Introducción
El comercio ha sido históricamente un elemento fundamental para el desarrollo de los países, pero también ha sido un tema de disputa y un arma para el despliegue de poder de aquellos que logran controlar espacios estratégicos, tanto para el suministro de las materias primas, como para la producción y la comercialización de bienes y servicios. En este sentido, la geoeconomía y también la geopolítica han permitido entender cómo el dominio de espacios geográficos asegura el poder económico de los países y, por ende, su influencia política en el sistema internacional.
A partir de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, muchos de los pilares del liberalismo económico y del modelo de globalización económica actual, como la economía de mercado, la libre movilidad de los factores, la deslocalización de las empresas, la fragmentación productiva y la interdependencia comenzaron a ser cuestionados. Con la pandemia del Covid-19, surgieron otros cuestionamientos, como las vulnerabilidades de las cadenas globales productivas, de las cadenas globales de suministro y la enorme dependencia que el mundo ha desarrollado de China en términos económicos. El conflicto entre Rusia y Ucrania vino a agudizar el problema, en especial para la Unión Europea (UE), cuyos niveles de dependencia en los suministros chinos han despertado serios temores en los gobiernos. Mientras que, para Estados Unidos, si bien la identificación de China como competencia económica no es una novedad, el desarrollo de tecnologías y el control de las cadenas de suministro por parte del gigante asiático en sectores estratégicos han obligado a Washington a repensar los beneficios de la globalización económica, que tanto impulsó durante décadas, lanzando una agenda de segurización de China y una campaña global para el desacoplamiento económico.
Desde la perspectiva metodológica este análisis combina la geopolítica y la Economía Política Internacional como marcos amplios disciplinarios, enfocándose en el concepto de segurización de la geopolítica crítica. Los datos y la interpretación se construyen a partir de un sistemático análisis documental centrado en la crisis de los semiconductores como caso emblemático para comprender las dinámicas de poder y las estrategias geopolíticas en el contexto de las cadenas globales de suministro y el desarrollo tecnológico, con un enfoque particular en el papel de China y las respuestas de los países occidentales ante este desafío.
Los resultados permiten dar cuenta de cómo la geopolítica del comercio internacional y la segurización de China de parte de actores occidentales, a través del discurso de “amenaza”, se sustenta en la crisis y en los resultados de su propia filosofía sobre lo que, paradójicamente, a finales del siglo XX fueron las ventajas de la globalización y la economía de mercado.
El documento inicia con una aproximación a las categorías de interdependencia, geopolítica y seguridad que permiten construir un marco conceptual para entender el comportamiento de los actores globales frente al posicionamiento chino en el sistema económico global. Seguido de esto, se destacan algunos de los principales desafíos y vulnerabilidades en las cadenas globales de suministro y el rol de China como un punto de inflexión, evidenciado especialmente desde la pandemia del Covid-19. Un tercer aspecto que se aborda es el papel crucial de los semiconductores en la geopolitización de las cadenas globales de suministro, siendo este un caso ilustrativo de las tensiones que ha generado el protagonismo chino y uno de los que ha llevado a la necesidad de construir un discurso de amenaza sobre este actor. Por último, y vinculado al punto anterior, el documento revisa el proceso de segurización que se ha constituido en las dos principales potencias occidentales con el objetivo de promover el desacoplamiento de China y cómo esto revela una especie de limitación para el modelo de globalización económica actual.
Entre la interdependencia, la geopolítica y la seguridad
El ascenso de China como nuevo centro de poder económico o como la “fábrica del mundo” es considerado como una amenaza geopolítica para el orden internacional liberal, específicamente para la hegemonía de Estados Unidos. Sin embargo, esta percepción sobre China ha variado en el tiempo. Desde la década de los 70, Estados Unidos y China lograron establecer una relación política de intereses comunes frente a las ambiciones de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), aun cuando sus principios y valores diferían ampliamente.
