad de protección, seguridad y asistencia a la población, especialmente la más vulnerable.

Omitimos el nombre de la comuna-sitio de investigación para resguardar la identidad de nuestros informantes, que fue seleccionada porque la DC posee aquí niveles de penetración electoral relevantes (sus votaciones han conducido, desde la vuelta a la democracia, a tener entre dos y tres concejales por período, más cuatro períodos de alcaldes, además de algunos diputados y senadores), lo que nos lleva a caracterizarlo como caso emblemático para estudiar las redes de este partido. Además, porque se trata de un sitio con zonas extendidas de pobreza (lo que podría favorecer las relaciones clientelares), situación que ya vaticinó un par de estudios en la materia (mismos que no citamos para evitar referencias al lugar).

También optamos por estudiar las prácticas clientelares de la DC porque los estudios sobre clientelismo en Chile han tendido a centrarse en la derecha, en especial en el partido Unión Demócrata Independiente (UDI). Ir hacia la DC puede colocarnos en posibilidad de diferenciar formas de vinculación de los partidos políticos con la ciudadanía y señalar que el clientelismo puede expresar formas recíprocas de entender y practicar el Estado no circunscritas a un partido.

El ensayo se compone de cinco partes. Primero, una breve exposición de nuestro marco teórico, destacando algunos aportes de la antropología del Estado, poder y clientelismo. La segunda describe aspectos históricos y de contexto tanto de la DC como de reformas en diseños institucionales que ayudan a comprender los hallazgos empíricos que detallamos en una tercera y cuarta parte, cada una dedicada a distintas facetas del trabajo político del exalcalde y el concejal en actual ejercicio, respectivamente. La quinta parte interpela los conceptos utilizados, buscando hacerlos “densamente texturizados” (Katz 2001) y ayudar a repensar el clientelismo en clave de vida cotidiana y construcción del Estado.

Antropología del Estado, poder y clientelismo. Por una recapitulación teórica

Hablar de estos tres conceptos evoca un conjunto amplio de entendimientos en distintas escalas de análisis. Los antropólogos del Estado han criticado enfoques que postulan la división Estado/sociedad como un aspecto en sí mismo evidente de la realidad social o cuya escisión se mantiene en términos cerrados a partir de una investigación detallada (Skocpol 1985), así como a quienes sustituyeron la noción de Estado por la de gobierno o sistema político (Easton 1969). El trabajo seminal de Abrams (1988) en este sentido argumenta a favor de dejar de considerar al mismo como un ente, cosa u objeto independiente de los actores, para pensar las maneras y medios por los que se constituyen, comunican y negocian representaciones y prácticas que hacen efectiva una idea de Estado. Haciendo eco de esta pregunta, se han indagado varias aproximaciones al fenómeno de lo estatal desde un punto de vista relacional y a nivel, especialmente, de la vida cotidiana (Vera 2009 y 2015; Das y Poole 2004; Nuijten 2003).

Recurrimos aquí a la antropología del Estado porque es una mirada descencializadora de los fenómenos políticos, pues no los considera dominio de algún área de la vida social (el Parlamento o los partidos, por ejemplo) ni parte de dicotomías que postulan que a un objeto pertenece, necesariamente, una propiedad social (como por ejemplo que al Estado pertenece el poder y a la sociedad, la resistencia) y, por ello, deja espacio para pensar en la creatividad e interpretaciones que sobre el poder tienen las poblaciones supuestamente dominadas por “el Estado”. Antes bien, se pregunta por cómo se configuran, contingentemente y en conflicto, distintas mixturas entre representaciones sociales, juegos de poder y prácticas sociales. Para nuestra investigación, además, es especialmente relevante pues se ha estudiado el contacto entre burocracias locales y población (Wanderley 2009), y usaremos estos aportes para examinar si existe, y de qué tipo es, la idea de Estado que se crea en las relaciones clientelares.

La conceptualización del poder también la hacemos desde la interdependencia social y no desde una visión esencialista o estática que la reduciría a una cosa, recurso o posesión que exista más allá de las relaciones sociales. Esto significa considerarlo imbricado en estrategias de vida y organizaciones cotidianas (Escalona 2009) y movilizado en un marco de expectativas complementarias (Weber 1973). Para los propósitos de este trabajo, el poder es condicionado y a la vez condiciona desiguales potencialidades de acceder a la riqueza, prestigio y control de la comunicación e información de un área de actividad específica (Crozier y Friedberg 1990). En otras palabras, el poder es al mismo tiempo un medio como un resultado por el que se reproducen o subvierten formas de asimetría social teniendo como base el control de capitales económicos, políticos y sociales.

Recurrimos al poder para explorar cómo se reproduce la posición de distintos niveles en las relaciones de intermediación política (cliente, mediador y patrón), así como el papel que tienen los recursos que cada actor moviliza en sus interacciones. En especial, ya se ha pensado en cómo el control del tiempo, el tedio y la arbitrariedad tiene efectos en la conducta de los clientes dentro de la burocracia (Auyero 2011). Usaremos sus aportes para analizar cómo son los juegos del poder dentro de las relaciones clientelares y cuál es su papel en la construcción del Estado, sin asumir un control absoluto de los patrones -como algunos estudios sobre clientelismo tienden a mirar- ni tampoco que los actores involucrados son maximizadores de utilidades sin cultura o compromisos emocionales.

