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Revista de Ciencias Humanísticas y Sociales (ReHuSo)

versión On-line ISSN 2550-6587

ReHuSo vol.9 no.2 Portoviejo jul./dic. 2024  Epub 05-Dic-2024

https://doi.org/10.33936/rehuso.v9i2.5752 

Articles

Resistir y persistir: la dimensión de la persistencia en la acción colectiva

Resist and persist: the dimension of persistence in collective action

1Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). macarena.roldan@unc.edu.ar


Resumen

El propósito del trabajo es examinar la dimensión de la persistencia como categoría analítica de la acción colectiva. Para ello, se presentan los resultados de una tesis de doctorado en la que se abordaron los procesos de subjetivación política de jóvenes que organizan y sostienen -desde hace más de quince años- movilizaciones populares frente a la violencia policial en Córdoba, Argentina. La acción colectiva estudiada fue la llamada Marcha de la Gorra, sobre la que se realizó un trabajo etnográfico con una perspectiva psicosocial. Además de la elaboración de notas de campo, se realizaron entrevistas en profundidad y entrevistas breves, denominadas conversaciones en marcha. En estas instancias participaron más de sesenta jóvenes activistas. A partir de la producción de datos y análisis de manera sostenida, la dimensión de la persistencia de la Marcha fue cobrando significatividad analítica. Tras ocho años de duración, el estudio longitudinal permitió considerar el valor cualitativo de la persistencia de la acción colectiva y su implicancia en la subjetividad de las y los jóvenes. Asimismo, se mostró como una dimensión clave en el establecimiento de conexiones entre la acción en el espacio público y sus territorios cotidianos.

Palabras clave: acción colectiva; persistencia; subjetividad; juventudes; territorio

Abstract

The purpose of the paper is to examine the dimension of persistence as an analytical category for collective action. For this, the results of a doctoral thesis are presented. There, the processes of political subjectivation of young people who organize and support -for more than fifteen years- popular mobilizations against police violence in Córdoba, Argentina, were studied. The collective action considered was the so-called Marcha de la Gorra, on which an ethnographic work was carried out with a psychosocial perspective. In addition to the preparation of field notes, in-depth interviews and short interviews, called ongoing conversations, were conducted. More than sixty young activists participated in these instances. From the production of data and analysis in a sustained manner, the dimension of the persistence of the March was gaining analytical significance. After eight years of duration, the longitudinal study allowed to consider the qualitative value of the persistence of collective action and its implication on the subjectivity of young people. Likewise, it was shown as a key dimension in the establishment of connections between the action in the public space and their daily territories.

Keywords: collective action; persistence; subjectivity; youth; territory.

Introducción

El presente artículo expone los resultados de una tesis de doctorado en la que se abordaron los procesos de subjetivación política de jóvenes que organizan y sostienen -desde hace más de quince años- movilizaciones populares frente a la violencia policial en Córdoba, Argentina. En este marco, interesa recuperar una cuestión emergente de la investigación relativa al sostenimiento ininterrumpido de esta acción de protesta y su incidencia en el registro experiencial de los sujetos involucrados. Así, a partir de los resultados del estudio, se propone que la persistencia -es decir, el sostenimiento en el tiempo- se comporta como una dimensión clave en el análisis psicosocial de la acción colectiva. Para ello, se contextualizó esta propuesta analítica a partir de los procesos y de la movilización que se estudió.

1.1. Protesta, espacio público y contextos represivos

Los repertorios de movilización no pueden ser analizados de manera atomizada y desgajados de sus contextos de producción. En este sentido, se parte de considerar que América Latina constituye una región con índices de desigualdad particularmente acentuados, lo cual expone a grandes porciones de la población a trayectorias vitales atravesadas por condiciones de indefensión ciudadana (Valenzuela, 2019). No obstante, los pueblos latinoamericanos han sido protagonistas de revueltas históricas que han alimentado la memoria colectiva de sucesivas generaciones. En los últimos años, se asistió a una pluralidad de protestas sociales motivadas por diferentes escenarios de desigualdad y de avance sobre derechos fundamentales. En este sentido, las acciones colectivas y los movimientos sociales nutridos por juventudes, mujeres, disidencias sexo-genéricas, campesinos, afrodescendientes y sectores populares son ámbitos fundamentales del archipiélago político (Arditti, 2005), construyendo lenguajes y posicionamientos que marcan el pulso de la historia en la región.

En el caso particular de Argentina, la ligazón entre espacio público y protesta constituye una marca indeleble en las matrices de inteligibilidad de lo político. La toma del espacio público como lugar de ejercicio político está ligado al fin de la Dictadura Militar (1976-1983), a la reivindicación de los Derechos Humanos y a las demandas de los sectores populares. En este sentido, la protesta social, es una componente fundamental de la vida democrática argentina (CELS, 2017), especialmente cuando en el centro de la disputa se encuentra el propio Estado y los regímenes de gubernamentalidad.

