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Sophia, Colección de Filosofía de la Educación

versión On-line ISSN 1390-8626versión impresa ISSN 1390-3861

Sophia  no.31 Cuenca jul./dic. 2021

https://doi.org/10.17163/soph.n31.2021.03 

Articles

El posmodernismo y el realismo en la aporía de la posverdad

Postmodernism and realism in the aporia of post-truth

1Profesor del Departamento de Filosofía en la Universidad de La Habana, Cuba


Resumen

En las últimas décadas ha emergido el problema de la posverdad. Valores como la imparcialidad, la objetividad y el diálogo crítico, se han vuelto más difíciles de alcanzar. A lo anterior se asocian diversas características como la emergencia de nuevas tecnologías y una nueva era en las relaciones políticas con el aumento del fundamentalismo y el populismo. Además, la referencia al posmodernismo es siempre un lugar común en la bibliografía sobre el tema. Tomando eso en cuenta, el objetivo principal del artículo es analizar filosóficamente el fundamento teórico del concepto de posverdad, el posmodernismo. Desde el punto de vista metodológico, este estudio teórico tomará como referencia el enfoque interpretativo. Se ha conjugado la crítica hermenéutica interpretativa con el análisis documental de las principales obras que abordan este problema. En el artículo se explican las características principales del concepto, teniendo en cuenta la interpretación corriente y notoria, para luego interpretar la postura que critica al posmodernismo como base teórica de la era de la posverdad. Se concluye definiendo que la relación entre la posverdad y su fundamento teórico tiene un carácter dogmático y contradictorio, puesto que enfrenta al relativismo subjetivista con el dogma de una metafísica realista.

Palabras clave Verdad; posverdad; posmodernismo; realismo; filosofía política; epistemología

Abstract

In recent decades, the problem of post-truth has emerged. Values such as fairness, objectivity, and critical dialogue have become more difficult to achieve. Various characteristics are associated with this, such as the emergence of new technologies and a new era in political relations with the rise of fundamentalism and populism. Besides, the reference to postmodernism is always commonplace in the bibliography on the subject. Considering this, the article’s main objective is to philosophically analyze the theoretical foundation of post-truth, the postmodernism. From the methodological point of view, this theoretical study will take the interpretive approach as a reference. Interpretive hermeneutical criticism has been combined with a documentary analysis of the main works that address this problem. The article explains the main characteristics of the concept, considering the current and notorious interpretation, and then interprets the position that criticizes postmodernism as the theoretical basis of the post-truth era. It concludes by defining that the relationship between post-truth and its theoretical foundation has a dogmatic and contradictory character since it confronts subjectivist relativism with the dogma of a realist metaphysics.

Keywords Truth; post-truth; postmodernism; realism; political philosophy; epistemology

Forma sugerida de citar:

González Arocha, Jorge. (2021). La aporía de la posverdad: entre el posmodernismo y el realismo. Sophia, colección de Filosofía de la Educación, 31, pp. 89-111.

Introducción

Si se parte de que la práctica educativa va más allá de la actividad de docentes, se plantea un comienzo promisorio al estudio de la relación entre la verdad como concepto filosófico y la educación como actividad humana basada en aquella. De la misma manera, la ciencia, base del proceso educativo, es una actividad que presupone conocimientos y paradigmas filosóficos. Aunque ambas ideas son dadas por supuestas entre intelectuales y la comunidad científica, ese no parece ser el caso en algunos sectores y procesos en las sociedades contemporáneas.

De acuerdo con Englebretsen (2006) en las últimas décadas, el conocimiento y la práctica creadora están en peligro por el problema de la posverdad. Valores como la precisión, la imparcialidad y la apertura mental se han vuelto más difíciles de alcanzar, y aunque ninguno de estos fenómenos es históricamente nuevo, como sugieren Kavanagh y Rich (2018), su alcance y escala actuales pueden ser más extremos que antes.

En la lectura que hacen Barzilai y Chinn (2020) sobre la importancia de criticar la posverdad, se dejan ver al menos cuatro líneas problemáticas. La posverdad implica, primero, no conocer cómo se conoce; segundo, una falta considerable de importancia por la verdad en sí misma; tercero, no estar en acuerdo sobre cómo conocer y, por último, la emergencia de formas falibles del conocer. Todas estas líneas tienen implicaciones tanto en la educación como en otras áreas de la sociedad. De hecho, desde el surgimiento de la posverdad como término en el año 2016 (BBC News), han aparecido incontables escritos sobre el papel de la educación para abordar este nuevo fenómeno, entre los cuales se puede mencionar Britt et al. (2019), Buckingham (2019), Darner (2019), Kendeou (2019) y Pupo (2014).

Desde este punto de vista, emerge el interés por saber si los estudiantes y los profesores están preparados para lidiar con los fenómenos relativos a la verdad y cómo mejorar su preparación. Sin embargo, esto no sugiere que la única responsabilidad de abordar estos problemas recaiga en la educación. Por el contrario, es muy probable que una respuesta eficaz requiera medidas combinadas, sociales, tecnológicas, educativas y puramente filosóficas, como se sugiere en las investigaciones de Lewandowsky, Ecker & Cook (2017), Wardle & Derakhshan (2017) y Feinstein & Waddington (2020). Teniendo en cuenta esta última necesidad, el presente artículo toma el camino de la filosofía y su respuesta al problema de la posverdad.

De acuerdo con Braun (2019), una definición tentativa del término indica que ella:

(…) es ante todo un dispositivo de ordenamiento, un concepto que sirve como un medio para crear orden en un mundo complicado y dar sentido a lo que está sucediendo. Como cualquier dispositivo de ordenación, es contingente y está cargado de valores y arroja luz sobre algunos aspectos de la realidad mientras oscurece otros (p. 1).

