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Letras Verdes, Revista Latinoamericana de Estudios Socioambientales

versão On-line ISSN 1390-6631

Letras Verdes  no.35 Quito Set./Fev. 2024

https://doi.org/10.17141/letrasverdes.35.2024.5965 

Articles

Culturización del fuego para construir, habitar y cuidar: reflexiones para abordar el manejo intercultural del fuego

Culturization of fire in building, dwelling, and caring: reflections to address the intercultural management of fire

Laura Patricia Ponce-Calderón1 
http://orcid.org/0000-0001-7504-8058

Gerardo Arturo Ruíz-Utrilla2 
http://orcid.org/0000-0001-7568-7175

Viviana Ramírez-Loaiza3 
http://orcid.org/0000-0003-3203-2472

Christoph Neger4 
http://orcid.org/0000-0001-5210-5005

1 El Colegio de la Frontera Sur, México, laponce@ecosur.edu.mx

2 Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, México, agruiz@ecosur.edu.mx

3 Programa de Psicología, Universidad Católica de Pereira, Colombia, viviana.ramirez@ucp.edu.co

4 Unidad Académica de Estudios, Territoriales Yucatán Instituto de Geografía. Universidad Nacional Autónoma de México, neger@geografia.unam.mx


Resumen

En el contexto del cambio climático e incendios forestales, la falta del enfoque intercultural en las políticas de manejo del fuego, que integre los conocimientos culturales de los pueblos, ha tenido consecuencias negativas, y representa una amenaza para la preservación de estos saberes dentro de las comunidades. El objetivo del artículo es comprender la relación entre la cultura y el fuego como una posibilidad para el manejo integral de este elemento. Para ello, se abordan los desafíos del trabajo comunitario en clave de un habitar, construir y cuidar heideggeriano. La fenomenología desde Heidegger es nuestra guía metodológica. El trasegar comprensivo nos conduce a la conclusión que el término cultura tiene que ver con la experiencia de construir y habitar heideggeriano, en la medida que sea vista desde el cuidado y protección, tal como construcción comunal. Así, cuestionamos el paradigma colonial fiscalizador de las políticas prohibicionistas sobre el uso del fuego en las comunidades. Este artículo busca fomentar prácticas gubernamentales que integren la cultura desde su profundidad conceptual en programas institucionales participativos para el diseño de políticas de manejo del fuego, adoptando un enfoque intercultural. Así, lograremos reconocer territorios pirobioculturales como centros de conocimiento en los que se habita y mora desde el cuidado bajo los lentes de la memoria de los pueblos.

Palabras clave: comunidad; conocimiento; cultura; educación; territorio

Abstract

In the context of climate change and forest fires, the lack of an intercultural approach in fire management policies, which incorporates the cultural knowledge of communities, has had negative consequences, posing a threat to the preservation of these practices within the communities. The objective of this article is to understand the relationship between culture and fire as a possibility for the integrated management of this element, addressing the challenges of community work in the key of Heideggerian dwelling, building, and caring. Phenomenology from Heidegger serves as our methodological guide. The comprehensive journey leads us to the conclusion that the term 'culture' is related to the experience of Heideggerian building and dwelling, as long as it is seen from the perspective of care and protection, akin to communal construction. Thus, we question the colonial oversight paradigm of prohibitive policies regarding fire use in communities. This article aims to promote governmental practices that integrate culture from its conceptual depth into participatory institutional programs for the design of fire management policies, adopting an intercultural approach. In this way, we will recognize pyrobiocultural territories as cores of knowledge through which people live and dwell with care from people's memory lens.

Keywords: community; knowledge; culture; education; territory

Introducción y estado de la cuestión

Los conocimientos y prácticas culturales que se encuentran en la cotidianidad de los pueblos indígenas y territorios campesinos, tales como la salud, los sistemas productivos y el manejo del fuego, han servido como ámbitos de poder en las comunidades por parte del Estado para ejercer control. Es decir, se han constituido como elementos de intervención por los cuales el Estado opera políticas culturales para la creación de una nación monocultural. Esto lo ha llamado epistemicidio, que se refiere al acallamiento y olvido de los saberes ancestrales por medio de la imposición de los saberes y valores eurocéntricos (De Sousa 2009). Muchos conocimientos propios de los pueblos originarios sobre el uso del fuego han tenido un impacto en el bienestar de las culturas y su territorio (UNESCO 2021). Con respecto al manejo y su gestión en América Latina, la importancia de estos conocimientos tradicionales indígenas ha sido reconocida cada vez más en los últimos años, y se han incorporado con éxito a estrategias gubernamentales (Bilbao et al. 2020). Tales logros se han concretado gracias a la apertura que han tenido algunos gobiernos para involucrar la participación de comunidades en actividades donde se aplica el fuego de manera técnica en quemas prescritas. Las prácticas culturales de los pueblos indígenas y los territorios campesinos en torno al fuego comienzan a despertar interés como parte de todo un sistema de conocimientos ancestrales.

