El fenómeno de las migraciones ha sido una constante en la realidad latinoamericana y caribeña. Si bien durante varios siglos Latinoamérica fue un destino importante para varias poblaciones europeas, africanas e incluso asiáticas, en los albores del siglo XX, las migraciones sur-norte del período 1960-2010 a nivel global profundizaron el carácter emisor del continente por encima de su condición de receptor ( Herrera 2012 ). Por otra parte, en tiempos recientes han aumentado las migraciones económicas y forzadas al interior de la subregión. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ( Martínez Pizarro et al. 2014 ), se ha registrado un incremento de los flujos intrarregionales y transcontinentales entre 2000 y 2010, con los principales volúmenes de migrantes dirigiéndose de Colombia a Venezuela y Ecuador; de Centroamérica a México; de Haití a República Dominicana; y de Nicaragua a Costa Rica.
Aunque los patrones migratorios han evolucionado constantemente en América Latina, la investigación no necesariamente se ha desarrollado a la misma velocidad y tampoco ha sido exhaustiva. Sin embargo, es importante reconocer que la multiplicación de perfiles migratorios –así como una mirada más atenta a su diversidad de género y étnica– ha producido un conjunto cada vez mayor de estudios. Esto permite hablar de un resurgimiento de los estudios migratorios en América Latina, campo que había permanecido relativamente aletargado desde la década de 1980 en que se produjeron importantes trabajos sobre las migraciones internas, ligados con los procesos de urbanización y reestructuración agraria. Durante los últimos 20 años, han surgido numerosas publicaciones sobre las causas y consecuencias de estas nuevas migraciones, su impacto en las sociedades de origen y destino, su feminización, su racialización y su diversificación socioeconómica. Asimismo se ha reflexionado sobre la relación de estos procesos migratorios con las crisis sociales, políticas y económicas experimentadas en la región y con la creciente globalización de los mercados de trabajo. Por último, ha crecido el interés por examinar el rol de los Estados y las políticas migratorias en estos procesos, en particular en relación con la creciente securitización de las políticas migratorias y el control fronterizo.
Sobre la base de este desarrollo, el siguiente dossier de Íconos. Revista de Ciencias Sociales pretende reflexionar acerca de las lógicas epistemológicas y políticas que atraviesan este campo de conocimientos en América Latina desde tres dimensiones: 1) la creciente heterogeneidad de flujos y la necesidad de repensar las categorías conceptuales con las que se aborda las migraciones; 2) el uso, apropiación y debate que hemos hecho las investigadoras e investigadores respecto a los marcos analíticos producidos en diálogo entre el norte y sur global; y 3) las agendas políticas de los Estados de la región y del norte, y su influencia selectiva en la producción de conocimientos.
Más allá de compilar estudios de caso que reflejen las particulares características de varios fenómenos migratorios, nos hemos propuesto explorar las tensiones y relaciones que producen estas tres dimensiones en la conformación del campo. En ese sentido, este dossier incluye textos que, por un lado, analizan la conformación histórica del campo de estudios migratorios de un determinado país, subregión o circuito migratorio en América Latina; y, por otro lado, que examinan cómo han intervenido los factores estructurales, la creciente globalización y las formas de circulación de saberes en la selección de temáticas, preguntas e investigaciones sobre migraciones internacionales. El objetivo es ofrecer una mirada comparativa sobre las lógicas políticas y epistemológicas en juego a la hora de producir conocimiento en este campo en distintas regiones de América Latina. Los artículos, además, ofrecen una reflexión sobre el diálogo con marcos analíticos europeos y estadounidenses y brindan un conjunto de posibles líneas de investigación para la región y desde la región.
Nuevos escenarios migratorios en América Latina
América Latina ha experimentado un crecimiento considerable de sus migraciones en los últimos años. Este crecimiento se ha producido como parte de la intensificación de los procesos de globalización y también encuentra explicaciones en la agudización de crisis económicas y políticas que ha vivido la región en distintos territorios. Los cambios en los procesos de acumulación capitalista y la securitización de las fronteras son dos fenómenos que también han afectado considerablemente los movimientos de personas en la región, disminuyendo los flujos en algunos casos, redireccionándolos a otros destinos en otros, incrementando los retornos voluntarios y forzados, y también multiplicando el tipo de movilidades.
Donato et al. (2010) identifican tres patrones críticos del movimiento regional durante los últimos 50 años: la migración sur-norte de América Latina a Estados Unidos y Canadá, la migración interregional dentro de América Latina y la migración transoceánica a Europa y Japón. Ahora, si se estudian las migraciones sur-norte, se constatan diversos patrones. En primer lugar, si bien la salida de personas hacia Estados Unidos parece haber disminuido durante los últimos 10 años desde países como México ( Massey 2015 ), ésta no se ha detenido desde Ecuador, Bolivia y Colombia, y se ha incrementado desde Centroamérica. En segundo lugar, respecto al sur de Europa, las migraciones han disminuido notablemente durante los últimos 10 años a raíz de la crisis económica de 2008. Pero además, se asiste a una complejización de estos flujos, pues más allá de las salidas de personas hacia países del norte, se han producido procesos de retorno voluntarios y forzados debido al incremento de las deportaciones o la relocalización hacia terceros países y una mayor visibilidad de procesos de migración circulares entre el sur y el norte.
Asimismo, junto con la migración sur-norte, durante los últimos 20 años han llegado cada vez más migrantes de otras regiones de América Latina y del sur global a las ciudades de nuestra región, incluso a aquellas sin tradición migratoria internacional como las ciudades andinas. A ritmos mucho más accidentados y lentos que los flujos monetarios, materiales y de información que circulan globalmente, los migrantes intrarregionales y transcontinentales están modificando el rostro de las ciudades latinoamericanas, como lo hicieron los migrantes internos en las décadas de 1950, 1960 y 1970 en todo el subcontinente. Si bien estos flujos también son heterogéneos en términos sociales, culturales y económicos, una gran parte de estos nuevos inmigrantes aporta a las economías locales, generalmente con base en trabajo precarizado. En ciudades con poca tradición migratoria internacional, este tipo de inserciones predomina por sobre procesos de asentamiento definitivo e integración social exitosa. Factores tanto estructurales –relacionados con las economías de las ciudades– como de orden político –que aluden a la falta de visibilidad de la población inmigrante en las políticas locales– contribuyen a esta difícil inserción.