En este contexto geopolítico, la investigación se sitúa en Córdoba -segundo distrito del país, en torno a las movilizaciones protagonizadas y sostenidas por juventudes de sectores populares frente a lo que se denomina violencia estatal (Guemureman et al., 2017) o institucional, cuestionando y denunciando particularmente la violencia policial. El hostigamiento policial (Pita, 2019) se materializa en los excesivos controles que encuentran para circular/habitar la trama urbana en los jóvenes de las clases subalternas, especialmente las zonas céntricas de la ciudad (Roldán, 2020). A ello se agrega el alto grado de intervencionismo en los barrios populares, como es el caso de las razias que tuvieron lugar en Córdoba, en el año 2015 (Job, 2018). En su dimensión letal, la violencia policial puede avanzar hacia los denominados casos de gatillo fácil , en los que se atenta directamente contra la vida de los jóvenes (Pita, 2021).

Las condiciones de exposición descriptas hacen mella en la vida cotidiana de las juventudes de los barrios populares. Estos cuerpos-sujetos devienen en un objeto de las políticas punitivas de seguridad que depositan en ellos el estigma de la peligrosidad, justificando así su persecución y potencial eliminación (Bonvillani, 2020).

1.2. La acción colectiva antirrepresiva y su perdurabilidad

A pesar de la eficacia biopolítica de los dispositivos securitarios, los sujetos no permanecen en completa docilidad frente a tales escenarios. Muy por el contrario, la ciudad de Córdoba ha sido escenario de la germinación y el sostenimiento de acciones colectivas contenciosas que ponen en cuestión esa doxa punitiva. Desde el año 2007, cada mes de noviembre las calles cordobesas se convierten en escenario de la masiva movilización que supone la Marcha de la Gorra. Su particular nominación alude al hecho de que la gorra constituye un elemento de vestuario estrechamente asociado a los jóvenes de sectores populares, cuya portación suele constituir motivo de interceptación policial. La gorra configura un objeto-símbolo que denota la arbitrariedad policial, focalizada en las clases subalternas y en las franjas etarias jóvenes, tal como señalan los estudios previos (Bologna et al., 2017; Bonvillani, 2020; Plaza, 2020).

Entre los años 2014 y 2022, a instancias de una investigación doctoral, se ha desarrollado un trabajo etnográfico sobre la Marcha de la Gorra, proceso que contó con la participación de más de sesenta jóvenes en instancias de entrevistas. El carácter longitudinal que fue adoptando el estudio, a la par de la propia maduración del movimiento, condujeron a que la dimensión de la perdurabilidad de la acción colectiva y sus implicancias subjetivas se constituyera en un analizador a contemplar. La construcción de esta hipótesis de trabajo tuvo lugar a partir de un abordaje psicosocial de la acción colectiva. Esta posición epistémica implica atender especialmente a los procesos de simbolización, los despliegues de emocionalidad y las marcas subjetivas que se imprimen en los cuerpos de las y los jóvenes. Los sentidos reflexivos y afectivos que construyen pueden rastrearse en sus experiencias con la policía, así como también en sus prácticas de resistencia y de organización colectiva.

En esta clave, la irrupción masiva de jóvenes ocupando el centro de la ciudad implica una perforación de los ordenamientos previos que regulan la circulación y la habitabilidad de la ciudad. De esta forma, la experiencia de marchar y el encuentro politizado con otros y otras, comporta un valor vivencial que exhibe una potencia subjetivante para estos jóvenes, tal como se ha planteado en trabajos anteriores (Roldán, 2020; 2021; 2022). No obstante, se encuentra allí un pliegue fundamental que debe ser contemplado: al sostenerse durante tantos años, estos fenómenos de movilización van constituyéndose en acciones colectivas orientadas hacia un proyecto (Torres Carrillo, 2009). Asimismo, esa continuidad tiende a favorecer conexiones más estables con los territorios de vida cotidianos que los sujetos habitan (Peña, 2014). En esta línea, el trabajo de campo condujo a la exploración del valor cualitativo de la persistencia de la acción colectiva y sus implicancias subjetivas para los involucrados.

Habiendo alcanzado dieciséis ediciones ininterrumpidas, la Marcha de la Gorra se ha tornado una de las movilizaciones con mayor continuidad, replicándose incluso en otras ciudades de Argentina, lo cual la inscribe como un símbolo de la resistencia juvenil frente a los procesos de policiamiento del Estado (Roldán, 2022). En este sentido, desde un enfoque psicosocial (Bonvillani, 2023) de la acción colectiva, en cuánto a la dimensión de la persistencia emerge como un operador de sentido que demanda ser analizado. Atendiendo a tal propósito, se presenta una serie de comentarios metodológicos en orden a contextualizar las condiciones de indagación, para luego proceder al análisis de los resultados, organizados en dos secciones: una atinente a las estrategias de resistencia que las juventudes emprenden en el seno de la acción colectiva antirrepresiva y, la segunda, dedicada específicamente a la cuestión de la perdurabilidad de sus repertorios de acción. Las referencias de campo presentadas, permitirá avanzar en la discusión conceptual y empírica de la persistencia como una dimensión fértil para comprender los procesos de subjetivación política que aloja la acción colectiva.