De manera similar, Lee McIntyre comienza su influyente investigación Post-truth (2018) diciendo que es un término sombrilla. Agrega, además que el primer paso para entender qué es la posverdad es entender su génesis. No obstante, la génesis no puede ser entendida solamente desde el punto de vista temporal como él piensa, sino también lógico-filosófico.

A ella también se asocian diversas características como la emergencia de nuevas tecnologías, consumo y procesamiento masivo de datos, el incremento en el uso de redes sociales, así como una nueva era en las relaciones políticas. Todas estas ideas serán analizadas en este artículo, sin embargo, se prestará especial atención a la única idea invariable en el grupo de características, su fundamento teórico: el posmodernismo.

Según Englebretsen (2006), esta ola de olvido de la verdad está compuesta por:

(…) nuevos pensadores que han propagado este virus (a menudo de manera inocente, pero con la misma frecuencia de manera intencionada y cínica) y han hallado un séquito más receptivo (pero no solo) en las facultades de humanidades de la academia. Como ocurre con muchas de sus contrapartes biológicas, esta enfermedad ha mutado en una variedad de formas (p. 7).

Contrario a esta idea, aquí se piensa que tras el concepto de posverdad hay algo más que una simple manipulación o interferencia emocional motivada por el posmodernismo, del cual siempre se dan definiciones vagas. De ahí que en los análisis desde otras ciencias siempre se hable de régimen de la posverdad, era de la posverdad, paradigma de la posverdad, narrativas, entre otras fórmulas que indican que su área de incidencia es mucho mayor y compleja.

Si la filosofía es un saber que lidia en primera instancia con los conceptos y los problemas que ellos acarrean, el tema de la posverdad debiera ser su prioridad. Pero al comparar lo avanzado en esta área con otros saberes es fácil constatar que la mayor cantidad de artículos y publicaciones se dan desde las ciencias de la comunicación, el periodismo o las ciencias políticas. Casi siempre asumiendo de manera inmediata la identidad de un término que todavía está en disputa.

Teniendo en cuenta estas ideas sobre el concepto y la extensa realidad que la posverdad abarca, pudieran emerger diversos problemas. Sin embargo, de manera preliminar y constatando la ausencia de análisis que se centren en su fundamento teórico, se intentará responder a la siguiente pregunta: ¿Qué tipo de relación filosófica existe entre el concepto de posverdad y el posmodernismo como su fundamento teórico, según la interpretación corriente de aquel término?

Como se puede observar se alude a una “interpretación corriente”, la cual no es más que la interpretación más extendida y notoria de la posverdad, donde se encuentran autores como Keyes (2004), Englebretsen (2006), Calcutt (2016), McIntyre (2018) o Brahms (2020). A partir de lo anterior, el objetivo principal de las presentes líneas es analizar filosóficamente el fundamento teórico posmoderno del concepto de posverdad, según la interpretación corriente del término. Para llevar a cabo lo anterior, en el artículo se explican primero las características principales del concepto, teniendo en cuenta la interpretación corriente y notoria, para luego interpretar la postura que critica al posmodernismo como base teórica de la era de la posverdad.

Desde el punto de vista metodológico, este estudio teórico tomará como referencia el enfoque interpretativo, justificado por la necesidad de pensar los sentidos sobre el concepto estudiado. Se ha conjugado la crítica hermenéutica interpretativa con el análisis documental de obras primarias y secundarias que abordan este problema. Como estudio teórico hermenéutico lo importante no es la interrogación o descripción de esencias encerradas en sí mismas, sino, además, la contextualización para poder arribar a nuevos estadios sobre la cuestión planteada. Se han utilizado como referencias obras clásicas y contemporáneas; se han consultado artículos científicos y los principales libros en varios idiomas presentes en bases de datos, repositorios y buscadores académicos de actualidad.

La importancia del tema se fundamenta en la necesidad que se tiene de entender este proceso; en primera instancia, desde el punto de vista conceptual. Aquí se parte de que la filosofía debe ser la principal responsable de esta tarea. Una responsabilidad que apunta también a eventuales y futuros desarrollos éticos. Además, más allá del desarrollo teórico, se cree que se puede avanzar en ideas relevantes para otras áreas del saber que se valen del término para explicar las nuevas relaciones de los sujetos con el entorno digital y tecnológico.

Por último, hay una importancia social que no debe ser eludida. Los años 2020 y 2021 se han definido como los años más difíciles para la humanidad en las últimas décadas. Como recuerdan Ortega (2021) y Guerra (2021) la pandemia ha impuesto un reto social, pero también existencial y ontológico. Esto tiene que ver con una innumerable cantidad de sucesos que no tenemos tiempo de repasar; sin embargo, uno de ellos ha estado presente en todo momento, la posverdad. Los ejemplos sobran, desde la diseminación de noticias falsas sobre el COVID-19, hasta las campañas de vacunación. Todo ello debe llevar al investigador a plantearse la pregunta filosófica sobre la verdad, con actualidad y pertinencia en estos nuevos procesos. Ello es una ganancia que tendrá importantes repercusiones en la educación global del siglo XXI.

Definición y explicación del concepto

La palabra ‘posverdad’ comenzó su historia en el año 2016 cuando el Diccionario Oxford la nombró palabra del año. Según la propia publicación en su versión digital, posverdad es “un adjetivo definido como relacionado o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y creencias personales” (p. 1).

Junto a esta definición, se encuentran también las de otros idiomas:

  • Según el Diccionario de la Real Academia Española (2020), la posverdad es una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la pos verdad” (definición 1).

  • Según el Larousse (2020), es un “concepto según el cual, hemos entrado en un período (llamado era de la posverdad o era posfactual) en la que la opinión personal, la ideología, la emoción y la creencia triunfan sobre la realidad de los hechos” (definición 1).

  • Según Cambridge Dictionary (2020) es un adjetivo “en relación con una situación en la que es más probable que las personas acepten un argumento basado en sus emociones y creencias, en lugar de uno basado en hechos” (definición 1).

