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Íconos. Revista de Ciencias Sociales

versión On-line ISSN 1390-8065versión impresa ISSN 1390-1249

Íconos  no.60 Quito ene./abr. 2018

https://doi.org/10.17141/iconos.60.2018.2763 

DOSSIER

Obras, fotos y trabajo político: aportes antropológicos sobre su producción social

Actions, Photos and Political Practice: Anthropological Contributions to the Social Production of Politics

Obras, fotos y trabalho político: aportes antropológicos sobre sua produção social

Julieta Gaztañaga* 

1* Doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora adjunta CONICET - Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Profesora UBA, Argentina. julietagaztanaga@conicet.gov.ar.


Resumen

Este texto contribuye al conocimiento de la categoría de trabajo político a través del análisis antropológico de un proceso relacionado con la creación de infraestructura pública vial en la Argentina contemporánea. Se diferencian dos aproximaciones socialmente significativas para los actores: el trabajo político como militante y el trabajo político como creación de obras. Especificar ambas perspectivas permite abordar el trabajo político en relación con la producción social de la política y, con ello, romper con la hermenéutica del cinismo con la cual suele evaluarse la obra pública. El corpus de datos en que se basa el artículo ha sido elaborado en varias campañas de trabajo de campo etnográfico desde 1999 hasta 2014; en esta oportunidad, el mismo es revisitado a la luz de nuevas preguntas de investigación y enfoques del quehacer político.

Descriptores :  antropología; obras públicas; infraestructura de transporte; elecciones; instituciones políticas; peronismo; Argentina

Abstract

This article contributes to the literature on political practice through an anthropological analysis of public infrastructure projects in contemporary Argentina. We differentiate two socially significant perspectives for the actors involved: as political activists and the managers of public infrastructure projects. Reviewing both of these perspectives allows us to approach political work in relation to the social production of politics, and with that, break with the lens of hermeneutic cynicism through which public infrastructure projects are often viewed. The research on which this article draws is based on various ethnographic studies conducted between 1999 and 2014. Through the analysis presented in this article these studies are revisited in light of new research questions and focuses on the everyday practices of politics.

Keywords :  anthropology; public infrastructure; transport; elections; political institutions; Peronism; Argentina

Resumo

Este texto contribui para o conhecimento da categoria de trabalho político através da análise antropológica de um processo relacionado à criação de infraestrutura pública rodoviária na Argentina contemporânea. São diferenciadas duas abordagens socialmente significativas para os atores: como militantes e como criadores de obras. Especificar ambas as perspectivas nos permite abordar o trabalho político em relação com a produção social da política e, com isso, quebrar com a hermenêutica do cinismo com a qual as obras públicas são geralmente avaliadas. O corpus de dados em que o artigo se baseia foi elaborado em várias campanhas de trabalho de campo etnográfico desde 1999 até 2014. Nesta oportunidade, o mesmo é revisado à luz de novas questões de pesquisa e abordagens do fazer político.

Descritores: antropologia; obras públicas; infraestrutura de transporte; eleições; instituições políticas; peronismo; Argentina

Introducción

“Los políticos hacen obras para sacarse la foto” constituye una sentencia de notable vigencia en Argentina. Esta frase es señalada en medios de comunicación por analistas y profesionales del comentario político (periodistas, ensayistas y demás intelectuales), circula entre especialistas técnicos de la obra pública (ingenieros, arquitectos, economistas, consultores, entre otros) y forma parte de la dramatización cotidiana del antagonismo entre políticos (como modalidad sardónica y acusatoria entre personas, facciones y/o partidos enfrentados). Su eficacia reside en transportar una disposición a la valoración (negativa) de una praxis (tan incierta como putativa) en forma especular (la foto como acontecimiento marca la ausencia de otro o su desviación). Establece una ilación axiológica (entre obras, fotos y políticos) sobre la base de supuestos instrumentales respecto de la acción humana y una peculiar epistemología popular sobre la razonabilidad de las personas como si fuera posible acceder a las motivaciones más profundas de los demás sin mucho esfuerzo. Es también una fórmula que florece en otros campos, siendo una de sus modalidades más resonantes: “Las mujeres pobres se embarazan para cobrar planes sociales”. El poder simbólico, de disposición y acción (Bourdieu 1999) de este tipo de expresiones es fenomenal. Configura una suerte de comodín ex post facto que permite ganar todas las partidas del juego del conformismo lógico y moral, e instaura una sima entre dichos y acciones imposible de verificar, falsear o imaginar, sociológicamente hablando. Su potencia es la falacia de su contenido sustantivo, no tanto por lo que dice sino por lo que hace, incluso sin decir.

¿Qué otros esquemas de relacionamiento entre políticos y obras quedan cercenados ante la eficacia de este tipo de aseveraciones? He formulado variantes de esta pregunta en diferentes investigaciones antropológicas orientadas a examinar el punto de vista de quienes se ocupan de “trabajar en política” (Gaztañaga 2008, 2010 y 2016). En esta oportunidad, intentaré responderla sirviéndome de una fotografía concreta. Podría simplificar mi cometido como “contar la historia de una foto”, pero lo que es interesante es desentrañar el proceso que define políticamente la semiosis en ella (Peirce 1987). El objetivo es contribuir al conocimiento de la categoría de trabajo político a partir del análisis etnográfico de un proceso por el cual ciertos políticos trabajaron para hacer posible una megaobra de infraestructura pública vial en la Argentina contemporánea. A través del análisis de las diferentes comprensiones del trabajo político implicadas en dicho proceso, se busca avanzar ejes conceptuales respecto a cómo el enfoque de la producción social de la política podría romper la hermenéutica del cinismo como forma de evaluación de la obra pública.

En términos de metodología, este texto se sustenta en un corpus de datos producido en varias campañas de trabajo de campo etnográfico y conformado por registros de observación participante, entrevistas abiertas y análisis documental y periodístico. Revisitaré esos análisis producidos a la luz de un enfoque antropológico “procesual” (Gluckman 1958; Leach 1976), adoptando un enfoque que atribuye a la etnografía un papel analítico y no meramente descriptivo (Ingold 2008), incluyendo la posibilidad de construir “teoría etnográfica” (Da Col y Graeber 2011) como alternativa a la elección racional (Graeber 2010).

