Introducción
Durante varios años de trabajo de campo en México escuché a militantes y líderes territoriales hablarme de su “trabajo político”, como lo llaman. Para ellos, estar presente a lo largo del año, cada día, para las fiestas de 15 años y los velorios, en períodos tanto electorales como ordinarios, movilizar o “ayudar a los vecinos” a gestionar trámites de distintas índoles, es trabajo político. A veces, mis interlocutores pueden trabajar para el barrio solo el domingo; otras, cuando salen de la oficina; otros lo hacen a lo largo del día desde sus tiendas; otros son colaboradores permanentes de una organización popular y trabajan siete días a la semana. La primera apuesta de este artículo es tomar con seriedad el discurso de mis entrevistados y analizar lo que llaman trabajo político. Se trata entonces de considerar que éste no es monopolio de la clase política, de cuadros de partidos o de diputados y senadores, entre otros. El segundo reto tiene que ver con una cierta ruptura con la literatura dominante, que estudia el papel de los líderes barriales en la Ciudad de México únicamente bajo el esquema de relación clientelar. Edison Hurtado Arroba (2014, 301-310) propone un balance suficientemente exhaustivo sobre el tema desde la década de 1990. A propósito de este recuento, me parece importante subrayar que, en muchas de estas investigaciones, a pesar de estar sustentadas en trabajos de campo, los elementos empíricos son poco movilizados en la administración de la prueba, con la notable excepción del trabajo de Hurtado Arroba (2013). Más allá de la etiqueta estigmatizante de clientelismo (Vommaro y Combes 2016), se sabe muy poco de las prácticas políticas de los actores estudiados, de “los procesos sociopolíticos llenos de contradicciones, [de] eventos contingentes, [de] identificaciones móviles, [de] estrategias situadas, [de] disputas para la orientación de la acción” (Hurtado Arroba 2014, 297). En el caso de México, el concepto de clientelismo opera como una caja negra que oculta los procesos sociales en juego y el trabajo político como un conjunto de actividades prácticas.1 La estrategia de este artículo es ir a contrasentido de la literatura dominante, dando la palabra a este actor objeto de más juicios que de análisis: el líder barrial. Con una sociología comprensiva, la meta es ofrecer un análisis de sus acciones y de cómo ordena el mundo social que lo rodea. Y más allá, rebasando la literatura sobre clientelismo, el propósito es mostrar cómo se puede pensar el trabajo político en la escala barrial.
Este artículo forma parte de un recorrido de casi 20 años de trabajo sobre la militancia partidista en México DF (ahora Ciudad de México). En el marco de una tesis doctoral, estudié las redes políticas y sociales del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en el DF, entre 1989 y 2000 (Combes 2011). En particular, seguí el trabajo de líderes de organizaciones de vivienda. Este tema se enriqueció más tarde gracias a un análisis de largo plazo, que comencé a realizar desde 2006, acerca de las movilizaciones del llamado “gobierno legítimo”.2 Con un equipo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), aplicamos un sondeo a los participantes de una marcha del movimiento a finales de 2008. De este ejercicio, se obtuvo una muestra de participantes a quienes contactamos más tarde por teléfono para realizar entrevistas. El propósito era analizar, durante un lapso prolongado, la evolución del involucramiento de los entrevistados con el movimiento y su líder. Así, durante 10 años, realicé entrevistas de seguimiento con algunos participantes. En todos los casos, estas entrevistas cara a cara se hicieron en el entorno cotidiano de los entrevistados, es decir, en sus casas, en las sedes de sus organizaciones sociales, en su lugar de trabajo o de militancia. Compartí con ellos, además, algunas actividades políticas (reuniones, mítines, asambleas, entre otras). Para entender con profundidad el trabajo territorial, me parece necesario enfocarme en un caso individual y un solo contexto territorial. Para este artículo escogí al señor Darío López en el barrio de Santo Domingo.3 Como lo nota Julieta Quirós:
La experiencia personal (…) no agota ni sustituye la variabilidad de experiencias que encierran esos colectivos. Pero ciertamente -y este es el punto- esas personas están aquí porque sus características biográficas, su mundo de relaciones, sus apreciaciones, dilemas, prácticas y sentido de la vida, son un camino para acceder y examinar hechos sociológicos extendidos (Quirós 2011, 39).
A través del caso del señor Darío López, pretendo estudiar el trabajo político barrial. ¿Cuál es el flujo de bienes y programas sociales que gestionan, pero que también generan, los líderes barriales? ¿Cómo son entregados a los vecinos? ¿Cuál es el papel de cada uno y sus obligaciones? ¿Cómo, a partir de eso, se generan concepciones ético-políticas de la justicia, arraigadas a nociones y prácticas locales complejas?4
Cuestionando las interpretaciones en términos de clientelismo, en sintonía con el trabajo llevado a cabo con Gabriel Vommaro (2016), se trata de entender cómo la intermediación del señor Darío López es un trabajo político productor de riqueza y de conocimiento administrativo en la escala barrial. El artículo pondrá especial atención en las dimensiones y tensiones morales e ideológicas de los intercambios de bienes y saberes, desde la perspectiva de un intermediario.
Empezaré con una breve historia del barrio y de la trayectoria del señor López, dentro y fuera de éste. En una segunda parte, me enfocaré en el trabajo político que realiza en el barrio para ver, en una tercera parte, bajo qué principios morales y políticos lo lleva a cabo. Una última sección será útil para matizar la visión de la dominación que la literatura sobre clientelismo atribuye a los intermediarios (Combes y Vommaro 2017, 62-70) y dar pistas sobre cómo el análisis del trabajo político puede tomar distancia de esta literatura.
Breve contexto político de la Ciudad de México
“Cuando la tierra dejó de temblar, empezó el gran temblor del sistema político mexicano” dijo la escritora mexicana Elena Poniatowska. El sismo de 1985, en el que innumerables construcciones se derrumbaron por toda la ciudad, también abrió la puerta a importantes reformas políticas en la capital. Para muchos analistas, la apertura democrática se realizó bajo la presión de los partidos de oposición apoyados por el poderoso Movimiento Urbano Popular que tomó especial fuerza después del sismo, organizando a los damnificados y poniendo en evidencia la corrupción y la mala gestión del Departamento el Distrito Federal (DDF), el ayuntamiento bajo la tutela del poder federal que entonces regía la capital del país. Por primera vez en 1988 se eligieron representantes populares en la Ciudad de México, no obstante, con prerrogativas reducidas. En 1997, el DDF se transformó en Gobierno del Distrito Federal (GDF), con un jefe de gobierno electo directamente en las urnas. Parlamente, la ciudad fue dotada de un verdadero poder legislativo local: la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF). En estas primeras elecciones, el PRD -nacido en 1989 del encuentro de varios partidos de izquierda, de movimientos sociales y de la corriente democrática que se escindió del Partido Revolucionario Institucional (PRI) (Combes 2011 y 2013; Cadena-Roa y López Leyva 2013)- ganó tanto el puesto de jefe de gobierno como la mayoría absoluta en la ALDF. A partir de 2000 se eligieron también por sufragio universal y cada tres años a los jefes de las 16 delegaciones de la ciudad. De entonces y hasta 2015, el PRD se transformó en partido hegemónico en la ciudad. Ganó la jefatura de gobierno en las cuatro elecciones celebradas: Cuauhtémoc Cárdenas (1997-2000); Andrés Manuel López Obrador (2000-2006); Marcelo Ebrard (2006-2012); Miguel Ángel Mancera (2012-2018). Además, durante ese período obtuvo (y retuvo) la mayor participación en la ALDF y gobernó la gran mayoría de las delegaciones. Su hegemonía fue puesta a prueba por primera vez en 2015 con la llegada del Partido MORENA, una escisión del proprio PRD.
