Introducción
En repetidas ocasiones, se han advertido los riesgos implícitos de una escalada militar en la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, como resultado de la lucha entre ambos países por la hegemonía mundial, algo que con frecuencia se ha denominado “trampa de Tucídides” (Allison 2017). Algunos expertos han bosquejado, incluso, los rasgos que podría adquirir esta rivalidad estratégica ante un escenario de guerra directa (Ackerman y Stavridis 2021). Por ello, son motivo de celebración los esfuerzos por despresurizar la rivalidad entre Washington y Beijing. Por ejemplo, la reunión que los mandatarios de ambas naciones sostuvieron a mediados de noviembre de 2022 en Indonesia, previa a la Cumbre del G20 en Bali, y la más reciente reunión en Viena, el 11 de mayo, en la cual se acordó “mantener abiertos canales estratégicos de comunicación” (Ignatius 2023).
Sin embargo, poco se han estudiado “las implicaciones que este gran pulso por el poder global puede tener -y ya está teniendo en la actualidad- en regiones enteras del Sur Global, como es el caso específico de América Latina y el Caribe, que por razones económico-comerciales, político-diplomáticas o tecnológicas se encuentran en medio de esta competencia estratégica” (Carbajal-Glass 2022a). En ese sentido, y como seguimiento a una agenda de investigación en la materia (Carbajal-Glass 2018; 2019; 2020a; 2020b; 2021a; 2021b; 2022b; 2022c; 2022d; 2022e; 2022f; 2022g), el propósito del presente artículo es explorar desde un enfoque integrador, transdisciplinario y estratégico (Morin 1990) las ramificaciones de la rivalidad entre Estados Unidos y China en el hemisferio occidental. La investigación se basa en el análisis de casos de estudio, con el fin de producir conocimiento generalizable y de identificar patrones (Flyvbjerg 2006) para la región de América Latina y el Caribe, asociados a la competencia estratégica entre Estados Unidos y China.
El presente artículo se basa en el “estudio intensivo de una sola unidad […] con el propósito de comprender una clase más grande de unidades similares (una población de casos)” (Gerring 2009, 95). Se utilizan diversos métodos de recopilación de información y análisis de contenido. Primero, como lo sugieren Bazzell (2019, 501) y Hobbs, Moran y Salisbury (2014), se emplearon técnicas de inteligencia en fuentes abiertas (OSINT), con el propósito de estructurar una base de datos con noticias y literatura especializada sobre competencia estratégica Estados Unidos-China, riesgos y amenazas en América Latina y el Caribe, y geopolítica. También se consultaron fuentes gubernamentales y no gubernamentales.
El artículo tiene la siguiente estructura: después de un breve análisis de la reconfiguración global, en general, y en América Latina y el Caribe, en particular, se analiza la conexión entre el crecimiento económico, la seguridad y la geopolítica en la región. En la tercera sección, se explica con mayor profundidad la idea del regreso de la geopolítica en el hemisferio occidental, enfatizando la importancia que tiene el acceso a y la explotación de recursos naturales estratégicos en la región por parte de ambas superpotencias. Posteriormente, se presenta un caso de estudio sobre el impacto de la competencia estratégica en las amenazas asimétricas transnacionales de la región. Se desarrolla la categoría de análisis denominada “nexo crimen organizado transnacional - competencia estratégica global” (Carbajal-Glass 2023). Luego de señalar los riesgos subyacentes de un posible fin de la paz democrática en Latinoamérica, se analiza un escenario no deseado para la región, con el propósito de contribuir a la prevención o mitigación de sus riesgos implícitos. Por último, se aportan consideraciones sobre las ramificaciones de la rivalidad entre Estados Unidos y China en el hemisferio occidental.
Reconfiguración internacional y regional
En la actualidad, el sistema internacional atraviesa por un proceso de fragmentación y reconfiguración (Carbajal-Glass 2018), caracterizado por una creciente multipolaridad, el debilitamiento de los regímenes internacionales y la volatilidad en el sistema de alianzas (WEF 2022). Por ejemplo, a pesar de las diferencias geopolíticas irreconciliables entre China, Rusia e Irán, en ciertas situaciones han encontrado intereses comunes, como reducir la influencia estadounidense en países como Siria o, más recientemente, Ucrania. Por otra parte, la inflación producida por la guerra en Ucrania ha dejado entrever fisuras en la alianza entre los Estados Unidos y la Unión Europea, a casi un año de la invasión rusa a territorio ucraniano (Moens, Hanke Vela y Barigazzi 2022).
