Introducción
Haití y migración con el tiempo se han convertido en una especie de unión semántica. La crisis estructural del primer país independizado de América Latina, ahora en su tercera década, ha generado un continuo éxodo de haitianos que se encuentran obligados, por fuerza mayor, a dejarlo todo en búsqueda de una vida mejor. Los haitianos representan una de las principales nacionalidades involucradas en la emigración hacia los Estados Unidos, instalándose inclusive en las regiones más remotas del país norteamericano, aprovechando de la vasta presencia de connacionales en diáspora (Joos, 2023). Sin embargo, dadas las estrictas políticas migratorias implementadas por los gobiernos estadounidenses, iniciando por Obama, hasta llegar a las reiteradas restricciones con Trump y Biden (Maresca, 2023a), el movimiento migratorio haitiano ha tenido que mirar hacia otros destinos. Algunos países de América Latina han mostrado cierto nivel de recepción para los migrantes haitianos. En concreto, se considera necesario mencionar los principales estudios que han abordado el fenómeno migratorio haitiano en Chile, a raíz de la pandemia COVID-19 (Rodríguez-Torrent y Gissi-Barbieri, 2022), y los trabajos enfocados en el reciente desvío de la migración haitiana, desde Estados Unidos hacia las naciones andinas, como Ecuador (Ceja y Ramírez G., 2022). Además, las severas respuestas de Washington con respecto a la presión migratoria en la frontera de EE.UU., está recientemente llevando a un auge en la permanencia de migrantes haitianos en la Ciudad de México (Rodríguez, 2024). Ahora bien, las nuevas rutas regionales emprendidas por el movimiento migratorio haitiano han, obviamente, conllevado la adopción de políticas migratorias, más o menos restrictivas, por parte de aquellos gobiernos latinoamericanos que se han enfrentado a un fenómeno de inmigración, formado por haitianos y venezolanos entre otras nacionalidades, nunca visto antes.
La presencia de extranjeros en determinados territorios que han experimentado raramente el relacionamiento con comunidades de inmigrantes, ha dado vida a costumbres racistas tanto en la esfera cívico-social como la política. Una consecuencia directa de la correlación entre migración y política nacional, estudiada en este artículo, es la deriva nacionalista de contextos políticos nacionales que construyen parte de su identidad a través de la exclusión del otro (Avraamidou y Ioannou, 2023). Precisamente, el estudio propone que no es necesario un relevante grado de desconocimiento mutuo entre la llamada población autóctona y la comunidad inmigrante para la politización de esta relación. El caso aquí abordado de República Dominicana (RD), alimentado a través de la experiencia directa del autor sobre la realidad local, se enfoca en cómo, a pesar de su prolongada historia migratoria hacia el otro lado de la isla, la diáspora haitiana sigue siendo objeto de una politización excluyente por parte de la política y sociedad dominicana. Es decir, si en los países del Norte Global, principales receptores de migrantes, se asiste a fenómenos de racismo enfatizados políticamente (Mantz, 2021), causados por la diversidad entre las partes y el desconocimiento hacia el migrante como otro y por ende considerado in toto inferior, lo mismo ocurre en un país del Sur Global: República Dominicana. Haitianos y dominicanos interactúan a diario por la colindancia de ambas naciones, además de una larga historia de trabajo transfronterizo y relaciones mutuas (Taylor, 2014). Esto no es suficiente para evitar lo que Billiet y de Witte (2008) definen como “racismo político”, siendo, en el caso de Bélgica abarcado por los autores, “el voto por un partido político que destaque claramente posturas contrarias a la inmigración en su programa político y propaganda” (p. 254).
