¿Un alcalde del Sur? Geografía imaginaria del voto en Quito
Los comicios para alcalde de Quito en marzo de 2019 trajeron consigo un momento extraordinario de conmoción social. Al cierre de la jornada electoral siguieron largas horas de incertidumbre por la falta de información oficial sobre los resultados, pues a diferencia del resto de ciudades del Ecuador, el caso de Quito se caracterizó por una lentitud inusual en el procesamiento y difusión de los datos. En este contexto, se produjo un ambiente desbordado de elucubraciones, más aún al conocerse las primeras tendencias que mostrabana Jorge Yunda en primer lugar, contradiciendo los pronósticos de las encuestas previas, que aseguraban el triunfo del ex alcalde Paco Moncayo (El Comercio 2019a; 2019b; 2019c; Vaca 2019).Así, durante el dilatado tiempo en que se iba confirmando la tendencia, se produjo un desborde de emociones colectivas que desembocó en una reacción de rechazo inicial al candidato que se erigía como triunfador. Este rechazo, expresado principalmente en la viralización de “memes” en las redes sociales, estuvo marcado por un potente contenido clasista y racista que descalificaba al nuevo alcalde por su origen popular y su fenotipo racial.
En esta coyuntura, la primera reacción ciudadana para explicar este resultado fue la idea de que el triunfo del nuevo alcalde tenía asidero en la votación de la población del Sur de la ciudad.No obstante, en los días siguientes a la oficialización del resultado, los analistas políticos se preocuparon en comprobar si esta idea tenía asidero objetivo en la territorialización de los votos. Mediante la georreferenciación y la elaboración de mapas, desmitificaron esta hipótesis llegando a la conclusión de que el triunfo de Yunda no obedecía a un clivaje particular en el Sur de la ciudad, sino a una votación constante, aunque baja, pero en todo el territorio del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ)(Rodríguez 2019; Viteri 2019). Descartada esta primera elucubración,aparecieron nuevos temas explicativos que tomaban como base las características atípicas de esta elección como la gran cantidad de candidatos: 18 candidaturas inscritas, 11 más que en la elección de 2014; y la gran dispersión en el voto, pues el triunfo se estableció con un porcentaje cercano al 22%, frente a una tradición de alcaldías anteriores que lograban el voto de al menos la mitad del electorado(Vaca 2019).
De esta forma, poco a poco, el acontecimiento inesperado se volvió inteligible por medio de explicaciones fundamentadas y la información verificable se impuso fácilmente a la especulación ciudadana, vista como producto de la conmoción sucedida en las horas de incertidumbre postelectoral. De cierta manera, se conjuró lo que la imaginación puede inventar mediante la veracidad fáctica de los datos objetivos. Sin embargo, si las coyunturas políticas resultan eventos excepcionales en los que afloran las tensiones latentes, cabe preguntarse: ¿por qué apareció el Sur como explicación del triunfo de un alcalde identificado como distinto a las élites y clases medias?, ¿qué emociones movilizaron los contenidos racistas-clasistas de rechazo hacia el nuevo alcalde? Desde los estudios de imaginarios urbanos, dedicados a tomar en serio las fantasías, invenciones y censuras que surgen de las subjetividades ciudadanas, estas preguntas cobran sentido.
Este artículo toma como pretexto la trama de significaciones que se activaron en la coyuntura política para reflexionar sobre los procesos de politización de la segregación socioespacial en Quito. Partimos de que la referencia al Sur como responsable del triunfo del alcalde Yunda resulta sintomática de cómo se representan simbólicamente las demandas de mayor isotropía, entendida como distribución equitativa de servicios urbanos,en una ciudad marcada por las desigualdades sociales. Pero introducimos el paradigma del reconocimiento como marco conceptual útil para comprender el sentido político que se ha gestado en la zona Sur de la capital ecuatoriana, a partir de la reivindicación de la pertenencia territorial.