Mientras en las versiones anglosajonas se lamenta más la pérdida del hecho, en las definiciones francesas y españolas los hechos son menos importantes y se da por sentado que es un fenómeno más subjetivo que compete al uso indebido de la opinión, las ideologías o las emociones.

A pesar de la sutileza de esta diferencia, en todos los casos se manifiesta una preocupación absoluta por la interferencia que ofrecen las emociones y las creencias personales en la interpretación de los hechos. Siendo esto último el elemento al que indirecta o directamente siempre se alude: la desconexión o el amplio vacío que se abre entre lo subjetivo y lo objetivo, lo interno y lo externo, la verdad como correspondencia a los hechos y la verdad ‘para mí’.

Antes de que fuera reconocido su uso en diccionarios, la primera vez en utilizarse el término ‘posverdad’ fue en el texto A Government of Lies (1992), escrito por el dramaturgo serbio-estadounidense Steve Tesich. En su artículo, el autor criticó al público estadounidense por aceptar sumisamente las mentiras de la administración Bush y por decidir vivir en un mundo en el que la verdad ya no es relevante: “De una manera fundamental, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad” (p. 12). Después de eso, el término resurgió en 2004 con el libro de Ralph Keyes The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (2004).

Teorías de verdad, filosofía y ciencia

Toda reflexión filosófica sobre la posverdad presupone un concepto específico de verdad. Si el primero implica una crisis, es porque contiene una variación del segundo. De ahí que en algunos contextos se habla también de verdad y hechos alternativos. La posverdad es de manera inmediata una desviación de un discurso considerado recto, legítimo y a veces hasta dogmático.

Según la obra de McIntyre (2018), esa verdad recta, esa definición mínima de verdad es la de Aristóteles (1994), quien expresó: “Falso es, en efecto, decir que lo que es, no es, y que lo que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es” (p. 198). Ya esto es una información relevante en un doble sentido. Primero porque ofrece pistas sobre la antigüedad del problema. Segundo, porque se da una superficie sobre la que comenzar a pensar la posverdad. Ella es, de una manera abstracta, una desviación del sentido original de lo que queremos decir ‘que es’.

De acuerdo con García-Bacca (2002), junto a Aristóteles, en sentido estricto habría que mencionar el poema de Parménides, donde ya se anuncia una vía correcta de enunciar el ser, en la que el ser y el pensar son lo mismo, y una vía incorrecta que queda descrita en su poema fenomenológico. En el mismo espacio de tiempo se encuentra el caso de Sócrates y los sofistas. Mientras que Sócrates defiende una concepción absoluta, única e inmutable de la verdad, la filosofía sofista defiende su relatividad, su posibilidad de transformación según el funcionamiento del λόγος.

Para Borges Junior (2019), Protágoras sería una suerte de precursor cuando desde su discurso habla de que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son, y de las que no son en tanto no son. Platón, por su parte, si bien tampoco menciona nada parecido al concepto de posverdad —como es la norma en todo el pensamiento clásico— se erige como punto de comparación tentativo debido al problema de la mentira noble e innoble en su obra, puntualiza Meza (2018).

Hay en la historia de occidente una infinidad de concepciones y proyectos de verdad y no es intención de las presentes líneas lidiar con todas ellas. Sin embargo, hay al menos tres aproximaciones que han sido de las más famosas: la teoría de la verdad como correspondencia (CR), como coherencia (CH), y la pragmática (PG). Siguiendo a D’Agostini (2019) se puede definir someramente que:

  • CR: Una proposición o creencia p es verdadera si y solo si se corresponde con los hechos.

  • CH: Una proposición o creencia p es verdadera si p es coherente con otras proposiciones o creencias que han sido aceptadas (o que son coherentes con ‘la totalidad’ de nuestro conocimiento).

  • PG: Una proposición o creencia p es verdadera si es útil creer p (o si creer p concluye en algún éxito).

A pesar de la variedad de concepciones y debates sobre la verdad, autores como BonJour (2009) y Bourget (2014), afirman que la teoría puesta en crisis o pretendidamente puesta en crisis a partir de la era de la posverdad es CR. Según lo anterior, la posverdad implicaría un problema para la ciencia, los medios y la política actual debido a que el criterio de verdad no estaría más del lado de los hechos, sino de las diversas interpretaciones que sobre los hechos existen. Estos relatos se basarían fundamentalmente en emociones que encuadran la realidad según las intenciones de cada cual.

Hay que hacer una distinción que no siempre se ha encontrado en los estudios sobre el tema. Y tiene que ver con el espacio en el que actúa la posverdad. A lo largo del pensamiento humano la verdad ha sido cuestionada, especialmente desde la ciencia y la filosofía. Se ha mencionado a Platón, Aristóteles y Parménides, pero la lista no queda ahí, bien pudiera ser extendida hasta R. Descartes, E. Husserl, M. Heidegger, L. Wittgenstein, B. Russell, K. Popper, T. Kuhn, entre otros. Todos estos y otros que no se mencionan por tiempo, han tenido sus propias ideas sobre el concepto de verdad y han adelantado cuestionamientos novedosos. Sin embargo, en ningún caso estos cuestionamientos a la verdad deben ser confundidos con la posverdad. Hay una diferencia notable entre el esquema de funcionamiento de la ciencia y la filosofía, y el proceder de la opinión pública contemporánea.

Por solo mencionar un ejemplo, K. Popper es uno de esos pensadores que se enfrenta a la noción de verdad científica como correspondencia. Parte de su obra está dedicada a dos problemas, la inducción y la demarcación científica (1976; 2002). Su enfoque consistió en reemplazar la inducción por el falsacionismo. Sobre esto último, lo más relevante para la presente investigación es la idea de que las teorías universales no pueden ser inducidas de proposiciones particulares. Esto remite al problema de la inducción, como lo ha definido Popper (2002), y conlleva una crítica implícita al positivismo que extrae todo valor de verdad del hecho positivo.