Las relaciones tejidas por los pueblos con su territorio que caracterizan su habitar, sus saberes ancestrales y modos de vida actuales, procuran fomentar bienestar en la comunidad, entendiendo este bienestar según las prioridades en cada una. Lo que ha motivado la relación que se teje con el fuego. Muchos son los usos del fuego a escala comunitaria, por ejemplo, para algunos campesinos, forma parte de su sistema agroecológico y silvopastoril, así como parte de su sistema de creencias en ceremonias de sanación o purificación. En definitiva, los usos, beneficios y visiones son diversos, pero parten del mismo elemento: el fuego (Ponce-Calderón et al. 2020).

A pesar de ello, algunos conocimientos occidentales eurocéntricos se han impuesto como única verdad, y han infiltrado y fomentado la contradicción de estos saberes con respecto a la ciencia occidental. De este modo, se anula la posibilidad de trabajo colaborativo con las comunidades; ocasiona su olvido en algunos territorios; además, se desestiman sus conocimientos a escala institucional o, inclusive, dentro de la propia comunidad. Esta imposición tiene su origen en el racismo epistémico que existe en América Latina, que genera una subvaloración de nuestros saberes como producto de un patrón europeo impuesto por las huellas del colonialismo, convirtiéndose en un sistema hegemónico determina qué y cuáles son los conocimientos válidos para el conocimiento científico (Walsh 2007).

En materia de manejo del fuego, la historia ha sido similar, con una evolución de enfoques a través de la racionalidad occidental, la cual niega la validez de nuestra diversidad biocultural. Es así como Díaz (2011) propone pensar en una transformación intercultural para contribuir a nuevas rutas que propicien diálogos con el territorio desde distintas formas de conocimiento. Se entiende la interculturalidad como un proyecto político-epistémico que busca recuperar la pluralidad de conocimientos invisibilizados para (re) construir un sistema contrahegemónico de saberes que cuestione, conteste y enfrente los legados coloniales (Walsh 2007). La interculturalidad, en un sentido crítico pretende penetrar las estructuras coloniales del poder como reto, propuesta, proceso y proyecto para reconceptualizar y refundar las bases de cómo entendemos y construimos las realidades (Walsh 2008) más allá de sistemas de subalternización, colonización y explotación.

En las comunidades indígenas se han documentado las prácticas ancestrales en materiales de divulgación, para preservar y transmitir los conocimientos de las prácticas culturales a las generaciones más jóvenes (Bilbao et al. 2019). Estudios recientes han demostrado cómo las prácticas culturales son determinantes en los procesos y estado del bosque, lo cual se ha podido corroborar ecológicamente (Ponce-Calderón et al. 2021). Estos conocimientos en los que se basan los pueblos definen el régimen cultural del fuego al considerar parámetros como son: territorio, identidad, valores, organización comunitaria, normas o acuerdos comunitarios, conocimientos culturales, transmisión del conocimiento, permanencia en el tiempo, vitalidad y tecnología (Ponce-Calderón et al. 2022).

Para el caso de Colombia, existen experiencias de conservación sin excluir el rol ecológico del fuego. Es decir, se reconoce la importancia del territorio pirobiocultural para planificar el desarrollo sostenible, y construir seguridad, bienestar y calidad de vida con las comunidades (Meza et al. 2021).

Estos mismos autores toman como prioridad un enfoque participativo y consideran que el manejo integral del fuego se compone de tres elementos: ecología del fuego, cultura del fuego y manejo del fuego. Es así, que debemos comprender a los pueblos como usuarios y manejadores del fuego, como los mentores de prácticas asociadas a los conocimientos culturales. Son ellos los que realizan su labor sustentada en conocimientos transmitidos de generación en generación y en aprendizajes adquiridos desde su propia experiencia.

Conocer y reconocer las prácticas y conocimientos culturales de grupos humanos con su territorio alrededor del fuego nos permite situarnos en las raíces del construir habitar cuidar. Construimos territorios pirobioculturales para hacer en el mundo. Moramos lugares y conocimientos donde el fuego, como elemento de vida, se sitúa desde un relacionamiento recíproco con el habitar. Cuidamos las prácticas del fuego que nos habitan y las que deseamos construir, se forja desde una cultura que está en un camino de cambio, pero a su vez, se da forma a una memoria colectiva viva.

Debemos asumir posiciones críticas a los análisis superficiales que desatan paradigmas del fuego, que silencian e imponen modelos hegemónicos del saber y del actuar. Necesitamos que se visibilice la importancia del fuego en las comunidades y que las propuestas de manejo del fuego sean propuestas desde dentro de ellas, a lo que se le conoce como manejo cultural del fuego (Ponce-Calderón et al. 2022).

Se requiere un enfoque intercultural que permita integrar los conocimientos y las prácticas de los territorios que fomentan o están en sintonía con su ecosistema y biodiversidad, y evite que pierdan vigencia y vitalidad, para que, de este modo la balanza no se incline a favor del mercado y el capital, sino al habitar. La importancia de preservar e implementar tales conocimientos se vuelve crucial para proyectar la vida como posibilidad, y se convierte en acción imperante para conservar la vigencia y adaptación del uso del fuego e impedir la pérdida de conocimiento entre las generaciones de jóvenes, lo que previene incendios catastróficos (Bilbao et al. 2019).

