1. Introducción y estado de la cuestión
Durante la última década en América Latina parecen confluir el fin de una etapa marcada por la presencia de gobiernos de izquierda, una creciente visibilidad de grupos neoconservadores y un avance significativo de los derechos sexuales y reproductivos. Esto ha provocado una reconfiguración de las estrategias políticas por parte del denominado “movimiento antigénero”, integrado por colectivos provida y profamilia que incursionan en la arena política mediante procesos electorales y movilizaciones que buscan una mayor visibilidad e incidencia en el debate público (Gudiño 2017; Tello 2019; Morán y Peñas 2020; Tabbush y Caminotti 2020).
Todo indica que se trata de una reacción a un movimiento feminista que en nuestra región ha protagonizado masivas movilizaciones que han permeado el sentido común en la disputa sobre los derechos, la vida digna, la libertad, la justicia y la democracia. Precisamente, el caso chileno parece un escenario privilegiado para comprender cómo las posturas con respecto al aborto articulan visiones antagónicas sobre el orden social. Después de una larga dictadura militar (1973-1990) y tras casi quince años de desmovilización social, de un largo ciclo de protestas iniciado por el estudiantado (en 2006 y 2011) y seguido por otros movimientos sociales que pugnaron por cambios en los derechos sociales, indígenas, medioambientales y de género, en 2018 tuvieron lugar multitudinarias movilizaciones que colmaron las calles durante lo que se conoce como el “tsunami feminista”. Solo un año después las protestas se tornaron en una violenta explosión social que fue duramente reprimida.
Luego se abrió un proceso constituyente que duró cuatro años, con dos intentos fallidos por lograr una Constitución que reemplazara la de 1980, impuesta durante la dictadura. En el centro de las controversias sobre cuáles derechos debían o no ser garantizados en la nueva Constitución estuvo el género y particularmente el aborto.1
En la primera Convención Constituyente el feminismo fue protagónico. De las 1468 candidaturas, 51% eran mujeres, el 57,4% de las y los constituyentes electos tenían un “perfil feminista” y solamente un 23,9% no presentó propuestas programáticas relativas al género (De Fina et al. 2022). El empuje feminista logró que se aplicara un mecanismo de paridad de género en la inscripción de candidaturas y en el resultado de la elección. Durante las discusiones de la convención se insistió en la necesidad de alcanzar la paridad en todos los órganos de representación del Estado y se apuntó a nuevos debates, entre ellos el reconocimiento de los trabajos de cuidados y domésticos, el derecho a una vida libre de violencia de género y los derechos reproductivos y sexuales (Cruz et al. 2022)
En tal contexto, desarrollamos un proyecto de investigación (2021-2024) que buscaba comprender los modos en que disputaban el género los activismos feministas y LGTBIQ+, de los colectivos de masculinidades contrahegemónicas y de los grupos neoconservadores; y de qué forma ello se relacionaba con la transmisión de las memorias sociales del pasado reciente. Teóricamente, el estudio entrecruzó diversos enfoques de género (Butler 2007), de los estudios sociales de la memoria (Jelin 2017) y de los análisis de marcos de la acción colectiva (Snow y Benford 1988), incluyendo la movilización de los afectos (Goodwin, Jasper y Polletta 2000; Ahmed 2015).
En el presente artículo se exponen parte de los hallazgos, haciendo énfasis en el modo en que los activismos de los grupos antiabortistas se movilizaron y en las lógicas discursivas desplegadas con el fin de comprender que no solo se oponen a la interrupción del embarazo, sino que resignifican el género desde una lógica neo- conservadora. A partir de un ensamblaje metodológico (Law 2004), combinamos la observación de manifestaciones callejeras en Santiago de Chile y en Valparaíso con un largo trabajo de etnografía digital sobre organizaciones provida y entrevistas a activistas de estos grupos. El análisis cruzado de los materiales de esos distintos dispositivos nos ha permitido identificar tres operaciones que se combinan: una redefinición del marco de los derechos en juego al debatir sobre aborto; una ampliación del sujeto afectado que no se reduce al feto; y una resignificación del feminismo desde las posiciones provida.