Las causas de la migración no han sido estáticas o permanentes. A las necesidades económicas que han sido acuñadas para explicar por qué la gente deja sus comunidades para vivir en otros países, se han unido los desplazamientos forzados causados por la violencia, por megaproyectos de desarrollo o por los desastres naturales. En algunos territorios, la conjunción de todos estos fenómenos explica el aumento de las migraciones. Actualmente, en varias regiones de Colombia, México, Honduras, Guatemala, El Salvador, entre otros, los desplazamientos forzados de población están al orden del día debido a la violencia social y política reinante en esos territorios. Las movilidades causadas por la violencia se han incrementado considerablemente durante los últimos 20 años, desde aquellos migrantes que han buscado asilo en distintas ciudades de América Latina como Quito, Santiago o San José, hasta aquellos migrantes más clandestinos y vulnerables como niños y adolescentes “no acompañados” que transitan por México hacia la frontera del norte.
Por otra parte, varias comunidades en Perú, Ecuador, Argentina o Brasil han tenido que desplazarse debido a la instalación en sus entornos de megaproyectos de desarrollo relacionados con la minería, la construcción de hidroeléctricas, proyectos de extracción petrolera u otros. Aunque estos procesos recién empiezan a ser estudiados, es necesario contemplarlos en el campo de las migraciones latinoamericanas, pues tenderán a incrementarse sin que se conozca al momento exactamente sus consecuencias.
Adicionalmente la región, en los últimos 10 años, también ha visto resurgir la circulación de profesionales. Dejando atrás la figura de los exiliados políticos de las dictaduras centroamericanas y del Cono Sur de las décadas de 1970 y 1980, los nuevos migrantes de clase media son el resultado de los procesos de globalización, pero también de una mayor integración regional y del crecimiento económico de varios países latinoamericanos durante la década de 2000, que han ampliado los mercados para profesionales de distintos campos. A medio camino entre la falta de oportunidades económicas en sus países y una mayor capacidad de movimiento gracias a la adquisición de distintos capitales en sus trayectorias sociales, estos migrantes enfrentan otro tipo de experiencias, desafíos y también exclusiones ( OIM 2016 ).
Por último, se asiste al surgimiento de migraciones desde los países europeos y de Norteamérica a varios países latinoamericanos. Por ejemplo, tras el inicio de la crisis económica, España se ha vuelto una vez más en un país emisor, incluyendo a jóvenes profesionales buscando oportunidades en Latinoamérica ( Vega et al. 2016 ). Además, varias ciudades del subcontinente se han convertido en los nuevos hogares de población jubilada conformando lo que se ha denominado una migración residencial ( Haynes 2014 ).
Dos fenómenos adicionales merecen ser resaltados en este escenario de heterogeneidad de los flujos que vive la región y que tienen consecuencias analíticas importantes para el campo de estudios migratorios, estos son el incremento de las migraciones tanto de pueblos indígenas como de las mujeres.
América Latina cuenta con más de 650 pueblos indígenas reconocidos por sus Estados, cuya migración internacional adquiere relevancia tanto por su impacto numérico como por sus características particulares. La mayoría de estos pueblos está ubicada en los países andinos y mesoamericanos, y la migración internacional de estos grupos se produce principalmente como migración transfronteriza, reflejando que sus territorios han sido fragmentados por fronteras nacionales. En Bolivia, Chile, Costa Rica, Guatemala, México, Panamá y Paraguay, nueve de cada 10 inmigrantes indígenas vienen de un país vecino. En algunos casos, la migración indígena ha sido claramente forzada, como por ejemplo el desplazamiento de guatemaltecos –muchos de ellos indígenas– durante el conflicto armado ( Castillo 2003 ) y el de varios grupos indígenas en Colombia, afectados directamente por confrontaciones armadas, amenazas, masacres y explotación de sus tierras ancestrales ( ACNUR 2017 ). En otros casos, la migración se debe a la marginalización y empobrecimiento de los pueblos indígenas, muchas veces reproducido en los lugares de destino. Tanto la migración transfronteriza como aquellos desplazamientos debidos a conflictos violentos son indicativos del carácter forzado y colectivo de gran parte de la migración indígena ( Oyarce et al. 2009, 144 ). Es importante destacar también que varios pueblos indígenas, como los kichwas, mayas o quiché han empezado a migrar al norte, tanto a Estados Unidos y en menor medida a España en busca de mejores oportunidades económicas ( Jonas 2013 ).
De igual manera, un fenómeno ampliamente documentado en la región ha sido la feminización de los flujos migratorios, principalmente a España e Italia desde la región andina y República Dominicana. Es evidente que no se trata de un fenómeno reciente; desde hace varios siglos, las mujeres han llegado a las ciudades y han cruzado las fronteras nacionales para trabajar en países vecinos. Sin embargo, es el salto hacia la migración transcontinental el que ha marcado una diferencia importante en la experiencia femenina. En efecto, junto con mujeres asiáticas, las mujeres latinoamericanas empezaron a ocupar el mercado de los cuidados y del trabajo doméstico en varios países europeos y en Estados Unidos ( Hondagneu-Sotelo 2001 ; Salazar y Wanderley 2011 ; Herrera 2013 ; Camacho 2009 ; Parella i Rubio 2003 ). Esto ha producido una reflexión sobre la especificidad de las experiencias femeninas de la migración pero también acerca de otro conjunto de fenómenos como la vivencia de las familias separadas y la feminización y racialización de los mercados laborales migrantes a nivel global.
La heterogeneidad de flujos migratorios en la región tiene varias consecuencias analíticas. Por una parte, obliga a diversificar y ampliar nuestros ámbitos de análisis. Por ejemplo, es imprescindible vincular los análisis globales de los procesos de acumulación capitalista y desposesión con las realidades locales de desplazamiento forzado de población; no es posible entender la feminización de las migraciones sin tomar en cuenta las realidades de protección y desprotección social de los países del norte para su población envejecida, infantil y dependiente; ya no se puede entender la migración sur-norte únicamente en términos económicos sino que se debe combinar nuestro examen con las políticas migratorias y su securitización; es necesario mirar de manera articulada y en procesos de larga duración la relación entre migración interna y migración internacional para comprender los procesos de desarrollo y profundización de las desigualdades sociales en territorios locales y globales; y no se puede dejar de analizar los procesos migratorios sin relacionarlos con la circulación de otros bienes materiales e intangibles que moldean nuestra comprensión de las identidades.