Tal como las conceptualizaciones del Estado y el poder, el clientelismo es una materia de estudio ampliamente discutida. En las ciencias políticas, subsiste un acuerdo en definirlo como una forma de acceso mediado y selectivo a bienes y servicios estatales, cambio de subordinación, lealtad, obediencia y dependencia, sostenido por normas de reciprocidad, amenazas por cortar provisiones o beneficios atribuidos al intercambio. Ser mediado y selectivo es lo que lo distingue de otras formas de vinculación política no condicionadas al voto o apoyo electoral, como son las políticas programáticas o la distribución universal de beneficios (Stokes 2007).

El periodismo y los medios de comunicación en general observan al clientelismo como una forma premoderna e ilegítima de vinculación política, centrada en la “compra del voto”. Esta visión contrasta con aportes de la sociología y la antropología que han examinado -en un espíritu no condenatorio- las normas de reciprocidad, performances y representaciones sociales que prefiguran esta forma de “amistad asimétrica” (Auyero 2001; Vommaro y Quirós 2011; Vommaro y Combes 2016; Paladino 2014). En Chile, el clientelismo es mirado, en concordancia con la concepción de las ciencias políticas, como una forma de vinculación no programática (Luna 2010) y sociológicamente se ha explorado su reproducción cotidiana y la forma en que se superponen redes políticas a organizaciones sociales y caritativas, así como el performance que rodea la actividad de los mediadores políticos (Arriagada 2013; Álvarez 2014; Barozet 2004; Luján y Vázquez 2015; Pérez 2016a).

Algunos estudios, en perspectiva histórica, han indagado la constitución de un clientelismo nacido a partir de la dictadura militar y centrado en el municipio, de un cariz despolitizado en el sentido que los temas que pueden discutirse en la intermediación clientelar se acotan a problemas de corte vecinal, concretos y cotidianos, de acuerdo con la iniciativa del alcalde y sin posibilidad de interpelar o cuestionar las políticas municipales o incentivar una participación más autónoma. Ello no quiere decir que este proceso implique la absoluta desposesión de los clientes, pues refieren que ellos obtienen ventajas materiales y son integrados al sistema, aunque de forma bastante asimétrica (Barozet 2000; Pérez 2016b; Valdivia et al. 2012).

Nosotros usaremos una perspectiva del clientelismo que destaque su aspecto performativo, las normas y reglamentaciones morales que le corresponden (Vommaro y Combes 2016) y el “trabajo político” involucrado, es decir, la actividad política rutinaria, atención de demandas, formas de presión y control de recursos públicos (Hurtado 2013), las representaciones sobre el Estado que se construyen desde las relaciones clientelares y los juegos de poder involucrados en esta construcción.

Después de exponer brevemente algunos aportes sobre antropología, poder y clientelismo, analizaremos por qué son relevantes para este ensayo y cómo pretendemos vincularlos con los hallazgos empíricos. Sintéticamente, tanto la antropología del Estado, las nociones de relaciones del poder así como los estudios sobre el clientelismo que estudian las representaciones de los intercambios y los performances permiten construir un esquema comprensivo más adecuado de las relaciones clientelares que versiones institucionalistas o condenatorias, pues da espacio para pensar la creatividad, comprensión y negociaciones sobre el poder y control del Estado sin esencialismos. Dicho lo anterior, describiremos algunos elementos históricos y de contexto sobre los municipios en Chile y la DC.

El escenario de la década de 1990, el lavinismo de la política y el rol de la DC

Los trazos de continuidad política, económica y social implicados en la transición chilena han sido reconocidos por diversos especialistas (Moulian 1997; Fazzio 1997). La reforma municipal impuesta por la dictadura militar a este respecto fue pensada como un mecanismo para lograr una eficiente despolitización de la sociedad a través de asignar las antiguas funciones sociales del Estado -como educación y salud- al gobierno local, dislocando con ello los lugares tradicionales de la política como el Parlamento o los partidos (Valdivia 2011). A juicio de los militares, ello permitiría cortar la cadena de intermediación local/nacional tan propia del sistema de partidos anterior al quiebre institucional de 1973 (Valenzuela 1977). Además, el municipio, pensado desde una óptica tecnocrática y neoliberal, se encargaría de solucionar los problemas “concretos” de los vecinos, evitando con ello un proceso de repolitización por el camino de demandas al Estado. Los alcaldes (todos designados) tendrían mayor infraestructura institucional en el contacto con la ciudadanía, concentrando importantes atribuciones para la vida de los vecindarios y la atención de muchas de sus carencias, potenciando indirectamente facultades clientelistas (Valdivia 2011; Valdivia et al. 2012).

Una vez comenzado el retorno democrático en 1990, el Gobierno liderado por el demócrata-cristiano Patricio Aylwin apostó por democratizar los municipios articulando una reforma que permitía la elección de los alcaldes. Sin embargo, dadas las condiciones impuestas durante el proceso de transición,2 el Gobierno estaba obligado a contar con votos de la oposición para aprobar su proyecto, lo que terminó mermando sus objetivos más profundos. A lo anterior se lo ha denominado como un caso de democratización en la medida de lo posible (Álvarez 2012). Este elemento tiñó la década de 1990 con un especial tono gris: por una parte, ciertos autores mostraban un modelo exitoso de transición a la democracia, reducción de la pobreza e inflación, más un crecimiento económico sostenido (Valenzuela 1995), mientras que otros criticaban las transformaciones de la ciudadanía heredera del modelo neoliberal, la que habría creado un sujeto consumista y atomizado (Gómez 2004).