Al revisar el estado del arte observamos que la acción colectiva desplegada en América Latina en contra del aborto, de la identidad de género y de la educación sexual integral recibe distintos nombres: contramovimiento (Vargas 2022; Barozet et al. 2022) movimiento antiabortista (Gudiño 2017) y especialmente movimiento an- tigénero (Arguedas 2020; Bárcenas 2021; Brunetto Carlin do Santos, Veiga Mottin y Da Silva 2022; Lopes Gomes Pinto Ferreira 2021; Vargas 2022). Sin embargo, estos grupos no se movilizan de manera central respecto a la igualdad de género, sino en contra de la autodeterminación de los cuerpos (Tabbush y Caminotti 2020).
La literatura muestra la tendencia conservadora de este tipo de activismo, caracterizado por la defensa de un “orden natural”, por el apego a los valores cristianos y por la utilización de un discurso moralizante. Se ha extendido el uso del concepto neoconservadurismo para calificar este tipo de adscripción ideológica, pues se trata de grupos que movilizan una estrategia de renovación de los valores políticos y culturales (Morán y Peñas 2020) desde una doble lógica que, tal como han argumentado Brown (2021) y Cooper (2022), acopla la defensa del modelo socioeconómico neo- liberal con el conservadurismo sociocultural, articulando una moral pública con las ideas de libre mercado (Rabbia 2021). Así, su arremetida contra la llamada “ideología de género” suele acompañarse de pronunciamientos contrarios al Estado de bienestar, a favor de la defensa de la libertad individual y de la propiedad privada y a la limitación de la intervención del Estado (Bárcenas 2021, 8-9).
Otro punto de articulación de estos grupos se concentra en las campañas públicas y en la protesta callejera (Tabbush y Caminotti 2020; Machado, Peñas-Defago y Gianella Malca 2022; Morán 2023), algo que ocurrió con el activismo antiabortista en Argentina, el cual se desplegó contra las organizaciones feministas y a favor de la Ley por la Interrupción Voluntaria del Embarazo mediante diversas estrategias comunicacionales y movilizaciones masivas (Gudiño 2017; Loza y López 2020). Algo similar sucedió en el caso centroamericano con la juridización de la política y con la resacralización del “orden natural” en las leyes promovidas por contramovimientos católicos en un intento de presentar al embrión como un sujeto de derecho (Fuentes Belgrave 2014). Aunque en Chile no se ha registrado una masividad similar, en nuestro estudio pudimos realizar una observación sistemática de sus intervenciones durante el seguimiento de la primera campaña electoral para elegir a quienes integrarían la Convención Constituyente (Cruz et al. 2022), la cual ya mostraba la relevancia de la ofensiva antiabortista.
Por su parte, las redes sociales han facilitado una diversificación de los repertorios de la acción colectiva (Pérez y Torres 2020) que las organizaciones neoconservadoras emplean de manera intensiva (López 2020). Los estudios sobre el ciberactivismo antigénero muestran una gran utilización de elementos gráficos y audiovisuales contra la despenalización del aborto, cuya principal herramienta discursiva es la propagación del “pánico moral” (Morán 2019; Vargas 2022; Brunetto Carlin do Santos, Veiga Mottin y Da Silva 2022; Borba 2021).
Este concepto fue acuñado por el sociólogo Stan Cohen en 1972 y ha sido retomado para exponer cómo estos grupos defienden sus valores ante el avance del movimiento feminista y LGTBIQ+, creando regímenes de verdad y procesos de desinformación cuyas consecuencias son la criminalización de la autonomía reproductiva, el estigma de tales movimientos, la discriminación y la fobia a todo lo relacionado con lo LGTBIQ+ (Bárcenas 2021). Hemos podido registrar también la forma en las que en las movilizaciones antiaborto se apropian de algunos símbolos de las luchas feministas, por ejemplo, la pañoleta verde a favor de la legalización del aborto se cambia por una celeste para defender la vida (Ramírez 2021). Sin embargo, lo más característico es el uso de una simbología que busca impactar desde lo punitivo y lo emocional (Gudiño 2017): se muestran representaciones gráficas de bebés que no corresponden a la formación de un feto durante las primeras semanas de gestación (López 2020).