Crecer y entregarse al barrio
El barrio
Santo Domingo creció de manera caótica durante la década 1970, después de la invasión de estas tierras volcánicas una noche de 1971 (Vega 1996).5 Hoy es un barrio popular con casas bien construidas y calles asfaltadas. Sin embargo, los indicadores socioeconómicos lo clasifican como una zona de fuerte marginalidad. Su cercanía con la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) dio empleos y una perspectiva educativa a una parte de sus habitantes, haciendo de este barrio popular un lugar bastante singular en comparación con el resto de la capital y, tal vez por ello, foco de atención de varios trabajos académicos (Cornelius 1990;6 Gutmann 2002).7
El barrio es perredista (del PRD)8 y obradorista (a favor de López Obrador).9 De hecho, varias de las personas que participaron en el sondeo realizado en la marcha de noviembre de 2008 venían de ahí. En la muestra que se llevó a cabo para las entrevistas de seguimiento, seleccionamos a dos, entre ellos al señor Darío López. A propósito de su militancia, el perfil que el sondeo reveló nos parecía inverosímil. Dijo ser militante en temas de vivienda, los derechos de género y LGBT, los indígenas, los zapatistas, el medio ambiente, entre otros. Además, señaló que tenía militancia partidista en organizaciones sociales y que tenía una organización no gubernamental (ONG). Casi todas las opciones de posibles espacios de militancia estaban marcadas en su cuestionario, ¡algo poco probable desde mi punto de vista! Recuerdo haberle dicho a Marisol, la estudiante de la UAM que me acompañó en las primeras entrevistas, que seguramente el entrevistado había exagerado sobre su militancia, así que lo seleccionamos más como un caso de control para el estudio.
Trayectoria barrial
¿Quién es el señor Darío López? Durante la década de 1960, su abuelo materno, un indígena de la Sierra de Puebla, mandó a su hija -madre de Darío- a la Ciudad de México para trabajar como “muchacha” (empleada doméstica) en la colonia Roma, en el centro de la ciudad. Entonces ya era novia de su papá y éste, “ya con el amor”, vendió sus vacas y dejó su ejido a un “coyote” quien se hizo cargo del ganado en su lugar. “Y con la pobreza se avanza sufriendo” en el DF, dice el señor Darío López. La mamá perdió su plaza por tener novio. Más tarde, los padres del señor López instalaron una “fondita”, un puesto de comida en la calle, en el barrio de Tacuba, cerca de un cuartel del Ejército. El señor Darío López fue el séptimo hijo de la pareja y cinco más vinieron después, con un año de distancia cada uno. Para tener una casa para su familia, el papá “compró” un terreno en Santo Domingo. “Pasé mi infancia y mi adolescencia en Ciudad Universitaria. Le debo mucho” (nota de campo, Proyecto PALAPA, diciembre de 2008). El padre logró tener una plaza de empleado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y los niños empezaron a trabajar muy jóvenes en el campus:
entonces mi padre ya tiene un trabajo y mi madre se dedica ya nada más al hogar, hasta la fecha, y de ahí empezamos a trabajar todos los hermanos. Yo boleaba zapatos, mis otros hermanos lavaban carros, otros vendían chicles, mis hermanas hacían cositas para ayudar, hacían gelatinas, mi familia era muy numerosa y ya, los mayores ya andábamos con trabajo, entonces es así como llegamos a Santo Domingo y formamos nuestra familia y de ahí son mis raíces y ahí empiezo a trabajar (entrevista, Proyecto PALAPA, diciembre de 2008).
La vida fue muy difícil. Los niños no siempre comieron a gusto: lo más seguido pan y plátanos. Los días de abundancia: frijoles.
¿La pasión en su militancia viene de su papá, este padre admirado por su capacidad de salir adelante, pero con los malos recuerdos de los efectos del alcohol en la vida de su familia? “No”, nos dice, “estaba en la ignorancia total”. No obstante, la madrugada del 7 de julio de 1977, la Policía se llevó a su padre con otros 531 compañeros en huelga, quienes estaban pidiendo un contrato colectivo como trabajadores de la UNAM. De esa experiencia de la vida en Santo Domingo, el señor Darío López dice:
Viendo todos esos movimientos sociales, pues crecemos con una visión diferente de lo que debe ser para nosotros, que venimos de sufrir. Yo le aseguro que si hubiéramos nacido en Polanco o en las Lomas,10 estaríamos ahorita ahí, haciendo otras cosas, pero tenemos una formación a partir de cómo vive nuestro padre y de ahí nos forjamos, tengo hermanos que, casi todos, participan en partidos, pero todos de izquierda, hay uno que anda en el PRI, pero espero un día se ubique (entrevista, Proyecto PALAPA, diciembre de 2008).
Pasándolo en Ciudad Universitaria, yendo a los mítines del Sindicato de los Trabajadores de la UNAM (STUNAM)11 con su papá -como cualquier trabajador en ese entonces-, el señor Darío López se acercó a un líder sindical, Evaristo, también miembro del Partido Comunista. El joven Darío, que dejó la escuela en la preparatoria, se politizó a su lado y armó un sindicato en el supermercado Sumesa, donde trabajó entre 1984 y 1988. Ahí conoció a su esposa, hija de una “familia proletaria” de un barrio vecino, quien trabajaba para pagar su carrera de nutrióloga. Darío fue despedido del supermercado por su activismo. Evaristo, entonces líder del STUNAM, le consiguió una plaza como trabajador de la universidad. El señor López y su esposa se instalaron en Santo Domingo, en el terreno familiar,12 en el cual sus hijos construyen sus hogares conforme se casan.