La isotropía urbana en el debate político quiteño
Desde la implementación de la Constitución de 2008, la representación política en el DMQ ha tenido cambios trascendentales. Este nuevo marco normativo introdujo el principio general de “acercar las autoridades a los territorios”, lo que se tradujo en la creación de los actuales “distritos electorales”. Así la capital ecuatoriana pasó de ser un territorio único en términos electorales, a componerse de tres distritos urbanos correspondientes a las zonas Sur, Centro y Norte; además de un cuarto distrito que abarca toda el área rural. El espacio institucional en el cual este cambio ha tenido efectos directos es la conformación del Concejo Metropolitano que antes estaba constituido por 15 integrantes de las distintas fuerzas políticas y que ahora se constituye con 21 concejales en donde cada distrito pone una cuota determinada de representantes.
En el nuevo modelo, las organizaciones políticas de minoría pierden representación y la gran innovación política se produce en la representación territorial gracias a las circunscripciones, aunque estas no se corresponden con las administraciones zonales que son la institucionalidad descentralizada para la ejecución de la política municipal. El punto central de este cambio radica en que la representatividad territorial puede generar una mayor y mejor expresión de demandas localizadas, dada la inequidad territorial en la distribución de infraestructuras y servicios característica del DMQ. Así, el principio de cercanía de las autoridades a los territorios permite una nueva praxis política en la que los problemas puntuales de las circunscripciones se anteponen a los problemas comunes de toda la ciudad.
Esta conformación del Concejo Metropolitano acerca a las autoridades al territorio y, por ende, logra un mayor nivel de representación de las demandas. El concejal tiene una adscripción territorial más o menos referencial, pues se trata de zonas amplias. Sin embargo, esto ha tenido consecuencias colaterales. Por un lado, conforme más pequeño es el distrito, los mecanismos de asignación de escaños producen un resultado favorable a las mayorías o, en el mejor de los casos, a la primera minoría, lo que establece de facto un modelo casi bipartidario. Por otro lado, la representación local ha provocado un cierto debilitamiento del debate de las problemáticas globales de la ciudad en la medida en que los intereses y expresiones están más cerca de las reivindicaciones específicas(Barrera y Novillo 2017, 156).
Este nuevo contexto resulta indispensable para entender la manera en que se ha posicionado “el Sur” en las contiendas electorales más recientes. Durante el trabajo de campo en esta zona de la ciudad,fue posible dar cuenta de tres procesos electorales, aunque el interés investigativo no estuviera enfocado en la política local. En la campaña política para las elecciones municipales de 2014, varias organizaciones sociales y culturales de la capital ecuatoriana apelaron al eslogan: “El Sur también es Quito”, para comprometer a los candidatos a la alcaldía a reforzar la atención a esta zona. Este eslogan resultó una forma de politizar la inequidad que históricamente ha caracterizado aeste sector de la ciudad.
Pocos años después, en la campaña para las elecciones de representantes provinciales a la Asamblea Nacional en 2017, varias de estas organizaciones sugerían que quienes aspiraban al cargo por el distrito electoral Sur de Quito debían residir en ella y no únicamente “conocer las necesidades”, para representar adecuadamente las demandas de la población de esta zona. Desde su perspectiva, consideraban una impostura pedir votos a los residentes del Sur y vivir en zonas consideradas de mejores servicios y de mayor estatus.1
Para la elección a la alcaldía en 2019, estas organizaciones orientaron su quehacer político hacia el reto de unificar figuras políticas para impulsar “una candidatura del Sur” capaz de llegar a la alcaldía desde esta plataforma. En sus cálculos consideraban que la densidad de la zona más poblada de la ciudad, especialmente los sectores de Quitumbe, Turubamba y Solanda, podría garantizar un triunfo electoral. Sin embargo, la fragmentación política que caracterizó a la elección en general influyó para que esta propuesta no se concretara en un liderazgo único.
Lo que resulta notorio en esta síntesis de un proceso de varios años es el crecimiento del horizonte político de las organizaciones del Sur. La demanda inicial,limitada a recibir más atención, se ha ampliado hacia la posibilidad de incidir decisivamente en la definición de la máxima autoridad de la ciudad. Aunque no se trata de una relación causal, es necesario considerar el paralelismo entre el nuevo marco normativo que promueve una mayor filiación territorial de la representación política mediante los distritos electorales, y el crecimiento del panorama de incidencia del Sur en la política local, que imagina la posibilidad de “poner alcalde”.