El desafío, pues, es integrar la experticia de las personas que hacen su uso y manejo del fuego en proyectos, programas e incluso normativas. Esta conjunción podría integrar las prácticas locales y disminuir significativamente el escape del fuego que origina incendios forestales, como se ha logrado en algunas instituciones en territorios indígenas (Bilbao et al. 2019; Oliveira et al. 2022). En resumen, es importante la integración del conocimiento cultural con el conocimiento científico, dadas las condiciones alteradas por el cambio climático, la propagación de plantas invasoras inflamables, el desarrollo demográfico y los cambios en las prácticas agrarias (Bilbao et al. 2019; Cammelli, Coudel y Navegantes Alves 2019; García et al. 2021).

En consecuencia, el propósito de este trabajo es comprender la relación entre la cultura y el fuego como una posibilidad para el manejo intercultural de este elemento desde los retos que trae el trabajo comunitario en clave de un habitar, construir y cuidar heideggeriano. Esta reflexión la realizamos desde la fenomenología, con una propuesta heideggeriana sobre el construir y habitar, que permite compresiones más profundas en las que se devela cómo el propósito de construir en conjunto con comunidades en torno al fuego ha estado mediado por diferentes roles en torno al cuidado. De esta manera, cuestionamos el paradigma colonial fiscalizador, expresado a través de juzgamientos y prejuicios institucionales hacia las comunidades, para abordar la importancia de los conocimientos culturales (Limón 2010, 2012) de estos pueblos. Estas prácticas sustentables forman parte de su sistema de creencias que invita a pensar en paradigmas basados en la coproducción de conocimiento sobre el manejo del fuego (Rodríguez y Sletto 2009).

Análisis y resultados

Enfoques de manejo para abordar al fuego

Para realizar este análisis primeramente es necesario conocer acerca de la problemática de incendios forestales los cuales constituyen un grave problema. A escala mundial más del 90% son debido a causas antropogénicas (Bilbao et al. 2020). En México, la CONAFOR (2019) ha tipificado sus principales causas por actividades agropecuarias y productivas (40%), pero existen otras razones como son fumadores, fogatas, quema de basureros, transporte y acciones intencionales que, juntas, suman el 42%. Estas estadísticas demuestran que las causas de incendios no son solo por actividades productivas. Alvarado et al. (2022) explica que la categoría “quemas agropecuarias” incluye quemas de parcelas, pastizales y agostaderos para ganadería, quemas de desmonte (cambio de uso de suelo) e incendios en cultivos de marihuana y amapola.

Existen cuatro enfoques para abordar la problemática de los incendios. El primero se centra en la prevención y el combate de incendios, y la prevención implica acciones físicas, legales y culturales. Esta permanencia no es solo parte de un legado reactivo, sino también por la aplicación de recursos económicos que los gobiernos destinan para la respuesta y recuperación después de las emergencias asociadas a incendios (García et al. 2021; Neger 2021), comparado con los bajos presupuestos para prácticas sostenibles de uso y manejo del fuego en los territorios. Muchos países, continúan con un modelo reactivo, mientras esperan para activar rápidamente el Sistema de Comando de Incidentes (SCI) en caso de incendio.

El segundo enfoque es el manejo del fuego, propuesto en Estados Unidos de América, definido por Myers (2006) como la gama de decisiones técnicas y acciones para prevenir, mantener, controlar o usar el fuego en un paisaje determinado. Desde México, se define de manera más amplia como el proceso que incluye acciones y procedimientos para evaluar y manejar los riesgos planteados por el uso del fuego, su rol ecológico, los beneficios económicos, sociales y ambientales en los ecosistemas forestales en los que ocurre (CONAFOR 2019). Esta misma Comisión considera que es la estructuración de políticas públicas las que deben tomar en cuenta la planeación, la prevención, el manejo forestal y el uso del fuego, bajo una perspectiva ecológica y social.

El tercer enfoque es el manejo integral del fuego, el cual involucra políticas y normativas de gestión, investigación y operativas, con las comunidades rurales y sociedad en general, que hacen un uso ecológico silvícola del fuego, uso tradicional que beneficia al campo, pero también incluye la prevención y el combate de incendios no deseados para maximizar los efectos positivos y minimizar los negativos (Myers 2006; Rodríguez-Trejo 2015). Además, se ha abordado como estrategia de solución normar el uso del fuego y proponer medidas legales represivas (Jardel 2022).

Ahora bien, el último enfoque es el manejo intercultural del fuego, propuesto por Rodríguez y Sletto (2009), Millán et al. (2014), Bilbao y Mistry (2015) y Eloy et al. (2019). Este enfoque se reconoce como una estrategia de gestión en la que los conocimientos científico-técnicos y ancestrales dialogan en perspectiva de construcción para que tengan cabida la prevención y el control del fuego, se consideran las necesidades y saberes sociales, económicos y culturales, así como los atributos ecológicos. Se percibe como una contra narrativa que se basa en una gobernabilidad ambiental participativa al reconocer la validez epistémica y ontológica de cada actor y territorial con relación al fuego (Rodríguez et al. 2016). Fuego para la prevención y protección, fuego para la supresión, fuego para fomentar la diversidad biológica y cultural, así reconoce la validez de cada uno en un diálogo de saberes que le constituye una pretensión de construcción.

