Introducción
La sociedad contemporánea se caracteriza por su diversidad, desigualdad económica, social, cultural y educativa. Algunos países han trabajado sobre sus políticas públicas educativas para contribuir a la solución de los problemas de desarrollo que afrontan, pero esto no ha sido suficiente porque los objetivos planteados en sus agendas de gobiernos, así como los objetivos de desarrollo sostenibles planteados por la Organización de las Naciones Unidas están muy lejos de ser cumplidos todavía.
En este mismo contexto internacional está la educación superior en su rol protagónico de la formación de profesionales para el campo laboral, ofertando carreras que tienen demanda entre los jóvenes.
Los profesionales una vez que han egresado de las universidades están preparados para ejercer su profesión, pero les es difícil acceder a una plaza de trabajo por la gran cantidad de profesionales que egresan de carreras con mayores demandas como ingenierías comerciales, medicina e informática. Esto provoca que otros sectores, como el agrícola, por ejemplo, enfrente escasez de profesionales, impactando en la calidad de las prácticas agroproductivas de un país. Así lo confirman datos recientes de la Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (Senescyt) de Ecuador, por ejemplo, cuando manifiesta que la mayoría de los estudiantes “sigue eligiendo carreras tradicionales como Medicina, Derecho, Educación o Psicología” para cursar la universidad (Machado, 2022). Las cuatro carreras anteriormente mencionadas forman parte de un grupo que abarca las diez carreras online más seleccionadas por los estudiantes en la nación latinoamericana; la formación de profesionales agrícolas o pecuarios no se encuentra entre ellas.
Se debe considerar que la selección de una determinada carrera corresponde únicamente al interesado, es decir, a los bachilleres que egresan de las instituciones educativas de nivel medio, los que deben seleccionar un área del conocimiento que posteriormente los profesionalice y ubique en una plaza de trabajo.
Los factores que inciden en esta problemática son múltiples y deben ser abordados con la intervención de diversas disciplinas científicas, pero un punto de partida muy importante para cualquier estudio de este tipo desde la perspectiva educativa debe ser determinar, de primera mano con los estudiantes, cuáles son sus representaciones sociales acerca de este tipo de carrera porque de ellas dependen en gran medida la elección de su futuro profesional.
De ahí que el objetivo de este artículo sea realizar una revisión teórica de diferentes investigaciones y estudios que han abordado el tema para analizar el impacto de las representaciones sociales en la personalidad y el desempeño de los estudiantes, sobre todo de aquellos que están próximos a definir su futuro profesional en la universidad.
El concepto representaciones sociales: definiciones, teóricos y enfoques
Una sociedad se compone de individuos con características propias y comunes, con pensamientos, sentimientos e ideas que construyen un imaginario, el cual norma y regula su vida, entretejiendo las creencias, afirmaciones y costumbres que se convierten en universales. Estos fenómenos son abordados desde la perspectiva de la teoría de las representaciones sociales, la que es calificada por Materán (2008) como “una teoría en desarrollo y debate permanente” (p. 244), quien a su vez agrega:
“(…) han transcurrido más de 40 años desde su primera formulación y, sin embargo, el debate teórico, las investigaciones empíricas y la integración de planteamientos de orden interdisciplinario son indicadores de su evolución y actualidad. La Teoría de las Representaciones Sociales es uno de los modelos relativamente recientes en el área de Psicología Social, esta propuesta teórica esboza un planteamiento metodológico interesante y renovador dentro del análisis del sentido común y de lo cotidiano, podría valorarse como una explicación útil en el estudio de la construcción social de la realidad” (p. 244).
Se reconoce como iniciador de estas investigaciones al psicólogo social rumano Serge Moscovici, cuyo libro El psicoanálisis, su imagen y su público, publicado en 1961, “formalizó la teoría de lo que se constituyó en un campo novedoso de investigación al interior de la psicología social” (Materán, 2008, p. 244).
Para este autor, las representaciones sociales son “sistemas cognitivos que tienen una lógica y un lenguaje propios, y que no son simples 'opiniones sobre', o 'imágenes de' o 'actitudes hacia', sino 'teorías' sui generis, destinadas a descubrir la realidad y su ordenación” (citado por Cruz, 2006, p. 35). Asimismo, las define como:
“sistemas de valores, ideas y comportamientos con la doble función de establecer un orden que dé a los individuos la posibilidad de orientarse y dominar su medio social y material, la de asegurar la comunicación del grupo, proporcionándole un código para sus intercambios y para nombrar y clasificar de manera unívoca los distintos aspectos de su mundo” (citado por Cruz, 2006, p. 35).