En este escenario se desplegó y creció un nuevo estilo político para la cultura política chilena: el lavinismo (Valdivia 2012) representado por el alcalde de la comuna Las Condes, Joaquín Lavín, quien posicionó un discurso declarado como apolítico y centrado en los problemas reales de la gente (sin estar supuestamente mediados por consideraciones ideológicas). Aunque para algunos fue considerada una política “analfabeta” (Moulian 2004), comenzó a ser imitada por otros alcaldes del país ubicados en la Concertación (Valdivia 2013), teniendo su mayor éxito cuando, en las elecciones presidenciales de 1999, Lavín estuvo a punto de obtener el sillón presidencial. El Chile de la década de 1990 mostraba entonces los frutos de la transformación estructural realizada desde el período militar: una sociedad con baja participación electoral y partidos políticos articulados en un consenso sobre lo básico acerca del modelo heredado, careciendo de proyectos alternativos contrahegemónicos. Esta suerte de desdibujamiento ideológico llevó a autores como Lechner (2002) a hablar de la “erosión de los mapas mentales”, donde las viejas coordenadas políticas parecían difuminarse.

Tanto el lavinismo de la política como la reforma municipal tienen efectos en el presente en el sentido que mucho del trabajo de los municipios en Chile está orientado a solucionar los problemas relativos a la cotidianidad de los vecinos, entre los cuales se encuentran situaciones de urgencia y necesidad, así como vincularlos con las políticas sociales estatales a distintos niveles (municipal, regional o central).3 Esta facultad está dada en un marco de la expansión de políticas sociales de carácter focalizado en Chile, compartido por otros países de la región (Agudo 2015) y entendido en el contexto de la posdictadura dentro de una serie de reformas vinculadas con la modernización del Estado basadas en la flexibilidad, racionalización y eficiencia de la gestión pública (Garretón 2012).

Durante este período de transición, la DC continuó siendo la agrupación política más grande de Chile. Ya sea en número de militantes, en cantidad de votos en diversas elecciones o en número de ministros o subsecretarios, hasta 2001 fue un actor político clave en su rol de centro hegemónico de la Concertación, lo que ha llevado a caracterizarlo como un partido con alto grado de institucionalización (Huneeus 2003). Sin embargo, han sido nulos los trabajos que han explorado el impacto que tuvo el proceso mencionado en las relaciones políticas cotidianas en torno a este partido.

En este apartado, hemos colocado el acento tanto en la despolitización acaecida en la dictadura y continuada por los gobiernos de la Concertación, el surgimiento del lavinismo en la política y la falta de estudios sobre el rol de la DC en este proceso. Sintéticamente podemos decir que hubo un proceso dirigido por los militares para atomizar a la población, desprender sus vinculaciones de elementos político-programáticos y borrar las esferas de intermediación local (sindicatos, partidos) que fueron enlazadas al impulso de un clientelismo centrado en el municipio, donde supuestamente éste sería el primer contacto y barrera de contención para las demandas ciudadanas. A continuación expondremos algunos hallazgos para hablar sobre la relación entre Estado, poder y clientelismo.

La comuna y el trabajo político de Barrios

A continuación, presentaremos elementos de la intermediación política, personalización de relaciones y circulación de regalos entre dirigentes vecinales y autoridades locales en la comuna, así como al exalcalde y al actual concejal de la DC con el objetivo de abrir el panorama de estudio para la indagación que expondremos en los apartados que siguen. A partir de aquí, la información no se sustenta en fuentes secundarias sino en hallazgos de campo.

A nivel local, la aprobación de una autoridad se jugaba en su capacidad para resolver problemas, y muchos alcaldes y concejales participaban de esta demanda, lo que no significaba que políticos en esferas superiores no tuvieran este tipo de atenciones (aunque con menos intensidad). Éstas iban desde aquellas personales (búsqueda de trabajo, capacitación para ejercer algún oficio, pedidos de reducción de una multa de Carabineros -la Policía en Chile- o de reducción de un recibo de luz/agua que consideraran injustamente alto), pasando por aquellas relativas a otras personas (pedían, a nombre de algún vecino “carenciado”, un apoyo para comprar sus medicamentos o buscarle algún subsidio social), hasta las vinculadas con la vida en la sede social de la organización (necesitaban pintura o pagar el arriendo) o la comunidad (no había plazas, no había pasado la basura, faltaba desmalezamiento, escalas o barandas,4 había

muchos perros callejeros, inseguridad, querían hacer alguna festividad o actividad solidaria, y un largo etcétera).

Las peticiones normalmente eran enunciadas por dirigentes de organizaciones vecinales y las justificaban en términos de necesidad y merecimiento: de necesidad porque se escenificaba a partir de una carencia socioeconómica -los dirigentes no tenían los recursos, afirmaban, para hacer algo que proyectaban-, y de merecimiento porque tenía algún fin que, en su lectura, “beneficiaba a la comunidad”, en especial a los más vulnerables.