Metodología

El proceso de investigación se valió de un abordaje cualitativo y etnográfico, con un interés particular en los sentidos singulares y colectivos que los actores juveniles construyen en torno a la acción colectiva que sostienen frente a la violencia policial. Dado el carácter cualitativo de la indagación, la construcción de conjeturas y análisis estuvo atravesada por un enfoque interpretativo-hermenéutico fundamentado en los datos producidos en el trabajo de campo.

En 2014, tuvo lugar la incorporación de la investigadora en la Mesa Organizativa de la 8° edición de la Marcha de la Gorra, con un rol de observación participante. Allí se realizó gran parte de la tarea etnográfica que se extendió hasta el año 2022, en el marco de la 16° edición de la Marcha. La mesa de organización constituye un espacio de carácter asambleario que comienza a reunirse uno o dos meses antes de la movilización. En esta instancia participan decenas de jóvenes, entre 50 y 80, pudiendo variar de una edición a otra. En su mayoría, son referentes de organizaciones sociales y territoriales, partidos políticos de izquierda, centros de estudiantes y jóvenes autoconvocados/as que desarrollan algún tipo de activismo antirrepresivo. Allí se despliegan numerosos procesos de discusión y enunciación de demandas, así como también representa una instancia de socialización de la situación represiva en los diferentes barrios de Córdoba. Asimismo, allí también se comparte el estado de avance de los procesos judiciales referidos a casos de gatillo fácil. En este sentido, constituye un momento-espacio de gran valor para la tarea etnográfica. Además de la producción registros en forma de notas de campo, la participación en la Mesa Organizativa posibilitó concretar numerosas entrevistas con las y los jóvenes participantes.

Por su parte, el día de la Marcha constituye el momento más álgido del trabajo de campo. En dicha instancia, tiene lugar la implementación una triangulación de técnicas en la construcción de datos, enmarcadas en una estrategia general que se denomina etnografía de evento (Borges, 2017; Bonvillani, 2018). Esto incluye la elaboración de notas etnográficas; registros fotográficos y fílmicos; y entrevistas breves, acompañando el avance de la movilización, instrumento que llamado conversaciones en marcha (Bonvillani, 2018).

Las técnicas empleadas in situ durante la movilización se complementan con entrevistas en profundidad. Éstas constituyen un instrumento clave para la exploración de los sentidos que construyen estas juventudes sobre sus repertorios de acción. Las entrevistas fueron realizadas a posteriori de la movilización, con jóvenes que participan en la Mesa Organizativa y en la propia Marcha. Por consiguiente, el muestreo empleado fue de tipo teórico, intencional.

Dado que el trabajo de campo se extendió durante ocho años, el contacto con los jóvenes se fue tornando asiduo, lo que permitió la construcción de vínculos de confianza y de un reconocimiento mutuo. Esto facilitó su convocatoria y anuencia para la participación de las entrevistas en profundidad. Durante el trabajo de campo, fueron entrevistadas/os más de 60 jóvenes, de entre 16 y 34 años. En todos los casos, se obtuvo el consentimiento de las y los participantes, luego de que fueran debidamente informados/as acerca de los propósitos del estudio. El conjunto final de datos estuvo compuesto por 28 registros de campo, 35 entrevistas con jóvenes y 26 conversaciones en marcha . A partir de este voluminoso corpus empírico, se realizó un recorte significativo atendiendo a los objetivos del artículo, haciendo foco en los sentidos que expresan en torno a la persistencia de la acción colectiva durante tantos años. El análisis de datos estuvo orientado por la herramienta informática Atlas.ti (versión 8.4.24).

Resultados

3.1. Procesos de resistencia juvenil en la acción colectiva antirrepresiva

La pregunta por las estrategias de resistencia que emprenden las juventudes en el seno de la acción colectiva constituyó el interrogante primigenio del proceso de investigación. La importancia de estas instancias de organización colectiva no se comprende cabalmente si no se pondera el contexto represivo en que tienen lugar. Como ya fue expresado, las inscripciones de clase, territoriales y étnico-raciales demarcan pertenencias clasificatorias que organizan la selectividad penal con que proceden las políticas de seguridad y las fuerzas policiales. Los condicionamientos de clase son palpables en las construcciones discursivas de las y los jóvenes: la pobreza es identificada como un elemento central que predispone a ser objeto del hostigamiento policial:

Hoy, más que nunca, salimos a reclamar por los derechos de los jóvenes. Porque estamos cansados de que nos sigan persiguiendo y de que nos criminalicen por la pobreza […] Nosotros somos pobres, no nos defienden ni nos ayudan. (Registro del sonido móvil de la 9° Marcha de la Gorra. 18-11-2015)

En sus narrativas, manifiestan las dificultades que experimentan para acceder al espacio céntrico de la ciudad, especialmente por las detenciones policiales. Al mismo tiempo, describen escenas de amedrentamiento -psicológico y físico-; situaciones que, en determinadas ocasiones, pueden escalar hacia golpizas o prácticas de tortura, tanto en la vía pública como en unidades de detención. En el extremo de la cuestión, la expresión más cruenta e irreversible de la violencia policial está dada por el asesinato de jóvenes a manos de la policía. La categoría local que emplean los grupos activistas para referirse a estas ejecuciones es el sintagma gatillo fácil. En efecto, esta problemática suele ser uno de los tópicos más sensibles que motoriza su involucramiento en procesos de organización política:

Nosotros venimos a la Marcha porque venimos reclamando justicia para Fabio. Porque la policía se equivocó, se equivocaron, no lo tendrían que haber matado. Fabio era un loco que se mataba laburando [trabajando]. Un amigazo para mí, así que estamos acá reclamando justicia. (Conversación en marcha con Javier, 18 años. 20-11-2014)

En Córdoba, desde hace más de quince años, miles de jóvenes se dan cita una tarde de noviembre en el centro de la ciudad, con el propósito de estampar allí sus demandas de justicia y reconocimiento frente a los escenarios represivos que precarizan su vida. En tal contexto, el surgimiento de una acción colectiva como la Marcha de la Gorra supone una instancia de agenciamiento colectivo en una clave antirrepresiva (Roldán, 2021). Precisamente, la potencia de resistencia que presenta acción confrontativa radica en su capacidad de subvertir la semántica represiva. Ejemplo de ello es lo que ocurre con la elección del objeto-símbolo gorra que da nombre a la movilización. Su portación orgullosa configura una exhibición provocadora y paradojal del accesorio por el que cotidianamente son hostigados.

En este sentido, las juventudes allí congregadas emprenden procesos de resistencia fundamentalmente anclados en la presentación fenoménica de sus cuerpos, y lo hacen, precisamente, en el lugar del cual suelen ser expulsados por el propio dispositivo securitario: el espacio público. A su vez, la dimensión corporal es central dado que la materialidad de los cuerpos constituye el locus de efectivización de la protesta. En la Marcha, los cuerpos bailan, se abrazan, gritan y cantan; los jóvenes intervienen sus rostros y vestimentas con consignas antirrepresivas; realizan intervenciones artísticas (teatralizaciones, bufonías, ridiculización de figuras policiales), recrean sonidos y ritmos propios (hip-hop e improvisaciones que en sus letras relatan sus dificultades cotidianas); pronuncian agitados discursos en el micrófono oficial de la Marcha; entre tantos otros recursos expresivos que vuelcan a la acción colectiva. Bajo las condiciones descriptas, marchar se constituye per se en un acto disruptivo, en tanto se trata de cuerpos que, con su sola presencia, impugnan un ordenamiento prestablecido.

Una dimensión que las y los jóvenes destacan en sus registros vivenciales se refiere al cuerpo como campo de fuerza. Al respecto, construyen sentidos que instituyen a la corporalidad como instrumento de lucha. Frente a los diferentes antagonistas definidos discursiva y afectivamente: la policía, el Estado, incluso la sociedad en general, la trinchera sensible de resistencia es el cuerpo, en singular, y el cuerpo colectivo, aquel que se gesta y se potencia en el ritual multitudinario de la Marcha:

Me siento guerrera… siento que es un cuerpo guerrero ahí que se va como a… no sé, es un cuerpo que es más que resistencia, es un cuerpo que está construyendo ahí, como que está ahí, haciendo. (Ruth, 32 años, activista antirrepresiva. 16-10-2020)

Se trata, entonces, de estrategias que resultan a la vez des-disciplinantes y díscolas. Son actos corporales de creación, en tanto inauguran un universo de sentido que previamente estaba obturado por los propios límites que el dispositivo securitario impone. En palabras de Butler (2017), se está frente a auténticos actos performativos de aparición. El advenimiento de estos miles de jóvenes implica una instancia de visibilización, tanto de su agencia organizativa, como de los rasgos corporales y estéticos que constituyen el vehículo de su persecución. En la convocatoria masiva y coordinada de cuerpos en la calle se materializa el ejercicio del derecho a aparecer que es, en definitiva, la reafirmación subjetiva y colectiva del derecho a existir. A pesar de la exposición que puede suponer la ocupación del espacio -incluso frente a las fuerzas policiales presentes durante la movilización-, los cuerpos en la calle expresan terquedad y persistencia, insisten en el continuo y colectivo estar allí. Esto implica la puesta en acto de una resistencia colectiva, en tanto opera un rechazo radical a la posibilidad de convertirse en algo desechable (Butler y Athanasiou, 2017).

Ahora bien, la reedición anual de esta movilización y el encuentro sostenido entre sujetos, grupos y organizaciones de cara a la organización de esta movilización, devuelve a la pregunta por el valor cualitativo, político y subjetivo de la persistencia de esta acción durante tantos años. Con el correr de las ediciones de la Marcha, este interrogante se tornó insistente en el trabajo de campo, especialmente, cuando pasó a constituirse en una preocupación para los propios jóvenes. Cuando la represión no cede y obliga a mantenerse en la calle, ¿qué ocurre con esos cuerpos congregados? En otras palabras, ¿qué sucede cuando un repertorio de resistencia de estas características se torna persistente? ¿Qué se transforma en sus vidas y espacios cotidianos?