Adicionalmente, en años recientes han surgido nuevos polos ideológicos en la forma de “autocracias versus democracias” (Brands 2021). No obstante, a diferencia del pasado, hoy se trata de una dualidad que abarca diversas propuestas en el espectro político; es decir, al análisis de la dicotomía entre izquierda y derecha ahora hay que añadirle la distinción entre autocracias o democracias (Carbajal-Glass 2022a). Cabe señalar que, si bien la pandemia de COVID-19 exacerbó estas tendencias mundiales, la disrupción del orden liberal internacional llevaba años en proceso de gestación (Bew 2018; Carbajal-Glass 2021a).
Ahora bien, la reconfiguración del sistema internacional resulta menos abstracta al analizar lo que sucede en la región de América Latina y el Caribe. Por una parte, la narrativa “autocracia versus democracia” se inserta en una región donde, además, se muestra con mayor nitidez el viejo espectro ideológico “derecha versus izquierda” (Carbajal-Glass 2020a). Conviene señalar que, si bien en la actualidad el péndulo se encuentra a la izquierda en América Latina y el Caribe, sería desafortunado considerar a estos nuevos gobiernos izquierdistas como un ente monolítico (Carbajal-Glass 2022a) y omitir los severos retos que presentan para entregar resultados a las sociedades latinoamericanas (Reid 2022). Por otra parte, y tal como ha sucedido en cualquier transición geopolítica de gran calado en el pasado, el hemisferio occidental se ha consolidado como otra arena de la competencia estratégica por el poder global. Específicamente, el posicionamiento de China y Rusia en la región data de los últimos 20 años, tiempo en el que Estados Unidos se concentró en la guerra contra el terrorismo, tras los lamentables ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 (Carbajal Glass 2022a).
Así como en el pasado, el desplazamiento de la rivalidad geopolítica global a Latinoamérica supone riesgos inherentes para la región en su conjunto. Allende cualquier juicio de valor o afinidad ideológica, es necesario reconocer un patrón en contextos de competencia estratégica a lo largo de la historia: “cuando una superpotencia incrementa su actividad en una región que históricamente ha sido esfera de influencia de otra gran potencia, el equilibrio de poder en esa región se trastoca inevitablemente. Esto no sólo significa el desplazamiento de una rivalidad entre ambas potencias a una región en específico, sino también la disrupción en la vida interna de los países de esa región. Sobre todo si la interacción entre ambas potencias adquiere una dimensión militar” (Carbajal-Glass 2022g).
Es menester recordar que, tras la guerra hispano-estadounidense en 1898, con la cual Estados Unidos consolidó su esfera de influencia en el hemisferio occidental, “ninguna potencia había trastocado tanto el equilibrio de poder en América Latina y el Caribe como lo ha hecho China en la actualidad -una profundidad y alcance que la Unión Soviética no hubiera logrado en sus sueños más salvajes” (Carbajal-Glass 2022a). Hasta ahora, la política exterior de China hacia América Latina y el Caribe ha privilegiado los campos tecnológicos, político-diplomático y económico-comercial (Carbajal-Glass 2021b) -por ejemplo, la proyección e influencia de Beijing en países del Cono Sur ha desplazado a Washington como el principal socio comercial, inversionista y prestamista (Heine y Serbin 2022). En este contexto, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China complejiza la política interna de los países de la región, pues además de lidiar con los retos comunes, como el estancamiento económico, la inestabilidad política, los conflictos sociales o la violencia de ciertos actores no estatales -grupos criminales, insurgentes o terroristas-, habría que añadirle los peligros de la competencia estratégica entre Estados Unidos y China en el hemisferio occidental -por ejemplo, disputas entre países latinoamericanos o expresiones de guerra híbrida por parte de alguna superpotencia. La confluencia de ambos retos, tradicionales y nuevos, podría tener implicaciones graves para los países de la región, particularmente en términos de gobernabilidad democrática, seguridad ciudadana y desarrollo sostenible. Algo que será necesario desarrollar de manera progresiva.