Los políticos demócrata-cristianos aludidos poseen trayectorias distintas. El exalcalde, que llamaremos Barrios, abogado, de familia cristiana y clase media, estudió con jesuitas y se introdujo en el partido a partir del trabajo pastoral: “Salíamos a misionar, a la población, a los lugares más australes del país”. Fue alcalde designado por Aylwin (1990), y gobernó la comuna durante 12 años. Trabaja además en asesoría jurídica, actividad de la que surgen recursos políticos pues algunas entrevistas a dirigentes vecinales señalan cómo el exalcalde los ayudó o ayuda legalmente.

Por otro lado, el concejal, a quien llamaremos Pérez, proviene de un sector popular e ingresó a la municipalidad a los 17 años de edad, cuando Barrios era alcalde, en la Dirección de Desarrollo Comunitario (DIDECO). Aquí realizaba funciones de enlace territorial (conducía demandas entre la municipalidad y las organizaciones vecinales) y operador político, pues en campaña se hacía cargo de organizar distintos eventos de promoción del voto tanto para Barrios como para otros partidarios de la DC.

Cuando Barrios perdió las elecciones municipales (2004), a Pérez lo trasladaron al Departamento de Aseo, pues con el cambio de alcalde vino una reestructuración del aparato político-territorial. Ocho años después (2012) y con el aparato de Barrios (recursos económicos, contactos de dirigentes para acercarse a las organizaciones vecinales, más un apoyo directo pues el exalcalde se encargaba de presentarlo personalmente en campaña), fue elegido concejal de la comuna, y en 2016, presentándose a reelección, fue el concejal más votado. Abiertamente se declara “barrista”. No tiene título universitario sino un diploma de educación superior técnica en Administración Pública.

Durante el trabajo de campo, era difícil que dirigentes con relaciones cercanas a Pérez no lo asociaran con Barrios y, a nivel comunal, que no se recordaran los períodos de este último como de mucha ayuda, atención y circulación de regalos entre municipalidad y población local. Más aún, señalaban políticos locales y dirigentes, este estilo de gestión pervive hasta hoy y sigue concitando clivajes, pues su égida evoca un estilo de gestión “muy de piel” (muy humana), de gran preocupación por los pobres (pues en su período, nos comunicaban, había repartido viviendas de emergencia, colocado pavimentación y luminarias), además de que hacía muchos recorridos por los sectores con más carencias. Ello tiene efectos en las maneras en las que las autoridades que lo siguieron, sobre todo concejales, enunciaron y practicaron su trabajo político, y aunque algunos de ellos en la actualidad tachan las prácticas de Barrios como populistas y asistencialistas, no tardan demasiado para sucumbir en circulación de regalos e intermediación para que algún vecino tenga trabajo, una consulta médica en el hospital u otras formas de personalización de la política. Tales prácticas las justificaban en términos de no querer verse como el concejal “cagado” (egoísta) o incapaz de “sacarse la mano del bolsillo” (sacar dinero de su bolsillo) por una necesidad social.

Hablando sobre los mecanismos de contacto entre la población y el municipio, Barrios señalaba que las cartas5 y el contacto -en la oficina, en los recorridos por la comuna-eran los dispositivos privilegiados, pues permitían acelerar la escucha de las necesidades sociales, la capacidad de resolver problemas y la obnubilación de las esferas de intermediación a nivel local:

(…) en el municipio llegaban 500 cartas aproximadamente por día, lo que yo establecí es que, trabajaban ocho personas, ellos leían todas las cartas, las abrían (…) di un instructivo que todas las cartas que vinieran dirigidas al alcalde, donde hicieran planteamientos, pidieran o generaran soluciones, tenían que ser dirigidas a mí, era una carpeta que yo no alcanzaba a leer y me la llevaba para mi casa, entonces, el día sábado, domingo, después del almuerzo, yo me recostaba y empezaba a leer una por una, todas las cartas (…) (Entrevista a exalcalde Barrios, noviembre de 2016).

En esta lógica efectivista había una crítica a la espera que caracteriza el acceso al sistema y la representación política, que con su burocracia y sistemas de reglas imparciales (las soluciones técnicas a los problemas de la gente), se señalaba, era pobre para hacerse cargo de las carencias más inmediatas. El mismo Barrios, relata, se encargaba de verificar las soluciones:

(…) si, por ejemplo, a doña Juana, que tenía un problema porque se había caído un árbol, le llamaba yo por teléfono, hola señora cómo está, habla el alcalde, usted me mandó una carta porque se le cayó un árbol, yo mandé a la gente pero quiero pedirle una ayuda, y es que me mandaron a avisar que todo había quedado resuelto y usted muy contenta, ¿eso es verdad? ah, me dice, sí, claro, vinieron, lo cortaron, pero dejaron el árbol y dijeron que una camioneta al día siguiente se lo llevaría, todavía no han venido, no tengo cómo pasar (me decía), entonces, bueno, usted tranquila, entre lunes y martes la solución va a estar (…) (Entrevista a exalcalde Barrios, noviembre de 2016).

La crítica a lo técnico se relaciona, de este modo, con una supuesta frialdad que caracteriza tomar decisiones desde una oficina lejana. Para Barrios, consideración compartida con otras autoridades o sus secretarios cuyo trabajo involucra relación

con vecinos, es difícil establecer una distinción clara entre un político y un asistente social, y parte de la “pega”6 del político -al menos a nivel local- es hacerse cargo del tema humano de la gente, es decir, de sus necesidades afectivas: atender, tocar, visitar, elementos que emulaban y daban prueba de una relación cercana de colaboración y apoyo. Al mismo tiempo, esta “pega” es distinta a la de un político más vinculado con lo “legislativo”, entendiendo por ello más ideológico o programático, o cuyos productos, las leyes, tienden a demorarse más.