3.2. “15 años de bronca y lucha colectiva”. La persistencia juvenil en las calles

Como se ha planteado al inicio del trabajo, la longitudinalidad que fue adquiriendo el estudio sobre la Marcha -como se sabe, en los diseños cualitativos y flexibles (aún más en los etnográficos) puede ser dificultoso prever de antemano la duración y el cierre del proceso- propició la producción de análisis diacrónicos. El trabajo de campo se extendió entre los años 2014 y 2022, contemplando desde la 8° a la 16° edición de la Marcha, y allí comenzó la constatación de que los procesos de subjetivación política de estos jóvenes estaban modulados por la persistencia del fenómeno. Si bien los repertorios como marchas, movilizaciones, ocupación del espacio público y otras formas de protesta son frecuentes en Argentina, no es usual encontrarse con acciones cuya reedición constante -incluso sin constituir un acuerdo consabido-, forme parte de la programática de la acción .

Sin embargo, muchas veces los propios actores y actrices del movimiento viven con cierta contrariedad e incertidumbre la realización ‘repetida’ de la Marcha, considerando particularmente la permanencia -o incluso el avance- del escenario represivo en Córdoba:

Toma la palabra Nelson y plantea: “A veces me canso de sentirme siempre en resistencia, a veces me gustaría tener una victoria, sentir que algo le arrancamos”. (Registro etnográfico en la Mesa Organizativa de la 10° edición. 29-9-2017)

Los últimos años, lo que vengo sintiendo es que funciona en automático. Vos vas y marchás, el 20 de noviembre, está todo garantizado, ya es la fecha esperada. […] Para mí, tuvo un momento de explosión militar con alegría la Marcha de la Gorra; y, ahora, de alguna manera encabeza la muerte la Marcha, la encabezan familiares con pibes , pero con pibes asesinados. (Ana, 31 años. 1-10-2019)

En esta línea, ante la constatación de que el hostigamiento no cede y los casos de gatillo fácil se acumulan, ¿qué sentidos cobra, para estas juventudes, continuar marchando, considerando la colosal tarea de coordinar esta acción en la calle? Evidentemente, no es una cuestión que pueda zanjarse unívocamente, pues, las percepciones y el universo motivacional varían de acuerdo al registro experiencial y subjetivo de los involucrados. No obstante, intentaré esquematizar algunas resonancias que presenta la vivencia ampliada y persistente de la acción colectiva en los jóvenes que participan de manera sostenida, así como en sus territorios cotidianos. Como se puede ver, los diálogos entre la ocupación del espacio público y la producción política en los territorios, constituye una dimensión fundamental relacionada con la persistencia de la acción colectiva.

Por una parte, en su expresión manifiesta, la temporalidad acontecimental y excepcional que inaugura la Marcha de la Gorra habilita un ingreso a lo público como tal para estos jóvenes, una reafirmación colectiva de que ese espacio también les pertenece. Congregados de a miles, los cuerpos en la calle toman para sí el centro de la ciudad, redibujan el mapa de lo posible, crean una cuenta de los incontados, en sentido rancièriano (Rancière, 1996). En esta clave, algunos jóvenes han designado a la Marcha como “la Navidad de los pibes” (Jonás, 25 años, músico, 17-6-2020; Renato, 22 años, muralista, 29-9-2020).

Por otra parte, la cualidad persistente de la Marcha, a la par de su composición heterogénea y popular (organizaciones sociales y territoriales, colectivos barriales, partidos políticos de izquierda), la fueron postulando como una instancia de socialización política, cuyo abordaje de lo (anti)represivo cursa por fuera de las vías institucionales o representativas:

Porque tiene un sentido político, poner en la agenda pública un tema que es tan grave. O sea, en la agenda pública hace un peso que visibiliza un montón de cuestiones y pone en debate en la sociedad. (Luis, 24 años, militante territorial. 16-10-2015)

Es algo único, que salió de acá de Córdoba y se gestó desde las bases, que creo que eso es lo más lindo que tiene la Marcha de la Gorra, que no fue un programa que bajó un gobierno y dijo ‘esto se va a hacer’. (Camila, 27 años, militante territorial. 6-3-2019)

Cada año, las reuniones organizativas previas, dan lugar a la coincidencia témporo-espacial de un gran número de organizaciones locales. Allí, se evalúa colectivamente la coyuntura provincial y nacional, en materia de gobiernos y políticas de seguridad. Asimismo, en relación con la letalidad policial, se actualiza el registro de casos de gatillo fácil, en gran medida, a partir de la incorporación de familiares de víctimas que se acercan a la Mesa Organizativa. Esto último, constituye una de las facetas más sensibles e intensas en términos emocionales, por el horror que produce la cualidad prematura e irreparable de la muerte juvenil, aún más cuando ésta implica responsabilidad estatal. De tal manera, la conformación implícitamente pronosticada de esta Mesa, opera como una oportunidad de reactualización y socialización de la situación represiva en cada barrio o territorio de la ciudad. En este escenario, es posible inteligir la constitución de una trama simbólico-afectiva que se torna compartida en función de la afectivización de la práctica política.