Pero lo paradójico de la elección de 2019 es que, a pesar de que en el campo de la práctica política la idea de una alcaldía del Sur resultó un intento fallido, el primer significado que se dio al resultado es precisamente que esto había ocurrido. Esta paradoja se vuelve más profunda si se considera dos procesos: por un lado, la heterogeneidad social del Sur actual en la que coexisten clases populares y clases medias con un importante poder adquisitivo que hace difícil una visión única de las demandas de este territorio. Por otro lado, el declive de las organizaciones barriales que estaría en un momento de reducida capacidad de incidencia en la política local.
Respecto a la diversidad de intereses al interior del Sur, una manera sintomática de constatarla es precisamente poner atención al voto. Uno de los pocos análisis que existen acerca del resultado electoral es el propuesto por Unda (2019). Su explicación de las preferencias del electorado entre los cuatro candidatos con mayor puntaje se guía por una visión socioespacial de los territorios. Mediante la desagregación del voto al interior de las parroquias que componen cada circunscripción electoral del DMQ, muestra la similitud de las preferencias electorales entre las periferias tanto del Norte como del Sur, y a su vez ciertas similitudes entre las zonas más consolidadas de ambas circunscripciones. A una menor escala, la “territorialidad” del voto se vuelve más notoria y esto sería el reflejo de las condiciones sociales mayoritarias de cada localidad.
En sus palabras, “el voto en Quito tuvo un sello social inequívoco, y los distintos grupos sociales actuaron guiados por su instinto de clase, resultando en una votación relativamente homogénea socialmente” (Unda 2019, 41). Esta lógica es clara al analizar la votación de la circunscripción Sur en la cual las parroquias con mayor población correspondiente a clases populares se inclinaron por las candidaturas de Yunda y Maldonado, y en los barrios de clases medias se incrementó la aceptación de las candidaturas de Moncayo y Montúfar.2 Por ahora este dato sirve para pensar que la diversidad social del Sur tiene su correlato en las preferencias políticas y que la idea de un Sur como bastión de “lo popular” es precisamente una representación mitificada.
Sobre el declive del movimiento barrial, existe mucha más información. Un punto en común de la bibliografía disponible señala que,en lo que va del presente siglo, el llamado “movimiento barrial” se encontraría en un momento de crisis. (Torres 2016; Unda 2004; Barrera 2004).Estos autores señalan que el movimiento barrial habría tenido una suerte de “edad de oro” durante la década de1980 con el despliegue de la movilización a fin de conseguir la atención municipal en la implementación de servicios básicos. Incluso según Torres,en este momento de alta politicidad, las organizaciones barriales lograron cierto nivel de asociación entre ellas, lo que llevó a plantearse temas que sobrepasan la atención inmediata de los déficits de infraestructura y servicios:
Algo inédito ocurrió en el movimiento poblacional quiteño con la formación de las organizaciones barriales de nivel federativo, organizaciones de segundo grado, que bajo la denominación de federaciones, cooperativas y uniones buscaban representar zonalmente a los barrios con agendas que iban más allá de las demandas inmediatistas de infraestructura urbana, interpelando la política urbana concertada con una agenda de reivindicaciones urbanas […], y protagonizaron numerosas luchas contra la cota de altura urbanizable, emplazamientos inadecuados de plantas industriales en los contornos de los barrios periféricos, el hospital del sur, la defensa de los mayores espacios verdes ahora constituidos como parques metropolitanos, entre otras (Torres 2016, 76).
Por su parte,Novillo sostieneque la vitalidad del movimiento urbano quiteño tiene un marco temporal más amplio, en tanto abarca la década de 1990 y se extiende hasta el primer quinquenio del siglo XXI. Su lectura se sustenta al introducir la relación de las luchas sociales locales con los movimientos sociales globales mediante instancias como el Foro Social Mundial y su aterrizaje en los problemas urbanos. En sus palabras, “el movimiento popular urbano de Ecuador tuvo un desarrollo destacado desde los años 90 y respondió a un escenario particular de consolidación de una agenda regional de lucha por el derecho a la ciudad; sin embargo, en la última década, no ha encontrado asideros sobre los cuales anclarse” (Novillo 2015, 32).