¿De qué manera han sido analizados en el campo migratorio estos nuevos escenarios? ¿Qué diálogos han establecido las investigadoras e investigadores de la región con las trayectorias conceptuales de los estudios migratorios en Europa y Estados Unidos? A continuación, se presenta un conjunto de reflexiones en torno a algunas de las tradiciones conceptuales europeas y estadounidenses que, desde nuestro punto de vista, han dialogado con los estudios migratorios en la región. Varios de los artículos de este dossier también desarrollan estas preguntas, sin embargo, uno de los temas ausentes en los textos es la experiencia migratoria de las mujeres y las relaciones de género, por lo que se ha incluido una reflexión puntual sobre estas temáticas en esta presentación.
Uso, debates y apropiación de marcos analíticos en los estudios migratorios
Muchos rastrean el origen de los estudios migratorios en las “leyes de la migración” sugerido por Ernst Georg Ravenstein (2015) [1885] , un trabajo que no distinguió sistemáticamente entre la migración interna e internacional. Aunque más tarde fue criticado por haber sentado las bases para conceptualizar la movilidad humana en términos de voluntad o motivación personal y no considerar las barreras a la libre circulación, Ravenstein señaló dos características de la migración de especial relevancia para la migración latinoamericana reciente. Primero, que las mujeres son más móviles que los hombres, y segundo, que cada corriente principal de migración produce una contracorriente.
Debido al énfasis en la función de custodia de las fronteras políticas de los Estados nacionales, los estudios de migración internacional se establecieron –hasta el siglo XX– sobre la tradición de recopilar datos sobre movimientos transfronterizos. Muchas de las primeras investigaciones se centraron en las implicaciones demográficas y económicas de la migración entre los diferentes Estados nacionales. En América del Norte, un tema central de investigación fue estudiar los efectos de la inmigración en el país receptor, reflejado en la fuerte tradición de estudios sobre la asimilación o integración de inmigrantes en Estados Unidos o Canadá. Este enfoque confirma la tesis de que originalmente la investigación migratoria no se refería solo a los movimientos de población, sino más significativamente a la construcción de Estados nacionales y de sujetos nacionales ( DeWind y Kasinitz 1997 ). Esta tendencia es también discernible en los estudios realizados en la región, como lo demuestran ampliamente los artículos incluidos en este dossier de Íconos. Revista de Ciencias Sociales.
A pesar de que Europa dominó los flujos migratorios del mundo durante siglos –a través de la migración impulsada por la colonización 1500-1800, la migración impulsada por la Revolución industrial 1800-1915 y los desplazamientos intracontinentales masivos ocasionados por las dos guerras mundiales– es solo desde la década de 1960 cuando una importante afluencia de migrantes procedentes de Asia, África, el Caribe y América Latina convierten a este continente en una región de inmigración y es ese momento que la migración internacional comienza a recibir un interés notable.
Este interés dio paso a una forma de división heurística dentro del campo recién establecido de los estudios migratorios europeos que a menudo se expresaba mediante conjuntos binarios: por un lado, geógrafos y economistas se dedicaron a estudiar los procesos migratorios a través del espacio. Por otro lado, sociólogos y antropólogos estudiaron la integración y las relaciones étnicas al interior de los territorios nacionales. Asimismo se empezaron a estudiar las migraciones internas e internacionales por separado, ignorando muchas veces los entrelazamientos de los dos procesos. También se produjo una división artificial entre migración voluntaria y migración forzada cuando en la práctica siempre están entrelazadas, y entre migraciones temporales y permanentes que más bien se deberían entender como un continuum. Por último, la división entre migración “legal” e “ilegal” a menudo ignoró cómo se puede cruzar el límite entre la legalidad y la ilegalidad, y cómo este límite en sí mismo es construido políticamente ( King 2002 ).
Al otro lado del Atlántico, los primeros estudios sobre la migración en Estados Unidos se establecieron en la Escuela de Sociología Urbana de la Universidad de Chicago, que comenzó a estudiar la cultura migrante europea. Thomas y Znaniecki (1918) utilizaron un enfoque biográfico para comprender la adaptación de los inmigrantes (europeos), un método empleado posteriormente por Wirth (1928) para comprender el asentamiento de los migrantes, los enclaves étnicos y la ghettoización (Guettoization). Estos estudios, a su vez, influyeron en los estudios antropológicos de Robert Redfield y Oscar Lewis sobre la migración rural-urbana en México y dieron origen al concepto de un continuo “folk-urbano” ( Redfield 1955 ), que representa a comunidades tradicionales como reservas sociales de solidaridad que están condenadas a sufrir desintegración en la medida en que avanza la migración, o el concepto igualmente debatido de “la cultura de la pobreza” ( Lewis 1959 ), que produjo un torrente de reacciones políticas y académicas, principalmente en Estados Unidos, pero también en México y Puerto Rico. Aunque criticados por el reduccionismo y abandonados por generaciones posteriores de estudiosos críticos de la migración, las huellas de estos entendimientos continúan acalorando los debates públicos sobre la migración, tanto en las sociedades emisoras como en las receptoras.
Durante las décadas de 1970 y 1980, estos conceptos moldearon las miradas asimilacionistas y los debates sobre los factores determinantes en los procesos de “integración” o ghettoización de los migrantes en los espacios urbanos que predominaron en la literatura norteamericana. Paralelamente, en América Latina, tal como lo recogen los textos tanto de Liliana Rivera Sánchez como de María Mercedes Eguiguren en este dossier, se produce una serie de trabajos sobre las migraciones internas que discuten estos enfoques y muestran, por un lado, el apego de los investigadores latinoamericanos a las perspectivas estructurales de la migración y, por otro lado, el surgimiento de enfoques micro que analizan el peso de las redes sociales y étnicas en las estrategias migratorias de los campesinos a la cuidad. Así, las discusiones giran en torno a la proletarización de los campesinos a la ciudad y/o el mantenimiento de estrategias de ir y venir entre el campo y la ciudad, y las migraciones temporales para mantener la vida campesina ( Lentz 1984 ; Martínez 1984 ). Estos enfoques meso y micro tienen mucho en común con lo que en las discusiones del norte se llama la “nueva economía de las migraciones” y, en cierta forma, anuncian varios de los temas y dilemas que ocuparán el análisis de las migraciones transnacionales después ( Herrera 2012 ).