¿Estaba en lo correcto cuando leía con incredulidad el cuestionario respondido por el señor Darío López? ¡No!: su activismo en el barrio a lo largo de los últimos 30 años es inusualmente vasto y diverso. Se debe, principalmente, a una organización social llamada El Frente de Vecinos Unidos por la Democracia:
Tengo un módulo en la colonia Santo Domingo, me apoya Miguel Sosa [entonces diputado del PRD] con el módulo y dos compañeras que en la mayoría de las tardes están en el módulo, está aquí en Santo Domingo, de hecho ahí en la encuesta apuntamos esa dirección. Y es como la parte buena, importante de estar con la gente metida, al tanto de sus problemas, más cercanas ¿no?, más de cerca, si tenemos una persona, una señora se muere de sida y deja una señorita de 13 años y un niño de seis años, quedan en la orfandad, entonces… Lo sabemos tan claro como es, llegamos, se juntan los vecinos para la renta, hay que darles… Hasta ahorita estamos sacando esa familia, hemos ido a pedir apoyo a CONASIDA.13 Le digo este ejemplo, porque así hay miles (entrevista, Proyecto PALAPA, diciembre de 2008).
Como el equipo es grandísimo, a cada equipo nos pertenecían tres o cuatro gentes, entonces estamos hablando, porque la sociedad civil pertenece a Santo Domingo, Copilco, Santa Úrsula, San Pedro Tepetlapa, el Reloj, es una asociación de varios líderes, que la forjamos, nos unimos para tener presencia y para hacer presión política… Uno es taxista, el otro trabaja independiente, trabaja por su cuenta, es mecánico… La otra señora es una ama de casa, pero que toda la vida ha andado en la grilla,14 entonces son personas que han tenido una trayectoria, que están con el vecino, que los conocen, que si hay un muerto, ellos están en el velorio, los ayudan; si hay una fiesta, lo mismo, colaboran, participan, o sea tienen esa funcionalidad (entrevista, Proyecto PALAPA, diciembre de 2008).
La presencia de Darío López en el barrio es entonces cotidiana: durante las horas de oficina va y viene entre el campus de la UNAM y el barrio. Como se menciona en la presentación de este dossier de Íconos. Revista de Ciencias Sociales, el trabajo político implica una entrega total (Hurtado, Paladino y Vommaro 2018). Los vecinos lo pueden llamar, tanto de día como de noche, para que “eche la mano”. Tal como lo señala Edison Hurtado Arroba, “la gestión cotidiana de demandas constituye una forma rutinaria de ser colonia en una ciudad segregada” (Hurtado Arroba 2013, 81). ¿Bajo qué modalidad se da su presencia cotidiana con los vecinos y se desarrolla su trabajo político?
Política en el barrio y ¿burócratas de calle?
Las ventanillas de la política de los pobres
El señor Darío López está involucrado en la gestión de varios programas sociales en su barrio: programas del GDF), programas de la Delegación15 o apoyos más puntuales de su organización social con financiamientos diversos. Detallamos:
Cuando lo conocí, sus actividades tenían que ver principalmente con programas de la Delegación en apoyo a poblaciones marginadas. Nos explicó cómo, desde el período en el que María Rojo era la delegada (por el PRD, de 2000 a 2003), participaban en programas de la Delegación. Ahí es necesario precisar a partir del caso del señor Darío López, pero también del de otros líderes barriales que seguimos. En la Ciudad de México, existen ventanillas a las cuales acuden los usuarios en las delegaciones u oficinas del GDF para la realización de trámites, sin embargo, nos parece que en los sectores populares éstos no suelen ser individuales. Es decir, los líderes barriales, generalmente, colectan las demandas y las llevan a las ventanillas correspondientes. A partir de esto, algunos denuncian la herencia cultural del sistema político mexicano (Tejera Gaona 2010). No obstante, no estamos tan lejos del funcionamiento en barrios populares de otras partes del mundo, como en el caso de los países árabes (Vannetzel 2016), donde esa gestión colectiva se entiende como la forma de administración en un mundo lejano, tanto socialmente como geográficamente. Un análisis sociológico de las interacciones entre estos líderes y la gente de las oficinas es una tarea por hacer.16
Un año y medio después, en nuestro segundo encuentro con el señor López, supimos que había instalado un comedor comunitario. Este programa de “derecho alimenticio” fue lanzado en 2009 por la Secretaría de Desarrollo Social del DF17 para luchar contra los efectos de la crisis de 2008 y se enfoca en los barrios con altos índices de marginalidad. Aunque para mayo de 2010 ya eran 10 los comedores instalados en esta demarcación, el señor Darío López fue el primero en Santo Domingo en pedir uno, según su relato, presentando una candidatura ante el llamado del GDF a organizaciones sociales o “vecinos organizados”. La cocinera explica que la Secretaría dio la campana de la estufa (el extractor) y la varilla. El comedor está instalado en el patio de una casa particular bastante grande. Una manta en la puerta del garaje señala su presencia.
Allí, se ofrece una comida completa por 10 pesos. Es decir, unos 20 o 30 pesos menos que en una fonda del barrio. Cuando llegamos, los últimos vecinos acababan de comer en las mesas de plástico que conforman el mobiliario del lugar. Viejas mantas electorales del PRD sirven para tapar el patio del sol o de la lluvia. Entre 150 y 200 personas acuden todos los días a las 2 de la tarde, cuando los niños salen de la escuela:
Es una historia muy bonita. Una señora grande, quien venía a todas las asambleas del gobierno legítimo, se enfermó hace como un año y medio y le dijo a su hija que quiere que en su patio sea el comedor comunitario, que si se muriera, aquí tenía que seguir. La señora se murió hace un año (el 8 de mayo de 2009) y el comedor cumple también un año (nota de campo, Ciudad de México, mayo de 2010).
Más adelante, el señor López me presenta a la hija de la anciana que ofreció el espacio para la instalación del comedor. Es una señora de 50 años de edad, quien está en su cocina en la planta baja de la casa, con la puerta abierta hacia el patio. Eso nos permite ver que, por dentro, la casa es más modesta de lo que sugería la fachada. La hija me explica que quiere cumplir con la voluntad de su mamá y que no recibe ninguna renta por acoger a esta presencia cotidiana y ruidosa. Una fiesta está a punto de ser organizada para conmemorar el aniversario de la muerte de su mamá y de la instalación del comedor. El señor López está orgulloso de la generosidad de esta familia y me muestra con afecto, y delante de las cinco señoras que trabajan para el comedor, las listas de los beneficiarios. Y es que, aunado al derecho alimenticio de la población afectada por la crisis, está un segundo objetivo del programa: la creación de empleos principalmente para mujeres (Gaceta Oficial del Distrito Federal 2013). Minutos después de mostrarme la lista, un empleado de la Secretaría de Desarrollo Social llega al comedor a recoger el padrón de los beneficiarios del día.
Entonces, este programa -solicitado por el señor Darío López- crea para el barrio varios recursos: los empleos de las cocineras y la oferta de una comida completa a un precio muy bajo. Además, desde nuestro punto de vista, construye el público de los necesitados. Es decir, la gente que necesita estas comidas completas y baratas existe, pero sin la intermediación del señor López para llevar el dispositivo al barrio, no existirían como usuarios. De hecho, el dispositivo cubre una muy pequeña parte de la población necesitada. En 2013, se estimaron 30 mil usuarios diarios en el total de comedores para una población potencial en el DF de 1’367.000 en 2010 (SEDESO 2014, 5).