En relación con los aliados de estos movimientos, algo clave desde la teoría de marcos que seguimos (Snow y Benford 1988), se enfatiza el carácter transnacional de un movimiento que suele articularse en redes con colectivos provida y profamilia, especialmente en la subregión andina (Tabbush y Caminotti 2020; Rabbia 2021; López 2020).2 Asimismo, conocemos también su vinculación con líderes conservadores que han logrado una alta connotación mediática (Morán 2022; Barrientos 2020). Por ejemplo, Bolsonaro en Brasil, quien desplegó toda una serie de amenazas morales centradas en la sexualidad y en el género durante su campaña presidencial (Morán 2019; Borba 2021) o el caso del chileno José Antonio Kast, reconocido líder ultraderechista que figura como uno de los articuladores del movimiento en toda la región (Barrientos 2020; Morán y Peñas 2020).
Entre estos aliados destacan también los credos religiosos (Pérez y Torres 2020), particularmente la Iglesia católica y la Iglesia evangélica, las cuales buscan incidir en el espacio público (Gudiño 2017; Tello 2019; Yépez 2021; Arguedas 2020) confrontando a los movimientos feministas y LGTBIQ+ en la defensa de los valores tradicionales. A la par, se ha evidenciado que estas instituciones religiosas han comenzado a defender su discurso moral desde una posición secular basada en la bioética (Gudiño
2017; Morán y Peñas 2020) y que el activismo antigénero, pese a sus alianzas con las Iglesias, opera también desde una desidentificación pública de la marca religiosa, enfatizando su carácter ciudadano (Gudiño 2017) con el fin de aglutinar a otros actores no religiosos en distintos espacios de la esfera pública (Pérez y Torres 2020).
2. Metodología
La investigación en la que se basa este artículo es de carácter comprensivo y corresponde a un diseño cualitativo que sigue la propuesta de ensamblaje metodológico de Law (2004). Se emplearon diferentes técnicas de investigación: entrevistas a activistas, observación participante y no participante de manifestaciones callejeras y de marchas o protestas en Santiago de Chile y en Valparaíso desde una lógica etnográfica clásica. Además, durante los años 2021 y 2022, en el contexto del primer proceso constituyente en Chile, llevamos a cabo un seguimiento etnográfico de redes virtuales (Pink et al. 2019). Optamos por la red social Facebook debido a su accesibilidad gratuita y por la posibilidad de obtener una gran cantidad de datos con descripciones detalla- das. Colocamos nuestro foco en el contenido publicado más que en las interacciones en la página. Inicialmente, revisamos las páginas seleccionadas semanalmente para registrar nuestras observaciones y descargar imágenes. Posteriormente, utilizamos la aplicación gratuita Facepager, una reconocida plataforma para recopilar información en distintas plataformas en línea y de acceso público.
El análisis cualitativo incluyó un análisis teóricamente guiado, un análisis sociológico del discurso (Ruiz 2009), un análisis narrativo y un análisis etnográfico para abordar las marchas y plataformas virtuales. Los datos primarios obtenidos de las entrevistas fueron transcritos y posteriormente codificados mediante el programa ATLAS.ti.
La muestra de la investigación abarca los activismos feministas, LGTBIQ+, masculinidades antihegemónicas y grupos neoconservadores, lo que se tradujo en 21 entrevistas,
41 observaciones participantes y en la etnografía digital de ocho páginas de Facebook. Para este artículo empleamos una submuestra de los grupos neoconservadores que se oponen al aborto, los cuales se detallan en la tabla 1.
El estudio cuenta con la aprobación del Comité de Ética de la Universidad de Valparaíso. Siguiendo las pautas éticas de esta institución, los nombres de las personas que concedieron entrevistas se han cambiado por seudónimos para proteger sus identidades.
3. La oposición al aborto: disputando derechos y sujetos
El análisis cruzado de las tres fuentes de datos -la observación de manifestaciones, la etnografía digital del activismo en redes sociales y las entrevistas a representantes de las organizaciones- nos permitió identificar tres operaciones discursivas en los modos de oponerse al aborto y de intentar expandir los marcos de referencia para persuadir a una ciudadanía que debía dirimir sobre los derechos en juego durante el proceso constituyente.
Uso del paradigma de los derechos humanos como recurso de laicidad
La literatura ha evidenciado una notable influencia de referentes religiosos en el activismo que se opone a la legalización del aborto. Este fenómeno persiste de manera significativa en la formación de las élites chilenas, especialmente en aquellos que cursan estudios en universidades confesionales donde el gremialismo, un movimiento estudiantil de orientación conservadora y católica, ejerce una fuerte influencia. “Y yo siento que el tema del aborto es ya (…) no solo como el tema de valores, sino el tema de las relaciones con el catolicismo, como no podía ser católico, de alguna manera si estar a favor de aborto” (entrevista a Lorena, noviembre de 2022).
