Introducción
Cuando preguntamos a un joven migrante hondureño que estaba alojado en el Hogar-Refugio para Personas Migrantes La 72,1 ubicado en la ciudad de Tenosique,2 Tabasco, en la frontera sur de México, cómo se orientaría durante su viaje hacia la frontera con Estados Unidos, nos respondió que su mapa serían los otros. Aunque no conocía el trayecto ni disponía de mapas o coordenadas abstractas -como las utilizadas en los desplazamientos contemporáneos (guías, mapas, tecnologías informáticas)-, sí disponía de la ayuda y el conocimiento de otros migrantes que lo podrían guiar durante un viaje que se realiza, fundamentalmente, en los trenes de carga que trasladan mercancías a lo largo y ancho de todo México o en autobuses rurales o de segunda clase que evitan los controles migratorios o a pie y que atraviesan ciudades de distinto tamaño, pueblos y caseríos.
Constatamos que muchos de los migrantes que entrevistamos no tenían nociones claras de las distancias que existen entre La 72, ubicada a 58,5 kilómetros de la frontera con Guatemala, y algún punto de la frontera con Estados Unidos. Este es el primer albergue que encuentran los migrantes en la ruta migratoria que se inicia en los límites entre el estado de Tabasco (México) y el departamento de El Petén (Guatemala).3
Las distancias, las dificultades y los peligros que suma el viaje de los migrantes centroamericanos por México, dan una idea de las dimensiones de los desplazamientos que realizan para aproximarse a la frontera con Estados Unidos. Al contrastar la magnitud del viaje y los conocimientos que tenían los migrantes sobre los trayectos y los medios técnicos que poseían para realizarlo, nos preguntamos por el punto de vista que ellos tienen sobre los viajes que realizan, los referentes que los guían y las estrategias que desarrollan para viajar en estas condiciones. Para responder a eso, analizamos las narrativas del viaje que los migrantes elaboran en torno a su experiencia de desplazamiento. Observamos una serie de dislocaciones entre las posibilidades técnicas y los saberes sociales, entre las formas de viaje que posibilitan los medios de transporte y las tecnologías de la información, entre las infraestructuras científico-técnicas y los saberes cotidianos, entre sujetos que viajan guiados por mapas y tecnologías y otros que solo disponen de referencias orales para moverse. Estas dislocaciones sociales y subjetivas emergen de la diferencia entre las condiciones estructurales del viaje y los conocimientos y recursos que los migrantes poseen. No se trata solo de que carezcan de conocimientos técnicos, porque aunque los tuvieran, su viaje se realiza de manera irregular, se desplazan por rutas y en medios de transporte no habituales, pueden ser detenidos en cualquier momento y deportados.
Las narrativas del viaje elaboradas por los migrantes constituyen formas de comprensión de su propia experiencia, en su multiplicidad y heterogeneidad. De acuerdo con Jensen (2013), el estudio de las distintas formas de significar el viaje es relevante porque este conocimiento nos acerca a las problemáticas que caracterizan la experiencia migratoria. Analizamos estas narrativas con la idea de conocer sus desplazamientos (Veleda 2001) y los recorridos que ellos hacen por México. En esta perspectiva, las narraciones de los migrantes son resultado de su experiencia de orientación y desplazamiento desde que salen de sus países de origen y transitan por el territorio mexicano hasta la frontera norte. Las narrativas son un constructo que permite organizar la producción de prácticas espaciales significativas sobre el viaje de los migrantes mediante lo que llamaremos “mapas orales”, que Bárbara Martínez entiende como “los intentos por esbozar una cartografía terminan por conducir a la comprensión de un modo de apropiación del territorio” que se expresa “a través de narraciones que distinguen hitos en el paisaje” (Martínez 2014, 78).
En este artículo analizaremos los mapas orales que los migrantes construyen como respuestas colectivas a las exigencias de las dislocaciones señaladas y que cartografían un territorio no solo desde la perspectiva de sus características físicas, también de sus singularidades estructurales y permiten distinguir peligros, espacios de ayuda, lugares de trabajo, entre otras especificidades. Son mapas inexactos porque las condiciones son cambiantes y los flujos migratorios producen saberes casi inmediatos sobre esas transformaciones. De alguna forma cada migrante reelabora los mapas orales desde su singularidad para resolver provisionalmente esas dislocaciones. Los mapas orales no solo son imágenes de un desplazamiento, también son una organización personal de los deseos y los afectos, de los riesgos que se pueden tomar y los tiempos de espera.
