INTRODUCCIÓN
El consumo de alcohol se caracteriza por ser uno de los principales problemas que afectan la salud de las personas a escala planetaria. La mitad de la población de América, Europa y el Pacífico Occidental consume alcohol y, más de la cuarta parte de todos los jóvenes entre 15 a 19 años son bebedores; donde se destaca América por tener una de las tasas de prevalencia más altas a nivel mundial (Pan American Health Organization, 2020).
Ecuador se ubica en el noveno lugar de América Latina con mayor consumo de bebidas alcohólicas, ingiriendo 7.2 litros de alcohol por habitante al año (World Health Organization, 2018), la mayor parte de sus consumidores se encuentra en edades comprendidas entre los 19 a los 24 años de edad, ya que el 12 % de la población de este grupo adquirió alguna bebida alcohólica en el año 2012, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (2014) citado por Ponce (2018). El inicio de consumo comienza a edades tempranas, gracias a que los datos estadísticos dejan ver a Ecuador como una sociedad sumida en una cultura de consumo, donde se normaliza que el alcohol esté presente en el entorno social de sus hogares, donde el adolescente tiene su primer acercamiento al imitar la conducta de sus padres.
Existen datos estadísticos relevantes sobre el consumo de alcohol de los adolescentes ecuatorianos. Según la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas en estudiantes de enseñanza media del Ecuador realizada en 2018, el 30 % de los estudiantes de educación secundaria había consumido alcohol en el último año. Además, se encontró que el 14 % de los adolescentes había experimentado episodios de consumo excesivo de alcohol en ese período. Estas cifras son preocupantes, debido a que indican que un porcentaje considerable de adolescentes ecuatorianos se involucra en el consumo de alcohol (Macías et al., 2019).
La adolescencia es un periodo de transición hacia la adultez, donde ocurren cambios biológicos, emocionales y sociales del propio desarrollo (Diaz & De la Villa, 2018). El desarrollo cerebral se ve afectado por el consumo de alcohol, debido a que genera una serie de efectos negativos; según Da Silva y Marti del Moral (2021), entre estos se encuentra una disminución acelerada de la materia gris en las partes frontal y temporal cortical lateral, y un crecimiento atenuado en la sustancia blanca del cuerpo calloso y la protuberancia, lo cual podría generar problemas en el desarrollo de funciones cognitivas y motoras, incluso un consumo excesivo de alcohol disminuye el volumen del cingulado izquierdo, el pars triangularis y el cingulado anterior rostral, áreas relacionadas con la impulsividad y el control inhibitorio.
En cuanto a los procesos de memoria según Carbia et al. (2017), el consumo excesivo de alcohol produce que los adolescentes cometan mayores errores de intrusión, es decir, un mayor déficit de memoria verbal reflejando un deterioro de las funciones de autocontrol. Finalmente, según Meda et al. (2018) dependiendo el consumo de alcohol que tengan los adolescentes se puede presentar una afectación de la reestructuración del hipocampo y parahipocampo, lo cual provoca una disminución acelerada de su volumen (materia blanca), y genera desmayos de memoria y su posterior pérdida.
Por otro lado, las características evolutivas específicas de los adolescentes, como la búsqueda de identidad personal e independencia, el alejamiento de los valores familiares y el énfasis en la necesidad de aceptación por el grupo de iguales; convierte a esta etapa en vulnerable y facilita el consumo de sustancias con serias consecuencias a nivel social, familiar, escolar y jurídico, por lo que se considera un factor de riesgo para el desarrollo de conductas antisociales y delictivas en este grupo prioritario (Diaz & De la Villa, 2018).
La conducta antisocial entre adolescentes se manifiesta en comportamientos agresivos y repetitivos que violan las normas sociales en entornos como la escuela y el hogar, así como en las interacciones con los demás. Cuando estas conductas se vuelven frecuentes desde temprana edad, pueden evolucionar hacia comportamientos delictivos. Estos patrones problemáticos tienden a persistir en la adultez, manifestándose como conducta criminal, alcoholismo, dificultades en el trabajo, problemas familiares e interpersonales (Sánchez et al., 2018).