Cruz (2006) advierte que la discusión teórica acerca de la definición del concepto es muy diversa, “donde cada autor procura acotar el término a partir de distintos enfoques: por las características de las representaciones sociales, por su funcionalidad o por cuestiones más estructurales” (p. 35).
Según Moscovici, “la representación social es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios” (citado por Piña y Cuevas, 2004, p. 103).
En una misma línea de pensamiento, a la que la autora de la presente investigación se suscribe, Jodelet (2020) define la representación social como “un fenómeno que, bajo diversas formas (suceso mental, enunciado verbal, imagen pictórica, sonora, etc.) presenta un carácter simbólico en lo que tiene lugar, y cuya entidad representada (su objeto) puede pertenecer al universo material, fáctico, humano, social, ideal, o imaginario.” (p. 52).
A propósito, la autora añade: “La representación social reproduce su objeto transformándolo bajo el efecto de factores psicológicos (emergentes del funcionamiento cognitivo o psíquico) y sociales (vinculados con la comunicación, la intersubjetividad, la pertenencia grupal, la ubicación en un ámbito social y un sistema de relaciones sociales)” (Jodelet, 2020, p. 52).
Ambos autores ven el concepto también como un proceso de comunicación, de reproducción de culturas e identidades, de identificación con determinados grupos sociales que armonizan con intereses personales y colectivos, entre los que se comparten lugares comunes.
En ese sentido, Jodelet (2003) asegura que las representaciones sociales “son abordadas a la vez como el producto y el proceso de una actividad de apropiación de la realidad exterior al pensamiento y de elaboración psicológica y social de esa realidad. Es decir, que nos interesamos en una modalidad de pensamiento, bajo su aspecto constituyente -los procesos - y constituido - los productos o contenidos" (p. 37).
Para Ibañez (1988), las representaciones sociales “son teorías de sentido común que permiten describir, clasificar y explicar los fenómenos de las realidades cotidianas, con la suficiente precisión para que las personas puedan desenvolverse en ellas sin tropezar con demasiados contratiempos” (p. 55).
En este caso aparece una noción de grupo, como alusión a la condición social inherente al ser humano, enfatizado por Di Giacomo (1987) al expresar que “observar una representación social es observar el proceso por el cual un grupo se define, regula y compara con otros” (p. 295), por tanto, suele remitirse también a su identidad.
Rateau y Le Monaco (2013), señalan que existe un consenso entre los teóricos acerca de considerar las representaciones sociales como “sistemas de opiniones, de conocimientos y de creencias propias de una cultura, una categoría o un grupo social y relativas a objetos del contexto social” (p. 24).
Estos autores afirman que “los contenidos de una representación pueden ser calificados indiferentemente de opiniones, de informaciones o de creencias y podemos concluir que una representación social se presenta concretamente como un complejo indiferenciado 'de elementos cognitivos relativos' a un objeto social” (Rateau y Le Monaco, 2013, p. 25).
Banchs (2000) señala que la representación social “constituye al mismo tiempo un enfoque y una teoría. En tanto a enfoque ha habido formas de abordaje o más precisamente de apropiación de los contenidos teóricos. Cada forma marca un estilo de trabajo estrechamente vinculado con los objetivos del investigador y con el objeto de investigación” (p. 31).
Lynch (2020) enuncia las características de los elementos cognitivos que se muestran en las representaciones sociales: “organizados, son compartidos y son producidos colectivamente en el proceso de comunicación” (p. 103) y retoma los tres enfoques teóricos en los que se clasifica la producción académica relativa al tema: socio-genético, estructural, y socio-dinámico.
El enfoque socio-genético o procesual “se caracteriza por considerar que para acceder al conocimiento de las representaciones sociales se debe partir de un abordaje hermenéutico, entendiendo al ser humano como productor de sentidos, y focalizándose en el análisis de las producciones simbólicas de los significados del lenguaje, a través de los cuales los seres humanos constituimos el mundo en que vivimos” (Banchs, 2000, 36).
En este sentido, Jodelet (2015) asegura que las representaciones sociales tienen autonomía y eficacia propias, son modalidades de conocimientos y deben ser reconocidas en su “génesis, funcionamiento y función en los procesos que afectan la organización, la vida y la comunicación social, en los mecanismos que concurren a la definición de la identidad y especificidad de los grupos sociales y de las relaciones que esos grupos tienen entre ellos” (p. 21).
