Forma sugerida de citar:
Franco- Häntzsch, C. & Dagatti, M. (2022). El rol del periodismo en los debates presidenciales en Argentina y Brasil. Universitas-XXI, 36, pp. 95-122. https://doi.org/10.17163/uni.n36.2022.04
Introducción
En las democracias actuales, el sistema de medios y el sistema político conforman una trama compleja. Parte de esa complejidad resulta del hecho de que los medios de comunicación y grupos e individuos políticos comparten un objetivo nodal: interpelar a los ciudadanos en busca de generar colectivos de corto o largo plazo.[1]“La política, como la experiencia —afirma Silverstone (2004, p. 229)— ya no puede siquiera considerarse fuera del marco mediático”. Este artículo procura captar el modo en que esta complejidad —inevitable y no exenta de tensiones— se concreta en un momento clave para las campañas electorales en las democracias latinoamericanas contemporáneas: los debates presidenciales televisados.
Nuestro objetivo es describir la evolución de la práctica de debates presidenciales televisados en dos países de América Latina: Brasil y la Argentina, con el propósito específico de caracterizar el lugar del periodismo, uno de sus actores centrales. Después de todo, los conflictos que alimentan la relación entre políticos, periodistas y audiencias adquieren en tiempos recientes creciente interés empírico como consecuencia de las “batallas mediáticas” que polarizaron el escenario mediático-político, en el contexto del “giro a la izquierda” que transitaron varios países de la región (Levitsky & Roberts, 2011; Balán & Montambeault, 2020; sobre la “guerra” entre la “nueva izquierda” y los principales grupos multimedios en la Argentina y Brasil, véase específicamente, Kitzberger, 2016).
Luego de explicitar nuestro proceder metodológico, comenzaremos por repasar, de la manera más sucinta que los hechos lo permitan, la historia de los debates televisados en ambos países. Procuraremos atender a los formatos que el género ha adoptado a uno y otro lado de la frontera. A partir de ahí, nos enfocaremos en los periodistas, representantes de los medios de comunicación. Evaluaremos el grado de protagonismo que han tenido a lo largo de los años en los debates que nos ocupan. Observaremos que mientras en los debates argentinos el periodista es sospechado y temido, y casi no tiene espacio alguno para cumplir un rol crítico, en Brasil los periodistas asumen aún una postura interrogativa en los encuentros entre presidenciables, si bien han debido ceder espacio a nuevas y variadas formas de intervención tanto de los políticos como de los ciudadanos. A modo de conclusión, ofreceremos una lectura del conjunto de las diferencias observadas en uno y otro país.
Materiales y métodos
El estudio que realizamos se apoya en un relevamiento exhaustivo que abarca la totalidad de los debates de los que se tiene registro de las etapas democráticas en Brasil (1985-cont.) y la Argentina (1983-cont.). La investigación ha procedido en dos etapas. En primer lugar, hemos realizado una profusa revisión de fuentes secundarias: notas de prensa, publicaciones de entidades civiles o privadas y trabajos anteriores —que referenciaremos a su tiempo— con el objetivo de identificar encuentros y recomponer la historia de la práctica en uno y otro país. En segundo lugar, procuramos relevar la mayor cantidad de información relativa a los formatos de los debates hallados en la primera instancia. Con este fin, nos ocupamos de buscar y clasificar el archivo audiovisual de dichas emisiones; tras revisar los vídeos encontrados, categorizamos cada debate en función de qué tipo de intercambio propicia —si lo hace— entre tres actores: periodistas o moderadores, candidatos y público. Téngase en consideración que el presente examen se inscribe en una serie de trabajos anteriores y de mayor envergadura, a los que nos remitiremos cuando corresponda, lo que nos ha permitido contar con una mirada más profunda acerca de nuestros casos de estudio, así como con materiales adicionales, como una entrevista con organizadores de los debates argentinos.
Añadimos dos notas en lo que concierne a los datos obtenidos. Primero, hasta ahora, el brasilero ha sido objeto de mayor examen que el caso argentino. Es probable que la asimetría sea en parte producto de la mayor antigüedad de los debates en el primero, como veremos a continuación. Por este motivo, nuestra argumentación en relación con la evolución de la práctica en Brasil retoma hallazgos previos. Segundo, y en contraste, el registro audiovisual de los debates argentinos es más completo que el de su contraparte brasileña. El diferencial obedece, inversamente, a la reciente incorporación de la práctica en dicho país —cuyo origen es contemporáneo al creciente uso del streaming y de los medios digitales de transmisión de información— pero, también, al carácter público que sus organizadores le han impreso; contrariamente, en Brasil hay debates protegidos con derechos de propiedad comercial. Aun así, gracias al complemento que han ofrecido los trabajos anteriores en la materia, hemos recopilado suficientes datos como para dotar de confianza a nuestras elaboraciones.
En concreto, en Brasil se han realizado al menos 53 debates desde el retorno de las elecciones presidenciales directas en 1989, de los cuales hemos hallado 38 que cuentan con información suficiente acerca de su puesta en escena y formato. En la Argentina, como dijimos, el corpus es más acotado y actual, por lo que pudimos relevar los debates en su totalidad: se trata de cuatro encuentros, dos de 2015 y dos de 2019, de los que existe registro audiovisual completo. La tabla 1 expone una síntesis de los encuentros realizados en ambos países desde el retorno de las respectivas democracias, cuya historia se describe a continuación.