El entorno social también influye en el consumo de alcohol y las conductas antisociales-delictivas en los adolescentes. La presión de grupo, la influencia de amigos y la disponibilidad de alcohol aumentan la probabilidad de que un adolescente se involucre en estas conductas. Otros factores individuales como la impulsividad, la búsqueda de sensaciones y la baja autoestima pueden desempeñar además un papel en este fenómeno (Chávez, 2016).
Entre estas consecuencias, la relación entre el consumo de alcohol y la conducta antisocial es particularmente relevante. De acuerdo con Flores-Garza et al. (2019), el consumo excesivo de alcohol puede desinhibir a los adolescentes, llevándolos a participar en comportamientos agresivos, delictivos y antisociales. Estos actos impulsivos y desafiantes, como peleas, vandalismo o actos delictivos, son frecuentemente observados en individuos bajo la influencia del alcohol. Además, el consumo continuado de alcohol puede exacerbar tendencias antisociales preexistentes, al crear un círculo vicioso que refuerza tanto el consumo de alcohol como la conducta antisocial. Esta relación compleja subraya la importancia de abordar el consumo de alcohol en adolescentes como un factor de riesgo significativo que contribuye a la conducta antisocial, destacando la necesidad urgente de intervenciones preventivas y de tratamiento para romper este ciclo destructivo y promover un comportamiento socialmente responsable.
A pesar de la existencia de investigaciones previas, es importante realizar estudios específicos que aborden la problemática del consumo de alcohol y las conductas antisociales en el contexto de los adolescentes ecuatorianos. Esto se debe a que las dinámicas socioculturales, los factores contextuales y los determinantes individuales pueden variar entre diferentes poblaciones y países. Por lo tanto, es fundamental comprender las particularidades de los adolescentes ecuatorianos y cómo se relacionan con el consumo de alcohol y las conductas antisociales (Matienzo-Manrique, 2020). En consecuencia, por medio de un enfoque multidimensional y considerando las variables nivel de consumo de alcohol, rango de edad, nivel de estudios, sexo, etnia y situación socioeconómica, se identificó los factores asociados a estas conductas y se obtuvo una comprensión más completa de sus determinantes.
METODOLOGÍA
En la investigación que antecedió al presente artículo, se aplicó un enfoque cuantitativo, con un alcance explicativo y predictivo (Maldonado, 2018), se definió un diseño no experimental, de corte transversal. Este diseño, como lo mencionan Hernández-Sampieri y Mendoza (2018), permitió la recolección de datos en un solo momento y tiempo único, y orientó la investigación hacia un diseño descriptivo y correlacional, en donde se describió la relación entre dos o más categorías o variables, en este caso, consumo de alcohol y conductas antisociales y delictivas en una muestra de adolescentes.
Luego del análisis del estado del arte sobre el tema y la búsqueda de antecedentes de investigaciones anteriores, se asumió una perspectiva teórica consistente en cuatro pasos, que se declaran a continuación, así como los investigadores cuyos resultados científicos y experiencia previa sustentan dicha perspectiva teórica:
En primer lugar, se seleccionó la población y la muestra de estudio.
Como población se consideró a los 700 estudiantes de la Unidad Educativa del Cantón El Pangui de la provincia de Zamora Chinchipe y de esta población se obtuvo una muestra de 271 adolescentes escolarizados (50.6 % masculino y 49.4 % femenino), tomándose en consideración todos los niveles ofertados de esta unidad educativa, desde el octavo grado de Educación General Básica (EGB) hasta el tercer año de Bachillerato General Unificado (BGU), con edades comprendidas entre 12 a 19 años, en su mayoría de etnia mestiza (86.3 %) de zonas urbanas (52.8 %) y rurales (47.2 %) del cantón.
La selección de los participantes se realizó a través de un muestreo no probabilístico por conveniencia con criterios de inclusión similar al utilizado en estudios precedentes, como el de Gamarra (2021), Riveros et al. (2018) y Valdez-Piña et al. (2018), teniendo en cuenta criterios de inclusión y tomando en consideración solo una de las dos unidades educativas existentes en el cantón El Pangui, ya que de acuerdo a observaciones realizadas se pudo determinar que existía mayor grado de conductas de riesgo en la unidad educativa seleccionada.