Crecimiento económico, seguridad y geopolítica en América Latina
En el informe Panorama Social de América Latina y el Caribe 2022, publicado en noviembre del año pasado, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señaló que el 32,1% de la población total de la región -equivalente a 201 000 000 de personas- viviría en situación de pobreza para finales de 2022, de los cuales 82 000 000 (13,1%) se encontrarían en pobreza extrema (CEPAL 2022b). Además, el mismo organismo actualizó sus proyecciones de crecimiento para América Latina y el Caribe para 2022 y presentó las correspondientes para 2023. Si bien se proyectó que esta región tendría una tasa de crecimiento del 3,2% para 2022, el organismo también previó que se acentuaría una desaceleración económica en la región para 2023, con un magro crecimiento del 1,3% (CEPAL 2022a).
Al respecto, conviene señalar dos variables eminentemente geopolíticas que han contribuido a estas nuevas estimaciones de desarrollo social y crecimiento económico para los países latinoamericanos. Por una parte, es importante considerar que seguimos inmersos en un escenario pospandemia, en una de las regiones del mundo que más resintió las afectaciones por la COVID-19 (Carbajal-Glass 2021b). La CEPAL misma estimó durante la fase más crítica de la pandemia que habría un retraso de dos años en la recuperación económica pos-COVID-19 a nivel regional, como consecuencia de la severidad sanitaria de la pandemia y un acceso insuficiente a vacunas (CEPAL 2020).
Segundo, y lo más actual, las implicaciones económicas que ha tenido la invasión rusa a Ucrania -algo de lo que, dicho sea de paso, no se prevé un final cercano sino al contrario-. En especial, la confrontación bélica en Ucrania ha agudizado la inflación en América Latina y el Caribe por dos motivos principales. En primer lugar, “la guerra ha trastocado de nuevo las cadenas de suministro globales y, por lo tanto, la disminución del comercio mundial” (Carbajal-Glass 2022b). En segundo lugar, “ha provocado un aumento en el precio de las materias primas asociadas a los hidrocarburos (particularmente el precio del petróleo), algunos metales (como el oro, pero también el níquel, esencial en las industrias del acero y autos), alimentos (principalmente el trigo) y fertilizantes” (Carbajal-Glass 2022b). De modo que, en palabras del secretario ejecutivo de la CEPAL, “[L]a cascada de choques externos, la desaceleración del crecimiento económico, la débil recuperación del empleo y la inflación al alza profundizan y prolongan la crisis social en América Latina y el Caribe” (CEPAL 2022b).
Dicho lo anterior, es menester resaltar que eventos como la pandemia y, en fechas más recientes, la guerra en Europa del Este, son muestra “de cómo un evento geopolítico -en este caso de carácter sanitario o diplomático-militar, respectivamente- tiene ramificaciones económicas que, a su vez, alimentan otras dinámicas geopolíticas y de riesgo político” (Carbajal-Glass 2022b). Para países como México, por ejemplo, un crecimiento económico regional insuficiente sentará las bases para que se intensifiquen los flujos migratorios con destino hacia Estados Unidos; algo que, de manera eventual, se convertirá en un tema de política exterior para México -sobre todo, en su relación bilateral con la Unión Americana- y, por lo tanto, también tendrá implicaciones en materia de política interior. Ejemplo de esto último fue el trágico incendio de una estación migratoria en Ciudad Juárez, Chihuahua, en el que 40 migrantes latinoamericanos perecieron.
Para América Latina y el Caribe en su conjunto, una disminución del crecimiento económico “aumentaría el grado de conflictividad social en la región, sobre todo si consideramos que se han visto repetidas manifestaciones, en ocasiones por demás violentas, en países como Bolivia, Colombia o Perú” (Carbajal-Glass 2022b). Por otra parte, una ramificación adicional de un crecimiento económico insuficiente en la región será la creciente presencia e innegable influencia de China en el hemisferio occidental, lograda sobre la base de cooperación económica con países de Latinoamérica, aunque bajo una lógica eminentemente geopolítica.
Retorno de la geopolítica en el hemisferio occidental
Convendría preguntarse, ante todo, si la geopolítica -definida como el análisis de la influencia y la confluencia de variables políticas, geográficas, económicas y demográficas sobre las relaciones internacionales (Brzezinski 1986)- alguna vez dejó de ser relevante para explicar las principales dinámicas económicas, políticas y de seguridad en América Latina y el Caribe. “Allende este debate, probablemente más de forma que de fondo, es una realidad que la geopolítica ha vuelto a tomar mayor relevancia para estudiar los principales eventos en el hemisferio occidental, en la medida en que el sistema internacional se reconfigura y se intensifica la competencia estratégica global” (Carbajal-Glass 2022c).