El artículo se organiza en cuatro partes. Primero se presenta una fotografía con el contexto de su producción y contra el mencionado prejuicio en torno de la forma instrumental de los vínculos significativos entre políticos, fotos y obras. Seguidamente se ofrecen tres puntos en los que se despliega el argumento principal: las fotos no reflejan el trabajo político sino que éste, como praxis, produce, por ejemplo, cosas fotografiables. Para ello, el primer punto se ocupa de diferenciar dos aproximaciones socialmente significativas del trabajo político: militancia y creación de obras. El segundo punto ilustra los sentidos escalares de la creación de obras focalizando la infraestructura relacionada con la fotografía. Finalmente, a modo de conclusión, el tercero parte de la importancia de la personalización, de que las obras tengan “nombre y apellido”, retomando así el argumento acerca del carácter productivo del trabajo político.

Una fotografía

Presentaré una fotografía tomada por la prensa oficial del Partido Justicialista (PJ), exhibida en un austero pero siempre concurrido local de comidas de una pequeña localidad argentina. Me llegó gracias a que unos colegas solicitaron una copia al encargado, “el Negrito”, un peronista1 de familia. La imagen en sí es una excusa del tiempo y una manera de disculpar mi ingenuidad; en ese entonces, no podía prever que me valdría la posibilidad de regresar a la producción social del trabajo político abriendo nuevos interrogantes.

Fuente: archivo personal

De izquierda a derecha: Jorge Busti, Carlos Stratta, Carlos Menem y Luis Márquez. 

En la fotografía, se destacan cuatro hombres sonrientes en el punto de fuga que generan los micrófonos. El evento y los hombres son políticos. Si preguntara quiénes son a un argentino o argentina al azar, sin duda reconocería a Carlos Menem, el “caudillo riojano”, dos veces presidente argentino (PJ, 1989-1999), gobernador de La Rioja (1973-1976 y 1983-1988) y senador nacional (2005-presente), cuya gestión fue responsable de grandes transformaciones políticas y sociales durante la década de 1990 y de un profundo giro económico neoliberal. En segundo lugar, quizá la persona conozca al político de la izquierda. Se trata de Jorge Busti, también retratado como “caudillo”, tres veces gobernador de Entre Ríos (PJ, 1987-1991; 1995-1999 y 2003-2007), senador nacional (2001-2003), diputado nacional (1999-2001), diputado provincial (2007-2011) e intendente de Concordia (1983-1987 y 1991-1995). Los otros dos políticos probablemente no sean familiares. A la derecha de Menem está Luis “Chuni” Márquez, en ese entonces presidente del Concejo Deliberante de su ciudad y candidato a diputado provincial. Y en el centro de la escena está el entonces líder local del peronismo, senador provincial y candidato a intendente (cargo que ya ocupara a finales de 1980). Juan Carlos Stratta falleció siete años después, víctima del cáncer y fuera de la función política desde entonces; pero su trayectoria sigue creciendo en reconocimientos: el actual gobierno de filiación radical dentro de la Alianza Cambiemos2 ha dado su nombre a una calle y recientemente el peronismo hizo lo mismo con una Unidad Básica (local partidario), en cuya inauguración, Laura Stratta (legisladora, candidata a intendente y actual titular de Desarrollo Social entrerriana) citó a su padre: “La política es transformar la realidad que duele, es luchar, comprometerse y tener sueños para concretarlos”.

La imagen fue capturada el 16 mayo de 1999. Pero siendo los calendarios resultado de cómo los grupos atribuyen valor a eventos socialmente significativos para ellos (Mauss y Beuchat 1979), el día no importa tanto como el momento: pertenece a un “año político”. Hacia octubre se realizaban comicios destinados a renovar cargos legislativos y ejecutivos de escala nacional, provincial y municipal; era la cuarta vez que se elegía presidente tras la restauración democrática y poco antes había quedado trunco el proyecto de una nueva reforma de la Constitución (tras la de 1994) y la “re-reelección presidencial”. La oficialización de las candidaturas del peronismo se había resuelto en “elecciones internas”,3 aunque el esfuerzo por consensuar una fórmula poderosa no evitó la derrota. A finales de octubre, fue electo presidente Fernando de la Rúa, el candidato de la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación (coalición entre la UCR y el Frente País Solidario).4 El segundo lugar fue para la Lista 1 Azul y Blanca del PJ, de la candidatura de Eduardo Duhalde y Ramón Ortega. En un lejano tercer puesto quedó Domingo Cavallo (Acción por la República),5 el célebre ministro de Economía de Menem, convocado por De la Rúa poco antes de la crisis de 2001, debacle que interrumpió dramáticamente su gestión.6 Es menester señalar la ironía del lema del peronismo en esas elecciones. “Unidad para la Victoria” se haría efectivo en dos pasos posteriores: con Duhalde electo en 2002 por la Asamblea Legislativa tras cuatro presidentes provisionales, y posteriormente, estando el PJ dividido en tres listas y habiendo desistido Menem del balotaje, con el triunfo en el año 2003 de Néstor Kirchner del Frente para la Victoria (FPV).7

La foto fue tomada al suroeste de la provincia de Entre Ríos, en Victoria, una ciudad de casi 40 mil habitantes que en ese entonces contaba apenas con la mitad. La localidad que en los albores del siglo XIX fuera construida a espaldas del río, pasó de ser enclave de caleros guipuzcoanos y genoveses a albergar una poderosa aristocracia agro-ganadera orgullosa de contar con el primer monasterio benedictino de Hispanoamérica. Desde mediados de 1990, Victoria incluye en su ejido 3760 kilómetros cuadrados de islas, producto de una gestión de Stratta cristalizada en la Ley Provincial 8855/94. El casco céntrico de casas coquetas y la nueva zona hotelera frente al río contrasta con la mancha urbana donde escasea el asfalto y se extienden viviendas humildes hasta la zona de chacras. Pero más allá de las desigualdades entre los cinco “cuarteles” (división territorial que incluye los barrios), los victorienses viven “como un pueblo”, no solo en el sentido físico de lugar acotado donde todos se conocen, sino, como se verá, de comunidad que comparte anhelos y concreciones.

