Introducción
Lenta pero decididamente, y tal vez de forma inadvertida, la Ciencia Política latinoamerican(ist)a fue girando hacia la geografía política. Una tendencia similar afectó a su disciplina hermana, los estudios internacionales, cuyas preocupaciones se van asemejando cada vez más a las del análisis geopolítico. La Ciencia Política de y sobre el sur, que en las décadas de 1980 y 1990 se ocupaba sobre todo de los cambios en el régimen político enmarcados en la denominada “tercera ola democrática”, y luego de la institucionalización de las nuevas democracias, desde los 2000 se volcó hacia cuestiones relativas a la estatalidad, con énfasis en las concernientes al territorio. Si el Estado weberiano moderno tiene tres precondiciones -legitimidad, sociedad y territorialidad- podemos decir que la Ciencia Política latinoamerican(ist)a trabajó primero en la primera y la segunda antes de adentrarse en la tercera (Mingst 2001).
El giro geográfico podemos verlo en las preocupaciones temáticas de la disciplina. En los estudios sobre federalismo (Eaton 2008; Gibson 2004; Lodola 2017), la denominada “política subnacional” (Falleti 2010; Gervasoni 2010; Gibson 2012; Giraudy 2011), la nacionalización de partidos y políticas públicas (Dosek 2015; Abal 2011; Calvo y Leiras 2012), o el proceso de formación del estado y su burocracia (Garavaglia 2012; Mazzuca 2021), los politólogos se ocupan de la organización territorial de las instituciones. Mientras tanto, los estudios internacionales también experimentaron un desplazamiento similar.
De la preocupación de finales del siglo XX por los sistemas internacionales, las relaciones exteriores, la diplomacia, los organismos interestatales y los mecanismos de cooperación, los internacionalistas de la región pasaron a interesarse en forma creciente por las dinámicas del regionalismo y la integración económica (Cienfuegos y Sanahuja 2010; Riggirozzi y Tussie 2012; Malamud y Scholvin 2020), la construcción de la escala global (Kacowicz 2008; Chenou y Quiliconi 2020), la cooperación Sur-Sur (Milani y Carvalho 2013), la seguridad y el control territorial del narcotráfico (Bartolomé 2013; García 2015; Rivera 2008), la internacionalización de las “unidades subnacionales” (Vigevani 2004; Calvento y Ronaldi 2015; Oddone 2016) y los conflictos en energía, ambiente y bienes o recursos naturales (Manduca 2012). Es decir, por temas afectados por la relación entre política (internacional) y territorio. En algunos casos, también sucede lo contrario: la utilización del término geopolítica en los títulos de las publicaciones comprende las categorías teóricas de las relaciones internacionales (Gardini 2021).
Las razones de este viraje no han sido suficientemente estudiadas. Si tuviéramos que esbozar una, habría que destacar la propia dinámica de la investigación sobre las instituciones y políticas de las nuevas democracias. Al encontrarse con el desafío de la organización territorial de los Estados, esta se extendió hacia nuevas unidades geográficas. Ese sería el caso de las “unidades subnacionales”: los estudios de democratización se trasladaron al interior de los países (Gibson 2012). Ello significa que, pese a la traslación de los marcos teóricos y analíticos, el giro geográfico no necesariamente provino de una reflexión teórica desde la geografía política. Lo que se observa es una ausencia de contacto con las investigaciones académicas recientes en la materia.
Una primera evidencia de ello surge al observar las bibliografías de los trabajos antes citados. La geografía política y la geopolítica contemporáneas cuentan con importantes publicaciones, muy bien ubicadas en los mejores índices del universo amplio de las ciencias sociales, que difunden abundante material sobre regionalismo, globalización, conflictos, seguridad o elecciones desde una perspectiva geográfica. Sin embargo, estos trabajos no son citados por los politólogos e internacionalistas de nuestra región. Tampoco lo son los numerosos y conocidos handbooks temáticos de las editoriales anglófonas, ni los libros de autor de los referentes en la materia. El giro geográfico de la Ciencia Política latinoamerican(ist)a es un esbozo de interdisciplinariedad profundamente asimétrico, en el que politólogos e internacionalistas ignoran por completo los desarrollos teóricos de la geografía política y la geopolítica contemporáneas. Salvo contados casos, abordan las cuestiones concernientes al territorio y la espacialidad con herramientas más bien intuitivas, desarrollando conceptos ad hoc, cuando no apelando a definiciones propias del pensamiento geográfico que estaba vigente 100 años atrás.