Cabe señalar que, por sus limitaciones estructurales, mismas que se hicieron evidentes con la invasión a Ucrania, Rusia difícilmente podría alterar la conducta de los gobiernos latinoamericanos -se regresará a este tema más adelante-. En cambio, China sí podría alterar el equilibrio de poder interamericano en tanto que se ha convertido en un competidor estratégico de Estados Unidos en Latinoamérica por la penetración económica, política y diplomática en la región (Carbajal-Glass 2022a). En este sentido, la importancia de este análisis pasa por reconocer que “el acceso a los múltiples recursos naturales estratégicos de la región tales como minerales de tierras raras, petróleo, hierro, por mencionar algunos, será la verdadera competencia que Estados Unidos y China libren en el Hemisferio Occidental” (Carbajal-Glass 2022c). Hace poco, por ejemplo, Bolivia designó a una compañía china para la explotación de sus yacimientos de litio, que son de los más importantes en el mundo para la transición energética (Ramos 2023).
Como resultado, el acceso y la explotación de los recursos naturales de Latinoamérica agudizará las principales vulnerabilidades de los países en la región relacionados “con la gobernabilidad democrática, la seguridad ciudadana y el desarrollo sostenible” (Carbajal-Glass 2023). De ahí que sea imprescindible incorporar el factor geopolítico al análisis de los principales retos en materia política, económica y social de América Latina y el Caribe (Carbajal-Glass 2022c). Hacerlo nos permitirá visibilizar que, sin ser la única explicación involucrada, la competencia estratégica entre Estados Unidos y China está alimentando, voluntaria o involuntariamente, dinámicas preexistentes de inestabilidad política, conflictividad social y violencia armada en los países latinoamericanos. Por lo anterior, en las siguientes dos secciones se ofrecen casos de estudio que, si bien son distintos en su naturaleza, adquieren particular relevancia a la luz de la competencia estratégica de las grandes potencias y sus posibles implicaciones para los países de la región.
El nexo crimen organizado - competencia estratégica global
La rivalidad estratégica que sostienen Estados Unidos y China a nivel global influye en la evolución de la delincuencia organizada transnacional en América Latina. No obstante, aunque cada vez es más visible, el nexo “crimen organizado transnacional - competencia estratégica global” sigue siendo poco estudiado -y, por lo tanto, poco considerado al momento del diseño e implementación de políticas públicas. A fin de exponer dicho nexo, a continuación, se utilizará el caso del grupo delictivo de los Caballeros Templarios, su infiltración en la explotación del mineral de hierro en Michoacán, México, y el trato que mantenían con intermediarios chinos en la industria minera.
Corre el año de 2013. Michoacán atraviesa por una severa crisis de violencia armada y conflictividad social tras el surgimiento de los grupos de autodefensas. Algunos analistas alertan, incluso, sobre una situación de guerra civil (Medellín 2013). Los Caballeros Templarios se aferran a ser la organización criminal hegemónica en la entidad. No lograrlo, significaría la pérdida de cuantiosas cantidades de dinero no solo por el narcotráfico, sino por la riqueza proveniente de la explotación de recursos naturales, a saber: tierras cultivables, bosques, depósitos minerales y centros costeros. De esta manera, los Caballeros Templarios crearon, mantuvieron y se beneficiaron de economías ilícitas a base de ganado, aguacate, limón, madera y mineral de hierro, por mencionar algunas. Sobre este último negocio, autoridades federales llegaron a aseverar que la explotación del mineral de hierro se convirtió en la principal fuente de ingresos de esta organización criminal, incluso por encima de la venta de metanfetaminas (Castillo 2014).
No se puede entender el control que los Caballeros Templarios llegaron a ejercer sobre la extracción del mineral de hierro sin considerar la dimensión internacional de dicha economía ilícita. De acuerdo con funcionarios públicos en el sector de seguridad durante el sexenio 2012-2016, entrevistados en 2019, el dominio de los Caballeros Templarios en el puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán, no fue un impedimento para que las empresas mineras de corretaje y exportación chinas siguieran operando en este municipio. Un funcionario federal, en particular, señaló que el vínculo entre los Caballeros Templarios y las empresas exportadoras chinas era imprescindible para comprender la incorporación de la extracción de mineral de hierro a la cartera de actividades económicas de este grupo delictivo.