Algunos de los migrantes que entrevistamos creían que la frontera con Estados Unidos estaba a unas horas de Tenosique; o bien, nunca habían visto un mapa de México, desconocían las distancias entre su país de origen y la frontera norte, así como el tiempo que tardarían en hacer su recorrido. La diferencia entre las narraciones y las representaciones y condiciones efectivas de estos viajes nos dieron la pauta para pensar cómo los migrantes desarrollan estrategias, producen saberes y elaboran mapas orales del viaje, entendidos como artefactos socialmente construidos, efímeros, transitorios, relacionales, abiertos a la experiencia, a un mapeo continuo basado no en conocimientos especializados sino en conocimientos locales.
Aunque se ha producido una gran cantidad de investigación sobre el proceso mi gratorio de los centroamericanos por México, la dimensión subjetiva del viaje y los conocimientos involucrados han sido escasamente abordados. Si bien la migración es un fenómeno social y colectivo, el viaje es una experiencia individual y singular, y nuestra mirada se centrará en las tensiones que emergen de esas diferencias y las otras que hemos indicado. Esta postura participa de una línea emergente de estudios críticos en el campo de la migración (Squire 2015) que cuestiona la noción de migración en tránsito4 y explora otras configuraciones de esos flujos. Basok y colaboradores argumentan que pensar la migración centroamericana bajo el paradigma del tránsito desconoce la variabilidad de sus movimientos, trayectorias y sus formas emergentes, que responden a un contexto de agudización de la crisis social y política en Centroamérica y la intensificación de los controles y la intervención policial y militar en México y Estados Unidos (Basok et al. 2015, 19). Los lugares de precariedad condesan relaciones sociales y condiciones estructurales que intensifican la vulnerabilidad que experimentan los migrantes irregulares en sus viajes (Basok et al. 2015, 52). Los autores destacan que en esos lugares se entrecruzan las determinaciones materiales e históricas (del espacio) con las experiencias individuales y singulares (del lugar).
Esta dimensión individual del viaje y de la experiencia migratoria podría orientar nuestro análisis sobre los mapas orales hacia una psicogeografía, que enfatizara un esclarecimiento “de los efectos exactos del medio geográfico [...] sobre el comportamiento afectivo de los individuos” (Debord 1996). Sin embargo, considerando las coordenadas de poder que organizan cualquier espacio o recorrido (Hirst 2005) y las nuevas distribuciones del movimiento y la espera, marcadas por la inscripción local de procesos globales (Sassen 2000), lo más relevante de un mapa oral es su carácter colectivo, disperso e informal. Aunque leamos un mapa como un texto (Harley 2005), estos mapas son conocimientos compartidos que no tienen autor alguno. Son estrategias aprendidas, quizá durante generaciones, para realizar desplazamientos en zonas peligrosas u hostiles en contextos de vulnerabilidad (Ruiz 2001). Por esto, es claro que no existe solo un mapa y cada individuo producirá uno durante su itinerario; un mapa oral es una representación del viaje elaborada a partir de los saberes colectivos y las experiencias individuales. El mapa no existe como un objeto concluido, sino que se produce durante el viaje. Lugares como La 72 son puntos de intercambio de información, elaboración de estrategias y de narraciones diversas sobre el viaje que han emprendido; territorios de espera (Musset 2015) que se transforman en nodos de aprendizajes colectivos para generar estrategias de desplazamiento y resistencia frente a los peligros, las arbitrariedades, la precariedad y la violencia. Se trata, entonces, de entender los mapas como productos de formas heterogéneas y cambiantes de movilidad y contemplar “las políticas de la subjetividad, la corporalidad y la materialidad” (Brickell y Datta 2011, 4) que están en juego en sus usos prácticos y modos de apropiación. El mapa debe leerse como un artefacto en que se entrecruzan los saberes colectivos de los migrantes y sus subjetividades. El resultado nunca es estándar ni definitivo.
Si bien los mapas son complejos y podríamos analizarlos desde distintas perspectivas, en este artículo nos centraremos en dos que nos parecen particularmente relevantes: por una parte, los movimientos, las distancias y las estrategias que los migrantes despliegan en el camino; por otra, las temporalidades heterogéneas que entran en juego en el ejercicio práctico de esos mapas. Dadas las singularidades de la representación del espacio y la lectura de las distancias, la experiencia de la temporalidad también será específica.