De acuerdo con el modelo de estado weberiano burocrático-racional, la administración funciona sin la necesidad de intermediarios.18 Sin embargo, en la vida real la implementación de los programas sociales es muy diferente. Los saberes administrativos no son transparentes para los usuarios y no basta la publicidad institucional o la distribución de volantes para que la gente sepa que tiene derecho a un programa: ¿por qué, a pesar de ser la población objetivo de las campañas de difusión, no se convierten en beneficiarios? Porque no necesariamente asumen que pueden serlo o bien no saben cómo hacerlo. Entonces, en la realidad, es necesario construir un público de beneficiarios. Ahí los líderes barriales juegan un doble papel. El primero, el de proveer información sobre el programa, y el segundo, construir un público de beneficiarios. Aquí se hace notar un punto fundamental de la producción de riqueza para el barrio por parte de los líderes. Queremos insistir en este punto porque va a contracorriente de la idea generalmente presente en los medios mexicanos, e incluso en trabajos académicos, según la cual los líderes barriales desvían recursos públicos para sus seguidores (vistos como seguidores políticos), perjudicando con ello al barrio porque quita los recursos a quienes realmente los necesitan y debieran ser los beneficiarios legítimos. Esa premisa es la base de la mayoría de los ejercicios de monitoreo de los programas sociales y de los proyectos de lucha en contra de la compra del voto.19 Siguiendo parcialmente el enfoque que desarrolla Julieta Quirós sobre la políticacomo producción (2011, 277-280) y, con sustento en el análisis del trabajo de varios líderes barriales del DF (Centro, Santo Domingo, Iztapalapa), mi hipótesis es que, contrario a lo que suele argüirse, sin estos tan controvertidos líderes, muchos programas no llegarían a la población en la escala territorial. En el caso de los comedores comunitarios puede resultar obvio porque desde su diseño se prevé la mediación de las organizaciones sociales,20 pero la hipótesis resulta válida con otros programas de la delegación. Como lo nota Quirós (2011, 278) en el caso argentino:
Lo que desde un punto de vista externo se nos aparece como un proceso de circulación de objetos (y de alteración de sus criterios de asignación: lo que debía ser institucional pasa a ser político; lo que debía ser universal se particulariza; lo que debía ser un derecho pasa a ser un favor; lo que debía asignarse por necesidad pasa a asignarse por la lucha), es desde el punto de vista de las personas involucradas, un proceso de producción: sin trabajo invertido, sencillamente esos objetos no están ahí. Pueden estar en otro lugar (en el ministerio, en el gobierno), pero no ahí (en el MRT, con la Huanca, con Pedro Elizalde).
Es decir, el señor Darío López participa de la producción de los programas que lleva a Santo Domingo. Ahora bien, además de los programas de la administración local (el GDF y la delegación), el señor Darío López está vinculado con otros mecanismos de redistribución en el barrio.
El barrio político y la clasificación de las prácticas de los contrincantes
La organización social del señor Darío López tiene su propio cubículo en el barrio, desde donde proporciona múltiples ayudas. Los vecinos acuden allí cuando tienen un problema puntual (buscar una medicina, la ayuda jurídica para un hijo en la cárcel, la falta de dinero para un velorio, entre otros). El señor López y sus compañeros también organizan eventos de la vida del barrio: buscan piñatas y juguetes para los niños o consiguen entradas para el museo de la UNAM. No se trata entonces de un apoyo económico de largo plazo, como lo son los programas sociales. No obstante, el cubículo de la organización constituye una suerte de ventanilla de apoyo para la población. Como lo nota Edison Hurtado Arroba acerca de otra organización en otra delegación de la ciudad: “Eso parece una ventanilla de múltiples servicios públicos” (2013, 100).
Ahora bien, es importante mencionar que los recursos de la organización fluctúan en el tiempo. Cuando entrevisté por primera vez al señor Darío López, mencionó que la renta del cubículo era pagada por un diputado federal del PRD, de su misma corriente. Se trata de una práctica bastante común dentro de la actividad de gestión (Hurtado Arroba 2013, 7) de los legisladores, una noción muy desarrollada en el contexto mexicano -como lo deja ver la lectura de cualquier informe anual de un diputado-, así como en otros contextos (Vannetzel 2016):
Tiene su módulo en la Asamblea y tiene su módulo en Santo Domingo, también. Cuando le planteamos esto del módulo en Santo Domingo, dijo -“órale, adelante”, bueno porque aparte nosotros lo apoyamos para que fuera diputado, hicimos un evento masivo como de dos mil gentes, ¡imagínese! Entonces, imagínese, a qué político no le conviene pagar una renta de mil seiscientos (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
Pero, un par de años después, la corriente del PRD que apoyaba al señor Darío López había perdido la candidatura. Aquel diputado del distrito seguía siendo del PRD pero de otra corriente que no apoyaba al Frente de Vecinos Unidos por la Democracia. Como lo veremos más adelante, la organización sigue funcionando con dificultades. Pero ahí está, y en distintos aspectos cubre la falta de capital social de los vecinos: para tener un abogado, tener acceso a un museo, tener una ayuda médica urgente o específica.
Hasta ahora hemos visto dos niveles de distribución de bienes y servicios a los vecinos. Otros se añaden en el contexto de la competencia política entre líderes y partidos (Tosoni 2007, 62). Las corrientes del PRD y, a partir de 2012 de MORENA, compiten para atender a los vecinos, pero también grupos de otros partidos que incluso intentan cooptar a líderes barriales como el señor Darío López. Este último dice haber sido contactado en 2006 por una gente cercana a la entonces poderosa líder sindical, Elba Esther Gordillo.21 El Partido Acción Nacional (PAN) intentó también desarrollar un trabajo territorial en barrios populares.