Empero, el plano americano que captura el evento político no llega a reponer mucho acerca de la pequeña ciudad entrerriana; menos de la visita del presidente. Otros mandatarios también visitaron Victoria desde el regreso a la democracia: Raúl Alfonsín, De la Rúa y Duhalde durante sus campañas electorales, y Cristina Fernández (FPV 2007-2015) para los festejos del Bicentenario de la Independencia Argentina. Pero Menem ya había viajado en septiembre de 1993, junio de 1997, junio de 1998 y lo haría en septiembre de 2002. ¿Por qué el riojano fue tantas veces? Era sabida su amistad con el famoso dirigente radical César “Chacho” Jaroslavsky, cuya hija fuera electa intendente ese año (cargo que abandonó en 2001 para ocupar una banca de diputada). Pero las razones no se agotaban en lo personal. En cambio, apuntan a aquello que señalara Clifford Geertz (1999) en su lectura culturalista de la noción weberiana de carisma: la relación entre el simbolismo del poder y la presencia de quienes ejercen la autoridad en el espacio físico. Esta foto es testimonio vivo de cómo los políticos funden su participación con acontecimientos trascendentes de la vida política local. En lo que sigue se argumentará cómo el “trabajo político” produce cosas, personas, relaciones y situaciones fotografiables. Para ello, comenzaré precisando algo de esta categoría tan saturada de sentidos comunes e ideológicos diferenciando las dos acepciones del trabajo político que se señaló al inicio de este texto: la militancia política y la creación de obras.

La militancia no es todo: trabajar en política I

En Argentina, la noción de “trabajo” es extensamente utilizada por la militancia social y partidaria, en contraste con la paradiástole de un difuso “sentido común como sentido cultural” (Geertz 1999, 93-116) que tiñe de espurio este quehacer práctico y su capacidad productiva de valor, tramas relacionales, experiencias y obras. Quienes hacen trabajo político suelen separarlo de la relación salarial, pero tampoco lo oponen de manera tajante ni como praxis ni ethos alternativo. Asimismo consideran que si “el signo político” particulariza estilos de trabajo (más ideales que sustantivos) el partido no es equiparable a una fábrica. Sea en medios partidarios, no partidarios, estructuras complejas o agrupaciones en formación, el trabajo de producir “capital político” (Hurtado 2013), implica siempre una base social donde recursos, posiciones y relaciones tienen una gramática definida para los actores. Estas cuestiones y otras que desarrollaré a continuación las aprendí con los peronistas a quienes acompañé etnográficamente entre 1999 y 2015.

En Victoria acompañé cuatro campañas y fiscalicé tres elecciones en cuyo marco tuve la posibilidad de observar participando del trabajo político. Las actividades consistían en caminar por el territorio y conversar con los vecinos, repartir propuestas y votos (incluyendo doblarlos correctamente), hacer pegatinas y quitar las de los contrincantes, asistir a las reuniones, debatir acerca de listas y referentes, ayudar a personas a consultar padrones electorales, llevar a la gente a votar y fiscalizar. En una sutil división del trabajo, algunos se destacaban en “llevar el mensaje” del partido o la agrupación, aunque ese laburo (argentinismo del lunfardo para trabajo) estaba destinado a trascender lo personal. Valores como lealtad, fuerza, compromiso y responsabilidad hacían posible un rasero genérico para todos a la hora de aleccionar y ser aleccionados: una elección perdida significaba fallas en el trabajo político; una ganada, haber trabajado bien. A su turno, las evaluaciones reconfiguraban jerarquías y en algunos casos posiciones y relacionamientos entre dirigentes, referentes barriales y colaboradores. Este trabajo les insumía tanto tiempo y energía que los militantes (incluyendo a los candidatos que se consideran a sí mismos en esta categoría) muchas veces debían suspender compromisos, descuidar sus familias y desatender sus “otros trabajos”. Pero si los momentos electorales eclipsaban sus fuerzas, éstos no determinaban al trabajo. En las unidades territoriales donde la militancia es reconocida (y suelen vivir) están abocados a quehaceres diarios tales como detectar necesidades sociales concretas, poner el cuerpo ante calamidades como la crecida del río y asegurar el aprovisionamiento de bienes materiales y no materiales a los vecinos. En suma, el “trabajo político” era referido de una manera laxa para actuaciones en entornos institucionales e interpersonales. Como práctica heterogénea no tenía un único elemento definitorio, sino que hilvanaba diversas capacidades y disposiciones: operar políticamente, interpretar, diagnosticar escenarios y coyunturas, reconocer los términos de disputas verbales, disputar cuerpo a cuerpo, accionar o suspender la acción en puntos álgidos de la contienda electoral y/o de las gestiones de gobierno, y toda una serie de destrezas para organizar, esperar, empatizar, peticionar, acatar, acompañar, en el local partidario, el barrio, la ciudad, al movilizarse a otras ciudades y en eventos rutinarios y planificados tanto como inesperados y dramáticos.

Diversas disciplinas sociales han producido análisis rigurosos del trabajo político y mostrado cómo vocación, sacrificio, pericia, disciplina y responsabilidades son inseparables del despliegue de cálculos, estrategias, intereses, ideologías, afectos y valores. Desde la antropología basada en la etnografía, en el contexto argentino, estudios detallados han mostrado la importancia de atender sus tramas relacionales, repertorios simbólicos y prácticos, recursos, moralidades y valores de y para la acción (Balbi 2007; Balbi y Rosato 2003; Boivin et al. 2009; Frederic 2004; Frederic y Soprano 2009; Masson 2004; Rosato y Quirós 2004; Soprano 2003). El abordaje etnográficamente situado de la política en su “dimensión vivida” (Quirós 2011) ha permitido incorporar a esta actividad compleja el poder en su hacer y “hacer-se” (Thompson 1968), desarticulando la sinonimia entre trabajo político y clientelismo, y la división del trabajo intelectual que tiende a separar “transformación” de “reproducción”, “vínculos morales” de “instrumentales” y “política beligerante” de los movimientos sociales de la partidaria o “institucional” (Fernández Álvarez 2015; Grimberg et al. 2009; Grimson et al. 2009; Manzano 2013; Semán 2009; Vommaro y Combes 2016; Vommaro y Quirós 2011).

