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Iuris Dictio

versión On-line ISSN 2528-7834versión impresa ISSN 1390-6402

Iuris Dictio  no.22 Quito jul./dic. 2018

https://doi.org/10.18272/iu.v22i22.1302 

Articles

Entrevista a Jorge Galán La novela Noviembre reabre la posibilidad de justicia en El Salvador

Interview with Jorge Galán: November the novel that reopens the possibility of justice in El Salvador

Abigail Quevedo y Aura Chiriboga1 

1 Universidad San Francisco de Quito. Ecuador


Resumen

Entrevista realizada al escritor salvadoreño Jorge Galán en Quito en el mes de junio del 2018 con motivo de su intervención en el “Congreso Internacional Libertad de expresión: diálogos y reflexiones desde el derecho y la literatura”. En este diálogo se descubren los pensamientos del autor sobre su más reciente novela, Noviembre, una gran fotografía de El Salvador en uno de sus períodos más violentos e inciertos, los años 80. La novela profundiza en el famoso caso del asesinato de los jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). De hecho, la novela resuelve un caso que el sistema judicial salvadoreño dejó en la impunidad. Al tenor de este texto literario, esta conversación reflexiona sobre otras cuestiones: el impacto de la novela, el proceso de escritura, el encuentro entre la literatura y el derecho, la impunidad como forma de injusticia y el poder del testimonio como única manera de dar voz a aquellos que fueron acallados.

Palabras clave: Derecho y literatura; Historia política de El Salvador; Escritura de Centroamérica; Novela testimonial; Testimonio; Justicia.

Summary

This interview with Salvadorian writer and keynote speaker, Jorge Galán, took place within the context of the International Conference “Libertad de expresión: diálogos y reflexiones desde el derecho y la literatura”, held in Quito, in June 2018. In this dialogue the author’s thoughts are explored through his most recent novel, November, a significant picture of El Salvador in one of its most violent and uncertain periods of time, the 80’s. The novel reflects on a famous case: the assassination of José Simeón Cañas (UCA), a member of the Jesuit congregation of the Universidad Centroamericana. In fact, this literary text solves a crime that the Salvadoran judicial system left in impunity. The interview also reflects on the impact of the novel, the writing process, the encounter between literature and law, impunity as a form of injustice, and the power of testimony as the only way to give voice to those who have been silenced.

Keywords: Derecho y Literatura; Political history from El Salvador; Literature from Central America; Realistic novel; Testimony.

A.Q. ¿Por qué decidió escribir la novela Noviembre?

J.G. A mí me parecía que [la de la novela] era una historia que era importante para mi país y que a la vez era una historia que se estaba olvidando. Una historia que se estaba perdiendo porque salvo en la universidad donde habían sido asesinados estos jesuitas, que hacía una conmemoración todos los noviembres, era un tema que ya nadie mencionaba. De hecho, ninguno de los periódicos de El Salvador escribía sobre este tema. Algún periódico digital había sacado algo por ahí, un artículo. Además, los únicos dos libros que hablaban sobre este tema eran de dos autores norteamericanos, de hecho, de dos mujeres norteamericanas… pero no eran novelas sino textos con datos. Entonces a mí me pareció que era importante contarla.

A.Q. En general, ¿cómo define su escritura?

J.G. ¿A qué te referís con definir?

A.Q. La forma en la que ve su escritura. Por ejemplo, ¿en qué piensa cuando escribe?, ¿piensa cómo un poeta o como un novelista?

J.G. Depende de lo que escriba. Al principio me era un poco difícil… cuando escribía historias. Al menos en la primera historia que escribí me costó mucho separar la escritura y tendía a escribir con un lenguaje en exceso poético. Ya luego te das cuenta de que esa no es la manera porque una novela es una novela y tiene sus propias maneras, su propio ritmo, su propio fraseo… así que traté de separar la escritura. Para mí es importante la estructura: qué es lo que voy a contar de la historia y de qué manera. Ya teniendo eso, porque soy muy metódico para eso, luego escribo con más libertad. Pero bueno ya luego todo esta controlado a priori.