Marco teórico
El presente estudio quiere extenderse hacia la teorización de un racismo sociopolítico subyacente en la sociedad dominicana, pero avalado por el nacionalpopulismo político presente en la escena política de República Dominicana. La hipótesis trata entonces de aproximarse a una forma de correlación entre la narrativa política nacionalista dominicana y la repetida marginalización política, social y legal de los migrantes haitianos, especialmente en la capital Santo Domingo. Por ello, será oportuno, en un primer momento, detenerse en las relaciones bilaterales entre República Dominicana y Haití, a partir del mandato del actual presidente dominicano, Luis Abinader, mediante una lectura procedente del campo de las Relaciones Internacionales. Sucesivamente, habrá espacio para un eje propio de la Sociología de las Migraciones y de la Ciencia Política, donde se analizará la marginalización general de los migrantes haitianos, su rol actual en la sociedad dominicana y su posición de migrantes legalmente excluidos por el sistema estatal de República Dominicana. Este trabajo se centra en el sentido más amplio de las políticas migratorias, entendidas no solamente por las normas nacionales que reglamentan la materia migratoria. Más bien, se habla de una práctica social y política en un contexto dado, aquí el dominicano, que forma una dimensión racista de facto unida a una legal, de iure, primariamente estudiada en países del Norte Global, como, nuevamente, EE.UU. (William-White y White, 2011) y Países Bajos (Thomas, 1995).
Esta investigación procura concretamente acercarse hacia la relación entre política y racismo, en cuanto a la diáspora haitiana en República Dominicana. Es posible afirmar que este artículo consta de dos bases metodológicas. La primera, que se irá detallando como puramente teórica, vinculada a relevantes teorizaciones académicas que han estudiado la marginalización social y racial, para poder conectar esos aportes a la situación de los migrantes haitianos en RD. Las principales contribuciones a dichos estudios proceden de las obras de Agamben, sobre marginalización sociopolítica buscada intencionalmente por el Estado (Newns, 2023; Maphosa y Ntau, 2021), y Sayad para el análisis de las posturas hacia el migrante como otro. La segunda base metodológica es de carácter empírico, con el fin de conjugar parte de la experiencia empírica del autor en República Dominicana y acercamientos cualitativos inspirados en investigaciones de referencia, sobre todo las de Rappaport, que tendrán luego espacio. En general, los aportes teóricos de Agamben, Sayad y Rappaport son de ayuda para analizar el racismo sociopolítico en cuanto fenómeno multidimensional.
No se trata de un sentimiento discriminatorio intrínseco a la sociedad dominicana, más bien hay un recorrido histórico que ha llevado este racismo a un nivel de promoción política, es decir, de pensamiento de Estado difundido en la sociedad por medio del dictador Trujillo. Cuando, durante la dictadura trujillista, el racismo se hace político, necesita sucesivamente una estabilización del sentimiento en la sociedad para que se unan las dos esferas, y convertir definitivamente al haitiano en el Homo Sacer de Agamben. En última instancia, la situación actual pone la diáspora haitiana en la condición de grupo subalterno en RD, así como teorizado por Rappaport, pero legitimando también, siempre con el auxilio de la política, el expuesto racismo sociopolítico. Se ha querido adoptar un enfoque cualitativo dada la falta de datos corrientes, objetivos y sobre todo proporcionados por el Estado dominicano, con los que se podría en vez diseñar un estudio de carácter mixto. Sin embargo, este trabajo se tiene que limitar a un estudio cualitativo, concentrándose en la literatura existente para ofrecer una perspectiva histórica del racismo sociopolítico en República Dominicana, y procurar conectar lo producido en el pasado con la situación actual. Por las razones que se acaban de exponer, se promueve la continuación de trabajos similares con un enfoque cuantitativo que podrían seriamente contribuir a la cuantificación de la diáspora haitiana y la creación de bases de datos para uso tanto del gobierno dominicano como investigadores y organizaciones internacionales interesadas. Actualmente, no existe una fuente de datos similar, constituyendo la principal limitación para este artículo.
Metodología
El enfoque cualitativo de este trabajo se beneficia mayoritariamente del concepto de Homo Sacer creado por Agamben (1998), que identifica una peculiar categorización social, donde casi mediante una connotación marxista de antagonismo social, el Estado y algunos sectores de la población se ven enfrentados. Agamben argumenta concretamente que el Estado puede ignorar y excluir a una selecta minoría al interno de su territorio nacional. Por ende, en la época actual, ciertas comunidades de inmigrantes se pueden incluir en la categorización del Homo Sacer de Agamben, por su precaria permanencia en el país de destino, por situaciones de irregularidad documental, prohibiciones legales al derecho laboral y de voto, y falta de protección normativa en las leyes del Estado.