No obstante, algunas activistas que desempeñaron un papel destacado en el pro- ceso constituyente han adoptado un enfoque más laico al argumentar en contra del aborto basándose en el paradigma de los derechos humanos, señalando que evitan adoptar posturas basadas en valores religiosos conscientes de que las creencias y afiliaciones partidistas tienden a “dividir”. “Y por eso es que de repente estoy harta, en conflicto con estos grupos que tú nombraste (…) la lucha contra el aborto o más bien el visibilizar el humanizar al ser humano en gestación yo la vivo como una lucha de los derechos humanos” (entrevista a María, octubre de 2022).
A partir del seguimiento al Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile, identificamos dos modos en los que el marco de los derechos humanos encuadra sus discursos. Primero, sostienen la afirmación de que el embrión o el “niño por nacer” es un sujeto de derecho, considerándolo un ser humano independiente, y a la vez, conectando emocionalmente con niños y niñas y madres en situaciones vulnerables al presentarse como firmes defensores de sus derechos.
Por esto y mucho más, te pedimos que firmes este compromiso por las dos vidas, así le haremos sentir a la ciudadanía y a todos los políticos que somos mayoría y que queremos realmente un resguardo a los derechos humanos de todos, sobre todo de los más vulnerables: los niños y sus madres en situación vulnerable (Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile 2021a, párr. 3).
También podemos observar esta estrategia durante las concentraciones. Por ejemplo, en las leyendas de varios carteles que evitan las referencias religiosas y que apelan a una causa que conecta con los derechos de un feto que “no tiene voz” (figura 1). Mientras que en otros casos se tilda al aborto de “genocidio”, una clara referencia al encuadre de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que se cometieron durante la dictadura.
En segundo lugar, una parte fundamental del repertorio de acción de estos colectivos es su esfuerzo por influir en la definición de normas legales. Durante el análisis etnográfico de la plataforma del Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile, pudimos hacer un seguimiento de la participación de este grupo en la redacción de una iniciativa popular de norma para la Convención Constitucional, denominada “Derecho a la vida”. En esta iniciativa destacaron la importancia de reconocer al no nacido como persona humana y brindarle protección en la nueva Constitución (figura 2). Además de organizar manifestaciones en el lugar donde estaba reunida la Convención para promover esta norma, llevaron a cabo una intensa movilización en las redes utilizando el hashtag #constituciónprovida y creando videos con los principales voceros de las fundaciones e instituciones aliadas al proyecto, en particular con agrupaciones de médicos y abogados, logrando que la iniciativa fuera discutida en la Convención tras lograr el respaldo de 31 208 ciudadanos.
Una ampliación del sujeto afectado que no se reduce al feto
El análisis de las prácticas activistas y de sus discursos nos ha permitido comprender que opera también una ampliación del sujeto afectado. No se reduce solo a los derechos del “niño que está por nacer”. En diversas publicaciones de la página del Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile, en muchas ocasiones usando el hashtag #alpuebloselo- dejanacer, se difunde la consigna “el primer derecho del pueblo es nacer”, acompañada de imágenes que lo refuerzan. Además, emplean la estrategia de abordar la cuestión del aborto desde la perspectiva de clase. Quienes defienden la legalización del aborto debido a que se trata de un derecho sostienen que las mujeres que interrumpen el embarazo en condiciones clandestinas suelen ser aquellas de bajos recursos, las cuales tienen que enfrentar riesgos mortales debido a la falta de condiciones higiénicas y de seguridad en el entorno. En contraste, aquellas personas que se oponen al aborto argumentan que su legalización no erradicará la pobreza, sino que más bien perpetuará la discriminación socioeconómica y fomentará el “derecho a matar a su propio pueblo desde el seno materno”. El aborto discrimina por sexo, condición socioeconómica, salud, e incluso por algo tan abstracto como el ser o no amado desde antes de nacer. Ninguna sociedad puede prosperar cuando se le llama “derecho” a matar a su propio pueblo desde el seno ma- terno (Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile 2022, párr. 4). En la figura 3 se aprecian mujeres indígenas sosteniendo a sus bebés, una composición que plantea interrogantes inquietantes sobre la conexión entre la noción de pueblo, la pobreza y su relación específica con los pueblos indígenas. De un lado, la asociación entre el “pueblo” y la idea de nacimiento sugiere una perspectiva que vincula la existencia de la comunidad con la procreación, enfatizando la importancia del derecho a la vida desde una perspectiva cultural y social. Por otro, en el contexto de la votación de la norma de la Convención Constitucional sobre el derecho al aborto, la publicación adquiere una relevancia especial debido a que enfatiza que el aborto no se limita a un debate legal sobre los derechos de las mujeres, sino que se extiende a consideraciones éticas, culturales y sociales, ilustrando este caso con comunidades específicas, entre ellas las indígenas.