Si bien estos y otros estudios sobre la política local coinciden en el declive del movimiento barrial quiteño a inicios del presente siglo, también presentan diferencias respecto al alcance de distintos factores de este debilitamiento. Así aparecen elementos de análisis como 1) las sucesivas iniciativas de institucionalización de la participación ciudadana desde la Municipalidad; 2) el fortalecimiento de las lógicas clientelistas de gestión de demandas y lealtades políticas; 3) el posicionamiento de Quito como escenario privilegiado de la contienda política nacional; 4) la hegemonía cultural de las élites para definir la identidad de la ciudad, entre los más importantes(Burbano de Lara 2009; Unda 2004; Barrera 2004; Torres 2018). A estos factores se pueden añadir temas más recientes como la profundización del tutelaje de los movimientos sociales durante el Gobierno correísta, en el cual según Novillo las organizaciones sociales fueron instrumentalizadas como la contraparte social que defiende la actuación gubernamental, restándoles autonomía en trazar objetivos propios (Novillo 2015).
Entonces, si en términos socioeconómicos el Sur alberga distintos estratos sociales que no necesariamente comulgan en demandas e intereses únicos, y en términos políticos la organización barrial estaría en declive y sin el tiempo necesario para recomponerse después de un período de mayor tutelaje, ¿tiene sentido pensar en un crecimiento en el horizonte político de las organizaciones del Sur? Creemos que esta lectura tiene cabida, si en lugar de atender a las prácticas de las organizaciones políticas formales, volcamos la mirada hacia los procesos cotidianos de politización de la tradicional desvalorización simbólica del Sur de Quito. Para tejer esta lectura,se desarrolla brevemente algunas ideas centrales del paradigma del reconocimiento aplicado al tema de la segregación urbana.
La segregación como problema de reconocimiento
En los últimos 20 años, el Sur de Quito ha experimentado un importante proceso de consolidación urbana, no solo por la dotación de servicios básicos como agua, luz eléctrica y alcantarillado, sino también por el desarrollo de centros de comercio y abastecimiento masivo como los centros comerciales, y más recientemente por la implantación de infraestructuras de salud, educación y de administración pública significativasen este territorio. Este mejoramiento no significa que los desequilibrios territoriales se hayan resuelto completamente, pues los análisis especializados señalan una estructura o matriz segregativa que resulta muy difícil de desmontar. Es claro que si bien Quito es actualmente una ciudad más isotrópica que hace 20 años, persiste una estructura de desigualdad territorial en la cual, sobre la histórica división norte-sur, se ha superpuesto un modelo centro-periferia en el que los extremos de la ciudad presentan menores condiciones de vida que los núcleos centrales(Godard y Andrade 2017;Unda 2019).
En trabajos anteriores hemos argumentado que lo particular del caso de Quito es una situación de “segregación imaginaria”, en tanto se mantiene activo el discurso del Sur como lugar subalterno, a pesar de la reducción del déficit de equipamientos logrado en las últimas décadas (Santillán 2019b). El imaginario es capaz de imponerse a la realidad fáctica precisamente porque se nutre de los deseos colectivos y la energía de la creatividad ciudadana; como sostiene Silva, una situación “es real porque es imaginada” (Vera 2017, 335). De esta manera, el concepto de imaginario permite ampliar la comprensión simbólica de la segregación, pues muestra que la estigmatización de un lugar puede permanecer vigente pese a las transformaciones de sus condiciones materiales. Esto implica que el orden simbólico tiene una independencia relativa física de la ciudad y que los procesos de significación del lugar son en sí mismos una arena de disputas territoriales al igual que sus problemáticas materiales (Santillán 2019a).