Un enfoque reciente es el manejo cultural del fuego, propuesto desde México. Este se refiere a la lógica integradora de las prácticas de uso y manejo del fuego con el objetivo de producir y reproducir la vida culturizada, para mantener el mejor trato posible a su territorio. Se basa en el conocimiento cultural, resultante de herencias cognitivas, análisis del contexto, experiencias territorializadas y realización de los anhelos de la vida comunitaria plena (Ponce-Calderón et al. 2022). Trabajos recientes en México se han realizado bajo esta lógica en diversos estados del centro, sur y sureste.

Explorando la culturización del fuego y su legado

El tomar en cuenta este último enfoque sobre el manejo de fuego y mediante un camino fenomenológico frente a la aproximación de sentido de la conceptualización de cultura, nos lleva a reflexionar sobre una definición de cultura y a explorar la construcción de herramientas que reconozcan diferentes prácticas culturales relacionadas con el fuego, con lo que se transforma la visión de exclusión, fiscalización y prohibición de este.

A partir del análisis interdisciplinario realizado, conceptualizamos la cultura para posicionar con mayor claridad su relación con el elemento fuego. La cultura puede ser entendida como el conjunto de actividades humanas que forman parte de la colectividad social y que se encuentran en constante cambio y retroalimentación (Cottom 2001). Para Giménez (2005,5) “cultura es la organización social del sentido, interiorizado de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivando en formas simbólicas, todo ello en contexto históricamente específicos y socialmente estructurados”. Este autor señala que la cultura y la identidad son conceptos que no se pueden separar, en tanto que, la identidad es “un proceso subjetivo y frecuentemente autoreflexivo por el que los sujetos individuales definen sus diferencias con respecto a otros sujetos mediante la autoasignación de un repertorio de atributos culturales generalmente valorizados y relativamente estables en el tiempo” (Giménez 2005,9).

Otra definición importante es la que aporta Olivé (2004,31-32):

Una cultura es una comunidad que tiene una tradición desarrollada a lo largo de varias generaciones, cuyos miembros realizan cooperativamente diferentes prácticas, por ejemplo, cognitivas, educativas, religiosas, económicas, políticas, tecnológicas, lúdicas y de esparcimiento lo cual significa estar orientados dentro de esas prácticas por creencias, normas, valores y reglas comunes, que comparten una o varias lenguas, una historia y varias instituciones, que mantienen expectativas comunes y se proponen desarrollar colectivamente proyectos significativos para todos ellos.

Sin embargo, en muchos casos la palabra cultura ha terminado como un cliché que se integra a los programas de manejo del fuego y políticas públicas desde una dimensión que, a todas luces, es un accesorio más de sus componentes o la dimensión comunitaria como una asignación de deber y obligación para conservar los recursos naturales. En ocasiones inclusive, el término cultura se usa a conveniencia para justificar lógicas para el sistema colonizante que lleva a los pueblos a ser “cuidadores” de la naturaleza (Limón 2010). Algunas instituciones han funcionado como mecanismos colonizadores y descreditan la sustentabilidad al optar por acciones intervencionistas que ocasionan rupturas en los modos de vida: cambios a nivel socioecológico, conflictividad ambiental y cambios sustanciales dentro de las propias culturas (Rodríguez et al. 2013; Rodríguez, Sarti Castañeda y Aguilar Castro 2015). Desafortunadamente, los programas de manejo del fuego no han sido una excepción.

Cuando se pone en perspectiva la cultura con el fuego, surge la pregunta ¿qué entenderíamos por este fenómeno o elemento en sí? Por obvio que podría parecer a primera vista, existen comprensiones subjetivas, colectivas, académicas, disciplinares y ancestrales hacia el fuego. Por ejemplo, González y Buxó (1995) definen el fuego como un elemento transformador de la materia y consideran la alquimia como una forma de estudiarlo desde los inicios de la relación fuego-humanidad y sus actividades. Bajo otra perspectiva, el fuego no es solo un elemento de la naturaleza, sino que también es considerado “un ente” que participa en las prácticas culturales de las personas (Ponce-Calderón et al. 2020), por lo que sus dimensiones culturales deben ser estudiadas de manera integral. El fuego, entonces, se puede pensar como un articulador social, presente en prácticas que sustentan la vida mediante su uso cotidiano, religioso o espiritual (Picado y Chávez 2021).

El uso del fuego por diferentes civilizaciones ha sido un compendio de la historia. De hecho, autores como Sánchez y Mora (2019) posicionan la categoría de epistemología del fuego, para dar sentido a la forma ritualística del conocimiento construido por los pueblos indígenas. En síntesis, estas aproximaciones hacia el fuego refieren una sintonía epistémica que evocan al fuego desde su importancia y eficacia simbólica en los territorios, lo que contribuye al mantenimiento de la salud ecológica. Prácticas simbólicas o religiosas relacionadas con la naturaleza están vinculadas a los ciclos agrícolas como, por ejemplo, las prácticas ritualistas de los tiemperos, graniceros y corredores de fuego (personas especializadas en hacer quemas agrícolas) (Ponce-Calderón et al. 2022), además, la autora principal ha documentado a los “chamusquinos” en el centro de México, expertos en la atención de incendios forestales, quienes poseen un amplio conocimiento de variables indicadoras de tiempo atmosférico, topográficas y de comportamiento del fuego.