Las rutas y los viajes
Si bien el desplazamiento de los migrantes centroamericanos a través de México ha concitado un creciente interés académico, la investigación social se ha centrado, fundamentalmente, en las rutas que utilizan. Al estandarizar ciertas rutas, los estudios arrojan una información valiosa para entender por dónde y cómo se desplazan los migrantes, pero desconocen los viajes que se realizan en esas rutas. Si bien los itinerarios estandarizados se asientan en la geografía del país, explican parcialmente los trayectos recorridos por los migrantes. El trayecto urgirá, a nuestro entender, en el entrecruzamiento complejo de esa geografía de la migración por México y las experiencias de estos sujetos. Las rutas suponen un desplazamiento continuo de sur a norte, pero los trayectos muestran movimientos en direcciones distintas. Algunos migrantes se extravían, se detienen por días o semanas en determinados lugares, cambian de medios de transporte según las circunstancias y los recursos que dispongan; se separan de personas que los acompañaban y se juntan con otras. Recaban información de distinto tipo durante el viaje y cambian, a veces, las rutas que habían considerado en un primer momento, según los datos que recopilen sobre la violencia o la presencia de autoridades que los pudieran deportar. El viaje, a diferencia de la ruta, es un ejercicio cotidiano de creación de las condiciones de desplazamiento y adaptación a las circunstancias emergentes. Si la ruta es la estructura, el trayecto es la experiencia.
En uno de los primeros textos que sistematizó las rutas que siguen los migrantes en México, Rodolfo Casillas apunta a la creatividad que estos sujetos requieren para desplazarse. Una expresión de esa creatividad “es la diversidad de rutas y la manera como éstas son utilizadas incluso en un mismo día por un grupo de migrantes diferentes” (Casillas 2008, 161). Esa creatividad produce una transformación de los usos convenidos para ciertos bienes públicos, por ejemplo, los trenes de carga se convierten en trenes de pasajeros, pero también la convivencia de diversos actores y motivaciones, la sinuosidad de los flujos, escribe, “responde más a la lógica de sus percepciones que a las ondulaciones de la red de carreteras o ferroviaria que utilicen” (Casillas 2008, 164).
Una ruta se conforma como un recorrido que vincula las entradas en la frontera sur del país con las salidas en la frontera norte. Se reconocen, en términos generales, dos corredores importantes: uno al este de México y el otro al centro-oeste del país (COLEF 2013, 45). Algunos autores distinguen rutas “tradicionales y emergentes para la migración” en los puntos de entrada y salida (Anguiano y Trejo 2007, 51). A partir del año 2000 se produjo una dispersión de las rutas migratorias y una diversificación de los medios de transporte y las vías de comunicación “por la consolidación de lugares y espacios estratégicos en los diversos tramos y recorridos, y por la intervención de actores de la delincuencia organizada en las redes de tráfico” (Martínez et al. 2015, 135). La exploración de otras rutas ha sido especialmente intensa después de la aplicación del Plan Frontera Sur5 por parte del Gobierno mexicano, que supone mayores controles en el desplazamiento de los migrantes por el país y un incremento en el número de deportaciones.
Si bien las rutas, los medios de transporte y los tiempos de viaje pueden diferir, la vulnerabilidad y los riesgos que experimentan los migrantes son consistentes y han sido reconocidos ampliamente. La migración centroamericana que atraviesa México ha sido afectada por la intensificación de la violencia en el país desde 2006. Una organización estadounidense describe la situación de estos migrantes como “una de las más graves emergencias humanitarias del hemisferio occidental” (WOLA 2014, 2) y las políticas gubernamentales recientes solo han acentuado esa vulnerabilidad (ITAM 2014; SJM y REDODEM 2015). Diversos informes de organismos nacionales e internacionales, estatales o no gubernamentales dan cuenta de esa crisis humanitaria (CIDH 2013; CNDH 2011).
Etnografía de las circulaciones
Este artículo es producto de dos investigaciones consecutivas centradas en los flujos migratorios de centroamericanos en tránsito por México. La primera la realizamos en la ciudad de Tenosique, Tabasco, y exploró los vínculos entre los migrantes que transitan por la ciudad y la gente que vive allí. En la segunda estudiamos las prácticas de solidaridad con los migrantes que ocurren durante su viaje a través de México, e incluyó ocho puntos distintos del trayecto.6
Tratamos de dilucidar los intrincados vínculos entre ambos planos desde la pers pectiva de una etnografía de las circulaciones (Appadurai 2015) que permitiera explorar la densa trama de circulaciones constituida por sujetos, discursos, prácticas sociales, formas de gobierno, modos de organización, entre otros, que se desplazan en direcciones diversas y son interpretadas, asumidas y transformadas de múltiples maneras en distintos espacios.
La circulación de migrantes por el país abarca miles de kilómetros, cientos de ciudades y pueblos, y decenas de estados. La magnitud de este desplazamiento hace difícil su investigación, por lo que nos centramos en algunos lugares clave por medio de una etnografía multilocal. Esta modalidad de investigación etnográfica, sostiene Marcus, “sale de los lugares y las situaciones locales de la investigación etnográfica convencional al examinar la circulación de significados, objetos e identidades culturales en un tiempo-espacio difuso” (Marcus 1995, 111). Atendimos a dicha circulación en los distintos espacios que investigamos, intentando trazar las diferencias y similitudes en los desplazamientos de los migrantes.
