Introducción
Los hámsteres tienen una naturaleza activa, inquieta, genéticamente dispuesta al movimiento, por esta razón los seres humanos han diseñado para estos roedores el mecanismo de la “rueda del hámster”, donde pueden correr por varios minutos en una ejercitación que en muchas ocasiones resulta curiosa, extraña, entretenida o simplemente absurda. Nos preguntamos ¿por qué el animalito corre y corre en una acción impetuosa de movimiento? Los expertos en la materia dicen que para quemar la energía natural que la especie tiene y que, al estar en cautiverio, no puede hacerlo de otra manera.
Para el objetivo de este artículo, la imagen de la rueda del hámster resulta adecuada para examinar ciertas posturas filosóficas que retratan la sociedad actual y el cúmulo de experiencias emocionales que suscita el capitalismo de consumo. El filósofo Byung-Chul Han, en algunas de sus obras más emblemáticas, ha planteado el malestar de esta época al mostrarnos un mundo en donde los eslóganes “Tú Puedes”, “Tú eres un ser de éxito”, “Lo vas a lograr” constituyen el lugar común donde confluyen miles de personas que persiguen la optimización personal y el incremento de la eficiencia sin límite (Han, 2012). “Tú puedes en el trabajo…” en el gimnasio, en la familia, en las relaciones sociales, en la vida de pareja, en el emprendimiento de negocios, etc. Pero, tanto en el hámster como en los seres humanos las emociones juegan un papel fundamental en cuanto están motivando constantemente acciones, actitudes y comportamientos. El hámster es movido por emociones básicas, propias del desarrollo cognitivo de su especie, y el animal humano es movido por emociones complejas en donde juegan un papel preponderante los juicios, las creencias y los actos de valoración acerca del mundo (Pinedo y Yañez, 2020).
De acuerdo con lo anterior, el impacto de las emociones en lo que Han ha denominado “sociedad del rendimiento” no se ha analizado suficientemente. El siglo XXI introduce una configuración emocional única, intrínsecamente entrelazada con las perspectivas neoliberales que dominan el panorama mundial. La lógica de la economía neoliberal ejerce su dominio sobre la experiencia humana al llevar la dinámica del capital a extremos notables, influyendo poderosamente en el diseño del sujeto emprendedor de sí mismo. Lentamente, nos sumergimos en la ilusión de que es posible aplacar el anhelo de una vida plena mediante la aceleración del consumo. Asistimos, entonces, a la sustitución constante de productos, con la creencia errónea de que la adquisición de una nueva mercancía puede proporcionar una felicidad más duradera (Censi, 2022). Sin embargo, en realidad, ninguna mercancía tiene el poder de satisfacer completamente los deseos humanos y brindar un sentido genuino de plenitud. El capitalismo, centrado en el hiperconsumo, se ve impulsado, entonces, por una amalgama de emociones y pensamientos que nos conducen a la extenuante carrera que caracteriza la rueda del hámster. Este factor emocional es el que justamente merece ser investigado en la actual sociedad del rendimiento.
Teniendo como trasfondo el diagnóstico que Han hace de la atmósfera social, política y económica de nuestro tiempo, este artículo se aproxima a ciertas asunciones teóricas del filósofo surcoreano, pero leídas a la luz de determinadas comprensiones provenientes de la filosofía y psicología de las emociones, especialmente, explorando las reflexiones de una autora emblemática de nuestro tiempo: Martha Nussbaum (1997, 2003, 2008), aspecto que abre nuevas derivas para seguir discutiendo la condición humana y su destino en medio del torbellino de cambios que marcan esta época histórica de transición.
En este contexto, puede establecerse una conexión entre estas perspectivas al considerar cómo las emociones, según Nussbaum, podrían estar influyendo en el comportamiento de autoexplotación que Han (2014a) detalla en su análisis de la sociedad del rendimiento. Concretamente, la ansiedad, el miedo al fracaso y la insatisfacción constante podrían ser emociones propulsoras que llevan a las personas a someterse a una presión autoimpuesta, buscando rendir más y alcanzar estándares cada vez más exigentes en términos de productividad, éxito personal o reconocimiento social. Al mismo tiempo, también podríamos señalar que la crítica de Han a la sociedad del rendimiento destaca los riesgos de alienación y desconexión social, que pueden surgir de la obsesión por la productividad constante, y estas implicaciones podrían tener vínculos con las ideas de Nussbaum sobre la importancia de las relaciones sociales y el manejo emocional para una vida humana plena (Silva et al., 2023).
Siendo esto así, aunque Nussbaum y Han vengan de tradiciones filosóficas distintas, es viable explorar la convergencia de sus ideas al preguntarnos ¿cómo las emociones influyen y son influidas por la sociedad del rendimiento?, y ¿cómo estas dinámicas del mundo actual inciden en la capacidad de las personas para llevar vidas satisfactorias o con propósito?