Ahora bien, la mayor parte de esta bibliografía -soslayo muchas obras por economía expositiva- presenta el inconveniente de dialogar de manera transversal con otras comprensiones del trabajo político. Me refiero particularmente a la que lo configura como contexto y producto de “obras” en general y de “infraestructura pública” en particular. Este hiato es significativo en la medida en que muchas trayectorias políticas se construyen con base en materializar “proyectos”; es decir, no solo son tema inagotable de conversación e inspiración para la épica y la anécdota, sino que hacen a la persona política como alguien que trabaja en un territorio, donde en cada obra dejan además su huella.

Es posible trazar tres consecuencias problemáticas de este soslayo. Por un lado, el trabajo político ha tendido a estar eclipsado por el quehacer militante. En este sentido, al ser una praxis territorial, muchos esfuerzos analíticos han buscado dar cuenta de la porosidad de la categoría (que incluye a organizaciones de base, movimientos sociales, grupos religiosos, sindicales, artísticos, cooperativas, entre otros). El problema es que, al evitar asumir como dadas las formas y expresiones de este trabajo en relación con la dimensión institucional abstracta e impersonal de la política estatal, el interés por los trabajos de las agencias estatales ha quedado oscurecido, vedando así la comprensión de la obra pública no solo como gestión y lugar de gobierno sino como “trabajo”. En segundo lugar, muchos estudios han tenido como horizonte de análisis lo recursivo del trabajo político como manera de evitar concentrarse en el éxito o el fracaso electoral que oscurece la comprensión de los políticos concretos (Frederic y Masson 2007). Pero con ello, no obstante, han realzado la pragmática de las elecciones: ya no como unidades de análisis predefinidas sino como idea, escenario, valor y símbolo de praxis. En otras palabras, lo cotidiano, la rutina y hasta el aburrimiento parecen emerger como la alteridad del proselitismo que, en definitiva, sigue moldeando los temas en torno de los cuales se consagra la bibliografía dedicada a la política (marketing, redes, aparatos, plataformas, punteros, referentes, líderes, facciones, merecimientos, corrupción, ayudas, entre otros). Desde ya, el problema no son las elecciones; menos aún en contextos donde el sufragio es universal, secreto y obligatorio, y aquellas se canalizan territorialmente mediante partidos políticos. Probablemente se deba más a una confusión entre cómo el poder de los profesionales de la política depende de su rédito como representantes (Manin 1996; Offerlé 1999) y cómo sus quehaceres les permiten asumir posiciones autorizadas dentro y fuera de la lucha partidaria. Y en tercer lugar, la escasez de estudios que aborden al trabajo político como proceso productivo de obras concretas (incluso en relación con el designio electoral) quizá tenga que ver con los esfuerzos por romper las miradas teleológicas de los procesos políticos. El problema es que si los actores sociales cotidianamente reflexionan, explican e interrogan sus mundos (Boltanski y Thévenot 2006), esto va contra las maneras en que ellos experimentan el trabajo de “hacer realidad” proyectos e ideas. Y al rechazar este plano también se pierde la posibilidad de examinar la potencia escalar, trascendental y excepcional de las dimensiones creativas del trabajo político. En este sentido, el estudio del trabajo político revela que la obra pública no únicamente traduce “efectos materiales de Estado” (Harvey 2005; Larkin 2013), sino que produce los niveles de jerarquías de que depende la producción y valoración de esa praxis.

La génesis de mi acercamiento al trabajo político tuvo que ver con discutir una visión a priori de la política como esfera o campo, y estudiar, en cambio, su producción social como dominio especializado (Gaztañaga 2010). No partí de la creación de obras sino de la militancia. Y tampoco fue desde entrevistas sino del acompañamiento, del estar ahí de manera activa una vez sorteado el escrutinio de la confianza (de dónde venía, quién me conocía, y si ya había trabajado). No era posible hacer etnografía sin llorar con ellos las derrotas, festejar los triunfos hasta emborracharse, salir corriendo de los perros en las barriadas, maldecir en silencio por las puertas cerradas en la cara, aprender a visualizar quién trabaja de más o de menos, saber hablar o callar, diferenciar a los leales de los traidores y reconocer muchas formas de “hacer diciendo y decir haciendo”. Era imposible no saberlos agotados, angustiados, peleados, amigados, endeudados, envueltos en intrigas y negociaciones por cosas tan dispares como acercar a alguien atravesando calles con lodo o ser nombrado en la planta municipal. En otras palabras, una dinámica arrolladora no solo relativamente abierta a la observación participante, sino que la única manera de conocerla era trabajando. Pero junto con esta experiencia de trabajo político que se ponía a prueba en el cotidiano de los barrios y en cada elección, había otra menos asequible y que requería de la buena voluntad de su protagonista o de algún exégeta. Era más escurridiza y usualmente rodeada del halo de fascinación y misterio que provocan lo generativo y transformador; y aunque no estuviera determinada por el secreto -incluso prescindiendo de las evaluaciones morales de esta forma sociológica (Simmel 1906)-, como forma de trabajo excedía al quehacer generalizado de la militancia. En suma, ambos sentidos de trabajo político se complementaban pero no se confundían. Sobre el segundo me explayaré en la siguiente sección.

Hacer obras: trabajar en política II

Identifiqué una aproximación diferencial al “trabajo político” gracias a un “error en campaña” relacionado con la foto presentada en este artículo. Allí, la militancia (incluyendo a los candidatos) se jactaba de haber “concretado el proyecto centenario del peronismo”. El problema no era solo la aritmética (que resolví apelando a la caridad interpretativa: para ellos el peronismo es centenario aunque haya surgido medio siglo atrás), sino que eso que llamaban “proyecto” era una obra que ya estaba en marcha. La composición terminaba de complicarse por el hecho de que esa expresión no era privativa de actos públicos y momentos de euforia proselitista sino que también circulaba en charlas informales y reuniones íntimas. Parecía como si el acuerdo de mantener el error, implicara, además, no darse cuenta del mismo. En esta sección buscaré mostrar que el error es una mirada de la foto y no del proceso que la produjo. Para “resolverlo”, es necesario contextualizar el trabajo político.