Lo mencionado tiene nudos problemáticos. En algunos casos, politólogos e internacionalistas resuelven como pueden la carencia de conceptos geográfico-políticos en su caja de herramientas. En otros, cometen errores en la forma de concebir lo espacial. Hay dos errores particularmente frecuentes: el determinismo geofísico y el nacionalismo metodológico.
El primer punto señala que la geografía política estudiada desde hace décadas deriva de la geografía humana, y no de la geografía física. Entre finales del siglo XIX y la segunda guerra mundial, la geografía física era entendida como determinante del fenómeno político y social. Desde 1945, dicho determinismo es un error conceptual que puede considerarse grave, al plantear que las fronteras son naturales, que los accidentes geográficos o las distancias crean destinos, y que el mapa condiciona. Si la geografía es una construcción humana, también lo son los procesos geográfico-políticos. Por ejemplo, los estudios de nacionalización partidaria o regionalización económica suelen considerar que dichos procesos son resultado de variables exógenas, y no suelen considerar la acción de los actores políticos que persiguen la nacionalización o la regionalización.
El segundo punto, por su parte, apunta a que la Ciencia Política (y también la Economía) son campos disciplinares que incurren en el nacionalismo metodológico porque suelen tomar al Estado-nación como un hecho dado. Se genera así la “trampa territorial” de ver una geografía mundial que solo se compone de Estados, y toma la escala nacional como marco de referencia (Agnew 2005). Las escalas geográficas (global, nacional y local) son independientes entre sí y deben estudiarse en sus propios términos; las categorías “subnacional” o “supranacional” son problemáticas desde esta perspectiva, ya que producen análisis falaces. Por ejemplo, la comparación de provincias o regiones disímiles, la tendencia a analizar las elecciones legislativas distritales como fenómenos “nacionales” y la dificultad para concebir el problema de las territorialidades superpuestas en los conflictos de soberanía.
Parte de ese problema tiene un origen exógeno, con impacto indirecto. La Ciencia Política y los estudios internacionales de nuestra región tienen una influencia innegable de la academia estadounidense, y allí también hay un puente roto entre el saber geográfico y las ciencias sociales. Se trata de una historia que nos remonta al año 1948, cuando tuvo lugar la llamada “guerra académica contra la geografía” de la que la disciplina nunca se recuperó completamente (Smith 1987). Esto produjo una tendencia extendida en las ciencias sociales estadounidenses de abordar por sus propios medios las cuestiones del territorio y la espacialidad, al carecer de un “departamento” con estudios sistemáticos de los cuales aprender. Por ello, las investigaciones en Ciencia Política y estudios internacionales “del sur”, en la actualidad, deben tomar conciencia sobre el déficit de perspectiva geográfico-política que arrastran muchas teorías “del norte” utilizadas con frecuencia, y trazar nuevos puentes con la geopolítica contemporánea, que se propone mitigar ese déficit (Smith 1987).
Este artículo parte de identificar una ausencia de diálogo entre campos del saber que abordan temáticas similares, y propone un argumento derivado que constituye una agenda abierta de investigación. El campo de conocimiento geopolítico y geográfico-político sufre problemas de “estiramiento conceptual” (Sartori 1970) en América del Sur. Existe una amplitud en el uso y la comprensión de lo que se entiende por geopolítica.
Es posible evidenciar tres grandes esquemas al momento de explicar el fenómeno. En primer lugar, un potencial factor explicativo devendría del auge en el uso de la geopolítica, debido a que ya no se concibe como una parte exclusiva de las denominadas “ciencias militares”. Con ello, se genera un vínculo con otras disciplinas académicas y el concepto deambula entre la Ciencia Política, las Relaciones Internacionales, la Sociología e incluso la Economía. En segundo lugar, no se tiene una conciencia real del objeto de estudio central de la geopolítica, tomando en cuenta que, si bien el Estado es una de las principales unidades de análisis, no se trata del único. Esto decanta en una formación difusa y compleja en torno a los límites y alcances de la disciplina. Y, en tercer lugar, es posible observar una concepción tripartita de agendas de debate, al momento de considerar la propia construcción del conocimiento dentro de la geopolítica a escala regional. El resultado es una visión extendida y poco estructurada del debate en el mencionado campo de estudio.