Estado de la cuestión y contexto. Los debates presidenciales en Brasil y la Argentina. Una historia comparada
Los debates presidenciales tienen por finalidad proveer información a los electores y mostrar las diferencias políticas entre los candidatos.[2] Son rituales, sin embargo, que no ofrecen solo información, sino también espectáculo (Weber & Abreu, 2010). En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Brasil y Venezuela en la década de los sesenta, a medida que la televisión ocupaba progresivamente el centro del sistema de medios masivos (Verón, 2009; Carlón, 2012). Sin embargo, la práctica no se incorporó a la cultura política institucional del continente hasta los años noventa,[3] cuando la democracia se convirtió en un horizonte deseable para las principales fuerzas del espectro político local.
En la actualidad, varios países latinoamericanos realizan debates presidenciales televisados, e incluso muchos de ellos han sancionado leyes u otro tipo de regulaciones en la materia, entre ellos, Brasil y la Argentina, que constituyen nuestro foco de interés. La historia democrática en estos dos países presenta importantes diferencias (Devoto & Fausto, 2008). Sin embargo, a grandes rasgos, las similitudes los unen: por un lado, los dos inauguraron regímenes electorales competitivos en la década de los ochenta, como parte de la denominada “tercera ola de democratización” (Huntington, 1994). Aquellas transiciones ocurrieron en simultáneo, por otro lado, con una mutación del ecosistema de medios, caracterizado por el pasaje de sociedades mediáticas a sociedades mediatizadas (Verón, 1989). El retorno de la democracia fue paralelo al pasaje de “un régimen de representaciones fundado sobre la dependencia de los medios (los medios están allí para decirnos la verdad) a un régimen de producción de un real mediático en el cual lo político aparece fuertemente interdependiente” (Escudero, 2007, p. 41). La televisión adquiriría en aquel momento preciso una posición dominante: tanto Brasil como la Argentina contaban con sistemas de televisión abierta desarrollados, bajo control de algunas cadenas con gran penetración territorial y poblacional.
Como puede observarse, en dos aspectos de relevancia para nuestro objeto de estudio, el régimen político y el sistema de medios, los dos países son comparables. La historia de los debates presidenciales televisados discurre, empero, por trayectorias notoriamente divergentes. En lo que sigue, procederemos a reponerlas, con particular foco en la diversidad y evolución de los formatos que han adquirido los debates en cada uno de los dos países. La descripción servirá de marco para examinar el rol de los periodistas más adelante. Dicho, en otros términos, manteniendo “constantes” los sistemas mediático-políticos de nuestros dos casos de estudio, aspiramos a relevar diferencias en la historia de los debates televisados y, de allí, en la participación de los periodistas en dichos eventos.
Debates en Brasil: trayectoria, innovación y diversidad
Brasil es el país latinoamericano que más temprano y con más fuerza adoptó la costumbre de realizar debates preelectorales en televisión. Ya antes del recordado encuentro entre Nixon y Kennedy —que la historiografía aclama como inaugural de la práctica a nivel internacional (Schroeder, 2000)— hay registros de uno, primero e improvisado. El 15 de septiembre de 1960, TV Tupi, la primera emisora de televisión de América Latina, organizó un debate entre candidatos a la presidencia. Su éxito fue relativo, ya que el principal candidato y posterior ganador, Jânio Quadros, optó por ausentarse (Ruiz & Alberro, 2012; Leite, 2003). El régimen militar que gobernó de facto desde 1964 hasta 1985 impidió la continuidad de esta práctica: como resulta evidente, la coexistencia de censura política y mediática no constituye el terreno propicio para la organización de debates presidenciales televisados. Ahora bien, a diferencia de otras dictaduras de la región —como la argentina, por caso— el autoritarismo brasileño habilitó la realización de elecciones parlamentarias y en niveles subnacionales bajo controles oficiales y extra-institucionales que garantizaban el triunfo del oficialismo. A pesar de las condiciones poco competitivas y, en particular, de la Ley Falcão, que restringía la posibilidad de desplegar campañas electorales, debates televisados fueron organizados entre 1982 y 1985, al calor de la creciente demanda social de una apertura democrática.
Considerando esta serie de intentos pasados, no sorprende que, durante la efervescente campaña electoral que acompañó el retorno de las elecciones presidenciales directas en 1989,[4] fueran organizados seis debates para la primera vuelta, en tres de las cuatro principales emisoras con alcance nacional: TV Manchete, Rede Bandeirantes y Sistema Brasileiro de Televisão (SBT) —el principal grupo mediático del país, Globo, se abstuvo en esta ocasión—.[5] De cara a la segunda vuelta, en cambio, las cuatro emisoras, asociadas en un pool de prensa, concretaron la realización de dos encuentros, en los que se enfrentaron los finalistas Fernando Collor de Mello (Partido de la Reconstrucción Nacional, PRN) y Luiz Inácio “Lula” da Silva (Partido de los Trabajadores, PT). Fueron encuentros que tuvieron gran repercusión mediática y política en aquel momento y después.[6]
Esta serie de debates “inaugurales” en la vuelta de la democracia adoptaron un formato “tradicional” o “clásico”. Sentados o parados en atriles, los candidatos se vieron involucrados en dos tipos de intercambios: entre sí y con periodistas; estos, por su parte, hicieron preguntas tanto desde un panel, como desde la posición del moderador. Las interacciones se desenvolvieron, en todos los casos, dentro de los límites impuestos por estrictas reglas concernientes a temas, tiempos y turnos de exposición.[7]
Los debates televisados de 1989, primeros encuentros entre presidenciables brasileños, sentaron, pese a sus limitaciones, las bases de una tradición hoy arraigada. Todavía hoy, en el centro de la agenda mediática y política, la realización de los duelos televisivos depende de la libre iniciativa de actores comerciales privados, que entablan relaciones de cooperación y competencia entre ellos. El debatir en televisión abierta y comercial es uno de los momentos más importantes de las campañas electorales brasileñas desde el retorno de la democracia.
