Forma sugerida de citar:
Joaqui Robles, Darwin, & Ortiz Granja, Dorys Noemy (2019). La escucha como apertura existencial que posibilita la comprensión del otro. Sophia, colección de Filosofía de la Educación, 27(2), pp. 195-223.
Introducción
El presente texto trata el tema del lenguaje, el tiempo y la escucha como una forma de apertura existencial que favorece la comprensión del otro, parte muy importante de las interacciones humanas. El objetivo es valorar la escucha como un aspecto esencial del lenguaje que, a menudo ha sido desestimado porque se ha dado más valor al lenguaje verbal. De igual manera, se plantea la escucha como la base esencial de una apertura existencial mediante la cual, se consolida la alteridad tan buscada entre seres humanos.
Una base esencial de este proceso es el lenguaje, como una condición básica de la existencia humana, que lo convierte en un ser en el mundo, que es hablante y que también escucha, lo cual lo funda totalmente.
En la actualidad, se puede identificar un gran problema en la sociedad puesto que las personas escuchan de manera deficiente; a menudo, les es difícil escuchar lo que otros dicen y tienen dificultades en hacerse escuchar en la forma que desearían. Este fenómeno ocurre en todos los dominios del diario vivir. De acuerdo con Nieto (2005) existe la hipótesis de que el silencio que acontece en el contexto actual, probablemente, está ligado a que es un mundo en el que se privilegia lo visual sobre lo auditivo.
Se trata de un mundo visual básicamente, en el que una gran cantidad de mensajes se emiten con imágenes atractivas, colores brillantes y formas seductoras, de tal forma que la visión se deja atrapar por estos elementos. La prueba más clara de esta situación es el impacto de la ‘realidad virtual’ que se percibe y se experimenta a través de la visión. Así, un mundo mayormente explorado a través de la vista impide, hasta cierto punto, el desarrollo de los demás sentidos, en este caso particular, el auditivo.
Desde esta situación, entonces, surge la importancia de pensar sobre uno de los componentes de la interacción humana, a menudo usado, mal comprendido y hasta desconocido, como es el ‘escuchar’, que se lo plantea como un proceso eminentemente ético gracias al cual es posible ir al encuentro del otro. Se trata de un tema actual y de gran relevancia puesto que las personas, al privilegiar más los aspectos visuales que los auditivos, dejan de lado toda una gama de registro de información que enriquece el mundo sensorial personal, pero que, además, permite ir al encuentro del otro, cuando se lo escucha.
Así que el tema es de gran relevancia ya que escuchar permite comprender, como lo ha señalado Gadamer (1993). La hipótesis a partir de la cual se trabaja es que el ‘escuchar’ es un fenómeno profundo e invisibilizado que favorece una condición de apertura existencial que permite la comprensión del otro.
Para hacer esta revisión se seguirá una metodología inductiva, reflexiva y hermenéutica tratando de comprender, en primer lugar, el fenómeno de la escucha como parte invisible del lenguaje para llegar a sus implicaciones en la relación al otro. El contenido se desarrolla en tres acápites: el lenguaje, el tiempo y el escuchar.
En el primer caso se lo describirá en sus diversos componentes y se determinará su importancia en el desarrollo individual y social del ser humano. Luego, se abordará la cuestión del tiempo que implica una construcción narrativa de una versión sobre sí mismo y la historia que cada uno tiene, para concluir con el tema de la escucha como aspecto esencial de la relación con el otro y fundante de una ética de respeto y apertura.
El lenguaje
El lenguaje es una de las funciones más complejas del ser humano puesto que combina aspectos neurológicos, psicológicos y sociales para su producción y comprensión. Debido a esto, es importante, en primer término, describirlo de manera básica en función de las estructuras biológicas implicadas en su producción. El lenguaje, según Lenneberg (1985) está conformado por la interacción de tres componentes individuales vinculados a un aspecto social.
El primero de ellos tiene un fundamento biológico, está conformado por las estructuras anatómicas ubicadas en la cara y en el cuello: la nariz, la cavidad bucal, la laringe y las cuerdas vocales, elementos esenciales para pronunciar los sonidos.
Otro componente, vinculado al anterior y ya mencionado por Watzlawick, Beavin y Jackson (1995) se refiere a las funciones realizadas por el sistema nervioso central, en particular el córtex cerebral, ciertas áreas subcorticales y los hemisferios cerebrales, con su particular y definida especialización hemisférica en la que, el lado izquierdo usa el lenguaje denominado digital conformado por letras y números mientras que el derecho, más holístico, usa el lenguaje de las imágenes.
El tercer componente implicado en el lenguaje es la capacidad del ser humano para pronunciar sonidos que se convierten en palabras y que denominan los objetos, las personas y los fenómenos asociados con ambos; cuando una persona menciona la palabra ‘llave’, todos entienden el objeto al que está refiriéndose, aunque no sea el mismo para cada uno.
A esta posibilidad, Lenneberg (1985) la ha denominado: ‘nombrar’. Se trata de una capacidad que aparece en el ser humano, para denominar la información y los datos que recibe del ambiente, de sí mismo y de otras personas, en categorías cada vez más estructuradas y jerarquizadas. Por supuesto, la información, la recibe a través de todos los órganos de los sentidos, sin embargo, es más relevante para el tema que interesa en este momento, el sentido del oído, con su especialidad para recibir ondas sonoras y transmitirlas al cerebro.
La interacción de componentes físicos, conexiones nerviosas en el cerebro humano y capacidad de emitir sonidos facilitan la comprensión y emisión de sonidos, cuyo desarrollo sería imposible sin la interacción humana puesto que el lenguaje se desarrolló como elemento particular de este proceso y, a la vez, lo favorece.
Carrera y Mazzarella (2001) hacen hincapié en el papel del lenguaje como elemento mediador de la experiencia y el pensamiento humano, recalcando que el significado de la palabra se vuelve particularmente interesante, al momento de hablar y escuchar puesto que se transmite en las palabras escogidas para expresar un determinado pensamiento.
Así, el análisis del lenguaje, tal como se ha visto hasta aquí, considera varios elementos que escapan al objetivo del presente texto; sin embargo, es importante señalarlas puesto que constituyen parte del fenómeno y dan cuenta de su complejidad.
Con estos antecedentes, se comprende de mejor forma, la conformación de lo que Molina (2008) ha denominado como un código y que se conoce comúnmente como ‘lenguaje’ y los elementos implicados; así como también la importancia de la escucha de los sonidos producidos por los seres humanos y que se realiza en una interacción en la que, tanto la emisión de sonidos, como su recepción (escucha) son importantes, para lograr un diálogo fructífero.
En el mismo sentido, Campillo-Valero y García-Guixé (2005) señalan que, en la historia humana, el lenguaje surge como una necesidad de ponerse en contacto con otro y transmitir información; resulta del todo imposible pensar en el desarrollo humano sin este código o sin un medio de transmitir datos; pero, de la misma forma, la transmisión de esta información se volvería del todo dificultosa, de no haber la capacidad de recibirlos por medio de la escucha.
Luria (2000) ya señaló la contribución del lenguaje al desarrollo humano:
… gracias al lenguaje, el sujeto puede penetrar en la profundidad de las cosas, salir de los límites de la impresión inmediata, organizar su comportamiento dirigido a un fin, descubrir los enlaces y las relaciones complejas que son inalcanzables para la percepción inmediata, transmitir la información a otro hombre, lo que constituye un poderoso estímulo para el desarrollo mental por la transmisión de información acumulada a lo largo de muchas generaciones. (p. 222)
Así, el lenguaje se convirtió en una función muy poderosa de conexión e intercambio, dado que determinó el desarrollo psíquico y social a lo largo de los siglos de existencia del ser humano sobre la tierra. Watzlawick et al. (1995) han señalado la importancia de esta función para que se produzca el intercambio; sin embargo, también aclaran que es necesaria la presencia de dos componentes: el emisor y el receptor.