Para abordar esta cuestión, se realiza un análisis documental, basado también en la experiencia de los autores como especialistas en la materia. Se presenta una reflexión de carácter analítico-explicativo y semiexploratorio, para visualizar una serie de esquemas y estructuras en torno a la concepción de la geopolítica, y a sus posibles vínculos con otros campos del saber. Se pretende contribuir al establecimiento de lineamientos que ayuden a fundamentar los problemas del campo de estudio, particularmente en la región suramericana.
Si bien diferentes trabajos y análisis académicos usan el concepto de geopolítica, lo cierto es que en la mayoría de ellos persiste una revisión desde el Estado o, en su defecto, no se explica con lógica y rigor lo que se entiende por geopolítica.
El estiramiento conceptual de la geopolítica
Dentro de la producción académica suramericana, no existe claridad sobre las implicancias del concepto de geopolítica, o de lo que representa para un autor, en una temática y en un contexto determinados. En otras palabras, no se tiene una relación clara y específica de la geopolítica, ya sea como concepto, disciplina o campo de estudio, por mencionar algunas de sus clasificaciones (Kelly 2016; Cohen 2015). Pese a la amplitud dentro de la geopolítica, el propio campo de estudio se encuentra amparado por una suerte de “halo de intelectualidad” no necesariamente real. Como lo planteó en su momento Klaus Dodds (2005), que un estudio o análisis tenga el rótulo de “geopolítica” le otorga una supuesta rigurosidad. Incluso conceptos asociados con la geopolítica en la actualidad, como “tercer mundo”, “centro-periferia” o “frontera”, no pueden usarse de manera uniforme en un análisis específico y riguroso, especialmente en realidades territoriales cambiantes y heterogéneas.
La geopolítica, como todas las áreas del conocimiento, no puede enfocarse como algo homogéneo o lineal, especialmente cuando ha sufrido una serie de modificaciones que van más allá de lo conceptual y contextual. En cada uno de estos ámbitos hay una asociación directa con la raíz epistemológica que se tenga en cuenta, lo cual añade una cuota importante de complejidad en el entendimiento de la geopolítica. Por ejemplo, si se considera aplicable a la actualidad el concepto de geopolítica de alguno de sus primeros pensadores, parecería fuera de contexto, tomando en cuenta el impacto de la tecnología y el proceso de globalización dentro de la denominación del territorio (Agnew 2005). Este último, uno de los principales aspectos de un análisis geopolítico, ya no puede considerarse inamovible. Por lo tanto, cambiar alguna de las bases del concepto original, en determinado contexto, da como resultado que la perspectiva de la geopolítica sea objeto de modificaciones sustanciales.
Lo anterior podría considerarse lógico o parte de la evolución del conocimiento en cualquier área del saber, pero al momento de concebir la geopolítica como concepto o disciplina, la apreciación es diferente. La diferencia viene de una comprensión generalizada del término, sin reparar en el camino, la evolución y las diversidades que intervienen en el proceso. Incluso se lo ve como algo previamente conocido, que no requiere reflexión. En esa lógica, cualquier concepto considerado como parte de la geopolítica se usaría sin considerar la vinculación conceptual-contextual. Por ello, es común ver artículos o referencias a la geopolítica cuyo trasfondo es la época de la Guerra Fría, pero se aplica a situaciones y procesos del siglo XXI.
Como se mencionó, uno de los aspectos que ayudaría a la comprensión amplia de la geopolítica, incluso como un concepto tipo catch all, es el supuesto “halo de intelectualidad”, que la presenta como una disciplina científica, con rigurosidad académica. Cualquier aproximación analítica con el apodo de “geopolítica” tendría una especie de validación automática de sus postulados o argumentos. Esto atraviesa diversos trabajos que carecen de una apreciación o criterio metodológico-conceptual de la geopolítica, pero se apropian del vocablo para hacer el producto “más atractivo”. Con ello, evitan cualquier debate sobre el ángulo, nivel o punto de vista desde el cual el concepto es parte de la investigación.