Durante tres años de investigación produjimos diversos materiales de campo re sultado de registros de observación, fotografía, entrevistas semiestructuradas y entrevistas grupales con hombres y mujeres7 migrantes, con miembros de la comunidad, con autoridades de la localidad, líderes comunitarios y activistas. Para la escritura de este artículo, recurrimos a las entrevistas realizadas con 26 hombres migrantes que se encontraban en La 72. El cuadro 1 presenta la edad, nacionalidad y viajes realizados por los participantes. Con ellos produjimos narraciones sobre su experiencia del viaje al encontrarse en Tenosique -que es el inicio de la ruta migratoria que cubre el este del país- y exploramos la proyección que tenían para continuar su recorrido hacia Estados Unidos.
Los mapas orales: narrativas y desplazamientos
Los mapas orales se conforman como sedimentos de las historias singulares y múltiples que los migrantes escuchan de otros. Un mapa es, así, una herencia de saberes culturales sobre el viaje. Estos mapas son orales no solo por la forma en que se transmiten, sino también por los modos en que se forman mediante una acumulación azarosa, pero sistemática, de historias y relatos que los migrantes comparten como parte de un bagaje cultural relativamente similar. Los migrantes que entrevistamos habían escuchado historias contadas en voz de los familiares o amigos de aquellos que habían migrado de sus comunidades y eran recordados por medio de dichas narraciones. Pero también habían escuchado historias de coterráneos que habían realizado el viaje hacia Estados Unidos una o más veces, en un despliegue de elementos autobiográficos y experienciales de sus vivencias en el camino que configuraban referencias orales ordinarias y constituían formas culturales compartidas de relacionarse con el territorio.
Los migrantes entretejen sus recorridos hilando experiencias, afectos y memorias que circulan dentro de una red narrativa sostenida en la oralidad, a partir de la cual se relacionan entre sí. Sus relatos trazan los mapas de los caminos recorridos a la vez que anticipan el viaje de otros migrantes. Estos mapas se nutren de una memoria ligada con hechos y lugares específicos, operan como guías y transmiten significados y sentidos del viaje, por lo que resultan importantes medios de orientación espacial y social. Cada viaje de los migrantes está condicionado por las vivencias individuales y colectivas, tanto por las condiciones sociales en las que estos viajes se realizan. En este caso, los migrantes entrevistados emprendieron el viaje por motivaciones diversas pero todas relacionadas con la pobreza, la precariedad del empleo y la violencia en sus comunidades. Los más jóvenes, en particular, huían de la delincuencia, de los carteles y las pandillas. Todos viajaban en busca de oportunidades de trabajo como medio de acceso a una mejor calidad de vida para ellos y sus familias. Ninguno de los migrantes deseaba quedarse a vivir en el país del norte, sino regresar a su hogar con dinero para hacer un patrimonio familiar en su comunidad.
Estrategias del viaje
Si bien los migrantes pueden conocer los mapas orales que condensan los saberes colectivos sobre los trayectos y formas de viajar, durante el viaje deben desplegar estrategias que les permitan desplazarse en las condiciones que encuentren y con los medios disponibles. El destino al que se dirigen y el deseo de alcanzarlo parecen independientes de las dificultades que se presenten; cuando les preguntamos cómo pensaban viajar o qué ruta seguirían, los migrantes avistaron su llegada más allá de las referencias a las rutas y las distancias. Uriel, un migrante que viajaba por primera vez, narraba que desconocía por dónde seguir, no obstante, tenía la convicción de que llegaría al país del norte por la razón de que muchos otros migrantes como él lo habían conseguido.
Entrevistador: Y, ¿cómo piensan viajar hacia el norte? ¿De qué manera? Uriel: Trabajando también… Entrevistador: Pero, ¿van a subirse al tren? Uriel: Sí, al tren. Entrevistador: ¿Qué has escuchado del tren? Uriel: Mil rumores. Entrevistador: ¿No sabes nada? Uriel: No. Entrevistador: Ya, pero, ¿tampoco sabes hacia dónde van? Uriel: Tampoco. Entrevistador: Y, ¿cómo si no saben, creen que van a llegar? Uriel: Es porque bastantes han llegado (Uriel, 17 años, originario de Honduras).
Durante el viaje, los otros migrantes tendrán una importancia fundamental para aquellos que viajen por primera vez o que no sepan cómo llegar a la frontera norte, porque los guiarán, orientarán o acompañarán. Al recapitular su primer viaje realizado en 2012, Ángel, un migrante proveniente de Honduras, cuenta que, sin tener ningún conocimiento de cómo desplazarse en México para ir a Estados Unidos, llegó gracias a que sus compañeros de viaje lo ayudaron.