Hubo gente que se acercó a nosotros, como Elba Esther, mandó un operador a que se acercara con nosotros, la gente del PAN, Obdulio Ávila, Ezequiel Retis, y nos decían, “aparte del modulo te bajamos esto”, más bien la compra de conciencia -“¿cuánto quieres ganar, cuánto quieres para ti? Nos urgen los votos”. No les urge la problemática social de la gente, no les urge un proyecto, no les interesa eso, les interesa bajar despensas sobre un voto, después, “¡ahí nos vemos y si te vi ni me acuerdo!” (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
El señor Darío López está en un territorio muy cotizado, tierra de elección de un joven y ambicioso líder del PAN, Obdulio Ávila. De hecho, este último fue electo presidente del PAN del DF en 2010 y nombrado subsecretario de gobierno de la Secretaría de Gobernación (a nivel federal) en 2011. Según el señor López, la competencia era desleal:
El día del niño, le digo, bajó… Bueno a todos les dio una calculadora, a todas las primarias, tenemos en Santo Domingo como 10 primarias y 14 secundarias, imagínese una calculadora para cada niño, para cada joven, ¿de cuántos recursos estamos hablando? ¿Usted cree que uno puede competir con eso? Pues no, no tengo eso, lo único que le bajamos a la gente es la labor de que la gente entienda de que estos amigos, que sí nos dan pero nos quitan más cosas, nuestra riqueza natural, a los indígenas les quitan sus tierras, a los campesinos les quitan sus tierras, se las compran, hacen lo que quieren con ellas (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
Es interesante -y muy clásica- la distinción que hace el señor Darío López entre sus propias prácticas- un fin político legítimo (a pesar de que veremos más adelante que también puede ser crítico de sí mismo)- y las de los demás, presentadas como ilegítimas porque tienen un fin meramente electoral o políticamente incorrecto. De forma más general, tanto Bailey (1963) como Briquet (1997) y Auyero (2001) mencionan la diferencia entre involucramiento moral e instrumental. Desde nuestro punto de vista, esta distinción es, en parte, problemática porque generalmente retoma las clasificaciones que los propios actores hacen de sus prácticas y, sobre todo, de las prácticas de sus contrincantes. Es decir, tienen que ser estudiadas por el investigador no como una distinción analítica sino como categorías de clasificación de los propios actores (Garrigou 1992; Offerlé 2011), en un contexto de fuerte competencia, aspecto que los trabajos clásicos sobre clientelismo tomaban poco en cuenta (Vommaro y Combes 2016). La llegada del pluralismo político, de la descentralización y del desarrollo de programas sociales a favor de población específica favoreció el aumento de esta competencia.
Aquí es relevante mencionar otro punto: los políticos tienen una creencia bastante fuerte acerca del impacto de la distribución de bienes sobre el voto22 de quienes los reciben. Pero siempre atribuyen esa práctica a sus contrincantes. Por ejemplo, en el caso de México, es interesante notar que en 2014, durante el debate legislativo alrededor de la Ley en Materia de Delitos Electorales, específicamente sobre los artículos respecto a la compra del voto, la condena de los diputados fue unánime. ¿Tiene que ver con el carácter público de los debates? Es decir, ¿los diputados se posesionan en el debate movidos por un sesgo de debilidad social? La respuesta puede parecer simple a primera vista, sin embargo, considero que se tiene que buscar una explicación más bien en el hecho de que la evaluación moral de los líderes políticos (diputados o líderes barriales) varía dependiendo de su cercanía o lejanía del fenómeno. Es decir, ven sus vínculos con sus seguidores como un involucramiento político o moral y piensan en el vínculo de los demás como instrumental y, por consecuencia, moralmente problemático. Es notable, pues, cómo a lo largo de 20 años de trabajo de campo con líderes políticos en México, siempre me han hablado del clientelismo de sus oponentes y la mayoría parece muy convencida -es decir, no solo es retórica-. Como se mencionó, cuando un actor está cerca del centro de la relación, considera que está basada en la reciprocidad, pero mientras más alejado está, más la califica de clientelista. Pero lo interesante es que la condena no viene solamente de diputados que hacen poca o ninguna gestión, sino también de quienes están muy presentes en el nivel territorial.
Ahora bien, vale la pena enfocarse entonces en las concepciones ético-políticas que desarrollan los actores de sus prácticas. El señor Darío López, por ejemplo, nos permite analizar un caso a fondo.
El trabajo político y las (auto) clasificaciones del quehacer político
Convicción versus cariño
El señor López usa, como ya mencionamos, la distinción entre vínculos morales e instrumentales. El vínculo instrumental, para él, es el establecido por líderes oportunistas o gente interesada, únicamente por aspectos materiales. ¿Qué podemos decir de esta gente? O bien son excompañeros -que traicionaron la causa y merecen una condena moral- o es gente ajena. Es decir, si retomamos el análisis en términos de círculos de relaciones, o salieron del círculo o no nunca formaron parte de él. En resumen: son los contrincantes de quienes hablamos.
Es interesante notar las distinciones respecto a “su gente”, es decir, la gente que forma parte del círculo de la relación. Para el señor Darío López, dos tipos de personas participan en la movilización cuando los solicita (para una marcha, para un mitin del PRD o del gobierno legítimo): la gente de convicción y la gente leal:
Fíjese que mucha gente, que por cariño a uno, porque es la otra parte de la gente, que hay gente que es muy leal, gente que aunque uno la ayude te dice -“ah sí, luego nos vemos”, y nunca la vuelve a ver uno, pero había gente que aparte es de convicción y gente muy agradecida, esas dos partes de tipos de gente son las que levantaron el movimiento en el DF. Este fue el síntoma mayor, yo le llamo un síntoma y fue la gente que sostuvo el movimiento, porque si no podía ir la mamá, mandaba a la hija o mandaba al esposo, entonces nosotros estábamos, siete en la mañana, siete en la tarde y todos los que puedas para la noche, porque teníamos que estar al pendiente, entonces ahí había roles, teníamos una lista y decíamos -“de esta calle les toca a ustedes”, entonces nos organizábamos las colonias por calles, les poníamos una lista y decíamos -“estas 10 gentes les toca el día lunes 3 a tales horas” y así se hacía, entonces empezábamos a forjar así esa situación y así pudimos lograrlo (nota de campo, Ciudad de México, noviembre de 2011).
El señor Darío López explica que, durante la temporada de movilización (alrededor del desafuero de López Obrador y en menor medida del plantón en el Zócalo),23 nunca tuvo que insistirle a la gente. Evalúa su capacidad de movilización a mil personas. Como lo nota Auyero (2001) en el caso de los punteros argentinos, la participación se hace bajo el principio de la gratitud y de la colaboración.24 La participación en un evento se explica por redes sociales anteriores a la movilización y por la naturaleza de la relación entre los vecinos y sus líderes barriales:
Nosotros tenemos asambleas cada 15 días, los miércoles y cuando tenemos una cosa urgente, tenemos un padrón con nombre. Como parte del equipo, como por ejemplo yo, que soy un operador político, lo que hacemos, lo que hago, es que debido a que hay personas que hemos apoyado con permisos para una tienda, tarjetas, despensas, entonces a partir de ahí podemos hablar y decirle:
-“Señora Petra, ¿cómo está?
-¿Qué pasó?
-Mire, necesito que me eche la mano, necesitamos ir a una marcha, tráigase unas cuatro.
-Órale, cómo no, ahí estamos”.
Que a veces la gente no va muy claro por el movimiento, sino va por el compromiso político que tiene con la persona que le está ayudando, es lo que tienen (nota de campo, Ciudad de México, noviembre de 2011).
A veces también, como lo menciona en varias ocasiones el señor López, la gente está cansada y rechaza la solicitud. Tomar en cuenta estos rechazos es sumamente importante desde un punto de vista analítico, como se observará más adelante. Pero por el momento, la cita del señor López nos lleva a preguntarnos sobre las evaluaciones que él mismo hace de sus prácticas.