Otra estrategia consiste en desplazar el enfoque del dolor potencial del feto o el argumento de una vida truncada hacia una ampliación del espectro de consecuencias asociadas al aborto, particularmente, aunque no de manera exclusiva, para las mujeres. En ese contexto, emergen formulaciones que hacen referencia a la “ideología de género” por parte de activistas que se oponen a la intervención del Estado en la educación sexual integral de la niñez y la adolescencia y al derecho a la identidad de género. Desde esta perspectiva, el llamado pánico moral se manifiesta en la cualificación del “peligro” que conllevaría la supuesta sexualización de la perspectiva de género, incluyendo menciones a suicidios, abortos y embarazos no deseados.
La autonomía progresiva de los niños no puede quedar a libre albedrío, no puede (...). Entonces, por qué nos preocupa el enfoque de género, porque el enfoque de género, la mirada que se le quiere dar es a la confusión, es a hablarle ideológicamente de lo que significa la ideología de género, de lo que significa el transitar a un género diferente. Y eso, para nosotros, es peligroso, es grave porque por eso tenemos hoy día más suicidios, más abortos, más embarazos no deseados (entrevista a Mariela, agosto de 2022).
Aquí la importancia radica en la claridad y en la simplicidad con que aprovechan este imaginario moral para construir un relato político. Basta con recoger los papeles dispersos en el lugar donde se llevó a cabo una de las muchas manifestaciones de estos colectivos (ver figura 4) y leer el mensaje que encabezaba uno de los folletos con la leyenda “razones para rechazar” la propuesta de nueva Constitución: la familia, los hijos, la ciudadanía y la propiedad privada.
Por su parte, las posiciones neoconservadoras de género que se reconocen como “feministas provida” han elaborado un repertorio ligado a las consecuencias que tendría la legalización del aborto para las mujeres y las niñas. Para ello, desplazan al sujeto afectado y amplían las emociones evocando dolor, sufrimiento y nuevos daños. Con ello, quienes defienden la legalización del aborto serían responsables de esos daños, mientras que los activismos antiaborto constituyen un soporte de apoyo a las víctimas no reconocidas.
Por el mismo trabajo en el Frente por la Vida pude conocer muchos testimonios de violencia obstétrica, de aborto forzado, de mujeres que habían vivido abortos espontáneos y que no habían nunca pasado ese duelo y que sufrían y sufrían teniendo otros embarazos y que tenían grandes conflictos con la maternidad porque no sabían por qué estaban sufriendo al volver a embarazarse cuando era algo que querían. Entonces había una realidad que no estaba abordando nadie. Y que se esconde (entrevista a María, octubre de 2022).
Asimismo, durante el proceso constituyente el activismo antiaborto construyó un discurso que, desde el género, amplió un antagonismo político mayor: la disputa sobre los “reales” problemas que estarían en juego. Las personas entrevistadas argumentaron acerca de la supuesta irrelevancia de legislar a favor del aborto en comparación con los problemas “verdaderos” que enfrentarían las mujeres. Este argumento se presenta desde un discurso con tintes mesiánicos, especialmente en relación con las mujeres más pobres, argumentando que el enfoque central debería estar en apoyar otras necesidades de género, especialmente el derecho a trabajar y a criar, en franca oposición a las demandas de una izquierda elitista que desconocía las realidades de “la gente de a pie”.