Otro fenómeno es la confusión disciplinaria y terminológica. El término “geopolítica” por lo general se usa como sinónimo de “algo internacional”, o incluso “conflictivo”. De esa forma se desnaturaliza el campo de estudios y se dibuja una línea altamente difusa entre este y las Relaciones Internacionales (Kelly 2016; Cohen 2015).
El panorama descrito es auspiciado, además, por los medios de comunicación masiva, al tratar procesos y fenómenos internacionales que se vinculan, sobre todo, con temáticas conflictivas y bélicas. Un caso muy común es cuando existen visiones divergentes entre grandes potencias, o alguna acción que altere el precio internacional del barril de petróleo, que se explica bajo la narrativa discursiva de un “conflicto geopolítico” (Klare 2008), aunque quizás no lo sea. La forma indiscriminada en que se utiliza el vocablo, lejos de ayudar a la comprensión de un asunto, habla de un profundo desconocimiento y negligencia.
La geopolítica no se define per se por una cualidad conflictiva, ni aplica exclusivamente al ámbito internacional. Los orígenes y la evolución del campo de estudio dan cuenta de que la mayoría de las apreciaciones y los procesos analizados bajo el rótulo de la geopolítica tienen un punto de partida interno, e incluso dejan de lado la figura omnipresente del Estado, en ocasiones desde una noción neoclásica (Kaplan 2017). Pensar lo contrario no es más que el resultado de una “apropiación” del vocablo, con la cual se pretende dar una explicación simple y generalizada de algún fenómeno.
Lo anterior podría ser desconcertante, sobre todo en una región con una rica tradición reflexiva sobre la geopolítica, como lo es América del Sur. El desarrollo de la geopolítica en la región no está exento de dificultades y errores en el uso del concepto. Esa contradicción responde a tres grandes motivos: la vinculación y la desvinculación de la geopolítica de las denominadas “ciencias militares”; la cooptación y el proceso de búsqueda de una identidad disciplinaria y, por último, el hecho de tener un debate más concreto y direccionado a la comprensión, la evolución y el entendimiento de la geopolítica en América del Sur.
La geopolítica y las “ciencias militares”
Tanto en la “época dorada” de la geopolítica en América del Sur como en el siglo XXI es común la asociación del concepto con las Fuerzas Armadas, particularmente con los Ejércitos. Dos razones lo explican: la implantación del conocimiento geopolítico en los países, y su expansión de la mano de las organizaciones mencionadas (Nunn 2011). Dichos procesos provocaron que la formación de la disciplina en la región tuviese un fuerte componente militar. Este sector la trajo y la desarrolló de acuerdo con sus premisas y formas de apreciar la situación de los Estados que representaba y resguardaba. Hasta el día de hoy, es una parte más de las “ciencias militares”.
Por lo anterior, el conocimiento que llegó a Suramérica no fue estandarizado u homogenizado, sino que se fue ajustando a las diferentes realidades de los países. Por ejemplo, la forma en que se interpretó la geopolítica en los países del Cono Sur tenía una vinculación directa con la proyección nacional y la protección de los espacios territoriales con valor estratégico. Es decir, la geopolítica tenía un componente asociado al conflicto y, por ende, se la vinculaba de forma recurrente con las posturas teóricas del realismo en las Relaciones Internacionales (Cohen 2015). Mientras que, en el caso de Brasil, la geopolítica se enfocó al desarrollo interno del territorio, como una forma de afianzar la figura del Estado y, así, lograr una serie de objetivos que ayudaran a la sociedad. Esto responde a una interpretación de la geopolítica a partir de la corriente de Kjellen, la que mayormente influyó en el pensamiento geopolítico de los autores brasileños, mientras que en los países del Cono Sur predominó una de orden ratzeliano.
Sin perjuicio de que hubo una evolución de los lineamientos y las concepciones geopolíticas en cada uno de los países mencionados, de acuerdo con Barton (1997), esas interpretaciones podrían considerarse “escuelas geopolíticas”, debido a que se produjo una discusión marcada por diversos trabajos con tintes académicos. Además, se generaron acciones concretas de parte del Estado. Los diversos gobiernos militares en la región contribuyeron a esto, especialmente durante las décadas de los 60 y 70. Al gestionar los cargos ministeriales, privilegiaron a oficiales con especialización y estudios en el campo de la geopolítica para ser partícipes de la creación y planificación de la política exterior. Ello impulsó la discusión sobre algunos parámetros de la geopolítica en los países en que hubo gobiernos de corte militar.