Ángel: Sí, revueltos con salvadoreños… Guatemala también… […] Gracias a Dios me aventé con unos amigos de compañeros de Honduras. Ya conocían la ciudad. Ya habían viajado, yo me arrimé a ellos. Nos bajábamos del tren, ya me decían que había una casa de migrantes: ¡vamos, a comer!, ¡vamos a dormir!, ¡al siguiente día viajamos! Así, pues gracias a Dios llegué hasta la frontera, sin ningún problema… Entrevistador: ¿Tú no sabías por dónde ir? Ángel: No, para nada (Ángel, 29 años, originario de Honduras).
Algunos migrantes inician sus recorridos solos, otros en familia o en grupo; sin embargo, los compañeros de viaje se encontrarán o se dispersarán ante las circunstancias de cada desplazamiento. Durante la marcha, los migrantes se brindarán apoyo y compañía o la recibirán de la gente de las localidades. En general, los migrantes más fuertes, jóvenes y sanos procurarán a los más débiles, enfermos o necesitados. Por ejemplo, los entrevistados refirieron diversas situaciones en las que otros migrantes les compartieron comida y agua, y gracias a ello, pudieron continuar. Pero, sobre todo, narraron cómo otros migrantes les brindaron orientación espacial y saberes sobre el viaje. Estas formas de organización efímera dotan el viaje de solidaridad y empatía, y constituyen una de las principales estrategias que los migrantes utilizan para viajar. Las relaciones que tejen los migrantes son un elemento clave para lograr sortear las dificultades que supone el recorrido que hacen. Viajar en grupo, principalmente guiados por alguien que conoce el camino, es una estrategia para alcanzar su meta y para protegerse mutuamente e intercambiar ideas y consejos sobre albergues y rutas (Riediger-Röhm 2013).
Ante condiciones cada vez más difíciles y la intensificación de los controles migratorios, los viajeros crean caminos alternativos en sus desplazamientos, preguntando, por ejemplo, por los nombres de los lugares que tienen como referencia, o bien, por otras señas que les permitan identificar la dirección del camino referida en los mapas orales: el tren, los cerros, una vendedora de comida, un centro de salud, un parque arqueológico, un transporte. Esto hace posible llegar de un lugar a otro. Los nombres de los lugares y los referentes espaciales se convierten en hitos del trayecto de los migrantes y configuran los mapas orales.
Entrevistador: Y ¿cuánto tardaron en llegar hasta acá? Enrique: Pues de allá salimos un domingo, pues como tres días, porque caminamos desde El Ceibo…8 Entrevistador: Y, ¿cuánto tiempo tardaron caminando de El Ceibo? Enrique: Nosotros caminamos de… Llegamos ahí como a las dos de la tarde, al Ceibo, y de ahí rodeamos el cerro y seguimos caminando y llegamos a Sueños de Oro. Ahí llegamos, ahí nos quedamos en un lugarcito donde hay una señora que vende tacos y en un centro de salud que es ahí y como a las doce de la noche nos tuvimos que venir de ahí porque había demasiado mosco, por los niños […] Entonces pues nos venimos como a las 12 de la noche de ahí y llegamos a las seis de la mañana a un parque arqueológico de ahí que ya no me acuerdo cómo se llama, y de ahí pues una combi […] nos trajo hasta acá (Enrique, 26 años, originario de Honduras).
Preguntar a la gente de las localidades, juntarse con quienes conocen la ruta, pedir ayuda -comida, dinero, medicina-, acudir a los refugios y los templos religiosos, buscar trabajos temporales para conseguir dinero, principalmente, constituyen estrategias ampliamente generalizadas entre los migrantes para viajar hacia la frontera norte. De este modo, los trayectos, las distancias y el tiempo que tardan de un punto a otro se configuran mientras los viajes se realizan. Las estrategias que emplean los migrantes para viajar son saberes compartidos que se reconfiguran en cada tramo del viaje. A pesar de que los migrantes viajan en condiciones cada vez más adversas, en la medida en que las estrategias que despliegan, les permiten avanzar en el camino y alimentan la esperanza de llegar al país del norte.