El trabajo de Barrios está signado por la precarización de las facultades estatales para atender problemas urbanos y la continuidad del modelo neoliberal, e impacta en el tipo de tejido establecido con la sociedad local cuando la forma en que la vincula con la municipalidad es a través tanto de la focalización de las políticas sociales como por la idea de que la solución debe venir de los propios vecinos. La participación, de este modo, adquiere un contenido que enmarca el esfuerzo individual (el acto de dar se condiciona a la disposición de esfuerzo, pues no hay dinero para solucionar todos los problemas) por salir de la pobreza y por imaginar que ello rompe un otrora vínculo de dependencia que, para Barrios, se ubicaba en la dictadura (ahí no había posibilidad de decidir el propio futuro, dar la propia solución):

(…) (yo les decía) usted la arma (la solución), se reúne con los vecinos, usted sale a buscar los medios, y hagamos tantas actividades como sean necesarias, para que usted tenga la plata de la baranda (escalera),7 y hacemos la escala con baranda, punto (...) Fui generando con los vecinos, por ejemplo, yo postulaba a distintas obras y ellos tenían que poner el 20% de pavimentos participativos; había de distintos porcentajes (…) (Entrevista a exalcalde Barrios, enero de 2017).

Todo ello, con el objetivo de construir una “comunidad” en el sentido de reencontrar personas a través de hacerlas compartir esfuerzos y soluciones, y que ello no solo fuera responsabilidad de una autoridad. Estos entendimientos, además, convivían con otros enlazados con la promoción de actividades lúdicas. Su período se caracterizó por crear algunos espacios públicos -con títeres, juegos, mimos, demostraciones de bomberos y Carabineros- para el entretenimiento de los niños, en especial los más pobres. No solo era ofrecerles algo gratis, sino traerlos a lugares céntricos de la ciudad, lejos de las zonas más alejadas que eran también las que poseían las mayores carencia de infraestructura (pavimentación, canchas para jugar, entre otras).

La representación del alcalde como un padre (como él se definía en relación con la comunidad) que resuelve problemas, personaliza la gestión sin la exigencia adherida a derechos de ciudadanía social sino en términos de “hinchar” (molestar) al alcalde, pidiendo audiencia con él, esperando su atención y favor. La molestia no significaba actores sumisos, pues numerosos dirigentes mencionaban cómo mostrarse “aperrado”,8 sino que era un signo de legitimidad y determinación, sin embargo, ello tenía límites en que no querían mostrarse demasiado difíciles para que el alcalde o sus colaboradores pensaran que no se pudiese trabajar, codo a codo, por el camino “correcto”, es decir, respetando la institucionalidad vigente, la vía formal. En la cercanía con la autoridad local, de este modo, se definía la capacidad de ser un dirigente eficaz.

Al mismo tiempo, Barrios cuenta cómo fue consciente de los réditos electorales que significaba armar actividades de entretenimiento cuando una vecina le hizo saber que aunque lo consideraba mal alcalde, votaría por él para proteger a sus hijos: no quería que cesara el entretenimiento para ellos. El entendimiento que la elección de voto se da en un marco de asistencia social hizo que trasladara el espectáculo para niños hacia una calle más central de la ciudad, aumentando sus períodos de duración (el verano completo).

Con estas descripciones, vemos cómo se mezcla en el discurso de Barrios una tendencia hacia el reconocimiento a los sectores populares y la detección de algunas de sus necesidades con el objetivo de hacerlos “surgir”, con otra dirigida a la capitalización política del gestor de soluciones. Si bien el clientelismo se enfoca en las consecuencias del condicionamiento electoral -para la democracia, la ciudadanía, etc.-, aquí vemos cómo se construye este condicionamiento: dando lo que la gente quiere (invocación común desde los discursos que ensalzan las facultades autonómicas de la “sociedad civil”, entendimiento sobre el que se sustenta mucha de la promoción del neoliberalismo) en un marco de restricciones estructurales -la descentralización de las políticas sociales- y entendimientos sobre qué es una buena autoridad -preocupada, afectuosa, eficaz para atender necesidades sociales-, ya que el alcalde buscaba reelegirse.

Vino viejo en odres nuevos: siguiendo los pasos actuales de un concejal barrista

Después de la gestión de Barrios, vino la del alcalde (hoy ex alcalde) Meza, que con el supuesto objetivo de disminuir los lazos de compromiso y dependencia de la comunidad hacia el alcalde (tal como Barrios había señalado respecto a gestiones alcaldicias precedentes) y concejales (entrevista a secretaria del exalcalde Meza, diciembre de 2016), creó fondos concursables a nivel municipal para las organizaciones vecinales; una iniciativa creada a escala nacional pero que en la comuna se adoptó 10 años después. Se aumentaron los fondos disponibles y se buscó la profesionalización en la presentación de demandas, pues para postular se exigía la presentación de un proyecto debidamente justificado, con montos y plazos establecidos. Hoy en día los proyectos, para ser adjudicados, pasan por una serie de etapas supuestamente impersonales,9 sin embargo, como se verá a continuación, el trabajo político se adapta a estas nuevas condiciones y la autonomía en la práctica se da por lógicas clientelares.