Y bueno, también pasó ahora con la Convención con problemáticas que claro, uno cuando está en ambiente universitario en Santiago se termina sesgando y es como, sí, sabes que deberíamos estar discutiendo si estamos a favor o en contra del aborto, pero en realidad a la señora Juanita le da lo mismo esa hueva. Entonces es un poco más de afrontar dificultades de fondo, más que de forma que son, como digo muy superficiales (entrevista a Rodrigo, octubre de 2022).
La etnografía de la celebración del “Día del niño que está por nacer”3 redunda en ese argumento. La fotografía que elegimos (figura 5) ilustra la posición de alguien que se suma al relato feminista, denunciando la violencia de género, pero ironizando con el tema del aborto (“drogan, violan, secuestran, matan … pero, lo importante es aprobar el aborto”). Este enfoque busca cuestionar la relevancia asignada a la agenda del aborto dentro del contexto de la lucha feminista, sugiriendo que hay asuntos más apremiantes que requieren atención y acción inmediata.
Resignificación del sujeto feminista desde las posiciones provida
En los diferentes materiales que hemos podido analizar se repite lo que han mostrado otros estudios sobre el movimiento “antigénero” en la región: el rechazo a la “ideología de género” por la supuesta amenaza que representa para “la familia”. Lo que observamos ahora es la emergencia de un discurso promovido por el feminismo provida que disputa al feminismo convencional la presunta exclusión de quienes se oponen al aborto, desconociendo su preocupación por la vida de las mujeres. Abogan por una agenda de género basada en un diagnóstico que busca visibilizar diversas problemáticas: la violencia sexual, la equidad de género, la ampliación de espacios de representación, entre otras que permiten a muchas de estas activistas identificarse como feministas
Entonces, todas las mujeres del movimiento de alguna manera nos sentimos en la misma parada de estar en contra del aborto y siendo feministas (entrevista a Lorena, noviembre de 2022).
En su mayoría mujeres, son muy excluidas de los espacios dentro de la universidad. Precisamente por el tema de que somos todos provida, entonces estamos contra el aborto bajo cualquier causal. Y muchas mujeres que se han intentado involucrar en asambleas feministas que se hacen internas en la universidad, acá mismo hay un grupo que se llama “feminista ingeniería UC”, que es una agrupación que en el fondo trabaja con este tema, cuando llegan son excluidas (entrevista a Rodrigo, octubre de 2022).
Resulta por tanto comprensible que una parte importante del repertorio de la acción de estos activismos sea disputar la conmemoración del 8 de marzo, reivindicando especialmente el derecho a la maternidad y la necesidad de políticas públicas que apoyen la crianza. Así, marchar con el “pañuelo celeste” el 8 de marzo se vuelve entonces un “sueño” anhelado.
Nos quedamos con los pañuelos celestes y hay muchas que los usamos siempre en la cartera y mi sueño, ojalá que lo cumplamos este 8 de marzo es poder marchar tranquila (...). Y poder ser parte y que se entienda que puede haber un movimiento feminista que no esté con el aborto libre (entrevista a María, octubre de 2022).
La observación de las manifestaciones callejeras revela que la disputa por esta conmemoración se materializa a través de intervenciones concretas que buscan dejar huella. Por ejemplo, se superponen carteles y consignas del activismo antiaborto sobre las intervenciones de los colectivos feministas. Una muestra de esta estrategia se observa en la figura 6, extraída del perfil de Facebook del Colectivo por las Dos Vidas: Ola Celeste Chile en el contexto del 8 de marzo de 2021. Aquí se aprecia una acción callejera con el lema “El verdadero feminismo defiende a la mujer desde el vientre”.
Acá la disputa se torna literal, el cartel se adhiere sobre otro cartel feminista y busca cuestionar el significado de la liberación de las mujeres si se lleva a cabo a expensas de la vida de los “inocentes”.
Dos testimonios de una de las entrevistadas resumen muy bien hasta qué punto este neoconservadurismo pugna por tratar de encontrar un espacio ideológico desde el que se puedan disputar algunas políticas del reconocimiento propias del espacio feminista de segunda y tercera ola. En el primero, la entrevistada hace una afirmación categórica fundada en un valor que tiene el potencial de aglutinar a un grupo de adherentes. Reconoce que ese valor genera un conflicto generacional que ella misma ha experimentado y que es parte de una disputa y tras ello expresa una prognosis cargada de emoción.