La afirmación precedente debe ser, sin embargo, matizada, ya que en las dos elecciones siguientes, las de 1994 y 1998, los debates presidenciales televisados se vieron opacados por dos motivos concurrentes: por un lado, por la negativa del dos veces electo Fernando H. Cardoso a debatir (Leite, 2003; Machado, 2011); por el otro, porque ciertas prescripciones del Código Electoral respecto de la realización de este tipo de eventos resultaban incompatibles con las exigencias comerciales de la televisión, en la medida en que implicaban la obligación de invitar a todos los candidatos de un sistema altamente fragmentado y se temía, por lo tanto, una emisión larga, aburrida, con dificultad para generar y orientar la polémica (Weber & Abreu, 2010). Aun así, existe registro de al menos tres debates entre presidenciables previos a las elecciones de 1994, todos ellos producto de la iniciativa de diversas organizaciones de la sociedad civil. De nuevo, el formato de estos debates fue “clásico”.[8] En 1998, en cambio, asistimos a las únicas elecciones presidenciales desde el regreso de la democracia brasileña en las que no se realizaron duelos televisados entre los candidatos.
Bajo un paraguas legal menos desacorde a las necesidades de los medios,[9] desde el cambio de milenio, los debates se volvieron costumbre. En las elecciones de 2002, el impulso de las organizadoras TV Bandeirantes, Rede Record y Globo —cada una de las cuales dispuso su propio encuentro entre presidenciables antes de la primera vuelta de los comicios— contribuyó en el devenir de los debates televisados en verdaderos acontecimientos mediáticos.[10] Como novedad, durante esta campaña electoral se abrió el camino a la experimentación y a la diversificación de los formatos, a la innovación dentro de las posibilidades que ofrecía el género. Por primera vez, el encuentro organizado por Globo para la segunda vuelta adoptó la forma del norteamericano town hall meeting,[11] con la incorporación de preguntas del electorado en vivo, desde el lugar de transmisión.
Entró así en juego un nuevo actor en la escena de los debates: el ciudadano común, encarnado en la figura del votante indeciso. La puesta en escena para la ocasión acompañó las novedades: Globo situó a los contrincantes, Lula da Silva y José Serra, en una arena en la que podían moverse libremente, sin ceñirse a la rigidez de los atriles. A pesar de algunas variantes, en las elecciones subsiguientes la cadena mantuvo el mismo esquema, pero únicamente para los encuentros previos al ballotage. Entretanto, los enfrentamientos anteriores a la primera vuelta se asemejan más al formato clásico, tanto por la disposición de los participantes en el piso como por la dinámica de los intercambios entre políticos y un moderador o periodistas, de los que se excluye al público
En cualquier caso, desde los comicios de 2002 en adelante (al menos, hasta las últimas elecciones, de 2018), las cadenas brasileñas organizan, en total, más de un debate para cada vuelta. El impulso nace no solamente de los principales canales comerciales, sino también de la promoción por parte de canales regionales, de medios de prensa en sus portales online y de la red de medios religiosos. De la serie de encuentros participan la mayor parte de los candidatos invitados (de hecho, la práctica se mantiene a pesar de las eventuales ausencias de candidatos líderes en la carrera electoral[12]). En 2006 fueron organizados tres debates para la primera vuelta, y cuatro para la segunda; en 2010, nueve y cuatro, respectivamente; en 2014, cinco antes del primer turno y cuatro antes del ballotage; en 2018, hubo siete duelos previos a la primera ronda de los comicios. No hubo, en cambio, duelos previos a la segunda, por la negativa del favorito —y finalmente electo— J. Bolsonaro a concurrir.[13]
Como puede esperarse de lo expuesto hasta aquí, y dado el gran número de variables que se combinan en la producción de los debates televisados (Weber & Abreu, 2010; Machado, 2011), en la historia de los debates en Brasil convive una pluralidad de formatos. De base, como expresa Falconi-Pires (2017) por referencia a las categorías de Weber y Abreu (2010), hallamos modelos más convencionales junto a otros interactivos y complejos.[14] Entre las mayores novedades introducidas recientemente, destaca la incorporación de las posibilidades tecnológicas que ofrecen medios digitales: los últimos debates, de 2018, sumaron análisis en vivo de tendencias en redes sociales y preguntas y comentarios de internautas. También varían cuestiones como la duración, el orden de los bloques y la selección temática y la puesta en escena, así como, quizás en parte como producto de todo lo anterior, los niveles de audiencia y la repercusión en la agenda mediática de los encuentros. Nos extenderemos después sobre algunas de estas cuestiones, cuando examinemos el devenir del lugar relativo de los periodistas en el seno de esta creciente variedad de formas de debate en Brasil.
De la silla vacía a la cita con la historia: los debates presidenciales en la Argentina
En contrapunto con la profusa historia de debates televisados brasileños, la reseña del caso argentino no puede ser más que acotada. Para las elecciones presidenciales de 1983, que inauguraron el período democrático, las principales emisoras de televisión abierta, radicadas en Buenos Aires, pero con alcance nacional, se encontraban bajo control del Estado (Morone & De Charras, 2009; Postolski & Marino, 2009). De todos modos, acompañando la apertura democrática, como ocurría también en Brasil, en la Argentina se asistió a un revivir de las demandas de participación ciudadana y cultural (Com, 2009).