Los criterios de inclusión fueron:
Rango de edad entre 12-19 años.
Contar con el consentimiento informado de sus padres o representantes legales.
Tener el asentimiento del participante.
Poseer habilidades intelectuales y físicas básicas para el óptimo desarrollo de la evaluación.
En segundo lugar, se seleccionaron los instrumentos de recolección de datos.
Para evaluar el consumo de alcohol, se utilizó el Cuestionario de Identificación de los Trastornos debidos al Consumo de Alcohol (AUDIT) desarrollado por la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2001), empleado en distintas investigaciones con poblaciones similares (Colan, 2022; Pozo, 2018 y Riveros et al., 2018). Este cuestionario de 10 preguntas tipo Likert, se trata de una versión de auto-pase que identifica el consumo excesivo de alcohol, subdividida en tres dominios: a) consumo de riesgo de alcohol (1-3), b) síntomas de dependencia (4-6) y c) consumo perjudicial de alcohol (7-10). Las preguntas de la 1 a la 8 puntúan entre 0 y 4 y las preguntas 9 y 10 puntúan 0, 2 o 4, arrojando una puntuación máxima de 40 puntos, y una mínima de cero; interpretando los resultados de la siguiente manera: de 0 a 7 consumo bajo o abstinencia, de 8 a 15 consumo medio, de 16 a 19 consumo alto y puntuaciones superiores a 20 indican dependencia al alcohol. En cuanto a sus propiedades psicométricas, la OMS (2001) revela que los resultados de varios estudios indican una alta consistencia interna en su fiabilidad, lo que concuerda con lo obtenido en esta investigación, arrojando un valor de Alfa de Cronbach de α= .80, correspondiente a un nivel bueno y una validez por encima de .90 de sensibilidad y valores superiores a .80 de especificidad.
En cuanto al segundo instrumento, el Cuestionario de Conductas Antisociales-Delictivas (A-D), desarrollado por Seisdedos (2001), está diseñado para evaluar las conductas antisociales y delictivos en niños y adolescentes, consta de 40 ítems divididos en dos escalas: la escala A, que abarca los ítems del 1 al 20 y se enfoca en conductas antisociales, y la escala D, que comprende los ítems del 21 al 40 y se centra en conductas delictivas. La puntuación de cada elemento contribuye a una sola escala, y la calificación puede ser 0 o 1 punto, lo que hace que la puntuación máxima en cada escala sea de 20 puntos. En estudios previos, como los de Gamarra (2021) y Vázquez y Denis-Rodríguez (2020), este cuestionario ha sido utilizado para investigar poblaciones adolescentes de habla hispana. Las propiedades psicométricas del instrumento, según Seisdedos (2001), indican una confiabilidad adecuada, con un coeficiente alfa de Cronbach de α= .86 para ambas escalas. En la presente investigación, se encontraron valores similares de fiabilidad, con un Alfa de Cronbach de α= .88 para la escala A y α= .72 para la escala D, lo que se considera un nivel bueno para la escala A y aceptable para la escala D, respectivamente. Estos resultados respaldan la validez y confiabilidad del cuestionario en el contexto del estudio actual.
En tercer lugar, se procedió a la aplicación de los instrumentos a los 271 estudiantes.
Si bien se tienen investigaciones que emplean estos instrumentos AUDIT (Colan, 2022; Pozo, 2018 y Riveros et al., 2018) y Cuestionario de Conductas Antisociales-Delictivas (A-D) (Gamarra, 2021 y Vázquez y Denis-Rodríguez, 2020), estos se aplican separadamente. Esto significa que dentro de esta investigación se tuvieron en cuenta los procedimientos de aplicación utilizados por los anteriores autores, pero se realizaron adaptaciones para la población y momento específico.
Primero se aplicó una ficha socio demográfica, creada ad hoc para recolectar datos relevantes que caractericen la población de forma específica y, además constaten el cumplimiento de los criterios de inclusión antes expuestos. Los datos solicitados fueron: edad, sexo, nivel de estudios, etnia, estado civil, sector del domicilio, convivencia y situación socio-económica familiar. Después se aplicaron los cuestionarios durante el mes de mayo de 2023 por medio de Google Forms, los cuales fueron respondidos por los participantes desde sus computadoras o teléfonos celulares, su aplicación es de manera individual o colectiva, con una duración promedio de 10 a 15 minutos por cuestionario, en donde se enfatizó el uso confidencial de la información para fines académicos.