El primero emite datos en forma de sonidos organizados en un lenguaje particular, acompañado de gestos, miradas y posturas corporales que dan un sentido y califican la información emitida verbalmente. El segundo recibe la información, los datos emitidos, los decodifica en los sectores cerebrales constituidos para ello y emite respuestas en forma de sonidos o reacciones comportamentales frente a lo que se ha dicho.
Así, el lenguaje contribuye a la interconexión y la interrelación en un proceso en el que hay una persona que habla; es decir, emite sonidos y otra que ‘escucha’; es decir, que los recibe, los decodifica y reacciona a ellos. Se trata de los dos polos de un proceso binario de intercambio, que se vuelve cada vez más complejo conforme aumenta el número de participantes en el mismo.
Para comprender mejor la postura frente a la diada comunicacional básica, se la va a dividir, temporalmente, en los dos elementos constituyentes para luego centrarse en el segundo: el receptor que recibe el mensaje, a través de la escucha.
Watzlawick et al. (1995) resaltan las características del emisor, una de las partes de la díada comunicacional. Se trata de una persona que se expresa verbalmente, razón por la cual, se convierte en emisora de un mensaje; usa un código consensuado para ponerse en comunicación con otra persona y, como consecuencia de esto, entra en una interacción que puede conllevar (o no) la posible construcción de una relación en la que es importante comunicarse y para ello, el lenguaje es la herramienta principal.
Para fines de este artículo, siguiendo a Echeverría (2003), se va a considerar que el emisor puede usar un lenguaje, al que se la denominado como ‘generativo’. Se trata de un “lenguaje de acción, que crea realidades” (p. 35), no solo describe las cosas, sino que logra que estas ocurran y en este proceso, el papel del receptor, del que escucha, es particular, ya que contribuirá a consolidar o ratificar la narración elaborada.
Watzlawick et al. (1995) señalan la importancia de este proceso, en el que están implicados dos niveles. El primero está conformado por el lenguaje que transmite datos e información. El segundo nivel, que acompaña al anterior, está constituido por la ‘forma’ en la que se dicen las cosas y que se transmite en el tono de voz, en las miradas y en los gestos.
Así, el lenguaje puede forjar realidades: el narrador organiza la información de una forma determinada y el receptor capta la historia para confirmarla, reformularla o rechazarla de plano, lo cual va a determinar el devenir de la relación establecida: el consenso, el disenso o el conflicto serán los resultantes de este proceso.
Por ende y, siguiendo a Gadamer (1993), se puede señalar que el lenguaje construye realidades diferentes, nuevas, creativas. Estas realidades pueden conducir a cambios importantes en la vida de una persona y así, como puede construir mundos, valorar ideas, establecer diálogos productivos, creativos y generativos, también puede destruirlos, borrando esperanzas, descalificando ideas, negando realidades y personas o como lo señala el autor en 1992:
La esencia del signo es que tiene su ser en la función de su empleo, y que su aptitud consiste únicamente en ser un indicador. Por eso tiene que destacarse en ésta su función respecto al contexto en el que se halla y en el que ha de ser tomado como signo, con el fin de cancelar su propio ser una cosa y abrirse (desaparecer) en su significado: es la abstracción del hecho mismo de indicar. (p. 256)
Criterios que se pueden apoyar con lo sostenido por Carrera y Mazzarella (2001) cuando señalan que el lenguaje (y el significado que se le adscribe) activa procesos mentales que reproducen formas de interacción social que, posteriormente, contribuirán a la autoregulación de cada persona. Y aquí, nuevamente, resalta el papel de la escucha y el beneficio que aporta en la interacción.
Añadiendo, además, que el significado de la palabra brota, en cierto modo, de forma lúdica, del valor situacional de las palabras, con lo cual, se considera de nuevo a Gadamer (1992) quien explica que el lenguaje nace en una interacción definida también por el contexto en el que se produce y que está marcado en gran medida, desde el momento del nacimiento, o como él mismo lo dice:
La vida del lenguaje consiste en la continuación ininterrumpida del juego que empezamos a jugar cuando aprendimos a hablar […] nadie fija el significado de una palabra y la capacidad lingüística no significa únicamente haber aprendido y saber utilizar los significados fijos de las palabras. (p. 130)
Y esto ocurre, puesto que el significado de las palabras está vinculado íntimamente con la situación en la que brotan. Cabrera-González (2010) lo señala muy bien cuando indica que “los participantes son capaces de adaptar la producción y la recepción/interpretación del discurso a la situación comunicativa interpersonal social” (p. 2). Y así, surge inmediatamente, la importancia de la escucha en este proceso, porque para realizar tal adaptación, es necesaria en primer lugar, una comprensión de la situación que solo es posible cuando se ha escuchado lo que está sucediendo.
Gadamer (1992) lo señala magistralmente cuando menciona que la palabra tiene un valor muy importante y junto al diálogo poseen un momento de juego en sí:
… dar la palabra, guardar la palabra, quitarle a otro la palabra y obtener una respuesta, el modo de darla y cómo la palabra se inscribe en el contexto preciso en que se pronuncia y se comprende, todo esto apunta a una estructura común entre la comprensión y el juego. El niño va conociendo el mundo en juegos lingüísticos, las palabras no son un juego pero atrapan el pensamiento y lo integran en las relaciones que van más allá del pensamiento. (p. 129)
Con lo cual, se puede distinguir fácilmente la importancia del escuchar en este juego y en la construcción de relatos posibles, factibles; de escenarios que se van desplegando en el día a día de las interacciones y en los cuales, siguiendo a Balbi (2004), es posible distinguir dos escenarios distintos pero que se presentan simultáneamente: la conciencia y la acción.
En la primera, destacan los pensamientos y sentimientos de las personas que intervienen en la narración, que son expresados en el lenguaje y que llegan al receptor para ser escuchados y reaccionar frente a ellos. En la segunda, destacan los actos y las situaciones e instrumentos implicados en la ejecución; en la cual, el receptor puede verse implicado, gracias, precisamente a que escuchó el mensaje emitido.
Entonces, siguiendo a Balbi (2004) se puede afirmar que “en la narración, la realidad psíquica está siempre presente y, con más precisión, puede decirse que predomina” (p. 314) y adquiere sentido en un tiempo determinado lo cual, a su vez permite la construcción del significado personal, tanto del evento mismo, como del sí mismo de la persona que experimenta el evento.
A lo largo del tiempo, entonces se crean bucles de retroacción en el que el lenguaje emitido, recibido y escuchado juega un papel importante en la construcción de identidades y realidades humanas.
Debido a la importancia que el tiempo tiene con respecto a la narración, esta se construye siempre en relación con aquel. Es importante hacer una pequeña desviación hacia el análisis de esta magnitud física que tanto determina el devenir de un ser humano.
Para ello, siguiendo a Held (2009) se va a tomar en cuenta la propuesta de Husserl con respecto al tiempo, cuya fenomenología se basa en el análisis de la conciencia presente del tiempo, que se extiende un cierto tramo, dependiendo del nivel de atención que la persona presta al evento.
El tiempo y su papel en la narración
Cabe recalcar, como Held (2009) lo menciona, que la concepción de Husserl distingue entre tiempo cotidiano o ‘impropio’, también llamado ‘tiempo objetivo’ y el ‘tiempo propio’ o ‘presente viviente’.
En el primer caso, el ‘tiempo objetivo’ se lo toma de manera fija e inmóvil y por ello se convierte en impropio puesto que es una forma en la que el ser humano ha pretendido controlar esta dimensión, sin darse cuenta de que es inalterable y fluida. En el segundo caso, el ‘presente viviente’ denominado por Husserl (2002) se considera al tiempo como un acontecer o un devenir y está en estrecha relación con la conciencia que el ser humano tiene de esta dimensión y, que también se expresa en forma de los tiempos usados en el lenguaje.