El enfoque estructural “se caracteriza por buscar en el estudio de las representaciones sociales metodologías para identificar su estructura o núcleo y por desarrollar explicaciones acerca de las funciones de la estructura (Banchs, 2000, 37).
Entre sus teóricos más destacados se encuentra Jean-Claude Abric, quien en 1976 presenta la teoría del Nucleo Central, donde coexisten un sistema central (SC) y un sistema periférico (SP).
“El SC tiene un rol estructurante de los contenidos, lo que da a la representación estabilidad y permanencia; es rígido, porque se encuentra anclado en la memoria colectiva grupal. En el SP se insertan las experiencias individuales, lo que explica las diferencias entre los miembros de un grupo y son más flexibles y dinámicas, razón por la que concretizan las actitudes derivadas del SC” (Lynch, 2020, p. 105).
El enfoque socio-dinámico retoma la categoría de anclaje para insertar las representaciones sociales en la pluralidad ideológica, donde principios generadores de toma de posición y organizadores de diferencias individuales se dan la mano.
Según Lynch (2020), “esta teoría concede un lugar importante a las relaciones intergrupales como medio para mostrar la manera en que las diferentes pertenencias sociales pueden determinar la importancia acordada a principios variados” (p. 106).
De acuerdo con Urbina y Ovalles (2018), la mayor parte de las investigaciones sobre representaciones sociales “han sido realizadas en Europa, especialmente en países como el Reino Unido, Austria e Italia y optan por el enfoque estructural. En América Latina, se destacan las investigaciones realizadas en Brasil, México, Venezuela y Argentina, las cuales están principalmente orientadas por el enfoque procesual” (p. 496).
En síntesis, Rateau y Le Monaco (2013) esbozan cuatro características de las representaciones sociales desde una perspectiva más generalizadora y armónica en relación con los tres enfoques teóricos anteriormente mencionados (p. 25):
En primer lugar, es organizado. No se trata de un rosario de elementos cognitivos unidos uno a otro, sino más bien de una “estructura”. Esto significa que dichos elementos se relacionan entre sí, hay nexos que los vuelven interdependientes. Esas relaciones son también fruto de cierta visión compartida de las cosas. Pueden ser consideradas de múltiples formas: en términos de equivalencia, de reciprocidad, pero también de antagonismo y de contradicción. Las opiniones pueden ser compatibles con ciertas creencias y entrar en oposición con otras.
Por otra parte, este complejo es compartido por el mismo grupo social. Sin embargo, es útil precisar que dicho consenso es siempre relativo puesto que depende a la vez de la homogeneidad del grupo y de la posición de los individuos con respecto al objeto. De esta manera, el carácter consensual de una representación es generalmente parcial y con frecuencia limitado a ciertos elementos de esta última.
En tercer lugar, este complejo es producido colectivamente con ocasión de un proceso global de comunicación. La puesta en común de elementos en el origen de la formación de la representación social, y en consecuencia el compartirlos, depende estrechamente de los intercambios interindividuales y de la exposición a las comunicaciones internas y externas al grupo. Además, la puesta en común favorece la posibilidad de descubrir y de acceder al conocimiento de otras informaciones nuevas, pero, sobre todo, de darse cuenta de las convergencias que tienden a crear condiciones de aparición de consensos y a conferir una validez social a las diversas opiniones, informaciones y creencias compartidas.
Finalmente, este complejo implica una cuarta característica que hace pensar en su finalidad que es ser socialmente útil. Por un lado, lo vimos, porque las representaciones sociales constituyen guías de lectura, de decodificación y por lo tanto de comprensión de la realidad a la cual nos vemos confrontados. Estas son entonces socialmente útiles desde ese punto de vista, aunque no únicamente. Sin duda son igualmente guías frente a las interacciones sociales e intervienen masivamente cuando tenemos intercambios con otros grupos. Toda sociedad, (...), se basa en la división del trabajo. Esta es a la vez la condición de la cohesión social y la fuente permanente de relaciones de dependencia y de poder en el seno de la colectividad. Tiene en efecto por resultado diferenciar los grupos, los roles, los estatus, las profesiones, las castas, etc. Así, unos necesitan a los otros, pero unos no se confunden con los otros. La complementariedad y la diferenciación son dos operaciones solidarias que se actualizan plenamente en el interior de las representaciones. Por otra parte, las representaciones sociales proveen criterios de evaluación del contexto social que permiten determinar, justificar o legitimar ciertas conductas. En esta perspectiva, cumplen una función de orientación de las prácticas sociales y constituyen a dicho título sistemas de expectativas o de anticipación que permiten el ajuste comportamental. Finalmente, intervienen igualmente a posteriori por el hecho de que constituyen sistemas de justificación de nuestros comportamientos y de los del otro.