Según esta misma fuente, los Caballeros Templarios exportaron aproximadamente 4 000 000 de toneladas de mineral de hierro a intermediarios chinos entre enero y octubre de 2013. En otras palabras, en ese año, al menos el 52% de la producción de mineral de hierro de Michoacán se exportó de manera ilegal, si consideramos que la entidad produjo 7 600 000 de toneladas ese año, de acuerdo con cifras del Servicio Geológico Mexicano (SGM 2014). Más aún, un académico especializado en crimen organizado en Michoacán, quien pidió no ser identificado, sostiene que los Caballeros Templarios llegaron a vender el mineral de hierro con una ganancia de 15 dólares por tonelada. Esta cifra generaría un ingreso anual de aproximadamente 60 000 000 de dólares para el cártel, una ganancia superior a los 40 000 000 de dólares que evaluaron de acuerdo con otras estimaciones (Pérez y Córdoba 2014).
De acuerdo con el reportaje de Pérez y Córdoba (2014), en algunos casos las empresas chinas no pagaban en efectivo por el mineral de hierro de extracción ilegal, sino que proporcionaban precursores químicos a los Caballeros Templarios. Esta relación quid pro quo fue beneficiosa para la organización criminal, ya que tuvo una participación en el proceso productivo del mineral de hierro en Michoacán al tiempo que mantuvo un rol preponderante en los mercados de metanfetamina, tanto en México como en Estados Unidos (Flores 2016). Más aún, esta economía ilícita le permitió a la organización criminal mantener un “esfuerzo de guerra”, toda vez que le permitió a utilizar esos recursos para la acumulación de mano de obra y recursos -por ejemplo, armas de fuego- necesarios para neutralizar las actividades del Estado, o para hacer frente a organizaciones criminales rivales (Carbajal-Glass 2022f).
Ahora bien, convendría preguntarse si la conducta de los intermediarios chinos estuvo desacoplada de los intereses geoestratégicos de Beijing. En última instancia, cabe señalar, China es el líder mundial en la fabricación de acero (a partir de mineral de hierro) y el principal exportador de acero hacia el resto del mundo (Secretaría de Economía 2013). Durante el período 2008-2012, China aumentó su producción anual de acero de 512 a 717 000 000 de toneladas (Secretaría de Economía 2013). Por supuesto, el dinamismo de la industria acerera china le ha permitido a este país mantener un ritmo de industrialización que le facilita continuar con su proyecto nacional en el largo plazo.
De ninguna manera se pretende criminalizar a un gobierno o a un país entero, en este caso China. En cambio, lo que se intenta traer a la vista con este caso de estudio es que la actual reconfiguración del sistema internacional, y en particular la competencia estratégica que Estados Unidos y China mantienen a nivel mundial, de un modo inevitable ha detonado procesos de violencia criminal a gran escala que impactan en la vida interna de países de América Latina y el Caribe, como es el caso de México. Específicamente, la rivalidad estratégica global entre Estados Unidos y China se ha concatenado con la existencia de recursos naturales estratégicos y la presencia de actores no estatales violentos en la región, entre los que destacan grupos del crimen organizado. Por lo tanto, esta mezcla de factores bien puede convertirse en motivo suficiente para agravar la situación de ingobernabilidad, inseguridad y daños ambientales en el hemisferio occidental.
Este caso de estudio resalta la convergencia de los intereses geopolíticos chinos y el fortalecimiento de la organización criminal de los Caballeros Templarios, a través de la generación de una economía ilícita basada en la explotación del mineral de hierro en Lázaro Cárdenas, Michoacán. Por lo anterior, “hoy más que nunca es necesario traer de vuelta el componente geopolítico al análisis de la evolución de la delincuencia organizada transnacional y a las dinámicas de la violencia criminal en América Latina y el Caribe” (Carbajal-Glass 2023). A lo que habrá de seguirle el diseño e implementación de políticas públicas de carácter preventivas orientadas a atender este nexo.
En la siguiente sección se expone el segundo caso de estudio, que da cuenta de la competencia estratégica en la región de América Latina y el Caribe y sus posibles implicaciones para los países de la región. En especial, se mencionan los riesgos asociados a la existencia de regímenes antidemocráticos en el hemisferio occidental.