Esta distinción no es nueva como lo señala Chernyakov (2002), ya que fue planteada en la civilización griega por Aristóteles y Platón y da cuenta de la importancia de esta dimensión en la historia humana porque está íntimamente ligada a su devenir.
Según Reeder (2011), en el transcurrir del tiempo, el ser humano y su conciencia, asigna a cada objeto una ‘posición temporal’; es decir, objeto y tiempo se integran en una unidad específica: ‘en la mañana’, ‘hoy’, ‘ayer’, ‘hace cinco años’, ‘en mi infancia’, ‘cuando era joven’, son otras tantas formas de ubicar el objeto y la experiencia asociada a él en un momento dado.
Como se puede evidenciar, fácilmente, el lenguaje es el instrumento utilizado para este posicionamiento y la escucha de esta descripción (objeto y tiempo) también da cuenta de la historia del individuo y de su transcurrir real.
Por ende, el lenguaje permite la expresión de esta unidad témporo-objetal ubicándola en tres momentos: el pasado, el presente y el futuro. Hasta el punto de que existen formas verbales particulares para cada uno de ellos. El ser humano se queda con impresiones que pueden perdurar en la conciencia durante algunos momentos; la percepción del aquí y ahora (del presente) se realiza en un leve instante en el que la conciencia experimenta el hoy que, rápidamente, se vuelve pasado y llega el futuro. Se trata de una experiencia eminentemente particular, gracias a la cual, se toma conciencia de que algo ha acontecido.
Por lo tanto, es posible distinguir dos manifestaciones particulares, ya señaladas por Husserl (2002): el tiempo mismo y la experiencia que se tiene de él. En el primer caso, se trata de una magnitud física que el ser humano percibe como un desplazamiento hacia atrás, mientras se encuentra siempre inmerso en un eterno presente y moviéndose o ‘fluyendo’ hacia el futuro. Este ‘desplazamiento’ que no es físico sino temporal pero que, al parecer está en relación con una sensación de movimiento, con gran probabilidad está vinculado con la secuencia de luz/oscuridad (en el día a día) y de las estaciones (primavera, verano, otoño e invierno) en el año.
Husserl (2002) considera este desplazamiento como un “hundirse en el tiempo” (p. 84). Aquí se vincula la magnitud física con la experiencia que se tiene del tiempo, puesto que la conciencia de cada persona, lo percibe como un desplazamiento, como algo que fluye continuamente. A la vez, esta sensación forma parte de la experiencia que se expresa en el lenguaje mediante tiempos verbales diversos que también ayudan al que escucha a ubicar la descripción hecha.
Por lo tanto, se puede afirmar que la conciencia, al igual que el tiempo, fluye y este flujo se expresa en el lenguaje. No obstante, Searle (2008) afirma que es posible que se presente en forma de ‘estados’ sin embargo, su manifestación primaria es como un fluir, en forma de un río continuo que no se detiene.
El ser humano percibe su llegada, presencia y partida; se trata de momentos que se identifican claramente en el lenguaje: ‘era, es y será’ son los verbos más básicos con los cuales, cada persona da cuenta de sí mismo y del tiempo transcurrido en su narración; además, también expresa la medida de este transcurrir, en una serie ‘contable’, ya que se expresa en horas, minutos, segundos y otras denominaciones más comunes como ‘ayer’, ‘mañana’, ‘en el futuro’ y muchas más.
En consecuencia, cada objeto o experiencia se asocia con puntos de referencia temporales (momentos, horas, días, semanas, años) que se mantienen fijos en el flujo continuo del tiempo; es decir que un objeto determinado, de cierta manera, se ‘fija’ en un momento dado y definido y se lo mantiene en el mismo, sin modificación.
Lo que conduce inevitablemente al hecho de que el ser humano aprende ambos; es decir, junto al objeto y la experiencia, también se aprehende los representantes de los lugares de tiempo; es decir, las unidades de tiempo objetivo que los seres humanos han definido para medirlo: días, horas, minutos, segundos, décadas, etc., y que se describen en el lenguaje usado por cada persona cuando narra o relata la experiencia que tiene con ellos.
Concomitantemente con este proceso de ‘fijación témporo-objetal’ aparecen tres fenómenos relacionados. En primer lugar, se tiene que, cuando el objeto y la experiencia se vuelven pasados; es decir, se los ubica en el ‘ayer’ (cualquiera que sea el período considerado), permanecen invariables, se les adscribe un punto determinado en el tiempo y se ‘fijan’ a él de tal manera que se vuelven historia.
En segundo lugar, la persona describe el momento presente como algo inmediato y leve ya que pasa fugazmente y sin solución de continuidad del futuro al pasado. El presente se vive, y se narra, como algo efímero que se diluye rápidamente en el fluir del tiempo.
En tercer y último lugar, cuando el objeto y la experiencia se localizan en el futuro, se los puede modificar puesto que la persona no puede establecer con absoluta certeza que el hecho sucederá ‘realmente’ en la forma en que ha sido planteado en el lenguaje; con gran probabilidad, esperará que suceda de tal forma o anhelará que no siga el curso que se prevé y, aunque el objeto o la experiencia sean adscritos a un determinado punto en el tiempo futuro (mañana, el próximo mes, en el siguiente año), lo que suceda solo se puede saber cuándo se llegue a dicho punto previsto.
Para esto, la persona, de cierta forma, está condenada a esperar el transcurso del tiempo y que la experiencia sea de tal o cual manera; sin embargo, una vez llegados al momento preciso, puede ser algo totalmente diferente y/o inesperado. Aquí radica el misterio de lo que el ser humano denomina ‘futuro’ y lo paradójico del tiempo ya que se conoce el pasado, sin embargo, no se lo puede cambiar y, al mismo tiempo, no se conoce el futuro pero se lo puede modificar.
Todos estos aspectos, sin lugar a duda, se expresarán y se narrarán a través de historias descritas en el lenguaje, en las cuales, cada persona ubicará su pasado, su presente y su futuro de forma tal que construye una narrativa particular, la misma que necesita ser escuchada y comprendida para que adquiera un sentido y un significado vital.
Esto es importante, ya que el ser humano, como poseedor de una conciencia, experimenta el tiempo como un ‘continuum’; es decir, como un flujo y no como un estado. Entonces, la experiencia del tiempo, de los objetos en él y la narración que se haga de esto, por medio del lenguaje, también es un devenir en el que el sujeto fija el objeto en el pasado y da cuenta de leves destellos de él, pero también se proyecta hacia el futuro aunque sea desconocido.
Este desplazamiento es mental y está sujeto a otros fenómenos como las emociones, la memoria misma y los posibles accidentes que impedirán que esta rememoración sea clara y fidedigna. El ser humano puede desplazarse solo hasta dónde su memoria le conduzca y lo hará también a través del lenguaje por el cual narra la historia asociada con un punto temporal determinado.
Además, aparte de la conciencia del tiempo y de este transcurrir que también se explica a través del lenguaje, hay que considerar que la experiencia se remite a algunos principios básicos ya planteados por la ontología del lenguaje y que se van a explicar a continuación siguiendo a Echeverría (2003).
Uno de los principios más básico indica que “No sabemos cómo las cosas son. Solo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos” (p. 40). Idea también considerada por Bateson (1998) al señalar que las categorías que cada uno construye acerca de las cosas y de los fenómenos son construcciones propias de cada persona, aunque están vinculadas a objetos particulares; sin embargo, cada persona tiene ideas definidas sobre ellos.
La descripción de los objetos y las experiencias al igual que la interpretación que se hace de ellas, se realiza a través del lenguaje. Papalia, Wendkos y Duskin (2007) explican muy bien que, en los primeros años de la existencia, cuando los niños observan un objeto y lo señalan, las personas a su alrededor le indican la denominación de dicho objeto; es decir, lo nombran.