En el caso que aquí interesa, se indica que el migrante haitiano en República Dominicana se ha convertido en Homo Sacer por la exclusión que el Estado dominicano aplica. Existe una situación de exclusión en la que los migrantes haitianos, a pesar de haberse asentado en territorio dominicano, padecen una condición enigmática que conlleva a la imposibilidad de protección estatal, al carecer, por ejemplo, de documentos. Al mismo tiempo, la falta de intentos y voluntad por parte de las autoridades para subsanar esos defectos genera consecuencias como el ingreso permanente en la informalidad, la marginalización social (y urbana) y, finalmente, un racismo general empujado por el discurso político nacionalista. Metodológicamente, este artículo quiere llevar el concepto de Homo Sacer de Agamben al campo migratorio contemporáneo, tomando nota de las contribuciones de Dzhurova (2023) donde se destaca que para los gobiernos de los países de destino, existen individuos “afuera de la sociedad e ignorados por los legisladores, por no tener derecho al voto y no participar en el conjunto de las actividades políticas y sociales” (p. 1125).
En otras palabras, “para Agamben, existen políticas estatales que excluyen legalmente ciertos sujetos. En específico, el Homo Sacer es considerado para el Estado no digno de ser incluido en el sistema socio-legal” (Maresca, 2023b, p. 124). Recientes estudios han extendido el análisis de Agamben para incluir a los migrantes indocumentados, precisamente los menores de edad que llegan a EE.UU., en la categoría de Homo Sacer (González-Gorman, 2023). Un análisis cualitativo permite comparar, de manera reducida pero exhaustiva, el aval de actores políticos de derechas hacia el mantenimiento del Homo Sacer en el territorio nacional. De hecho, al contar con un otro perpetuo, fijando la ausencia de protección legal o respeto de sus derechos humanos, se crea también un discurso político de carácter nacionalista. Utilizar la influencia de la obra de Sayad sirve para determinar los fundamentos teóricos y metodológicos de esta investigación. Concretamente, las especificidades del contexto dominico-haitiano llevan a tener que considerar al Estado dominicano como crucial para comprender política y migración en el país. Sayad (2004) se concentra en el pensamiento del Estado, es decir, en la mentalidad estatal para tratar una crisis migratoria. Podríamos variar este concepto, poniendo de relieve la costumbre política estatal de acercarse y tratar a la migración como un problema, una crisis, pero raramente una oportunidad de enriquecimiento cultural o pura necesidad humanitaria. Boudou (2023) otorga una interesante consideración sobre las categorizaciones de Sayad, afirmando que hay una reproducción social del “pensamiento del Estado, mediante la aceptación de etiquetas oficialmente válidas, y legitimando el discurso producido por el Estado” (p. 405).
Básicamente, la sociedad civil tiende a repetir aquellas posturas estatales, en cuanto al tratamiento de los migrantes, que promueven la estigmatización del otro a través de trabas legales como la exigencia de visados o requisitos migratorios justamente imposibles de cumplir para que el migrante legalice su situación. La sociedad civil hace propia la ilegalización del migrante que los gobiernos promueven. La situación de los haitianos en República Dominicana va más allá de una mera cuestión legalista de poseer o no la documentación necesaria. Hablamos en vez de un Estado, el dominicano, determinado y motivado, por el consenso popular, en excluir de todas formas a los haitianos en su territorio, fueran ellos migrantes o también individuos dominicanos, pero de origen haitiano. Teóricamente, los aportes de Sayad a esta peculiar voluntad estatal de excluir a individuos de la sociedad, ha recibido relevante atención y profundización. Como anticipado, no es únicamente un fenómeno del contexto dominico-haitiano, ni solo una tendencia reciente por parte de los Estados nacionales. Por ejemplo, resulta apropiado mencionar la interpretación de Sayad que Avallone y Molinero-Gerbeau (2021) proponen, afirmando que:
Los migrantes son fundamentales para el Estado, pues al existir no solo refuerzan la comunidad nacional que se reconoce como unidad separada de la presencia de extranjeros, sino que, al cruzar sus fronteras, legitiman la necesidad de ejercer un control sobre las mismas pues, si nadie cruzara las fronteras, no haría falta controlarlas y, por lo tanto, no haría falta ejercer un control del territorio… (Avallone y Molinero-Gerbeau, 2021, p. 5)