La imagen fue tomada en un palco improvisado en el obrador del “puente Victoria-Rosario”, como lo llaman victorienses y rosarinos (anteponiendo su ciudad) al enorme viaducto de 60 kilómetros de autopista y puentes menores sobre el río Paraná, cuya ejecución comenzó en 1998 y se habilitó al tránsito en 2003. A diferencia del acto que aparece en foto, el de la inauguración, encabezado por los gobiernos provinciales, municipales y el nacional, fue escueto y de pompa mínima, contrastando con la adrenalina popular y las ansias de los políticos que habían participado (y que en ese entonces no eran gobierno). Aún estaba fresco el recuerdo de un conflicto desatado pocos meses antes debido a que el consorcio constructor había paralizado el tramo final de la obra, lo que llevó a que las fuerzas vivas de ambas márgenes organizaran una marcha de protesta en torno a producir un gesto simbólico de encontrarse y materializar la conexión. Desde Victoria, la “pueblada” congregó miles de habitantes que emprendieron una caminata al ritmo de la canción de Fito Páez que versa: “Cerca, Rosario siempre estuvo cerca”; llevaban viandas y bebidas para una jornada completa, carteles caseros con consignas por la finalización de la obra y banderas argentinas y entrerrianas. Se dieron cita victorienses de todas las edades y barrios incluyendo ancianos, personas en sillas de ruedas y mujeres con bebés a cuestas. Pero el colorido desfile enmarcado por agrupaciones folclóricas a caballo solo pudo recorrer un kilómetro por el terraplén sin pavimentar: el personal de la empresa se interpuso y los detuvo. Fueron los peronistas y no las autoridades locales quienes explicaron a la enojada multitud: “No estamos autorizados a seguir por razones de seguridad”. Pero el acto había valido la pena: pocas semanas luego, el Gobierno nacional se hizo cargo de financiar la parte restante y, contra todo pronóstico, la obra se terminó en tiempo y forma.

Desde que el puente se abrió al tránsito, las cinco horas que demoraba el cruce se convirtieron en 45 minutos y dos pueblos separados por el Paraná quedaron unidos por la ruta nacional 174. “Pueblos” es una manera de decir, ya que Rosario es la tercera ciudad de la Argentina y podría ser 25 veces Victoria. Esto se expresa materialmente en la obra (del lado santafesino está el río propiamente dicho y la ingeniería majestuosa del puente; del entrerriano, el valle fluvial y una ruta entre islas de humedales) y en sus consecuencias locales: mientras que la cantidad de visitantes en Victoria se había mantenido estable desde que comenzó la obra (menos de 10 mil por año hasta 2002), la apertura significó un aumento exponencial: 25 mil en 2003; 40 mil en 2004; 90 mil en 2007; y luego superando los 100 mil (Lima 2008).

Pero en el momento de la fotografía solamente se habían instalado los pilotes y la población estaba más atenta a las elecciones de octubre que a la lejana concreción del viaducto. Los peronistas aún recuerdan ese año “de derrota” a nivel local, provincial y nacional, sobre el cual Stratta se sinceró: “Falló el trabajo político y no se entendió mi proyecto”. Efectivamente el tiempo que faltaba “para que el pueblo procesara el cambio” luego le dio la razón. En 2004, las autoridades locales (de otra agrupación peronista que ganó las internas) inauguraron un gran complejo hotelero a orillas del río y el primer casino de la zona. El proyecto del parque industrial quedó trunco pero sí se hizo realidad la “ciudad turística” (Piñeiro Carreras 2011). Mientras tanto, en la capital provincial, sus correligionarios recogían los frutos del proceso de integración con el estado brasileño de Rio Grande do Sul, llevando experiencias, instituciones, contactos y acuerdos comerciales a la naciente Región Centro, conformada por Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe (Gaztañaga 2010) gracias a que, junto con otros peronistas entrerrianos, se había dedicado por más de una década a construir la antesala para el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) (Boivin 2004; Rosato 2010). En suma, el “proyecto Stratta” se concretó progresivamente sin pruebas de justicia fotográfica en otras gestiones de gobierno.

Pero regresemos al puente que representa la foto y a las escalas de trabajo político que hicieron posible el viaducto. La historia detrás de esta infraestructura, tildada de “faraónica” y la más costosa de la década de 1990,8 empieza mucho antes del movimiento del obturador que capturó ese encuentro entre sus principales referentes. Estas historias no suelen ser contadas. Como planteara Ribeiro (1991) para el caso del complejo hidroeléctrico Yaciretá, los estudios sobre la ejecución de grandes proyectos suelen referirse a su planificación económica y adoptar el punto de vista de los planificadores. Las pocas veces que se ocupan de los procesos políticos suelen separarlos artificialmente como epifenómenos de ritmos de créditos y mercados de inversiones internacionales, o bien de retóricas populistas y dispositivos de dominación técnica sujetos a la manipulación política (Abram 2014). Así, una división normativa entre planificadores y políticos, planificadores y ejecutores, y entre usuarios y tomadores de decisión pareciera emerger en sintonía con la visión moralizante de que los políticos hacen obras para sacarse la foto. La contradicción es evidente: los políticos hacen (las fotos serían el fin último) y al mismo tiempo no hacen (la política coloniza las prácticas de eficiencia pública).