Los y las jóvenes que habitan la Marcha y sus reuniones organizativas, continúan luego sus trayectorias en sus espacios de vida cotidianos. Y viceversa: no llegan a la movilización desprovistos de experiencias y sentidos simbólico-afectivos, ni tampoco se presentan como individuos desanclados de tramas grupales, comunitarias o territoriales. La persistencia de la movilización y la reedición programada de sus escenarios de interacción habilita procesos de (re)conocimiento mutuo entre sujetos y colectivos. En este sentido, la coincidencia en tiempo y espacio de jóvenes con diversas trayectorias e inscripciones territoriales da lugar a la circulación de recursos, información, memorias, símbolos y, también, emociones y sensibilidades. Adicionalmente, el sostenimiento de esos encuentros durante varias semanas, sienta condiciones psicosociales para la producción política, fundamentalmente ancladas en la trama intersubjetiva vincular, simbólica y afectiva que construyen:

Creo que la hermandad entre algunas organizaciones nutre al espacio de la Marcha y, al revés, también. Creo que el espacio de la Marcha nutre mucho a las organizaciones que la conforman. (Camila, 27 años, militante territorial. 6-3-2019)

Poder encontrarnos entre las organizaciones o entre las personas que somos afines. Y que no nos sorprendan ¿no? Empezar a pensarnos a largo plazo y eso, que no nos sorprendan un día porque detuvieron a un pibe. (Sara, 21 años, murguera. 26-11-2019)

El reconocimiento entre sujetos, grupos y organizaciones a instancias de la Marcha de la Gorra (ya sea durante la movilización o en el proceso organizativo), se traslada a los barrios de pertenencia de las y los jóvenes, estimulando la producción simbólica y práctica en torno a lo antirrepresivo. De este modo, se despliegan unas condiciones de posibilidad que catalizan, “fogonean”, imprimen un pulso para la emergencia y consolidación de instancias asociativas autónomas, pero emparentadas con la temporalidad acontecimental de la Marcha de la Gorra:

Son chispas que prende la Marcha de la Gorra, por ser un proceso donde se valora mucho más la colectividad que cualquier otra cosa, y donde se construye la colectividad. (Beto, 25 años, activista de organización social. 3-12-2019)

En este sentido, cuando la acción colectiva persiste a través de los años, tiene la potencialidad de desdoblarse en aquello que los jóvenes designan como movidas -acciones situadas, puntuales, locales- que luego se territorializan en los espacios cotidianos de los actores:

No es solamente una marcha al año, sino que hay movidas durante todo el año. […] Estos encuentros permiten acercarte y te permiten pensar estrategias en común. Y me parece que es una de las cosas a resaltar, que está bueno que tenga su continuidad, su función social más allá del fin de la Marcha. Yo sí creo que fortalece esos lazos y conocer otras movidas. […] Son vínculos que en otras condiciones no se darían o sería más difícil, que se encuentre una organización de [Barrio] Alberdi con una organización de [Barrio] Yapeyú. (Sol, 22 años, integrante de murga barrial. 10-7-2019)

A partir de estas narrativas, se percibe que los efectos subjetivos de la movilización operan, al menos, en dos planos: por un lado, se encuentra un registro experiencial anudado a la posibilidad de con-moverse con la ocupación rebelde del espacio público. Por el otro, se advierte cierta pervivencia de sentidos colectivos y políticos que aglutina las prácticas de resistencia de estos jóvenes -dentro y fuera de la Marcha-, en la medida en que contribuye a la constitución de un “nosotros”. Estos sentidos subjetivos (González Rey, 2013), profundamente emocionales, se relacionan con el registro vivencial de asumirse parte de un movimiento antirrepresivo local, capaz de replicarse en el plano cotidiano de la experiencia.

“15 años de bronca y lucha colectiva” fue la consigna que consensuaron las y los jóvenes de la Mesa Organizativa, tras varias horas de debate, para convocar a la décimo quinta edición de la Marcha, en el año 2021. Nótese que el sostenimiento de la movilización se mantuvo incluso en tiempos de pandemia. En un trabajo anterior (Roldán, 2021), hace referencia a los particulares desafíos que supuso la crisis sanitaria y el aislamiento social para la producción de este tipo de acciones en el espacio público.

En suma, la persistencia de la acción colectiva se expresa en la continuidad de la Marcha en el espacio público a través de los años, pero también en las resonancias subjetivas y colectivas que permean las acciones y espacios cotidianos de las juventudes. Esta acción colectiva se ha configurado como un espacio de reconocimiento para sí y entre jóvenes, propiciando la consolidación de redes y colectivos que permanecen activos durante todo el año. Asimismo, estas movidas antirrepresivas que operan por fuera de la temporalidad acontecimental de la Marcha se retroalimentan con ella, dado que ésta constituye la concentración de fuerzas que instala la demanda en el espacio público.

Discusión

A partir de los resultados presentados, enmarcados en un estudio longitudinal sobre una movilización antirrepresiva, se propone considerar la persistencia de la acción colectiva como un analizador cualitativo de los procesos de subjetivación política.