La paz democrática en América Latina
Es frecuente encontrar en la teoría de relaciones internacionales, particularmente en la escuela liberal, aquel principio kantiano que dice: las democracias no pelean entre sí. Aunque la discusión no tiene que ser concluyente, hay una extensa literatura que sugiere la veracidad de ese principio (Lake 1992; Russett y Antholis 1992; Mintz y Geva 1993; Siverson 1995; Lee-Ray 1998; Archibugi 2007). Dicho esto, por lo tanto, “países como Cuba, Nicaragua o Venezuela tendrían que ser motivo de preocupación para países democráticos, en tanto que son vanguardia de regímenes autoritarios en América Latina y el Caribe” (Carbajal-Glass 2022e). Por otra parte, existen consideraciones objetivas para que la conducta de un país genere suspicacias en países vecinos, en paralelo a que sea un sistema político antagónico a la democracia, a saber: “el incremento de su capacidad militar, el apoyo a grupos no-estatales violentos -grupos insurgentes o criminales, por ejemplo-, la convergencia de disputas territoriales históricas y discursos políticos revisionistas, o el apoyo de una potencia militar” (Carbajal-Glass 2022e).
El régimen Ortega-Murillo podría ser un claro ejemplo de lo anterior. “Sería natural que la deriva autoritaria en Nicaragua despierte suspicacias lo mismo en el sector de seguridad y defensa nacionales que en el cuerpo diplomático de los países vecinos -Nicaragua comparte frontera al norte con Honduras y al sur con Costa Rica, así como límites marítimos con El Salvador, Honduras, Costa Rica y Colombia” (Carbajal-Glass 2022e). Sobre todo, si esto viene acompasado de una cadena de señales por demás preocupantes. Tal es el caso, por ejemplo, del decreto presidencial de junio de 2022, el cual renueva lo alcanzado en el 2021 sobre permitir el ingreso de tropas rusas a territorio nicaragüense, aproximadamente 200 efectivos. El objetivo de la cooperación rusa, argumenta el gobierno de Nicaragua, es apoyar en la lucha contra el tráfico de drogas al tiempo que contribuye a la capacitación en comunicaciones y adiestramiento militar nicaragüense.
Más todavía, a esto hay que añadir el incremento de capacidades militares en el país centroamericano, resultado del intercambio bilateral entre los gobiernos de Daniel Ortega y Vladimir Putin (Maldonado 2022). Por ejemplo, en 2016 Nicaragua habría recibido un primer cargamento de 20 tanques, de un total de 50 (Ventas 2016). Adicionalmente, “ya desde 2009, según propios medios oficialistas rusos como Sputknik, Rusia habría suministrado al gobierno de Ortega helicópteros, vehículos blindados, lanchas patrulleras, sistemas de defensa antiaérea y aviones de combate y entrenamiento. Además, en 2017 se inauguró en Managua la primera estación del sistema Glonass -la versión rusa del sistema satelital GPS” (Carbajal-Glass 2022e).
Como se ha mencionado, la guerra en Ucrania ha hecho evidentes las profundas limitaciones del poder militar ruso para asegurar lo que, desde su realidad geopolítica, considera como su esfera de influencia. Por lo anterior, “se estima inviable que Moscú realice un esfuerzo militar serio y sostenido en América Latina. No obstante, las nuevas capacidades militares nicaragüenses podrían ser algo más que simbólicas para países en Centroamérica, e incluso podrían estresar innecesariamente a un vulnerable y fragmentado sistema interamericano” (Carbajal-Glass 2022e). Lo que es más, no abonaría a la paz y la estabilidad hemisféricas que Nicaragua le añada a su comportamiento un cariz revisionista ante disputas territoriales como, por ejemplo, el diferendo que ha mantenido con Costa Rica por un humedal en la desembocadura del río San Juan (Malamud y García-Encina 2011).
Ahora bien, este caso de estudio es quizás una de las expresiones más extremas de la fragmentación y reconfiguración geopolítica e ideológica en el hemisferio occidental. Empero, y más importante todavía para el propósito de este artículo, este caso de estudio nos da pauta para trabajar diversas alternativas de futuro en una América Latina y el Caribe marcada por la complejidad, la incertidumbre y, por si no fuera poco, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China en la actualidad. En especial porque, como se ha señalado, China supera de manera cualitativa y cuantitativa el grado de poder e influencia que Rusia goza en el hemisferio occidental. Está, por ejemplo, el caso de la posible construcción de un canal interoceánico en Nicaragua, a cargo de la empresa Hong Kong Nicaragua Canal Development (HKNCD) (Guzmán 2022). Naturalmente, la consumación de dicho megaproyecto competiría con el canal de Panamá al tiempo que le permitiría a China el ingreso directo a rutas comerciales estratégicas en detrimento de los intereses estadounidense en la región.