A.C. Como escritor, ¿cuál ha sido uno de los obstáculos más grandes al escribir y relatar hechos que lo han marcado en su vida?

J.G. He escrito algunas novelas históricas, por ejemplo La habitación al fondo de la casa. Esta es una novela que escribí hace algún tiempo y que trata sobre hechos en El Salvador que son de principios del siglo XX, o sea, que no tienen nada que ver conmigo pero que sí me interesan, que sí me importan. A ver… El Salvador en este momento es uno de los países más peligrosos del mundo, un país hecho pedazos. Y he tratado, a través de ciertos libros, [de] responderme a mí mismo cómo llegamos hasta aquí, cómo nos convertimos en esta sombra. Es algo que me importa contar, algo de lo que me importa hablar y también algo de lo que me importa escribir y que a través de una serie de textos muestran cómo ese país ha ido de lo que era, un pequeño paraíso al inicio de los siglos pasados, a convertirse en la sombra que es ahora. Esto último fue algo que me interesó mucho.

A.Q. Hace un momento habló acerca de las dos escritoras norteamericanas que escribieron sobre el asesinato de los jesuitas. ¿Por qué la necesidad de escribir una novela, de ficcionalizar un suceso tan importante?

J.G. Porque quería hacer un rescate. Aunque la novela se ha publicado en España, en México, en Colombia, en realidad esa novela la escribí para la gente de mi país. Para contarles a la gente de veinte, de veintitrés, de veinticinco años qué es lo que había sucedido entonces porque, aunque parezca extraño, aunque parezca una mentira, esa gente sabe del hecho pero no sabe cómo sucedió, quiénes fueron los asesinos o por qué ocurrió. Es como, no sé, decir que un volcán explotó hace cuatrocientos años. Vos sabes que explotó, pero no sabes quiénes vivían ahí o qué se perdió. Con la novela busqué ir hacia ese detalle que hace que la historia signifique algo.

A.Q. ¿Escribir una novela como Noviembre puede entenderse como un acto de justicia, una forma de hacer justicia, una manera de protesta?

J.G. Mira, de alguna manera se ha convertido en eso porque al decir quiénes fueron los asesinos, al tener sus nombres, fue como realizar un juicio con la historia. Aunque debo decir que mi pretensión no fue esa en ningún momento. Mi pretensión era simplemente contar lo que sucedió y rescatarlo. Nada más.

A.Q. En esta novela hay muchos testimonios importantes. Como escritor, ¿cómo reconstruyó esos testimonios dentro de una novela?

J.G. Mira, para mí era muy importante no contar toda la historia, sino contar a los protagonistas, a los que habían estado ahí en ese momento, tanto de un lado como de otro. Es decir, saber tanto de los jesuitas como del expresidente [Cristiani]. Por eso, en la mayoría de las veces, lo que todos ellos me dijeron yo lo escribía literalmente, sin cambiar nada, porque para mí era muy importante que ellos expresaran, respecto de algún suceso, su propia versión de las cosas. Así que en ese sentido no hay ficción sino más bien un testimonio de los protagonistas. El escritor pasa a ser una especie de maestro de ceremonias o de director de orquesta que da paso a las distintas voces.

A.C. Al momento de transcribir estos testimonios que están dentro de la novela, ¿cuál fue una dificultad que usted encontró para no volver ficción lo que era realidad?

J.G. Esta novela no es una ficción porque esta basada en una realidad. O sea, es una ficción, pero al mismo tiempo no lo es. Yo tenía la necesidad de mostrar un contexto, es decir en qué momento de la historia habían sucedido esos hechos, basados en una ofensiva militar y todo aquello. Entonces, para recrear ese momento, para mostrar la ansiedad con la que se vivía, por ejemplo escribí, en la segunda parte de la novela, la historia de unos niños, de un niño principalmente que está esperando a su tía y que no llega. El hecho, me refiero al hecho de la ofensiva, fue real. Además, los otros hechos como ese, el que una tía que no apareciera porque era una guerrillera, se daban constantemente. Yo conocí varios casos así. Por ello es que la novela está basada en hechos reales, pero ese personaje [el niño] es una invención. Más allá de eso, nada de la novela es ficción, todo es real. Incluso no sé si recuerdan que en la novela hay una parte de Monseñor Romero que está en la casa de su hermana. Incluso eso es real porque daba la casualidad de que yo de niño vivía a cinco casas de la hermana de ese hombre y él solía llegar a verla. Así que incluso un hecho como ese, aunque parezca intrascendente, está basado en algo real.