En este contexto, hubo vocación por promocionar debates en televisión, a diversos niveles y con desigual grado de éxito. La primera ocasión en que un estudio de televisión ofició de ring a dos políticos argentinos aconteció en 1984, a raíz de la convocatoria del entonces presidente R. Alfonsín a un plebiscito destinado a conocer la voluntad ciudadana respecto de las tratativas para resolver el Conflicto del Beagle. El encuentro entre representantes de las principales fuerzas políticas fue transmitido por Canal 13, con moderación de B. Neustadt.[15] Paralelamente, fue la época de los primeros debates televisados entre candidatos en competencia por cargos subnacionales. Así, en 1987 se organizaron duelos de cara a la disputa por la gobernación bonaerense entre A. Cafiero, candidato por el Partido Justicialista (PJ), y J. M. Casella, candidato por la Unión Cívica Radical (UCR).
Los debates entre presidenciables no corrieron la misma suerte. En 1989, los candidatos a la presidencia por el PJ, C. Menem, principal partido opositor, y la UCR, E. Angeloz, representante del oficialismo, fueron invitados a debatir con la conducción de Neustadt. La ausencia de Menem, simbolizada con una silla vacía en el estudio, supuso la conversión del debate en mera entrevista.[16] Menem para ese entonces ostentaba ya un cómodo primer lugar en las encuestas. Su posterior y holgado triunfo —47,51 % contra 37,10 %— dejó la impresión de que la incompetencia del oficialismo para resolver la hiperinflación tenía más peso que las ausencias televisivas del eventual nuevo presidente.
Después de este traspié inaugural, los debates presidenciales quedaron fuera de agenda durante los períodos electorales subsiguientes. El principal motivo fue la reiterada negativa de los líderes en la carrera electoral a concurrir a debatir en televisión. Tales son los casos de Menem en 1995 y de N. Kirchner en 2003 (paradójicamente, en este último caso en rechazo a la solicitud del expresidente Menem). A ello debe sumarse la imposibilidad de los principales partidos políticos y sus equipos de campaña de llegar a un acuerdo para un duelo televisivo en 1995 (Acosta & Campolongo, 2017, pp. 5-6) o, sencillamente, la falta de iniciativas que buscaran dar lugar a este tipo de encuentros —como aparentemente ocurrió entre 2007 y 2015—.
La tendencia al fracaso en gestionar debates presidenciales televisados en la Argentina viró en 2015. Ese año, una ONG, Argentina Debate, logró concretar dos encuentros. Con ciertos contratiempos derivados de la improvisada ausencia del candidato oficialista, D. Scioli, del Frente Para la Victoria (FPV), un primer debate fue transmitido por seis señales de TV de alcance nacional y regional[17] y por streaming. El éxito de esta primera instancia impulsó muy probablemente la realización de un segundo encuentro: antes del ballotage, Scioli accedió a debatir contra el opositor M. Macri en el vivo y el directo de la televisión. Este segundo debate fue transmitido por los cinco canales de aire con alcance nacional[18] y por seis canales de cable, alcanzando un pico de 54.8 puntos de rating;[19]también, por streaming, donde obtuvo aproximadamente 340 mil visitas en vivo.[20]
Más allá del éxito mediático de esta primera vez, los debates presidenciales en la Argentina cobraron cuerpo de ley al año siguiente. En 2016, el Congreso Nacional dio curso a la Ley 27.337, que sanciona la obligatoriedad de los debates presidenciales televisados. Más específicamente, otorga responsabilidad a la Cámara Nacional Electoral para organizar dos debates entre los candidatos a la presidencia de manera previa a la primera vuelta en los comicios, y uno adicional en caso de precisar una segunda ronda electoral. Adicionalmente, impone sanciones a los candidatos que se nieguen a debatir. De esta manera, en contraste con los intereses privados y comerciales que concurren en Brasil, en la Argentina actual, los debates presidenciales caen bajo la órbita de la iniciativa estatal. El modelo fue puesto a prueba en las últimas elecciones: en 2019 se realizaron los dos debates previstos antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. El triunfo de Alberto Fernández en el primer turno hizo innecesaria una tercera instancia.
El formato de la serie de encuentros en 2015 y 2019 fue el mismo. Se definió que los intercambios directos entre los candidatos dominaran casi la totalidad de la emisión, coronados por un monólogo de cierre (segmento que comparten todos los debates que hemos relevado para este trabajo, tanto brasileños como argentinos). Por supuesto, como es norma en el género, los tiempos dedicados a las preguntas y respuestas estuvieron pautados y definidos de antemano, así como el orden de exposición. También se predeterminaron los “bloques temáticos” que orientaron la discusión. Ni periodistas, ni ciudadanos interrogaron a los candidatos. Representantes de los primeros encarnaron la figura de moderadores, cuyo rol se limitó a la conducción del evento, mientras que los segundos, limitados al rol de espectadores (sea como asistentes o como telespectadores), tenían interdicta todo manifestación eufórica o disfórica. Por último, los duelos televisivos argentinos de 2015 y 2019 fueron similares en su puesta en escena, sobria, pero espectacular, marcada interdiscursivamente por memorias de situaciones de comunicación informativas (noticieros y programas políticos de opinión).[21]
Análisis. Los márgenes del periodismo: información, sospecha y experimentación
Hemos recorrido de manera sucinta la historia de los debates presidenciales televisados en Brasil y la Argentina. Una trayectoria larga en Brasil, con tiempo para la exploración y diversificación de los formatos, gestionada sobre todo por canales de aire privados, que contrasta con la entrada reciente de la Argentina a la organización de debates televisados, resultado del impulso de una ONG, primero, y del Estado después. De estos itinerarios divergentes, se desprenden diferentes modelos de debatir, que resultan manifiestos, entre otros aspectos,[22] en los lugares o roles variables que en ellos toman medios y periodistas.