El trabajo de Wacquantha sido un referente en el estudio de los estigmas territoriales; la noción de “topografía de desprestigio” (Wacquant et al. 2014, 226) permite comprender que la ciudad se puede analizar no solo como una cartografía de las desigualdades materiales, sino una cartografía de la desigualdad en el acceso al capital simbólico. También Sabatiniaporta la noción de “segregación subjetiva” (Sabatini 2006, 20) para dar cuenta de los efectos simbólicos negativos de los barrios de menor prestigio. Para los pobres urbanos, “los estigmas territoriales recaen sobre sus espaldas como desaprobación social, limitando significativamente sus oportunidades laborales y de integración funcional y simbólica a la comunidad mayor de la ciudad” (Sabatini 2015, 32). Otros trabajos coinciden en la profundización de este efecto negativo de confinamientode las poblaciones vulnerables; es el caso de la noción de “segregación agravada” que proponen Carman et al.(2013, 23) para enfatizar la diferencia entre quienes están atados a un territorio porque no tienen otra opción, frente a quienes optan voluntariamente por la autosegregación, como es el caso de los grupos poseedores de mayores capitales.
Estos aportes han ampliado profundamente la comprensión de la segregación urbana, pero queda aún pendiente la representación en el debate político de los conflictos que conlleva la segregación subjetiva. Este planteamiento invita a pensar que, en este énfasis en el estudio de la política urbana como expresión de conflictos económico-territoriales, quedan relegadas a un segundo plano problemáticas relacionadas con el trabajo de significación que dota de sentido a los espacios marginales. Entonces vale preguntarse no únicamente por las desigualdades objetivas de las ciudades, sino también por las narrativas que se tejen sobre determinados lugares calificados como “carentes”, “desatendidos”, “marginados”, etc., ya sea desde las instituciones públicas, los medios de comunicación o la conversación cotidiana. Así, aunque esta línea de trabajo no es la predominante, en la región existen investigaciones muy significativas que apuntan a problematizar la estigmatización desde las sensibilidades y los puntos de vista de las poblaciones segregadas (Segura 2013; Cervio 2008; Márquez 2013; Elorza 2019).
Sin embargo, queda pendiente dar una perspectiva política a la dimensión subjetiva y simbólica de la segregación, capaz de hacerla existir en el lenguaje del debate político. La reflexión crítica sobre las desigualdades se ha fortalecido ampliamente en la región y cuenta con una comunidad académica y un espectro de movimientos sociales urbanos que trabajan en torno a conceptos como “justicia espacial” o “derecho a la ciudad”, como categorías útiles para politizar la exclusión socioespacial que representa para los pobres urbanos la segregación. Pero bajo esta mirada, el campo de disputa por las significaciones y el orden simbólico parece un problema secundario, cuya resolución se desvanecería al conquistar una ciudad más isotrópica. Como bien señala Melé:
La situación actual y reaparición de las teorías marxistas en los estudios urbanos bajo la influencia de la geografía radical plantea una paradoja. Por una parte, genera un nuevo interés por el estudio de los conflictos urbanos pero, al mismo tiempo, limita el análisis de las dimensiones políticas de estas situaciones, ya que se enfoca en las dimensiones económicas y los vínculos entre conflictualidad y recomposición neoliberal del capitalismo(Melé 2016, 131).
Con miras a fortalecer la proyección política de la segregación subjetiva,proponemos introducir como matriz teórica el paradigma del reconocimiento. Aunque sean muy escasos los trabajos sobre conflictos urbanos que han acogido las preocupaciones por el reconocimiento, esta entrada ha sido uno de los pilares conceptuales en el campo de los movimientos sociales, pues permite comprender el sentimiento de desvalorización como uno de los principales motores que alimenta las reivindicaciones sociales. Una noción sugerente en este campo es la de “escasez de respeto”:
Cuando la sociedad […] solo destaca a un pequeño número de individuos como objeto de reconocimiento, la consecuencia es la escasez de respeto, como si no hubiera suficiente cantidad de esta preciosa sustancia para todos. Al igual que muchas hambrunas, esta escasez es obra humana; a diferencia del alimento, el respeto no cuesta nada. Entonces ¿por qué habría de escasear? (Sennett 2009, 18).