Esto es solo un ejemplo del carácter colectivo y crítico que la verdad adquiere en el ámbito más general de la filosofía y la ciencia y como ello no debe influir en su valor. Así es que, el cuestionamiento a la verdad, aunque también pueda ser hallado en los saberes más generales sobre la naturaleza y la sociedad, no tiene la más mínima intención de engañar a su audiencia.

No obstante, se debe establecer algo, y es que en ambos casos siempre se está en presencia de un discurso que apela a algún criterio de verdad. Las teorías conspirativas, las organizaciones de terraplanistas, o cualquier otro ejemplo particular, contiene siempre una pretensión de verdad en oposición a una verdad objetiva.

No es lo mismo la pretensión que la objetividad y eso es constatable. La posverdad, aunque apela a la rigurosidad de ‘ciertas’ leyes y teorías, a la objetividad de ‘cierto’ discurso, a la seriedad de ‘ciertas’ fuentes, o a la coherencia con narrativas preestablecidas, no pasa de ser un discurso vacío y puramente formal. Su contenido es casi siempre inverificable y las aludidas narrativas que lo animan están fundamentadas en creencias estrictamente personales.

La ciencia, por su parte, establece sus propios parámetros de diseño, experimentación, publicación, reproductibilidad y fiscalización de nuevos saberes; procesos que no se encuentran en el consumo y reproducción de contenido fuera de ella, donde no existen procesos tan sólidos de chequeos y balances. Es por eso por lo que, además de la distinción entre pretensión de verdad y verdad objetiva, se ofrece otra aún más clara entre verdad individual y verdad colectiva, porque la segunda está basada en la crítica y en el empeño de construir nuevas teorías para beneficio común.

Esfera pública, medios de comunicación y nuevas tecnologías

Otros estudiosos del tema definen el problema desde los nuevos parámetros comunicacionales. Tal es el caso de Braun (2019), para quien:

Las redes sociales y la fragmentación relacionada de la esfera pública, la formación de cámaras de eco, sitios web falsos, bots y otros instrumentos de manipulación sistemática, anonimato, simplificación, polarización y brutalización del lenguaje generalmente se consideran un componente clave, si no la principal causa de la política de la posverdad (pp. 2-3).

Aquí se recuerda a Borges Junior (2019), quien expresa que, más allá del uso de nuevas herramientas, se trata también de una transformación en el corazón de la esfera pública. Con los nuevos medios se define el carácter público desde los intereses privados de quienes dominan las herramientas, ello conlleva a que lo público no es más el encuentro en la plaza para un diálogo horizontal, sino un espacio privatizado donde lo público se construye. Se trata “no solo de pensar la noción de verdad, sino en la construcción de una cierta idea de ‘común’ y cómo esta construcción se ha vuelto más compleja desde el siglo XX con la participación creciente y eficiente de las tecnologías de la comunicación” (Borges Junior, 2019, p. 508).

De hecho, por solo poner un ejemplo, según la investigación de Hyvönen (2018) la confianza de los estadounidenses en los medios clásicos de comunicación ha caído del 72 % en 1976 (después de Watergate/Vietnam) al 32 % en la actualidad. Al mismo tiempo que los medios audiovisuales han reemplazado casi por completo a la palabra escrita. La circulación diaria de periódicos en los EE. UU., según el mismo estudio, se redujo del 123,6 % en la década de 1950, al 36,7 % de los hogares en 2010.

Asociado a esto hay otros procesos. El estudio de Schmidt et al. (2017) en el contexto de reemergencia de la posverdad como término, analizó las interacciones de 376 millones de usuarios de Facebook con más de novecientos medios de comunicación y encontró que las personas tienden a buscar información que se alinee con sus puntos de vista. Ello no solo incrementa la reproducción de noticias falsas, sino que refuerza las opiniones de que los hechos son cada vez menos importantes.

La investigación llevada a cabo por Barthel et al. (2016) para el Pew Research Center realizada justo después de las elecciones de 2016 encontró que el 64 % de los adultos creía que las noticias falsas causaban mucha confusión y el 23 % dijo que ellos mismos habían compartido historias políticas inventadas, a veces por error y otras intencionalmente.

Como es de esperarse, los ejemplos antes mencionados se han incrementado en los últimos años (2020-2021) con la expansión del coronavirus y la emergencia de fenómenos asociados como el cierre de ciudades enteras, y de los sistemas de enseñanza, el fenómeno de la reclusión y sus efectos psicosociales, la crisis económica, las elecciones en Estados Unidos y el aumento de teorías de la conspiración. En ese universo pospandémico, Facebook, hacia septiembre del 2020, contaba con 2603 millones de usuarios activos por mes. Le seguían WhatsApp, YouTube y luego Messenger. La población total de Internet ese año era de 4,5 billones de usuarios. Ello se traduce en más de 300 000 historias por minuto en Instagram, 64 444 personas aplicando por un puesto de trabajo en LinkedIn, 150 000 mensajes publicados en Facebook y $ 1 000 000 gastados por clientes desde cualquier parte del mundo, según Ali (2020). Sin lugar dudas, todas esas cifras hablan de una interacción social creciente en redes y de un proceso de virtualización de la sociedad. Ambas son condiciones ideales para el incremento del fenómeno que aquí se estudia.

Con el desarrollo del mundo virtual, viene también la facilidad en el uso de estas herramientas, y las infinitas posibilidades de crear contenido con pretensiones de verdad, subjetivo y ajeno a la crítica racional colectiva. Es fácil imaginar que la desconfianza respecto a los hechos es también la consecuencia lógica de que cualquiera puede crear contenido, validarlo y difundirlo.

A lo anterior se suma que la fe en las instituciones públicas está disminuyendo constantemente, y esto por dos razones principales. La primera es la creencia en una élite global que responde a sus propios intereses sin ningún control y equilibrio. La segunda, el surgimiento de un atontamiento perenne basado en el aislamiento del sujeto en burbujas de opinión.