En cuarto lugar, para analizar los resultados, se empleó el software Statistical Package for the Social Sciences (SPSS) en su versión 25.0.
A través de este programa se llevaron a cabo tres bloques de análisis: el primero consistió en un análisis descriptivo de las características sociodemográficas de los participantes. El segundo bloque involucró un estudio de las medias obtenidas en las variables de consumo de alcohol y conductas antisociales-delictivas. Finalmente, el tercer bloque se enfocó en un análisis correlacional entre el consumo de alcohol y las conductas antisociales-delictivas mediante el coeficiente de correlación de Pearson (r) con el objetivo de identificar la fuerza de la asociación o covarianza existente.
Durante el proceso investigativo se tuvo en cuenta el cumplimiento de los principios propios de la ética en la investigación científica, para lo cual se aplicó lo expresado en la Declaración de Helsinki (Del Percio, 2020), respetando los principios de privacidad, confidencialidad y anonimato de los participantes, junto con el consentimiento previo a la evaluación psicométrica, criterios provenientes de los principios éticos declarados para las investigaciones en seres humanos. Los adolescentes participaron de forma voluntaria con previa autorización de la institución y consentimiento de sus representantes legales, comunicando de manera virtual el objetivo de estudio, así como los principios de confidencialidad, anonimato y los fines exclusivamente científicos de los datos a obtenerse.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
ANÁLISIS DEL PERFIL SOCIODEMOGRÁFICO DE LOS PARTICIPANTES
Referente al análisis de los datos y características sociodemográficos de los participantes, se puede observar que el 14.4 % se encuentra en un rango de edad de 12-13 años (adolescencia temprana), el 44.3 % tiene un rango de edad de 14-16 años (adolescencia media) y un 41.7 % presenta un rango de edad de 17-19 años (adolescencia tardía). Así también, se identificó que el 50.6 % de los participantes son de sexo masculino y un 49.4 % pertenece al sexo femenino. En cuanto a la variable nivel de estudios, el 49.4 % estaban cursando educación básica superior y el 50.6 % estudios de bachillerato (ver Tabla 1).
En referencia al estado civil, el 89.7 % declaró ser soltero, el 5.9 % vivir en unión libre y únicamente el 4.4 % afirmó estar casado. En cuanto a la identificación étnica, el 86.3 % se considera mestizo, el 13.0 % indígena y el 0.7 % afrodescendiente. Acerca del sector del domicilio, el 52.8 % declaró vivir en zona urbana y el 47.2 % en la rural.
Posteriormente, el 56.8 % manifestó vivir con sus padres, el 27.7 % solo con su madre, el 3.3 % solo con su padre, el 4.8 % vive solo y un 7.4 % con otros familiares distintos a los anteriores (abuelos, hermanos, tíos, primos, etc.). En cuanto a la situación socioeconómica de los participantes, la mayoría se encuentra entre los niveles regular (46.9 %) y buena (48.0 %), el 3.3 % muy buena y el 1.8 % considera estar en un nivel socio-económico malo.
Es importante considerar en este estudio los datos sobre identificación étnica en vista de que la cantidad de estudiantes indígenas es baja, lo que concuerda con datos sociodemográficos de Ecuador que indican que “
” (Machado, 2022, párr. 16).la población indígena registra menos años de escolaridad…, este segmento de la población dedica 7.2 años a estudiar primaria y secundaria
Se reconoce que el entorno familiar representa el medio más apropiado para prevenir y resguardar a los adolescentes de comportamientos de riesgo, incluido el consumo de alcohol. En este caso, los resultados demográficos acerca de la convivencia ofrecen una visión crucial de la estructura familiar de los adolescentes evaluados, pues el 43.2 % no vive con sus dos padres y al compararlo con la investigación realizada por Uroz et al. (2018) en una estructura monoparental o de un solo padre los adolescentes abusan del consumo del alcohol y desarrollan comportamientos antisociales y en algunas ocasiones delictivos.