Entrevistador: ¿Cómo fue cuando ya cruzaron El Ceibo e hicieron este viaje?, ¿cómo sabían hasta dónde venir, desde El Ceibo hasta acá? Ulises: Pues vinimos preguntando. Como íbamos por la calle principal, sabíamos que íbamos a llegar aquí, pero no sabíamos cuánto faltaba ni nada. Veníamos preguntando a las personas que encontrábamos: “¿Cuánto falta para llegar a Tenosique?”, “sí, que le falta”. Incluso algunos decían que faltaba poco y otros decían que faltaba más […] Entrevistador: ¿Y sabes más o menos cómo es el trayecto hacia el norte? Ulises: No, no he viajado nunca. Entrevistador: ¿Pero no tienes idea por dónde ir, o sea, no sabes?, ¿sabes por dónde ir, qué ruta tomar? Ulises: Sí, más o menos, como le digo, siempre uno pregunta de aquí cómo llegar pal siguiente lugar. En los autobuses también, cuando lo vas a montar, le dices que para dónde queda tal dirección y ya le dicen a uno. Le ayudan, porque allá ya nos dijeron: “En ese bus tienen que montarse para irse para tal lugar”, y ya ahí vas, poco a poco, preguntando se va. Entrevistador: ¿Preguntando es que vas a llegar hacia allá? Ulises: Sí, preguntando (Ulises, 20 años, originario de Honduras).
Tiempos de espera
Un viaje ha sido definido como un proceso de tránsito que es largo, complejo y con numerosas estaciones (Marroquín y Huezo-Mixco 2006). El viaje en su duración es indeterminado, depende de varios factores y pone en juego múltiples temporalidades. Como hemos visto, el viaje de los migrantes implica etapas que oscilan entre situaciones emergentes y las características de las rutas; sus narrativas evocan esas etapas y las secuencias de sus experiencias. La narración permite la conexión entre lugares y tiempos que de otra forma no estarían vinculados o lo estarían de otra manera (Lindón 2008).
Mediante sus narrativas, los migrantes ordenan lo inesperado, lo desconocido e indefinido del viaje. Si bien los mapas orales son instrumentos eficaces de orientación espacial, no necesariamente lo son en cuanto a la dimensión del tiempo.
Desde su inicio, los viajes que emprenden los migrantes hacia la frontera norte de México no tendrán una duración determinada. Esta dependerá no solo del tipo de transporte que utilicen para trasladarse; también influirán las situaciones inesperadas que encuentran en el camino y la disponibilidad de tiempo. La duración del viaje constituirá una experiencia difusa, un recorrido incierto porque incorpora pausas, extravíos, virajes, recesos, descansos, peligros, que hacen el viaje más largo o más corto, pero impredecible. Cada viaje tendrá una duración particular y los migrantes una experiencia singular del tiempo.
Sabemos que la experiencia del tiempo no es una medida objetiva sino un fenómeno cultural complejo y relativo. Diversos autores han argumentado una pluralidad de formas sociales para organizar el tiempo y de vivirlo (Fabian 2002; Gingrich et al. 2002; Sassen 2000). La migración que estudiamos implica, en alguna medida, tanto el despliegue de coordenadas temporales culturalmente específicas como la demanda de producir unas acordes con los desplazamientos y trayectos que obliga. Incorporar el tiempo como una dimensión del viaje complejiza la comprensión de los desplazamientos específicos, pero también la noción misma de migración, que se centra fundamentalmente en el movimiento entre puntos distintos antes que en las tempo ralidades que produce o requiere (Griffiths et al. 2013).
Una de las pausas que el viaje conlleva durante el recorrido de los migrantes es la que presenciamos en La 72. Las pausas, a su vez, introducen la espera como una experiencia de lugar (Lindón 2014) y una experiencia del tiempo vivido; mientras los migrantes esperan, el refugio se convierte en un lugar de intercambio de saberes y experiencias. Entretanto, el refugio opera también como un lugar de transición entre una estancia breve o prolongada y la continuación del viaje o el regreso a casa. La espera transcurre para algunos migrantes sin saber lo que harán y produce lo que Musset llama “tiempos muertos”. Si bien esos tiempos pueden resultar “de trabas administrativas y barreras políticas [...] suelen también ser la consecuencia de diferentes prácticas y técnicas de desplazamiento” (Musset 2015, 316).
Dadas las condiciones en las que la mayoría de los migrantes realiza el viaje, es muy difícil hacerlo de forma continua. El desgaste físico y emocional del que darán cuenta los migrantes que entrevistamos en otros puntos del camino muestra una relación inversa entre el tiempo invertido y el desgaste experimentado durante el trayecto. Quienes viajaban con mucha prisa vivenciaron un intenso agotamiento que los hacía más vulnerables a los accidentes, por ejemplo (Basok et al. 2015). Las temporalidades que organizan el viaje de estos migrantes dependerán de su estado corporal y de las condiciones materiales, pero también de las características de quien viaja. El género será un factor fundamental, dado que para las mujeres el contexto es aún más peligroso (Willers 2016), pero también lo será la edad (ACNUR 2014) o el estado de salud. En esa medida, el tiempo es también una dislocación entre la voluntad y los deseos de un migrante y las condiciones que encuentra en su viaje. Si bien los mapas orales orientan en los trayectos y entregan herramientas prácticas muy específicas para facilitar los desplazamientos, no pueden calcular los tiempos que se requieren para realizar el viaje.