Ya se ha determinado la importancia cognitiva que esta capacidad tiene para el desarrollo del lenguaje, siguiendo a Lenneberg (1985). Al igual que el aprendizaje de la denominación de las cosas, es en la niñez donde se aprende la denominación de las unidades del tiempo que se usa el discurso. Unidades que no escapan del proceso de interpretación ligada muy de cerca a la capacidad de nombrar las cosas que los seres humanos usan para organizar la experiencia sensorial.
Una gran parte de las personas han experimentado situaciones en las cuales, ciertas ‘ubicaciones temporales’ provocan experiencias diferentes considerando las implicaciones contextuales ya mencionadas anteriormente: ‘cerquita’ para un campesino puede significar a una hora de viaje para un citadino o, por lo contrario, ‘mañana’ puede ser muy un momento muy lejano para un hombre que espera ansioso, el resultado de una biopsia que determinará su futuro y el de su familia.
Hay que considerar, además, que Maturana (1984) afirmó que las percepciones resultan de las condiciones propias de la estructura biológica y no de los rasgos de los agentes perturbadores del medio. Los sentidos no proporcionan una fiel representación de cómo son las cosas, solo nos dan cierta información sobre ellas: tamaño, peso, color, forma y muchas más que luego se les asigna un determinado nombre.
Cada una de estas condiciones genera, en cada persona, ciertas experiencias vinculadas a recuerdos (pasado), sensaciones (presente) o anhelos (futuro). Así, la interpretación es una pieza clave en la escucha de una situación dada y en la experiencia que se tenga de ella. Por lo que, hay que considerar lo que Echeverría (2003) señala con gran certeza, cuando afirma que el ser humano, al organizar las cosas a su alrededor intenta darles un sentido, asignarles un significado. La tendencia humana de la búsqueda de sentido se manifiesta en el lenguaje a través de la invención y adopción de historias sobre uno mismo y el mundo.
Entonces, el mundo interno, constituido por ideas, pensamientos, emociones, percepciones y muchos aspectos más, se conecta con el ambiente externo conformado por objetos y experiencias que generan ciertos estímulos, de tal forma que el ser humano construye y organiza su vivencia para que tenga un sentido para sí mismo y para los demás.
Posteriormente, cada uno narra a otras personas estos ‘significados’, en forma de historias y descripciones sobre el mundo y sobre uno mismo que se van conectando con las de las demás personas, lo cual conduce al segundo principio enunciado por Echeverría (2003) que indica: “no solo actuamos de acuerdo a cómo somos (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace” (p. 46).
Estas acciones, por supuesto, se describen a través del lenguaje, de ahí su función interpretativa que se manifiesta en el hilo temporal en el que cada uno vive y construye una historia válida y con sentido, para sí mismo y los demás. Echeverría (2003) lo recalca al afirmar que “puesto que ser humano es estar en un proceso permanente de devenir” (p. 37) y el lenguaje contribuye a la re-construcción continua que cada uno hace de sí mismo en ese transcurrir. Este proceso se realiza en relación con los demás, puesto que cada persona narra historias a las personas que le rodean.
Por ende, el lenguaje, generativo como se ha designado, que construye realidades, cuando se lo piensa como una posibilidad, se construye en una relación y, a la vez, las mantiene; es decir, que el lenguaje, es, en esencia, relacional; es un medio con el cual una persona entra en contacto con otra, se comunica con otra o como Watzlawick et al. (1995) lo señala muy bien, el lenguaje es la parte esencial de un proceso de intercambio de información al que se denomina comunicación.
El lenguaje abre o cierra ciertas posibilidades dependiendo de lo que se señale o escoja como relevante o incluso indique como importante, puesto que la vida es el espacio en el que los individuos se inventan a sí mismos. Se trata de un espacio de posibilidad hacia la propia creación; es un espacio autopoyético dirían Maturana y Varela (1984) y lo señalaría Echeverría (2003) en la ontología del lenguaje.
Además, Gadamer (1993) contribuye en la reflexión, al indicar que esta experiencia humana se narra en historias que se convierten en recuerdos propios sobre la vida, que se cuentan o relatan a otras personas:
…. esto no quiere decir por otra parte que la palabra preceda a toda experiencia de lo que es y se añada exteriormente a experiencias ya hechas, sometiéndolas a sí. No es que la experiencia ocurra en principio sin palabras y se convierta secundariamente en objeto de reflexión en virtud de la designación, por ejemplo, subsumiéndose bajo la generalidad de la palabra. Al contrario, es parte de la ‘experiencia' misma el buscar y encontrar las palabras que la expresen. Uno busca la palabra adecuada, esto es, la palabra que realmente pertenezca a la cosa, de manera que ésta adquiera así la palabra. (p. 258)
Este modelamiento, esta construcción que el ser humano hace del mundo en el que vive y de su misma identidad es un proceso que se produce a través del lenguaje. Cuando dos personas conversan hablan el mismo lenguaje, lo cual es necesario para alcanzar una cierta comprensión del tema que traten y de las acciones y reacciones de cada una. Como lo expresan Joaqui y Ortiz (2016) “otros mundos pueden ser conocidos cuando se accede a su lenguaje particular: cuando existe expresión, es posible la comunicación y la comprensión” (p.169).
Sin embargo, cada persona también habla su propio lenguaje; razón por la cual, es necesario que un acuerdo se produzca para que haya comprensión mutua, ya que, en la conversación, las personas se trasladan al mundo representativo del otro, de tal forma que se da una alternancia, hasta el momento en que comienza el juego del dar y tomar, lo cual constituye la verdadera conversación.
Y en este proceso interaccional de intercambio en el lenguaje, la escucha es una parte esencial puesto que favorece el encuentro, la comunicación y la conversación. Sin escucha no habría interacción y el lenguaje, tal vez moriría en el vacío, razón por la cual, se va a abordar este elemento.
La escucha
Además del acto de emitir mensajes, analizado en el acápite anterior, existe la parte complementaria, correspondiente al acto de escucharlos. Este fenómeno, sin duda alguna, es primordial para que las relaciones se desarrollen: un simple deseo manifestado y expresado mediante el lenguaje, necesita ser escuchado, atendido para que algo se desenvuelva y logre la trascendencia que, por naturaleza, tiene consigo el mensaje en el proceso de la comunicación.
La historia de la humanidad también recalca, en muchas ocasiones, el impacto de una palabra que indica revoluciones importantes en ideas y concepciones, incluso en formas de comprender el mundo. Desde el ‘¡eureka!’ de Arquímedes que movió el mundo con una palanca, pasando por el ‘¡Y sin embargo se mueve!’ de Galileo que sacó a la Tierra de su centro, hasta la lapidaria frase de Espejo ‘Mi pluma lo mató’ al enterarse de la muerte de García Moreno, presidente de Ecuador, en su período republicano, todas ellas indican momentos claves en la vida de los seres humanos que han sido marcados por una palabra o una frase que ha sido escuchada por otras personas y por ello, se sabe de ellas y de los eventos sucedidos.
Todas estas palabras y millones más que se pronuncian cada día a lo largo y ancho del planeta Tierra, en diferentes idiomas y con diversos acentos, han llegado a otros oídos, han sido escuchadas y comprendidas en un determinado sentido; es decir, que existe alguien, en algún lado y en un momento determinado, que recibe el mensaje y capta su sentido.
Este proceso también se observa en los textos que resuenan desde tiempos antiguos y cuyas palabras llegan hasta el momento actual. De modo similar ocurre con los mensajes que se envían en redes sociales y que transmiten con gran facilidad lo que está ocurriendo, en ocasiones, en tiempo real, al otro lado del mundo. Los seres humanos escuchan también estos mensajes y tienen efecto, precisamente, porque hay personas que les prestan oídos.