Esta reflexión apunta a que el respeto es un elemento sustantivo en los vínculos sociales, sin embargo, su asignación depende de complejos mecanismos mediante los cuales solo determinadas formas de vida son consideradas valiosas. A diferencia de términos sociológicos como “estatus” o “prestigio” que permiten captar las jerarquías de valoración social, el problema del reconocimiento presenta un componente de reciprocidad, y de ahí su valor como categoría para entender la trama de las interacciones sociales. En una línea similar se destaca el trabajo teórico de Honneth(2011; 2009);para problematizar la asignación de reconocimiento, el autor utiliza la manifestación de su contrario, el desprecio, y así logra captar el problema no como la ausencia de algo, la “falta de reconocimiento”, sino la forma activa de su negación: la asignación de menosprecio. Su argumento se inscribe en la tradición de la teoría crítica y propone que el desprecio constituye un estado de alienación social que impide reconocer la valía de determinados sujetos y/o prácticas.
Siguiendo los lineamientos de debate teórico acerca de las especificidadesy conexiones entre las demandas de redistribución y las de reconocimiento (Fraser 1997; Honneth 2010; Sennett 2009), consideramos que el problema de los efectos de los estigmas territoriales sobrepasa el plano de las carencias materiales, y por lo tanto su visibilidad política no basta con abogar por el mejoramiento de la isotropía urbana, aunque esto sin duda es importante. Como se muestra a continuación, en el caso de Quito el paradigma del reconocimiento resulta un insumo apropiado para desarrollar una lectura alterna de la proyección política de la disputa por la asignación de capital simbólico.
Los repertorios de significación del espacio estigmatizado y su proyección política
El estudio de los estigmas territoriales ha generado importantes trabajos que muestran el punto de vista de los sujetos que habitan lugares sistemáticamente desprestigiados. Lo común en estas situaciones es que el desprestigio del lugar se traslada a sus habitantes, otorgándoles atributos negativos tales como pobreza, criminalidad, vicios, etc. Aunque cada contexto es diferente, los estudios hablan de un repertorio de estrategias que van desde el ocultamiento hasta la reivindicación que se establece de acuerdo a lo que se espera lograr de la interacción con diversas instancias como instituciones de gobierno, medios de comunicación, el mercado laboral, entre otros(Wacquant et al. 2014, 220).En este panorama,las estrategias más referidas se ubican precisamente en los extremos; por un lado, están documentadas estrategias de negación del lugar de residencia como dar direcciones falsas o evitar recibir visitas. Por otro lado, las formas de activismo que disputan la presencia en los lugares también han sido investigadas en casos como organizaciones que demandan servicios, que impiden acciones de desalojo o intervienen estéticamenteel barrio para darle una contraimagen positiva.
Este repertorio es pertinente para describir distintas formas de disputar la significación del Sur de Quito, pero si se considera la situación de “segregación imaginaria” mencionada, el escenario de disputa cambia. La desvalorización sistemática del Sur deviene menos de una situación objetiva de carencias en la dotación de servicios, cuanto de la reproducción de una narrativa de menosprecio. Esta narrativa muchas veces se enuncia con consciencia de su sentido contra-fáctico, pues a pesar de que se tiene cierto conocimiento de que la situación real no es como se la representa, esto no impide el ritual de humillación que se expresa en la interacción comunicativa.
En este contexto, durante las dos últimas décadas y a la par de la consolidación urbana se ha producido una contraimagen afirmativa del lugar. Frente a la imagen negativa clásica del Sur basada en asociaciones con la carencia económica, la delincuencia e inseguridad y la falta de servicios que lo hacían “pobre”, “feo”, “sucio”e “inseguro”, se puede apreciar en la actualidad una autorrepresentación afirmativa que otorga al Sur virtudes morales que se anteponen a las cualidades del llamado Norte como “ser más alegres y divertidos”, “ser más sociables y solidarios” o “pagar las cuentas en efectivo” (Santillán 2019b). No obstante, esta autorrepresentación positiva está focalizada en la misma población del Sur y no necesariamente es compartida por el resto de la población de la ciudad. Es decir que no se produce la situación de reciprocidad que Honneth plantea como necesaria para el ejercicio efectivo del reconocimiento.