Este modesto acercamiento al tema de las representaciones sociales, sus definiciones, enfoques y autores permite asegurar que el concepto tiene un carácter transdisciplinar, integrando a la psicología, la antropología, la sociología, la historia y, como ciencia de interés para este trabajo, a la educación.
Las representaciones sociales y la orientación vocacional
Las representaciones sociales en el imaginario de los estudiantes no pueden prescindir tampoco de un concepto clave, sobre todo, cuando se trata de decidir un futuro laboral mediante el acceso a la universidad: la orientación vocacional y profesional (OVP), entendida como un conjunto de acciones de acompañamiento (educativo-psicológico-social) y asesoramiento (individual y grupal) dirigido a las y los estudiantes de una institución educativa para que, de manera individual y con base en el autoconocimiento y la información disponible, tomen decisiones vocacionales y profesionales adecuadas como parte de la construcción de su proyecto de vida.
El propio concepto y su definición conectan dos componentes imposibles de obviar en el momento de seleccionar cuál será la carrera universitaria: lo vocacional y lo profesional. El primero de ellos tiene que ver con el conjunto de gustos, intereses, conocimientos y habilidades que determinan una tendencia en la persona hacia el desarrollo de cierta/s actividad/es a lo largo de la vida y con proyección hacia el futuro, en el contexto de la realidad en que se desarrolla; mientras que el segundo tiene que ver con las decisiones que adoptará la o el estudiante en el ejercicio de una actividad ocupacional o laboral puntual (MINEDUC, 2015, p. 13).
Se entiende entonces que la vocación y las representaciones sociales tienen lugares comunes que se entrecruzan en el imaginario y que pasan también por tradiciones, costumbres, valores, situación económica y social, entre otros aspectos, que los bachilleres valoran en el momento de continuar estudios superiores.
Pero dentro de esas representaciones sociales, concomitantes con lo vocacional y lo profesional, aparecen las habilidades y competencias que el sujeto adquiere como parte de su proceso de formación escolar y que el mundo laboral le exige. Esto significa que no puede existir divorcio alguno entre la demanda social y la oferta formativa; esta última se articula durante todo el desarrollo cognitivo y actitudinal del estudiante en su paso por los diferentes niveles de enseñanza para lograr una unidad de influencias.
La novedosa perspectiva desde la que se debe trabajar la orientación vocacional permite visualizar nuevos escenarios en donde las y los estudiantes podrán desenvolverse profesional y ocupacionalmente sin que necesariamente esto obligue a acceder a carreras universitarias como hito en la formación del ser humano, en detrimento de otras alternativas de realización personal y profesional igualmente importantes y necesarias en la cadena de producción y comercialización de la actividad económica.
Cada centro escolar debe contar con un plan de orientación vocacional y profesional que permita revelar de forma transparente los tres ejes centrales del proceso: autoconocimiento, información y toma de decisiones. A ellos debería sumarse también las representaciones sociales que tienen los estudiantes acerca de las diferentes carreras por las que pudieran optar.
De ahí el rol que juegan en este proceso los Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE) conformados por educadores/as, psicólogos/as, trabajadores/as sociales, etc.
“Las y los profesionales de los DECE de las instituciones educativas tienen dentro de sus principales atribuciones y responsabilidades garantizar el bienestar integral de los actores de la comunidad educativa, priorizando el interés superior de los niños, niñas y adolescentes, a través de procesos integradores sociales, emocionales, psicoeducativos y psicológicos, con el fin de alcanzar el crecimiento personal, interpersonal, académico y vocacional de cada estudiante1. Esto determina que estos profesionales de manera permanente deben encargarse de generar procesos y acciones concernientes a la OVP” (MINEDUC, 2015, p. 68).