Para esclarecer la interrelación entre emoción y sociedad del rendimiento, se aborda la reflexión en dos secciones. En la primera parte, se examinan ciertas teorías cognitivas relevantes sobre los orígenes de las emociones. Estas teorías conceptualizan las emociones como reacciones con valencia ante eventos, agentes u objetos, resaltando las representaciones, creencias y evaluaciones del mundo que subyacen a los estados emocionales. Después de delinear la estructura cognitiva de estas experiencias humanas, el artículo se centra en el pensamiento de Byung-Chul Han para analizar la influencia de las emociones en el individuo del siglo XXI, caracterizado por la omnipresencia de tecnologías, entornos virtuales de interacción social y la cultura de consumo que incide de manera significativa en la configuración tanto de su identidad individual como colectiva.
La estructura cognitiva de las emociones que impulsa al hámster
En el mundo antiguo, los estoicos se destacan entre los primeros pensadores en realizar un análisis detallado de las pasiones desde un enfoque cognitivo (πάθος, término asociado en la Antigüedad con intensos estados afectivos que provocan una significativa alteración del ánimo). Los tratados estoicos acerca de las pasiones prefiguran con gran autenticidad diversos temas que serán retomados por la filosofía y la psicología contemporánea de las emociones, de ahí su valor para comprender algunas propuestas actuales que defiende un fuerte vínculo entre emoción y cognición, y una relación estrecha entre la dimensión emocional del ser humano y la vida moral (Knuuttila, 2004). Autoras como Nussbaum (2003) nos remiten al pensamiento estoico como fuente de lo que se denomina hoy en día “inteligencia de las emociones” o también “estructura cognitiva de las emociones”, al respecto la autora dice:
Los estoicos nos ofrecen, pues, una visión precisa de las pasiones: las emociones no son simplemente ciegas erupciones de afecto, sacudidas o sensaciones que se reconocen y distinguen unas de otras por la cualidad sentida en cada una de ellas. A diferencia de apetitos como la sed y el hambre poseen un importante elemento cognitivo. Las emociones encarnan maneras de interpretar el mundo, los sentimientos que las acompañan van ligados y se apoyan en creencias o juicios que constituyen su base o fundamento, de tal manera que las emociones en su conjunto pueden calificarse adecuadamente de verdaderas o falsas, así como de racionales o irracionales, según la valoración que hagamos de las creencias que las fundamentan (Nussbaum, 2003, pp. 459-460).
Teniendo en cuenta este trasfondo de ideas, se puede avanzar en el análisis de esta doctrina “cognitivo-evaluadora” acerca de las emociones, la cual nos pondrá en contexto para comprender ciertos síntomas que surgen en la actual sociedad del rendimiento. Se atribuye a Crisipo un viejo texto Sobre las pasiones, que recoge diversas enseñanzas estoicas al respecto. Este es un documento recuperado doxográficamente por Diógenes Laercio y otros autores como Galeno, nos da cuenta sobre cierta concepción antigua de las emociones entendidas como creencias o juicios de valor (Long, 1996). Según la doctrina estoica, las emociones tienen que ver con la forma en que se valoran objetos y situaciones con una valencia buena o mala, y en relación con un tiempo presente o futuro. Si es sobre un objeto o acontecimiento del presente, el juicio implicará emociones de placer (hedoné) o dolor (lupé), y si es acerca del futuro implicará una emoción de apetito (epithumia) o miedo (phobos) (Knuuttila, 2004).
Crisipo, por tanto, introduce la idea de las pasiones (emociones) como un tipo de creencia (doxa) o juicio evaluativo (krisis), que determina una propiedad buena o mala en los objetos: esto es X, y X es un gran bien o un gran mal, por tanto, se reacciona a X de determinada manera emocional. El miedo, por ejemplo, implica el pensamiento de que en el futuro pueden acontecer cosas malas e importantes que no somos capaces de impedir. La ira se estimula con el pensamiento de que otro ha dañado gravemente algo a lo cual atribuimos gran valía. La pena implica el pensamiento de que nos han privado de algo o alguien extremadamente importante (Nussbaum, 1997).
Como puede verse, en esta reflexión resalta la idea de valoración o evaluación cognitiva que es necesaria para que surja una emoción. Pasamos por la vida con diversas opiniones y sistemas de creencias acerca del modo cómo funciona el mundo, acerca del tipo de criaturas que somos en esta tierra y también acerca de las metas a las que aspiramos en distintos momentos de nuestra vida (Graver, 2007). Para Crisipo, la gente común y corriente, motivada por creencias particulares, asignan un valor intrínseco a un sinnúmero de bienes externos, por ejemplo, a la amistad y el amor, bienes que por su naturaleza son inestables y fuera de nuestro control. Además, la mayoría de las personas se ven a sí mismas como seres sociales que desean ser reconocidos de determinada forma en la comunidad política a la cual pertenecen; por tal motivo, la pérdida de la buena posición social o de privilegios a los que suelen estar acostumbrados, hace que desarrollen en su interior la creencia de que se ha perdido algo intrínsecamente valioso en su vida o que se han alejado de la felicidad de la que otros gozan (Crisipo de Solos, 2006).