En este punto, cabe hacer una diferencia interesante entre lo que se mira y lo que se escucha. Podría parecer vana tal tarea; sin embargo, se trata de algo fundamental puesto que lo primero, se ve, se capta a través de la mirada y lo segundo no, lo cual, sin duda alguna haría que el Pequeño Principito (Saint-Exupéry, 2009) exclame: “lo esencial es invisible para los ojos” (p. 26).
La vista, sin duda alguna es sumamente importante para conocer el mundo: sus formas, tamaños y colores. Sin embargo, Gadamer (1993, citado en Nieto, 2005) señala que cuando se escucha el mundo, entonces se lo interpreta, “es uno de los dones del oír, del saber oír que está en armonía con la escucha” (p. 18).
Se establece así, una diferencia radical entre lo que se ve y lo que se escucha. Lo primero llega a la vista y es captado por ella y, en un inicio, no requiere interpretación alguna, solo percepción. En cambio, lo escuchado, especialmente en lo que se refiere al lenguaje se acompaña siempre de este segundo nivel interpretativo.
Para que las palabras y el lenguaje tengan un efecto, deben ser escuchadas y comprendidas, Linares (1996) lo señala muy bien cuando menciona que toda narración es hecha por una persona para alguien más o como lo dice en su propio mensaje:
La tupida trama de narraciones en las que la familia de origen, la pareja y la familia de procreación se articulan con otros múltiples espacios relacionales, también significativos aunque generalmente menos trascendentes, constituye el armazón de la actividad relacional del individuo y, por tanto, de su vida psíquica. Admitiendo combinaciones muy diversas de identidad y narrativa, en ella caben goce y sufrimiento, capacidad de cambiar pero también funcionamiento redundante. (p. 53)
Estos intercambios comunicacionales que se producen en un tiempo determinado también determinan la construcción del psiquismo humano. El lenguaje es relacional puesto que es el vehículo privilegiado para entablar un diálogo, pero también es la fuente imperecedera de muchos mal entendidos, de interpretaciones literales que pueden conducir a innumerables problemas.
Y para que esto se produzca, se requiere la presencia de alguien que escucha el mensaje, por lo que no se puede dejar de señalar la importancia de este proceso, que genera efectos positivos experimentados por todas aquellas personas que han narrado su historia a un escuchador atento y empático. De igual manera, un sinfín de dificultades aparece por el simple hecho de no escuchar las ideas y argumentos de otros. Cuántos conflictos se podrían obviar con el simple ejercicio de prestar oídos atentos a lo que una persona dice.
Los resultados positivos o negativos surgen, precisamente, del hecho de que el discurso ha sido atendido y entendido o, por el contrario, no se le ha prestado ninguna atención. El discurso se orienta siempre hacia alguien y los seres humanos buscan y desean encontrar a ese otro atento que escuche la narración de su experiencia, la valide y la reconozca, en la medida de lo posible, de tal forma que se dé valor al relato.
Al hacer esto, Watzlawick et al. (1995) sostiene que también se valida a la persona que tuvo la experiencia, por el hecho de escucharla, o como lo indica en sus propias palabras:
La base de la convivencia humana es doble y, sin embargo, una sola: el deseo de todos los seres humanos de que los otros les confirmen como lo que son o incluso como lo que pueden llegar a ser, y la capacidad innata de los hombres para confirmar de ese modo a sus semejantes […] La verdadera humanidad solo se da allí donde esta capacidad se desarrolla. (p. 21)
En consecuencia, la escucha no es solo el acto simple de captar un mensaje y decodificar el sentido en el que es emitido. El acto de escuchar conlleva un sentido más profundo e impactante para las relaciones humanas, puesto que ‘reconoce’ al otro como ser humano y lo valida en su presencia, narrativa, identidad y autenticidad.
Siguiendo a Echeverría (2003), se puede afirmar y coincidir con el hecho de que escuchar constituye el lado oculto del lenguaje, ya que la comunicación humana tiene dos facetas: hablar y escuchar y mucho se ha reflexionado acerca de la primera parte de este proceso; sin embargo, la escucha es algo que solo recientemente se le está prestando atención. Y esto sucede de tal manera, ya que el acto de escuchar saca a cada persona de su propio pensamiento y racionalidad y la vuelve hacia el ámbito de lo compartido como lo señala Cepeda (2012).
El escuchar algo, implica necesariamente, el establecimiento de una comunicación que puede volverse diálogo y luego relación o como lo propone Cepeda (2012): “lo que saldrá de una conversación no lo puede saber nadie por anticipado” (p. 205). Esto introduce a cada persona, en un ámbito desconocido, se trata de un terreno intermedio en el cual, ambos participantes se encuentran y al hacerlo (se) comparten, lo que implica necesariamente la condición ética como marco contextual, en el cual se desenvolverá la comunicación y, por ende, la relación.
Nieto (2005) enfatiza el poder de la escucha como un componente ético esencial de las relaciones humanas:
… dar salida a la voz que se guarda en el mundo interior y particular de cada quien, es poner de relieve su sonoridad, generando sentido; pero primero, develando el territorio común entre lo propio y la extraño, que a su vez delimita la tensión valorativa establecida entre yo y el otro, y otorga al acto de hablar y escuchar un contenido ético inaplazable en la circunstancialidad que vincula decir y oír en un determinado momento. (pp. 17-18)
Echeverría (2003) también afirma el componente ético del escuchar, ya que valida el hablar, puesto que se habla para alguien: “Cuando escuchamos, por lo tanto, escuchamos las inquietudes de las personas. Escuchamos el por qué las personas realizan las acciones que realizan” (p. 157). Ideas también compartidas por Cepeda (2012) al considerar que escuchar es el camino más adecuado para tener acceso al otro en su totalidad hablante y, no solo en el sentido que se manifiesta literalmente en el lenguaje hablado, si no en el modo más íntimo y profundo que es comprender al otro de manera integral y en la profundidad de su ser que, puede no ser expresado, pero que puede ser escuchado.
En esta reflexión, cabe recalcar que existe una diferencia fundamental entre el oír cotidiano y el escuchar comprensivo. El primero se practica muchas veces cuando se está ante la radio o la televisión; se trata de un oír sin entender lo que se dice, necesariamente; es como escuchar una canción en otro idioma. Pero de lo que se trata en el presente artículo es del ‘verdadero escuchar’ que Gadamer (2002) denomina como ‘comprensión’:
Oír y entender están tan estrechamente vinculados que toda la articulación del lenguaje se pone a contribución en la situación. No basta con los sonidos lingüísticos: también la gesticulación y todo lo demás tienen que confluir en una unidad convincente. Si falta esa unidad, no se entiende. (p. 69)
Es así, que escuchar y comprender forman una unidad indisoluble: la verdadera escucha conduce a una auténtica comprensión y esto equivale a una apertura hacia el otro en la mayoría de sus dimensiones. En este punto es importante resaltar lo que se denomina como el ‘círculo hermenéutico’ en filosofía, particularmente desde la perspectiva de Gadamer (1993), por la cual el comprender trasciende la naturaleza misma de lo que comúnmente se entiende por escuchar.
El círculo hermenéutico se refiere a una regla formal; es decir, a una manera de proceder frente a los textos que se pueden o quieren comprender y que también podría ser aplicable a la escucha. Esta regla se traduce, de la manera más simple, así: comprender el todo desde las partes y estas a partir del todo.
Dicho de otra forma, es necesario escuchar la narración, toda ella, a partir de los múltiples episodios que la conforman, puesto que una narración, generalmente se organiza en un inicio, un desarrollo y un desenlace. De igual manera, es importante escuchar cada parte que da sentido a la narración entera.