Pues bien, Sayad y las interpretaciones de su trabajo que han seguido, otorgan un paradigma preexistente útil para entender cómo los dominicanos piensan de los inmigrantes haitianos, de la misma forma en la que su gobierno lo hace. Por supuesto, no se quiere caer aquí en una banal generalización que abarque toda la isla caribeña. En vez, se ofrece una hipótesis posiblemente aplicable a una tendencia que, en los últimos años, ha empezado a afianzarse en República Dominicana. La relevancia de la obra de Rappaport sigue constituyendo un pilar para la metodología cualitativa en el ámbito social, e incluso político. A pesar de que Rappaport (1992) se haya enfocado en la relación entre el Estado poscolonial y los subalternos en Latinoamérica, refiriéndose principalmente a los grupos indígenas, aquí se procura entender a los migrantes haitianos como subalternos en RD. Específicamente, dada la vasta prevalencia de los haitianos entre las comunidades inmigrantes radicadas en República Dominicana, es posible asumir que el Estado dominicano haya progresivamente considerado a los haitianos como la minoría por excelencia.
En otras palabras, la inmensa diáspora haitiana en República Dominicana se puede comprender como grupo subalterno. Por lo que interesa en este trabajo, la principal contribución de Rappaport se refiere al intento de una determinada clase política de establecer una identidad étnico-nacional según su querer y conveniencia. Mejor dicho, los dirigentes nacionales buscan formar un “nacionalismo étnico” (Rappaport y Dover, 1996, p. 37). En realidad, resulta complicado, por lo menos desde una mirada netamente antropológica, trazar una explícita diferenciación étnica entre dominicanos y haitianos, que no sea influenciada por un diseño político de carácter nacionalista e identitario. De hecho, ya ha sido comprobado que existe una forma de mitología histórica e independentista, ejercidas por los dominicanos y sus gobiernos, la cual diferencia la etnia, o incluso, equivocadamente, la llamada raza dominicana de la haitiana (Tavernier, 2008). Dicha práctica queda fundamentada mayoritariamente en una reconstrucción histórica reaccionaria que pretende separar a priori los dos flancos de La Española. Para terminar sobre las influencias metodológicas y teóricas de esta investigación, Rappaport (2011) también contribuye con su trabajo, en cuanto a Latinoamérica, sobre las “clases étnico-raciales” (p. 628), entendiendo el conjunto de atributos como el color de piel, el habla, o los recursos económicos, que se crean para forjar una identidad nacional. Forzosamente, esto da vida a un nacionalismo identitario que para sustentarse necesita encontrar cuantas más inferioridades posibles en el otro, produciendo un racismo estructural soportado por el Estado; es lo que ocurre en República Dominicana frente a los migrantes haitianos.
Resultados
Este apartado se centra en el estudio empírico sobre la condición excluyente de los migrantes haitianos en República Dominicana. Se iniciará con particular atención, en el marco de las Relaciones Internacionales, a la severidad de la política exterior del gobierno Abinader hacia el vecino Haití, y como este discurso político afecta a los haitianos en República Dominicana. Entonces, resultará oportuno volver a señalar el poder del pensamiento del Estado, acorde con la visión de Sayad. Luego, retomando el concepto de racismo sociopolítico, veremos la exclusión social, política y legal del migrante haitiano, el cual al mismo tiempo se muestra como el Homo Sacer de Agamben, pero también constituye, con su comunidad en diáspora, el principal grupo subalterno en RD, para referirse a los fundamentos de Rappaport. El aporte empírico del autor, que ha vivido directamente la situación en la República Dominicana, servirá de apoyo a la literatura existente sobre la diáspora haitiana. Es necesario aquí proporcionar brevemente la dimensión cuantitativa de la inmigración haitiana en República Dominicana (tabla 1), recordando la dificultad de recopilación de los datos por la “porosidad de la frontera” dominico-haitiana (Morán y Figueroa, 2005, p. 252) y la “laxitud” del sistema migratorio dominicano (Alfonso, 2011, p. 12).
