1. Introducción
La diferenciación entre mercado y no mercado atravesó las maneras de organizar y definir el trabajo, al menos desde la industrialización, ya que el pensamiento económico clásico estableció qué actividades humanas producían valor y cuáles no. Así, la caracterización “improductivas” les correspondió a las tareas realizadas en los hogares para el sostenimiento de las familias, por lo que quedaron excluidas del concepto mismo de trabajo (Garazi 2017). Hacia mediados del siglo XX, esto se vio reforzado por el afianzamiento del modelo normativo de hombre proveedor y mujer ama de casa. De allí que las mujeres estarían ausentes en los estudios del “trabajo”, salvo en las situaciones (circunstanciales, transitorias y excepcionales) de necesidad económica del grupo familiar (Carrasquer Oto 2009).
La segunda mitad del siglo XX puso en evidencia la incorporación más estable y a tiempo completo de las mujeres en el ámbito laboral y profesional, lo cual implicó reacomodamientos en las prácticas y en las percepciones. Muestra de ello fue el crecimiento de los movimientos de mujeres en la “segunda ola feminista” de los años 60 y 70, que en las versiones anglosajonas reclamaban por igualdad en el mercado laboral y en el feminismo italiano tomó forma en la campaña por el salario para las amas de casa (Federici 2013). De ese modo se manifestó “la visibilidad del empleo femenino y su legitimación social, pero no la liberación de las mujeres del trabajo doméstico” (Carrasquer Oto 2009, 12-13).
Imbricada en este trasfondo social y político, desde los años 70, en los ámbitos académicos se realizó una crítica profunda al concepto mismo de trabajo, para dar cuenta de la multiplicidad de actividades que realizan las personas (casi en su totalidad, mujeres) que “no trabajan”. Se replantearon así supuestos básicos de la economía y de la sociología del trabajo, por ejemplo, qué produce valor, qué es el trabajo, en qué condiciones se desarrolla, o qué explica la división de tareas (Esquivel 2012a). Se construyeron teorizaciones sobre la división sexual del trabajo y sobre “los trabajos”, para analizar las tareas tanto productivas -dentro del mercado, públicas y remuneradas- como reproductivas -en el seno del hogar y la familia, privadas y no remuneradas-.
De acuerdo con Carrasquer Oto (2009), se denomina “teorías duales o de la producción/reproducción” al conjunto de estudios que parten de este doble reconocimiento. Con base en los nuevos desafíos teóricos y empíricos que se abren, en este texto se parte de una pregunta fundamental: ¿de qué manera se relaciona el trabajo reproductivo con la producción capitalista?
La diversidad de reflexiones teóricas que se desarrollaron para dar cuenta de este asunto (incluso el cuestionamiento de la pregunta misma) es lo que aquí interesa a fin de identificar las variaciones más significativas, y de resaltar diferencias y similitudes entre ellas. En este sentido, no se presenta un desarrollo teórico original sobre las conceptualizaciones de los trabajos, sino más bien una clave de lectura, un particular recorrido por las posturas sobre el tema, con el que se pretende contribuir a establecer diferenciaciones teóricas para abordar los fenómenos del mundo del trabajo en la actualidad.1
La diversidad y proliferación de estas investigaciones resulta inabarcable en su totalidad en este escrito. Por ello, se retoman solamente aquellas líneas teóricas (y, excepcionalmente, obras puntuales) que abrieron caminos para pensar sobre las relaciones entre los trabajos, en tanto permiten dar cuenta de continuidades y rupturas en el debate de la temática. De esta manera, el primer recorte es en torno a las “gafas violetas”, focalizando en perspectivas que “no solo atienden a las diferencias entre mujeres y hombres con respecto a la economía -en tanto que discurso o sistema-, sino que cuestionan dichas diferencias y buscan su transformación” (Pérez Orozco 2005, 44).2 Otro recorte trascendente se realiza en cuanto al lugar de origen de las producciones académicas, al centrarse principalmente en producciones del ámbito europeo y norteamericano, dejando para trabajos futuros los desarrollos realizados en, desde y para otros territorios.3
En las líneas que siguen se desarrolla un recorrido esquemático por estas perspectivas teóricas en torno a los trabajos en clave de género. Para ello, se emplea la metáfora de la óptica, para identificar qué se enfoca de las relaciones entre el ámbito de la producción y el de la reproducción social, o, en otros términos, dónde se ubica el foco explicativo de los procesos sociales de los trabajos. Particularmente, la analogía de las “gafas violetas” -que se popularizó a partir del libro El diario violeta de Carlota, de Gemma Lienas- y los diferentes lentes permiten poner de manifiesto importantes supuestos comunes entre las perspectivas, al mismo tiempo que destacar sus variaciones, ya que cada tipo de lente es propio para corregir una particular distorsión de la vista y, por tanto, para enfocarse en espacios diferentes, más cercanos o más lejanos. Análogamente, el lente teórico elegido (en tanto manera de entender la relación producción-reproducción) se debe pensar junto al problema teórico-práctico que se considera necesario atender y, por tanto, plantea una priorización por enfocar en alguno de esos espacios en mayor medida que en otro o bien una particular relación.