En el caso estudiado, la persistencia como operador de sentido presenta dos dimensiones clave: en primer lugar, en términos políticos, la insistencia de la demanda instala la cuestión represiva como un problema social. En segundo lugar, el sostenimiento de la acción incorpora unos sentidos subjetivos particulares para estas juventudes, en la medida en que atraviesan sus espacios de vida cotidianos.

Respecto de la primera dimensión, persistir en las calles es una expresión de resistencia que metaforiza la insistencia en el derecho a existir y a estar, a hacerse contar en ese espacio común que, en tanto tal, también les pertenece. Butler y Athanasiou (2017) enfatizan la importancia de que los no-contados puedan, a partir de su capacidad reflexiva y praxiológica, hacerse contar apareciendo en lo público. Cuando los sujetos toman en conjunto la calle, conforman un nuevo tipo de cuerpo político y hacen explícita su existencia plural y obstinada. Se trata de actos de corporalidad públicamente expuesta. La afirmación de un aquí estamos, puede ser releída como “un 'aún estamos aquí', significando: 'aún no hemos sido desechados […] no nos hemos convertido en la ausencia flagrante que estructura su vida pública'” (p. 236).

La persistencia rebelde de estos cuerpos en la calle implica una reconfiguración de las matrices normativas de poder que regulan los regímenes de lo deseable, lo sensible y lo inteligible en el espacio común. Su potencia de subversión está dada por la obstinación de unos cuerpos que insisten en aparecer, existir y hacerse contar, a pesar del hostigamiento cotidiano. En definitiva, la contundencia del reclamo, la envergadura de la convocatoria y la reedición ininterrumpida de la Marcha, la han ubicado como momento-espacio cardinal de la agenda antirrepresiva local, y como encarnación del reclamo político frente a la violencia policial.

Por otra parte, en relación con las implicancias que esta persistencia tiene en la subjetividad de los jóvenes, se advierte que la acción colectiva persistente sienta condiciones psicosociales para la emergencia de redes y articulaciones entre sujetos y colectivos, más allá de lo que ocurre en el espacio público. En este sentido, su potencia subjetivante opera en la temporalidad acontecimental -aquello que desde los estudios clásicos se caracteriza como fase de visibilidad (Melucci, 1999)-, pero también en el tiempo cotidiano de los territorios. Los diálogos que emergen entre estos campos de la experiencia (acción colectiva en el espacio público y asociatividad en clave territorial) poseen un valor cualitativo fundamental para comprender la potencia política y subjetivante del movimiento. Este rasgo particular, la ha ido asemejando a aquello que Torres Carrillo (2009) ha denominado una acción colectiva de proyecto. A medida que estas experiencias se tornan estables, comienzan a orientarse en torno a proyectos comunes.

Los testimonios juveniles señalan el deseo de constituir una coalición antirrepresiva capaz de contener el avance de la violencia policial, un campo de acción y de encuentro sostenido. Esos proyectos políticos evidencian la construcción -al menos incipiente- de metas compartidas y el despliegue de unas prácticas para lograrlas. Como se vio, esta elaboración es también histórica, producto del tiempo compartido, de las conquistas alcanzadas conjuntamente y de la afectividad colectiva heredera de la experiencia. Este nivel asociativo, por fuera de la temporalidad acontecimental, da lugar a procesos subjetivos más permanentes y reflexivos y a la constitución de redes de coordinación que pueden darse en torno a un mismo territorio (redes barriales) o sobre un asunto común (lo antirrepresivo).

Las alianzas territoriales propician la transfiguración de la acción colectiva en colectivos de acción, las denominadas movidas, que recogen las particularidades de cada territorio. Estas acciones se materializan, por caso, en la presentación de una murga barrial en comunidades vecinas, la elaboración conjunta de un mural con temática antirrepresiva, la organización de un festival de recordación de un joven asesinado o la concentración espontánea frente a una comisaría, en caso de detenciones arbitrarias. Estas redes de inter-acción se urden a partir del reconocimiento mutuo entre sujetos y colectivos que, sin inscribirse necesariamente como organizaciones definidas o permanentes, pueden constituir una fuente de subjetivación política. De este modo, la vivencia compartida de ocupar el centro de la ciudad pervive en los procesos psicosociales que entraman en sus prácticas territorializadas.

La acción colectiva se gesta en diferentes planos temporales y en múltiples territorios: la calle, los barrios, las reuniones organizativas, las actividades previas de difusión, etc. Las experiencias asociativas en territorio se tornan procesos vivos que ofician de ecos de la acción en la calle. En este sentido, la manifestación está precedida por los tejidos sociales y locales que posibilitan esa toma del espacio público (Torres Carrillo, 2009), al tiempo que, al territorializarse en los cuerpos y las prácticas cotidianas, la acción colectiva expande su eficacia subjetiva y asociativa, impulsando nuevas redes comunitarias de acción.

Este doble movimiento, zigzagueante, de retroalimentación entre la acción en el espacio público y la consecuente asociatividad en los territorios, es lo que se caracteriza como pulsos centrípetos y centrífugos de la acción colectiva, esquematizados en la Figura 1:

Movimiento centrípeto: En los meses previos a la movilización, las organizaciones y colectivos territoriales se nuclean de cara a la acción colectiva para discutir conjuntamente la coyuntura represiva y construir estrategias de acción.