Esta distinción se analizará con más detalle a continuación. Veremos que si bien los formatos actualmente en uso en ambos países restringen la actuación de los periodistas, las limitaciones son menos severas en Brasil que en la Argentina, y parecen obedecer a motivaciones ligeramente diferentes, que podríamos sintetizar así: a un común reconocimiento de la decreciente “autoridad” del periodismo ante su público, los debates presidenciales argentinos agregan el temor de los actores políticos a la parcialidad de los medios.
Periodistas brasileños y argentinos ejercen —como ya hemos mencionado— un rol aparentemente análogo y reducido en los respectivos debates. Comencemos por revisar la manera en que se ha indagado este fenómeno en Brasil. Analistas de los debates presidenciales televisados allí han hecho hincapié en la paulatina pérdida de protagonismo de los periodistas en la emisión. Leite (2003), por ejemplo, constata que con la introducción del mentado town hall meeting —el novedoso formato incorporado por Globo para la segunda vuelta de las elecciones de 2002, al que nos referimos en el apartado anterior— se produjo un “vaciamiento” del rol crítico del periodista, que pierde la posibilidad de interpelar libremente al político.
En la misma dirección, luego de examinar la evolución de los debates anteriores a la segunda vuelta organizados por Globo, Falconi-Pires (2017) encuentra que “hay aspectos que señalan una transformación en el comportamiento del medio en relación con el discurso político en el debate, más específicamente en lo que respecta a la puesta en escena del género”. Mientras en 1989 los representantes de las emisoras de TV podían interpelar al candidato, ya que “los periodistas poseían credibilidad” para hacerlo, con el nuevo siglo “el periodista sale del lugar de quien pregunta, de manera gradual (...) ocupa un lugar apenas de mediador, lo que promueve un cambio de foco, que ahora está dividido entre los candidatos y los electores indecisos presentes en los debates” (todas las referencias corresponden a 2017, p. 125).
De manera similar y elocuente, Verón (2003) leía en estas transformaciones una estrategia preventiva. La televisión, en calidad de institución mediática y organizadora de los debates, hacía una retirada “elegante” de cara a una progresiva crisis de legitimidad del discurso informativo en el campo político. La desarticulación de los intercambios entre políticos, electores indecisos y periodistas que prescribían las normas de los nuevos formatos de debate parecía expresar cuestionamientos crecientes al periodismo y un deterioro de la confianza ciudadana en la información televisada. En los términos del autor, el esquema propuesto para el encuentro de 2002 por la cadena Globo:
Puede ser entonces comprendido, no como expresión de una legitimidad definitivamente adquirida, sino como una configuración de precauciones que podrían indicar que los responsables de los medios de comunicación saben, o al menos consideran, que están avanzando en un terreno repleto de peligros. (2003, p. 174)
Semejante interpretación acerca del repliegue del rol crítico, o cuanto menos interrogador, de los medios respecto del campo político parece, a primera vista, ajustarse al caso argentino. Recordemos, de la sección anterior, que el esquema propuesto para todos los debates realizados hasta la fecha —tanto en 2015 como en 2019— excluye la posibilidad de que el moderador formule preguntas o comentarios que intercedan en el intercambio entre los candidatos. Los medios deben ser neutrales. De hecho, entre el primer y segundo encuentro de 2015 —los primeros que se realizaron en el país— se ajustó el reglamento del debate de modo de fortalecer los límites a la intromisión de los periodistas en el intercambio entre los candidatos. Quizás como consecuencia de un rol moderador más “descontracturado” que el esperado en el primer encuentro,[23] de cara al siguiente se incorporó expresamente una cláusula que vedaba los comentarios por parte de los presentadores durante la transmisión.[24] Por añadidura, de acuerdo con lo expuesto por un integrante de la ONG Argentina Debate —institución organizadora de los eventos en esa oportunidad— entrevistada para la ocasión,[25] se obligó a que las personalidades designadas al cargo firmasen un acta pública que los comprometía a atenerse a las reglas pautadas entre las partes. Adicionalmente, al lado de estos conductores coartados, ninguno de los debates argentinos —ni los inaugurales de 2015 ni los de 2019— incorporó periodistas a modo de panel. En suma, el papel de los periodistas, en tanto representantes de la institución mediática durante el desarrollo polémico de los intercambios, es sancionado negativamente —incluso de forma reglamentaria—.
Ahora bien, mientras que en Brasil la “retirada” de los periodistas, según se ha argumentado, parece responder a su —¿anticipada?— pérdida de credibilidad, los avatares del caso argentino parecen ilustrar adicionalmente la existencia de una tensión intersistémica —entre el sistema político y el sistema de medios masivos— que afecta a las atribuciones de los medios de comunicación respecto de los agentes del campo político. El entredicho radica en que los objetivos comunicacionales de periodistas y políticos en la actualidad se superponen: ambos desean interpelar a los ciudadanos, hablar en nombre de ellos y expresar un sentir mayoritario. Los primeros pretenden legitimar su rol de mediadores entre los segundos y los terceros; para ello, el recurso habitual consiste en alegar la supuesta neutralidad del medio. Del lado contrario, la política ejercitará diversas estrategias destinadas a sortear la intercesión del periodismo: se esforzará por contenerlo, preferirá las situaciones de comunicación controladas y, en el límite, impugnará el lugar pretendidamente neutral del discurso de la información, denunciando sus intereses, sus contradicciones, sus sesgos.