De esta forma, se identifican tres variaciones en cuanto a la forma de dar cuenta de los trabajos de producción/reproducción: lentes monofocales, lentes bifocales y lentes progresivos. El primer conjunto de investigaciones tiene su foco explicativo en uno de los ámbitos -de allí la etiqueta “monofocales”- al que se mira con mayor detalle y desde el cual se explica y cobra sentido el otro elemento de la dualidad -ya sea en términos de primacía explicativa como de utilización de conceptos del primero para explicar el segundo-. En este grupo se diferencian los enfoques desde la producción o desde la reproducción. Las miradas con lentes bifocales, por su parte, permiten captar ambos trabajos en una “sola mirada”, y lo hacen a partir de claras líneas de diferenciación entre ellos y sin que uno se imponga analíticamente sobre el otro. Finalmente, las investigaciones con lentes progresivos plantean un cuestionamiento a la propia dualidad producción-reproducción y proponen captar al mismo tiempo ambos polos, pero entendidos más bien como un continuo, sin poder trazar líneas divisorias evidentes entre los ámbitos debido a simultaneidades, superposiciones e intermitencias.
Cada uno de estos ejes organiza las tres secciones del cuerpo del texto que sigue. Se finaliza planteando algunos aportes del recorrido teórico propuesto.
2. Mirar con lentes monofocales
Desde la producción
Como se esbozó en la introducción, en este apartado constan lecturas que reconocen ambos trabajos, pero cuyas autoras “leen” los procesos del ámbito reproductivo a través de los lentes monofocales del trabajo productivo, lo que acarrea algunas limitaciones resaltadas en las investigaciones analizadas en las secciones siguientes. En esta línea, se puede diferenciar aquellas que plantean la primacía de la esfera de la producción, aquellas que sostienen la autonomía funcional entre ambas lógicas -aunque la reproductiva mantiene un lugar subordinado-, y otro conjunto de teorías que parten de un reconocimiento de la autonomía relativa o articulación entre producción/reproducción, pero tomando elementos de la primera para describir y analizar la segunda.
El primer conjunto de análisis da cuenta de la posición más tajante dentro de este eje, en tanto argumentan que el trabajo doméstico va a disminuir a medida que avance el desarrollo y modernización del capitalismo; en los términos que se utiliza en este trabajo, implicaría plantear que el desarrollo de la esfera de la producción conlleva a la reducción/eliminación de la esfera de la reproducción como trabajo. En tal sentido, las tareas reproductivas se consideran residuales, entendidas como modo de organización social precapitalista de la que el capitalismo se valió desde su constitución. Una de las obras dentro de esta perspectiva es Mujeres, graneros y capitales de Claude Meillasoux (1989), publicada originalmente en 1975, donde señala la incapacidad de sostener una economía doméstica dentro del sistema capitalista, por las dificultades para “controlarla” que le representa a este último (Federici 2013).
El segundo grupo de investigaciones se ubican dentro de la tradición marxista, pero cuestionando las teorías económicas de Karl Marx por no haber atendido a las relaciones sociales que aseguran la disponibilidad de la mercancía fuerza de trabajo, es decir, por ignorar a la reproducción social. En este grupo, se destaca el debate sobre “el enemigo principal”, acerca de si era el capital o el patriarcado lo que marcaba en mayor medida la subordinación de las mujeres en el sistema social (Pérez Orozco 2005). En íntima relación, desde fines de los 60 hasta inicio de los 80, comienza a visibilizarse el trabajo doméstico, el estatuto analítico de esta actividad y la posición de clase de las mujeres frente a la liberación de las relaciones de explotación capitalista. En términos de reivindicación del movimiento feminista, se plasmó en el reclamo de salario para las amas de casa (Federici 2013).