Clasificar las propias prácticas
Pertenecemos a la Colonia Santo Domingo. Pues, es una Colonia de alta marginidad (sic) y de mucho desempleo, de mucha desigualdad entre las mujeres, de mucha droga, de mucho alcohol. A través de las redes ciudadanas, varamos apoyos: son tarjetas, algunas despensas. Como somos de la comunidad, nos empezamos a meter a hacer política y crecemos más, nos bajan apoyo, y claro, hay que decirlo, a veces, no lo quiero llamar clientelismo, pero sí hay cierta simpatía con cómo uno puede elaborar las cosas ¿no? (nota de campo, Ciudad de México, noviembre de 2011).
Dos cosas aparecen en esta cita. Primero, la cercanía, el cariño que un líder desarrolla hacia la gente a riesgo de algún favoritismo y entonces, usando las palabras del señor López, de “clientelismo”, la cual, por cierto, es mencionada espontáneamente por él.
Érika, otra líder barrial de Iztapalapa, me contó que tiene mucho cuidado de no encariñarse con la gente para no ser parcial o ser vista como tal y cómo eso afecta su vida social: desde su punto de vista, esto le dificulta tener amigos y novio. Pero el caso de Érika es bastante distinto al del señor Darío López: ella llegó al barrio ya siendo adulta y su familia -salvo por sus papás- no viven ahí. En el caso del señor López, en cambio, toda la familia (12 hijos) vive ahí, con sus esposas e hijos. El señor Darío López creció allí y tiene también las amistades de toda una vida. Entonces, el riesgo de favoritismo en la atribución de la ayuda es probablemente permanente. Pero el control del barrio también. La gente está allí y seguramente habla, evalúa la actitud de Darío López (como lo observa Quirós 2011) su conducta -justa e injusta- y pueden dejarlo para seguir a otro líder.25 ¡Y vimos que son muchos en el barrio! Como lo veremos posteriormente, el señor Darío López está preocupado por la necesidad de siempre ocupar su lugar en el barrio, en el sentido de Goffman (1993), y no es nada fácil.
El otro punto que aparece en esta cita tiene que ver con la lista de categorías de personas que podría beneficiarse de la ayuda que proporciona el señor Darío López mediante sus diferentes ventanillas. Permanentemente se genera la clasificación de los que más necesitan. Estas categorías son, en gran parte, generadas por los grandes programas de lucha contra la pobreza del GDF o de las distintas secretarías: “Madre soltera”, “embarazada”, etc. Pero después, dan lugar a una evaluación caso por caso. Si los programas sociales condicionados -como oportunidades (Combes y Vommaro 2017)- intentan identificarlos mediante un aparato estadístico sofisticado, otras ayudas o en los hechos, estos programas distribuidos a escala local mediante líderes dan lugar a una evaluación compleja de quién necesita ser ayudado en el momento preciso de la distribución. Esa evaluación es parte importante del trabajo político que se hace en el barrio: se “bajan” los recursos y se evalúa a quienes tienen que ser integrados en prioridad como beneficiarios desde el conocimiento autóctono, que es parte del quehacer (y del capital) del líder barrial. Julieta Quirós (2011) describe de manera muy fina cómo una puntera peronista evalúa a las personas prioritarias para recibir el programa Jefe y Jefas de Hogar. El caso bonaerense y el caso de la Ciudad de México presentan similitudes por el papel central que tienen los líderes barriales en la mediación administrativa.
Eso nos lleva a recontextualizar las percepciones del señor Darío López en un ámbito más amplio: el de la historia política del barrio y la “economía moral” (Thompson 1993a y 1993b) localizada que existe en esta zona popular específica de la Ciudad de México. Históricamente Santo Domingo se construyó con un rol central de los líderes barriales (Vega 1996). Ese es un primer punto que se tiene que tomar en cuenta y que no es tan relevante para otros barrios populares de la ciudad. Además, a finales de la década de 1990, el primer affaire de clientelismo del PRD tuvo como escenario central Santo Domingo. Un diputado local de distrito, Miguel Bortolini -quien sería delegado de Coyoacán entre 2003 y 2006- fue acusado de “gestionar” leche a cambio de votos. Este affaire, que analicé en su momento en un artículo (Combes 2000), fue sumamente importante tanto en las formas que adquirieron las luchas internas al PRD como en la idea de que el PRI no tenía el monopolio del clientelismo. Desde entonces, la corriente de Bortolini, de la cual forma parte el señor Darío López, vive con el estigma de ser clientelista.
Es decir, el señor Darío López lleva 15 años de militancia con el estigma de clientelismo entre los medios locales (lo menciona seguido en las entrevistas) y los perredistas de clase media de Coyoacán. No se trata aquí de decir lo que es o no es el señor López, sino de intentar entender el impacto de cómo piensa que es visto o cómo impacta en sus interacciones con los demás. Por ejemplo, esa percepción afectó de alguna manera sus interacciones con los jefes delegacionales, que cambian cada tres años. Desde 2000, algunos fueron más cercanos a las reivindicaciones de las clases medias de la demarcación y otros, con bastiones en barrios populares, más cercanos a prácticas populares de la política. En el primer caso, el señor López fue visto como un líder problemático; en el segundo caso, como un líder poderoso con el cual era necesario contar en la escala territorial. Por esa razón, insisto, de haber seguido el camino más común del investigador para llegar a un líder barrial (mediante la recomendación de un líder nacional o del DF, muchas veces de clase media como el proprio investigador) es probable que no hubiera llegado a él. Entonces, esta asignación de identidad lo lleva permanentemente a posicionarse en términos de “eso es clientelismo” y “no es convicción”.
De hecho, a lo largo de las entrevistas, el señor Darío López habla con frecuencia de clientelismo. No fue el caso de otras dos líderes barriales cuya trayectoria también investigué como parte del trabajo de campo y que no usaron ese término: la señora Flor, en la colonia Tránsito (en el centro) y Érika, en Iztapalapa: “¿Las prácticas son distintas?” -No, me confiesa un líder nacional de una organización clasificada como no clientelista. Primero podemos notar que, en México, a las líderes mujeres se las acusa menos de clientelismo. Además, ninguna de mis dos entrevistadas lo menciona porque no fue constituido como un punto de controversia pública en su barrio y en su organización: por diversas razones -entre ellas sus “buenas alianzas” en el juego interno del PRD-, nunca fueron acusadas de clientelismo.
Clasificar a los usuarios
En el caso del señor López -a pesar de que su discurso presenta la ayuda vinculada con fines políticos-, las evaluaciones de quiénes son los más necesitados son permanentes y a veces lejanas a fines políticos. No duda en usar programas para personas que no son los destinatarios designados por la administración. Por ejemplo, indígenas que mendigan en la ciudad y que al no residir formalmente en el DF no tienen derecho de voto.