El asunto también sufre de un desequilibrio enorme. Quien sabe del funcionamiento de estas nuevas tecnologías, no está en capacidad de generar un discurso crítico coherente contra los peligros que entrañan, y quienes están en capacidad de articular el discurso crítico, no conocen cómo funcionan. Esta es una brecha que debe ser vencida si existe el ánimo real de entender cómo influyen las nuevas tecnologías en la producción de discursos de verdad.

Las búsquedas en internet muestran resultados que no son casuales, los videos en YouTube son organizados y mostrados según estos mismos algoritmos, existe un bombardeo constante de promociones, e incluso gran parte del tiempo de ocio es invertido en una especie de trabajo proletario no remunerado: reaccionar y dar clic. El sujeto paga con su tiempo por partida doble, trabajando físicamente y entregándose de manera devota a estos nuevos ritos virtuales. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2020), las fiestas y celebraciones solo se valoran desde la producción, y junto a estos, lo mismo sucede con el lenguaje, las emociones, la política, la verdad, la cultura y la sociedad de manera general. Por supuesto, circunscribir el proceso de la posverdad a las redes, el internet y las nuevas tecnologías conlleva el riesgo de reducir todo el argumento a una especie de determinismo tecnológico. Por un lado, esta no es la situación de todo el mundo; y por el otro, tampoco es el caso de que la tecnología implique solamente un proceso de pérdida de identidad y con ello un desinterés por la verdad.

Falsedad, ignorancia deliberada, mentira y posverdad

Más allá de las dudas que levanta la posverdad contra la ciencia, el auge de nuevas tecnologías y los cambios que ello ha provocado en la esfera pública, cabría preguntarse si ese concepto también está en relación con otras formas discursivas. Esto es lo que lleva a McIntyre (2018) a definir un marco teórico desde donde pueda analizar la posverdad en relación con un grupo de procesos similares.

En primer lugar, muchas veces el hablante dice cosas que no son ciertas sin querer decirlo. En este caso, según McIntyre (2018), se está en presencia de una falsedad. Por encima de ella, se ubicaría la “ignorancia deliberada” que es cuando “realmente no sabemos si algo es cierto, pero lo decimos de todos modos, sin molestarnos en tomar el tiempo para averiguar si nuestra información es correcta” (p. 7). Luego procede la mentira, en la cual hay una intención claramente establecida. A esta se le otorga un gran valor puesto que se pasa a un discurso en el que hay una voluntad clara de engañar al interlocutor; y, por tanto, a un nivel donde la responsabilidad tiene un rol distinto.

En la mentira tiene que haber una audiencia, un público al cual se le miente, incluso aunque el interlocutor sea uno mismo. A pesar de lo contradictorio que parezca, el mentiroso es un ser social, quizás uno de los más sociales debido a la necesidad ontológica de una audiencia que certifique el trastocamiento de la realidad. La sutileza, sin embargo, radica en que la audiencia certifica la mentira no sabiendo aquello que se oculta. Así pues, en un gesto puramente dialéctico, el mentiroso y el engañado conviven en una relación de identidad y oposición que no pueden quebrar. Si esto sucediera, la verdad queda al descubierto y el juego culmina. ¿Es acaso la posverdad una forma de mentira? Sin lugar a duda. Pero también es evidente que por alguna razón se le designa con un nombre distinto.

La posverdad no llega a ser completamente una mentira porque la diferencia estriba en que: “en su forma más pura, la posverdad es cuando uno piensa que la reacción de la multitud realmente cambia los hechos sobre una mentira” (McIntyre, 2018, p. 9). Claro está, la mayor preocupación radica en que con la era de la posverdad y amparados en toda la serie de elementos que se han mencionado anteriormente, el sujeto es capaz de alterar la realidad entera en su búsqueda por convencer a la multitud. No se trata sola y simplemente del abandono de los hechos, del desarrollo tecnológico, el incremento en el consumo de datos, la relevancia de las redes sociales u otra característica específica, sino fundamentalmente de un proceso que también toca el ámbito subjetivo y el derecho expreso de querer adaptar la realidad al relato.

Mientras en la mentira el discurso verdadero ocupa un lugar central porque queda oculto —e incluso el mentiroso sabe que está mintiendo, de ahí su carácter paradójico—, en la posverdad hay un componente cínico:

Por lo tanto, la posverdad equivale a una forma de supremacía ideológica, mediante la cual sus practicantes están tratando de obligar a alguien a creer en algo, ya sea que haya buenas pruebas de ello o no. Y esta es una receta para la dominación política (McIntyre, 2018, p. 13).

De lo anterior se deduce que el problema debe ser extendido a otros debates que pasan por la política, pero también por el fundamento teórico de la posverdad: el posmodernismo. Sobre este último concepto McIntyre (2018) profundiza cuando dice:

Incluso si los políticos de derecha y otros negacionistas de la ciencia no estuvieran leyendo a Derrida y Foucault, el germen de la idea se abrió camino hacia ellos: la ciencia no tiene el monopolio de la verdad. Por tanto, no es descabellado pensar que los derechistas están usando algunos de los mismos argumentos y técnicas del posmodernismo para atacar la verdad de otras afirmaciones científicas que chocan con su ideología conservadora (pp. 139-141).

En ese mismo orden de cosas, Daniel Dennett en entrevista con Cadwalladr (2017) para The Guardian ha dicho que “lo que hicieron los posmodernistas fue realmente malvado. Son responsables de la moda intelectual que hizo respetable el ser cínicos acerca de la verdad y los hechos” (p. 3). Por otro lado, desde el punto de vista de Calcutt (2016), hace poco más de treinta años algunos académicos se dieron a la tarea de desacreditar la verdad como una especie de gran narrativa: “En lugar de ‘la verdad’, que debía ser rechazada como ingenua y/o represiva, una nueva ortodoxia intelectual permitía sólo ‘verdades’, siempre plurales, frecuentemente personalizadas, inevitablemente relativizadas” (p. 2).