En el panorama actual de la comuna, concejales y otras autoridades participan en la orientación o se hacen cargo directamente de postular a las organizaciones vecinales -juntas de vecinos, centros de madre, adulto mayor, entre otras- a los distintos fondos del Estado. Parte importante de las visitas “a terreno” del concejal Pérez consistían en, una vez escuchadas las necesidades sociales, exponer los posibles fondos a los que se podía postular y que podrían resolver los problemas enunciados. En el caso de que los vecinos no estuvieran constituidos en una organización, se ofrecía un ministro de fe para iniciarla, haciendo referencia a los beneficios de introducirse al mundo de los apoyos y subsidios estatales. Además ofrecía contactos, recursos y respaldo: orientación para las postulaciones, hablar con la gente necesaria para poner en marcha el proyecto y asistencia “para cualquier cosa”.

La construcción del poder en relación con los proyectos sociales se ubicaba en varias aristas. En primer lugar, Pérez buscaba mostrar que era a través de él que se podían hacer cosas para ganar adherentes y lealtades políticas, y ello pasaba por decir, en distintas organizaciones, que sabía que habían postulado y adjudicado algún proyecto, que había votado por su aprobación, e ir “dando la lucha” cuando los proyectos se encontraban estancados.10

Por ejemplo, en una sesión de concejo municipal, el espacio donde concejales y alcalde se reúnen una vez por semana a discutir temas comunales, se debatía si se otorgaba o no el financiamiento a nuevos proyectos para organizaciones, decidiéndose al final por no hacerlo en el entendido que no se quería comprometer los gastos de la nueva administración que arribaría en un par de meses. Ante este panorama, una dirigente de un centro de ayuda para discapacidades se puso de pie en la sesión y señaló a los concejales que se encontraba contrariada porque no se aprobara el proyecto que ella abanderaba,11 acusando a los primeros de falta de sensibilidad y poco ánimo para asumirse representantes de la población local. Un concejal le respondió que tomarían su solicitud, evaluarían su caso en conjunto y le darían el resultado luego de 15 días. Ella reclamó por el tiempo de espera y salió de la sala.

Al día siguiente, una dirigente de una junta de vecinos conversaba, en su casa, en torno a cómo el día anterior Pérez había leído una carta durante la sesión haciendo ver lo importante que era apoyar a las personas con discapacidad en medio de la controversia, situación que nunca ocurrió, pero que le fue mencionada por la dirigente del centro de ayuda para discapacidades. Ahora bien, haber asumido la existencia de esta carta tiene consecuencias para la relación clientelar, pues, para la dirigente de la junta de vecinos, era signo de la cercanía y lucha que Pérez daba en el concejo por las organizaciones, lo que la animaba a pensar que era a través de él, de su vínculo personal, que se podían intitular demandas dentro del Estado, y específicamente en el concejo municipal.

Otra forma en que el poder se construye se refiere a los momentos en que los vecinos acuden a su oficina para presentar necesidades sociales, qué proyectos quieren o tienen en marcha, y esperan que los contactos y recursos de Pérez puedan resolver poco a poco problemas relativos a su diseño y seguimiento dentro de las tramas estatales. El concejal, asimismo, frente a los vecinos hacía llamadas y pedía reuniones con autoridades en distintos niveles de la administración estatal vinculadas al tipo de fondo buscado, adquiriendo algunos compromisos con los dirigentes para “ir dándole salida al tema”, por ejemplo, cuando le señalaba a alguno, “ahora le voy a llamar a tal autoridad y en tal tiempo tú me llamas para saber la solución” o “le estoy marcando a la persona indicada pero no contesta, dame una semana”. La idea de esperanza, en última instancia, es la que busca mantener presente, lo que no es contradictorio con resolver progresivamente algunos problemas en aras de crear confianza y credibilidad de sus capacidades.

Junto a lo anterior, circulaba una gran cantidad de regalos entre el concejal y la población local. Su apoyo era a veces monetario (daba una cantidad de dinero que nunca completaba la totalidad de los gastos sino que constituía, decía, una ayuda en la medida de las posibilidades, pues muchas organizaciones pedían y había que apoyarlas a todas),12 o de servicios (ir con un cantante o payaso a amenizar algún evento), prestar un bingo o juegos inflables, otorgar asesoría legal (a través de sus contactos pues él no era abogado) y buscaba que ello fuera prueba de la confianza, reciprocidad y colaboración en la relación. Además, era un método de control puesto que permitía informarse sobre qué político había visitado la organización y/o cuál era el color político de los dirigentes (preguntando a algún miembro de confianza dentro de la misma).13

Los dirigentes, por su lado, normalmente correspondían las donaciones invitando a los concejales a visitar su organización al evento (festividad o actividad solidaria) para el cual pedían ayuda y jugaban con dos recursos para estipular demandas y apoyo, tanto “entrar al barrio” para los políticos que apoyaran, como señalarles, normalmente de formas sutiles e indirectas, que podrían animar a los socios de su organización a votar por la autoridad que los atendiese mejor, es decir, que los escuchase, visitara más y/o les gestionara más cosas. De este modo, normalmente el juego se recreaba en el entendido de la expectativa complementaria según la cual el político buscaba votos y los dirigentes, apoyo.