Posteriormente los estudios sobre la globalización y la crítica a los nacionalismos metodológicos ( Wimmer y Glick Schiller 2003 ) introdujeron nuevas miradas a los estudios migratorios que cuestionaron las posturas asimilacionistas y propusieron en su lugar la perspectiva transnacional. Esta perspectiva supuso centrar el estudio de las migraciones en las conexiones y vínculos establecidos por los migrantes entre distintos territorios y surgió fundamentalmente a través de estudios de caso de flujo de migrantes de países como México, República Dominicana, Colombia, Haití y Ecuador a Estados Unidos. Durante las décadas de 1990 a 2010, esta perspectiva dominó el campo de estudios migratorios y produjo herramientas conceptuales y metodologías multisituadas que buscaron dar cuenta de las conexiones entre comunidades, culturas y prácticas sociales mediante los vínculos que mantienen los migrantes con sus lugares de origen. Diversos investigadores alineados con esta perspectiva acuñaron conceptos como la comunidad transnacional ( Georges 1990 ), el campo social transnacional ( Levitt y Glick Schiller 2004 ), la formación social transnacional ( Faist 2006 ) o el transnacionalismo desde arriba y desde abajo ( Guarnizo y Smith 1998 ). Desde el lado europeo, en lugar del transnacionalismo, los conceptos de circularidad migratoria de Tarrius (2000 y 2002 ) o la influyente obra del franco-argelino Abdelmalek Sayad (2004) fueron referentes importantes para superar las teorías asimilacionistas y las visiones Estado-céntricas de las migraciones. La célebre frase de Sayad: “Antes de ser inmigrante se es emigrante”, se convirtió en la versión francófona de la visión transnacional que buscaba entender la condición migrante más allá de los Estados nacionales y de las políticas de integración.
Como muestran los artículos de este dossier, tanto las construcciones binarias de los procesos migratorios como las perspectivas sobre los procesos de asimilación o desintegración de los análisis en Estados Unidos y las distintas acepciones de las perspectivas transnacionales han influido en las interpretaciones sobre las migraciones en América Latina. En el caso de la perspectiva transnacional, los estudios latinoamericanos sobre redes sociales son, en cierta forma, herederos de ese debate en conjunción con aquellos trabajos sobre migración interna que ya abordaron la importancia de los lazos étnicos en las estrategias migratorias de los campesinos a las ciudades (consultar Rivera; Eguiguren; Domenech y Pereira; Stefoni y Stang en este dossier).
Al mismo tiempo, la feminización de las migraciones ha producido un diálogo bastante fructífero entre las interpretaciones acuñadas en trabajos realizados en Europa y Estados Unidos, y las investigadoras latinoamericanas. En efecto, el trabajo de las mujeres migrantes y en particular ciertos nichos laborales como el trabajo doméstico y de cuidados han sido ámbitos ampliamente analizados a partir de 2000, sobre todo, en relación con el flujo migrante hacia Europa. Además, otro tema que emerge a partir de la migración femenina es el carácter de la familia migrante, ya sea desde nociones como la familia transnacional o las familias separadas, la maternidad transnacional, la paternidad transnacional y las infancias transnacionales (para una revisión de las contribuciones, ver Sørensen y Vammen 2016 ; Herrera 2016 ).
En cuanto al trabajo doméstico, si bien no ha sido el único, sí ha sido ha sido el ámbito privilegiado de estudio de la migración tanto interna como internacional de las mujeres en América Latina ( Herrera 2016 ). Tanto los trabajos sobre migraciones internas en la década de 1970 ( Arizpe 1975 ) como aquellos enfocados en las migraciones femeninas transfronterizas de la actualidad, como la migración de mujeres paraguayas hacia Argentina y particularmente a Buenos Aires ( Cerrutti y Gaudio 2010 ; Courtis y Pacceca 2010 ); de mujeres peruanas a Santiago de Chile ( Stefoni 2009 ); de mujeres nicaragüenses a Costa Rica ( Goldsmith 2007 ); y las migraciones transcontinentales a Europa, se han centrado mayoritariamente en documentar la experiencia de estas migrantes en el trabajo doméstico. La mayoría de los trabajos fueron realizados desde los países de destino –Chile, España, Estados Unidos, Argentina– y han analizado principalmente las trayectorias migratorias y las condiciones laborales y sociales de las mujeres en este nicho ( Colectivo IOE 2001 ; Parella i Rubio 2003 ; Martínez Veiga 2004 ; Martínez Buján 2014 ). Por otro lado, los trabajos sobre mujeres migrantes desde los países de origen como Ecuador, Colombia o Bolivia han subrayado las tensiones y contradicciones entre procesos de movilidad social descendentes –mujeres relativamente calificadas insertas en nichos laborales desvalorizados– y la consecución de recursos económicos que garantizan la reproducción social intergeneracional ( Herrera 2008 ; Camacho 2009 ) y los procesos de empoderamiento de las mujeres migrantes a través de la consecución de activos ( Moser 2010 ).
Otra problemática derivada de la feminización de los flujos latinoamericanos ha sido las investigaciones realizadas en torno al tema del trabajo sexual y trata, por ejemplo, de mujeres brasileñas en varios destinos ( Piscitelli 2012 ), mujeres colombianas y peruanas en Ecuador ( Ruiz 2015 ) y mujeres ecuatorianas o dominicanas en España (Oso 2008 ; Gregorio Gil y Ramírez Fernández 2000 ).
Durante la década de 2000, la perspectiva analítica sobre el trabajo doméstico sufrió modificaciones interpretativas luego de que Hochschild acuñara el concepto de cadenas globales de cuidado en su trabajo en 2000 y que los trabajos de Hondagneu-Sotelo (2001) y Salazar Parreñas (2001) plantearan los conceptos de reproducción social transnacional para mostrar la creciente organización de las actividades vinculadas con el cuidado en manos de mujeres migrantes a nivel global. Los estudios en América Latina retomaron estos conceptos y empezaron a conectar la migración femenina con procesos estructurales globales como la privatización o informalización de la reproducción social ( Bakker y Gil 2003 ; Bakker y Silvey 2008 ; Herrera 2008 ) y la crisis de los estados de bienestar ( Pérez Orozco y López Gil 2011 ; Herrera 2008 ; Martínez Buján 2010 ; Benería 2011 ).
En efecto, junto con la perspectiva transnacional, el concepto de cadenas globales de cuidado sirvió para conectar a las sociedades y familias de origen y destino. Se mostró que muchas mujeres que migraron para cuidar a menores y personas mayores en estos países dejaban a sus familiares dependientes al cuidado de otras mujeres en sus comunidades de origen. Al mostrar la lógica de estos cuidados en cadena, este concepto puso a las desigualdades sociales y la naturaleza jerárquica de las relaciones de cuidado a nivel global en el centro del análisis de las migraciones ( Herrera 2016 ).