Al mismo tiempo, se comenzaron a diseñar, desde un punto de vista institucional y cultural, lo que podrían denominarse “cárceles del conocimiento”, a partir de los planteamientos de personas que llegaron a altos rangos políticos en los mencionados regímenes de gobierno. Con “cárceles del conocimiento” se hace referencia a que, pese a que había una discusión sobre la geopolítica en las llamadas “escuelas” de la región suramericana (Kelly 2016), no necesariamente produjo una evolución dentro del campo de estudio. Algunos lineamientos, parámetros e incluso definiciones conceptuales no eran cuestionados por el mero hecho de haber sido planteados por personas de alta relevancia. Esto originó que el conocimiento geopolítico en la región tuviese una escasa evolución, sobre todo durante la década de los 80. Se privilegiaban los esquemas de pensamiento del pasado, sin dar paso a las nuevas tendencias contextuales, como el fin de la Guerra Fría y el advenimiento del proceso de globalización. Las “cárceles del conocimiento” no solo se reflejaban en los lineamientos disciplinarios, sino que también eran parte de la institucionalidad que apoyaba el fenómeno.
Los procesos de democratización en Suramérica trajeron un nuevo panorama para la concepción de las relaciones entre civiles y militares y, con ello, una apertura a ciertos elementos del conocimiento castrense, dentro de los cuales se encontraba la geopolítica. En otros términos, si bien es cierto que la geopolítica todavía era considerada como parte sustancial de las “ciencias militares”, se comenzó a exteriorizar el conocimiento, y a considerar elementos foráneos a la naturaleza del razonamiento militar. El resultado fue que la geopolítica se comenzó a tratar como un área específica del conocimiento, relacionada con temas y conceptos por fuera de la lógica militar. El conocimiento geopolítico se expandió en espacios no castrenses, aunque en gran parte de los casos, de la mano de los mismos oficiales. Comenzaron a aparecer obras y artículos en revistas científicas, y a impartirse cursos de geopolítica en centros de educación superior, pero desde el enfoque militar, debido a que los autores y docentes pertenecían o pertenecieron al segmento castrense, sobre todo a los Ejércitos.
Como resultado de la “apertura controlada”, el concepto de geopolítica se hizo cada vez más conocido en diferentes esferas. De manera paulatina, fue saliendo del monopolio castrense, para localizarse dentro de otras áreas del conocimiento. Lo interesante no es que haya perdido (en parte) el tutelaje militar, sino que se produjeron dos fenómenos relevantes hasta hoy: la inexistencia del lastre histórico, en términos de juicio de valor hacia la geopolítica y la disminución de la “cárcel” institucional de las “ciencias militares”. En el primer aspecto, la apertura de la geopolítica al ámbito civil y académico implicó superar la concepción generalizada sobre su vinculación con el régimen nazi, y su posterior estigmatización como un conocimiento tabú. El segundo elemento, la disminución del tutelaje militar, se comenzó a dar a medida de que la interpretación de la geopolítica, adecuada o no, se comenzó a construir desde otras ramas del conocimiento.
El desafío de la interdisciplinariedad
Con la disminución del tutelaje militar en el campo de estudio de la geopolítica, se comenzó a buscar una identidad disciplinaria. Al no ser parte del monopolio de las “ciencias militares”, se requería un área sobre la cual establecerse y seguir desarrollándose. En Suramérica, la asociación de la geopolítica con un área del saber transita entre la Ciencia Política, la Geografía, las Relaciones Internacionales, e incluso la Economía. Hasta cierto punto, ello podría considerarse como parte de su naturaleza interdisciplinaria, pero lo cierto es que tiene una raíz más cercana al problema de la utilización indiscriminada del concepto. Como parte de ese problema, se genera la idea de que puede ser moldeado de acuerdo con las necesidades de cada disciplina.