Movimiento centrífugo: La intensidad experiencial de ocupar el espacio público, así como la constitución de un banco de memorias, símbolos y emociones compartidas en ese proceso, se trasladan hacia los espacios territoriales. El entramado simbólico-afectivo compartido propicia el establecimiento de conexiones y alianzas entre territorios.

Fuente: Elaboración propia

Fig. 1: Esquematización de movimientos centrípetos y centrífugos en la acción colectiva  

Esta conceptualización permite comprender el proceso por el cual la acción colectiva, al tornarse persistente, se territorializa en los espacios cotidianos de vida y en la propia subjetividad de quienes sostienen un vínculo con la acción. Asimismo, este abordaje psicosocial, permite inteligir la importancia de considerar la temporalidad y la espacialidad de la acción colectiva como dimensiones configuradoras de la subjetividad. En este sentido, en consonancia con lo planteado por Zibechi (2022), la potencia de estas acciones, además de su dimensión contestataria o disensual, puede rastrearse en su capacidad de parir nuevos actores colectivos y nuevos modos de territorialidad.

Conclusiones

Al inicio del artículo se ha hecho hincapié en el hecho de que el vínculo entre espacio público y politicidad en Argentina asume un carácter histórico que anida en la afectividad política popular. La calle, como recinto irrenunciable de lo político, constituye el locus predilecto de enunciación para buena parte de los activismos juveniles, especialmente cuando está en juego el reconocimiento pleno de derechos humanos fundamentales.

El acercamiento a la Marcha de la Gorra, a instancias de la investigación doctoral, inició con preguntas por las estrategias de resistencia que encarnan las y los jóvenes en el seno de esta movilización masiva frente a la violencia policial. Con el paso del tiempo, y con la prolongación misma del proceso investigativo, fue cobrando forma la pregunta por la insistencia de estos cuerpos juveniles congregados en el espacio público, año tras año. Si bien el interrogante germinó al calor del carácter diacrónico del estudio, se consideró que la sensibilidad teórica brindada por el enfoque psicosocial fue crucial para que se constituyera en un hilo a desandar de manera asertiva, particularmente en la tónica de la subjetividad política.

En el recorrido planteado, la persistencia de esta acción colectiva juvenil se erigió como una categoría analítica significativa: ¿qué ocurre con las sucesivas ediciones de la Marcha de la Gorra? ¿Qué implicancias subjetivas y colectivas tiene el sostenimiento de esta acción antirrepresiva? Sin pretensión de exhaustividad, la discusión del artículo se centró en dos ámbitos de la experiencia: en primer lugar, la persistencia en el espacio público y, complementariamente, las resonancias que esa periodicidad tiene en relación con las practicas territoriales de estas juventudes.

La obstinación de mostrarse, de ocupar la calle contra las disposiciones físicas y simbólicas que obturan el libre usufructo del espacio público, constituye per se un acto político. La persistencia ¬-a la manera de un insistir en existir- constituye una fuente de subjetivación política para grupos juveniles excluidos de cierto reconocimiento social y político. La importancia subjetiva de continuar ocupando lugares comunes, constituye una fisura en los ordenamientos biopolíticos que operan en orden a suprimir esas presencias. En paralelo, la eficacia de esa perdurabilidad se traslada a los territorios de vida donde los sujetos desarrollan sus prácticas asociativas de manera consuetudinaria. De esta manera, la persistencia de la acción colectiva y los procesos de (re)conocimiento que propicia entre colectivos territoriales (movimiento centrípeto), favorece la consolidación de redes de acción entre organizaciones en la temporalidad cotidiana y en sus propios espacios (movimiento centrífugo). En este sentido, los efectos subjetivos de la acción colectiva no deben rastrearse únicamente en su momento más álgido y visible en el espacio público, dado que su producción de sentidos y prácticas se territorializa en la subjetividad de las y los activistas, alcanzando así sus espacios de acción cotidianos.

A instancias de una prolífera entrevista con el sociólogo José Manuel Valenzuela, en el año 2023, en relación con las acciones de los chavos bandas en México, éste recordaba la intervención de una joven exclamando: “no importa lo que somos o no somos, lo importante es que estamos”. Este enunciado fáctico parece calzar también en la experiencia sostenida de las juventudes de la Marcha de la Gorra, y remite a la importancia vital y subjetiva de estar, de continuar estando, tomando la voz en espacios donde solo suelen ser oídos como ruido. En este sentido, sumergirse en los sentidos subjetivos y colectivos que habilita la persistencia de estas acciones colectivas, puede ofrecer un plus analítico para la comprensión de la eficacia rizomática de estos repertorios en la vida cotidiana de los actores.

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Citación/como citar este artículo: Roldán, M. (2024). Resistir y persistir: la dimensión de la persistencia en la acción colectiva. ReHuSo, 9(2), 49-62. https://doi.org/10.33936/rehuso.v9i2.5752

Recibido: 12 de Mayo de 2023; Aprobado: 14 de Junio de 2024; Revisado: 05 de Julio de 2024

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