- Darío: en todo eso estamos metidos, sobre todo cuando uno viene de… Mire nosotros venimos de… Mire mi padre es indígena, somos de la ciudad de Zacatlán, entonces uno sabe los fines que uno trae, entonces cuando nos acercamos a apoyar, a través de las famosas redes, pues nos permitía darles despensas a las gentes que trabajan en la calle, o sea indígenas o los que andan pidiendo limosna, entonces pudimos bajar apoyos a estas gentes para que se pudieran mantener, mucha gente de la Sierra de Puebla, de la Sierra de Chiapas, la Sierra de Oaxaca, venían y… Y bueno lo que nosotros hacíamos era bajar el apoyo… Ahí sí no lo veíamos como una cuestión de clientelismo, porque son gente…
- Hélène: necesitada…
- Darío: ajá, para el caso para votar no sabían ni qué onda, entonces más que nada era por necesidad y por una cuestión de convicción, porque uno… Si te marea el poder, pues ya perdiste (nota de campo, Proyecto PALAPA, 2008).
Entonces, cuando se analiza el trabajo cotidiano del señor López, presente en su barrio todos los días del año, a pesar de su discurso, vemos la complejidad de sus prácticas, de los principios ético-políticos y de justicia que guían sus actos y sus categorías de clasificación. Estamos lejos de una selección que sería solamente “electoralmente redituable” (Tejera Gaona 2010, 55). En otro momento, menciona el involucramiento de su organización social en la causa LGBT.
Tenemos un compañero que es homosexual y una compañera que es lesbiana, entonces como parte de ese movimiento apoyamos, no estaba dentro de los estatutos, pero apoyamos… Hubo varias marchas, inclusive en la Cámara de Diputados apoyamos el matrimonio… Hubo gente que se resistía, por la educación de jóvenes o niños, por la iglesia y había gente que decía: “No, ¿cómo le vamos a entrar a eso?, ¡están locos, a eso yo no le entro!, no, yo tengo una cultura católica, de hecho mi iglesia nos ha dicho que estamos en contra”. Esto es una prueba más de que la iglesia se mete en cuestiones políticas.
Nosotros, decíamos, asumimos el movimiento que cada quien decida, en su independencia, entonces la mayoría apoyó en esa situación de rescatar un derecho que ellos pedían, no se nos hacía justo que no pudieran convivir entre personas del mismo sexo y se entendieran, o sea no veíamos mal eso (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
El cura del barrio los criticó en varias ocasiones en sus misas y la organización social perdió cierto número de simpatizantes. Vemos aquí un caso en el cual el señor Darío López y sus compañeros estuvieron dispuestos a poner en riesgo el trabajo político de años, a veces construido, según sus propios dichos, con la distribución de despensas. Además, parte del trabajo del módulo está dedicado a personas marginadas, una fuente muy poco probable de votos:
Van al módulo todas golpeadas, sin dientes, todas hinchadas, y cuando les decíamos “usted tiene el derecho a proceder”, decían: “Pues no ¿cómo cree?, ¿cómo voy a hacer eso?”… Entonces los talleres de cómo haces un asesoramiento de autoestima, porque hay muchos jóvenes en el alcoholismo y drogadicción, formamos, también, la casa de doble A, un grupo de AA no con las siglas de AA, sino como una casa denominada (nuevo concepto) “ayuda al alcohólico y drogadicto” entonces nace esta casa que todavía existe, todavía está ahí funcionando y la dejamos a cargo de dos, tres señoras, dos, tres gentes y llegan jóvenes de 14, 15 años, 20, igual gente adulta. La que ahorita llega mucho es la gente que está dedicada mucho a lo de la piedra, entonces es lo que nos llega más, pero hay otros grupos que… Como ahí están muy apapachados, pues se nos van, no están a fuerzas, en el mercado de la Bola nos ayudan mucho con lo de la comida, nos bajan la papaya, la papa, todo lo que haya, lo que ya no sirve nos lo mandan, entonces los propios internos la limpian y hacen su comida (nota de campo, Ciudad de México, noviembre de 2011).
Así, vemos que parte del trabajo político que hace este líder en el barrio está guiado por sus concepciones ético-políticas de la justicia y no únicamente por el juego político y partidista. ¿Por qué entonces poner por delante los cálculos, las tácticas, cuando habla conmigo y no valorar la dedicación a sus ideales? Me parece que pueden ser propuestas dos hipótesis. La primera tiene que ver con el papel, en el sentido de Goffman (1993), que está asignado al señor Darío López y que intenta cumplir, incluso conmigo.26 En su partido y en las movilizaciones del gobierno legítimo”, la expectativa que los líderes de primer plano tienen de un líder barrial, como el señor López, es que sea un líder poderoso, capaz de movilizar a su gente rápidamente.27 Entonces, como lo hace dentro del partido, quiere demostrarme que es un líder capaz de movilizar y pone énfasis en eso.
La segunda hipótesis tiene que ver con la circulación de los conceptos de ciencias sociales que acaban ordenando el mundo de los actores que al principio estudiaban. Como menciona Bourdieu (2001), los agentes sociales no son bichos que se dejan clasificar sin reaccionar. Retoman, cuestionan y se apropian las clasificaciones que la sociología hace de ellos. Las teorías sociológicas circulan y son retomadas por los propios actores. El señor Darío López está empapado de estos esquemas de interpretación del mundo, acuñados en México por los académicos y explicitados a través de crónicas en medios televisivos, radio o periódicos:28 el juego político es un juego de interés material; el líder barrial es clientelista. Estas escenas se vuelven entonces una suerte de lentes a través de los cuales los actores -cuando se les pide- analizan, ordenan y valoran sus prácticas y las de los demás. Entonces el señor Darío López intenta -en la versión que me da- hacer un bricolaje entre estos principios de interpretación y la política vivida, para retomar los términos de Quirós (2011).
Otros aspectos de la construcción de su papel, en el sentido de Goffman (1993), es su conocimiento y control del barrio; ahí también es un “quehacer” político muy valorado por dirigentes nacionales.
¿Controlar su territorio o ser controlado por él?
Los líderes buscan mostrar que tienen un conocimiento profundo de su territorio y que incluso, a veces, lo controlan. Eso me dice el señor López la primera vez que nos encontramos:
Sabemos dónde vive el que roba, el que roba carros, el que se dedica a secuestro… También tenemos esa capacidad, sabemos en dónde vive el que se dedica a vender droga, la mujer infiel, le sabemos todo… Todo esto es parte de que estamos en la comunidad (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
También reconoce que eso tiene implicaciones para él en diversos sentidos:
(…) Pero a veces también respetamos las normas que las propias colonias nos permiten porque no nos vamos a meter así nomás… Porque si no un día voy a aparecer por ahí muerto, la verdad es una colonia muy difícil… (entrevista, Proyecto PALAPA, 2008).