Es importante señalar que históricamente la presencia del fuego era común en el territorio de América, sobre todo, en sus grandes llanuras (Pyne 1997). En su libro “Fire: A Brief History”, Pyne (2019) aborda la influencia de los colonizadores europeos que marca la transición de la presencia de fuego nativo a la supresión, y altera sus regímenes de fuego. Al poner en diálogo la concepción entre cultura y fuego, entendemos entonces que este elemento se convierte en un eje histórico, social, político y ancestral dentro de un proceso territorial configurado por creencias, tradiciones, expectativas, organizaciones sociales, legados intergeneracionales y lenguajes compartidos que terminan tejiendo relaciones con natura.

Bajo este panorama, la UNESCO (2021), organizó un evento sobre Cambio Climático y Manejo Integral de Incendios, en el que tuvieron lugar cuestionamientos: ¿Cómo se puede incentivar o promover la revitalización de conocimientos indígenas sobre el manejo de fuego? ¿Qué nos falta saber de los pueblos para incorporar su conocimiento a una política intercultural? Sin embargo, algunas contrapreguntas que nos permiten alimentar el presente debate y guiar las siguientes reflexiones del documento son: ¿Qué necesitamos desaprender a escala institucional para generar un manejo integrado e intercultural del fuego evidenciado en la práctica y fundamentado en resultados ecológicos basados en los conocimientos culturales de comunidades? ¿Qué nos falta entender del ejercicio de habitar y construir colaborativamente en torno al elemento fuego?

Construir, habitar y cuidar en torno al fuego

¿Cuál sería, entonces, la construcción y las características de una alternativa bajo un paradigma integral e intercultural que pudiese tener una propuesta de manejo del fuego que sea integral además de intercultural? Primero, hacemos énfasis en la palabra construir, cuando hablamos de una propuesta didáctica en función de la educación ambiental. La palabra construir la llevó Heidegger hasta una profundidad insospechada y para nosotros es la clave de la “construcción de una alternativa”.

Heidegger (2016, 50) y su texto “Construir, habitar, pensar” comienza diciendo: “en lo que sigue, intentamos pensar sobre el habitar y el construir. Este pensar sobre el construir no se arroga la pretensión de encontrar pensamientos constructivos, o dar reglas del construir”. Desde acá podemos ver que, aunque se menciona la palabra construir, el desarrollo del tema nos llevará a otros horizontes temáticos menos esperados.

Después, el filósofo, plantea: “llegamos a habitar por medio del construir, es decir, se puede habitar una casa en tanto ya fue construida con anterioridad. El construir es el medio para el fin, habitar. En tanto es así, tomamos el habitar y el construir por dos actividades separadas” (Heidegger 2016,151). Sin embargo, Heidegger interpela al lector, casi de inmediato, diciendo que el construir es ya una forma de habitar. Esta idea a contrapelo de que construir y habitar son actividades separadas tiene que ver con el hallazgo de que el ser humano, antes de realizar cualquier construcción, ya habita. Si tomamos el sentido de habitar como sinónimo de vivir biológicamente hablando, ya hemos errado. El sentido de este habitar es que en la esencia del ser humano se encuentra en el habitar.

Ahora bien, la interpretación que realiza Heidegger (2009) de la palabra habitar está relacionada con la de morar. La etimología de morar está presente en términos como demorar, como tardanza. Así, morar significa aquello en lo que nos toma tiempo, aquello en lo que estamos de manera temporal. Y el ser humano en lo que está originariamente más que en otra cosa es en su existir (Heidegger 2009). De esta manera, acorde a la línea de interpretación, es justo pensar que aquello que sea el ser humano tiene que ver de forma capital con el tiempo. Pero, a su vez, esta existencia tiene su lugar en un mundo, que es el tema que nos interesa.

El mundo al que Heidegger (2009) se refiere solo puede ser experimentado por el ser humano en tanto que este se define desde una comprensión de mundo. De forma clara el ser humano así se vuelve ser/estar en el mundo (in-der-Welt-sein) estructura ontológica del ser humano en tanto Dasein (Heidegger 2009). Pero, el ser y estar del ser humano (Dasein) difiere mucho de la forma en la que la biología y la física piensan el ser y estar desde la metafísica de presencia (Xolocotzi 2011), como un simple estar ahí, presentes, a la vista, a la constatación de los sentidos. El existir del ser humano es en tanto comprensión del mundo.

Ahora bien, Heidegger define el construir como aquello en lo que el ser humano está de forma ejecutante, pero de forma originaria esencial. En tanto esencial no es que a veces esté y otras no. Aquello en lo que el ser humano está esencialmente, es decir, de manera ontológica y de forma ejecutante en su existir. El Dasein primeramente está en su propio existir, ahí es donde habita originariamente y lo habita de tal forma que siempre está realizando su existir, es decir, ejecutando y construyendo su existir.