Muchos individuos también creen que la vida buena no puede alcanzarse sin una cierta cantidad de alimentos, dinero, vivienda, salud corporal, belleza, honores por el éxito alcanzado y el amplio disfrute del placer sexual, objetos que consideran necesarios para la eudaimonía o vida plena y consumada. Al concebir a las emociones como juicios de valor, los estoicos consideran que los padres, las personas que nos cuidan durante la infancia, los pedagogos y las mismas ideas presentes en la sociedad a la que pertenecemos, pueden generarnos falsas creencias que influyen en la aparición de estados emocionales descontrolados (Pinedo, 2021). Crisipo intenta atribuir buena parte del origen de las pasiones (o emociones) a elementos externos: las costumbres que nos enseñan desde niños, los valores que persigue la sociedad y las ideas presentes en el entorno que nos persuaden de que todo dolor es un mal, y que, por el contrario, todo placer, fama y reconocimiento es un bien, de ahí que estas valoraciones cognitivas empiecen a echar raíces en nuestra alma desde muy temprano generando sus respectivos estados emocionales (Brennan, 2005; Tieleman, 2003).
En este contexto de ideas estoicas sobresale la tesis de que existen falsas creencias que turban nuestra vida, pero no todas se hallan en la superficie del yo, muchas de ellas penetran profundamente en el alma, ejerciendo a menudo su silenciosa influencia por debajo del nivel de la conciencia, para luego visibilizarse a través de las pasiones que expresamos a diario. Estas falsas creencias se convierten en una enfermedad del alma cuando hacen que nos volvamos dependientes de cosas, personas y situaciones más que de nuestro propio juicio, y cuando finalmente obstaculizan el florecimiento humano (Nussbaum, 2003). Las falsas creencias echan raíces en el barrio, en la escuela, entre los amigos, en la familia, y con el tiempo cada uno desarrolla su propio cultivo en la mente, sin recordar ya en qué lugar adquirió las semillas de muchos estados emocionales que lo dominan.
Resulta sorprendente cómo, a más de dos mil años de distancia del mundo actual, las doctrinas estoicas ya tenían una destacada postura crítica frente a la sociedad de su tiempo, basados en el análisis de las emociones. Crisipo, Séneca, Marco Aurelio y otras voces muy calificadas de esta corriente ya ponían el dedo sobre un nervio muy sensible en los seres humanos: la estructura cognitiva de las emociones y sus repercusiones en el mundo social. La tesis de Crisipo continúa siendo una de las más notables en la historia de la filosofía, al afirmar que las pasiones son formas de falso juicio o falsa creencia (Bergua, 1936). También el pensador antiguo adelantaba una solución a la situación: si las pasiones son modificaciones de la facultad racional, entonces, una adecuada terapéutica que modifique suficientemente los juicios, buscando los correctos y colocando en su lugar los falsos, sería una buena alternativa para seguir adelante en el complejo arte de vivir (Crisipo de Solos, 2006).
En décadas más recientes encontramos una renovación del interés por comprender la dimensión cognitiva de las emociones en formulaciones como las propuestas por Arnold (1960), Lazarus (1991), Frijda (2007), Solomon (2003) y Nussbaum (2008), que afirman cómo el cambio físico que se da en algunas experiencias emocionales, en sí mismo, no es suficiente para explicar la diversidad y la riqueza de la expresión emocional humana, pues en el fondo lo que evidenciamos es que las emociones, fundamentalmente, están precedidas de actos de valoración que son los detonantes de diversas actitudes y comportamientos.
Una teoría cognitiva de la emoción, de la cual hay versiones filosóficas y psicológicas, es aquella que incluye constitutivamente algún aspecto del pensamiento, usualmente una evaluación, juicio o creencia de cierto tipo, que es central para el concepto de emoción (Plutchik y Kellerman, 1980). Esta noción incluye el enfoque según el cual las emociones tienen intencionalidad y, por tanto, tienen objetos intencionales. El concepto de intencionalidad, como aquí se entiende, es un rasgo de ciertos estados mentales que consisten en “ser sobre algo” o dirigirse hacia algo. Aquello sobre lo que es o a lo que se dirige un estado mental intencional se reconoce como su objeto intencional. Es un término que remite a la tesis propuesta por Brentano en sus textos El origen del conocimiento moral y Psicología desde un punto de vista empírico. En esta última obra, publicada en 1874, el psicólogo plantea cómo la conciencia tiene una estructura intencional, es decir, los actos de conciencia se dirigen intencionalmente a objetos, lo que significa que aluden a personas, cosas o situaciones: cualquier persona que piensa, piensa en algo; y cualquiera que tiene miedo, lo tiene por algo. Es en este contexto donde se afirma que las emociones son actos intencionales basados en fenómenos intelectuales y dirigidos a valores (Brentano, 1935).
El enojo, los celos o la culpa son sobre algo, tienen un objeto al cual se dirigen. Si Pedro experimenta enojo porque Juan lo ofendió, esa emoción se enfoca directamente en Juan como objeto, debido al insulto percibido o que cree haber recibido. De esta forma, se aleja la emoción de la tendencia al irracionalismo, señalando su capacidad para informarnos y orientarnos sobre cierta parte del mundo con la cual tenemos relación, a la vez que es una motivación para nuestras acciones (Ortony et al., 1988; Solomon, 2007).