En líneas generales, estos estudios denunciaron la existencia de una división del trabajo entre la esfera del trabajo doméstico -feminizado- y la del trabajo de producción - masculinizado-, demostrando que el primero atendía a las necesidades del capital al garantizar el control social de las mujeres y la reproducción cotidiana de la fuerza de trabajo (presente y futura). Asimismo, plantearon que las mujeres constituían un “ejército de reserva” de la mano de obra masculina, en tanto estas se sumaban intermitentemente a la producción, constituyéndose en mano de obra barata y disponible para el capital (Soraire 2007).
Se puede identificar a diversas pensadoras en esta línea teórica, como Silvia Federici y Christine Delphy, pero nos detendremos en dos obras. Primero, en los análisis ya clásicos sobre desarrollos de Mariarosa Dalla Costa y Selma James en El poder de la mujer y la subversión de la comunidad (1975), que señalan la centralidad del trabajo doméstico para sostener el capitalismo y el rol productivo -por tanto, de explotación- de las amas de casa, y cómo este no se traduce en salario a pesar de producir plusvalía. A partir de estos planteos iniciales, construyen el término de “fábrica social” para incluir a la comunidad/familia como “la otra mitad de la organización capitalista, la otra zona de explotación capitalista oculta, la otra fuente oculta de trabajo excedente” (James 1977, 12). El segundo texto es El trabajo doméstico en el modo de producción capitalista de Wally Seccombe (1975), quien plantea la existencia de dos unidades de trabajo inherentes al capitalismo industrial: la doméstica de la reproducción capitalista y la industrial de la producción capitalista; además, desarrolla la subordinación de la primera con respecto a la segunda en esta formación social.
Toma forma, entonces, una mirada del trabajo doméstico/reproductivo que reconoce algunas características propias, pero que son leídas con las categorías marxistas “de la producción” (modo de producción, mercancía, ejército de reserva, entre otras), de la mano del planteamiento de una relación funcional y de subordinación de la reproducción a la producción. En este sentido, son dos las principales críticas hacia esta perspectiva: “sigue sin cuestionarse la hegemonía de la producción y tampoco se hacen visibles las ventajas que para el género masculino supone el trabajo doméstico femenino” (Carrasquer Oto 2009, 34).
Desde este lugar, continua el recorrido hacia las teorías monofocales que plantean la idea de autonomía relativa, abonando a la idea de la presencia de relaciones capitalistas y patriarcales en las dos esferas (Carrasquer Oto 2009). Desarrollada inicialmente por pensadoras como Jill Rubery y Jane Humphries, y retomada también por Antonella Picchio en los 80, desde esta postura se revisó la articulación producción/reproducción hasta entonces planteada, revalorizando la esfera de la reproducción social para la configuración y mantenimiento del sistema económico o, en términos de las autoras, partir de la consideración de que
la esfera de la reproducción social está articulada con la esfera de la producción y forma parte integrante de la economía, […] es, por lo tanto, relativamente independiente de la esfera de producción […] por lo que tiene que haber una mutua adaptación entre las estructuras del lado de la demanda y del de la oferta (Humphries y Rubery 1994, citadas en Cuadrada et al. 2015, 341).
Otro elemento importante de esta perspectiva es que estas relaciones deben analizarse corriendo la lectura funcionalista, con el fin de dar cuenta sobre estos procesos en términos históricamente anclados y no de manera predeterminada. En esta línea se ubica el trabajo de Picchio (1981), en el que analizó las especificidades del trabajo reproductivo al mismo tiempo que su constitución como garantía de la existencia del mercado y factor explicativo de las condiciones de disponibilidad de mano de obra en el capitalismo industrial.
De esta manera, se complejizaron las posibles relaciones entre la producción y la reproducción, al establecer como indispensable un anclaje espacio-temporal para comprender cabalmente los modos en que se instaura la autonomía relativa entre ellas. También, estas contribuciones abrieron la posibilidad del estudio del trabajo reproductivo per se (ampliando la noción inicial de trabajo doméstico), aunque frecuentemente compartieron “con las propuestas anteriores su olvido como materia de análisis” o lo abordaron “solo como factor explicativo de la actividad laboral femenina” (Carrasquer Oto 2009, 25). Asimismo, se critica que aún se valen de las categorías de análisis del mercado para dar cuenta de ambos espacios -el concepto de autonomía relativa es un ejemplo de ello- (Pérez Orozco 2005). En definitiva, las autoras no se plantearon relaciones funcionales ni de subordinación inherentes a cada esfera de trabajo, pero continuaron desarrollando sus análisis a partir de las mismas categorías conceptuales, limitando las posibilidades de captar las particularidades de los trabajos reproductivos.