Un conjunto de estudios realizados en colaboración con ONU Mujeres adoptó este concepto y lo reformuló para entender no solamente las experiencias personales de mujeres migrantes, cuidadoras y población en necesidad de cuidados, sino la relación entre la migración, los Estados y la organización social de los cuidados. 1 Es decir, se subrayó la necesidad de mirar los arreglos del cuidado migrante en relación con las acciones o ausencia de los Estados y sus políticas ( Sanchís y Rodríguez 2011 ; Todaro y Arriagada 2012 ). A partir de estos estudios, surgieron propuestas de políticas en torno a lo que se denominó el derecho al cuidado ( Pérez Orozco y López Gil 2011 ). Estos estudios contribuyeron al análisis de las cadenas desde los eslabones más débiles que son las prácticas de cuidado en los lugares de origen y desmitificaron uno de los puntos centrales del concepto de cadenas que era la carencia o déficit de cuidados en la medida en que la cadena llegaba a las comunidades donde quedaban las familias de las migrantes. En contraste, los trabajos realizados mostraron que las familias en las comunidades y ciudades de origen desarrollaban varias formas de cuidado que no necesariamente significaban ausencia de cuidado. El trabajo de Herrera (2013) muestra que existen desigualdades importantes no solo entre hombres y mujeres sino entre mujeres adolescentes, adultas y ancianas en la repartición de los cuidados, en detrimento de las primeras, que afecta sus perspectivas de reproducción futura ( Herrera 2012 ; Soto et al. 2012 ; Salazar y Wanderley 2011 ).
Bajo la influencia de la perspectiva transnacional, se adoptaron metodologías multisituadas que mostraron que no solo las prácticas sino los significados del cuidado también viajaban junto con la migrante. Esta mirada casuística en diversas partes de América Latina implicó superar el concepto de cadenas globales de cuidado más allá de las redes y flujos de personas, emociones y bienes para insertar en el análisis otros actores –los que no migran– y otras escalas que permiten evaluar la influencia de las instituciones nacionales y de los mercados globales en las prácticas de cuidados ( Herrera 2013 ).
Por otro lado, un conjunto de estudios relacionó el estudio de los cuidados migrantes con la discusión sobre familias transnacionales. Bajo el influyente texto de Bryceson y Vuorela (2002) sobre las familias transnacionales se abre toda una agenda de investigación acerca de los flujos de remesas, bienes materiales y sentidos de pertenencia que mantienen las familias migrantes. Asimismo se ha abogado por un análisis de las familias transnacionales en términos diacrónicos e intergeneracionales. Geneviève Cortés (2011) sostiene que, si bien los proyectos de reunificación familiar pueden significar un debilitamiento de los vínculos transnacionales en el corto plazo, también pueden convertirse en el inicio de un proceso más largo de producción de una familia transnacional en el largo plazo. Por ejemplo, a raíz de la crisis de 2008 se empezaron a visibilizar prácticas de envío inverso de remesas que se han acentuado con los retornos temporales de los y las migrantes. Estos vínculos económicos pueden a la larga sostener familias con prácticas migratorias circulares, fenómenos que todavía merecen ser explorados en investigaciones futuras.
En definitiva, los estudios migratorios en América Latina han reproducido varios de los sesgos interpretativos de los campos de saberes migratorios del norte global, han reformulado estos conceptos y los han expandido a partir de las realidades concretas de la región. En algunos casos, la investigación realizada ha reflejado las prioridades de fundaciones privadas e instituciones internacionales, pero cada vez más ambientes de investigación latinoamericanos han desarrollado un análisis crítico de las realidades locales, regionales y globales, y han aportado nuevas perspectivas al campo de la teoría migratoria.
Agendas de los Estados en política migratoria y su influencia selectiva en la producción de conocimientos
Reflexionando sobre la migración principalmente entre México y Estados Unidos, D ouglas Massey (2015) afirma que la migración internacional ha sido teorizada en relación con cuatro rasgos: 1) la estructura en los países de origen que ha producido una población propensa a la migración internacional; 2) la estructura en los países receptores que genera una demanda persistente de trabajadores; 3) los factores motivacionales que hacen que la gente responda a fuerzas estructurales con movilidad internacional; y 4) las estructuras y organizaciones sociales (redes) que surgen en el curso de la globalización para perpetuar flujos de personas a lo largo del tiempo y en el espacio. Una quinta característica –relacionada con la política que los gobiernos implementan en respuesta a estas fuerzas y cómo estas fuerzas a su vez funcionan para modelar el número y las características de los migrantes que entran y salen de un país– ha sido subteorizada.
La dimensión de las políticas migratorias emerge actualmente con fuerza en los estudios. El endurecimiento de las políticas migratorias en los dos principales destinos de la migración latinoamericana, Estados Unidos y Europa, ha elevado el poder de los Estados nación receptores para arrestar, detener y, en última instancia, deportar migrantes irregulares y criminalizados. El aumento de las deportaciones ha llevado a los estudiosos de la migración a centrar la atención en la producción de la ilegalidad y los retornos forzados, las deportaciones, la deportabilidad y las circunstancias de vida de los deportados ( De Genova y Peutz 2010 ; Kanstroom 2012 ; Golash-Boza y Hondagneu-Sotello 2013 ). En estos estudios se examina la deportación como un mecanismo cada vez más global de control estatal, la deportabilidad y la posibilidad prolongada de ser deportado como el efecto real de las políticas y prácticas migratorias internalizadas. Los estudios entre deportados son todavía incipientes en la región, pero incluyen por ejemplo estudios sobre los efectos de las redadas de Postville y las posteriores deportaciones a Guatemala ( Camayd-Freixas 2009 ); las experiencias de dominicanos deportados ( Brotherton y Barrios 2011 ); los trabajos de Golash-Boza (2015) sobre deportados en Brasil, Jamaica y Guatemala; y el estudio de Zayas (2015) sobre jóvenes salvadoreños deportados. Otros estudios se han enfocado en analizar cómo las políticas migratorias han sido securitizadas, particularmente en torno a los temas del narcotráfico y la delincuencia organizada, que a su vez han convertido a la migración en un tema más dentro de la agenda de combate al terrorismo, el tráfico de droga, armas y personas ( INEDIM 2011 ). Esto ha llevado a una nueva reflexión sobre continuidades entre la migración forzada en la época de los conflictos armados y la migración actual de centroamericanos ahora huyendo de la violencia generalizada y delincuencial, la ola de homicidios aterrorizando el triángulo norte y la relacionada con el crimen organizado y el fenómeno de maras y pandillas ( Ramos 2013 ). Esta emergencia de los estudios sobre deportación y securitización ha sido claramente respuesta a la agenda política de varios Estados latinoamericanos ( Sørensen 2013 y 2015 ). Otro ámbito donde es muy relevante ubicar la interacción de la agenda de los Estados con los estudios migratorios es en el campo de la relación entre migración y desarrollo. En efecto, América Latina y principalmente algunas regiones y comunidades de México, algunos países centroamericanos y Ecuador, Bolivia y Colombia fueron espacios donde se intentaron plasmar varios de los ensayos que los Estados y numerosos organismos internacionales diseñaron en torno a las “bondades” de la migración en el desarrollo de los países de origen como se analizará a continuación.