Los filósofos y psicólogos defensores de la teoría cognitivo-evaluativa de las emociones sostienen la tesis según la cual la cognición y la emoción son interdependientes (hay interrelaciones, recíprocas, entre emoción y cognición). El fondo de las emociones es, básicamente, racional, por tanto, no se puede establecer la frontera tradicional entre razón y emoción que es una herencia del antiguo dualismo filosófico que dominó buena parte de la historia de la filosofía:
Las emociones son el producto de la razón porque se derivan del modo en que valoramos lo que está sucediendo en nuestras vidas. En efecto, el modo en que evaluamos un suceso determina nuestra forma de reaccionar emocionalmente al mismo. Esto es lo que conlleva a hablar de la emoción cognitiva (Lazarus, 2000, p. 98).
Las emociones son respuestas complejas de un individuo a los estímulos del entorno y aunque implican reacciones fisiológicas, se caracterizan fundamentalmente por una valoración positiva o negativa (appraisal) de un objeto intencional (persona, cosa, acontecimiento o situación), así como por una tendencia a la acción según la evaluación realizada: objeto nocivo, benéfico o amenazador (Lyons, 1993; Roseman y Smith, 2001).
Las teorías cognitivas presuponen, por consiguiente, que las emociones se basan en juicios sobre situaciones, personas o estados de cosas, y estos juicios pueden ser correctos o incorrectos, superficiales, erróneos o ilusorios. Para la mayoría de las personas, si no en todas, la emoción que aflorará depende del modo como esta vea el objeto que ha aprehendido o crea que ha aprehendido (Lyons, 1993; Greenspan, 2004). De igual manera, en estas teorías cognitivas se contemplan los objetos ilusorios y una serie de creencias que consideraríamos irracionales. Por ejemplo, alguien puede sentir aprecio o amor por otro simplemente porque descubre que comparten creencias o gustos particulares. También puede convertir su admiración o simpatía en desprecio, si la persona objeto de la emoción asume una orientación política diferente que produzca en el sujeto total repulsión.
Lo cognitivo contempla, tanto las formas predecibles bajo estándares de adecuabilidad racional como las creencias, los comportamientos bizarros, incoherentes y patológicos. Aquí la noción de creencias irracionales hace referencia a que son ideas inconsistentes con la realidad, sin fundamento o ilógicas, pero que los individuos consideran verdaderas en su manera de procesar la información que reciben del mundo (Pinedo y Yáñez, 2017).
Las creencias humanas que provocan las emociones son bastante complejas y constituyen un criterio diferenciador de las emociones que experimentan los animales. Los seres humanos tenemos una amplia variedad de creencias que interactúan en diferentes niveles con los procesos emocionales, induciendo a formas particulares de conducta o tendencias de acción: creencias acerca de las emociones de otras personas, creencias acerca de las intenciones y motivaciones de otros individuos, creencias acerca de estados de cosas imaginarios y creencias sobre situaciones futuras, entre otros pensamientos que hacen parte de nuestro universo cognitivo (Elster, 2002; Suárez y González, 2021). Todos estos elementos configuran el vínculo causal que va de la cognición a la emoción y de la emoción a la cognición, a la vez que establecen una diferencia con estados viscerales como el hambre, la sed y otros apetitos que indican necesidades corporales, pero que no tienen antecedentes cognitivos ni objetos intencionales.
Sociedad del rendimiento y emociones
Los insumos anteriores nos permiten acercarnos a las posturas de Byung-Chul Han, pero ahora equipados con nuevos presupuestos teóricos. El filósofo surcoreano, en sus obras más emblemáticas como Psicopolítica (2014a), La sociedad del cansancio (2012) y más recientemente en No-cosas (2021) e Infocracia (2022), es explícito al hacer un tipo de retrato de la sociedad actual y también de denuncia frente a lo que estamos viviendo. El cansancio que se percibe es consecuencia de la búsqueda frenética del rendimiento. Un rendimiento muchas veces autoimpuesto, pero impulsado emocionalmente por una sociedad que te invita a creer que siempre puedes dar más: trabaja al 100 %, la meta la pones tú, el éxito te espera, no hay límites, los límites solo existen en tu mente…
Si observamos -siguiendo la doctrina estoica y las teorías cognitivas de la valoración- en el fondo, lo que circula es un sobreestímulo de creencias sustentadas en la hiperpositividad, las cuales alteran nuestro estado emocional. Han (2014a) atribuye este nuevo panorama social a la implantación de la psicopolítica neoliberal como nuevo entramado de dominación: para incrementar la productividad no se superan resistencias corporales, sino que se optimizan procesos psíquicos y mentales. En estos terrenos muy bien abonados por el consumismo y la proliferación de objetos no tangibles como informaciones y programas, crecerán los estados emocionales que caracterizan al hombre y la mujer actuales.