En la Argentina de 2015, este conflicto era abierto y formaba parte de la agenda pública. Nadie desconocía las disputas del kirchnerismo con las principales corporaciones de medios —y con algunos de los principales periodistas y analistas políticos— aun cuando hubiera discrepancias acerca de su motivación (Vincent, 2011; De Diego, 2014). En tales condiciones, el cuidado puesto en circunscribir el papel de moderadores en los debates presidenciales era producto no solo de una cierta sospecha que pesaba sobre el periodismo argentino en torno a su vocación de verdad, sino también de un temor de los agentes políticos (de los candidatos, o de alguno/s de ellos) a la pregunta “impune”, pretendida pero falsamente “objetiva” e “independiente” de los periodistas/moderadores.
En esta línea, en un trabajo anterior (Franco-Häntzsch, 2017) sugerimos que el lugar “acorralado” de los periodistas en los enfrentamientos televisados argentinos de 2015 parece ser consecuencia no solo de su pérdida de credibilidad, sino, también, de una elevada desconfianza. De acuerdo con lo expuesto por la persona representante de Argentina Debate entrevistada entonces, los periodistas fueron silenciados a pedido de los candidatos. Caso contrario, no accederían a debatir. En palabras del informante:
Cuando vos ves, finamente, la producción del debate, fue un debate más bien ‘protegiendo’ en cierta forma a los candidatos, para que realmente se animen a dar ese primer paso. (...) Cuando íbamos un poquito más agresivamente nos frenaban (..). [U]na cosa que nos sorprendió [fue que] hubo mucha alineación en la forma de pensar de los equipos de campaña de todos los candidatos. Por ejemplo, una de las cosas que nosotros queríamos era que el moderador pudiera hacer una pregunta. No fue aceptada. Preferían la pregunta entre candidatos a la pregunta de un moderador de un medio determinado que podía tener una intención determinada. Entonces, fijate que el rol del moderador fue, realmente, moderación pura, sin ningún tipo de contenido. (Entrevista. El énfasis es propio)
A un recelo similar puede entenderse que responde la ausencia de D. Scioli, el candidato oficialista, al primer debate.[26] La crisis de legitimidad del periodismo y la sospecha que guardan los agentes políticos ante esa vocación informativa “falsamente desinteresada” conducen, en conjunto, a que los periodistas no tengan otra opción que limitarse a ser mediadores; es más: imponen al medio “la carga de la prueba” de evidenciar su pretendida neutralidad. En esta línea, la referida rigidez de las normas que acotaron la actuación de los periodistas-moderadores constituye un reaseguro, una garantía: “Los candidatos no querían a los periodistas preguntando”, afirmó, de hecho, María O’Donnnell, una de las periodistas designadas para la moderación del debate presidencial de 2019.[27]
Similarmente, otro modo en que se manifestó la vocación por demostrar la neutralidad del medio en la organización de los debates argentinos fue la búsqueda de equilibrio entre los actores que ocuparon dicho rol. Para 2019, de acuerdo a las disposiciones de la Ley, el nombre de las ocho personas que habrían de moderar los dos debates obligatorios fue objeto de discusión y consenso entre los equipos de los candidatos. Asimismo, se buscó expresamente que la elección final respetara la diversidad en cuanto a género, origen (según un criterio federal) y filiación institucional.[28] La posición marginal de los periodistas-moderadores a la hora de intervenir como polemistas o interrogadores en el debate —tarea delegada exclusivamente a los políticos— aparece entonces balanceada por su peso en términos de representación y gestión de la mediación: como mediadores, los periodistas —y por tanto, la institución mediática— regulan el vínculo entre los agentes políticos y los espectadores; como representantes, expresan, desde el punto de vista de los organizadores, no tanto la posición de los ciudadanos/público —ya que no pueden hablar en su nombre, sino solo en nombre de la institución mediática— como su composición y distribución —desde un punto de vista heteronormativo y corporativo, claro está—: equilibrio entre mujeres y varones, equilibrio entre Capital y provincias.
La cantidad y diversidad de debates presidenciales en Brasil —si comparamos con su organización centralizada desde el Estado o una ONG en la Argentina— relativiza esta dimensión representativa: organizados por canales privados y por diversos actores del ámbito privado y público, desde iglesias hasta medios regionales, cada emisora designa a sus propias figuras para encarnar los papeles de periodistas y moderadores. Son periodistas del canal, no representantes de un servicio público centralizado. Prima la competencia entre los agentes mediáticos: la captación de público es tan importante como la difusión de información para consumo y provecho ciudadano. Por esa razón, la idea de neutralidad u objetividad dentro de cada debate es defendida —o impulsada, en todo caso— en nombre de un ideal de periodismo y no en nombre de una supuesta neutralidad y equidistancia de la institución organizadora, como en la Argentina, donde una ONG primero y el Estado después, a partir de la Cámara Nacional Electoral, se pretenden ajenos a todo interés sectorial.
Habiendo constatado la rotunda negativa a que los periodistas intercedan en el desarrollo de los debates argentinos, retornamos así al examen de los brasileños. Cuando abrimos esta sección, remitimos a investigaciones que observaban el gradual retiro de los periodistas del lugar protagónico que supieron ocupar en los primeros debates presidenciales en Brasil. Como evidencia, estos exámenes ofrecían la novedad del formato que la cadena Globo introdujo para la segunda vuelta de 2002. En vista de la centralidad mediática de la emisora líder, y de la continuada aplicación de este esquema, la evaluación ilumina al menos una parte de la evolución de los modelos de debate en el país. Ahora bien, consideramos importante matizarla. No solo a la luz del caso argentino, sino de un examen más pormenorizado de la diversidad de formatos de debate que conviven en la actualidad brasileña.