Nota. Elaboración del autor del estudio realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Centro de Investigaciones y Estudios Sociales (CIES) (2017). *Se puede aproximar que el número de migrantes
Para entender las relaciones entre República Dominicana y Haití, y cómo afectan a la migración haitiana, es necesario mover el enfoque de la mirada sociológica al campo de las Relaciones Internacionales. En otras palabras, se tiene que razonar ahora en términos de Estado(s), así como previamente mencionado por Sayad. Los paréntesis para el plural son motivados porque, de hecho, hay un solo Estado que actualmente dirige el rumbo de la vida de los migrantes haitianos, y es República Dominicana. Antes de dedicar espacio al actual gobierno de Luis Abinader, se procura poner el acento sobre ciertas influencias históricas en las relaciones dominico-haitianas, para entender que el propuesto racismo sociopolítico no es ninguna novedad, sino una exacerbación de un sentimiento estructural en República Dominicana.
La causa de lo expuesto es la postura compartida por los gobiernos dominicanos de turno, y por voces internacionales, que evalúan las últimas décadas de Haití como las de un Estado fallido en todas sus formas y nomenclaturas posibles (Verlin, 2014). Estamos frente a una dimensión paradójica, donde el racismo sociopolítico se fortalece de la dramaticidad en la tierra del otro. El culto nacionalista e identitario dominicano encuentra terreno fértil cuando, por un lado, la política interna promueve el nacionalismo excluyente con respecto al inmigrante haitiano, y por otro, la política exterior dominicana mantiene un rígido antagonismo que quiere diferenciarse de la caótica condición del Estado haitiano. Substancialmente, parece haber, en principio, una limitación de agencia por parte de la sociedad, entendida como pueblo dominicano, con respecto al citado pensamiento del Estado. Se darían las condiciones para que la sociedad justifique aquel “poder coercitivo” estatal del “realismo” (Sleat, 2016, p. 7), porque el pueblo dominicano muestra un favorecimiento a la política exterior dominicana siempre y cuando tenga carácter nacionalista. Entonces, además de un realismo internacional, se produce un realismo nacional, y social, donde la política exterior gubernamental recae directamente en la sociedad, encontrando el consenso popular. Mirando al pasado, la misma identidad dominicana se radicaliza allí cuando las relaciones con Haití alcanzan, posiblemente, su peor punto.
Lee Turits (2021) identifica la masacre de haitianos, cometida durante la dictadura de Trujillo en 1937, en el punto de no retorno en cuanto a la división identitario-nacionalista entre dominicanos y haitianos. El argumento de Lee Turits es que, con Trujillo en 1937, “a fin de endurecer de manera expedita la frontera política entre República Dominicana y Haití, se hiciera necesario el establecimiento de una separación social entre los dos grupos étnicos”, anulando así la “comunidad nacional multi-étnica” dominico-haitiana (p. 92). A partir del 37, Trujillo empezó a construir una narrativa de carácter existencial sobre las relaciones entre República Dominicana y Haití. El pensamiento de Estado visualizado por Sayad encuentra una representación efectiva en el periodo subsiguiente a la masacre. De hecho, Trujillo promueve una “historia oficial” por la que la matanza de haitianos ha sido necesaria con el fin de preservar la misma existencia del Estado dominicano (Farid, 2016, p. 45). El discurso trujillista entonces fija la narrativa popular dominicana sobre los haitianos durante la dictadura, reforzándose en los años 40. En su recopilación histórica, Childers (2021) describe que la inestabilidad económica de RD llevó Trujillo a implementar una política de culpabilización de los haitianos hasta los años 60, a través de incluso proyectos escolares para el adoctrinamiento racial en contra de los haitianos, considerados así “un problema” (pp. 11-12). En la figura 1 se encuentra un testimonio material del efecto que todavía mantiene la masacre haitiana de 1937.
