El Museo Histórico de la Policía Nacional (MHPN) es la más poderosa cristalización de las representaciones sobre la institucionalidad policial en Colombia, el cual está ubicado en el centro histórico de Bogotá. Su sede es un inmueble que desde su construcción en 1926 hasta 1983 sirvió como dependencia de la Dirección General de la institución, en donde ésta libró una crucial lucha por su legitimidad al defenderse de los históricos motines que sucedieron al asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán en 1948, hechos conocidos como El Bogotazo.
Habiéndose reubicado la Dirección General, el Palacio de la Policía fue restaurado en 1984 para su fundación como un museo histórico y como “un templo de la cultura policial”. 1 En la actualidad, es un proyecto educativo y de divulgación pensado para acercar la sociedad civil a la institución y “crear en el público la importancia de la Policía como entidad en el desarrollo de la comunidad”, así como para dar a conocer su historia, funcionamiento, logros, filosofía y calidad humana ( Medina Aldana, 1992 ).
Por más de 30 años, el Mayor Humberto Aparicio ha sido uno de los principales artífices del MHPN; desde hace 19 años como director, se ocupa de la disposición y selección de objetos, de la museografía y museología, del entrenamiento de los guías en los recorridos obligatorios y de la filosofía institucional. El Mayor Aparicio también se hace cargo de la veeduría de cada una de las propuestas que realizan las distintas direcciones institucionales sobre las salas que las representan (35 en total), operando mediante un ejercicio curatorial en constante proceso. De este modo, el Mayor Aparicio ha convertido al museo en una muestra autorizada de la Policía Nacional.
Mediante idiosincráticas decisiones curatoriales, el Mayor ha reconstruido, diacrónica y sincrónicamente en cada sala, elementos y valores de la entidad dignos de exaltarse. Como tal, el museo es un complejo de espacios, objetos, narrativas y performances que, en conjunto, ensamblan –en un solo lugar y tiempo– una visión totalizadora de una institución con fines de exhibición pública. Dicha visión se expresa mediante una amalgama de narrativas religiosas, románticas, de género y militaristas, amén de una colección de objetos muy dispares que van desde motos y pistolas hasta una teja.
El presente ensayo visual resulta de una aproximación etnográfica al MHPN durante 2017. Operamos al interior de un museo que narra la historia de la Policía desde el delito originario de Caín, pasando por sucesos y personajes de las épocas prehispánica, colonial y republicana, para desembocar en una representación a escala de la actual configuración y funcionamiento de las instancias y organismos descentralizados que conforman la entidad. A partir de observaciones de campo bajo el formato de recorridos guiados, entrevistas con profundidad, levantamientos fotográficos y conversaciones con guías y administradores del lugar, hemos sido partícipes de la vida social que adquieren objetos y textos en cada una de las salas. 2
Dada la importancia de una metanarrativa que redunda en la necesidad del imperio de la ley y el orden desde tiempos bíblicos, este ensayo es un ensamblaje de elementos aparentemente menores: decenas de rótulos pintados manualmente que proliferan en las paredes museales, los cuales, por supuesto, han sido conceptualizados cuidadosamente por el propio Mayor Aparicio. La selección de estos textos da cuenta de temas tales como la eternidad, la divinidad, la naturaleza, la moral y las transformaciones que sobre ellos genera el narcotráfico, un fantasma que acosa este museo y que atrae a parte de sus visitantes. Los rótulos son contrapunteados con fragmentos de diarios, notas de trabajo de campo y entrevistas con el Mayor Aparicio, única autoridad facultada oficialmente para pronunciarse sobre el MHPN y a quien agradecemos su gentil colaboración y apertura.
La yuxtaposición entre textos provenientes de un orden (el museográfico) con otro (el de las notas etnográficas) intenta dar cuenta de la tensión entre el silenciamiento y el culto público de lo narco que atraviesa la Colombia contemporánea. En un ambiente así de cargado, el MHPN emerge también como una potente instalación ideológica cuyas narrativas, no obstante, florecen inestables. De hecho, tanto la página web oficial de la institución como uno de los puntos focales de los despliegues museales privilegian a una motocicleta marca Harley Davidson con incrustaciones de oro, incautada a un narcotraficante como parte de la, así llamada, “guerra contra las drogas”. 3
En este contexto, el ensayo que sigue es un ejercicio de curaduría sobre una curaduría. En consecuencia, los etnógrafos somos reposicionados fundamentalmente como hacedores de imágenes, mientras que los datos cualitativos funcionan como teorizaciones compartidas pero también confrontadas sobre y contra un objeto de estudio ( Ssorin-Chaikov 2013 ; Elhaik 2016 ; Andrade 2017 ). 4
Para facilitar la aproximación al ensayo visual, se utilizan las iniciales de los nombres de los investigadores e informante para identificar las voces que intervienen. La técnica utilizada y la temporalidad etnográfica sirven –en lugar de un pie de foto– para situar diálogos y experiencias, exponer la construcción del dato, desestabilizar las relaciones posibles entre textos e imágenes y reconfigurar las que se tejen entre antropología y etnografía.