Dichos procesos y acciones, anteriormente mencionados, forman parte de un plan de Orientación y Vocación Profesional (OVP) previamente diseñado siguiendo cinco fases que permiten su implementación y puesta en práctica (MINEDUC, 2015):
Fase 1: Diagnóstico del contexto de cada institución educativa
Fase 2: Planificación del plan de OVP
Fase 3: Sensibilización
Fase 4: Ejecución del plan de OVP
Fase 5: Evaluación y seguimiento
El plan de OVP constituye “una real alternativa para propiciar espacios de reconocimiento de fortalezas y debilidades de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que están dentro del sistema educativo, ya que permite identificar factores protectores y amenazas que deben aprovecharse para apoyar en la construcción de proyectos de vida y toma de decisiones que ellas o ellos deben realizar” (MINEDUC, 2015, p. 66).
Pero la orientación vocacional y profesional no es una cuestión de interés solo para los niveles educacionales previos a la toma de decisiones por parte de los estudiantes de cara a su futuro profesional. Por ello, se hace imprescindible crear alianzas estratégicas con otras instituciones.
Las representaciones sociales y el futuro profesional de los bachilleres
El tema de las representaciones sociales de los bachilleres frente a las profesiones ha sido objeto de estudios en varias investigaciones, ya que de ello depende el futuro profesional y la movilidad social de los jóvenes que optan por una carrera que los vincule al campo laboral.
Muchas investigaciones se han hecho en torno al tema a nivel internacional, pero muy pocas a nivel nacional, las que constituyen un referente teórico importante para este estudio.
Barberena (2008) plantea que las elecciones de carrera por parte de los jóvenes al concluir el bachillerato se deben a sus representaciones sociales, las que:
“son mantenidas por conocimientos, creencias, actitudes y valores que crearon dos estereotipos por un lado el del profesionista que estudia una carrera técnica y que goza de poco prestigio social y por otro lado el estereotipo del que estudia una carrera de licenciatura y que en todas las representaciones de los alumnos de bachillerato se encuentra con una amplia ventaja social y para el trabajo y que por lo tanto les ayuda a elegir las carreras que en su imaginario les permitirán la movilidad social; no importando en realidad la vocación que tengan, ni las necesidades de los diferentes sectores de la sociedad” (p. 5).
Entre las representaciones sociales de los bachilleres que influyeron en la selección de una carrera, esta investigadora mexicana identificó:
“la insipiente orientación vocacional que existe a lo largo de todos los niveles de la formación académica por las que han atravesado los estudiantes de bachillerato y con la que llegan al momento de elegir qué estudiar y en dónde, la idea de que a través de los estudios de nivel 5 A y la elección de una profesión que goza de prestigio y que es ampliamente representada en la sociedad su situación personal y familiar se mejorará y la búsqueda de una mejor posición social que emergieron de un contexto social donde prevalece el capitalismo por encima de las verdaderas vocaciones de los jóvenes” (Barberena, 2008, p. 5).
Este proceso develó tres etapas en los alumnos de bachillerato: “la insuficiente información para elegir que estudiar y en que instituciones, la influencia del grupo social familiar y la propia elección de su carrera” (Barberena, 2008, p. 5).
La autora enfatiza en que se debe “implementar y evaluar un programa de orientación y difusión sobre las carreras tecnológicas y las Universidades donde se imparten y por otro lado que los estudios que se ofrecen en este tipo de instituciones educativos no sea limitativo, que exista una adecuada articulación para la continuidad de estudios y un amplio reconocimiento de los créditos para que realmente exista flexibilidad en nuestro sistema educativo y le permita a los estudiantes realizar una elección de carrera adecuada que no esté condicionada.” (Barberena, 2008, p. 6). Las reflexiones de la autora contribuyen a la comprensión de la influencia que ejercen los grupos sociales en la construcción del pensamiento de los individuos y como a partir de esta se forman representaciones de las carreras que un joven debe elegir cuando aspira ingresas a la universidad.
Otro estudio relevante es el presentado por Zamora (2019), donde se “busca brindar evidencia empírica sobre las características de los significados, imaginarios, actitudes, valores, expectativas personales y profesionales que tienen dichos actores frente a la educación superior” (p. 12).
Durante el proceso indagatorio la autora partió de que:
“la noción de representación social abre un espacio para comprender y explicar, de un modo diferente e integrador, las producciones subjetivas respecto a objetos, hechos y procesos instituidos por la cultura y/o emergentes en un entramado social particular, y que a través de ellas es posible develar cómo se constituye lo social en tanto experiencia vivida y, mediante los discursos y prácticas de sujetos y grupos, acceder a procesos sociales complejos” (Zamora, 2019, p. 30).