A.Q. Como escritor y también como ciudadano proveniente de un país que vive una violencia tan intensa como la de El Salvador, ¿le fue difícil escuchar esos testimonios?

J.G. Sí, algunos sí. Y algunas cosas que no están ahí [en la novela] también fueron muy difíciles de escuchar. A veces hay personas que están tan acostumbradas a hacer cosas terribles que no se dan cuenta de lo que hacen… de pronto, yo escuchaba testimonios absolutamente espantosos… [se para la grabación a pedido de Jorge Galán para continuar hablando sobre el tema de manera privada porque contiene información que no puede ser divulgada].

A.Q. ¿Es exacta la descripción de la muerte de Monseñor Romero? ¿Es así como sucedió el asesinato? ¿Existe hasta ahora impunidad en ese caso?1

J.G. Él estaba ofreciendo una misa. Puede buscarse en internet la grabación, el audio de la misa. En el momento de la elevación, él está así en la consagración [Jorge Galán simula la posición de Monseñor Romero al momento de la presentación de la hostia consagrada] y un francotirador le dispara, pegándole justo en el corazón. Este suceso fue un acto muy simbólico. El día anterior él había pedido que cesara la represión y que dejaran de matar gente. Al día siguiente van y lo matan.

A.Q. En la novela hay testimonios muy importantes. ¿Estos testimonios influyeron en el caso de los mártires de la UCA?

J.G. Hay uno: el del ex presidente [Cristiani]. Él nunca había dado un testimonio incriminatorio ni ningún testimonio de ningún tipo. Por alguna razón, que sinceramente no conozco, el tipo aceptó participar conmigo, aceptó hablar conmigo… y bueno me dijo lo que más o menos ya se sabía. Me dijo que habían sido miembros del Estado Mayor los asesinos. Agregó algún nombre al relato, pero sobre todo aceptó el suceso. Y aceptó el haber estado ahí en la reunión del Estado Mayor en el momento de los asesinatos. Él antes dijo que no sabía nada pero bueno… Por esa grabación [de su testimonio usado en la novela] el juez que lleva el caso, que es un caso de lesa humanidad, me citó y tuve que ir a la Audiencia [Nacional] en Madrid, y allí tuve que dar mi testimonio como investigador y entregar las grabaciones. Obviamente, cuando escribís un libro no te imaginas que vas a terminar en un juicio y bueno… fue complicado.

A.Q. ¿Cree que ya se está haciendo justicia?

J.G. No, porque el juez hizo un pedido de extradición a diecisiete militares y de los diecisiete solo uno fue extraditado a España. Este uno no fue extraditado por el gobierno de El Salvador, sino por el gobierno de Estados Unidos, porque estaba preso allí, acusado por crímenes migratorios y una jueza de Massachusetts lo envió a Madrid. El gobierno de El Salvador se negó a entregar a los acusados. A día de hoy no… de hecho, la Corte Suprema de El Salvador dijo que no daría a lugar ese pedido y que la orden dada por el juez a la INTERPOL carecía de efecto en El Salvador. Por eso los militares no pueden salir del país porque si van al extranjero sí podrían capturarlos. En El Salvador están protegidos por el propio gobierno que, además, es un gobierno de izquierda.

A.Q. ¿Eso no quedó en paz una vez que se realizaron los Acuerdos, después de la guerra civil?