Esta regla no es prescriptiva; es decir, no impone un ‘deber ser’; se trata más bien de una regla descriptiva lo que implica que dice lo que es y, al hacerlo de tal manera, se trata del modo más cercano a la comprensión que aparece cuando se establece una cierta forma de escuchar y no cuando esta se impone.
Cuando se escucha una frase, se la suele comprender en el marco de la narración entera, a la vez, que se comprende cada una de las palabras emitidas. Las dos direcciones del ejercicio comprensivo (el todo y la parte) siempre están conjugándose entre sí. Lo mismo ocurre cuando se comprende un texto, una película (otra forma de texto), entre otras maneras expresivas; es decir, que cualquier cosa se comprende desde la descripción que se hace.
Por lo tanto, el circulo hermenéutico se refiere a un rasgo ontológico, es un modo de presentación y concepción del ser humano; de acuerdo con el cual, cada uno sólo comprende lo que ya ha sido entendido y que ha sido expresado en el lenguaje. Esto conduce al hecho de que cada persona solo comprende y, en consecuencia, solo escucha, aquello que ya ha sido entendido, lo que ha sido legado en la tradición a la cual pertenece.
Este es el ‘modo de ser’ en el cual, además, cada uno escucha lo que forma parte de esta regla formal de comprensión (lo que es) y que, en este sentido, deja de serlo para convertirse en el modo común de expresarse del ser humano.
Por lo tanto, el circulo hermenéutico hace referencia al modo de ser de cada persona; de acuerdo con el cual, ella comprende y su ser se manifiesta también en este proceso. En esta situación compleja, queda recogida la historicidad de la existencia humana y se saca a relucir el hecho de que el ser humano está inscrito en una tradición histórica determinada.
El rasgo ontológico del ser humano es el círculo hermenéutico; de acuerdo con el cual, el sujeto es un ser que comprende: a los demás, a sí mismo y a lo que le rodea y, solo puede hacerlo a partir de lo que ya ha sido comprendido. Esta situación, saca a flote el hecho de que el ser humano es histórico, es decir, determinado por su pertenencia a una tradición.
Al plantearlo de esta forma, Gadamer (1993) quiere falsear la idea según la cual, la pertenencia a la tradición convierte a cada persona en mero prolongador de lo que ya ha sido. Esta es una manera de escuchar y entender la tradición supremamente estéril e improductiva. Al parecer, se asume la tradición como una suerte de carga pesada que no permite crear algo nuevo, abrir otros horizontes.
Sin embargo, existe otra forma de escuchar la tradición que no es ese peso que se arrastra, que hace lento el paso, que inmoviliza. Más bien, la tradición es la que contribuye a lo que cada uno es, y es así, porque cada ser humano pertenece a ella y, por tal razón, tiene una comprensión del mundo y tiene un mundo que se puede escuchar y transmitir en el lenguaje.
La tradición en sí misma no es una carga; es algo que potencia una nueva comprensión, siempre y cuando se escuche atentamente y cada uno sepa elaborar bien la relación entre tradición y ser humano. Si este vínculo es estéril, conservador, demasiado limitado; la persona se implica en una relación absolutamente nociva (también característica Nietzscheana) que impide comprender. Sin embargo, cuando la relación es dinámica, crítica, activa y se la escucha permanentemente como tal; entonces, permite comprender cosas nuevas, abrir nuevos horizontes de comprensión.
Por lo anterior, Gadamer (1993) también aporta diciendo que los prejuicios no deben ser considerados como negativos en sí mismos, como lo creía la ilustración. Es, en los prejuicios en donde se sedimenta la pertenencia de cada persona a una tradición determinada, que no solo ha sido escuchada, sino que ha sido asumida como verdad.
Ser consciente de la determinación impuesta por la tradición a la que se pertenece y el impacto que tienen sobre cada uno, los aspectos más característicos de esta tradición, cuando es escuchada sin reflexión alguna; es la cuestión fundamental que sale a relucir a través de los prejuicios personales y que son la clara expresión de la pertenencia a dicha tradición que se ha escuchado y asumido sin más.
Por eso, ‘rehabilitar’ la tradición implica modificar los prejuicios que posibilitan una determinada comprensión, a la vez, que limitan un entendimiento más profundo y escucha verdadera del ser del otro; se trata así, de salvarse de una situación de desgracia con algo que todavía tiene ‘potencial’, al volver a cada ser humano capaz de escuchar y comprender de forma adecuada la tradición y cómo esta se manifiesta en el discurso de las personas.
Según Gadamer (1993), los prejuicios son la condición de posibilidad de la comprensión. Sin ellos no se comprende nada. Sólo, gracias a ellos, cada uno es capaz de comprender. En el prejuicio se condensa, se hace efectiva la pertenencia a una tradición, y esta hace posible la comprensión y ¿cómo lo hace?
El prejuicio puede convertirse en algo negativo cuando determina la escucha sin que la persona lo sepa; a sus espaldas, es dominada por el prejuicio que le impide comprender; por otro lado, Gadamer (1993) también afirma que no será posible desvelar un prejuicio mientras actúe constantemente y a espaldas de cada persona sin que ella lo sepa, sino únicamente cuando él es, por así decir, suscitado.
Un prejuicio se puede convertir en positivo cuando, de alguna manera, cada persona se escucha a sí misma y gana cierto nivel de consciencia respecto de la determinación que tiene por parte de ese prejuicio y ¿cómo se logra esa conciencia? Para que un prejuicio deje de determinar a una persona a sus espaldas y así dominarla e impedirla comprender no se tiene que hacer otra cosa sino ‘ponerlo en ejercicio’; es decir, dejar que el prejuicio surja, aparezca. En este momento deja de determinar ciegamente a quien lo manifiesta.
Y ¿cómo surge o aparece el prejuicio a la luz, de modo que uno se haga consciente de él? Esto sucede cuando algo suscita la atención de cada uno; no hay comprensión sin que algo llame, particularmente, la atención y esta es convocada por aquello que es diferente: es algo ‘otro’, algo distinto, algo nuevo lo que llama la atención y lo hace porque es distinto, no familiar, extraño y esto impulsa a escuchar y a la búsqueda de comprender.
Para detener la mirada y para orientar los oídos hacia algo, es porque eso que llama la atención, destaca en medio de los demás o de lo demás y esto ocurre, porque, en el fondo de ese algo, hay ciertos rasgos nuevos, fuera de lo ya conocido, que hacen que se destaque, que requiera ser escuchado y comprendido. Y sólo porque aparece como ‘otro’ es que se busca comprender.
Si se confunde con lo ya conocido, si ya no hay contraste, no hay tensión; si ya no hay algo que se distinga pues, simplemente, ni siquiera se busca comprender y esto no depende de la persona, ya que hay algo que viene del acontecimiento, que pertenece al plano del puro acontecer y, por lo tanto, no depende de la acción de la persona, sino que simplemente ocurre.
El sujeto que escucha y comprende no es un individuo que tiene dominio o control sobre lo que comprende; así como tampoco tiene completo control sobre el instrumento que usa para comprender lo que acontece y que, en ciertos casos, pasa por escuchar la experiencia y sus características. El sujeto que aquí comprende es el resultado de una serie de determinaciones que, más allá de su propio control, lo constituyen como tal; se trata de un sujeto histórico, determinado por esta y que sigue ejerciendo un efecto que no se puede dominar totalmente, ni convertir de ninguna manera en un objeto, ni de conocimiento ni de utilización metodológica.
Cuando se comprende algo, en cada persona ocurre una leve modificación, que no podía ni prever (presentir) ni controlar completamente; se trata de un ‘acontecimiento’ que trae consigo la posibilidad de comprenderse mejor a sí mismo, en la medida en que, gracias al acontecimiento sale a la luz lo que determina a cada uno y al acontecer esto, lo que sucede, deja de hacer de cada uno, una simple extensión de su poder de determinación.