Ese existir tiene un espacio de desenvolvimiento: el mundo. Este a su vez, no es el planeta tierra, el tercer planeta del sistema solar y el cuerpo celeste de la astronomía. El mundo desde el horizonte significativo que se abre desde el habitar-morar es el mundo como lugar donde acontecen los significados con la cual la existencia se la tiene que ver para construirse y desenvolverse y a su vez retenerse, hacerse cargo de sí o bien darse la espalda.

Ahora bien, tanto habitar como construir tienen que ver con el término común cultura, derivado del latín cultus, que a su vez también significa cultivar. En la composición fenomenológica del cultus, es decir, pensándolo como experiencia, también se asocian términos como cuidar o proteger. En sus expresiones más originarias el término cultura tiene que ver con la experiencia de construir y habitar, pero de tal forma que se desenvuelven como cuidado y protección.

Este sentido se aleja del significado que luego se le dio al término de cultura, entendido como educación y como toda actividad humana como lo considera la antropología, en donde no existe una demarcación ética. Desde el significado antropológico, la bomba atómica sería una expresión cultural moderna de algunos países, pero se pierde en el sentido originario de cuidado. Ya con este desarrollo nos estamos acercando al término de manejo cultural del fuego y lo que debería ser en su comunicación con el manejo integral e intercultural. Pero antes debemos dejar claro un último elemento de la cultura y por ende del construir y de habitar.

Un yo, se compone de una trama histórica; nace en un mundo que lo precede, con sentido propio e independiente de él antes de su nacimiento, en el que se cría, aprehende y participa en su composición después. Un mundo histórico hecho de otros como él, pero ya pasados, es decir, nace en una tradición. Pero no solo así se encuentra en su mundo con sus semejantes, sino, también, con ellos y ellas, discute, comparte, debate sobre las cosas y el mundo y en ese cruce de significados el mundo de cada uno en compañía se va ejecutando y realizando (Heidegger 2009). Así, el habitar y el construir siempre, esencialmente, es en compañía, es decir, siempre se da en estar con. De modo que, lo cultural es cultivar, cuidar, proteger, en su relación con estos, también es una construcción comunal.

Tomando como base lo expuesto, en la que la intersubjetividad se posiciona como eje central, el cuidado, el habitar y el construir resultan elementos concomitantes de un planteamiento de manejo intercultural e integral del fuego. Como primera orientación, la propuesta debe ser acorde al yo comunal de donde parte. Esta relación pone en juego a la historia de los pueblos. Regularmente, como ya se dijo, se deja al resguardo de las comunidades los bienes naturales, pero solo con un rol subestimado, subordinado, instrumentalizado y fiscalizado, además de castigado. Otras tantas veces, el paradigma del experto diseña su propuesta alejada del yo comunal, sin que los habitantes de las comunidades entiendan por qué es problema, y menos cómo es la solución. Aquí vale la pena mencionar que el control del fuego puede ser un ejercicio de poder donde se criminaliza, pero no se ahonda en factores socioecológicos y mucho menos en los actores involucrados (Goudsblom 1992; Picado y Chávez 2021).

El acto de construir, habitar, cuidar, por consiguiente, representa per se un yo comunal que se puede materializar en un paradigma participativo, dialógico e intercultural. Si bien, las ciencias sociales han hablado con anterioridad sobre la importancia de este paradigma, Heidegger nos posibilita profundizar la mirada frente a la relación inexorable que se tiene con la acción de la cultura en tanto cuidar. Así, el manejo integral del fuego debería comprometerse no solo con la prevención de incendios, sino también con que sus intervenciones sean de forma que no interrumpa con formas de vidas, territoriales e históricas que están en sintonía con la salud ecológica y el Buen Vivir de los pueblos originarios.

Según lo anotado, se puede decir que las prácticas prohibicionistas frente al uso del fuego carecen de integralidad e interculturalidad. No responden a una visión intercultural crítica cuando parte de la fantasía experta en el que se sabe cuáles son los pasos para atender los incendios y recuperarse de estos de forma mecanizada. Esto se refleja en frases utilizadas por diferentes representantes de instituciones gubernamentales: “Este es el problema y está la solución, vengo en seis meses para detectar avances”. También se representa en comentarios como “la comunidad no quiere hacer nada” o “no busca sus propias soluciones”. Tampoco cuando se convoca a todos los actores involucrados en el problema y se les presenta instrumentos previamente realizados y toda una planeación “pedagógica” cerrada que, de entrada, ya tienen objetivos a los que se dirigen todas las actividades y los recursos. Es decir, existe, en muchas ocasiones, una imposición disfrazada de diálogo y solo se responde a fines clientelistas.