En la concreción del Victoria-Rosario participaron diversos actores: políticos profesionales de diferentes fuerzas y partidos, burócratas, asesores, consultores y técnicos del gobierno y del sector privado, cámaras de comercio y colegios profesionales, inversores nacionales y extranjeros, organizaciones medioambientales, ciudadanía de pie y organizada, y hasta el clero local bendiciendo su inauguración y pidiendo que se modificara la bajada. Pero fueron ciertos políticos locales quienes se involucraron de manera personal con el trabajo destinado a “crear interés” y “comprometer” al Gobierno nacional en la obra a través de tender otros puentes personales e institucionales. Desde un enfoque “procesual escalar” (Ferme 2001), no solo conectaron relaciones vinculantes entre personas e instituciones de diferente nivel (nación, provincias y municipios, o Poder Ejecutivo y Legislativo), sino que pusieron en marcha una dinámica productiva completa con la que resituaron y crearon las coordenadas espacio-temporales de dos “historias” disímiles.

La primera de esas historias remite a un “anhelo centenario”: el drama de un enclave poblacional rodeado de cursos fluviales; el Paraná al oeste, el Uruguay al este y varios riachos y arroyos.9 Así lo atestiguan las diversas narrativas que he recuperado (entrevistas, documentación de los gobiernos municipales y provinciales, cartas, telegramas, petitorios, comunicaciones personales y el tratamiento periodístico del tema). Los victorienses trazan el primer hito de la historia forjada por el “aislamiento” a mediados del siglo XIX cuando Urquiza10 reconoce la necesidad de conectar la zona, ordenando, en 1847, construir un canal para el puerto de Victoria. Desde entonces surgieron diferentes proyectos: dragados, canal-camino, pasos viales y ferrovías, y hasta heroicas formas artesanales de crear un cauce más directo “con cadenas y maderas, a pico, sudor y pala”. Ninguna de estas iniciativas logró concretarse; incluso el último canal, que comenzó a ejecutarse a finales de 1980, fue suspendido debido a “impericia técnica” por parte de uno de los principales promotores del puente, el entonces secretario de Obras Públicas de Entre Ríos.

La historia reciente, en cambio, aparece como una cronología de concreciones: desde los convenios celebrados entre 1991 y 1995 e incluidos en el Plan Quinquenal de Obras Públicas, hasta los decretos del Poder Ejecutivo Nacional 517 y 5814/98 que aprobaron el marco regulatorio y adjudicaron la concesión al Consorcio Puentes del Litoral.11 En esta historia, la “importancia geopolítica” fue el ingrediente fundamental para que la obra ingresara a la agenda del Estado. Gracias a la metáfora de la “integración”, se justificó como nodo articulador entre el desarrollo interactivo entre las economías provinciales, dar alternativa al túnel subfluvial y al puente Zárate-Brazo Largo, y el aprovechamiento de las infraestructuras que conectan con Brasil, Uruguay y Chile en un corredor interoceánico a lo largo del paralelo 32 sur. De fondo estaban ciertas modificaciones respecto a la concepción de fronteras naturales internas como el Paraná, el fin de la hipótesis de guerra con Brasil, el naciente MERCOSUR, la dependencia de nuevos esquemas globales de acumulación económica, condicionamientos impuestos por organismos de crédito internacional y diversas formas de compromiso entre grupos empresarios y Estado, y entre gobiernos provinciales y el nacional en el contexto de la reforma constitucional de 1994. Sin embargo, mientras que estos factores explican que se haya construido “una obra” como esta, no bastan para explicar por qué “este viaducto” en particular. Menos aún, tomando en cuenta que un proyecto de similar envergadura disputaba con el Victoria-Rosario: un viaducto entre Buenos Aires y la ciudad uruguaya de Colonia.

“Las obras son cuestión de voluntad política”. Así me explicaron los peronistas entrerrianos su trabajo por el puente. Ocupaban cargos ejecutivos y legislativos a nivel local, provincial y nacional, y sus trayectorias de militantes y líderes partidarios reconocidos les permitía afrontar la mofa de la cual eran blanco entre la oposición política que los tildaba de “locos y mentirosos” más que de “visionarios o desarrolladores”. El punto de partida fue tender un puente con la Nación, ya que en Argentina todas las obras que no se apoyan en el lecho de los ríos son de jurisdicción nacional. El trabajo de “ir a la Nación” se orientó principalmente a dar cuenta de que la obra era “necesaria” y “factible”. Estas gestiones las iniciaron casi en paralelo con el retorno a la democracia en Argentina; sus primeras reuniones fueron con ministros del Gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). Pero las respuestas que recibieron en ese entonces eran similares a las condiciones de la economía nacional: tan endebles como la capacidad estatal de financiamiento de la obra pública.

Los diferentes protagonistas de esta historia identifican la década de 1990 y la “transformación estructural del Estado y de la economía” como la emergencia de un nuevo horizonte que renovó las fuerzas de su trabajo. Tras el ascenso de Carlos Menem a la Presidencia y el alineamiento político-partidario del peronismo en casi todo el territorio, los promotores del Victoria-Rosario “aprovecharon las nuevas condiciones jurídicas y financieras que surgieron” y volvieron a “acercarse a la Nación”. Para tender este puente, apelaron a diferentes estrategias orientadas mayormente a gestionar reuniones con miembros de los diferentes equipos que transitaron la cartera del entonces Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos. Pero también realizaban apariciones espontáneas en los pasillos del Ministerio; presionaban con acción legislativa nacional en las cámaras de diputados y senadores; y, de manera transversal y permanente, solicitaban reuniones con asesores y expertos técnicos del sector público y del privado gracias a contactos y recomendaciones basadas en relaciones de afinidad y amistad. Llamadas telefónicas, faxes y correos electrónicos, corridas, esperas, reuniones canceladas y rearmadas, pausas para cafés y asados en la intimidad del hogar fueron todos importantes espacios de trabajo.

“Era una elección legislativa, Menem venía de gira y yo le dije a Moine:12 traélo acá, le vamos a plantear el tema del puente; pum y lo metimos; inauguramos un plan de viviendas, fue todo el pueblo”.13 La reseña de Stratta da cuenta de que el “trabajo” se jugaba en frentes y contextos diversos, y sobre todo de manera permanente, simultánea y multiescalar. Un recurso clave que amalgamó esta labor fue la gestión (y financiamiento propio) de “estudios y proyectos de factibilidad técnica y económica” que elevaban personalmente a las autoridades competentes en la materia y al sector empresarial que podía llegar a invertir en la obra. Esto que informalmente llamaban “hacer lobby por el puente”, significó transformar la “información” que circula fuera de relaciones sociales en un “conocimiento” autorizado y compartido en relaciones moralmente enmarcadas (Corsín Jiménez 2011).