Cuando se comprende es porque algo ha llamado la atención y la persona se ha detenido a escucharlo, no ha pasado de largo, se ha quedado retenida porque sobresale respecto de algo familiar ya conocido, ya juzgado y eso no depende de la persona. Lo que atrapa la atención es eso que ejerce un poder parcial sobre uno y es a lo que se presta atención y escucha.
Nunca se comprendería algo si ese entendimiento no va de la mano con una autocomprensión. Cuando se discierne algo, tal comprensión no puede ocurrir sin los prejuicios, ocurre gracias a ellos puesto que son los que determinan, no solo lo que comprendo (en su alteridad), sino que salen a flote esas ideas que, en el fondo, son lo que uno mismo es; por lo tanto, cada uno se comprende a sí mismo también.
Este momento de comprensión de uno mismo no tiene que llevar a pensar que ese entendimiento tiene un momento de plena y absoluta consciencia de sí. Gadamer (1992) expresa que esta comprensión de sí mismo es una tarea infinita e inacabable; siempre puede haber nuevos acontecimientos que saquen a flote determinaciones de las cuales uno no es plenamente consciente y por lo tanto, no se puede dominarlos plenamente.
Aquí se refleja profundamente el carácter histórico infinito del ser humano. Siempre está determinado de un modo que no puede ser objeto de plena conciencia. Siempre hay un efecto histórico que hace de cada uno lo que es y que no se puede, de ninguna manera, convertir en un objeto de conocimiento objetivo.
La historia en el ser humano es un estado de apertura constante al evento, al acontecimiento, a lo que no está prescrito, no está previsible, no es controlable. No hay existencia humana que no se dé en un tiempo histórico y culturalmente determinado. La existencia humana es pura historicidad, es pura finitud y de lo que se trata aquí, es de ser ‘fiel’; es decir, mantenerse en la idea de que hay estos eventos que sobrepasan a cada ser humano y que no se puede, simplemente, dominar, cual sujeto soberano capaz de poner límites, a todo lo que acontece y así intentar controlarlo.
Aquí hay una crítica profunda de la hermenéutica a la noción de sujeto moderno. Por el contrario, el sujeto hermenéutico es histórico y finito; abierto al acontecimiento conducido por lo otro diferente a él y que se le aparece cuando es incomprensible. Esto, llama la atención de alguien y entonces, se volverá motivo de escucha y de intento de comprensión.
El sujeto hermenéutico como ser histórico, es activo no pasivo, crítico, pero no reniega de su pertenencia a la tradición, sino que hace de dicha pertenencia la condición de posibilidad para ser lo que es. Esta experiencia de círculo hermenéutico es de carácter ontológico (describe el modo de ser del ser humano, histórico) y no metodológico.
Por otro lado, se sabe que la comprensión según lo planteado por Dilthey (1994) es una “capacidad de (re)conocer una interioridad considerando los signos externos” (p. 322) pero cuando esta comprensión asume una tarea hermenéutica según lo planteado por Gadamer (1992) incluye siempre una dimensión reflexiva puesto que “la comprensión efectiva requiere la explicitación del componente inconsciente de una operación de conocimiento” (p. 122).
Se trata, en consecuencia, de alcanzar una comprensión auténtica de uno mismo y de los demás, por lo que, Gadamer (1992) afirma finalmente que la verdadera cuestión en juego es que “la comprensión no se puede concebir como una actividad de la conciencia comprensiva sino como un modo de acontecer mismo del ser” (p. 125) y este concepto adquiere con Heidegger su historicidad.
Si la comprensión es una forma en la que acontece el ser es porque se trata de una forma de apertura. El Dasein comprende el mundo tanto en sus hechos como en sus significados. Se trata de una posibilidad de ‘poder ser en el mundo’, es decir, es, esencialmente un proyecto que corresponde a cierta visión que el Dasein tiene sobre sí mismo y sus potencialidades, lo que implica, necesariamente, que el Dasein tiene acceso a sí mismo y posibilidades de (re)descubrirse.
De esta manera, la comprensión se desarrolla en una explicación que el Dasein hace de sí mismo en el mundo y de sus capacidades para seguir en él. Según Berciano (1991) se trata de una ‘explicación’ que “pone de manera explícita el ente, comprendiéndolo ahora “como algo” dentro de un mundo como totalidad de relaciones” (p. 66).
El comprender, entonces, está determinado por las relaciones y el contexto en el cual, cada persona se desenvuelve; añadiendo además, como lo dice Heidegger (1953) que: “el comprender es siempre un comprender afectivamente templado” (p. 146), lo cual requiere de una escucha atenta para percibir y estar atento a la percepción de los afectos que surgen acompañando determinada vivencia, ya que con la comprensión surgen otras dos condiciones mencionadas por Berciano (1991) y que son concomitantes con ella: el encontrarse y el habla, gracias a las cuales se manifiesta la apertura existencial del Dasein.
La comprensión se expresa en el habla, en la cual, el Dasein se expresa a sí mismo y también se descubre cómo ser, como ser que se expresa y como puede ser. Cuando el ser ha descubierto al ente intramundano y lo comprende, es que ha alcanzado un ‘sentido’. Berciano (1991) lo expresa muy bien al afirmar:
Sentido es aquello en lo cual se detiene la comprensibilidad de algo […] es el hacia dónde del proyecto se estructura por el tener, por el ver, por el comprender previos, a partir del cual, algo se hace comprensible como tal. (p. 71)
El otro modo que caracteriza la apertura existencial es el ‘encontrarse’: aquí el Dasein se conoce a sí mismo en su facticidad y también en su temple o en su estado de ánimo; este encuentro, a la vez, indica su responsabilidad de tener que ser. Según Berciano (1991), el modo característico de este nivel es el temor, especialmente por sí mismo: “el temor es algo privativo, que ofusca y hace perder la cabeza” (p. 65).
Gracias a la correlación entre encuentro, comprensión y habla se da paso a la posibilidad de la ‘apertura existencial’ que, según Heidegger (1953) implica un ‘co-estar’; es decir, una coexistencia con otros que facilita el mutuo conocimiento y posibilita el abrirse o cerrarse frente a ese mismo mundo y los otros; esta mutua comprensión:
Originariamente posibilita y constituye la relación con los otros. Ese fenómeno, llamado, de manera no precisamente feliz, “Einfühlung” [“empatía”, “endopatía”] debería, en cierto modo por primera vez, tender ontológicamente el puente desde el propio sujeto, dado primeramente solo, hacia el otro sujeto, que empezaría por estar enteramente cerrado. (p. 128)
Este conocimiento recíproco depende, en gran medida, de que el propio Dasein se conozca a sí mismo y, en calidad de ser-en-el-mundo, encuentre su condición de posibilidad antes que su carácter real, de alcanzar la apertura existencial; se trata de un constante devenir y trascender en sí mismo y frente al mundo; es decir, la apertura existencial viene del puro acontecimiento, pertenece a este plano y no depende de la persona.
Según Berciano (1991), el Dasein es, en esencia, apertura, la cual está señalada en el prefijo “Da” indicando que: “la apertura que se da en el Dasein es la apertura del ser, el cual pertenece también al Dasein” (p.65). La apertura en condición de arrojado implica que los estados de ánimo simplemente ocurren como una condición básica del Dasein y de estar en el mundo; entonces, la disposición afectiva es un modo característico de apertura en la cual, el Dasein queda abierto a sí mismo antes de todo conocimiento y querer.