De igual manera que Barrios, Pérez señalaba que se separaba de otros políticos en cuanto él era el más humano: las donaciones iban aparejadas de una escucha atenta y el acto de dar estaba rodeado por muestras de afecto y reconocimiento, elementos que hablan del carácter moral de los intercambios (Vommaro y Combes 2016). Especialmente relevante en esta significación de las relaciones clientelares era cuando el concejal recibía la petición o cuando él mismo se “postulaba” para ser el padrino de alguna organización. Desde el punto de vista de quienes hacían la petición, tenía el objetivo de “asegurar” a Pérez estar en constante preocupación y atención de sus necesidades: se ganaban el “derecho” de ser atendidos siempre que lo requiriesen. Para Pérez, era una forma en que se cristalizaba su pasión por ayudar, el derecho a ser parte de “esa familia” y, en la confianza habilitada, pedir el voto.

Por último, uno de los rasgos más relevantes del trabajo del concejal consistía en participar de un estilo de gestión donde no se buscaba “imponer nada” a la ciudadanía, en el entendido que ello sería político-partidario o ideológico, significado como negativo pues sería externo a las mentalidades de los vecinos y poco adecuado para enfocar sus necesidades, que son, decía, transversales a los partidos. Al mismo tiempo, es difícil que en el trabajo de Pérez y Barrios se hiciera referencia a la Democracia Cristiana para captar adherentes y en cambio el tema humano era la marca que los capitalizaba y desde donde se construían no como políticos sino como social-políticos. Esta estrategia responde a una expectativa por posicionarse en un clima de alta desafección con los partidos políticos, además que facilita personalizar los triunfos. Para los dirigentes, ser social-político era una forma de constituirse como arrojados no al “interés mezquino” de un partido o color político sino a la “comunidad”. Lo social, además, tanto para autoridades como vecinos, significaba promover la solución de carencias, labor que representan en el Estado.

Hemos descrito así algunos hallazgos de campo referidos al trabajo político de dos autoridades locales. Brevemente, podemos decir que hay en el discurso de ambos tanto ideas que ensalzan el esfuerzo como la descentralización de la toma de decisiones, y la autonomía propugnada es captada por lógicas clientelares, pues hay una continua construcción de la dependencia sobre la idea de que es necesaria la intermediación política (que funciona aún en contextos de una supuesta autonomía de las organizaciones sociales que acceden a financiamiento vía proyectos concursables), que es aderezada con elementos asociados con el intercambio moral como la atención, escucha, afecto y actividades lúdicas. A modo de cierre, entablaremos un diálogo entre los hallazgos empíricos y el marco de análisis para hablar del clientelismo en clave de vida cotidiana y construcción del Estado a nivel local.

Conclusiones. Los poderes del Estado vistos desde abajo

Por principio de cuentas, la dinámica de participación impulsada en las organizaciones vecinales se construye sobre la competencia (por ganarse un proyecto, por tener la confianza de alguna autoridad) que Barrios y Pérez toman como nicho de oportunidad para posicionarse como figuras necesarias para la intermediación política. En sus formas de contacto con los vecinos, se privilegia el afecto, la atención y la escucha, elementos que dan cuenta de la personalización del vínculo político que ha sido observado en otros contextos y muestra el ejercicio cotidiano del poder (Auyero 2001; Vommaro y Quirós 2011).

Aquí observamos elementos del clientelismo tanto clásico como contemporáneo: clásico porque opera sobre alianzas diádicas, es decir, uno a uno (Landé 1977), pero también contemporáneo porque en los encuentros entre dirigentes y autoridades subyace la expectativa de que los primeros podían incentivar a los socios de su organización a agradecer los favores prestados mediante el voto, aunque sin acercarse a la negociación explícita abierta, colectiva, contestataria y comprometida con la idea de derechos que retrata Gay (1988). La expectativa sobre el caudal de votos, normalmente, se hace en acuerdos cara a cara entre dirigentes y autoridades con un marco más o menos flexible de interpretación y control.

En Chile, además, el fenómeno del clientelismo toma su especificidad por la ampliación de políticas sociales de carácter focalizado y donde ideas en torno al esfuerzo y descentralización son especialmente relevantes. En este punto, son útiles los aportes acerca del poder donde la expectativa de control sobre zonas de comunicación e información por los concejales (sobre cómo hay que presentar un proyecto, con quién hablar para que marche, quién es necesario para que se otorgue) impulsa la recreación de relaciones de dependencia, trayendo los aportes de Crozier y Friedberg (1990). A pesar de la proliferación de las políticas sociales de carácter focalizado, el trabajo político se adapta a la ritualidad de las asimetrías a nivel local y el poder aquí no tiene que ver con la subversión de la asimetría sino con su explotación (Agudo 2015). Vale decir, los actores que rodean las figuras de intermediación hacen de la asimetría un recurso, haciendo gala de una petición de padrinazgo o la redacción de una carta, por ejemplo, para ganar derechos informales.

En estas presentaciones, los dirigentes buscan hacerse merecedores, en función de sus necesidades sociales, de los apoyos del Estado, y mientras más necesidad, más merecimiento. De ahí el porqué de solicitar a una autoridad que sea padrino de un caso extremo de cómo la desprotección se escenifica para movilizar emociones e intitular demandas dentro del Estado.