Asimismo, paralelamente a que se especializaban en temas ingenieriles, hidráulicos y económicos, seguían trabajando cuerpo a cuerpo para destrabar en ámbitos públicos y privados la desconfianza sobre la obra, monitorear los diversos impactos locales de ésta, potenciar el interés de funcionarios del gobierno santafesino y contestar a la “oposición radical”, especialmente durante el segundo gobierno de Sergio Montiel (UCR, 1999-2003). En estas acciones que a su modo buscaban forjar obligaciones vinculantes, movilizaban ideas, símbolos y definiciones en pos de convencer, persuadir, consensuar, negociar, etc. Pero no como acciones de legitimación aparte ni artificios retóricos o de valoración sino como parte de una misma labor. El trabajo político como praxis productiva es, en este sentido, “valor en acción” (Graeber 2001).

Sin embargo, de los diversos elementos personales e institucionales que dan vida a este largo proceso vivido por sus protagonistas como una épica, lo más importante para sus ellos era “mantener el puente” con la Nación y con el Presidente. De aquí que los viajes de Menem a Victoria (usualmente luego de los festejos por el día de la Bandera Nacional que tradicionalmente se hacen en Rosario) eran tenidos por una acción personal más que rutina o etiqueta institucional. Por ejemplo, la adjudicación de la partida asignada a las provincias para los estudios, significó, en palabras de Chuni: “Menem vino en helicóptero a los efectos de entregar un subsidio de 1.200.000 de pesos para llevar adelante los pliegos de factibilidad técnica”.14 O similarmente, la “suba por decreto” del monto aportado por el Estado nacional cuando “se cayó” la primera licitación, fue leída como “el deseo” de Menem debido a su “compromiso con la obra”. Este es un modo de atribuir valor de praxis a los niveles político y administrativo que transitaban y construían relacionalmente, el mismo que propició la producción conjunta de cosas separadas: el anhelo centenario de conexión de una población entrerriana y una megaobra de infraestructura regional de los estadistas y planificadores del futuro. Pero con una salvedad: si la historia centenaria es generalizada, al estilo del trabajo militante, que pertenece a todos y a ninguno; la reciente, al decir de Stratta: “Es una historia con nombres y apellidos, de quienes trabajamos y le pusimos el hombro”.15

Las obras tienen nombre y apellido: trabajar en política III. Conclusiones

En septiembre de 2002, Menem organizó un acto de campaña en las obras sin finalizar de lo que llamó su puente. El acto incluyó una suerte de peregrinación desde Rosario junto con su esposa y el secretario general de la Presidencia, y de manera similar a 1999 fue recibido en Victoria con euforia popular. Pero las fotos y las personas habían cambiado. De hecho, mientras que en 2002 la visita tenía que ver con su propia campaña, en 1999 apoyaba a otro candidato, justamente a quien le tocaría cuatro años más tarde inaugurar el Victoria-Rosario o, mejor dicho, a su gestión, ya que Duhalde envió al jefe de gabinete para la ceremonia de apertura.

Para concluir este trabajo quisiera reponer brevemente algo del discurso de Menem en la zona del obrador en 1999, el cual fue pronunciado desde otra ubicación: el centro físico y simbólico de la escena. Comenzó suavemente, dedicando unas palabras al “amigo Jaroslavsky” fallecido en febrero; y luego, sin más, arremetió contra esa fuerza política: “Los agoreros de turno que decían años atrás que esto era una mentira”. “Esto”, el puente, le permitió contraponer el “empeño del peronismo en construir obras en beneficio de la gente” y “las una y mil difamaciones inventadas desde la Capital Federal”; donde además, agregó, “siguen inaugurando obras que nosotros iniciamos”. Luego de los vivas y aplausos, se detuvo: “Leo algunas pancartas que dicen Gracias Presidente Menem. No, yo les tengo que dar las gracias”. Y para finalizar, pareció embarcarse en el mismo juego de la historia reciente y la centenaria, aunque desde otra escala: “Tengo un especial afecto y amor por este querido pueblo de Entre Ríos donde nacieron grandes caudillos de los cuales aprendí mucho en mi vida, don Pancho Ramírez y a López Jordán”. La mención de ambos líderes federales decimonónicos, el “supremo entrerriano” y su sobrino, fue festejada por tantos aplausos, vivas y bombos que poco se oyó la despedida profética de Menem, sincerándose que no podía ser candidato: “Para darle un poco de humor porque los actos políticos son muy aburridos, quizá podremos decir, al cuarto año resucitó”.

Estos son retazos de mis registros y no “el” discurso que dio Menem, del mismo modo que la foto no es “el” evento. Son recortes heurísticos (de acciones que la escritura convierte en decires) con el fin de abordar el tipo de malentendido que suele abrigar al trabajo político cuando no se diferencia analíticamente las evaluaciones de la producción de valor. En este sentido, las diferentes apariciones del término “caudillo” en este texto condensan este punto y habilitan un ejercicio homólogo y complementario al que busqué realizar con la fotografía. Este término que los victorienses festejaron cuando Menem lo usó, y al cual yo misma apelé al inicio de estas páginas, es un ingrediente ambiguo y poderoso del proceso formativo argentino del Estado nación usualmente vehiculado en la fórmula “barbarie” frente a “civilización”. Pero en ciertos usos contemporáneos, coincidente o afines a los que sostienen que los políticos hacen obras “para la foto”, refuerza supuestos moralizantes del populismo que definirían las relaciones entre líderes y bases en el peronismo.