Efectivamente, si bien la vinculación de la migración con el desarrollo no es un fenómeno nuevo, la visión positiva o negativa de esta conexión ha cambiado históricamente y, en palabras de Hein de Haas, ha oscilado como un péndulo desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial: del optimismo del desarrollo moderno al pesimismo de la fuga de cerebros, llegando al neo-optimismo de la ganancia de cerebros y la euforia de las remesas desde los albores del nuevo milenio (De Haas 2012 ). El constante crecimiento de las remesas enviadas por los migrantes a los países en desarrollo ha jugado un papel importante en la consideración de los migrantes como agentes de desarrollo en el discurso político internacional. Paradójicamente la celebración del impacto positivo de los migrantes en el desarrollo ha coincidido con la introducción de un control más estricto de la migración en los países receptores de migrantes en el norte global.
El crecimiento de las remesas y su resistencia, o incluso la capacidad contracíclica en tiempos de recesión económica, sin duda explica por qué están en el centro de las discusiones sobre migración y desarrollo en las instituciones internacionales como el Banco Mundial, los bancos regionales de desarrollo y diferentes agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Los mecanismos propuestos para reforzar el vínculo entre la migración y el desarrollo, sin embargo, también conllevan objetivos regulatorios para facilitar “la migración ordenada, segura, regular y responsable” y la movilidad de las personas a través de “la implementación de políticas de migración bien gestionadas”.
Hay una serie de importantes puntos de contraste relacionados con las políticas que circunscriben las iniciativas de migración-desarrollo en Estados Unidos y Europa. Incluso si ambas regiones reciben un número considerable de migrantes latinoamericanos, responden de manera muy diferente a los Estados emisores. En particular, en lo que se refiere a las políticas de subvenciones desarrolladas, Europa transfiere recursos a algunos de los países latinoamericanos más pobres (a través de programas de codesarrollo), mientras que Estados Unidos generalmente deja la responsabilidad del desarrollo a los migrantes a través de políticas de desarrollo basadas en las remesas. Esa diferencia ha sido analizada por Estévez (2012) .
Prácticamente todas las deliberaciones sobre la relación entre migración y desarrollo se han referido a las remesas por la obvia razón de su enorme magnitud ( Skeldon 2008 ). Pero muchos de los cambios que la migración produce no son solamente resultado de los flujos financieros de remesas. Otros tipos de transferencias también son importantes, entre ellas, las remesas sociales, las ideas, prácticas, identidades y capital social que los migrantes transmiten a las comunidades de sus países de origen durante visitas o a través varias formas de comunicación ( Levitt 1998 ). Las remesas sociales son fundamentales para entender cómo la migración modifica las vidas de los no migrantes. Dado que las remesas sociales fluyen de forma inevitable, junto con las remesas financieras, los cambios en las estructuras normativas y las prácticas entre los receptores pueden ser pertinentes para asegurar su flujo continuo ( Rocha 2008 ).
Los resultados de más de 10 años de intensos debates han conducido a logros sustanciales en relación con las remesas, con tasas de transferencia más bajas y un acceso más fácil al envío y recepción de las mismas. En el terreno de las políticas, sin embargo, ha habido menos convergencia ( Glick Schiller 2012 ). Si bien existe una creciente atención política para promover el retorno de los inmigrantes irregulares y solicitantes de asilo rechazados, hay menos intentos que incluyan activamente la preocupación por la migración en las políticas de desarrollo. Una cuestión que puede parecer obvia es preguntarse por qué esto es así. Las posibles respuestas se deben encontrar probablemente en el contexto geopolítico actual, donde el desarrollo se ha visto subordinado a preocupaciones en torno a la forma de evitar la presión de los inmigrantes no deseados, así como la consideración del desarrollo como un instrumento de las políticas migratorias en lugar de la migración como una característica inherente a las políticas de desarrollo. En tal contexto, “el desarrollo solo puede servir de vehículo para exportar a los países de destino la obsesión por el control migratorio” ( Geiger y Pécoud 2013, 372 ). Las críticas académicas actuales a la práctica política del nexo migración-desarrollo giran en torno a esta cuestión ( Herrera y Eguiguren 2014 ; Cortés y Torres 2009 ; Sørensen 2014 ) y han sido desarrolladas durante los años bajo los auspicios de la Red Internacional de Migración y Desarrollo con sede en la Universidad Autónoma de Zacatecas ( Delgado Wise et al. 2013 ).
En efecto, la Escuela de Estudios del Desarrollo de Zacatecas, a través de su revista Migración y Desarrollo, ha producido una crítica al rol de las remesas en los países de origen desde perspectivas que articulan el pensamiento de la teoría de la dependencia en América Latina con el análisis estructural contemporáneo de la globalización de los procesos de acumulación capitalista. Varios de estos trabajos han buscado demostrar que el aporte de los migrantes mexicanos a la economía y sistemas de pensiones estadounidenses es mucho más significativo que el rol que cumplen las remesas en las comunidades de origen ( Canales 2006 ; Delgado Wise y Márquez Covarrubias 2009 ). Con ello, han establecido una crítica importante a las mismas nociones de desarrollo a partir del estudio de las migraciones. Un producto más reciente de esta reflexión es la propuesta de Alejandro Canales de retomar el concepto de reproducción social como eje analítico para entender las migraciones laborales contemporáneas, expandiendo la perspectiva económica hacia el análisis demográfico e incluyendo el trabajo no remunerado y de cuidados al análisis ( Canales 2015 ).