Dentro de los principios del Movimiento Gremial 4 es estar en contra del aborto. Entonces, todas las mujeres del movimiento, de alguna manera, nos sentimos como en la misma parada (…). Hay muy pocas que transan y van a ir las marchas, pero también tengo amigas del colegio que me dicen: “vamos a la marcha”, y yo: “no puedo, ¡no puedo transar, porque no me voy a sentir cómoda, no me voy a sentir cómoda que estén gritando que toda la gente que esté a favor (…) en contra del aborto, son unas (…) son unas idiotas!”. Porque ahora a mí me encantaría estar marchando, marchan- do en el 8M, pero con el pañuelo celeste en vez del pañuelo verde (entrevista a Lorena, noviembre de 2022).
La propia entrevistada reafirma una clara posición normativa provida que no le impide coincidir con la defensa de una política del reconocimiento de corte feminista, al tiempo que detalla una serie de contradicciones expresadas en un tono afectivo que ilustra muy bien las tres dimensiones de esta primera parte del análisis. Alude a un repertorio (pañuelo), reafirma principios normativos arraigados en su proceso de socialización política (“no me representa porque soy una persona católica”), identifica el clivaje ideológico que la une o la separa de otros sujetos y expresa una posición no exenta de conflictos con sus propios partidarios, utilizando toda una batería de expresiones cargadas de afectos.
Entonces, estar en un espacio donde haya puras mujeres con pañuelos verdes gritando que es mi cuerpo, voy a abortar, me vale callampa (…). O, por ejemplo, también cuando fui al 8M veía a puras mujeres vestidas como monjas, pero prostitutas haciendo puras cosas eróticas y yo decía “¡no, tampoco me representa porque yo soy una persona católica!”. Y al final lo único que hacía dentro de ese espacio era sentirme más incómoda de lo que podría haberme sentido porque yo sentía que como, al final, yo vengo por esto, por el tema de los derechos, vengo por el tema, digamos, por las mismas cosas entre mujeres y hombres, pero en estos espacios me están afectando a mí misma, me están violentando de alguna manera (entrevista a Lorena, noviembre de 2022).
El ámbito ideológico se reserva especialmente para iniciativas de ley, entre ellas la Ley de Educación Sexual Integral, impulsadas para promover la educación sexual integral en los colegios, mientras que se muestra un grado de comprensión mayor cuando se alude a los movimientos feministas en tanto lo circunscriben a políticas de apoyo a las mujeres-madres. Así, la responsabilidad de introducir el espectro de la ideología de género recae más bien en la clase política.
Un decálogo de propuestas que tenían que ver mucho con lo que te estoy diciendo, que las leyes que no existían. La compañía a la pérdida, apoyo psicosocial, leyes que permitieran la apertura del cupo en la Junji, mayor cobertura de la sala cuna, que esto del limitado de las madres con hijos a 20 aumentará o se modificará porque estaba haciendo que las empresas no contraten más (…) Y así varias cosas que están ahí en la página del colectivo (…). De hecho, ni siquiera hay un acuerdo de llamarnos feminista provida, pero a mí se me ocurrió ponerle el nombre. Fue como ya, veamos. Algunos le dicen feminista, feminismo por la maternidad (entrevista a María, octubre de 2022).
Asimismo, nos llama la atención la asertividad que muestran las personas entrevistadas cuando definen lo que entienden por igualdad de género. La mayoría manifestó que se trata de un problema que se resuelve garantizando el ejercicio de una igualdad de derechos meramente instrumental, que reconoce que no debe haber diferencias de trato entre mujeres y hombres.
Porque yo también soy profesional, estudié. Yo soy arsenalera quirúrgica, tú eres profesional (…). Y creo yo que lo importante aquí con el tema de género (…) y estamos completamente de acuerdo y yo de acuerdo en que se refiere a igualdad de géneros, igualdad de género. A qué se refiere eso, a que tú como profesora de la universidad si- gas tú siendo mujer, tienes un par varón que ejerce las mismas horas de trabajo, ejerce el mismo tipo de educación y de horas laborales que tú, sin embargo, vemos que el varón gana más y tú ganas menos (entrevista a Mariela, agosto de 2022).