Algunos de los principales autores de la geopolítica, incluidos militares suramericanos, señalan abiertamente que responde a los criterios de la Ciencia Política y, por lo tanto, se deriva de esta. Argumentan la existencia de un segmento “político” que guiaría la geopolítica y prevalecería por sobre la cualidad geográfica del campo de estudio. Esto es rebatido desde el punto de vista de la Geografía. Los trabajos que enfatizan la característica territorial de la geopolítica hacen a un lado el direccionamiento político. Sostienen incluso que su cualidad política es derivativa de la asociación entre personas, por lo que sería una rama cercana a la geografía humana. Sin embargo, en la práctica y la enseñanza, las propias escuelas de Geografía ignoran esa apreciación, mientras que las escuelas de Ciencia Política reconocen el vínculo con la geopolítica, aunque no la tienen como uno de los campos primordiales de trabajo. En cuanto al uso del concepto en la Economía, los lazos y las apreciaciones económicas del mundo han cobrado fuerza para analizar los conflictos de algunos actores internacionales. Dicho de otra forma, más que un análisis propiamente geopolítico, se trata de consideraciones de carácter geoeconómico.
La geopolítica se utiliza, de forma mayoritaria y regular, en un contexto internacional o, en su defecto, donde intervienen dos o más actores del sistema internacional. Incluso en la etapa de formación y desarrollo del campo de estudio, sobre todo en América del Sur, se lo asociaba directamente con la visión teórica del realismo, propia de las Relaciones Internacionales (Kelly 2016; Nunn 2011). La enseñanza de la geopolítica en la región tiene mayor fuerza en los programas académicos vinculados a las Relaciones Internacionales, haciendo una asociación con diversos campos o subáreas, como los estudios estratégicos, la economía política internacional (EPI) y los temas de regionalismo y política exterior, por mencionar los más comunes. Esto diferencia la ubicación disciplinaria de la geopolítica en la región, dentro de las Relaciones Internacionales (Cohen 2015).
Pese a la preferencia o afinidad disciplinaria con el ámbito internacional, la amplitud y la vaguedad en la comprensión y el uso del concepto dan cuenta de su carácter catch all. La falta de claridad en torno a los límites disciplinarios de la geopolítica provoca que no haya certeza efectiva de lo que implica su uso en determinados contextos y situaciones. Se aplica a una multiplicidad de aspectos, áreas y puntos de vista, tomando como mínimo común denominador la potencial existencia de posiciones divergentes sobre una temática, particularmente asociadas a un conflicto de intereses de dos o más actores internacionales, que por lo general son Estados. Es así que la geopolítica puede ser usada para “comprender” y “explicar” fenómenos que van desde disputas por el petróleo, problemas fronterizos, migraciones, medio ambiente y narcotráfico, hasta la aprobación y distribución de las vacunas del COVID-19 (Benítez 2021).
Al hablar de geopolítica, desde el punto de vista de la identidad disciplinaria, la concepción que predomina gira en torno tanto a la conflictividad, y a la relación entre países y otros actores. Se piensa, sobre todo, en la afectación a un grupo importante de países, ya sea de forma directa o indirecta, a partir de contextos y situaciones ajenos a las realidades de Suramérica. Más allá de que algunos aspectos puedan ser comparables, la magnitud y los actores de los conflictos no son los mismos. Sin embargo, el marco analítico-conceptual que se aplica responde a concepciones no endógenas de la región. La matriz comprensiva responde al país donde la visión geopolítica tiene un mayor grado de desarrollo o, en su defecto, que posee mayor capacidad de discusión académica. Esos parámetros de comprensión pasan por alto que la visión efectiva de dicho campo de estudio pasa también por un aspecto ligado al desarrollo, y desde una óptica interna.
En ese sentido, cabe reiterar el papel que han jugado los medios de comunicación masiva, con el uso del concepto en sus encabezados. En primera instancia, puede considerarse una forma de ampliación, en beneficio de la geopolítica, tomando en cuenta que el concepto no se queda dentro de las aulas. Sin embargo, la forma en que se reproduce el concepto de geopolítica en los medios de comunicación refleja la amplitud en su uso y el desconocimiento. Por lo general, los rasgos geopolíticos se aplican a procesos conflictivos, que suceden en el ámbito internacional y vinculan a varios países, los cuales normalmente son calificados como potencias (Nogué y Ruffí 2001). La reproducción constante de esa visión tiene un efecto multiplicador al momento de apreciar un fenómeno o proceso con orientación geopolítica. En las noticias suramericanas se aplica una concepción similar: la visión geopolítica se usa cuando interviene una potencia regional/mundial, mientras que los acontecimientos propios de la región no calificarían en la categoría.