En los últimos 10 años, se ha llevado a cabo una cantidad considerable de investigaciones sobre los vínculos entre migración y desarrollo. Parte de estas investigaciones parece interesada en que las remesas se conviertan en un instrumento más eficaz para la reducción de la pobreza y el desarrollo en los países de emigración del sur global. En ellas se pregunta cómo mitigar los efectos negativos de la migración –como la fuga de cerebros y la mayor desigualdad social debida a la distribución desigual de las remesas dentro de los países y las comunidades–, o cómo alinear a las asociaciones de migrantes y los grupos de la diáspora política con el fin de crear alianzas para el desarrollo. 2 Otra parte de las investigaciones ha puesto en duda la credibilidad de los esfuerzos de la política internacional para vincular la migración y el desarrollo, en tanto que el control de la migración sigue siendo una prioridad política para los Estados de recepción y los foros en que se definen dichas políticas se encuentran dominados por los mismos Estados ( Castles y Delgado Wise 2008 ; Geiger y Pécoud 2013 ).
Las críticas basadas en una perspectiva de desarrollo humano han mostrado que, incluso cuando las remesas tienen un efecto en la reducción de la pobreza y el crecimiento económico, el impacto es a menudo modesto, el efecto redistributivo puede no existir y, en los casos en que las remesas siguen fluyendo durante la crisis económica, su flujo constante no puede sustituir a las políticas públicas en los países de origen ( Blossier 2010 ). Existe, pues, base para cuestionar críticamente el sesgo de monetarización e instrumentalización que rodea la producción de conocimiento sobre las remesas.
La movilidad (y la protección de las oportunidades de movilidad) es una premisa fundamental para nutrir el potencial de desarrollo de la migración ( Sørensen 2014 ), por lo que no se requieren habilidades matemáticas para darse cuenta de que el control y la prevención de los flujos migratorios sur-norte tendrán un efecto negativo sobre los migrantes y las remesas enviadas a sus familias y comunidades y, en consecuencia, en el rol que migrantes y asociaciones pueden desempeñar en la promoción del desarrollo. Las consecuencias colaterales de la actual deportación masiva de inmigrantes indocumentados o la repatriación de los solicitantes de asilo rechazados están causando serios problemas en muchos países de origen en relación con la pérdida de remesas. Para las familias que han llegado a depender de las remesas, la deportación representa una catástrofe financiera. En particular, en los casos en que la migración se basa en deudas y préstamos que hay que reembolsar. En situaciones en que la recesión económica va acompañada de deportaciones, las remesas no solo disminuyen sino que se produce más presión sobre los escasos recursos locales o distribuidos de manera desigual, con lo que posiblemente se producirá un aumento del potencial de inestabilidad social y política ( Sørensen 2015 ).
En Estados Unidos, al igual que en la Unión Europea, se están instituyendo nuevas formas de gobernanza de la movilidad de las personas. Para eludir las políticas estatales de control de la movilidad, los migrantes han llegado a confiar en nuevos procesos de contratación; las remesas se gastan cada vez más en el pago de las deudas que financian los planes de viaje como indocumentados; y cada vez más retornos se producen en forma de deportación. En un contexto global de retirada del Estado de la prestación de servicios públicos, las políticas de gobernanza de la movilidad en beneficio del desarrollo parecen renuentes a abordar seriamente la desigualdad global y cambiar el statu quo ( Castles y Delgado Wise 2008 ).
Los artículos del dossier
Es de suma importancia repensar las categorías conceptuales con las que se aborda la multiplicidad de experiencias de movilidad poblacional en Latinoamérica. En efecto, la clásica dicotomía entre perspectivas funcionalistas e histórico-estructurales que caracterizaron el estudio del campo migratorio durante las décadas de 1960 y 1970 –y hasta bien entrada la década de 1980 en algunos países latinoamericanos– está siendo relegada a favor de miradas de mediano alcance que permiten interpretaciones desde el punto de vista de actores y sus prácticas, junto con visiones pluralistas de las consecuencias que tienen los procesos migratorios sobre los entornos donde se producen ( De Haas 2012 ).
Pero además de los factores estructurales y la perspectiva de actores, las persistentes desigualdades de género y clase, así como los procesos de racialización del “otro” son procesos sociales necesarios de indagar para explicar las experiencias de exclusión a las que la población migrante se enfrenta con frecuencia en América Latina. La necesidad de repensar la migración en el continente desde la intersección de formas de desigualdad que se potencian entre sí también marca los temas y perspectivas que empiezan a desarrollarse en la región ( Herrera 2012 ).
En efecto, el campo de los estudios migratorios en América Latina busca no solo repensar las nuevas y viejas causas de la migración sino hacerlo desde la experiencia particular de grupos excluidos por otras dimensiones de desigualdad que alimentan y tornan compleja la mirada sobre estos procesos. En ese sentido, las migraciones femeninas, las migraciones indígenas o afroamericanas y la particular situación de la niñez migrante o de jóvenes empiezan a ser analizadas desde sus especificidades contribuyendo a la comprensión de maneras particulares de articulación de estos procesos con las dinámicas del mercado global, con procesos identitarios diferenciados y también con formas de resistencia y respuestas políticas propias.
Finalmente la preocupación por la relación entre migraciones y Estado ha vuelto con fuerza a la región. Si bien se tuvo una etapa de florecimiento de las perspectivas transnacionales que trascendieron los enfoques territorializados de la migración hacia las movilidades, las miradas de más largo alcance que presentan cuatro de los artículos de este dossier (Domenech y Pereira; Rivera; Eguiguren; y Stefoni y Stang) muestran que la reflexión sobre Estado y migraciones ha sido una constante, ya sea de manera explícita frente a las políticas migratorias como en el caso argentino, ya sea por su relación con el desarrollo y el territorio como en Ecuador y México, o debido a su relación con los procesos de integración sociocultural a la nación y/o racialización y exclusión como en el caso chileno. Por último, la reflexión sobre el Estado vuelve con fuerza en la coyuntura cada vez más prolongada de securitización de las políticas y de regionalización del cierre de fronteras. Por ello, el artículo de Amarela Varela, aunque no presenta un balance de los estudios migratorios en un campo específico, aborda la relación entre violencia y migración en tránsito, un tema al que será necesario prestar mucha más atención en un futuro próximo.