El plural afirmativo Yes, we can es la expresión de la positividad emocional de la sociedad tardomoderna, la cual contrasta abiertamente con la sociedad disciplinaria descrita por Foucault (2008), en donde los principios de “se debe” y “no se debe” modelaban la conducta individual y colectiva. Así, la condición de que es posible hacerlo todo y el imperativo según el cual cada día es una oportunidad para desarrollar una nueva y mejor versión de uno mismo, se convierten en las fuentes cognitivas de creencias que generan un cúmulo de emociones que funcionan como fundamento energético sensible de la acción en la sociedad global contemporánea (Malaspina, 2022).
La sociedad nos hace creer que el éxito, el reconocimiento o la fama es lo más valorado, y lo que sustenta el verdadero sentido de la vida. Con frecuencia escuchamos hablar del “hombre o la mujer de éxito”, lo cual se traduce normalmente como éxito económico y reconocimiento social: una casa más lujosa, viajes, autos para mostrar, excentricidades, etc. Desde niños nos vamos subiendo a la rueda del hámster bajo la idea de que “somos lo que tenemos”. Y en la edad adulta cada nuevo día es una rueda de hámster que gira vertiginosamente para conseguir el último celular o gadget tecnológico, obtener el mayor número de likes en las redes sociales, y ser de alguna forma reconocidos en la nueva infoesfera que rige el destino de nuestra vida (Han, 2022).
Si se realizara una convocatoria para participar en un congreso titulado “El hombre y la mujer de éxito”, seguramente muchos se inscribirían movidos por la curiosidad y la idea de innovación que generan estos anuncios típicos de eventos de coaching. Sin embargo, si el tema del encuentro fuera la solidaridad, la compasión, el altruismo o la generosidad, el número de interesados disminuye drásticamente y a lo mejor no se logra realizar el evento. De hecho, las redes sociales, la televisión y hasta el mundo de las series están llenos de historias de personajes que alcanzaron el éxito, pero muchas veces el éxito es entendido como alcanzar la cima del american way of life, pero no necesariamente estos contenidos representan la vida de aquellos que han globalizado la solidaridad y el servicio a los demás. Lo importante aquí es señalar el vínculo entre cognición y emoción, o para ser más claros entre valoraciones, creencias y emociones. Cada uno sale a la calle en su propia rueda de hámster movido por la hipercomunicación de los medios digitales que exaltan el éxito y el rendimiento, tal como lo ha retratado Han en la Sociedad del cansancio (2012).
En la sociedad neoliberal la rueda de cada hámster humano circula por una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar; en las calles y sitios de trabajo resuenan parlantes que anuncian: Hay que conseguir los ingresos adecuados, hay que concentrar todas las energías en la realización personal, hay que conservarse joven, hay que aparecer sin ser. Aunque estemos vacíos en nuestro interior hay que mostrarse de manera interesante, poner la foto cool, la selfie super alegre y hasta retocada, la fiesta con los amigos, la comida en el restaurante lujoso, en el partido de fútbol, porque lo importante es generar una narrativa y una ficción del hombre y la mujer de éxito que siempre se mueve en la atmósfera del bienestar:
El régimen neoliberal presupone las emociones como recursos para incrementar la productividad y el rendimiento […]. La racionalidad se percibe como coacción, como obstáculo. De repente tiene efectos rígidos e inflexibles. En su lugar entra en escena la emocionalidad, que corre paralela al sentimiento de libertad, al libre despliegue de la personalidad. Ser libre significa incluso dejar paso libre a las emociones. El capitalismo de la emoción se sirve de la libertad. Se celebra la emoción como una expresión de la subjetividad libre. La técnica de poder neoliberal explota esta subjetividad libre (Han, 2014a, p. 71).
Y después de este extenuante recorrido en la cotidianidad, durante algunos meses, la rueda del hámster se dirige a la única causa que merece que uno se movilice por ella: las vacaciones, para nuevamente mostrar en las redes sociales la vida que creen merecer. Esto sucede porque nuestra interpretación o valoración del mundo ya está contaminada de creencias falsas -como dirían los viejos estoicos- o de ideas erróneas acerca del auténtico sentido de la vida (Han, 2014a).
Si esto es así, en la medida en que las personas se encuentren llenas de creencias sobre el dinero, la fama o el culto a la belleza como objetivos fundamentales a alcanzar, pronto estarán presas de un cúmulo de emociones de tristeza, ira, envidia, congoja o vergüenza, al ver que esto no se cumple en la realidad. En este punto es crucial recordar, según las afirmaciones de Nussbaum, que los juicios relacionados con emociones como la tristeza son eudaimonísticos. Esto implica que evalúan el objeto externo no desde una perspectiva imparcial e impersonal del mundo, sino desde el punto de vista de las metas y proyectos del agente. En ese sentido, la creencia inicial en que se basa una emoción puede carecer de fundamento, pero esta se puede intensificar en la medida en que nos hacemos ilusiones poco fundadas en torno al dinero o el reconocimiento social (Nussbaum, 2008). También resulta importante tener en cuenta el fenómeno del “contagio emocional”, donde una persona abriga en su interior y exterioriza una emoción hacia otra persona, la cual se transmite a una tercera, a través de un tipo de contagio, generando que el comportamiento de la primera persona tenga un efecto desinhibidor en la tercera persona al transmitirle la señal de que es aceptable sucumbir a determinadas emociones que, normalmente, mantendríamos bajo control (Elster, 2002).