La aparente recuperación de la democracia en República Dominicana, con el gobierno de Joaquín Balaguer, no representó una mejora en las condiciones de los haitianos en territorio dominicano, sino una variación de este racismo. En otras palabras, a partir de 1968 hay una instrumentalización de la migración haitiana, porque se entiende la necesidad laboral, sobre todo en la industria azucarera, de la mano de obra haitiana que se ve explotada y mantenida en RD solo cuando se necesitaba económicamente (Hintzen, 2014). De esa forma, los migrantes haitianos empezaron a vivir una clase de reclusión funcional y marginalizada, siendo empleados en los pueblos azucareros denominados bateyes (Wilson, 2022), donde la precaria convivencia con los dominicanos quedaba restringida a una relación entre patrón y empleado. Volviendo ahora la atención a la actualidad, es posible sugerir que la descrita división identitaria entre haitianos y dominicanos se prolongó en el tiempo, pudiendo hoy en día soportarse por dos factores. El primero se refiere a la destrucción del sistema estatal haitiano, que, unido a la presión fronteriza para el gobierno dominicano, alimenta un discurso antagónico de nosotros contra ellos. El segundo, queda anclado con el nacionalismo identitario dominicano que utiliza este racismo sociopolítico para fortalecerse. Ya en 2013, las posturas político-legales del Estado dominicano empezaron a mostrar una connotación discriminatoria. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos consideró que la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional dominicano apelase a la apatridia; la norma atribuía la nacionalidad dominicana solo a individuos nacidos en territorio dominicano y de padres dominicano, con además vigencia retroactiva (CIDH, 2015). Con estas condiciones, el gobierno de Luis Abinader, inaugurado en 2020, ha tenido que enfrentar la cuestión haitiana con particular frecuencia, hay que reconocer, por la degeneración total (política, económica y social) en la que ha caído Haití. Sin embargo, los migrantes haitianos en República Dominicana y los dominicanos de origen haitiano se ven también afectados.
La aparente recuperación de la democracia en República Dominicana, con el gobierno de Joaquín Balaguer, no representó una mejora en las condiciones de los haitianos en territorio dominicano, sino una variación de este racismo. En otras palabras, a partir de 1968 hay una instrumentalización de la migración haitiana, porque se entiende la necesidad laboral, sobre todo en la industria azucarera, de la mano de obra haitiana que se ve explotada y mantenida en RD solo cuando se necesitaba económicamente (Hintzen, 2014). De esa forma, los migrantes haitianos empezaron a vivir una clase de reclusión funcional y marginalizada, siendo empleados en los pueblos azucareros denominados bateyes (Wilson, 2022), donde la precaria convivencia con los dominicanos quedaba restringida a una relación entre patrón y empleado. Volviendo ahora la atención a la actualidad, es posible sugerir que la descrita división identitaria entre haitianos y dominicanos se prolongó en el tiempo, pudiendo hoy en día soportarse por dos factores. El primero se refiere a la destrucción del sistema estatal haitiano, que, unido a la presión fronteriza para el gobierno dominicano, alimenta un discurso antagónico de nosotros contra ellos. El segundo, queda anclado con el nacionalismo identitario dominicano que utiliza este racismo sociopolítico para fortalecerse. Ya en 2013, las posturas político-legales del Estado dominicano empezaron a mostrar una connotación discriminatoria. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos consideró que la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional dominicano apelase a la apatridia; la norma atribuía la nacionalidad dominicana solo a individuos nacidos en territorio dominicano y de padres dominicano, con además vigencia retroactiva (CIDH, 2015). Con estas condiciones, el gobierno de Luis Abinader, inaugurado en 2020, ha tenido que enfrentar la cuestión haitiana con particular frecuencia, hay que reconocer, por la degeneración total (política, económica y social) en la que ha caído Haití. Sin embargo, los migrantes haitianos en República Dominicana y los dominicanos de origen haitiano se ven también afectados.