J.G. Lo que pasa es que es un crimen de lesa humanidad y sobre esa clase de crímenes pues no hay amnistía. Además, no solo que está la masacre de los jesuitas, están otras masacres en El Salvador. En realidad, hay una cosa con la historia de El Salvador. Si vos revisás la historia del siglo XX, la primera gran masacre sucede en 1932, cuando en cuatro días asesinan a cerca de treinta mil campesinos. El gobierno mandó al ejercito a aplazar una rebelión. Esa gente tenía piedras y machetes y el ejercito tenía lo que tenía, y eso fue una matazón espantosa. Luego, en los años 70 más masacres ocurrieron. En el entierro de Monseñor Romero, por ejemplo, había francotiradores en los edificios que comenzaron a disparar a la gente. Está en las imágenes. En otra masacre, la de Sumpul los soldados les dijeron a los campesinos que venían los guerrilleros asesinando gente. Los llevaron hacia el río y cuando la gente llegó de ambos lados del río hubo soldados que hicieron un fuego cruzado y mataron a toda una población. Igualmente, en la masacre de El Mozote, hubo cientos de personas muertas. La de los jesuitas igual, la de Monseñor Romero igual. Pero de todos esos crímenes, no hay ni un solo culpable, ni uno solo. Todos los crímenes están impunes.

A.Q. ¿No cree que en un conflicto tan grande como el que vive El Salvador sirvieron de algo los Acuerdos de Paz?

J.G. Acabaron la guerra y fue muy bueno acabar la guerra. El problema es que… cómo decirte… fue como alguien que tiene la mano engangrenada y le cortan la mano, pero le dejan el muñón a la intemperie y con el tiempo el muñón se infecta porque no se lo cuidaron, no le pusieron medicina, no lo vendaron. O sea, acabar con la guerra, firmar la paz, fue acabar con la mano, la mano enferma, pero el muñón lo dejaron así. Y eso sucedió en El Salvador, acabaron con la guerra, pero no acabaron con lo que había generado la guerra. ¿Qué pasó? Pues veinte años después, veintiocho años, treinta años después si en la guerra había diecisiete muertos al día, ahora hay veinticuatro muertos al día. Hemos llegado a tener hasta cincuenta y un muertos al día.

A.Q. ¿Pero estas muertes tienen que ver con grupos disidentes del gobierno o la violencia generalizada?

J.G. Con la violencia general: pandillas, narcotráfico… o sea, somos una sociedad enferma, totalmente enferma y no se hace nada… No podés a una herida de bala ponerle una vendita, porque, a lo mejor, deja salir sangre, pero por dentro, porque la bala sigue ahí, va a terminar matándote y es lo que sucede en el país.

A.C. Con respecto al impacto que ha tenido la novela, más que nada en El Salvador, ¿cuál ha sido la reacción en la sociedad civil y, especialmente, en las personas de veinte años de edad que eran, de lo que nos ha comentado, más o menos los lectores implícitos a los que la novela estaba dirigida? ¿Piensa que ha habido alguna reacción para pensar que Noviembre no ha sido una historia más, sino que se ha adentrado más en la sociedad?

J.G. Al principio hubo renuencia en vender el libro. Las librerías no querían comercializarlo, pero, poco a poco, la verdad es que el libro se ha ido vendiendo sorprendentemente bien. En realidad el libro ha tenido muchos lectores en El Salvador y eso es algo que pensé que no podía pasar. Siempre tuve la ilusión de que eso ocurriera, pero pensé que no iba a ser posible. Sin embargo, además de haber tenido muchos lectores ha provocado muchas reacciones. La gente ha tomado esa historia y la traído al presente y eso creo que era realmente el objetivo del libro. Al menos lo era para mí.

A.Q. A tenor de la pregunta anterior, ¿cree que las personas empiezan a ver la justicia como algo necesario, al menos en casos de lesa humanidad como del que se habla en la novela? ¿Cree usted que tienen más consciencia las personas de esto gracias al texto?