En ese contexto, la academia necesita discutir, desarrollar y aplicar el concepto, considerando los problemas del campo de estudio y aportando una base disciplinaria que ayude a delimitar y/o especificar lo que es la geopolítica, pero aún más importante, lo que no necesariamente es. Esa tarea se complejiza por las diferentes posiciones dentro de la academia, que producen un tratamiento de la temática de una forma precaria o incluso mal direccionada.
Un debate académico precario y/o mal direccionado
Al tomar en cuenta las perspectivas académicas regionales sobre la geopolítica, lo primero que destaca es la abundancia de trabajos inscritos en una corriente de pensamiento clásico, que toman al Estado como la principal unidad de análisis, en conjunto con una visión centrada en el conflicto o, mejor dicho, en los potenciales conflictos dentro de las realidades geográficas de Suramérica (Barrios 2014). Ese punto de vista podría interpretarse desde una perspectiva tripartita, considerando los postulados presentes en el origen de la disciplina, y los aportes desde cada país al campo de estudio. En primer lugar, se puede interpretar como una forma de mantener los postulados básicos de la geopolítica, su naturaleza y esencia. En segundo lugar, se buscaría mantener la posición de la geopolítica como un campo de estudio enfocado en la conflictividad, lo que daría como resultado que su aplicación se oriente mayormente al campo militar, o a la toma de decisiones político-estratégicas. En tercer lugar, mantener los postulados clásicos, en conjunto con los aportes de los autores a la institucionalidad de los Estados, permitiría la “revisión” y “actualización”, en términos temporales, de los elementos sustanciales de la geopolítica, convirtiéndola automáticamente en una suerte de geopolítica “neoclásica”, pero desde la perspectiva regional y estatal.
Sin embargo, lo señalado también posee algunas consideraciones negativas. La primera es que el conocimiento es mutable, adaptable y evaluable, de acuerdo con los cambios de contexto y las modificaciones sociales en la región. Por ende, la aplicación de conceptos clásicos necesariamente debe ir acompañada de una adaptación contextual, y de una reconsideración de los aspectos que conforman la geopolítica como campo de estudio, en particular, el concepto.
No puede interpretarse la geopolítica clásica como una estructura de conocimiento inamovible o lineal. La propia forma en que se desarrolló el conocimiento geopolítico en los diferentes países sugiere una comprensión diversa (Barton 1997; Hepple 2004). Por otro lado, la utilización actual de conceptos derivados del pensamiento clásico, de los autores tradicionales o de sus derivaciones regionales no implica una visión “neoclásica”. El pensamiento geopolítico neoclásico reconoce los debates más contemporáneos, pero los minimiza o adapta de acuerdo con sus parámetros y marcos analíticos (Cohen 2015; Flint 2006). Esto no se evidencia en la academia suramericana.
La segunda variante de comprensión de la geopolítica en la región, desde el punto de vista de la academia, viene del estudio de los proyectos de integración. Es una reflexión desde América Latina que incluso toma en cuenta algunas subregiones, siempre en línea con su institucionalización en proyectos políticos (Wehner y Nolte 2017; Rivarola 2013; Rivarola 2011). Los puntos de vista que unirían el regionalismo con la geopolítica pasarían, en primer término, por la interpretación de los espacios regionales al momento de decidir los proyectos de integración, vinculados tanto a una manifestación y representación territorial diferente (con determinadas cualidades económicas y comerciales, sobre todo) como también al hecho de poseer una identidad exclusiva. En segundo término, está el proceso de toma de decisión y planificación, al momento de buscar la integración de un área, ya sea en términos de motivación política, ideológica o económica-comercial.
El enfoque anterior crea una plataforma para aportes sustanciales, en términos de representación y proyección espacio-territorial, enfocadas a los proyectos de integración, especialmente cuando gozan de un grado mínimo de institucionalidad política. Sin embargo, el problema se crea cuando no hay una discusión conceptual en términos geopolíticos. En la mayoría de los casos en que se busca un vínculo entre proyectos regionales de integración y geopolítica termina predominando la posición teórica del regionalismo y la EPI. Esto coloca a la geopolítica en un plano subsidiario, prácticamente como un complemento de los postulados del regionalismo (Wehner y Nolte 2017).