Por supuesto, las implicaciones estratégicas para Latinoamérica dependerán de la forma en que Washington y Beijing establezcan códigos de interacción, motivo por el cual será esencial monitorear el conjunto de las relaciones que se dan entre ambos países a una escala global. No obstante, es innegable que la competencia estratégica entre Estados Unidos y China en América Latina y el Caribe supone riesgos desde el momento en que “se encuentra anclada dentro de la narrativa ‘democracias versus autocracias’ y, por ende, se contraponen dos versiones de paz, orden y progreso” (Carbajal-Glass 2022d) en el hemisferio occidental.
En razón de lo anterior, y considerando que la recesión democrática en América Latina se encuentra aparejada a una fragmentación del poder global, será necesario que tanto el gobierno como la academia trabajen sobre escenarios que confronten su trayectoria histórica. A continuación, se propone brevemente un escenario no deseado para América Latina y el Caribe, a fin de prevenir o mitigar los riesgos relacionados con la competencia estratégica entre Washington y Beijing.
Escenario no deseado para América Latina
Este escenario evoca aquella época “en la que Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban las mentes, los corazones y los territorios del Sur Global -en ese entonces llamada periferia o tercer mundo. Para este escenario, el fantasma de la Guerra Fría sigue flotando en América Latina y el Caribe, toda vez que, como se enuncian líneas más abajo, hay continuidades estructurales que así lo permitirían. De modo que guerras proxy -aquellas confrontaciones indirectas, peleadas por (y en) terceros países-, guerras civiles, fortalecimiento de insurgencias, aumento del terrorismo, dictaduras civiles o militares y golpes de Estado forman parte de este escenario” (Carbajal-Glass 2022g). Lo que, es más, contrario a lo que sucedió durante el siglo XX, este escenario no deseado contempla seriamente la posibilidad de conflictos entre países de América Latina y el Caribe, sobre todo, por la existencia de regímenes políticos diferentes a los democráticos. Por ejemplo, es de especial atención un posible conflicto entre Venezuela y Guyana, entre México y Cuba, o como ya se ha dicho, entre Nicaragua y alguno de sus vecinos en Centroamérica.
A esto habría que sumarle la posibilidad de que los conflictos interestatales se conviertan en una arena para la competencia sino-estadounidense. En este sentido, cabe señalar que, a diferencia de contextos anteriores caracterizados por una rivalidad estratégica, debe tenerse en cuenta el carácter cambiante del conflicto actual. En particular, la confrontación entre Estados Unidos y China podría ser más sutil, ya que incluiría la combinación de medidas no cinéticas como parte de una guerra de zona gris (Atlantic Council 2022). La competencia entre grandes potencias exacerbará de un modo inevitable los factores de conflicto y las microdinámicas de violencia al interior de países latinoamericanos. Evidentemente, el rostro del futuro dependerá de la trayectoria específica de cada país en la región, motivo por el cual sería necesario realizar un análisis de riesgo individual. No obstante, “hay cinco variables que alimentan a este escenario por demás sombrío: el crecimiento económico insuficiente, la conflictividad social, la corrupción política, la debilidad institucional y la criminalidad en las Américas” (Carbajal-Glass 2022g).
No se pretende sugerir que esta serie de eventos es inminente; no obstante, es una posibilidad que el sistema interamericano tendría que considerar seriamente (Carbajal-Glass 2022g). En última instancia, no se trabajan este tipo de escenarios para caer en el fatalismo o el determinismo, personajes como MichelGodet (2007) dirían que no hay un futuro, sino una multiplicidad de futuros. No obstante, es sin duda una hipótesis de futuro que se puede identificar a raíz de lo que sucede hoy en día en el hemisferio occidental. Es por ello imperativo que, por una parte, Washington y Beijing encuentren formas de estabilizar la competencia estratégica (Rudd 2022) y, por otra parte, los gobiernos de América Latina y el Caribe dejen de ser testigos pasivos de las implicaciones que esta competencia estratégica tiene -y seguirá teniendo- en los países de la región. Cualquier escenario similar a lo aquí expuesto se tiene que prevenir, pues tendría repercusiones sin precedentes para América Latina y el Caribe en su conjunto.