Ahora bien, hay que anotar que en esta continua exposición a múltiples creencias erróneas juegan un papel destacado los medios de comunicación masivos, los influencer, los gurús del emprendimiento, los “famosos” y la farándula, que tienen una presencia poderosa en internet. Estos personajes contribuyen de manera significativa a la conformación de la cultura, tanto a nivel local como global, asumiendo aquí por “cultura” una forma de entender las creencias compartidas y los valores mostrados por los miembros individuales de una sociedad. Así, los llamados “influenciadores” realmente afectan las valoraciones y juicios que subyacen a las emociones, y los comportamientos específicos que se desprenden de determinadas interpretaciones de la realidad (Silva et al., 2023). Igualmente, estos individuos contribuyen emocionalmente a definir los comportamientos que pueden ser vistos como objetos apropiados de desprecio, vergüenza, elogio o admiración.
Resulta muy revelador que para mucha gente tenga más impacto en sus afectos las palabras y forma de vida de un deportista reconocido, un cantante de moda o un influencer (muchas veces sin educación, sin criterio o que difunde desinformación), antes que el contenido de un buen libro, los planteamientos de un connotado intelectual o las ideas contenidas en una teoría científica (Lazzarato, 2015; Saidel, 2016). Es cierto que el mundo del entretenimiento y el mundo intelectual son dos ámbitos distintos, pero el peso que se le da a cada uno en la vida cotidiana da cuenta de los reales valores y creencias que motivan nuestras acciones:
Nos dejamos afectar demasiado por informaciones que se suceden rápidamente. Los afectos son más rápidos que la racionalidad. En una comunicación afectiva, no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino la información con mayor potencial de excitación. Así las fake news concitan más atención que los hechos. Un solo tuit con una noticia falsa o un fragmento de información descontextualizado puede ser más efectivo que un argumento bien fundado (Han, 2022, p. 35).
Llegados a este punto es importante decir que estas reflexiones no apuntan a abandonar los auténticos esfuerzos por alcanzar una mejor calidad de vida personal o familiar, lo cual puede ser un noble ideal. Tampoco es un mensaje en contra de los deseos de superación y mejoramiento que muchos albergamos en nuestro interior, el asunto de fondo es percatarnos de las falsas creencias que pueden estar dominando nuestra razón de ser en este mundo o el camino que estamos tomando cada día para terminar en la opaca sociedad del cansancio descrita por Byung-Chul Han. De fondo prevalece la tesis según la cual la valoración que hace una persona de una situación que induce una emoción está íntimamente conectada con lo que uno piensa que debe ser y con las metas que perseguimos, también con el “yo ideal” que buscamos. El asunto es que en el capitalismo de consumo este yo ideal está bajo cuestionamiento por su carga de fatiga y cansancio.
Para Han la soberanía de la tecnología, en unión con el “imperativo de la felicidad” propio del régimen neoliberal, conduce a que la vida como existencia que transcurre en una suma de instantes pierda el rumbo, se sumerja en la confusión de la masa y lo pasajero, de lo superfluo, situaciones en donde el individuo no puede ser auténticamente sí mismo. Laurent Berlant (2020) ya había anunciado ciertas ideas en esa misma línea de Han: esta sociedad y cultura neoliberal traen un veneno en su interior, las aspiraciones a una vida buena, de ascenso social, “exitismo” y confort se convierten, paradójicamente, en un obstáculo para el desarrollo humano (Berlant, 2020). La carrera hacia la felicidad termina, para muchos, en la meta del desencanto por el mundo y en una sensación de ruptura con el otro, incluso con sus familiares más cercanos: ya no hay tiempo para escuchar, ya no se vive la vida como una totalidad, ya no se quiere esperar y dejar madurar, todo ha de ser satisfacción en el acto; la amistad y el amor pasan a concebirse como ocasional diversión del momento. No es, pues, extraño que los aliados tecnológicos de estas experiencias sean el video y el chat, porque son la forma comunicativa apropiada para la masa, son los medios que transmiten rápidamente lo que quiere saberse y puede olvidarse enseguida.
Para aquellos que viven presos en las redes sociales el asunto es más acuciante. Dado que no es posible el cara a cara de la presencialidad de forma continua, las redes son un instrumento para reclamar atención, amistad, afecto y un cierto sentido de comunidad. No obstante, lo que observamos que va en aumento es que en la sociedad de las “no-cosas” (Han, 2021) estamos dejando de ser sujetos para convertirnos en paquetes de datos, mera información que se consume con rapidez y se deja a un lado cuando pasa el momento de lo novedoso o lo impactante. Así, con el cúmulo de información que recibimos y enviamos (publicaciones, selfies, memes etc.), finalmente, no centramos la atención en nada ni en nadie.