Pero el principal problema del enfoque mencionado está en la propia orientación de la discusión, que parte de una base inexacta: la geopolítica en Suramérica se fundamenta sobre todo mediante proyectos estatales, no regionales. Por ende, la representación de la región como una unidad geopolítica que puede institucionalizarse (o, en otras palabras, la imaginación geopolítica llevada a la práctica) no refleja una posición compartida, dado que la reflexión se ha centrado en la figura del Estado, por lo general desde una posición de competencia/conflicto con otros países. Así, un proyecto regional de integración, en un marco de reflexión geopolítica, no es el punto de vista más trabajado.
Por último, algunos parámetros contemporáneos del campo de estudio (en particular, la visión que se extrae de la geopolítica crítica) no son adecuadamente comprendidos o se entienden de forma sesgada. A fines de la década de los 80 y comienzos de los 90 surgió el concepto de “geopolítica crítica”, como una forma de comprender los elementos subyacentes dentro del discurso geopolítico, especialmente aquel derivado de los pensadores clásicos. Comenzó a aplicarse a la manera en que los países construían determinados imaginarios dentro de la política exterior y con respecto a temas de seguridad (O’Tuathail 1996; Agnew 2005). Sin embargo, aquella visión estuvo emparejada con un debate epistémico dentro de las ciencias sociales, que dio como resultado nuevas formas de entender la construcción del conocimiento, proceso reflejado de diversas formas en las diferentes disciplinas. Lo relevante del caso es que dicho punto de vista de la geopolítica no puede entenderse como un añadido al concepto clásico, sino como una forma diferente de pensarla y analizarla (Cabrera 2020).
Por no plantear la geopolítica crítica como un cambio de paradigma epistemológico, existe una fuerte incomprensión de sus límites, alcances y cualidades. Ello produce variaciones e incorrecciones en los esquemas analíticos contemporáneos del campo de estudio, al partir de una base positivista, buscando añadir elementos del esquema crítico. A esto se suma una comprensión sesgada de “lo crítico” de la geopolítica, entendiéndola incluso como una crítica en sí misma, sin reparar en el nuevo posicionamiento epistémico que conlleva (Cabrera 2019).
Conclusiones
Este artículo analiza críticamente el “estado del arte” del campo de estudio de la geopolítica, a partir de la realidad de América del Sur. Identifica puntos base para un diagnóstico que permita construir verdadero conocimiento geopolítico. Se plantea la necesidad de buscar un grado de interdisciplinariedad que no redunde en la desnaturalización de los elementos fundamentales de la geopolítica; sin que tampoco se la asocie directamente con una postura centrada en las actividades conflictivas. En buena medida, los “padres fundadores” del campo de estudio lo concibieron como un marco para comprender la relación del Estado con la sociedad en un territorio. En esa lógica, su visión sobre el Estado va más allá de la relación de un país con otros, pues contempla un punto de vista interno. Es decir, no es sinónimo de conflictos. La geopolítica puede ayudar a comprender procesos conflictivos internacionales, pero también procesos de desarrollo dentro de los países, incorporando una mirada contemporánea como la que plantea la geopolítica crítica.
Resulta positivo que un número cada vez mayor de personas aprecien la existencia y valía del concepto “geopolítica”, como una forma de entender algunos fenómenos, principalmente de naturaleza internacional y conflictiva. Pero ese interés debe estar acompañado de una adecuada guía por parte de la academia, para no deformar o desnaturalizar el campo de estudio. El asunto se complica por la falta de una discusión académica rigurosa sobre las implicancias del concepto y su carácter de campo de estudio interdisciplinario.
Se observan esfuerzos académicos en la región, pero siguen siendo atomizados, debido a que no proponen un debate amplio y estructural, dentro de las líneas de desarrollo de la geopolítica. Si bien existe apertura para seguir discutiendo las visiones geopolíticas, siguen siendo escasos los centros de estudio e investigación sobre la temática que se adscriben a la sociedad civil o la academia, en comparación a los de naturaleza militar. Por ende, la construcción de una comunidad epistémica dentro del campo de la geopolítica en la región está aún en una etapa temprana.