En “De la migración interna a la migración internacional en México. Apuntes en torno a la formación de un campo de estudio”, Liliana Rivera Sánchez hace un recorrido histórico por las influencias nacionales, regionales e internacionales en los estudios migratorios en México. La revisión de una amplia literatura muestra ciertas interconexiones entre conceptos y debates comunes en relación con ciertas categorías y perspectivas analíticas, lo que retroalimenta las modalidades que adquiere la construcción de vínculos sociales en las migraciones internas e internacionales. Dos consideraciones se vuelven centrales para entender cómo se construyen las relaciones sociales a distancia y cómo se generan ciertos procesos de identificación en los contextos migratorios contemporáneos: primero, que Estado y nación no siempre son compatibles ni generan identificaciones automáticas; segundo, que el análisis de las identidades y los vínculos sociales requieren poner atención en el proceso de generación de espacios sociales diferenciados a través de circuitos migratorios.
El artículo “Los estudios de la migración en Ecuador: del desarrollo nacional a las movilidades” presenta una revisión de los estudios sobre la migración en Ecuador durante el período 1960-2016. Aborda los principales debates que han marcado estos estudios, los contextos de producción académica y la forma en que las migraciones y sus condiciones sociales y económicas han influido en la constitución y orientaciones del campo. Al analizar las distintas etapas de producción académica, María Mercedes Eguiguren encuentra que estos trabajos estuvieron en un principio relacionados con nociones de desarrollo vinculadas con la construcción del Estado nacional, de allí que las migraciones se abordaran a partir de fenómenos espaciales y de las transformaciones agrarias. En un segundo momento –de las migraciones a las movilidades–, la reflexión trasciende las fronteras del Estado nacional y se muestra más atenta a fenómenos globales y transnacionales, colocando el tema de las desigualdades sociales por encima de aquellos relacionados con la integración territorial y social.
En el artículo “Los estudios migratorios y la investigación académica sobre las políticas de migraciones internacionales en Argentina”, se ofrece una problematización de la relación entre el Estado y los inmigrantes a través de las contribuciones más significativas destinadas a comprender o explicar diversos aspectos y dimensiones de la política migratoria argentina durante los últimos 30 años. Enfocándose en cuestiones relacionadas con los intereses y preocupaciones temáticas, los enfoques disciplinarios, el recorte temporal, la escala de análisis y las fuentes de información, Eduardo Domenech y Andrés Pereira historizan y reconstruyen a grandes rasgos el proceso de institucionalización de los estudios migratorios en el país. Dado el interés nacional en la institucionalización de los estudios migratorios en Argentina, el nacionalismo metodológico ha guiado muchas investigaciones realizadas. Por eso, los autores argumentan la necesidad de desmarcarse de esquemas Estado-céntricos a favor de estudios críticos de las nociones de “gobernabilidad” y “gobernanza” de las migraciones.
En el artículo “La construcción del campo de estudio de las migraciones en Chile: notas de un ejercicio reflexivo y autocrítico”, Carolina Stefoni y Fernanda Stang analizan la producción investigativa sobre migraciones en Chile en torno a tres temas centrales en la agenda a nivel regional: las relaciones de género en los procesos migratorios; el tratamiento racializado del migrante junto con el riesgo de la construcción de una alteridad “eterna”; y las políticas de Estado. Las autoras abogan por la incorporación de la interseccionalidad como perspectiva analítica para enriquecer estos tres subcampos. El artículo muestra un campo de estudios muy dinámico que, sin embargo, necesita emprender un proceso de reflexión más sistemático sobre sus categorías y conceptos con el fin de avanzar en nuevas formulaciones analíticas.
Uno de los fenómenos migratorios contemporáneos con más interés mediático y que empieza a atraer el análisis académico es la migración de tránsito y la producción de irregularidad a través de la violencia extrema. La creciente securitización de las políticas migratorias y la externalización del control fronterizo están detrás del fenómeno. En el artículo “Las masacres de migrantes en San Fernando y Cadereyta, dos ejemplos de gubernamentalidad necropolítica”, se plantea un análisis de las formas de violencia contra los migrantes centroamericanos en tránsito en México a través de un modelo analítico de gobierno privado indirecto. El artículo sostiene que las masacres buscan ejemplificar el castigo neoliberal para quienes se atreven a desobedecer las leyes migratorias. Con sustento en una crítica radical a conceptos derivados de la terminología de la “seguridad nacional”, Amarela Varela Huerta sugiere varias pistas a seguir en futuros análisis sobre las nociones de vulnerabilidad, riesgo y violación de los derechos de los migrantes.
Como consecuencia de estos cambios globales en la economía y la securitización de las políticas migratorias, una agenda de investigación pendiente en América Latina es aquella que precisamente articule estas dimensiones de la securitización con el análisis de las desigualdades y el desarrollo. Es vital dar más atención a las nuevas dinámicas intrarregionales que han surgido como resultado de estos cambios globales. Por ejemplo, las migraciones caribeñas, africanas y asiáticas otorgan nuevos sentidos a la migración en tránsito no solo en México sino en toda América Latina, y ellas no se pueden comprender sin la articulación entre distintas escalas tanto locales, nacionales y globales. De igual manera, la violencia no solamente social o política sino también producto del extractivismo y su articulación con la economía global provoca desplazamientos poblacionales que necesitan ser abordados igualmente desde una perspectiva de escalas. En tercer lugar, es necesario analizar estas nuevas dinámicas migratorias y sus múltiples dimensiones de desigualdad –étnicas, raciales, de clase, sexuales y de género–, sin dejar de lado la historia y la memoria colonial del continente. Ninguno de estos temas es necesariamente nuevo en los estudios migratorios, por el contrario, la reflexión sobre lo avanzado en distintos espacios y territorios de migración en América Latina muestra que los debates se nutren unos de otros a través de los años. Por eso, es necesario reflexionar sobre lo avanzado, que es lo que se propone a consideración de las lectoras y lectores de este dossier.
La temática para este dossier se originó en la convergencia de varios proyectos colectivos y por tanto son también resultado de ello. La necesidad de analizar los campos de producción de conocimientos sobre las migraciones ha sido un eje de reflexión importante en el Grupo de Trabajo de Migraciones Internacionales, Cultura y Política del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y de la Red de Posgrados en Migraciones (MIGRARED), grupos en los cuales ha participado activamente Gioconda Herrera . Otro de los espacios de discusión del tema fue el panel presentado en el Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) 2016, realizado en Nueva York. Asimismo, esta reflexión es parte de un proyecto más amplio apoyado por el Consejo Danés de Ciencias Sociales, que traza las directrices cambiantes de la migración latinoamericana desde la década de 1980 hasta la actualidad (2017), el cual –en diálogo con FLACSO Ecuador– considera las formas en que la investigación llevada a cabo en la región ha influido en la agenda de investigación sobre migración internacional.