J.G. No sabría decir eso, es decir, si crea ese tipo de consciencia. A lo mejor sí, porque te relacionas con un tema y quizás tomas consciencia de ello. A ver, en un país como El Salvador la gente busca sobrevivir para escapar de esa violencia. Y eso causa casi siempre una distracción y, por tanto, si estas distraído, si no estás pendiente de ciertas cosas es muy fácil olvidar. Creo que con esta clase de casos ha pasado eso también. No solo es que las instituciones quisieron que se olvidaran [los sucesos] al no ser partícipes [de las investigaciones], sino que las personas también estuvieron distraídas con su supervivencia. Quizá sí, este libro ha servido para que se tome consciencia de ello.

A.Q. ¿Se ha dado el debate público en universidades de El Salvador, así como ocurrió en la Universidad San Francisco de Quito?

J.G. Los debates han ocurrido mucho más en otras partes y muy poco de las universidades de San Salvador. Las veces que he dialogado en El Salvador, mis intervenciones han sido sobre todo por Skype porque no he estado viviendo allí. Pero hay una cosa que se debe que constatar: en El Salvador, por increíble que parezca, las universidades, que son muchas, no tienen carreras de literatura. Entonces no hay un espacio propicio para esos debates.

A.Q. ¿Usted estudió Literatura?

J.G. Sí, pero cuando yo estudié en la UCA había la carrera de literatura. Ahora la literatura o la sociología no existen en la UCA. Y las revistas de literatura y todo ese aparataje pues no existe más. Yo todavía estaba estudiando cuando cerraron esta carrera así que eso sucedió así… cuando mataron a los jesuitas esa también fue una manera de callar a las voces y fue una herida bastante grande para todo el país.

A.Q. ¿En ese entonces había censura?

J.G. Había una clase de censura que te impedía escribir sobre cualquier cosa. Por ejemplo, yo recibí muchas amenazas [por escribir Noviembre] y no crean que el mío fue un caso aislado. Los periodistas están en una situación muy complicada en El Salvador. Es algo que pasa cotidianamente si uno escribe sobre ciertos temas. Hubo en 1980 un periodista que escribió un artículo sobre un enfrentamiento en un pueblo y sobre cómo ese pueblo había sido ganado por la guerrilla. Alguien que lo había conocido le dijo: si publicas eso te van a matar, porque publicar que la guerrilla había tenido una victoria era más o menos como ponerse de parte de ellos. En realidad, él no tenía esa intención, pero era tan cerrado todo lo que sucedía en esa época que lo mataron al día siguiente. Él publicó un día la noticia y al día siguiente lo mataron… lo acribillaron. Entonces él podía publicarlo, pero la libertad de expresión tenia un precio: bueno, publícalo, pero te matamos. ¿Qué conlleva eso? A que luego, pues, nadie escriba sobre ciertos sucesos. ¿Cómo se explican que un hecho tan importante como lo que cuenta mi novela, no haya sido escrito por ningún salvadoreño en 25 años? Ningún historiador salvadoreño, ningún novelista salvadoreño… nada. No había absolutamente nada al respecto. Cuando yo estaba escribiendo Noviembre, la gente me decía: ¿cómo vas a escribir sobre eso? Te vas a meter en problemas. La razón es esa: que te condiciona al miedo de lo que pueda suceder. La libertad de expresión es esa.

A.C. Tomando en cuenta lo que narra la novela, ¿cómo fue su experiencia personal en esa época en El Salvador?

J.G. Cuando a mí me preguntas sobre la guerra, debo decirte que yo fui un niño en esa época. Es cierto que vi cosas terribles. Asesinatos y otras cosas espantosas, pero, en realidad, tengo también recuerdos buenos. Por ejemplo, cuando había enfrentamientos fuertes había toques de queda. Yo vivía con mi madre y mi hermana donde mis abuelos. Entonces las habitaciones que tenían ventanas hacia la calle quedaban vacías, y todos nos reuníamos a dormir en una habitación de servicio, más allá del patio. Esa habitación estaba protegida por todas las paredes porque colindaba con otras casas. Poníamos colchones en el piso y para mí eso era una aventura. Todos dormíamos así, en silencio, o mi abuelo contaba alguna cosa. Nos encerrábamos allí a las seis de la tarde. Esos torneos de futbolito que relato en la novela los hacíamos también. Y cuando yo tenía cierta edad, durante la ofensiva, mi madre no se daba cuenta, pero a mí me gustaba salir a ver los aviones que estaban bombardeando en la ciudad. Venía el avión y soltaba las bombas. Se veía espectacular. No tenía consciencia de lo que estaba mirando. Tenía unos diez u once años.