Con el fin de la Guerra Fría, analistas como Francis Fukuyama (1992) pensaron en “el fin de la historia” y con ello el triunfo de los supuestos liberales y la hegemonía irrefutable de Estados Unidos. Asimismo, se proclamaban las doctrinas expansionistas de la “paz democrática”, para garantizar estabilidad en el sistema internacional; todo esto fundamentado en el andamiaje de la economía de mercado. Ante estos acontecimientos, la geopolítica tomaba otro significado y la realidad internacional comenzaba a interpretarse mejor desde la geoeconomía.
Si bien una relación armoniosa entre países socialistas y democracias liberales parecía imposible ante la fuerte ideologización que marcaba la política global, China logró posicionarse como un socio pacífico y altamente pragmático. En relación con este punto, Keohane y Nye (1988) sostienen que los países con sistemas no democráticos (en términos liberales) evitan el uso de la fuerza cuando se trata de objetivos económicos, sobre todo si la coerción no representa algún tipo de eficacia en la persecución de sus objetivos.
En este sentido, la interdependencia compleja permitió por un tiempo explicar el comportamiento de los actores y, sobre todo, las relaciones de China con las potencias occidentales. No obstante, hoy en día asistimos a un retorno de la geopolítica como mecanismo teórico y práctico en el comportamiento de los actores globales. La geopolítica, tanto desde su enfoque realista como desde la versión crítica, permite considerar aspectos más complejos que se presentan en las relaciones de estas dos potencias y pone en tensión los supuestos de la interdependencia compleja a partir de la designación de China como amenaza; percepción que se ha empezado a tejer desde los espacios económicos. Esto implica que la producción, el comercio y la seguridad vuelven a converger como espacios de disputas.
En términos geopolíticos, “lo que marca la importancia o la gravedad de un conflicto es la importancia de la apuesta que representa el territorio para los protagonistas” (Giblin 2016, 8). En el caso particular del conflicto de intereses entre China y potencias como Estados Unidos y la UE destacan la ubicación de centros de producción y el control de insumos, así como el control de cadenas de suministro que no son ajenas a la geografía. Por lo tanto, responden al enfoque clásico del territorio y del Estado como actores principales. El sistema liberal que arropa la política estadounidense conlleva profundas contradicciones entre la libre movilidad de factores y a la seguridad nacional. Buzan, Waever y de Wilde (1998) sostienen que ya desde los 70 Estados Unidos empezaba a sentirse incómodo con la interdependencia económica y su debilitada hegemonía, algo que parece más evidente ahora en sus relaciones con China.
Como sostiene Christopher Layne (2018), el creciente poder económico de China y lo que apuntaba a un declive del poder económico de Estados Unidos era demasiado obvio como para ignorarlo; pero más allá del crecimiento económico, existen otras preocupaciones de parte de Washington, por ejemplo, los avances tecnológicos y el control de eslabones estratégicos de la cadena de suministro por parte del gigante asiático; así como el creciente liderazgo chino en zonas estratégicas para Estados Unidos, entre ellas América Latina. No obstante, la percepción de amenazas geopolíticas también subyace en los discursos, en cuyo caso, en el conflicto actual no pueden pasarse por alto las formas como se construyen “los enemigos comunes” desde la manipulación de las identidades. El discurso occidental sobre “socios confiables”, “cadenas de suministro débiles”, “amenaza a la democracia”, entre otros, construyen y deconstruyen percepciones sobre el otro (China), logrando posicionar una amenaza nacional como real. El discurso es un elemento fundamental en la geopolítica, ya que permite legitimar la amenaza externa, pues “el Otro proporciona el eje sobre el cual se construyen las actividades e identidades políticas aceptables e inaceptables” (Dalby 1988, 422).
Por otra parte, O’Tuathail y Agnew (1992, 193-195) indican que el estudio de la geopolítica implica entender la “espacialización” de la política internacional, incluso a través de la contradicción que significa despojar a los objetos geopolíticos de su propia realidad geográfica y de las particularidades, para convertirlo en “abstracciones geopolíticas controlables”. Cabrera (2020) señala que entender el origen del discurso y el contexto en el que se constituye este resultan elementos fundamentales dentro de la geopolítica del discurso, por tanto, para el caso de China, resulta crucial entender las circunstancias bajo las cuales el país asiático ha sido representado como un riesgo para el comercio y el suministro global.