Paradójicamente, reclamamos atención y afecto en la comunidad digital, pero pocos brindan realmente eso, porque, así como de manera superficial despachamos la información de otros, las demás personas consumen velozmente nuestra información para luego seguir en su propia rueda de hámster (Garavito y Bula, 2020). El resultado es un desasosiego emocional o un cansancio, porque la creencia de que seré valorado o reconocido como realmente quiero no se da o se da de manera incompleta e insatisfactoria en este enjambre de indiferencia y superficialidad (Han, 2014b).
En la aceleración que es inherente a estas experiencias encontramos un contrasentido: las redes sociales están haciendo que el otro esté en trance de desaparición. Son tecnologías de expulsión del otro, nos hacen sordos a la voz del otro, estimulan un narcisismo exacerbado que desconoce al otro, aunque anhelamos ser vistos por los demás (Han, 2022). Este contrasentido ocurre en dos vías: porque es imposible reconocerse como sí mismo sin la mirada del otro y porque los algoritmos de internet -al ir detectando nuestros gustos- nos presentan información cada vez más reducida a nuestra personal visión del mundo, alejándonos de ideas o posturas opuestas, es decir, del otro distinto.
En ocasiones extremas, el síndrome de burnout emocional es el destino al que muchos llegan después de trasegar por la fatiga que implica estar en la rueda del hámster o lo que es lo mismo: estar en esta rueda de la existencia creada por el Homo economicus y Homo digitalis según los principios neoliberales. Esta rueda tiene una fuerza centrípeta agobiante y difícilmente un individuo puede salirse de su vertiginoso interior, porque la creencia de que el éxito está a la vuelta de la esquina, junto con la obligación de ser feliz, no deja espacio para otras consideraciones existenciales.
En No-cosas (Han, 2021) respecto al mundo emocional se vuelve más fino y punzante:
El selfie anuncia la desaparición de la persona cargada de destino e historia. Expresa la forma de vida que se entrega lúdicamente al momento. Las selfies no conocen el duelo. La muerte y la fugacidad les son del todo ajenas (p. 52).
Las selfies como mera información digital hacen desaparecer el recuerdo, el destino y la historia, están ligadas a la actualidad y no son un medio para la memoria; su condición se asemeja a la de un mensaje oído en un contestador automático que luego se borra, por eso son no-cosas instantáneas que diluyen los verdaderos vínculos con los otros. La gente se esmera por tomar la mayor cantidad de selfies que puede, para publicarlas de manera inmediata en los “estados” de WhatsApp para luego ser desechadas con la misma velocidad con que se tomaron. La selfie es no-cosa, es una foto sin alma, se ven tantas en las redes que no generan un verdadero afecto hacia alguien.
Finalmente, en la sociedad de los infómatas se puede afirmar que el smartphone es el instrumento privilegiado para estructurar nuestras creencias y, por ende, nuestras emociones. El artefacto de la rueda de hámster ahora viene diseñado con una pantalla de smartphone integrada en la cual delegamos nuestras percepciones del mundo y en cierta forma nuestras cogniciones:
Percibimos la realidad a través de la pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información, que luego registramos. No hay contacto con cosas. Ya no percibimos los latidos materiales de la realidad. La percepción se torna luz incorpórea. El smartphone irrealiza el mundo (Han, 2021).
El smartphone es el instrumento que domina en muchos terrenos nuestro repertorio emocional, pero no siempre para edificar la comunidad humana ni para consolidar unos vínculos afectivos con el otro real que tengo enfrente. Parecería que no caemos en cuenta que no somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino el smartphone el que nos utiliza a nosotros.
El smartphone es uno de los motores de la rueda del hámster, estamos sometidos a la autoridad de ese pequeño infómata digital que nos domina sin mandamientos ni prohibiciones. Su función smart no es hacernos dóciles, sino dependientes y adictos al quebrantar nuestra voluntad y emociones (Han, 2013, 2021). El mundo emocional del siglo XXI es modelado de diversas maneras por el “dataísmo” del smartphone y su paquete de falsas creencias. Poco a poco hemos caído en el totalitarismo digital. Ahora una nueva aliada del smartphone parece tomar también las riendas de la vida humana, la inteligencia artificial, con sus expresiones concretas como el Chat GPT, que ha realizado una aparición triunfal en la escena del dataísmo actual para reafirmar que el sometimiento es inexorable. La creencia en la mensurabilidad y cuantificabilidad de la vida domina toda la era digital y en los nuevos templos de la información ese es la predicación que se brinda en el nuevo culto a las no-cosas.
Conclusiones
La rueda del hámster es un símbolo de unos de los problemas más vivos del presente: el trabajo sobre la psique en la sociedad neoliberal del rendimiento. La realidad humana, tomada tanto individual como colectivamente, parece estar impulsada a correr en la rueda del hámster. No obstante, el trabajo de Han permite plantearnos desde una nueva perspectiva la reflexión filosófica para afrontar estos desafíos de la actual sociedad del cansancio.