Además, el entorno familiar, especialmente la configuración del hogar, juega un papel fundamental en la insuficiente supervisión y orientación que los adolescentes pueden recibir. Según Sánchez et al. (2018), la falta de supervisión parental puede llevar a los jóvenes a buscar pertenencia y aceptación en otros entornos, a menudo recurriendo a comportamientos socialmente inaceptables como el consumo de alcohol y conductas antisociales.
Estos hallazgos destacan la necesidad de intervenciones sociales y educativas específicas que brinden apoyo psicosocial, orientación educativa y oportunidades equitativas para mitigar las disparidades existentes y proporcionar a los adolescentes herramientas para resistir las presiones sociales negativas, reduciendo así la probabilidad de involucrarse en comportamientos perjudiciales para ellos mismos y para la sociedad en su conjunto.
ANÁLISIS DESCRIPTIVO DEL CONSUMO DE ALCOHOL Y LAS CONDUCTAS ANTISOCIALES-DELICTIVAS
ANÁLISIS CATEGÓRICO
En cuanto al análisis de las variables de interés (tabla 2) se ejecutó un análisis de distribución de los niveles de consumo de alcohol basado en la frecuencia de la población total (n = 271), y se determinó que 258 adolescentes tienen un consumo bajo de alcohol o abstinencia, representando al 95.2 % de la población, con una puntuación máxima de 13 y mínima de 0 y con una desviación estándar de 2,35. No se presentan casos que evidencien consumo alto o dependencia.
Por otro lado, la variable conductas antisociales-delictivas se subdividió en dos escalas. En la escala A correspondiente a conductas antisociales resalta la categoría diagnóstica de bajo con el 89.3 %, posterior nivel medio con el 8.49 % y el 2.21 % corresponde a un nivel alto. En cuanto a la escala D (conductas delictivas), el 88.98 % de los participantes pertenece al nivel bajo, el 6.64 % al nivel medio y el 4.43 % restante representa el nivel alto (ver Tabla 2).
En referencia a la variable consumo de alcohol, se observa que no existe una prevalencia mayor en el consumo medio, mientras que la frecuencia es de 0 para las categorías de consumo alto y dependencia. Estos resultados difieren de lo mencionado por Gómez et al. (2018), quienes constatan un alto porcentaje de adolescentes, sobre todo estudiantes, que consumen alcohol o lo han consumido alguna vez en su vida. Obviamente esta interpretación puede ser ambigua pues haberlo consumido “alguna vez” podría relacionarse con el concepto de consumo bajo presentado en la tabla 2.
En esta línea de ideas, Morales et al. (2019) afirman, en contraste, que el 35.3 % de adolescentes consumió alguna vez una bebida alcohólica, de los cuales, tan solo el 15.6 % resultó como bebedor de riesgo o dependencia, implicando esto apenas un 5.5 % del total de la muestra. Estos resultados se encuentran mucho más alineados con los del presente estudio y con los presentados por Del Toro et al. (2018), quienes encontraron en su investigación que el 88.8 % de los adolescentes tuvo un nivel de consumo de bajo riesgo.
Asimismo, con respecto a las conductas antisociales, Diaz y De la Villa (2018) mostraron que las variables que mejor predicen la conducta antisocial en adolescentes son el consumo de alcohol y la impulsividad cognitiva. En este sentido, con respecto al consumo de alcohol, Fernández (2022) afirma que las conductas antisociales halladas con mayor frecuencia están relacionadas con el consumo de alcohol y de drogas, y pueden desencadenar en acciones como desobediencia a la autoridad, daño de propiedad privada, lenguaje soez, agresiones, entre otros.
Por otra parte, estudios como el de Vera y Alay (2021) destacan que factores como el maltrato familiar, por ejemplo, constituyen un factor de riesgo que puede generar actitudes negativas y antisociales en adolescentes, y si a esto se le suma una ingesta desmedida de alcohol, el problema se puede agraviar mucho más. Finalmente, Calderón et al. (2019) afirman que existen múltiples elementos relacionados con la falta de sociabilidad y los posibles actos y conductas delictivas, además de que la sociedad actual se ha sumergido en una variedad de conductas que acarrean efectos adversos tanto en el entorno social como en el familiar.