Por eso en Quito la pregunta ¿dónde vives? implica necesariamente ubicarse en una geografía simbólica en la que la adscripción al Sur conlleva el conflicto potencial o latente de la desvalorización. Por ello cualquier respuesta que se declare ante la pregunta implica un posicionamiento consciente o inconsciente del campo semántico que se deriva de la imagen estigmatizada. Es este escenario, el que provee el material para pensar una suerte de micropolítica cotidiana que disputa la significación del Sur. Esto no quiere de decir que hayan desaparecido las estrategias de negación y ocultamiento que aún persisten de manera sutil en situaciones como evitar mencionar el barrio preciso y declarar que sencillamente se “vive en el Sur” como localización genérica, o modificar el lugar sustituyendo el barrio de residencia por otro dentro de la zona Sur pero con mejor reputación, como la “Villa Flora” o “El Recreo”,3 que son los más nombrados en esta estrategia. También se puede mencionar verazmente información precisa del barrio o sector, pero existen diferencias importantes en el posicionamiento de esta respuesta que se manifiestan en la entonación; así como puede expresarse en tono afirmativo y de orgullo,también hay ocasiones en que se expresa como disculpa por no ser la respuesta aprobable por quien pregunta.
No obstante, emergen también reacciones que muestran la inconformidad con la narrativa desvalorizante. Por ejemplo, se ha fortalecido mucho una actitud deignorarlos agravios, en la que los residentes del Sur optan por hacer caso omiso a las bromas bajo la certeza de que la realidad no es como la representan las injurias, y por ende afirman “no perder tiempo en dar explicaciones”. Si bien el sentido reivindicativo de esta opción es ambiguo en tanto oscila entre ser indiferente o condescendiente con el agravio, al menos se asienta en la certeza de que la situación desfavorable que se endilga termina por ser irreal o falsa. La agencia más notoria se expresa en la variedad de formas de enfrentarutilizando la imagen mítica del Norte como antagonista. Generalmente se apela a virtudes morales y la vida vecinal: “Acá somos más solidarios”, “acá hay más alegría”, “acá se mantienen las tradiciones culturales”, “allá viven encerrados”, “allá la calle es muerta, no hay vida”; a las ventajas de la consolidación urbana“acá tienes todo y más barato”; o cuestionando el sentido de superioridad del Norte como lugar de enunciación: “Porque tienen más se creen más”, “acá hay más dinero en efectivo, allá solo usan tarjetas”, “allá presumen el carro, pero no tienen para la gasolina”.
Finalmente se puede apreciar formas de utilizar a favor la localización en el Sur, que consiste en capitalizar simbólicamente la procedencia al Sur como carta de presentación que asigna ciertos atributos como rebeldía o tenacidad: “El rock del Sur es auténtico”, “el grafiti del Sur es mejor”. Incluso en ciertas ocasiones se refiere a una forma de ser respetado por ser temido, asumiendo en su favor los aprendizajes de la supuesta peligrosidad del lugar, “conmigo no te metas que yo soy del Sur”.
Este entramado de disputas que se despliega en torno a la pregunta por el lugar de residencia muestra que la isotropía no es el único punto en conflicto de una ciudad en la que conviven sujetos desiguales y diferentes. El énfasis de este repertorio que reivindica el Sur apunta a desestabilizar la geografía simbólica del desprestigio, lo que muestra la importancia de la sistemática falta de reconocimiento que caracteriza a la capital ecuatoriana. Pero a diferencia de la politización de la isotropía, que históricamente ha sido el objeto de las demandas sociales a la autoridad municipal, la demanda de respeto no tiene una instancia claramente identificada frente a la cual expresarse.
Se trata de una micropolítica no institucionalizada ni organizada, con una narrativateleológica de cambio social ni una estrategia programática que defina los medios oportunos para alcanzar los fines propuestos. Por eso es difícil de ser captada por el estudio formal de la política, en el cual la isotropía se mantiene como el objetivo de las luchas sociales urbanas. El repertorio expuesto muestra formas de orgullo y autoafirmación capaces de desafiar la jerarquía histórica entre ambas zonas, que no se dirigen a las autoridades municipales específicamente, sino a un campo de significaciones que puede encarnarse en los medios de comunicación, en el mercado laboral, en el sistema educativo, en los estudios de mercado, o estar presenteen la conversación cotidiana.