Algunas semanas después de haber hecho la primera entrevista con el señor Darío López fui a su barrio, sin reparar en él y sin darme cuenta que estaría en “su territorio”. Marisol -la estudiante de la UAM que realizó la primera ronda de entrevistas conmigo- y yo acudimos a una cita que teníamos en Santo Domingo. Llegamos muy temprano así que paseamos en el barrio para empaparnos del ambiente y, de paso, visitar un parque cercano recientemente rehabilitado. Estábamos caminando en una calle tranquila del barrio cuando llegó un coche negro con vidrios obscuros, se detuvo a nuestra altura. Marisol apretó mi brazo. La ventana se abrió:
“Hola doctora, ¿nos visita?” -el señor Darío López está sentado al lado del conductor y nos saluda con buen humor- “¡podría avisar antes de venir! Por suerte, me dijeron. Le quería presentar al Puma” -refiriéndose al chofer, lo recuerdo obviamente con cara de malo-, “le presento a mi amiga la doctora Helen que viene de Francia”. Dirigiéndose a mí otra vez dice: “El Puma es un líder de la comunidad. Prefiero que sepa que usted es mi amiga”. Una vez hechas las presentaciones, podría andar sin problemas en el barrio ya que, en adelante, “el líder de la comunidad” me protegería o, por lo menos, no me daría problemas.
¿Qué nos dice del señor López esta experiencia? Es probable que nos haya encontrado por casualidad, sin embargo, tanto delante de mí como del Puma -quien posiblemente más que líder comunitario era un delincuente de la zona-, quiso dar la imagen de un líder poderoso que controla su territorio. Al Puma le presume el hecho de conocer a “la extranjera” y le muestra su capacidad de saber quién anda en el barrio. A mí me hace notar que no puedo andar en su territorio sin que él lo sepa y que tiene un conocimiento de todo lo que pasa en él. También me da a entender que tiene la capacidad de protegerme de un posible secuestro o asalto cometido por el Puma o su gente. Entonces, para causar un efecto en mí o en el Puma (o en ambos), mantiene la fachada, para retomar la palabra de Goffman (1993), de un líder poderoso.
En el sentido de Goffman, está en su papel de líder y eso es claro en esta escena. Pero el señor Darío López, ¿es un intermediario tan poderoso en todos los ámbitos, como intenta mostrarnos? En otra ocasión, descubrimos lo que ocurre en el detrás de escena (Goffman 1993).
Cuando nos vemos en el comedor comunitario, a lo largo de las dos horas que pasamos ahí, el señor Darío López se muestra entusiasta delante de las cocineras y de los últimos usuarios. Pero desde mi llegada noté su rostro cansado y preocupado. Le pregunté por cortesía y me respondió en voz baja “le contaré más adelante”. Al irnos juntos, caminando en la calle hacia su coche, porque propuso llevarme a mi casa, me dijo “estoy a punto de divorciarme”. Me explica entonces que perdió el apoyo del diputado local para el financiamiento del módulo de su organización. Y que, además de la renta del módulo, tiene que dar dinero también para el comedor comunitario. Ni el apoyo del GDF ni el de la familia que presta la casa ni tampoco la cuota de 10 pesos para la comida son suficientes para cubrir los gastos del comedor. Tiene que sacar 10 mil pesos del presupuesto familiar para sus actividades barriales. Su esposa lo amenaza con dejarlo si no soluciona eso en poco tiempo. Sin embargo, para el señor López resulta imposible cerrar el comedor comunitario: “Parte del barrio come ahí. Si lo cierro, no podré pisar el barrio sin que me echen la madre. Ya no podré vivir ahí, en el barrio donde crecí”. Caminábamos mientras yo escuchaba su relato, cada 5 metros alguien lo saludaba y varias personas lo detuvieron para hacerle una solicitud (nota de diario de campo, Ciudad de México, abril de 2010).
De acuerdo con distintos trabajos sobre el tema, en muchas ocasiones, los habitantes están atentos a que “el político devuelva” (Tosoni 2007, 54; Banégas 2011) y en caso de “no cumplimiento del “donatario” puede dar lugar a la protesta del “donante” (Tosoni 2007, 57). Además, como se menciona en la presentación del dossier, un prejuicio común es que los políticos y los intermediarios lucren con la política. El caso del señor Darío López demuestra que el flujo de los recursos no es unidireccional y que el trabajo político implica, a veces, usar sus recursos personales para seguir “trabajando”.29 Como lo señalan los coordinadores de este dossier, el puesto de trabajo político es frecuentemente producido y reproducido por el propio trabajo (Hurtado, Paladino y Vommaro 2018): si el señor Dario López cierra su comedor comunitario pierde parte de lo que constituye su trabajo político en este momento. Además, en la literatura sobre el clientelismo, sería un intermediario dominante en la relación clientelar. Tanto el relato del encuentro con el Puma como la confesión sobre sus problemas de “lana” (dinero) confirman el poder heurístico de tener una reflexión, en términos de sociología goffmaniana, de la “presentación de sí” (Goffman 1993). En el caso del señor López, no se puede entender su lugar en el barrio sin tomar en cuenta sus 25 años de militancia y cómo eso crea obligaciones que tiene que cumplir, a cualquier precio, para sostener su papel de líder barrial. En este caso, siguiendo los trabajos que realicé con Gabriel Vommaro, un análisis en términos de “economía moral” cobra todo el sentido. Las relaciones con “su” gente, tienen entonces que ver con el papel que le asigna la propia gente y están construidas con las expectativas que genera un líder barrial en su comunidad: apoyar en cualquier momento del día y de la noche. Además, como lo mencionan Vommaro y Quirós (2011, 79), los programas de lucha contra la pobreza generan en los barrios populares expectativas pensadas por la población como un derecho.
Conclusión
En este artículo se analizó el trabajo político realizado a escala territorial por un líder barrial de la Ciudad de México. Con apoyo en una socióloga comprensiva y el análisis de una trayectoria específica, se trató de entender cómo el líder hace un trabajo de construcción de los beneficiarios de los programas sociales a escala territorial y cómo obtiene recursos que no llegarían allí sin su trabajo. El artículo buscó, entonces, ofrecer una visión alterna a los análisis que enfatizan únicamente la captación de recursos públicos con fines electorales por parte estos líderes. Al compartir con las lectoras y lectores el mundo del intermediario, fue posible mostrar la complejidad de su actuación. Así, el artículo analizó también con detalle los dilemas morales y políticos que guían su conducta. Sin juicio moral, se buscó comprender cómo el trabajo político se inserta en acciones donde la dimensión instrumental, vivida o representada, se entremezcla con la dimensión moral e ideológica. No obstante, más allá de la sociología comprensiva escogida aquí para descubrir su mundo, sería interesante entender cómo el papel de líder poderoso en su pequeño territorio -y que se califica a sí mismo de clientelista- tiene efectos performativos tanto en las expectativas de los vecinos -que no tratamos aquí más allá de los dichos del señor Darío López- como en la actitud de sus interlocutores, especialmente, los funcionarios en las distintas administraciones.