ANÁLISIS COMPARATIVO
En la Tabla 3 se observa la relación entre el consumo de alcohol y las conductas antisociales-delictivas, pero con respecto al sexo de las personas que fueron parte de la muestra. Para este caso, la muestra estuvo conformada por 137 hombres (50.6 %) y 134 mujeres (49.4 %). En este sentido, no existe una prevalencia en la cantidad de personas que consumen alcohol o que presentan conductas antisociales ni delictivas, independientemente de si son hombres o mujeres, pues para los dos sexos los resultados fueron bastante bajos. No obstante, se nota una ligera superioridad en la variable de conductas antisociales para las mujeres y una ligera superioridad en la variable de conductas delictivas para los hombres.
Según lo destacan Alonso-Castillo et al. (2018), las mujeres presentan un mayor consumo de bajo riesgo con respecto a los hombres; sin embargo, no existe una diferencia significativa en la relación del consumo de alcohol con las conductas antisociales en función del sexo. Estos datos revalidan los resultados del presente estudio, sin embargo, Nasaescu et al. (2020) afirman que los adolescentes del sexo masculino presentan una mayor implicación en comportamientos vandálicos, violencia y consumo de sustancias, frente al género femenino.
En esta línea de ideas, estos factores y variables pueden cambiar en función del contexto de cada caso, pues los estudios nunca se encuentran aislados, sino que cuentan con aristas a ser tomadas en cuenta para la emisión de la conclusión del estudio. Giménez et al. (2018) destacan factores que influyen en el consumo de alcohol, como la edad de inicio; no obstante, los hombres presentan diferencias estadísticas significativas en el consumo de alcohol sobre las mujeres.
La Tabla 4 muestra la relación entre el consumo de alcohol, las conductas antisociales y las conductas delictivas en función de la edad. De manera similar a lo que ocurrió con el sexo de las personas, no se observa una prevalencia significativa ni en el consumo de alcohol, ni en las conductas antisociales ni conductas delictivas. No obstante, en la adolescencia temprana (n = 38) existe una ligera tendencia a presentarse conductas antisociales, frente a la adolescencia tardía (n = 113). Por otra parte, la adolescencia media (n = 120) es el rango de edad que menor nivel de consumo de alcohol presenta. De manera general, la variable de conductas delictivas es la que menor prevalencia y predisposición ha presentado, independientemente de la edad de los adolescentes.
Rial et al. (2020, p. 52) destacan que “
”, de la misma forma, afirman que la edad no es una variable de significancia mayor y que, independientemente del rango de edad, otros factores podrían influir con mayor prevalencia.la edad a la que los jóvenes se inician en el consumo de alcohol no es una cuestión banal, habida cuenta de las importantes repercusiones que posee a diferentes niveles
Leal-López et al. (2021), quienes examinaron las tendencias en el consumo del alcohol en adolescentes, afirman que entre los 17 y 18 años presentan mayores niveles de consumo de alcohol que el grupo de adolescentes entre 15 y 16 años. Estos datos coinciden con los resultados obtenidos en el presente estudio, pues a pesar de que el índice de consumo de alcohol no es significativo, se puede observar una diferencia importante entre la adolescencia temprana y la adolescencia tardía, siendo la adolescencia tardía la que mayor nivel de consumo de alcohol presenta.
Por otra parte, González et al. (2019) afirman que la percepción de riesgo y la cantidad de bebidas alcohólicas consumidas tienen una relación significativa negativa, lo cual implica que a medida que aumenta la percepción de riesgo, disminuye la cantidad de bebidas alcohólicas consumidas. En otras palabras, las personas que son más conscientes de los riesgos asociados con el consumo de alcohol tienden a consumir menos; por lo tanto, las conductas antisociales y delictivas se pueden ver mitigadas en este tipo de escenarios.
Por otro lado, se puede establecer una relación entre el consumo de alcohol, la conducta antisocial y delictiva de los adolescentes medios con edades entre los 14 a 15 años, debido a que, por ejemplo, en cuanto a la conducta antisocial se obtuvieron valores de M = 2.08 y DE = 3.51. Estas cifras se relacionan con las obtenidas por Diaz y De la Villa (2018) en M = 14.1 y DE = 1.48, lo que demuestra que el consumo de alcohol y la impulsividad cognitiva tienen mayor prevalencia en la aparición de conductas antisociales.