Antes estas características del sistema internacional, enfrentamos un resurgimiento de las percepciones de amenaza en torno a la ideología, ahora entrelazada con la producción y el comercio como “espacios” de control. En este punto entran los supuestos de la segurización, a través de la cual una amenaza requiere un trato urgente y especial por fuera de la política tradicional. De acuerdo con los supuestos constructivistas, “al haber un agente o actor segurizador también habrá un discurso segurizante que identifique actores, intereses, describa conductas, señale correctivos y exprese posiciones ideológicas” (Rivera 2012, 45). En esta medida, los dispositivos del discurso pueden ser analizados desde los supuestos de la geopolítica crítica, la cual permite complementar a la geopolítica clásica e incluso a la Economía Política Internacional, tomando en cuenta que las nuevas realidades y los nuevos desafíos globales ameritan una mirada holística (Cabrera 2017).
Considerando que China ha logrado vincularse de manera cada vez más profunda y exitosa en las cadenas productivas, de suministro y comerciales, siendo un aliado cada vez más necesario a nivel global, la forma más conveniente para Occidente de iniciar un proceso de desacoplamiento de China es a través de un discurso segurizante, que permita legitimar la percepción de amenaza. En este sentido, la narrativa que evidenciamos actualmente de gobiernos y think tanks occidentales se establece en torno a la necesidad de romper la dependencia en actores “no democráticos” o actores no considerados “amigos”, categorías que ha implementado Washington y la UE para referirse concretamente a China.
Desafíos y vulnerabilidades en las cadenas globales de suministro: China como punto de inflexión
Las cadenas globales de suministro actuales son un producto de la globalización que ha permitido fragmentar cada vez más los procesos productivos y, por ende, ha dado paso a mayor especialización. Sin embargo, su complejidad actual ha elevado los riesgos de fabricantes, empresas y de los propios consumidores, lo cual se hizo más evidente a partir de la pandemia del Covid-19, cuando las cadenas globales de suministro y las cadenas globales de producción se vieron bruscamente interrumpidas ante los cierres de las fronteras, la escasez de fuerza de trabajo, entre otras cosas, produciendo un enorme desabastecimiento y una inflación generalizada (Shteynberg et al. 2022) que ralentizó el sector productivo global y puso en peligro la seguridad de los países. La crisis empeoró en la medida en que China trataba de contener la pandemia con fuertes restricciones a la movilidad frente a un rebrote. La producción se paralizó en varios países por la falta de stock, mientras la demanda de productos, especialmente aquellos con componentes tecnológicos y equipos médicos, experimentaban un aumento significativo.
La crisis también reveló las debilidades intrínsecas de las cadenas de suministro globales y los sistemas de producción adoptados desde mediados del siglo XX. El sistema de just-in-time, que busca reducir los inventarios para aumentar la eficiencia, se mostró vulnerable durante la pandemia, afectando a grandes industrias (Page 2023; Shteynberg et al. 2022). Asimismo, las largas cadenas de suministro se han mostrado como un enorme inconveniente frente al encarecimiento de los fletes y las múltiples adversidades logísticas de los puertos, considerando que más del 80% del comercio mundial se mueve por transporte marítimo (OMC 2024). Esta situación evidenció la necesidad de replantear los enfoques actuales y fortalecer la resiliencia de las cadenas de suministro globales.
Un aspecto que despertó preocupación en Occidente fue el dominio de elementos esenciales para el desarrollo tecnológico por parte de pocas empresas y ubicadas principalmente en Asia. La cadena de suministro de semiconductores y la producción de chips puso en jaque durante y después de la pandemia del Covid-19 a la industria de teléfonos celulares, computadoras, al sector automotriz, entre otras tantas (Leonard, King y Wu 2022). Esta situación ha reforzado las disputas geopolíticas que ya venían en marcha desde hace varios años, en especial entre China y Estados Unidos.