En este sentido, resulta relevante destacar dos líneas de investigaciones que avanzan sobre estos cuestionamientos: con la primera, se planteó una relación de articulación entre producción y reproducción; y la segunda dio lugar al análisis del trabajo reproductivo en particular. Las investigaciones que desarrollaron la primera cuestión son analizadas en las próximas secciones. Sin embargo, se considera que una derivación del segundo punto mantiene una mirada desde la producción, tal como se entiende en este artículo; se trata de las investigaciones que avanzaron en la cuantificación del trabajo reproductivo en términos de su valor económico, lo que derivó en considerar la dicotomía trabajo remunerado/trabajo no remunerado.
Desde la década de los 70 se han manifestado intereses académicos y políticos de visibilizar el trabajo de las mujeres a través de las estadísticas, indicadores económicos, cuentas nacionales y distinciones como población activa/inactiva (Legarreta 2006). Aquí hay que destacar la trascendencia del Decenio de las Naciones Unidad para la Mujer: Igualdad, Desarrollo y Paz (1975-1985)4 para la incorporación de estos intereses a programas estatales de diversos países (Benería 2005). Desde entonces es mucho lo que se ha avanzado en cuanto a las conceptualizaciones y metodologías para captar el trabajo no remunerado, en su mayoría femenino (Picchio 2003).
No es objetivo de este escrito adentrarse en estas cuestiones, sino más bien exponer que el paso de la mirada de la producción/reproducción a la de trabajo remunerado/no remunerado permitió dar cuenta del valor económico del trabajo invisibilizado y, por tanto, de su indispensabilidad para el desarrollo de la sociedad en su conjunto. Esto es, justamente, uno de los motivos de tomar esta diferenciación: la visibilidad política que se habilita al establecer con datos estadísticos cuánto aportan las mujeres, en cantidad de trabajo y de recursos generados, para la producción social. Asimismo, se defiende su pertinencia ya que el desarrollo capitalista de las últimas décadas del siglo XX ha puesto en jaque la diferenciación misma entre ambas esferas,5 y focalizar en la remuneración presenta menor ambigüedad ante ese panorama (Benería 2006).
En este marco, se identifican también las propuestas de medición del uso del tiempo que tempranamente comenzaron a generar estadísticas para mostrar las diferentes maneras en que hombres y mujeres ocupaban su tiempo diario; algunos países como Italia, Francia y Estados Unidos fueron pioneros en estas encuestas (Picchio 1994). Acuñando el concepto de carga total de trabajo, pudieron mostrar que las mujeres dedican no solo más tiempo al trabajo no remunerado, sino a ambos trabajos si se los considera globalmente (Legarreta 2006).
Este tipo de propuestas, además, suelen derivar en la necesidad de repensar las políticas públicas a partir de parámetros más amplios de trabajo, pregonando la conciliación entre los diferentes usos sociales del tiempo, ahora desigualmente distribuidos entre los géneros. En términos de Benería (2006, 15), “la conciliación debe tener lugar en varias direcciones, entre ellas: a) distintos tipos de trabajo remunerado y no remunerado; b) trabajo y ocio; c) trabajo, ocio y movilidad; d) trabajos que permiten distintos niveles de autonomía en el uso del tiempo”.
Este conjunto de investigaciones recibió importantes críticas que reparaban en la complejidad de equipar el tiempo productivo con el tiempo reproductivo o de ocio, teniendo como trasfondo la diferenciación con base en la remuneración.6 En este sentido, prevalece una sola lógica para pensar una multiplicidad de relaciones sociales que no pueden reducirse a su monetización, y “los sectores ‘añadidos’, a pesar de ser reconocidos y contabilizados, siguen estando atrapados en la posición subordinada, minusvalorada/desvalorizada vis a vis con la economía ‘central’” (Cameron y Gibson-Graham, citado en Pérez Orozco 2005, 54).