Focalizar el trabajo político permite evitar la excepcionalidad del “elitismo político” (Verlot 2001; Herzfeld 2000) y recuperar la diversidad de lógicas y prácticas que dan sentido escalarmente a la producción de la política. Si abstrajéramos la foto de las relaciones que la produjeron, difícilmente habría algo más que proselitismo y retórica vacía. En cambio, al focalizarla desde el trabajo político, es parte de algo mayor, de una totalidad significativa donde la obra es tanto la infraestructura como el sitio de y para la política. No todo quehacer político es trabajo político y los políticos hacen obras por muchísimas razones. En el medio de este arco se inscriben esfuerzos por obtener recursos y movilizarlos, rutinas de gobierno, desafiar constreñimientos institucionales, entablar relaciones y compromisos vinculantes, y un sinfín de consecuencias no previstas como perder una elección por haber trabajado de más en un proyecto para el cual la población no estaba preparada. Cuando Stratta planteó que no se entendió su mensaje, no menospreciaba al electorado sino que se hacía cargo. Es desde el reconocimiento de esa responsabilidad que podemos preguntarnos ¿cómo esos hombres no iban a estar fotografiados con Menem en el obrador del puente?

En este trabajo busqué dar cuenta de que el estudio del trabajo político que exige navegar el relacionamiento permanente -fenoménico, cognitivo y moral- de los términos de una distinción más normativa que weberiana, entre motivos de la acción social, recuperando el peso de la trascendencia además del cotidiano. Si he logrado algún cometido espero no haya sido “humanizar” a los políticos para decir que son “buenos” o “morales” (lo que equivale a decir que son “malos” o “inmorales”), sino contribuir a romper la tiranía del cinismo como única hermenéutica de la práctica política. No está de más subrayar que, pese a tantos números de resolución y nombres oficiales, las obras suelen recordarse por los nombres de los políticos que las hicieron posibles. El trabajo político es actuar de modo especial en política; en palabras de Stratta, es transformar la realidad, luchar, comprometerse, tener sueños, concretarlos.

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1Para evitar digresiones confusas, utilizo indistintamente peronismo y justicialismo, respetando el modo en que lo hacen mis interlocutores al referirse al movimiento político, social e ideológico fundado por Juan Perón.

2Establecida en 2015, se trata de una coalición de centroderecha que en la actualidad está al frente del Gobierno nacional y es la fuerza mayoritaria en varias provincias argentinas. Surge de las siguientes fuerzas políticas: Coalición Cívica para la Afirmación de una Repú blica Igualitaria (Coalición Cívica ARI, fundada en 2002), Propuesta Republicana (fundada en 2005 bajo el nombre de Compromiso para el Cambio, y adoptando el actual de PRO desde 2008) y la Unión Cívica Radical (UCR, fundada en 1891 y considerada el primer partido político moderno de Argentina).

3Tras la derogación de la Ley 25 611/2002, primera modificatoria de la Ley Orgánica de Partidos Políticos (23 298/85), la selección de candidatos a los cargos electivos del nivel nacional se sustenta en el sistema de primarias abiertas simultáneas y obligatorias (Ley 26 571/99).

4El FrePaSo estuvo en funcionamiento desde 1994 hasta 2001 y lo conformaban el Frente Grande, el PAIS (Política Abierta para la Integridad Social) y Unidad Socialista (integrada por el partido Socialista Popular y Socialista Democrático y Demócrata Cristiano).

5Partido de tendencia liberal consevadora, fundado en 1997 por Domingo Cavallo, quien fuera ministro de Economía en los gobiernos de Menem y de la Rúa.

6En Argentina el malestar económico, político, social y moral encontró su máxima expresión a fines del año 2001 cuando se desplomó el sistema financiero del país, conllevando diversas jornadas de movilización callejera sofocadas con violenta represión. En esta coyuntura de recesión económica y deslegitimación de la representación política quedó acuñada la expresión “que se vayan todos” como síntesis del descontento con la clase política. Otro de los signos más elocuentes de esta crisis fue la declaración del default e incumplimiento de las obligaciones de la deuda pública externa de Argentina.

7Popularizada como “kirchnerismo”, se trata de la coalición política fundada en 2003 para sostener la candidatura presidencial de Néstor Kirchner (2003-2007). Sus filas están mayormente integradas por agrupaciones provenientes del PJ, junto con el Partido Intransigente, el Frente Grande, el Partido Comunista y fuerzas políticas pertenecientes al radicalismo y al socialismo.

8El costo del proyecto rondó los 400 millones de pesos (al momento de la paridad cambiaria con el dólar estadounidense). El aporte empresario fue $143.102.193; el Estado nacional $197.100.000 y $34.500.000 por el cuarto carril y accesos; y las provincias de Entre Ríos y Santa Fe $10.000.000 (Gaztañaga 2010).

9Entrerrianos y santafesinos cruzaban el Paraná con embarcaciones hasta el túnel subfluvial (1969) que conectó las capitales provinciales, 120 kilómetros al norte de Victoria. Desde la década de 1970, se construyeron el complejo ferroviario Zárate-Brazo Largo sobre el Paraná (1977) y dos puentes internacionales sobre el río Uruguay: el Libertador General San Martín entre Puerto Unzué y Fray Bentos (1976), y el General Artigas, entre Colón y Paysandú (1975). El único puente previo (1945) de la zona era Paso de los Libres (Corrientes)-Uruguaiana (Rio Grande do Sul).

10Justo José de Urquiza fue uno de los caudillos entrerrianos más importantes y controversiales. Fue líder del Partido Federal, director provisorio de la Confederación Argentina, primer mandatario en vigencia de la Constitución de 1853 (1854-1860) y gobernador entre 1842-1852, 1860-1864 y 1868-1870 hasta que murió asesinado.

11Encargado de la construcción, administración y explotación. Integrado por varias empresas que han construido los principales viaductos del país: Impregilo, 22%; Hochtief Aktiengesellschaft, 26%; Iglys, 4%; Benito Roggio e hijos, 20%; Ieca y Sideco Americana, 19%; y Techint SACeI, 8%; junto con Boskalis & Ballast Nedam (dragado) y Trevi (pilotaje) como subcontratistas.

12Mario Moine, gobernador entrerriano (PJ, 1991-1994).

13Notas de diario de campo.

14Notas de diario de campo.

15Notas de diario de campo.

Recibido: 18 de Abril de 2017; Aprobado: 24 de Octubre de 2017

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