Una nota final amerita la caligrafía usada en los rótulos, de matriz europea y usada por los colegios internacionales en Bogotá para enseñar a leer y escribir. De acuerdo con el Mayor Aparicio, esta
evoca el espíritu francés, facilita la lectura por la claridad de las letras. Y no hay que olvidar que Francia tuvo una gran influencia en la educación de las personas de bien de Colombia. De las personas de alta sociedad. Esa caligrafía como todo en el museo está pensada por mí. Y trata de dejar en claro con elegancia lo que es la Policía (nota de campo, AMF, 5 15 de marzo de 2017).
Desde un balcón, frente a un enorme mural que retrata la evolución de la Policía Nacional, el índice de la mano de nuestro guía lo ilumina.
Caín y Abel primero, el delito originario. Luego, un salto cronológico y mitológico: el Güecha –guerrero y defensor Muisca– epítome de la defensa autóctona del bien común. El tercer eslabón de la historia policial es el Alguacil Colonial (en algún momento, asesino del Güecha, sin aporía alguna). Enseguida, los Alabarderos: vistosa guardia real, custodia de los alcázares y la realeza (inexistentes en estas tierras) y defensores en algún momento del régimen colonial en contra de la constitución de una república independiente.
El dedo del patrullero se cierne, luego, sobre la figura de El Sereno: encargado en la Colonia y hasta la llegada de la luz eléctrica de encender los faroles del alumbrado público y consecuentemente iluminar la noche y todos los peligros que su oscuridad oculta.
La teodicea se prolonga luego hacia la república y el surgimiento de la Policía Nacional. La figura del expresidente Carlos Holguín Mallarino (1888-1892) es iluminada en asociación con el nombre, varias veces recitado de memoria, del comisario francés encargado de institucionalizar la Policía en Colombia: Juan María Marcelino Gilibert Laforgue (1839-1923).
La poligenética Policía Nacional, híbrido de divinidad bíblica, guerrero amerindio, agente colonial y colono afrancesado, confluye naturalmente en las sendas del progresismo ejemplificadas por nuestro guía al señalar la figura del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) y las primeras mujeres Policía. Iniciada esta feminización de avanzada en 1953, el relato evolutivo de la Policía concluye con el ingreso de mujeres al Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) en 2011.
AMF: Mayor, ¿cómo se decide lo que los guías cuentan y cómo lo cuentan? ¿Cómo hacen familiar la historia para los visitantes o cómo se construye el guion?
MHA: 7 Ese es un problema grave: no tenemos guías profesionales sino empíricos. Todos nosotros somos paracaidistas. ¿Usted sabía eso? Yo soy paracaidista de verdad. Hice curso en Apiay, en la Fuerza Aérea y fui lancero en el Ejército. Estuve mucho tiempo en el Ejército y en la Fuerza Aérea. Pero entonces todos hemos venido a dar aquí. Somos paracaidistas, hemos caído aquí ¡trrún! No hemos hecho cursos. Fui el primero de los que llegó y empecé a enseñarles lo que yo no sabía, y fui formando guías. Así empezó a formarse la tradición.
MHA: A este museo también se lo denomina El Pequeño Hollywood. Aquí se filman muchas novelas y el oratorio de San Francisco que montamos, o capillita, es conocida como La Pequeña Sixtina, pues es parecida a la que seguramente usted tiene amplio conocimiento, allá en Roma, en las dependencias del Vaticano.
MHA: En realidad, todos conocemos –o buena parte de la población de Colombia conoce por una u otra razón– la época terrible que vivió la comunidad nacional, pero especialmente las ciudades capitales y el campo con el accionar de estos sujetos [narcotraficantes]. La Policía se vio enfrentada a ello y murieron muchísimos policías, hasta el extremo de que solamente por valor, cada individuo que portaba las insignias y los distintivos patrios salía a la calle sabiendo que no estaba seguro de volver. Sus seres queridos se despedían de ellos casi con la duda de su regreso a casa después de prestar su turno de servicio. No se ha valorado en debida forma aquella época, aún hoy, cuando en estos días hemos tenido 12 bajas en menos de un mes, entre ellos un Mayor. Entonces, el policía sale de su hogar, pero ¡no sabe si vuelve vivo! O ya vuelve en condiciones muy difíciles, a veces herido gravemente o, a veces, muerto.