Del mismo modo, la participación que se impulsa desde estos espacios de gestión de la pobreza es aquella de tendencia a una asistencia que, paradójicamente, facilita los triunfos y exime de los fracasos, pues siempre la ayuda se extiende “en la medida de las posibilidades”. Aquí toman asidero nociones como esfuerzo y corresponsabilidad, que son tomadas por el concejal y el exalcalde como lo que justifica el apoyo a una necesidad social: no se apoya a quien no se esfuerza. Conviven así dentro de estas relaciones tanto ideas de un Estado que promueve el esfuerzo como del que protege cotidianamente, movilizado por la expectativa complementaria por poner en marcha, paradójicamente, un Estado que no es Estado, es decir, que responde sin estar sujeto a la burocracia: tiempos, esperas y demoras trámites. La otra cara de la protección, además, es el control político pues está sujeto a réditos electorales.

Por otra parte, si bien la mayoría de los estudios sobre clientelismo en Chile se han concentrado en la derecha (siendo escasos los trabajos en torno al papel de la DC), nuestra indagación muestra cómo, más bien, la construcción de clientelas es práctica transversal de los partidos políticos a través del tiempo. Al menos en el espacio local, si hay diferencias entre partidos se desarrollan en torno a quién resuelve mejor, quién es más humano, quién promueve las actividades lúdicas. Ello nos inclina a pensar que en el presente no se observan diferencias de contenido entre las vinculaciones que hace la DC y la UDI en el espacio local, por lo menos con los sectores populares.

En el caso de las autoridades presentadas en este estudio, mucho de su éxito electoral se debe a que son interpretados localmente como los más eficaces y humanos, mostrando especial deferencia por los sectores con mayores carencias socioeconómicas. Un clima de alta desafección por los partidos políticos, personalización de las relaciones políticas y amplias carencias socioeconómicas se presenta como el caldo de cultivo idóneo para el fomento del éxito sobre la base de relaciones clientelares, condicionadas estructuralmente por la descentralización de las políticas sociales hacia las organizaciones vecinales. Ello nos lleva a pensar, sin embargo, que se trata no solo de continuidad (sin rupturas) en las trayectorias presentadas, sino que la capacidad de adaptación es posible por una situación estructural de descentralización, permitiendo con esto repensar con profundidad el vínculo entre neoliberalismo y clientelismo. Quedará para futuros estudios llevar esta hipótesis más atrás en el tiempo y otros contextos.

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Entrevista a secretaria del exalcalde Meza, 10 de diciembre de 2016. [ Links ]

* Si en el fútbol el “área chica” denota la zona en el extremo de la cancha donde se define el marcador de juego, este estudio abona a comprender al Estado desde sus “márgenes”, centrándose en los efectos de la interacción entre políticas estatales y actores locales en la construcción del Estado (Das y Poole 2004).

** Los autores agradecen el apoyo para la realización de esta investigación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), de México, la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), de Chile, así como del proyecto FONDECYT regular 1160984, “¿Malas prácticas o “aceitar la máquina”? Las instituciones informales en tiempos de cambios políticos y su impacto en la democracia chilena (2016-2019)”, dirigido por Emmanuelle Barozet.

1Por ejemplo, cuando el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Roberto Azevedo, aseveró que Chile: “Es un país que ha entendido que su papel en el mundo depende de un comercio exterior fluido y sin trabas” (La Tercera 2015, 12).

2En específico, el mantenimiento de la Constitución de 1980, del sistema electoral binominal y del general Augusto Pinochet como comandante en jefe del Ejército, con todas las atribuciones que incorporaba: imposibilidad de su remoción, fuero y futura instalación en el Parlamento como senador vitalicio (Corvalán 2001).

3Dentro de una extensa bibliografía, pueden consultarse los trabajos de Arriagada 2013 y Valdivia et al. 2012.

4Escaleras públicas. El terreno de la comuna está dominado por pendientes, lo que hace difícil su recorrido sin escalera o baranda (el larguero del que uno se sostiene al recorrer la primera), sobre todo en las más pronunciadas.

5Pedir mediante cartas es una práctica que pervive hasta hoy en la comuna y en otras de Chile.

6En Chile “pega” es una denominación para trabajo u ocupación.

7No se refiere a una escalera dentro de un domicilio particular, sino de un bien público. Es importante referirlo porque la mayoría de las demandas eran por este tipo de bienes.

8Es decir, decisivo en hacer cosas por el barrio.

9En específico, son tres etapas: admisibilidad, evaluación técnica y votación por el concejo, en el caso de los fondos municipales.

10Aunque la votación de los concejales se hace por el conjunto de los proyectos, no individualmente.

11Se trataba de ayuda en implementos para jóvenes con discapacidad.

12La entrega de dinero fue lo que más llamó nuestra atención por su posible significación como un acto literal de “compra” del voto. Los dirigentes vecinales involucrados en estos arreglos mencionaban que el dinero, si había de por medio, era porque ellos nunca lo habían pedido sino se les había ofrecido, justificado en términos que el concejal no había podido hacer las compras para las “donaciones” o porque él quería que las organizaciones gastaran el dinero en lo que estimaran más conveniente. De nuevo, aparecen los recursos a la autonomía y el esfuerzo (en este caso, del concejal, por supuestamente apoyar la mayor cantidad de organizaciones “en la medida de las posibilidades”) para fundamentar los intercambios.

13La simpatía por alguna autoridad se detectaba normalmente sabiendo cuál era la que más visitaba la organización.

Recibido: 24 de Abril de 2017; Aprobado: 24 de Octubre de 2017

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