4. Conclusiones
Lo primero que hemos podido constatar es que el activismo antiaborto en Chile trata de enmarcar su acción dentro del paradigma de los derechos humanos, confirmando con ello una tendencia observada en otras latitudes (Gudiño 2017). Lo novedoso acá es que, a pesar de defender un orden tradicional y conservador (“desde la concepción hasta la muerte natural”), las activistas logran desplazar la centralidad del género a un segundo plano, elaborando argumentos que resuenan más allá de las fronteras religiosas y promoviendo una base común de diálogo y entendimiento con un entorno social más plural. Por ejemplo, durante la campaña constituyente analizada, mientras el relato feminista abogaba por una perspectiva interseccional que entrecruzara género, raza y clase, los grupos neoconservadores fijaban sus posiciones en la defensa de los derechos reproductivos de grupos étnicos y de personas de bajos recursos, señalando que el aborto constituiría una forma de negarlos.
Lo segundo que quisiéramos destacar es el esfuerzo de este “feminismo provida” por ampliar el sujeto afectado, el feto, a otras categorías, especialmente a las mujeres, las niñas y las abuelas. Este repertorio conlleva una suerte de inversión de las consecuencias que suelen reclamar los feminismos: estar contra el aborto no es negar los derechos reproductivos de las mujeres, sino proteger a otras mujeres vulnerables. Y ese objetivo se logra movilizando los afectos que evocan el dolor y el sufrimiento. Interpretamos esa intención en cuanto estrategia que persigue significar el aborto como un acto que intensifica y que produce nuevos daños, lo que facilita la amplificación de ese pánico moral contra el movimiento feminista que ha sido documentado en otros trabajos (Vargas 2022).
Junto con eso, el interés que ha adquirido para el contramovimiento antiaborto la conmemoración del 8 de marzo y el modo en que adaptan diferentes repertorios y de- mandas del feminismo es elocuente. En tal sentido, lo más novedoso del caso chileno es que los actores sociales neoconservadores, que se autodefinen como feminismos provida, no se movilizan para frenar o revertir todos los cambios en las conquistas alcanzadas por el feminismo bajo la consigna de la “ideología de género”, sino que resignifican los marcos de sentido de los derechos de las mujeres disputando qué es o qué debería ser el feminismo. Tal interpelación neoconservadora a los objetivos del movimiento puede entenderse en el contexto de otros debates que han tensionado al feminismo en torno a los modos de comprender la autonomía corporal vinculada a las divisiones construidas entre abolicionistas y no abolicionistas, feministas radiales transexcluyentes (TERF, por sus siglas en inglés) y transfeministas, y ahora a favor y en contra del aborto. Se trata de un tema para seguir investigando y debatiendo.
La identificación con un feminismo “provida” se construye en la demanda de la falta de apoyo social a la maternidad y, de manera secundaria, contra las brechas salariales y la falta de políticas públicas que faciliten la conciliación entre trabajo y familia. Los resultados que hemos expuesto muestran la manera en que la noción misma de derechos, de los sujetos de derecho y de lo que debería o no ser el feminismo articulan el centro del activismo antiaborto. Así, se produce una ampliación de los marcos (Snow y Benford 1988) de los derechos humanos y del feminismo, resignificando las demandas sobre la equidad (brechas salariales, derechos a la educación y al trabajo remunerado, paridad, entre otros) pero, como han sugerido otros estudios (Tabbush y Caminotti 2020), oponiéndose a la autonomía de los cuerpos. Un activismo antiaborto que huye de la simple adscripción a un registro religioso para proponer un relato político con vocación de representación ciudadana que disputa el feminismo. El análisis expuesto nos permite proponer que este tipo de activismo en Chile se comprende mejor no cuando se conceptualiza como una posición “anti- género”, sino cuando se vuelve parte de un movimiento neoconservador de género.
Cerramos el artículo con unas últimas palabras sobre los desafíos que puede pre- sentar el uso del paradigma de los derechos humanos en la investigación sobre los modos en que operan las memorias del pasado reciente. De acuerdo con Sutton y Vacarezza (2021), al menos en el caso del Cono Sur, los legados autoritarios y las luchas contra las dictaduras han configurado buena parte de las políticas en torno al aborto en la democracia. Los resultados que hemos expuesto invitan a ampliar la comprensión sobre los usos de la memoria desde las luchas del presente: se ha mostrado que los activismos feministas (Cruz et al. 2022) también operan, aunque de un modo inquietante, en lo que hemos llamado el activismo neoconservador de género.