Conclusión
En los últimos 30 años, las dinámicas políticas y de seguridad en América Latina han estado condicionadas por “comorbilidades” asociadas al malestar social, la inestabilidad política y el insuficiente crecimiento económico. De modo que los principales problemas que han enfrentado las sociedades latinoamericanas han tenido que ver tradicionalmente con la criminalidad, la violencia política, el conflicto por los recursos naturales, la violencia urbana, el uso de las fuerzas armadas para labores de seguridad pública y una recesión democrática en la región. Aunado a lo anterior, en las últimas dos décadas América Latina y el Caribe se ha convertido en otra arena geopolítica de la actual competencia estratégica global, algo que en sí mismo supone nuevos retos a la seguridad, la defensa y la paz hemisféricas. En este sentido, el objetivo del presente artículo fue explorar, mediante el estudio de casos concretos, las implicaciones que la competencia estratégica global entre Estados Unidos y China puede tener -y ya está teniendo- en la región de América Latina y el Caribe.
Dicho lo anterior, el presente estudio trajo a la vista que la competencia estratégica entre Washington y Beijing está exacerbando, voluntaria o involuntariamente, microdinámicas preexistentes de inestabilidad, violencia y conflicto en el hemisferio occidental. Y, con ello, ha detonado procesos que impactan en la vida interna de países latinoamericanos, sobre todo, en lo referente a la gobernabilidad democrática, la seguridad ciudadana y el desarrollo sostenible. Las afectaciones fundamentales se manifiestan en dos sentidos.
En un primer sentido, la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China en América Latina y el Caribe se ha concatenado con dos factores que abonan a un clima de volatilidad en la vida interna de los países latinoamericanos, a saber: a) la histórica presencia de actores no estatales violentos -principalmente, los grupos delictivos, insurgentes y terroristas-; y b) la existencia de recursos naturales estratégicos localizados en áreas de presencia estatal limitada y, por lo mismo, la existencia de arreglos extralegales de gobernanza entre actores no estatales violentos y actores estatales, tanto nacionales como extranjeros. Es importante resaltar que el acceso a los múltiples recursos naturales estratégicos de la región será la verdadera competencia que Estados Unidos y China libren en el hemisferio occidental. Motivo por el cual, los actores no estatales violentos adquirirán cada vez mayor relevancia como un medio para canalizar la competencia chino-estadounidense en el hemisferio occidental, ya sea como un actor proxy o como parte de una guerra de zona gris.
En un segundo sentido, y contrario a lo que sucedió durante la segunda mitad del siglo XX, los polos ideológicos existentes en América Latina y el Caribe en la forma de democracias contra autocracias, suponen un mayor riesgo de que ocurran conflictos interestatales en el hemisferio occidental. Durante la Guerra Fría, los movimientos sociales respaldados por la Unión Soviética difícilmente llegaron al poder; no obstante, hoy proyectos políticos antidemocráticos se encuentran en el poder e incluso representan un riesgo potencial para los países vecinos e, incluso, para el sistema interamericano en su conjunto. En este sentido, si bien América Latina ha estado libre de guerras interestatales durante buena parte de su historia, esta trayectoria podría cambiar en las próximas décadas en la medida en que se intensifique la competencia estratégica entre Washington y Beijing, sobre todo, por el grado de penetración e influencia que el país asiático tiene en diversos países latinoamericanos.
Para concluir, la competencia estratégica entre Estados Unidos y China está redefiniendo la naturaleza de los riesgos y amenazas que enfrentan las sociedades latinoamericanas. Por tal motivo, resulta impostergable retomar el factor geopolítico para el análisis de riesgo político y de seguridad en los países de América Latina y el Caribe. De ahí que el propósito del presente artículo haya sido visibilizar, desde un enfoque multidimensional e integrador, las ramificaciones de la rivalidad entre Estados Unidos y China en Latinoamérica. Más aún, esta competencia entre Washington y Beijing en el hemisferio occidental abre otro frente para que ambas superpotencias se vean arrastradas a una confrontación más abierta y a mayor escala, y con ello se acerquen crecientemente hacia una trampa de Tucídides. A este diagnóstico, por supuesto, habrá de seguirle el diseño e implementación de política públicas orientadas a prevenir o mitigar las implicaciones de la competencia chino-estadounidense en la región.