Esto implica que las emociones son el modo más básico y primario de contacto consigo mismo y con el mundo. Heidegger (1953) también lo afirma del mismo modo, cuando señala:
Y sólo por pertenecer ontológicamente a un ente cuyo modo de ser es el del estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva, pueden los “sentidos” ser “tocados” y “tener sentido para”, de tal manera que lo que los toca se muestre en la afección. Eso que llamamos afección no podría tener lugar ni siquiera como efecto de la máxima presión y resistencia, y la resistencia misma quedaría esencialmente sin descubrir, si el estar‐en‐el‐mundo en disposición afectiva no se encontrase ya consignado a la posibilidad, bosquejada por los estados de ánimo, de ser afectado por el ente intramundano. (p. 141)
De esta reflexión, se desprende que el ser está en el mundo en disposición afectiva y que esta es una forma de apertura existencial que, como se ha dicho anteriormente, se expresa a través de la comprensión, el encontrarse y el habla. La apertura del Dasein está en relación muy cercana con la naturaleza de la disposición afectiva que se convierte en su constitutivo existencial. Gracias a esto, los sentidos pueden ser ‘tocados’ y, en consecuencia, el mundo, los otros y el ser mismo adquieren un sentido, son comprendidos y luego expresados en el habla.
Para que esto sea posible, se hace necesario un encuentro. El Dasein, que es disposición afectiva, que se encuentra en modo de apertura existencial se halla en un encuentro existencial que tiene, como requisito fundamental, la alteridad. Esta condición, según Nieto (2005) crea la necesidad de disponer:
De un territorio intersubjetivo para el sujeto, territorio de diálogo y de discurso; terreno instaurado por el autor como pilar de la estructura del ser, posibilidad de permanente intercambio, entre lo que es y lo que está en vía de ser. (p. 20)
Este territorio de diálogo y discurso, por un lado, se construye en el lenguaje que expresa las emociones, que muestra al ser mismo y a los otros lo que cada uno es, piensa y siente y, por otro lado; se sostiene en la escucha comprensiva que uno hace de sí mismo, del otro, del mundo en sus más pequeños detalles y sin lo cual, la construcción no sería posible.
Por lo tanto, el habla, la escucha y la comprensión son esenciales en la apertura existencial del Dasein y así, aparece el segundo elemento de la ecuación porque ese otro es el mundo o el Otro simplemente que también escucha lo que uno quiere decir o de quien también se escucha lo que desea expresar. Echeverría (2003) lo señala muy bien cuando afirma:
Para escuchar debemos permitir que los otros hablen […] Quienes saben escuchar son buenos constructores de narrativas, buenos productores de historias. Los que saben escuchar no aceptan de inmediato las Historias que les cuentan. A menudo las desafían. No se satisfacen con un solo punto de vista. Están siempre pidiendo otra opinión, mirando las cosas desde ángulos diferentes. Como tejedores, producen historias que, paso a paso, permitirán ir distinguiendo con mayor claridad las tramas del acontecer. (p. 158)
Ya que escuchar es oír más interpretar como lo señaló Cabrera-González (2010) y esto se convierte en un proceso continuo de re-creación y reformulación de lo dicho para la construcción de historias posibles en las que se entremezclan las ideas de uno con los pensamientos de otro.
La historia no es algo que una persona cuenta en la soledad de su discurso; es algo que se construye como un entramado de narraciones, constituido por los relatos de muchas personas a lo largo del tiempo. Es por esta razón que el acto de escuchar tiene un principio ético como lo señala Echeverría (2003) y que es:
El respeto mutuo, en aceptar que los otros son diferentes de nosotros, que en tal diferencia son legítimos y en la aceptación de su capacidad de tomar acciones en forma autónoma de nosotros. El respeto muto es esencial para poder escuchar. Sin la aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo, el escuchar no puede ocurrir. Si ello no está presente solo podemos proyectar en los otros nuestra propia manera de ser. En vez de hacer eso, cuando escuchamos nos colocamos en la disposición de aceptar la posibilidad de que existan otras formas de ser, diferentes de la nuestra. (p. 170)
Entonces sin la aceptación del ‘otro’ en su calidad de diferente a uno mismo y que tiene una narración que hacer, el acto de escuchar se vuelve totalmente imposible. Es, en esta básica consideración dialéctica, en esta tensión yo-otro, que el escuchar se vuelve posible cuando se consuma y se consolida la idea de que el otro tiene una historia diferente a la mía que puede ser contada y de ahí, emerge de forma clara y precisa la ética de la relación.
Esta es la esencia de la apertura existencial planteada por Heidegger puesto que es la condición más básica y esencial del ser humano como Dasein; es decir, como ser-en-el-mundo, para lo cual, es esencial escucharlo y para alcanzar una comprensión adecuada de este proceso, cada uno debe mostrar una condición de apertura que facilite la recepción del otro en cuanto tal, como diferente a uno mismo.
La aceptación del otro como diferente y legítimo es un elemento básico de la escucha y del intercambio entre personas a través del lenguaje. Echeverría (2003) recalca que, si se produce un rechazo, la capacidad de escucha se ve disminuida y afectada considerando, además, que cada persona escucha a partir de dos ámbitos entremezclados: los valores, principios e ideales que cada persona ha construido sobre sí mismo y que, además, se entremezclan con el trasfondo socio-histórico.
Esta postura también es sostenida por Nieto (2005) puesto que el discurso de cada persona (y, también la escucha que es capaz de hacer) será el producto de la síntesis particular que cada individuo ha realizado del momento histórico particular que vive y que le facilita cierto nivel de comprensión sobre las situaciones y los problemas y la propia individualidad. Este autor, añade además que escuchar es un acto complejo y en términos éticos implica un ‘querer oír al otro’ que implica una forma particular de ser y de ser junto al otro.
La escucha, al ser un acto complejo, plenamente volitivo y altamente desiderativo puesto que alguien debe ‘querer escuchar’ para hacerlo, requiere de un contexto adecuado en el cual llevarse a cabo. Las grandes urbes con el caos de su tráfico y la mezcla de mil y un sonidos que se emiten en toda su extensión, parece que no ofrecen las condiciones para la escucha atenta, razón por la cual, el silencio quizá sea mucho mejor.
De igual manera, para escuchar es necesario estar en un estado emocional de tranquilidad y aceptación, requisito indispensable si se desea escuchar y comprender. Cuando una persona está ofuscada por la rabia o la angustia, el acto de escuchar se vuelve más difícil.
De la misma manera, la escucha es un acto de demostrar confianza porque existe una apertura original a las ideas del otro incluso cuando no se esté de acuerdo con ellas. Sin embargo, dejar de escuchar cierra la puerta de la comunicación y no es posible entablar un diálogo fructífero.
Finalmente, la escucha está en íntima relación con la propia historia del sujeto. Cuando en la vida de una persona hubo alguien que la escuchó con afecto y empatía, con gran seguridad demostrará lo mismo hacia los demás.
Conclusiones
Luego de presentar la reflexión que antecede, es posible establecer las siguientes conclusiones:
El lenguaje es un mediador importante de las relaciones humanas. Requiere la conjunción de elementos físicos, cognitivos y relacionales para su producción y comprensión y solo puede ser entendido en el contexto socio-histórico en el cual surge, por lo que está vinculado a procesos propios de cada grupo humano que lo usa.
El ser humano construye historias que se desarrollan en un tiempo definido. Se trata de un tiempo fluido que se desenvuelve en forma de una experiencia en la que el presente se transforma rápidamente en pasado y conduce a cada persona, hacia un futuro desconocido.
La escucha es un esfuerzo de alteridad importante; es el opuesto complementario del habla y requiere una apertura existencial importante que facilita un acercamiento al otro en su totalidad bio-psico-socio-cultural e histórica.
La escucha está vinculada con la comprensión, de tal forma que no es posible entender la una sin la otra, si se desea hacer referencia a una escucha verdadera que facilite la construcción de diálogos productivos entre seres humanos diferentes y reconocidos como tales.
Esta capacidad está íntimamente ligada con la historia de cada ser humano que se liga con la de los demás, en un intercambio de ideas y argumentos que consolidan la relación y el intercambio que puede ser ético cuando prima el respeto y la conciencia de la alteridad y como esta se desenvuelve en la vida de cada uno.