Esta investigación se conforma con las consideraciones de Duany (2006), donde se acepta que existan “prejuicio y discriminación hacia los haitianos y descendientes de haitianos en República Dominicana” (p. 236), no queriendo perderse en establecer un debate histórico sobre las causas, sino atender a las razones de su actual afirmación política. Bajo la administración de Abinader se ha producido una actuación político-normativa que ha convertido plenamente al migrante haitiano en el Homo Sacer de Agamben. Ya en 2022, Abinader ratificó el Decreto 668-22, el cual refuerza la búsqueda de migrantes indocumentados, cuya mayoría son haitianos, pero también admite la expulsión de dominicanos de origen haitiano, si son indocumentados (Childers, 2023). En el mismo estudio, Childers reporta además la anulación del servicio médico público a las parturientas indocumentadas. Entre todas las medidas del gobierno Abinader, esta última parece ser la expresión principal del racismo sociopolítico actual, donde el mero interés político interno socava los valores humanitarios. Si en esta investigación se hace referencia al racismo sociopolítico hacia los migrantes haitianos, según el concepto del Homo Sacer de Agamben, es justamente porque la actual administración parece aprobar medidas que no buscan regularizar la inmigración haitiana, sino invisibilizarla legalmente. Es una marginalización legal, social y política, que de hecho provoca críticas adentro de la misma República Dominicana. Por ejemplo, cabe resaltar que no se muestran esfuerzos estatales para actualizar el número real de inmigrantes haitianos en el país. En ciudades como Santo Domingo, la presencia de inmigrantes haitianos, así como en los lugares fronterizos (las áreas de Dajabón, Jimaní y Pedernales), puede ser marginalizada, pero no completamente invisibilizada. La figura 2 muestra una de las pocas recopilaciones disponibles de datos actualizados sobre la inmigración haitiana en República Dominicana, de hecho, realizada por la Organización Internacional para las Migraciones (2021), y no por el gobierno dominicano.
La ausencia de una continua contabilización de los inmigrantes haitianos por parte del Estado genera la sensación, en la sociedad, de invasión extranjera, tal como lo perciben ciertos sectores en EE.UU. (Angulo-Pasel, 2023) y Europa (Miccoli y Ambrosetti, 2023). En particular, la replicación de determinados sentimientos anti-inmigrantes propios de EE.UU. en República Dominicana, ha sido utilizada durante la gestión de la pandemia COVID-19 por parte de la administración Abinader, permitiendo y nutriendo una retórica al estilo Trump (por ejemplo con la construcción de un muro fronterizo y el cierre de la frontera) de culpabilización al migrante haitiano por todos los problemas del país (García-Peña, 2022). Hay una práctica de “reproducción social” (Molinero-Gerbeau 2020, p. 6), es decir, la reproducción de ciertos valores o actos vividos por un sujeto o comunidad, hacia un ser diferente; el otro.
Para clarificar, los dominicanos dirigen hacia los haitianos el racismo sociopolítico que ellos sufren en sus países de destino, no casualmente, Estados Unidos (Aparicio, 2007). El racismo sociopolítico en República Dominicana se puede explicar también por una forma de búsqueda de superioridad social, racial y política de los dominicanos. La tendencia que se acaba de mostrar transforma el acto de remover al otro del territorio nacional en una estrategia de aprobación política por parte de las autoridades. La deportación del migrante, el gran miedo de los dominicanos en los Estados Unidos (Alex, 2020), es contrariamente recibida con aprobación por partes de los seguidores de Abinader, cuando los involucrados son los migrantes haitianos o incluso dominicanos de origen haitiano (Bonifacio, 2022). El racismo sociopolítico que se percibe en República Dominicana cuenta con el auxilio de una marginalización excluyente, de carácter también legal, o mejor de no legalidad, que se manifiesta también a nivel urbano. En Santo Domingo, Reynoso Estrella (2021) se ha acercado a la precariedad e informalidad urbana del Pequeño Haití, entre los barrios más humildes y olvidados de la capital dominicana, donde los habitantes haitianos sufren una condición de “vulnerabilidad urbana” (p. 120). Por supuesto, esta investigación no quiere ignorar que la precariedad socioeconómica, desde lo laboral hasta la vivienda, sea una cruda realidad también por los ciudadanos dominicanos. Para concluir, pese a que esta investigación no quiere adentrarse en el mérito del éxito político de la administración Abinader, cuya evaluación queda en las manos del soberano pueblo dominicano, cabe destacar un último punto. El discurso nacionalista y la política migratoria del gobierno Abinader ha recibido críticas hasta desde la propia clase dirigente dominicana. El actual Embajador de República Dominicana en España, Juan Bolívar Díaz, ha sido entre los más notorios en criticar la deriva racista y extremadamente nacionalista de la política dominicana (2021), señalando además la falta de una herramienta atendible para medir efectivamente cuan grande sea la percibida emergencia migratoria haitiana, en RD.