Como es fácil observar, según la interpretación corriente del término estudiado, la definición encuentra su base y fundamento teórico solamente en el posmodernismo, cerrándose el círculo y otorgándole al término un supuesto origen en los pretendidos análisis culturales que enarbolan las banderas de la diferencia y el anti-intelectualismo.

La aporía de la posverdad: entre el posmodernismo y el realismo

Anteriormente se ha visto que varios autores que se dan a la tarea de investigar y criticar la posverdad terminan esa operación haciendo alusión al posmodernismo. Siendo este catalogado de manera inmediata como su fundamento teórico.

El llamado posmodernismo —desde el punto de vista de autores como Dennett (citado en Cadwalladr, 2017), McIntyre (2018) o Aylesworth (2015)— hace referencia a un conjunto variable, heterogéneo y complejo de pensadores y temas que pertenecen a la generación de la posguerra. En su inmensa mayoría, si bien no son todos franceses, los más citados son representantes del movimiento francés contemporáneo. Aquí se entiende al movimiento francés contemporáneo como una generación de pensadores que se dan a conocer fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial en Francia, o de pensadores que toman a estos últimos como referencia, y que, recibiendo la influencia de la fenomenología de Husserl, abordan tópicos tan variados como el estatus del sujeto, la cultura, la política y el arte. Esta breve caracterización no es superficial y más adelante se verá el porqué es necesario entender el origen real del discurso que se critica.

Según Aylesworth (2015) entre las bases teóricas del posmodernismo hay autores como K. Marx, F. Nietzsche, S. Freud, M. Heidegger, J. Lacan o J. Baudrillard. De una u otra manera estos pensadores se erigen como críticos de nociones modernas como el sujeto y el objeto en un mundo que es completamente mecánico. Los posmodernistas se aprovecharían de esta crítica a la modernidad del sujeto auto centrado y productivo para esclarecer que la realidad es construida y el hombre es prisionero de ella.

La fecha de inicio del posmodernismo filosófico se marca con la publicación del influyente libro de Jean-François Lyotard The Postmodern Condition en 1979. La remisión a Lyotard es invariable e importante en este contexto, ya que su texto abre una serie de tópicos que serán recordados una y otra vez.

Por otra parte, además de su fundador, entre las ideas recurrentes está la teoría de Derrida (2001) sobre la deconstrucción en el ámbito literario. La crítica simplificadora que se le hace recae en una noción de deconstrucción como sinónimo simple de destrucción y agnosticismo. Según el propio McIntyre (2018) —que se ha visto es una autoridad en el tema—, se piensa que esta idea de la desconstrucción fue tomada por sociólogos y otros especialistas en detrimento del valor de verdad:

De hecho, la noción de verdad misma estaba ahora bajo escrutinio… Esto significaba que podría haber muchas respuestas, en lugar de una sola, para cualquier deconstrucción. El enfoque posmodernista es aquel en el que todo se cuestiona y poco se toma al pie de la letra. Ahí no hay una respuesta correcta, solo narrativa (p. 125).

Junto a la idea de la deconstrucción esta la noción de narrativa, la cual se entiende como una totalidad coherente y decodificable. El peligro con la idea de narrativa es que en la academia anglosajona fue inmediatamente asociada con la noción de ideología y toda la carga peyorativa y anticientífica que ella tiene.

Según Aylesworth (2015) y McIntyre (2018), otro pensador que tiene mucho que ver con esta operación de transformación de la ciencia en ideología es Michel Foucault. La idea que se tiene de este pensador es que fue él quien precisó que la vida social se define por el lenguaje, pero el lenguaje mismo está atravesado por las relaciones de poder y dominio. Esto debiera significar que, en la base, todas las afirmaciones en relación con el conocimiento y el conocer mismo, no son más que la expresión de determinado poder, “son una táctica de intimidación utilizada por los poderosos para obligar a los más débiles a aceptar su ideología” (McIntyre, 2018, p. 126). Y dado que no existe la verdad, todo aquel que diga estar educándonos o transmitiendo conocimiento, no está sino “tratando de oprimirnos” (p. 126). En apoyo a lo anterior Aylesworth (2015) define en la Stanford Encyclopedia of Philosophy que:

(…) los escritos de Foucault son un híbrido de filosofía e investigación histórica, al igual que Lyotard combina los juegos de lenguaje del experto y el filósofo en The Postmodern Condition. Esta mezcla de filosofía con conceptos y métodos de otras disciplinas es característica del posmodernismo en su sentido más amplio (p. 7).

De esta forma, en un resumen bien apretado, la noción de posmodernismo implicaría, primero, una glorificación de las verdades subjetivas e individuales en detrimento de la verdad objetiva. Segundo, la inexistencia de la ciencia, el saber y cualquier otro tipo de metanarrativas en oposición a teorías, expresiones y perspectivas locales diversas. Tercero, la ideología, aupada por la ausencia de un pensamiento racional, se convierte en el contenido mismo de la totalidad y estaría al acecho siempre fundamentando las relaciones de poder implícitas.

Sin embargo, hay elementos que no son congruentes ni tampoco lógicos en esta interpretación de los hechos. El primer problema es la suposición de que la posverdad es algo enteramente novedoso y que ocurrió después del surgimiento del posmodernismo. Hay razones para suponer que la posverdad y casi todos los procesos asociados a ella, han existido desde antes; salvo el rápido auge de las nuevas tecnologías. Como mínimo, se debiera poner en duda la absoluta certeza de que ella es un fenómeno completamente nuevo que está en relación directa con teorías y pensadores tan dispares como los posmodernos.