Asimismo, este grupo de estudios, al plantear la posibilidad de conciliación entre estos tiempos, supone que es viable distribuir equitativamente la “carga de trabajo” que tradicionalmente asumieron las mujeres en mayor medida, disolviendo así la incidencia de las relaciones de explotación capitalistas y del patriarcado en estas desigualdades.7 Esto se atribuye a que partieron de aplicar una metodología derivada del análisis de los mercados (la remuneración y su relación con el tiempo) para procesos que ocurren fuera de ellos (Pérez Orozco 2005). Además, la conceptualización misma del tiempo está en reconfiguración a partir de las nuevas presencias/ausencias y cercanías/lejanías generadas por las nuevas tecnologías que atraviesan los procesos productivos y reproductivos (Delfino 2011).
Desde la reproducción
Como se pudo observar, la incorporación del trabajo doméstico/reproductivo a los estudios de la sociología del trabajo y de la economía implicó importantes cuestionamientos en estos campos, aunque se construyeron críticas sobre sus aportaciones. Se destaca (especialmente para los debates del trabajo doméstico y el enfoque de autonomía relativa) el planteamiento de que aún se trataba de categorías demasiado abstractas, que no podían dar cuenta de cómo ello se plasma en tareas, espacios, estrategias y percepciones (Kergoat 1984). En respuesta, se desarrollaron diversas investigaciones con el foco en la esfera de la reproducción, para reconocer las particulares maneras en que se desarrollan las actividades dentro de este ámbito y, desde esa especificidad, explorar las relaciones con el trabajo productivo (Carrasquer Oto 2009).
Un primer grupo de investigaciones se desarrolló desde los años 80 en Francia, con el objetivo de mostrar la actividad y el saber femenino en el trabajo doméstico, enfocando en dónde, cuándo y cómo se desarrolla. Esto involucraba visibilizar el valor del trabajo doméstico desde sus propias características y sus expresiones en la vida cotidiana, corriendo la consideración como valor económico o carga de trabajo. Esto no implicaba, sin embargo, obviar el marco estructural de los análisis del trabajo, es decir, de las relaciones entre capitalismo y patriarcado.
Se destaca aquí el trabajo de Chabaud-Rychter, Fougeyrollas-Schwebel y Sonthonnax, Espace et temps du travail domestique de 1985. También sobresalen las investigaciones que se han centrado en los significados y percepciones sobre el trabajo doméstico, diferenciándolos en grupos sociales (primordialmente, las clases) y dando cuenta así de la heterogeneidad femenina; por ejemplo, el libro Logiques domestiques: essai sur les représentations du travail domestique chez les femmes actives de milieu populaire de Annie Dussuet. Fructíferas líneas de investigación se ramificaron de esta perspectiva; resaltan aquellas que analizaron la gestión temporal o el management familiar como actividad característica del trabajo reproductivo, las miradas intragénero femenino en clave generacional y la visibilidad de los aprendizajes que este trabajo, como cualquier otro, requiere (Carrasquer Oto 2009).
Buena parte de estas investigaciones comparten el supuesto de una relación de autonomía relativa entre la producción y la reproducción, por lo que se pueden considerar como una ampliación de los desarrollos iniciales de esta perspectiva (los que ubicamos mirando desde la producción). Además de las investigadoras francesas, se puede subrayar la evolución del trabajo de Antonella Picchio, quien argumenta que bajo el paraguas de la autonomía relativa conviven diversidad de puntos de partida. Ya en la década de los 90, la autora cuestiona sus propios planteos iniciales invirtiendo la relación epistemológica entre la esfera de la producción y la esfera de la reproducción: es desde la reproducción que se puede dar cuenta del conjunto de relaciones sociales, ya que sin ella no hay producción capitalista posible (Picchio 1992, 1994).
Más cercanas a nuestros días, otro importante conjunto de investigaciones con este lente son las que se engloban en la care economy (Esquivel 2012a). Bajo el paraguas del cuidado (o cuidados, o trabajo doméstico y de cuidados) hay diversidad de aristas, las que se han ido institucionalizando en ámbitos académicos y políticos, especialmente a través del impulso que se les brinda desde organismos internacionales.8 Como supuesto compartido se encuentra la intención de focalizar en la manera en que estas tareas aportan en términos de bienestar social (Torns 2008), por lo que se las entiende como aquellas “actividades que se realizan y las relaciones que se entablan para satisfacer las necesidades materiales y emocionales de niños y adultos dependientes” (Mary Daly y Jane Lewis 2000, citados en Esquivel 2012b, 148). En esta línea, tienen un lugar primordial las investigaciones que dan cuenta de los aspectos afectivos e intersubjetivos de los cuidados, y sus particularidades frente a los trabajos mercantiles (García Guzmán 2019), aportando a la necesidad de contar con marcos conceptuales y estrategias metodológicas particulares (Carrasco, Borderías y Torns 2011).