Asimismo, plantea que las representaciones sociales son “el resultado de los propios rasgos culturales de la comunidad, al peso que históricamente se le ha dado a la educación, a las circunstancias familiares y personales de los jóvenes (por ejemplo, la condición de género), al sentido de pertenencia (apropiación, rechazo o negociación) que tienen estos jóvenes con los valores y objetivos sociales que persigue su familia y comunidad y, a la influencia de la cosmovisión que auspicia la globalización neoliberal que viven una considerable cantidad de países del orbe” (Zamora, 2019, p. 7).
Con un diseño metodológico basado en la Teoría Fundamentada, Zamora propone tres núcleos figurativos en los que se configuran las representaciones sociales de los jóvenes tepatitlenses respecto a la universidad: mecanismo de socialización, desarrollo personal y profesional; mecanismo para la movilidad social y mecanismo para el posicionamiento y reconocimiento social. Estas categorías “permiten ubicar de manera integral o condensada la imagen más general de la representación” (Zamora, 2019, p. 146).
Otra cuestión distintiva de esta investigación es el llamado de atención que realiza sobre las diferencias que existen entre los géneros cuando perciben un mismo fenómeno. Es así que las mujeres valoran la educación superior como “una posibilidad de empoderarse y arribar a la realización personal y los hombres, principalmente como una forma de alcanzar el éxito social y económico” (Zamora, 2019, p. 177).
Reigota (2010) estudia las representaciones sociales como práctica pedagógica cotidiana de la educación ambiental y realiza una propuesta pedagógica fundamentada en la teoría de Moscovici, la pedagogía de Freire y en la Educación Ambiental.
Para este autor:
Las posibilidades de intervención que ofrece el estudio y conocimiento de las representaciones sociales presentes en los contextos socioculturales de nuestro continente son una razón suficiente para el desarrollo de prácticas pedagógicas en educación ambiental cuyo objetivo sea identificar las representaciones de los estudiantes, estimular el pensamiento crítico, el debate y la toma de posiciones ante la realidad. Su propuesta concreta se refiere a una pedagogía dialógica orientada hacia la transformación de la realidad social (Urbina y Ovalles, 2018).
Lacolla (2012) estudia el tema desde el imaginario estudiantil acerca de las reacciones químicas y cómo sus modelos mentales construidos previamente influyen en el aprendizaje de los nuevos conceptos que incorpora la Química, lo que puede presuponer la generación de contradicciones cognitivas a las que deben enfrentarse los docentes para lograr los objetivos deseados.
En ese mismo sentido se desarrolla la investigación de Mazzitelli (2012) para identificar las representaciones sociales de los estudiantes de los profesorados en Física y en Química de la Universidad Nacional de San Juan, “a fin de analizarlas e inferir de qué manera podrían incidir en la problemática de la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias y cómo contribuir a la superación de las dificultades, favoreciendo el proceso de formación de los futuros docentes” (p. 1).
A partir de los resultados encontrados se observa que las representaciones sociales de los estudiantes acerca de la Física y de la Química están asociadas principalmente a una alta valoración de éstas en relación con su carácter de ciencia y una menor valoración en relación con lo pedagógico, lo afectivo y el contexto socio-cultural. En cuanto a la Docencia, los estudiantes la asocian a aspectos educativos generales -la enseñanza- y específicos -los contenidos y los recursos que le permiten al docente concretar la acción educativa-. Así, se han identificado aspectos que podrían ser obstaculizadores y otros facilitadores del aprendizaje (Mazzitelli, 2012, p. 1).
De acuerdo con Balduzzi (2011) en su estudio acerca de las representaciones sociales de los estudiantes universitarios y la relación con el saber, este último concepto “aparecía como sinónimo de conocer, con la excepción de algunos estudiantes que lo asociaban a un conocimiento de mayor profundidad” (p. 191); mientras que “algunos estudiantes diferenciaban el conocimiento académico -vinculado a la producción científica- y el saber cotidiano o de sentido común” (p. 194), al tiempo que oponen lo teórico y abstracto a lo real.
En ningún caso las nociones de saber y de conocimiento aparecieron vinculadas a la investigación. El conocimiento se veía, por el contrario, como algo dado y no como un sistema en proceso de elaboración. Tampoco se concebía al conocimiento como el producto de una cultura en una época determinada, ni se percibía la dependencia de ese conocimiento respecto a concepciones epistemológicas y teóricas vigentes en una época, es decir, no se planteaban los cambios de enfoques y perspectivas que hacen que existan, por ejemplo, diferentes corrientes historiográficas o diferentes maneras de entender la sociedad o la educación, a pesar de que éstos son temas reiterados en los programas de las asignaturas de todas las carreras, apareciendo frecuentemente en la primera unidad de los programas como “consideraciones epistemológicas” (Balduzzi, 2011, p. 195).