Por el contrario, la reflexión que realizamos sobre el texto de Heidegger (2016) nos invita a que nos posicionemos bajo un cuidado que solo es posible en reciprocidad y horizontalidad. En otras palabras, buscamos un trabajo metodológico en el que no existe un experto, sino un facilitador o mediador sociocultural que ayude a organizar y acompañar (no dirigir) a la comunidad, para que se pueda plantear el manejo intercultural del fuego en su territorio. Estrategias metodológicas como la Investigación Acción Participativa (Freire 1993) o algunos métodos basados en las artes (Mesías-Lema 2019) se sincronizan con esta perspectiva. Acompañar a la comunidad implica estar con ella; se trata de una práctica de reciprocidad (Armijos y Ramírez 2021). Además, se busca organizar para que, desde sus experiencias, saberes, medios y herramientas, la comunidad pueda contribuir a plantear líneas de atención. Solo desde ahí tendría sentido una intervención gubernamental y de otros entes, donde su participación tenga verdadera importancia y sentido.

Así, la construcción de alternativas debe basarse en aquella esencia del habitar, del construir y del cultivar. Solo mediante el respeto al yo comunal, a su construcción cultural, los residentes se vuelven guardianes y gestores. Con regularidad las personas cuidan su morada porque la sienten suya como propiedad, pero también como identidad. “[…] Habitar implica un acto de sensibilidad y subjetivación de todos los agentes implicados. El lugar no solo constituye el espacio, sino que es espacio vivido, no solo un ecosistema de nuestra cotidianeidad, sino que este da sentido a nuestra vida o, más bien, nuestra vida sentida” (Mesías-Lema 2019, 88).

No significa dejar toda la responsabilidad a comunidades locales, ya que el acompañamiento gubernamental es importante bajo las condiciones actuales. Esto es especialmente evidente en situaciones como los megaincendios que sobrepasan los límites de muchas propiedades, y demandan capacidades de atención más amplias, o cuando se presentan programas de gestión del riesgo a escala estatal. No obstante, se esperan acciones de cuidado del habitar, que permitan coordinar planes con comunidades, con énfasis principal en la prevención y el conocimiento (Cammelli, Coudel y Navegantes Alves 2019; Oliveira et al. 2022).

Por otro lado, es urgente revisar las estrategias de capacitación y la ejecución del manejo del fuego, para evitar que sea solo un sofismo en ámbitos políticos (Alvarado et al.2022). Se requiere, entre otras cosas, la aplicación de estrategias institucionales, económicas, sociales y culturales, de desarrollo de capacidades, ambientales, de investigación científica y estrategias legislativas. Para estas últimas, se necesita congruencia con políticas claras que puedan gestionarse para adaptar, ajustar o cambiar la legislación forestal y ambiental vigente, para que incluyan los nuevos enfoques del manejo del fuego (Alvarado et al. 2022).

En este sentido, construir una propuesta intercultural de manejo de fuego desde el construir, habitar, cuidar se convierte en una necesidad. Solo de esa manera podemos partir de bases epistémicas y ontológicas por medio de las cuales podemos habitar diálogos de conocimientos entre comunidades y sectores gubernamentales, así como construir de manera conjunta agencia a partir de la memoria histórica del territorio que cuide los saberes ancestrales para que a su vez se pueda cuidar el ecosistema.

Discusión y conclusiones

Revalorización cultural como estrategia para integrar el manejo cultural del fuego

Hablar de manejo intercultural representa mirar de manera profunda los términos que componen la propuesta. En primer lugar, se debe entender que la interculturalidad señala una experiencia de aprendizaje, comunión y compartir que es completamente horizontal y recíproco. En eso se basa el respeto al otro y en ello su pleno reconocimiento, lo más alejado de políticas paternalistas y clientelistas. En segundo lugar, la propuesta intercultural debe llevarse a cabo sin perder de vista el cuidado de los saberes ancestrales, de sus modos de vida, de su cosmovisión, de su forma de ser en el mundo. Se trata de que, mientras se construya una propuesta con el objetivo del cuidado del ecosistema, nunca se olvide la protección de los pueblos, también en sentido espiritual. Y no solo en un sentido romántico, sino que además la historia de las políticas del manejo del fuego ha demostrado que las intervenciones verticales no han resultado como se esperarían.

De forma más práctica, el manejo intercultural del fuego, con enfoques de agroecología que están en auge en los últimos años, puede ser de beneficio para las comunidades, la conservación y la seguridad alimentaria. Sin embargo, estos enfoques a menudo conllevan la tendencia de supresión del uso del fuego en actividades agrarias (Eloy et al. 2019). En última instancia, los planes de manejo integral del fuego deben contextualizarse, donde las instituciones encargadas de legitimar la normatividad deberían hacerlo desde el respeto (Rodríguez y Sletto 2009) y las capacidades del territorio. Para abordar el desafío que representa la participación comunitaria plena en este proceso se deben considerar estrategias que ayuden a definir líneas prioritarias para fomentar el manejo integral e intercultural del fuego:

1) Impulsar cambios en las estrategias de manejo del fuego y la normatividad en las que estas se basan, para que integren el concepto cultural, en los ámbitos internacional, nacional y de entidades subestatales.

2) A través de la investigación social, es fundamental documentar el conocimiento cultural existente, sobre todo en aquellos casos donde aún se encuentra vigente para integrarse en la construcción de las líneas estratégicas con una visión de redes locales.