Vemos entonces un paralelismo entre este proceso de significación afirmativa del Sur con el cambio en el horizonte de las elecciones locales mediante la idea de que es posible una “alcaldía del Sur”. Aunque en la retórica pública este cambio puede sustentarse en el déficit de isotropía, desde el análisis de la segregación subjetiva es claro que este naciente proyecto político conlleva una demanda oculta de reconocimiento. Con este insumo se puede captar la densidad simbólica de la transformación que propone: la “zona olvidada” históricamente que ahora es capaz de dirigir el futuro de la capital.
Queda aún mucho terreno por explorar, sobre todo las mediaciones y las acciones concretas de las organizaciones que pudieran capitalizar y proyectar este sentir emergente de disputa simbólica hacia la esfera electoral. Y la reacción de las élites acostumbradas a ejercer el rol directriz e imponer la narrativa hegemónica de Quito es aún incierta. Pero al menos por ahora y con base en la evidencia empírica del repertorio expuesto, creemos que es viable una lectura de una creciente politización de la segregación subjetiva. Aunque esta politización puede ser difusa en tanto no identifica un antagonista claro como es el Municipio frente a las demandas de mayor isotropía, es el respaldo para imaginar un nuevo orden posible.
Conclusión
La hipotética alcaldía del Sur que se discutió en Quito tras la elección del alcalde Yunda contiene una serie de elementos que ponen en juego las fracturas sociales de la ciudadcontemporánea. Si bien esta idea irrumpió en la esfera pública a partir de la sorpresa de las élites quiteñas frente a un resultado que les causó rechazo, su origen puede rastreare en el fortalecimiento del ideario político de las organizaciones del Sur, que se ha fortalecido paulatinamente desde la implementación de los distritos electorales.
Los pocos estudios sobre la política local señalan que la capacidad de movilización de las organizaciones sociales para interpelar a las alcaldías de turno se encontraría en momento de retroceso frente a décadas pasadas.Este diagnóstico tiene soporte si se mira la política desde sus manifestaciones más institucionalizadas: organizaciones sólidas, agendas programáticas claras, capacidad de movilización, etc. Pero desde la comprensión de las sensibilidades ciudadanas se puede mirar el surgimiento de estrategias de resignificación que disputan el orden simbólico que asigna al Sur una cualidad de subalternidad.
La dinámica social de la capital ecuatoriana se caracteriza por la segregación que tensiona los vínculos sociales. En este sentido, la reducción de las desigualdades urbanas en las décadas recientes no necesariamenteconlleva un trato cotidiano de reconocimiento recíproco. Por esto, para poder leer las tensiones de la segregación subjetiva,introducimos las categorías de respeto, reconocimiento y menosprecio para captar la proyección política de las formas de disputar la pertenencia al Sur que han surgido en lo que va de este siglo. Estas herramientas permitieron pensar que en estos años se haya producido una expansión silenciosa de la conciencia política, que se expresa no tanto en la movilización callejera sino en el cambio en el horizonte político.
Las demandas de redistribución se mantienen vigentes y se proyectan permanentemente hacia los objetivos de la agenda municipal desde las lógicas de participación institucionalizadas. Pero en la trama del orden simbólico, el deseo proyectado en la “alcaldía del Sur” expresa una demanda de reconocimiento que está latente y que se mimetiza detrás del lenguaje de la desigualdad material. De ahí que se pueda extender el ideario político, que ya no se reduce a la posibilidad de incidir en el gobierno de la ciudad, sino que emerge la posibilidad de definir la máxima autoridad de la ciudad, es decir, de gobernar la capital “desde el Sur”.
Aunque la discusión política de la ciudad siga una lógica reactiva a las diversas coyunturas, creemos que lo ocurrido en la reciente elección de alcalde da cuenta de cambios profundos en las dinámicas sociales de la ciudad. Temas recurrentes del debate público como la llamada “crisis de representación”, “falta de liderazgo”, “ausencia de proyecto de ciudad” o “el abandono de las élites” son expresiones que únicamente dan cuenta de los síntomas de cambios profundos que vienen ocurriendo en Quito, sin que hayan logrado ser comprendidos en su complejidad. Por esto hemos tomado el último proceso electoralcomo pretexto para poner sobre la mesa el campo de las significaciones como escenario en el que se expresan tanto los conflictos latentes como los horizontes y las expectativas de cambio.