Por otro lado, si bien la posverdad apunta a fenómenos de relevancia e importancia, agravado por los más recientes acontecimientos políticos, no se tiene evidencia de que el valor de verdad sea inoperante. Como se dijo más arriba, hay incluso desde la posverdad una confianza implícita en los hechos, la verdad o algunas teorías. El problema no radica en eso sino en el tipo de teorías que se referencian y sobre todo en la ausencia de mecanismos de crítica racional, chequeos y balances.

En una época en la que se lamenta la falta de influencia de la filosofía en general, ¿es posible pensar que las personas en su vida cotidiana leen posmodernismo, y de que este a su vez es tan influyente como Dennett y compañía piensan? Además, como sugiere Chen (2017), si existe el derecho de culpar al posmodernismo por la posverdad y los hechos alternativos, eso otorga el derecho de culpar a los novelistas románticos por relaciones maritales insatisfactorias. Más allá de la clara ironía, aquí se está en presencia de una idea más profunda que tiene que ver con la relación entre cultura y sociedad, teoría y práctica y sus distintas relaciones de significación.

Otro elemento a tener en cuenta es que no queda claro de qué tipo de verdad se está hablando cuando se apela a la posverdad, hecho que está dado por la conflictiva historia del término, incluso dentro de la propia tradición analítica, sobre la que todavía hay poco consenso con múltiples teorías al respecto. Si el análisis es consecuente con sus principios, habría que desconfiar tanto del posmodernismo como de la filosofía analítica y hasta del pensamiento científico.

En cuanto al posmodernismo, es fácil constatar la reducción realizada. En primer lugar, hay un problema de origen. La condición posmoderna fue un informe originalmente encargado por el consejo universitario del gobierno de Quebec. Si se toma el texto de manera aislada, el cual fue presentado sin pretensión alguna de convertirse en manifiesto, no se entiende mucho la significación de ese movimiento. El autor se limita esencialmente al destino epistemológico de las ciencias naturales, tema sobre el cual Lyotard no tenía grandes conocimientos:

Me inventé historias, dice él, me refería a un montón de libros que nunca había leído, y por lo visto impresionó a la gente; todo eso tiene algo de parodia… Es simplemente el peor de mis libros, que son casi todos malos, pero este es el peor (citado en Anderson, 2016, p. 32).

Sobre esto y la localización epistemológica del informe, Anderson (2016) ha realizado un trabajo lo suficientemente minucioso como para arrojar serias dudas sobre la responsabilidad achacada a Lyotard: “… la influencia que ejerció el libro guardó proporción inversa a su interés intelectual, en cuanto que se convirtió en inspiración de un relativismo ramplón que a menudo pasa, entre amigos y enemigos por igual, por ser la marca distintiva de la posmodernidad” (p. 33). Todo ello sin mencionar que el libro (La condición posmoderna) se centra en las áreas menos importantes de la obra del filósofo, olvidando dos de sus pasiones: la ética y la política. Con todo esto no se quiere ni se pretende negar de plano lo expresado por el pensador francés, sino que simplemente se desea arrojar luces sobre una supuesta acta de fundación. El libro de Lyotard, en pocas palabras, debe ser leído también desde los códigos de su propio contexto, lógico e histórico a la vez.

Sobre la adscripción de Foucault y Derrida, hay razones para pensar que también se cometen serios errores al confundir los métodos propios de sus reflexiones filosóficas con una supuesta destrucción del concepto de verdad científica. El propio Foucault habría distinguido entre una historia de la verdad objetiva que compete a la ciencia, y otra historia más centrada en la producción de los discursos y la sujeción de los sujetos a ellos. Pero en ningún caso desestimó el valor de la verdad científica. Y en el caso de Derrida tampoco hay evidencias claras de que haya sido más crítico que L. Wittgenstein o B. Russell en sus pesquisas.

Todos estos entrecruzamientos conceptuales y teóricos no pueden ser agotados aquí, sin embargo, se han explicado para fundamentar que la seguridad sobre la que descansa la legitimidad de la posverdad es infundada, y merece más reflexiones en un futuro cercano. Solo así se podrá entender verdaderamente en qué consiste.

Se debe destacar que las razones para cuestionarse esta operación no solo parten de argumentos históricos y epistemológicos. Hay un argumento ontológico que subyace bajo la actividad de un término tan elusivo como posverdad: el retorno a los hechos objetivos.

La interrogante por la posverdad no es solo un preguntar sobre la verdad —tan antiguo como la propia humanidad— o no solamente sobre cómo las nuevas tecnologías han emplazado la forma en que se consumen datos y noticias. La interrogante también incluye su propio punto de partida, el sujeto que interroga. En ese sentido, el ser mismo de la interrogante por la posverdad exclama un deseo no siempre oculto por regresar al mundo estable y sólido de los hechos. El reclamo apunta a la añoranza de un mundo con un sentido de verdad muy específico anclado a los hechos positivos. Esto no niega determinados efectos morales y políticos que se experimenta en el día a día. Ya antes se han dado muestras de que hay un problema real, no obstante, el reclamo de la posverdad implica una aporía cardinal, como afirma Carrera (2018):

Se insinúa así un espacio de transparencia discursiva que pretende estar más allá de la retórica y de la mediación para reflejar la realidad tal cual es. Esta naturalización de ciertas formas de discurso calificadas de verdaderas frente a formas de discurso falsas es de orden, como parece evidente, profundamente demagógico y recupera viejos dogmas realistas en torno al tópico de la representación como duplicado del mundo, sin cuestionar que lo que pretendidamente se “duplica” es fruto de una específica coyuntura histórica y de poder, no un “hecho objetivo” o natural situado más allá de lo histórico (pp. 1470-1471).