La propia autora concluye que los resultados obtenidos plantean la necesidad de reflexionar acerca del papel de la universidad como institución educativa, “su historia, sus tradiciones, sus 'significaciones instituidas', y sobre la gestión pedagógica que se desarrolla en ella: clases expositivas, 'magistrales', largos monólogos en los que el docente 'discute' con diversos autores creyendo hacer partícipe de la discusión a su auditorio” (Balduzzi, 2011, p. 215).
Navarro et al. (2019) abordan las representaciones sociales de los estudiantes de nuevo ingreso sobre la escritura académica y su enseñanza como una oportunidad para que:
Las instituciones de educación superior aprovechen ciertas predisposiciones favorables al aprendizaje en contexto de la escritura mediante instancias de ejercitación sostenidas a través del currículum, pero también para que asuman la necesidad de explicitar y enseñar sus expectativas sobre las manifestaciones de escritura disciplinarmente adecuadas. De esta forma, quizás se pueda atenuar institucionalmente el impacto cultural del ingreso en la educación superior y su influencia en las tasas de abandono, así como facilitar el acceso a las prácticas escritas de las comunidades disciplinares (p. 94).
Torre, Munguía y Torres (2018) entre los estudiantes universitarios de Quito, Ecuador, sus representaciones sociales acerca del empleo y el desempleo. El primero de estos conceptos lo visualizan positivamente como “una ocupación y un derecho que se realiza a cambio de un salario, requiere de experiencia, conocimientos, compromiso, esfuerzo, motivación, responsabilidad, deseos de superación, además de contar con suerte para encontrarlo”. Sin embargo, “en forma negativa implica inversión de tiempo, puede ser agotador y generar insatisfacción, sobre todo cuando no es acorde a sus necesidades y expectativas. Además, se le asocia al desempleo”. Asimismo, “el desempleo representaría un tiempo libre, desocupado y desperdiciado que genera pobreza, deudas y precariedad” que se debe enfrentar con “esfuerzo y humildad”, sin descartar la posibilidad de “migrar a otros países”.
Elizalde y Reyes (2019) emplean la teoría de las relaciones sociales para conocer cuál es la percepción que tienen los jóvenes ecuatorianos acerca de la violencia, lo que les permitió asegurar que “a pesar de los esfuerzos gubernamentales hechos sobre la violencia, su dimensión simbólica no ha sido considerada en la estrategia gubernamental, por ende, encontramos una población temerosa e insegura”.
La investigación de Ortega y Meza (2020) acerca de las representaciones sociales sobre la escuela en estudiantes y docentes de la Institución Educativa Morindó Santafé de la ciudad de Montería, “llevó a revisar el Proyecto Educativo Institucional y los planes de estudio, donde logró evidenciarse que ninguno de estos dos importantes documentos, que son la columna vertebral de la escuela, tienen en cuentan la importancia del entorno rural” (p. 137).
Mahauad y Córdova (2015) abordan el bajo interés de los bachilleres ecuatorianos por el estudio de la agronomía. El punto de partida para ambas autoras es un análisis comparativo entre México, Brasil y Chile, “ya que son considerados como países representativos en los grandes cambios de América Latina y porque generan más del 60% de la matrícula en las Instituciones de Educación Superior” (p. 2).
En esto tres escenarios diversos desde todo punto de vista el objeto de estudio se comporta de una forma muy similar y que reafirma la idea del poco interés que existe acerca de aquellas carreras cuyo perfil profesional se asocia a la agronomía y sus especialidades. El Ecuador no revierte tal situación, en tanto “la población nacional de estudiantes que cursan una carrera en el área agropecuaria es de 10.200 estudiantes aproximadamente, es decir, representa el 6,36% de los programas universitarios y politécnicos” (Mahauad y Córdova, 2015, p. 3).
Ante esta estadística también resalta que “más del 55% de la población es rural, de la cual el 25% se dedica a actividades agropecuarias, sin embargo, los clientes de estas carreras son citadinos con poca vocación” (Mahauad y Córdova, 2015, p. 3).