Desde esta perspectiva se plantea su pertinencia frente a los conceptos de trabajo reproductivo o no remunerado, al definir el care a partir del proceso de trabajo en sí mismo, y ya no a partir del lugar de producción o de su no monetización (Folbre 2006). El cuidado comprende, entonces, a trabajos desarrollados en el mercado, en el hogar, en la comunidad y en el Estado, sean estos remunerados o no (Esquivel 2012b).
Este enfoque también recibe críticas en cuanto se considera que la diferenciación entre personas que brindan cuidados y personas que reciben cuidados (en otros términos, personas autónomas y personas dependientes) no permite dar cuenta de la multiplicidad de relaciones de dependencia y de situaciones de (in)dependencias (Esquivel 2012b). Asimismo, se plantea que se diluye tanto el componente de clase (o las relaciones entre capitalismo y patriarcado) como la centralidad del cuidado de los adultos del hogar, es decir, de las personas que participan de las relaciones de trabajo mercantiles (Torns 2008).
3. Mirar con lentes bifocales
Esta parte del recorrido se ocupa de las perspectivas con lentes bifocales que atienden con igual peso analítico a las tareas productivas y a las reproductivas, pero estableciendo claras líneas de diferenciación entre ellas. Comparten, además, el esfuerzo por ofrecer un lugar a las complejas interacciones entre producción/reproducción, lo que supone entender las múltiples maneras que se imbrican y los procesos de retroalimentación entre las relaciones de poder de ambas esferas (Pérez Orozco 2005).
Una primera perspectiva en este sentido tomó forma las últimas décadas del siglo XX a partir de la idea de articulación. Partiendo del debate sobre el trabajo doméstico, se lo repiensa en un sentido más amplio, en términos (justamente) de reproducción, lo que implica reconocer su existencia, las tareas que implica y su importancia tanto para la reproducción de las personas y del conjunto social como para el capitalismo mismo (Carrasquer Oto 2009). Se destacan los trabajos iniciales de Lourdes Benería en la década de los 80, en los que describe la especificidad del trabajo reproductivo en el capitalismo al identificar tres aspectos centrales de estas actividades: la reproducción biológica, la reproducción social y la reproducción ideológica de la fuerza de trabajo (Benería 1981).
Otro modo de reagrupar lo que implica la reproducción desde esta perspectiva se identifica en Mariana Bianchi (1994), que distingue entre las tareas propiamente reproductivas (desde lo biológico a lo social, tales como la procreación, crianza, educación, socialización), las domésticas (ropa, comida, compras, limpieza), las burocráticas (servicios e instituciones) y las asistenciales (cuidado de enfermos, discapacitados, ancianos). En definitiva, se recuperan elementos de la perspectiva marxista, pero apelando a la salida de las dicotomías iniciales con una mirada “desde la producción” al valerse de categorías diferenciales para cada ámbito.
Con estudios más bien anclados en las interacciones de la vida cotidiana, en la misma década, en la sociología estadounidense comienza tomar forma una perspectiva que da cuenta del desequilibrio entre la esfera laboral y la familiar. Esto implica un corrimiento de las conceptualizaciones de producción/reproducción, aunque se incorpora una mirada atenta a las interacciones entre ambas, especialmente a partir del aumento de mujeres en el mercado laboral. Se destaca en este particular el libro The Second Shift. Working Families and the Revolution at Home (2012) de Arlie Hochschild y Anne Machung, un análisis de las reglas y dinámicas que se conjugan y redefinen a partir de las constantes interrelaciones entre las familias y el mercado. Impera la imbricación de los códigos culturales e ideologías de género en ambos espacios, así como en la manera en que hombres y mujeres (en mayor medida, estas últimas) tratan de resolver el desequilibrio entre las exigencias de ambos (D’Oliveira-Martins 2018). En términos de las autoras, el planteamiento es que
mirar al sistema de trabajo es mirar la mitad del problema. La otra mitad ocurre en la casa. ¿Irá la nueva mujer trabajadora cargar con todo, bebé y oficina? ¿Tendrá la oficina prioridad con respecto al bebé? ¿O aparecerán bebés también en las vidas, sino en los despachos, de los colegas hombres? ¿Qué se permitirán sentir los hombres y las mujeres? ¿Cuánta ambición en el trabajo? ¿Cuánta empatía por los hijos? ¿Cuánta dependencia del cónyuge?” (Hochschild y Machung, citado y traducido en D’ Oliveira-Martins 2018, 159).