Les voy a contar algo que puede sonar un poco tremendista. Tenía yo once años, era mi primer día de clases, estaba con un tío esperando un autobús en la parada y había un cruce de calles a veinte metros, más o menos. Cambió el semáforo y el autobús avanzó. Había un camión de soldados que se cruzó el semáforo en rojo y el autobús no pudo parar. Lo golpeo en la parte de atrás. Algunos soldados salieron volando y cayeron en una gasolinera, pero los que quedaron en el camión comenzaron a disparar al bus. Yo estaba ahí y, claro, tuve que reaccionar porque la gente entró en pánico. No sé cuántas personas habrán muerto. Uno se queda con este tipo de imágenes. Al pasar los años uno piensa y parecía que eso era un mal sueño. Un día, hace muy poco, estaba con mi tío y me dice: ¿te acuerdas el día que estábamos esperando el bus y lo ametrallaron?. A veces me acordaba de esas escenas y parecía una mentira. Como cuando llegas al colegio y ves a muchos niños que se asoman y te asomas tú también al darte cuenta de que al vigilante lo acababan de matar. O sea, les quiero decir que convivía con la muerte constantemente. Pero cuando lo único que has hecho es convivir con la muerte, de alguna manera te acostumbras. Así intentas que no te afecte, aunque a la final termina afectándote.

Aunque ahora vivo en El Salvador, más o menos desde el 2010, fui mucho a España, donde me quedaba pequeñas temporadas. A veces salía a caminar por la noche y, al principio, me costaba mucho no voltear a ver atrás o a los lados para saber que no había nadie había. Me costaba mucho olvidarme de que no estaba en San Salvador porque allá me tocaba caminar viendo lo que pasaba en cada esquina. Tenía que estar consciente por si sucedía algo.

A.Q. En la novela hay un pasaje en el que regresa al San Salvador de los años 50 y se describe una sociedad más pacífica.

J.G. Pasó una cosa curiosa: la novela esta va a convertirse en una película el año que viene. Y el director, que es español, pasó mucho tiempo en El Salvador porque sus papás, que eran diplomáticos, habían puesto una empresa de zapatos allí. Este hombre desde su niñez pasó tiempo en mi país. Los recuerdos que él tenía eran de un pequeño paraíso. Lo que él me contaba era lo que yo había estudiado en periódicos, textos de historia o viendo fotografías antiguas. Aquello era un lugar muy hermoso. Me gusta mucho preguntarle a la gente cómo era esa época. Tenía un amigo que me contaba cosas idílicas. Todavía yo de niño podía ir al Cerro San Jacinto sin que sucediera mayor cosa, aunque vivíamos en tiempo de guerra. A veces podía ser peligroso, pero la mayoría del tiempo no. Si a las 10 de la noche se te ocurría ir a la playa, salías y pedías aventón y alguien te llevaba. Y bueno otra gente me contaba un montón de cosas similares.

Este cineasta fue a El Salvador hace poco y se encontró con una pesadilla. Sigue siendo hermoso, pero no se puede ir al centro porque te juegas la vida y la suerte allí. Puede que no pase nada o puede que te encuentres con algo temible.

A.Q. ¿El gobierno hace algún tipo de esfuerzo por eliminar esta violencia?

J.G. Realmente hay esfuerzos de ONGs y similares. Es en verdad una cuestión de estructura social. Si no hay una consciencia hacia la violencia, esta no se puede radicar. No se puede curar un cáncer con aspirinas. Hay grupos de exterminio que subterráneamente son la solución del gobierno. Paramilitares que están asesinando a pandilleros. No es que esté a favor de los pandilleros, pero hay que preguntarse de dónde salieron los pandilleros. Las estructuras son las que lo permitieron

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