Comencemos por acordar con la parcial disminución de la participación de los periodistas durante el desarrollo de los debates en Brasil. Recordemos que durante las primeras emisiones de las que se tiene registro —1989 y 1994— era habitual que los representantes de las cadenas de televisión dominaran la totalidad del encuentro. Por ejemplo, en los dos debates que el pool de emisoras organizó de manera previa al ballotage en las primeras elecciones presidenciales directas a la vuelta de la democracia, cada uno de los cuatro bloques temáticos fue abierto con una pregunta del propio moderador hacia ambos contendientes, L. da Silva y F. Collor de Mello. A esta seguían los interrogantes de parte de un panel de periodistas. Dado el carácter colectivo de la organización en esa oportunidad, cada emisora designó a sus propios moderadores y periodistas, que se alternaron durante el desarrollo del encuentro —señalando, al parecer, la relevancia que, para el medio, conlleva “figurarse” en pantalla—.
Similarmente, en los debates de 1994, en particular en el que tuvo lugar en TV Bandeirantes, se introdujo el papel del periodista especializado, que apostaba a conferir autoridad al medio. En otro nivel, además, cabe recordar que la propia Asociación de Prensa Brasilera tomó a su cargo la realización de uno de los tres encuentros de los que se tiene registro para esa ocasión, transmitido por TV Manchete. En suma, en los tempranos debates presidenciales televisados brasileños, el rol de los periodistas era visible y central, sobre todo en el contraste con el lugar que ocupaban los electores —en consideración de la relevancia que estos últimos adquirieron después—, pero, también, con el reducido tiempo destinado a que los debatientes interrogaran a sus contrincantes. En cambio, en los años subsiguientes, como ya hemos señalado antes, los debates en Brasil ofrecen progresiva visibilidad a las actuaciones de los propios candidatos y de figuras representantes del público, en una apuesta por poner en escena nuevos tipos de interacciones.
Con todo, si se extiende la mirada al conjunto de los debates brasileños, es decir, a la pluralidad de encuentros organizados por diversas cadenas de alcance nacional y regional para ambas vueltas electorales desde el retorno de la democracia, se imponen ciertos matices.
Empezaremos por destacar que el espacio dedicado a que los representantes mediáticos interroguen a los políticos, si bien se ha reducido, se mantiene en la mayor parte de los encuentros. Por ejemplo, el que RedeTV! organizó para la primera vuelta de 2010 contemplaba tres bloques de intercambios directos entre los candidatos, y dos en los que los periodistas iniciaban la interlocución. En la emisión de Rede Bandeirantes para el primer turno de 2014, el equilibrio era más notorio: dos bloques de cada tipo. Ese mismo año y turno, SBT y Grupo Folha organizaron uno en que los periodistas intervinieron en uno de los tres bloques.
En síntesis, encontramos una balanza ligeramente inclinada en favor de las preguntas entre debatientes, pero la actuación de los periodistas sigue vigente. Asimismo, muchos debates mantienen la pregunta de apertura en la voz del moderador, que en algunos casos es expresamente adjudicada a los productores. Se pueden mencionar, por caso, cada uno de los encuentros que organizaron, respectivamente, TV Gazeta, RedeTV! y Bandeirantes para la primera vuelta de 2010; o el de Record en la primera vuelta de 2014 (a pesar de que su conductor alegó que “el debate Record privilegia la interacción entre los candidatos”) o el de RedeTV! para la misma ocasión de 2018.
Ajustando los límites de las continuidades observadas, cabe apuntar que, de todos modos, respecto de las que formulaban en 1989, las intervenciones de los representantes del medio parecen cada vez menos contenciosas. A la vuelta de la democracia, los moderadores enfocaban cuestiones concretas y en agenda. Por ejemplo, M. G. Bastón de Toledo abre el primer bloque del debate en TV Bandeirantes durante el primer turno de 1989 interrogando: “[Ante la situación que vive el pueblo brasileño,] ¿cómo reducir la inflación, garantizar las inversiones necesarias y mantener una política salarial satisfactoria? ¿De dónde va a salir el dinero, cuáles son las medidas concretas?”. Los periodistas que en ese entonces ocuparon el rol adicional de entrevistadores, por su parte, no perdían ocasión para desafiar a los candidatos en cuestiones particularmente sensibles: por ejemplo, las preguntas acerca de su fe al ateo F. H. Cardoso ante la creyente audiencia brasileña en un debate para la Prefectura de San Pablo (Leite, 2003), o la instigación, en el segundo turno de 1989, a que Lula da Silva diera su parecer acerca de las “lecciones” que podían ser extraídas de la experiencia soviética de cara a un eventual gobierno del PT (Falconi-Pires, 2017).
En la actualidad, las preguntas están lejos de ese grado de provocación. Por caso: “Candidato, escoja el tema que considera más importante que sea presentado esta noche, a 21 días de la elección, y explique su posición y su propuesta de gobierno respecto de este tema que elige” (debate en Rede Bandeirantes, previo a la segunda vuelta de 2010), o bien: “¿Por qué el Sr. o la Sra. quiere ser presidente de la República?” (debate en SBT/ Portal UOL para la segunda vuelta de 2014). Como se observa, en lugar de polemizar, los interrogantes recientes introducen sentencias de carácter amplio y general, que habilitan a que los debatientes hagan una apertura libre.
En una consideración adicional, hemos constatado diferencias entre los encuentros que en Brasil se organizan con antelación a la primera y a la segunda ronda electoral. Mientras que en la primera ronda los periodistas conservan espacios de participación —tal como referimos y ejemplificamos— en la que antecede al ballotage la tendencia consiste en propiciar la interacción directa entre candidatos, con poca o nula intervención de periodistas. Cabe subrayar, además, que la principal cadena del país, Globo, también propone formatos diferentes antes de la primera y la segunda vuelta electoral, pero en ninguno de los casos prevé que periodistas de la cadena interroguen a los candidatos.