De estas tensiones, se evidencia el problema del second shift:9 ante el aumento de hogares donde hombres y mujeres trabajan en el mercado, ¿quién se encarga del trabajo de cuidado de la familia y el mantenimiento del hogar? Las mujeres son las que en mayor medida absorben esta tensión, haciéndose cargo del segundo turno de trabajo en sus hogares. También es importante el lugar otorgado en estos estudios a la dimensión afectiva y emocional de ambos trabajos, particularmente los feminizados,10 lo que fue retomado (complementándolo o de manera crítica) por investigaciones de la care economy.
En línea con estos planteos, en los últimos años se han generado conceptualizaciones sobre la triple jornada de trabajo que importantes grupos de mujeres desarrollan diariamente. No hay un acuerdo acerca de qué tipo de actividades son las se realizan en este tercer turno, pero sí comparten la intención de mostrar la sobrecarga de trabajo (traducido en desgaste y explotación) en las rutinas de las trabajadoras, tal sobrecarga excede los límites de lo productivo y lo reproductivo. De esta manera, la triple jornada se emplea para dar cuenta de las actividades relativas al cuidado de personas adultas11 (Robles Silva 2003), al estudio personal (Contrera Ávila y Portes 2012), o aquellas derivadas de la participación en instituciones estatales -que requieren todo un conjunto de obligaciones burocráticas particulares-, como en hospitales públicos (Arpini, Castrogiovanni y Epstein 2012) o en planes sociales (Cena 2019).
4. Mirar con lentes progresivos
Recupero ahora una perspectiva que se propone como superadora de la articulación producción/reproducción y del second shift; se trata del enfoque de la doble presencia. Las contribuciones iniciales de esta perspectiva se observan en autoras como Laura Balbo (1978), Maria Pia May y Franca Bimbi. Este enfoque parte de considerar como característica inherente del capitalismo de la segunda mitad de siglo XX “la presencia continuada [de las mujeres] en la actividad productiva y una clara orientación hacia el empleo, aunque con el trabajo doméstico y familiar a cuestas” (Carrasquer Oto 2009, 50).
Ante esto, es preciso reconocer las características de cada trabajo, analizando las continuidades y superposiciones entre producción y reproducción. Carrasquer Oto (2009, 41) lo plantea de manera tajante: “la doble presencia femenina hace que los dualismos de presencia/ausencia, público/privado, trabajo/no trabajo, productivo/reproductivo, resulten inadecuados para el análisis del trabajo femenino. Doble presencia significa el fin de las dicotomías que presiden el análisis del trabajo”.
Una dimensión de análisis central de esta perspectiva es la temporal, pero alejándose de las perspectivas que lo reducen a su cuantificación en términos de “horas de trabajo (mercantil)”. A diferencia de entender ambas cargas de trabajo como “turnos” diacrónicos, exclusivos, secuenciales y espacialmente diferenciados, la doble presencia apunta a la acumulación de dos trabajos con lógicas temporales diferenciadas atravesadas por la sincronía, la disponibilidad, la simultaneidad (y el solapamiento) y por su realización a lo largo de todo el ciclo de vida (Carrasquer Oto 2009). Esta caracterización elimina el carácter explicativo de dicotomías como público/privado o mercado/familia, que son difícilmente diferenciables cuando el análisis pretende dar cuenta de las múltiples y conflictivas relaciones entre estructuras sociales, dinámicas de la vida cotidiana y construcción de identidades sociales.
Esta perspectiva se ve profundizada en una serie de autoras que plantean la necesidad de complejizar el concepto a partir de la idea de doble presencia/ausencia12 (Izquierdo 1998), para captar no solo el doble trabajo sino también las situaciones de estar y no estar, de saltar de un ámbito al otro intentando compaginar sus lógicas contrapuestas (Sagastizabal y Legarreta 2016).