3) Fomentar e incentivar las prácticas de uso y manejo del fuego como parte del patrimonio cultural de la humanidad.

4) Difundir en la sociedad en general, sobre todo en entornos urbanos, el conocimiento sobre los beneficios ecológicos del fuego y la necesidad de su uso cultural en comunidades rurales con la finalidad de disminuir la presión social y mediática, que a menudo conduce a políticas de supresión, a veces resultado de acciones desesperadas.

5) Impulsar el diálogo interdisciplinario entre académicos, comunidades y otros actores involucrados en el manejo intercultural del fuego es esencial. Pero, sobre todo, que cada sector se ponga de acuerdo antes, para establecer un diálogo constructivo, participativo, y que genere líneas de acción aplicables a diferentes niveles.

6) Analizar, promover y socializar entre los responsables de la toma de decisiones los casos de éxito del manejo intercultural del fuego para contribuir a la formulación de una normatividad basada en el entendimiento profundo de las causas.

7) Integrar el concepto del manejo cultural del fuego desde una perspectiva intercultural en el currículo de carreras afines al manejo integral del fuego y, en general, el manejo forestal, áreas biológicas, agroecología y la conservación de la naturaleza.

8) Reconocer las actividades de manejo cultural del fuego como un servicio sumamente importante para la sociedad, para prevenir riesgos y salvaguardar la prestación de los servicios ecosistémicos. En este sentido, las actividades de manejo que realizan los habitantes de comunidades rurales e indígenas deberían planearse desde programas de desarrollo económico y social...

9) Posicionar el fuego en el enfoque psicosocial, tanto como elemento material como simbólico, catalizador de conversaciones y rituales de sanación colectiva, que propicia núcleos de organización comunitaria y bases de conocimiento alejadas de corrientes mecanicistas y causales.

Las prácticas culturales vigentes en muchas comunidades permiten forjar elementos para mantener la comunión y las emociones que convocan la solidaridad y la colectividad, MacIntyre (2001) les llama comunidades virtuosas. En este contexto, el término no se limita solo a grupos humanos delimitados por particularidades territoriales, psicosociales, históricas y étnicas que se unen por objetivos compartidos, que es el concepto de comunidad que tácitamente hemos apelado en líneas anteriores. También incluye a la comunidad académica y aquellas conformadas por instituciones gubernamentales encargadas del tema del manejo del fuego, ONG’s, asociaciones, entre otras. De ahí que la motivación que impulsa a estas comunidades virtuosas puede generar prácticas de respeto al fuego, considerándolo como un aliado en los procesos territoriales, la biodiversidad y los tejidos sociales.

No pretendemos que los nueve puntos mencionados sean vistos como una receta o un vademécum que deba seguirse al pie de la letra. Reconocemos que toda acción y propuesta debe estar enmarcada bajo un ingrediente principal: la contextualización. Esto es lo que da vida al ethos de cada territorio, de cada habitar, con y desde el cuidado.

La permanencia de la cultura del fuego en el presente es parte importante de los pueblos indígenas, así como de la población rural y campesina. Aunque recientemente las estrategias de manejo de fuego convocan a una mayor participación social, es importante señalar que no consideran la heterogeneidad de los territorios pirobioculturales. Estos territorios integran una diversidad de modos de vida particulares para cada pueblo en relación con el fuego, donde sus habitantes mantienen prácticas culturales asociadas al uso y manejo del fuego en diferentes ecosistemas (Ponce-Calderón et al. 2022).

Bajo el llamado que nos realiza Heidegger sobre el habitar morar, se requiere la presencia de gestores culturales, como le llama Víctor Vich (2013). Estos gestores culturales deben tener un conocimiento profundo del territorio, comprender sus capacidades, dolores y logros. Al ser iniciativas aterrizadas, participativas y construidas desde el habitar con direccionalidad, tienen el potencial de ser sustentables a largo plazo. Además, al articularse con la academia y las políticas ambientales, estas iniciativas pueden adquirir una base más sólida y ser más efectivas.

Se requiere, pues, que haya más personal de las instituciones que tengan un compromiso para moverse en los territorios pirobioculturales. Este personal debe poseer un profundo entendimiento del significado de respeto, reciprocidad, ética y diversidad étnica. Nuestra mayor fortaleza reside en la memoria de los pueblos, manifestada en sus modos de vida y en su cultura, que tiene por esencia la fuerza del habitar y morar desde el cuidado. De esta manera, impulsamos la integración de nuevos enfoques para anclar e impulsar el manejo intercultural del fuego con una perspectiva interdisciplinaria, que convoca al elemento fuego como eje central del conocimiento.

Agradecimientos

A todas las personas de los pueblos indígenas y rurales que nos han permitido acercarnos a su mundo de vida, para comprender sobre su experiencia tejida por la sabiduría en torno al fuego. Quienes tenemos la autoría del artículo formamos parte del Colectivo Los Sin Fuego, que defendemos los derechos de los territorios rurales y pueblos originarios para el uso del fuego en Latinoamérica.

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Recibido: 26 de Abril de 2023; Aprobado: 15 de Septiembre de 2023

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