Una vez titulados en Agronomía, el 67% se insertaban en actividades laborales que tenía poca relación con sus estudios, solamente el 33% obtuvo trabajo dentro de instituciones públicas en áreas vinculadas con la carrera o como docentes universitarios (Mahauad y Córdova, 2015, p. 5). A manera de generalización de resultados Mahauad y Córdova (2015) arriban a conclusiones de alto interés para esta investigación (p. 6):
Las universidades presentan una oferta académica amplia, ésta es poco pertinente a las necesidades de desarrollo del país. Esto se explica, principalmente, por cuanto la oferta educativa y los planes de estudios de las carreras de las universidades, generalmente, no se fundamentan en estudios sistemáticos y actualizados sobre las necesidades de desarrollo regional y nacional, las demandas de los sectores productivos y los resultados de los procesos de formación profesional.
Los Sistemas Educativos difieren unos de otros, lamentablemente en las Universidad del Ecuador los programas formativos no resultan comparables unos con otros.
Uno de los principales retos que la Educación Superior debe encarar para recuperar la apatía de la población estudiantil hacia las ofertas académicas, especialmente en el área Agropecuaria, las Universidades y Escuelas Politécnicas tienen que reformular sus mallas académicas, consolidar el Sistema Nacional de Educación Superior, asegurar la obtención, integración de perfiles de estudio que respondan a las nuevas exigencias del mercado.
Uno de los mayores problemas que atraviesan los estudios agropecuarios a nivel nacional y también internacional es la baja demanda que estás tienen, en la actualidad carreras técnicas, Administrativas y Sociales son las de mayor postulación. Teniendo en cuenta que en el Ecuador el 50% de la población es rural, y que el 25% se dedican a la agricultura, los clientes a estudios agropecuarios tienen poca vocación.
Es importante apreciar de acuerdo al INEC que, del total de productores agrícolas en el país, el 64% no tiene formación de tercer ni cuarto nivel en estas áreas y la edad de mayor representación es de 46 a 60 años, lo que indica que no es necesario tener estudios en esta rama.
Las autoras manifiestan que, ante tal situación, el Consejo Nacional de Facultades Agrícolas del Ecuador ha establecido “reformular las mallas curriculares de las carreras de ciencias agropecuarias para crear en los alumnos competencias para alcanzar eficiencia y de esta manera alcanzar aprendizajes en favor de la solución de problemas para el desarrollo de la sociedad” (Mahauad y Córdova, 2015, p. 6).
Limitar la solución de la problemática planteada a la renovación del currículo de estas carreras puede obviar otras causas que inciden en esto y, al mismo tiempo, puede resultar una respuesta muy simple ante un problema tan complejo que no debe dejar de lado las representaciones sociales que tienen los estudiantes acerca de estos espacios profesionales.
Conclusiones
El estudio de las representaciones sociales como concepto esbozado por varios investigadores desde diferentes contextos permite afirmar que resulta un elemento necesario dentro de la concepción de cualquier proyecto educativo que precisa de cumplir con ciertos objetivos, siempre y cuando estos no sean rígidos.
Como construcción subjetiva al fin, cuestión en la que se ha insistido en todo momento en este trabajo, las representaciones sociales pueden significar una interpretación verdadera o falsa de la realidad que viven los estudiantes en cada contexto donde se desempeñan, lo que tiene una repercusión inmediata en su personalidad y desempeño, sin dejar de mencionar su posible repercusión en el rendimiento académico, cuestión que puede ser un motivo para darle continuidad a esta línea de investigación en futuras publicaciones.
La indagación oportuna de los docentes en la expresión de este concepto puede significar la reconfiguración de toda una estrategia de trabajo pedagógica en función de llevar a vías de hecho un aprendizaje efectivo y significativo.
La escuela debe considerar a las representaciones sociales como causa o consecuencia del desempeño de sus estudiantes, en tanto son elementos que necesariamente regulan su personalidad, limitándola o impulsándola hacia el crecimiento desde todos los puntos de vista. Esto advierte acerca de la necesidad de incluir en el trabajo pedagógico a la familia, puesto que puede ser el origen de muchas de estas limitaciones o un espacio para tomar experiencias positivas en este sentido.
Las representaciones sociales, tienen un impacto directo en los estudiantes, sus actitudes, valores, conductas, experiencias, motivaciones, necesidades y aspiraciones, por tanto, es un deber de cada maestro el estar al tanto de ellas cuando de formación se trata, porque su repercusión no solo queda en el plano personal, individual, también alcanza lo colectivo y directamente en el desarrollo social de una nación que puede verse afectado cuando sus ciudadanos tienen una visión sesgada, limitada o prejuiciada de la realidad.