Conclusiones
La investigación no quiere buscar culpables institucionales o demonizar ciertos actores de la política dominicana. Más bien, se ha tratado de ofrecer miradas teóricas y empíricas para acercarse epistemológicamente a la situación actual del migrante haitiano en República Dominicana. Por ello, es posible concluir que parece haber, en el contexto dominicano, un cierto apoyo a políticas restrictivas y discriminatorias hacia la inmigración haitiana. Tal y como se ha descrito, hay razones sociales e identitarias, arraigadas en la historia dominicana, que pueden explicar de donde procede este sentimiento nacionalista y excluyente que necesita al otro, el haitiano, para poder reforzarse. Manteniendo la hipótesis de un racismo sociopolítico latente en República Dominicana, el cual convierte hoy en día al migrante haitiano en el Homo Sacer, es posible llegar a las siguientes conclusiones:
Para que un individuo padezca la condición de Homo Sacer, el sujeto, o su comunidad, debe estar legal, social y políticamente excluido del sistema nacional en el que se encuentra. Las recientes medidas adoptadas por el gobierno Abinader en República Dominicana confirman una vigorosa aplicación de normas dirigidas a la expulsión, deportación e ilegalización de la inmigración haitiana.
Si no hubiera un racismo tanto político como social en República Dominicana, pues no habría un consenso, tácito o explícito, por parte de la población hacia este discurso excluyente y nacionalista. El Estado dominicano, históricamente y con particular énfasis a partir del gobierno Abinader en 2020, parece haber elevado su forma de ver la inmigración haitiana a la manera principal de pensar la migración en República Dominicana. Sería inoportuno acertar una plena causalidad entre el pensamiento estatal y la mentalidad social frente a la diáspora haitiana, pero se puede concluir que sí existe una clase de correlación con tintes políticos.
No hay que olvidar la magnitud de la crisis haitiana, representando una de las motivaciones principales para las dificultades en las relaciones bilaterales entre República Dominicana y Haití. Esta situación conlleva un significativo antagonismo compartido tanto por el gobierno como el pueblo dominicano, lo que convierte a la presión fronteriza en la principal razón de cualquier problemática en la isla.
La mera falta de una medición actualizada, objetiva y continuada de la inmigración haitiana por parte del Estado dominicano implica dos consecuencias. La primera abarca el sentimiento de invasión que percibe el dominicano, cuando no se conoce realmente el número de inmigrantes haitianos en las ciudades dominicanas. La segunda es el olvido institucional y la marginalización social, urbana y política a la que son expuestos los inmigrantes haitianos y los dominicanos descendientes de haitianos, siendo la falta de registración formal por el Estado una de las causas para su relegación en el conjunto de las protecciones nacionales.
Esta investigación se ha limitado a una sucinta revisión de la literatura pertinente y aportaciones empíricas del autor, que no quieren ni pueden exigir un retrato general y global de la situación migratoria para los haitianos en toda República Dominicana. La falta de datos objetivos, substantivos y actualizados por el gobierno dominicano conforma un límite esencial para los objetivos de esta investigación. El presente trabajo se podría continuar con un análisis cuantitativo hacia la contabilización de la inmigración haitiana en los centros urbanos dominicanos, donde un proyecto similar sería más viable que en la frontera, por cierres y volatilidad del contexto que no permiten las condiciones necesarias a la pesquisa. Por último, la investigación no ha buscado el análisis de la inmigración haitiana a través de entrevistas, a pesar de la experiencia directa del autor en República Dominicana. Por la precariedad e inseguridad que sufren los migrantes haitianos en RD, no se recomienda continuar estudios similares con encuestas que, además de ser éticamente cuestionables, podrían afectar negativamente la posición de los inmigrantes haitianos frente a las autoridades dominicanas.