La denominación de aporía no parece gratuita puesto que señala exactamente al tipo de relación que establece entre la verdad y su fundamento teórico. En realidad, la relación, como se ha visto, no es simplemente entre una noción y su fundamento, sino que aquella representa también a otro paradigma, la metafísica realista. Esto apunta a una paradoja insoluble que yace en el fondo de la posverdad. Por un lado, el dogma de un principio inasible por su imprecisión, del otro, el de una verdad anclada en la positividad de los hechos.

La posverdad refleja esa aporía como contradicción fundamental en un problema filosófico más viejo de lo que se cree. Se trata una vez más de la escisión entre el sujeto y el objeto, entre la conciencia y la realidad, el mundo interior y el exterior. De ahí el basamento ontológico de la posverdad en un discurso que pone a contender dos momentos dogmáticos. De un lado la idea de que toda verdad es subjetiva, interna y propia del sujeto. Del otro, la también antigua noción de que el objeto verdadero está más allá de la percepción. Y esta, aunque contradictoria y dogmática, es la relación que se ha buscado.

Conclusiones

Al llegar a este punto, se puede afirmar que la posverdad refiere problemas concretos en las sociedades contemporáneas. De manera inmediata, ese concepto describe una era donde los nuevos mecanismos de información y producción de datos han provocado que nociones clásicas de verdad sean relativas a la opinión de cada cual, sus emociones o su ideología. Al contrario de algunos pensadores, se ha mostrado también la idea de que estos elementos por sí mismos, no son suficientes, se debe agregar que en el discurso de la posverdad faltan también mecanismos de crítica y diálogo colectivo.

El periodismo, los estudios culturales, los análisis comunicacionales, las ciencias políticas, y otros saberes, asocian a esta definición un retroceso en los instrumentos de toma de decisiones y un aumento del fundamentalismo político y el populismo. Y ello también está en relación con esa falta de diálogo crítico tan necesario hoy en día.

En un segundo momento, se ha mostrado que, a pesar de hacerse una remisión constante y facilista al posmodernismo, esto no pasa de ser una operación también superficial. El mayor fallo de la lectura corriente de la posverdad radica en que es una operación demasiado simple y que solo remite a una época vaga y a argumentos débilmente justificados. Esto último como es lógico, no compete a las características del concepto, sino a la propia interpretación que del mismo se hace.

Esta interpretación olvida que aquello que se le critica al posmodernismo puede ser de igual forma dirigido contra la metafísica realista. Puesto que la seguridad positiva en los hechos es una suposición que siempre ha estado presente en el debate sobre la verdad en toda la historia de la filosofía. De hecho, este debate, y los cuestionamientos a la verdad, han servido para que la ciencia y el saber ofrezcan más y mejores resultados.

Por otro lado, al criticar al posmodernismo, se olvida que todo hecho positivo es también un hecho interpretado. Negar el aspecto vivencial de la verdad, puede llegar a ser tan nocivo como negar la importancia de la verdad misma.

Es por ello por lo que, una de las principales conclusiones que deben guiar futuros análisis sobre el concepto es la presencia de una contradicción a su interior. No se trata de entender la posverdad como una identidad, sino como el signo de una contradicción. Es aquí donde muchos olvidan cuán importante es el aspecto interpretativo en la aprehensión de la verdad, y en la comprensión del mundo circundante.

Esta tarea ya la emprendió la fenomenología desde el siglo pasado. En la obra de los grandes clásicos de la fenomenología, la experiencia vital no es un elemento despreciable ni menor en los estudios sobre la naturaleza, la realidad, la ciencia o la verdad. El movimiento que describe la fenomenología y sus seguidores posteriores no rechaza la verdad objetiva, tampoco la realidad del mundo exterior. Para la fenomenología es fundamental entender qué se quiere decir cuando se habla de una experiencia concreta o vital.

La pertinencia de traer a colación a este otro movimiento va más allá de simples conexiones biográficas o históricas. Esto tiene que ver con la idoneidad que posee para entender de manera más completa el problema de la posverdad desde el lado del sujeto. En vez de suponer una separación entre conciencia y realidad, la fenomenología significa justamente lo contrario, una aproximación al mundo dado, al vivido, a aquello que se presenta de manera inmediata al hombre en su experiencia cotidiana. Es decir, que la experiencia se da (al menos tácitamente) como ‘mi’ experiencia, como una tal que se está atravesando o viviendo. Este es el significado profundo de la intencionalidad, un nuevo punto de partida en el conocer que no intenta demeritar la verdad objetiva en función de la intimidad del sujeto o viceversa; sino que simplemente se colocan entre paréntesis aquellas verdades —sin negarlas— para entender qué se siente, se ve, se percibe o se vive.

Contra el realismo a ultranza que aleja el mundo de la conciencia, o el relativismo que provoca la inestabilidad del discurso y los sofismas de la verdad, la filosofía se debe pensar a medio camino, como una relación inagotable. La importancia de entender la verdad desde la fenomenología es vital. Desde el punto de vista metodológico, también constituiría un paso de avance enorme el entender la experiencia particular de los sujetos sobre las distintas formas en que la posverdad se expresa. Así se pudiera comprender la emergencia y significación de los llamados discursos alternativos. En resumen, para conocer y entender la verdad no solo se debe investigar desde el objetivismo, expresión de una metafísica realista, sino también darle entrada a la experiencia vital del sujeto. Cualquier otra vía unívoca se cristalizaría en el camino más directo al dogmatismo.

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Recibido: 15 de Diciembre de 2020; Aprobado: 20 de Mayo de 2021

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Doctor en Ciencias Filosóficas por la Universidad de La Habana (2017). Profesor del Departamento de Filosofía en la Universidad de La Habana. Autor del libro Una pasión inútil. Muerte y libertad en la obra filosófica de Jean-Paul Sartre y coautor de antologías y otros textos para la enseñanza de la filosofía. Ensayista en medios de divulgación y prensa digital. Editor general de la revista Publicando y director de la revista filosófica Dialektika. Miembro de Society for Phenomenology and Existential Philosophy (SPEP).

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