Ante las diversas formas en que los migrantes se ven afectados durante sus recorridos, algunos deciden detenerse, regresar o aferrarse a “seguir adelante”. Williams, un joven de 16 años originario de Honduras, narra el naufragio de su deseo de viajar frente a la violencia y el temor a ser secuestrado. El viaje que recién está empezando finaliza, de algún modo, en los relatos y saberes sobre la violencia e impunidad que rodean los desplazamientos de los migrantes centroamericanos. La muerte forma parte de las posibilidades del viaje y tiñe de incertidumbre los trayectos, pero también los planes. El futuro imaginariamente promisorio del sueño americano se transforma en la realidad perturbadora de la violencia cruel y el asesinato. Los mapas orales son también cartografías complejas y vívidas de la violencia y el abuso, de la muerte y la incertidumbre.
Entrevistador: ¿Qué otra cosa te han dicho sobre el viaje a Estados Unidos? Williams: […] Lo malo que me han dicho es que el grupo de Zetas y que a veces los de la migra se llegan a hacer pasar por personas civiles, normales, para llevárselos. Y en los secuestros, comúnmente, siempre. Entrevistador: ¿Qué te han dicho de los secuestros? Williams: Que, bueno, que si viene un chavo y secuestra, me pide el número de un familiar mío y que si no se lo doy, me golpea hasta que se lo dé y cuando termino de no dárselo, que me van matando. Entrevistador: Eso te han dicho. Williams: Sí, y me da pánico (Williams, 16 años, originario de Humanos).
Otros viajes como el de Ulises, su hermano y dos amigos, quienes partieron de Honduras con la expectativa de llegar a la frontera norte, se reconfiguran ante los mapas del miedo y los peligros que los migrantes van descubriendo al avanzar en el camino. Algunos migrantes deciden seguir la espera en el refugio para conocer más sobre el tránsito hacia la frontera norte y resolver después si continuar o no. Mientras que otros, al escuchar las dificultades para cruzar la frontera en voz de otros migrantes, optan por regresar a sus comunidades de origen.
Entrevistador: ¿Por qué se regresaron? Ulises: Porque como escuchaban que estaba difícil la pasada para arriba, todo eso, pues decidieron mejor regresarse. Se regresaron. Yo les dije: “Me voy a quedar aquí unos días, a ver cómo me va. Voy a averiguar bastante para ir para arriba. Pero ellos, no, decidieron regresarse” […] Ya aquí, como al escuchar que estaba dura la cosa pa arriba, decidieron mejor regresar, porque estaban asesinando a otras personas; eso se escucha (Ulises, 20 años, originario de Honduras).
De este modo, el tiempo es una relación compleja entre las características de quien migra, el estado corporal, las vulnerabilidades, la disponibilidad de recursos y las experiencias vividas durante un trayecto singular. Entre los migrantes que permanecen en Tenosique buscando estrategias para continuar desplazándose, o bien, migrantes a quienes abordamos en otros puntos del camino, encontramos dos factores importantes que facilitan el viaje y lo hacen más seguro. Primero, los albergues y comedores que reciben a los migrantes centroamericanos, a lo largo de todo México, ayudan a paliar algunos efectos de sus desplazamientos mediante los servicios que ofrecen, especialmente el alojamiento y la comida (Olayo-Méndez et al. 2014). Segundo, la disponibilidad de dinero, que se vinculará estrechamente con la duración y las condiciones del viaje.
Según lo narraron los migrantes entrevistados, los viajes realizados acumulan experiencia, afinan los conocimientos y saberes sobre el viaje, aunque reconocen también que cada viaje lleva implícita una marca de incertidumbre y vulnerabilidad ante un camino que se hace mientras se recorre, porque nuevos peligros y obstáculos los acechan, desde las medidas institucionales cada vez más drásticas, hasta la intensificación y brutalidad de las violencias de las pandillas en los secuestros, las extorsiones y los atracos. Por lo cual, aunque la migración es una experiencia colectiva, cada viaje que emprenden los migrantes es una experiencia singular y representa un gran esfuerzo subjetivo y corporal del que dependen para sostenerse durante el trayecto. Este gran esfuerzo no solo es personal, es crucial para alimentar los mapas orales que se transmitirán a otros.