Resultados
El cuadro a continuación (Tabla 2) ofrece una síntesis de lo elaborado en el cuerpo de este trabajo.
Nota. Elaboración propia, con base en lo investigado para este trabajo y en oportunidades anteriores.
En definitiva, nuestro artículo se ha esforzado en poner de relieve que el papel de periodistas y representantes de medios en el desarrollo de los debates presidenciales difiere entre Brasil y la Argentina. Si bien en los primeros han debido ceder paulatinamente su rol inquisidor para que los candidatos y los propios electores tomen la posta en la interacción que se despliega en el estudio de televisión, su figura conserva cierta visibilidad que no logran obtener los periodistas argentinos. Estos últimos, bajo el foco de la sospecha, parecen conminados a demostrar su equilibrada neutralidad, en un escenario auspiciado por un agente que se pretende invariablemente imparcial, la ONG Argentina Debate en 2015 y el Estado nacional a desde 2019 en adelante (conforme lo prescripto en la Ley de 2016). No pueden aspirar, en este escenario, más que a atenerse a la acotada conducción del encuentro, sin intervenir u orientar el diálogo entre debatientes.
Breves consideraciones finales
Las campañas electorales en Brasil y la Argentina integraron los debates presidenciales como parte de su agenda. Como rituales, son prácticas comunicacionales que pretenden medir el pulso de la relación entre política, medios y ciudadanía. La actual diversidad de modelos y formatos en Brasil y la organización centralizada en la Argentina buscan atraer, pese a sus contrastes, la atención y el interés de los espectadores. En cada caso, se trata de un equilibrio precario que expone las relaciones sociales, comunicacionales y las luchas políticas entre las diferentes esferas involucradas.
La trayectoria de los debates presidenciales en la Argentina y Brasil es desigual, pero de los dos lados de la frontera despiertan elogios y críticas análogas (sobre el valor de los debates para la democracia, sobre el papel de los periodistas, sobre el bajo nivel de argumentación, sobre la escasa participación ciudadana, sobre los excesivos cuidados en torno a los candidatos); cuestión que, por otro lado, es propia del género en todas las latitudes (Schroeder, 2000; Milcovic, 2014), y que hace, precisamente, a la buscada centralidad del acontecimiento. En el marco de este entramado de relaciones tensionadas que subyacen a los encuentros televisados entre candidatos, nos preguntamos ¿a qué obedece el lugar efectivo de los periodistas en las emisiones brasileñas y argentinas?
La respuesta surge de la convergencia de la primera y la segunda sección de este artículo. Los debates presidenciales tuvieron origen temprano en el gradual tránsito hacia un régimen competitivo en Brasil, en una era en la que la televisión se consolidaba como arena privilegiada del intercambio político. En este escenario dominaban actores privados y comerciales de peso que tomaron la iniciativa para organizar duelos entre presidenciables, sentando el precedente de una tradición que se ha perpetuado hasta la actualidad.
En la Argentina, en contraste, en el contexto de una transición más complicada y con canales en manos de la saliente dictadura, los debates electorales televisados fueron postergados. En adelante, ante continuadas turbulencias, los candidatos con mayores chances de éxito electoral encontraron excusas para eludir —cuando hubo— el anhelado encuentro. Los debates presidenciales televisados recién vieron la luz tras 25 años de convivencia democrática, en un entorno mediático transformado, en dos sentidos: uno, por la penetración de nuevas tecnologías y por la apertura comercial internacional que puso en cuestión la privilegiada posición de mercado de los principales actores mediáticos privatizados durante la década de 1990 (Becerra, 2015); por otro, por la pública puesta en cuestión de la legitimidad de medios y periodistas de erigirse en voceros neutrales de “la gente”, la ciudadanía-audiencia.[29] En el marco de ambas debilidades, una organización civil, primero, y el propio Estado después, aportaron sus credenciales en calidad de garantes de la neutralidad de la arena de disputa. Cláusula irremplazable de estos encuentros fue, en consonancia con lo expuesto anteriormente, restringir la actuación de los periodistas, sospechosos de sesgo y velados intereses.
Así, el caso argentino invita a formular una hipótesis sobre la marginación de los periodistas en respuesta a su capacidad para dañar la imagen pública de los políticos. Esta es complemento de una hipótesis que entiende que la marginación de los periodistas de los debates es consecuencia de su deslegitimación como guardianes de la verdad pública, del deterioro “secular” de su imagen a los ojos de la ciudadanía que, hemos visto, parece describir también la trayectoria de los formatos de debate en Brasil. En esta línea, desde ya, los periodistas brasileños no han salido indemnes de análogas transformaciones a las que acorralaron a sus contrapartes argentinas; sin embargo, los matices y diferencias halladas sugieren que existen mecanismos de “trayectoria dependiente” (Pierson, 2004) por los cuales el distinto momento en el que se inscribe el origen de la practica en uno y otro país tiene consecuencias sobre los intercambios que es plausible poner en escena en la actualidad.
Los debates ocupan el centro del escenario público durante los días anteriores y, sobre todo, posteriores a su realización. Aunque todo parece indicar que no modifican las tendencias electorales,[30] son momentos fuertes de las campañas presidenciales, y se presentan ante la audiencia como un ritual de celebración de la democracia misma. Son el resultado de arduas negociaciones entre representantes del mundo político y representantes del mundo periodístico. Es un delicado equilibrio al que las partes asisten con credenciales adquiridas a lo largo de la historia, hecho de negociaciones, interdictos y contención.