ANÁLISIS DE LA CORRELACIÓN
Finalmente, la Tabla 5 muestra los resultados del análisis correlacional entre las variables de estudio, donde se evidencia una correlación positiva entre consumo de alcohol y conductas antisociales (0.206), lo significa que a medida que aumenta el consumo de alcohol, también aumenta la probabilidad de conductas antisociales. Sin embargo, la correlación es relativamente baja, lo que indica que, aunque hay una relación, no es particularmente fuerte.
También se puede observar una correlación positiva entre consumo de alcohol y conductas delictivas (0.199), al igual que la correlación anterior, esta es relativamente baja, lo que indica que la relación no es muy fuerte.
Por último, se nota una correlación positiva más fuerte entre conductas antisociales y conductas delictivas (0.614), lo que constata una relación significativa entre las conductas antisociales y delictivas, es decir, si una persona tiende a tener comportamientos antisociales, es más probable que también tenga conductas delictivas.
Existe una relación entre el consumo de alcohol, las conductas antisociales y las conductas delictivas, aunque la fuerza de esta relación varía. Específicamente, la correlación relativamente baja pero significativa entre el consumo de alcohol y las conductas antisociales y delictivas, esto podría sugerir que el consumo de alcohol es solo uno de los factores que contribuyen a estas conductas.
En este sentido, Diaz y De la Villa (2018) identifican diferencias importantes en las conductas antisociales en función del género, aunque no se observan en relación con el consumo de alcohol. En cuanto a la variable de la edad, existen diferencias significativas en el consumo de alcohol entre todos los grupos de edad. Además, se descubrieron variaciones en las conductas antisociales entre la adolescencia temprana comparada con la adolescencia media y la adolescencia tardía.
El análisis de la correlación ha revelado varias interrelaciones significativas pero variadas entre el consumo de alcohol, las conductas antisociales y las conductas delictivas. Aunque la relación entre el consumo de alcohol y las conductas problemáticas no es particularmente fuerte, Fernández (2022) sugiere que el alcohol puede desempeñar un papel en la promoción de comportamientos antisociales y delictivos. Más notablemente, los datos indican una correlación más fuerte entre las conductas antisociales y delictivas, lo que podría implicar un patrón de progresión entre estas conductas problemáticas.
Sin embargo, la correlación no implica causalidad y las interrelaciones observadas son probablemente el resultado de una combinación compleja de factores. En definitiva, estos hallazgos ofrecen valiosas orientaciones para la investigación futura y la intervención preventiva, pero aún queda mucho por entender sobre las intrincadas dinámicas entre estas variables.
CONCLUSIONES
En este estudio se encontró que la mayoría de adolescentes escolarizados presenta bajos niveles de consumo de alcohol (95.2 %) y exhibe bajos índices de conductas antisociales (89.3 %) y delictivas (88.93 %). Esto sugiere que no existe un consumo excesivo de alcohol que conduzca a comportamientos antisociales o delictivos que pongan en peligro su seguridad y el bienestar social en general.
Al analizar los datos según el sexo de los adolescentes, no se encontraron diferencias significativas, lo que indica que el género no influye en las variables estudiadas. Sin embargo, al segmentar la muestra por edad, se observó que los adolescentes en la etapa tardía (M = 1.96) presentan mayores niveles de consumo en comparación con los de la adolescencia temprana (M = 0.55) y media (M = 0.39). Este hallazgo confirma investigaciones que sugieren que a medida que los adolescentes envejecen, tienden a aumentar su consumo de alcohol.
Además, se encontraron correlaciones positivas bajas entre el consumo de alcohol y las conductas antisociales (r = 0.206, p < 0.05) y entre el consumo de alcohol y las conductas delictivas (r = 0.199, p < 0.05). Esto implica que a medida que el consumo de alcohol aumenta o disminuye, también lo hacen las conductas antisociales y delictivas, lo que hace que este sea un factor de riesgo importante