Conclusiones
Los mapas orales que estudiamos son el resultado de un encuentro estructural, pero también contingente, entre los saberes que los migrantes centroamericanos han elaborado, durante décadas, sobre el viaje hacia Estados Unidos, y las condiciones en las que se realizan dichos desplazamientos. Un mapa oral no es solo un conjunto de conocimientos espaciales e incluso cartográficos, de carácter informal, también es una caja de herramientas que permite a los migrantes crear estrategias para resolver los obstáculos y las dificultades que enfrentan en su trayecto.
Los mapas orales, que son aparatos complejos que intersecan conocimientos, modos de vinculación, lugares e instituciones, temporalidades e infraestructuras de un modo no definitivo, sino abierto a los flujos sociales, históricos y culturales que acompañan los procesos migratorios, también son instrumentos que producen subjetividades migrantes, al menos en el caso que hemos estudiado. El mapa oral no es solo una representación, es sobre todo una experiencia, una relación íntima, afectiva y corporal con el espacio y los movimientos, las temporalidades y la imaginación. Cuando constatamos que muchos migrantes no habían observado mapas gráficos de México y desconocían las distancias que debían recorrer para alcanzar los destinos que deseaban, también nos preguntamos por las formas que ellos habían creado para viajar a pesar de los riesgos y la incertidumbre.
Los mapas orales como saberes cartográficos de tradición oral son un recurso significativo para los migrantes. Proporcionan la sensación de orientación y movimiento, en la medida en que los migrantes avanzan, hacen del espacio territorio que a su vez sedimenta la representación cartográfica que compartirán con otros. De ahí que las descripciones de lugares, señas, nombres, detalles de los recorridos representan la posibilidad y la esperanza de que el viaje continúe y se realice. Estos mapas establecen un pacto de confianza anónimo o colectivo (Labraña 2017) de los saberes que entre los migrantes se transmiten. Como habíamos señalado, si bien la experiencia del desplazamiento es singular, los mapas orales producen una dimensión colectiva del viaje de los migrantes.
Consideramos que el mapa es también un aparato político que apunta al intervalo entre algunas prácticas de desplazamiento, los sujetos que las realizan y las condiciones estructurales en las que ocurren. En alguna medida, el mapa oral no solo reemplaza la ausencia de otros recursos o su inutilidad para estos movimientos, también orienta a los migrantes en relaciones institucionales y las geografías del peligro, la vulnerabilidad y la violencia que se conforman a partir del aprendizaje directo de los migrantes en relación con el Estado, los albergues, las comunidades locales y otros actores sociales relevantes. Los mapas orales son, en ese sentido, orientaciones espaciales y políticas para poder migrar o avanzar en un trayecto.
Si los mapas trazan también una organización de las temporalidades migrantes (Griffiths et al. 2013), podríamos pensar que registran lo que Javier Auyero llama las tempografías de la dominación, que ofrecen “una descripción densa sobre cómo los dominados perciben la temporalidad y la espera [...] y cómo esas percepciones sirven para cambiar o perpetuar su dominación” (Auyero 2012, 4). La espera que requiere el proceso migratorio, multiplicada por decenas de momentos en los que es necesario detenerse o imposible moverse, no es un rasgo lateral de estos viajes sino una característica central de sus configuraciones prácticas, simbólicas y políticas. Si los ciudadanos pobres, como lo muestra Auyero, aprenden a esperar porque las relaciones de dominación en las que están insertos así lo exigen, para los migrantes indocumentados ese tiempo muerto, como lo denomina Musset, también es un intervalo de sobrevivencia. En ese sentido, la temporalidad migrante que exploramos mediante los mapas orales, es también una estrategia de sobrevivencia que surge del entrecruzamiento entre las condiciones estructurales del viaje y las capacidades y decisiones personales de los migrantes. Esperar mientras para evitar la violencia o restituir la fuerza física es una forma de transformar el tiempo en cuidado o protección.
Es necesario investigar las formas en que los sujetos heterogéneos de la migración producen mapas orales singulares, los reformulan y los transmiten. El conocimiento de los mapas orales nos permite integrar distintas dimensiones del viaje de los migrantes -emocionales, espaciales, temporales, prácticas- mediante la comprensión del significado que le confieren a sus desplazamientos. En este artículo no pudimos explorar los mapas que producen las mujeres migrantes o los modos en que se apropian de los disponibles; tampoco, conocer los mapas de los menores de edad o incluso de los migrantes de la diversidad sexual. Consideramos que la investigación sobre las rutas migratorias debe completarse, y complejizarse, con esta aproximación a la producción colectiva de coordenadas de orientación y formas de viaje sustentadas en las narrativas de los sujetos que migran, como fuentes orales incesantes de la memoria y las subjetividades en juego.