Nos detenemos en la entrada de la sala El Crimen No Paga, abarrotada como celda carcelaria. Allí, enunciando una suerte de fórmula iniciática, el guía afirma: “Solo tiene dos salidas el crimen: la cárcel o la muerte”.
La sala intenta transformarse así en una denuncia al narcotráfico y al recuerdo trágico pero obligado de sus crímenes y personajes. […] En una vitrina relucen las enormes pistolas de Gonzalo Rodríguez Gacha alias El Mexicano, incrustadas con figuras de caballos de oro que debían dificultar dispararlas. Al lado de estas, uno de los siete ejemplares de El libro de oro de Pablo Escobar. 8 La emergente imagen de un narcotraficante letrado es abolida al constatar que el grueso tomo se intitula Pablo Escobar Gaviria en caricaturas 1983-1991 . Mi desilusión, a su vez, exacerbada por la perturbadora frase pronunciada por el guía: “Ese libro no se abre porque habla mal de la Policía”.
Al fin de cuentas, como se nos repite, la Policía Nacional es la defensora del bienestar y el orden. […] En la base de otra vitrina, hay una teja de barro manchada con la sangre que Pablo Escobar derramó al ser asesinado por la Policía en un tejado en Medellín. Corrijo, no asesinado sino más bien neutralizado, porque como afirma el guía: “La Policía no mata, neutraliza”. No importa, entonces, que la teja sea original o réplica.
AMF: ¿Por qué esa sala [la de la colección relacionada con lo narco] ha migrado hasta tener el pequeño rincón que tiene ahora? Es de las que más ha cambiado en el museo, de las más dinámicas.
MHA: Hubo muchas críticas porque decían que le hacíamos un elogio a los criminales. Sin embargo, nos abstuvimos de prestarle atención a esas críticas y ahí está, ahí está. Lo que pasa es que no tenemos más campo para colocar más cosas de otros delincuentes.
AMF: ¿Cómo decidían dónde colocar los objetos?
MHA: Ah, eso me tocaba a mí.
AMF: ¿Y cómo decidía dónde iba cada objeto?
MHA: Pues se me iba ocurriendo. Como cuando puse estos cuadros aquí. A mí todo se me ocurre. Ese [haciendo referencia a una pintura] es el principal promotor del museo, clásico fundador, mi Coronel Fernández Castro, fue mi Comandante, yo era Teniente y él ya era Mayor. Y así, todo lo he ido consiguiendo y he puesto allí eso, y eso allí y allí. Cada día trato de poner algo en alguna parte. […] Todo se me ocurre, todo es porque se me ocurre. Entran a la capilla u oratorio y suena una campana. Esa campana me la conseguí… Ni sé cómo. Es de 1872 esa campanita y suena. Todo se me va ocurriendo y entonces hacemos las cosas.
AMF: Mayor, ¿cómo respondieron a las críticas a la sala que alude al narcotráfico?
MHA: Ah no, callados, callados. No, cuando a mí me entrevistaban yo decía: “Es historia”. En la historia, Bolívar cometió muchos errores […]
DK: Ante esas críticas, ¿tomaron medidas para evitar que la gente pensara que hacían una apología al narcotráfico?
MHA: No, no, no. Nunca quitamos nada de lo que estaba allí. Pues son personas que son como las beatas, ¿no? Que de pronto critican algo en una iglesia, entonces nosotros también tomamos las cosas así: de buena fe. Esas personas de buena fe no veían bien que se hablara “bien” –entre comillas– de Pablo Escobar, que se diera a conocer la figura de él, que estuviera ahí.
La relación entre los rótulos –que frecuentemente incluyen falsas traducciones del castellano al inglés– y los objetos es múltiple, multívoca. Estos textos son algo más que dispositivos parásitos de las cédulas museográficas, estas últimas más enfocadas directamente en la materialidad de los objetos o en lo que aquellos representan. Los rótulos, inscritos manualmente sobre paredes y dinteles, son firmas curatoriales que permiten leer la metanarrativa del museo en su más pura dimensión ideológica, la que coincide con la del edificio en sí mismo como objeto instalado, Ready-made modificado por las historias de El Bogotazo y el narcotráfico. En el breviario del imaginario que estos textos construyen, ellas están obliteradas. En su lugar, hay palabras como elegancia, amor, pecado, vida, paisajes, cielo, ríos.
“Policía, nada tan parecido a un sueño”, reza otro rótulo.
“Si quieres ser feliz un día, embriágate,
Si quieres ser feliz por un año, cásate,
Si quieres ser feliz toda la vida, hazte Policía”. Uno más.
MHA: La gente, lo importante, es que sale feliz de aquí. No tanto por el valor... No sé qué encanto tiene el museo pero la gente sale feliz, en especial los extranjeros.