Finalmente, y siguiendo a Pérez Orozco (2005), se identifica dentro de las perspectivas que se plantean como superadoras de la dicotomía inicial a los enfoques de la sostenibilidad de la vida. Desde inicios del siglo XXI, autoras como Cristina Carrasco, Anna Bosch, Elena Grau y Maria Jesús Izquierdo (varias de ellas, incluso, se mencionaron en otros enfoques), proponen una revisión integral de los conceptos y metodologías utilizadas hasta el momento para pensar los trabajos. Instan a considerar las actividades en la medida en que contribuyen u obstaculizan la satisfacción de las necesidades humanas, desligándose completamente de las connotaciones mercantiles (Carrasco 2003).
En esta línea, las conexiones con el medio natural son un elemento central del enfoque (Bosch, Carrasco y Grau 2005). Asimismo, una implicación esencial de estas investigaciones es el reconocimiento de lógicas de funcionamiento antagónicas dentro el modo capitalista de organización social: la del beneficio económico y la de estándares de vida de toda la población. Así, este conflicto se maneja de una sola manera: “Entre la sostenibilidad de la vida humana y el beneficio económico, nuestras sociedades patriarcales capitalistas han optado por este último” (Carrasco 2003, 28). De este modo, las nociones de producción y reproducción, en sus definiciones cerradas y estáticas, pierden poder explicativo, y el ámbito económico se abre al conjunto de relaciones sociales que satisfacen necesidades humanas, las que son dinámicas y ancladas espacial y temporalmente (Pérez Orozco 2005).
5. Consideraciones finales con las gafas violetas puestas
En las páginas precedentes nos adentramos en los debates en torno al concepto del trabajo en clave de género, particularmente sobre las relaciones entre producción y reproducción. De esta manera hemos procurado marcar las heterogeneidades entre las perspectivas con gafas violetas, identificando investigaciones que miran con lentes monofocales (desde la producción o desde la reproducción), lentes bifocales y lentes progresivos.
Como se adelantó en la introducción cada una de las perspectivas hace aportes significativos a la conceptualización del trabajo, y el tipo de lente elegido se debe pensar en relación con el problema teórico-práctico que se considera necesario atender. En esta línea, considero que la clave de lectura propuesta en este artículo puede aportar, al menos, en dos sentidos.
El primero ilustra cómo cada propuesta teórica es pertinente para captar algunas realidades de los trabajos, aunque no necesariamente todas. Al respecto, resulta atinado traer la reflexión de D. Garazi (2017), en tanto reconoce que las lecturas denominadas aquí monofocales pueden ocultar una serie de trabajos que ocurren al mismo tiempo entre la producción y la reproducción. Por ello, las herramientas conceptuales para leer las modalidades del trabajo en las sociedades actuales deben problematizarse “de acuerdo con el contexto y la incidencia de distintos factores como el espacio de realización, su carácter remunerado o gratuito, los beneficiarios o el género del trabajador” (Garazi 2017, 445).
El segundo aporte, ligado al anterior, es que nos permite dar lugar a las variaciones de los fenómenos del mundo del trabajo que se quieren abordar. En otros términos, implica que las metamorfosis del capitalismo desde las últimas décadas del siglo XX han generado ampliaciones conceptuales desde los primeros debates sobre los trabajos. En este sentido, la implosión del modo asalariado en la multiplicidad de relaciones laborales, con la consecuente contracara del cuentapropismo, el trabajo independiente y la tercerización, pone en cuestión un supuesto implícito de buena parte de las perspectivas aquí reseñadas. Sin embargo, el trabajo asalariado no ha desaparecido y sigue siendo mayoritario. Por ello, la clave de lectura propuesta pretende contribuir a sistematizar las focalizaciones, que se pueden complementar entre ellas para dar cuenta de una configuración particular de trabajos, en un tiempo y lugar específico.
De esta manera, se evidencia que los aportes que se han hecho desde la década de los 60 al concepto de trabajo resultan fundamentales para abordar cualquier fenómeno del mundo del trabajo. Asimismo, la actualidad que la perspectiva de género ha ido ganando en los ámbitos académicos y políticos nos invita a releer críticamente esos debates para que las investigaciones que desarrollemos den cuenta de la multiplicidad de ritmos, modalidades y espacios en donde se trabaja en el capitalismo del siglo XXI.