Han apuesta por una recuperación de la “nostridad” en medio del dataísmo digital, término que hace referencia a la tendencia metafísica del ser humano a la constitución de un “nosotros” y a la actitud auténtica de apertura al otro. Cada persona “intelige” a otros seres humanos y tiende a ellos para formar diversos nosotros. Pero esta nostridad no se puede formar en el “enjambre” que ha producido la sociedad neoliberal del Homo digitalis (Han, 2014b). En el enjambre de las tecnologías digitales de comunicación no hay auténtica alteridad, porque la realización personal que allí se enfatiza está más centrada en el egoísmo y la individualidad, antes que en un sentido de comunidad, pues lo que prevalece es un culto a un yo dominador de lo otro. Por su parte la nostridad enfatiza la alteridad, la tendencia al “otro yo” bajo un sentido de “comuniversalidad”, neologismo con el que designamos la tendencia de la humanidad a formar la comunidad universal. Una comunidad donde el otro sí cuenta, porque es persona, con un rostro, un alma, una historia, con una vida cargada de intensidades y en muchas ocasiones de dolor.
Incluso en la “transparencia” que caracteriza al Homo digitalis no hay verdadera nostridad. Las personas permiten que los demás ingresen en su vida a través de las redes sociales, las imágenes y las cámaras borrando las fronteras entre lo público y lo privado, pero en esa intrusión que observa los gustos, deseos y proyectos del otro no hay genuina comunión, solo curiosidad, consumo de información rápida y atención fugaz que luego se olvida en el flujo de datos que ofrece la masa (Mallamaci, 2017). En el enjambre nadie obliga a los demás a tener una visibilidad panóptica, cada uno, sin coacción, quiere dejarse ver, desean ser enfocados para convertirse en información del otro. El enjambre no hay un “tú” recíproco al que se le habla con su nombre propio, ni en el cara a cara del cariño personal, donde el tú aparece como un reflejo complementario y necesario del yo. En contraste, hay un like que se da a muchos y un emoticón que se comparte con automatismo, solo para indicar que estuve rondando por la red y que consumí efectivamente la información que encontré. En el enjambre el otro está en trance de desaparición, su ser está en crisis porque ya no escuchamos ni reconocemos su discurso, solo hay un intercambio eficaz de la información entre unidades funcionales del universo dataísta. En el mundo digital, al otro se le despide con premura con un simple “me gusta”, un amén de la vida calculable y optimizada que se volverá a decir en forma de algoritmo cuando me vuelva a encontrar en la red con tu paquete de datos.
En este contexto, lo importante es reconocer cómo ese individuo que corre frenéticamente en la rueda del hámster va impulsado por un motor de emociones que se fundamentan en un cúmulo de creencias acerca del sentido de la vida y del valor que le damos a las demás personas. Cuando las creencias están centradas en el rendimiento, el éxito personal y la hiperproductividad, el resultado es una serie de conductas emocionales que socavan la nostridad o el vínculo con los demás. La digitalización produce creencias que destruyen el rostro del otro, los recuerdos y los contactos.
Siguiendo las ideas de Han, en este mundo de las no-cosas, la tarea de la filosofía es crear un espacio para la argumentación para el autoexamen, de tal forma que reconociendo el telos del orden digital que parece imponerse, podamos tener una actitud de vigilancia frente a esta avalancha de deseos, creencias, hábitos e información que condicionan nuestras emociones y percepciones. La filosofía resurge, así, como medicina del alma que conduce al paciente a una exploración exhaustiva de su propia interioridad, para alcanzar lo que los antiguos estoicos ya intuían: “Debes hacerte mejor cada día”. La filosofía configura y modela el espíritu, ordena la vida, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, se sienta en el timón y a través de los peligros dirige el rumbo.
En este recorrido por las emociones y su influencia en la sociedad del rendimiento, las ideas de Nussbaum y Han abren caminos para pensar de manera distinta y crítica la condición humana del siglo XXI. Las sociedades actuales se encuentran ante desafíos significativos, ya que deben desentrañar las complejas dinámicas de poder que cada vez se perfeccionan en nuevas formas de subyugar la psique, las creencias y sus derivas en las emociones. En la actualidad, el ser humano se ve expuesto a la posibilidad de ser engañado por su propia mente, por sus valoraciones e interpretaciones del mundo, aspectos que se han convertido en activos muy valiosos para el capitalismo contemporáneo, que invita a la autoexplotación. Por tanto, alejarse de una lógica centrada en el rendimiento, el éxito y la mentalidad narcisista parece ser una tarea de cada individuo, de la filosofía venidera y de la educación.
En una sociedad obsesionada con la productividad, la información y el consumo, la terapéutica de las emociones vuelve a ser un tema con notable relevancia filosófica. Seguramente muchos que están corriendo en la rueda del hámster se niegan a admitir que sus deseos y creencias son efectivamente negativos para una vida floreciente, en consecuencia, pueden no estar dispuestos a aceptar el resultado de los argumentos terapéuticos para mejorar su condición de sometimiento a la psicopolítica neoliberal. Pero la filosofía del presente y del futuro seguirá insistiendo en traer la salud del alma a todos aquellos que quieran interiorizar estas reflexiones. El pensamiento de Han y de los viejos estoicos es una afirmación de que incluso en el ruido de la infoesfera puede encontrarse una vida buena y feliz.