La secretaria general de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) recalca que “[l]as tensiones geopolíticas en curso entre algunas de las principales economías pueden dar lugar a unas confrontaciones comerciales renovadas, con importantes repercusiones para las cadenas de suministro globales” (Grynspan 2022). Resulta importante considerar que la disputa actual dentro de las cadenas globales de suministro radican en tres aspectos fundamentales que están interconectados; primero, el liderazgo (y dependencia) de China en la producción, el comercio y la logística global; segundo, el abrumante desarrollo tecnológico de China que le ha permitido liderar algunos sectores estratégicos para competir con Estados Unidos y Europa; y, tercero, la percepción de amenaza geopolítica que Estados Unidos tiene sobre China.
China logró posicionarse en la economía capitalista a través de su adaptación a las instituciones occidentales, especialmente su ingreso a espacios multilaterales como la Organización Mundial del Comercio en el 2001. Si bien la apuesta de Occidente por China apuntaba, no sólo a una conversión del país asiático a una economía de mercado, sino que “eventualmente se produciría una sociedad más abierta, si no totalmente democrática” (Buzan y Lawson 2020,19). No obstante, la realidad terminó siendo otra; China moldeó el capitalismo a sus propias necesidades y se encuentra hoy propiciando una transformación de la globalización económica (Vadell et al. 2019; Vadell y Staiano 2020; Dussel Peters 2022). A diferencia de lo que ocurrió en la competencia por el poder entre Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría, China ya compite hoy al mismo nivel en términos económicos y tecnológicos que otras potencias económicas, especialmente con Estados Unidos (Layne 2021).
La economía de China surge en el marco de las instituciones neoliberales y de la economía de mercado, sacando provecho para su propio desarrollo, pero también beneficiando, en gran medida, a los actores no estatales de países occidentales, entre ellos, las empresas multinacionales que consiguieron instalar su producción con costes significativamente bajos en el país asiático, pero que además garantizaron su inserción en el enorme mercado chino (Peñafiel Chang 2021).
En términos de comercio, China ha avanzado a pasos agigantados en el siglo XXI, pasando de tener una participación en el total de exportaciones de bienes del 4% en el año 2000 a una de alrededor del 14% para el año 2023 frente a un 12% y un 8% de Estados Unidos, respectivamente, en ambos periodos; mientras que Alemania se ubicaba en el año 2000 en segundo lugar con un 9% y pasó a ocupar el tercer lugar en 2023 con un 7% de participación (Nicita y Razo 2021; WTO 2024). Esta gran hazaña china se generó en el marco del sistema económico liderado por Estados Unidos y bajo un modelo de globalización liberal, que propició una relación de interdependencia compleja como la describieron Nye y Keohane a finales del siglo pasado.
Cui Shoujun señala que China alcanzó en 2010 el título de mayor fabricante del mundo, con un “29% del valor agregado de fabricación global en 2019 (9%-29%), mientras la participación de EE.UU. venía cayendo del 26% al 18%” (Shoujun 2023, 26). China pasó de ser un líder de exportaciones de bienes intermedios y bienes de capital a ser uno de los más importantes exportadores de alta tecnología, dejando atrás en el año 2020 a Estados Unidos y a la UE (Miller y Wunsch-Vincent 2021).
Además de ser un hub clave para la producción, China también tiene un rol determinante en la logística comercial internacional. China cuenta con, al menos, nueve de los más importantes puertos del mundo (World Shipping Council 2019), además de ser el principal fabricante y exportador de contendores, algo fundamental para el comercio marítimo global. Adicionalmente, China ha invertido en la última década millones de dólares en infraestructura de conectividad en Asia, África, Europa e incluso América Latina a través de la iniciativa de la Franja y la Ruta, lo que le convierte en un actor clave en logística internacional.
Sin embargo, el rol de China en la producción, el comercio y, por supuesto, la logística internacional, se interpretó como un elemento desafiante por parte de potencias occidentales. En principio, la enorme interdependencia (o dependencia) entre (o hacia) las grandes potencias presentó una desventaja en el periodo de reactivación comercial pospandemia por el desequilibrio comercial que se evidenció.
En el año 2022 China sufrió un rebrote de contagios por la variante Omicron del Covid-19, esto significó una política más estricta por parte del gobierno, obstaculizando la movilidad generalizada del país, teniendo un efecto devastador en el transporte de mercancías dentro de China, disminuyendo la capacidad de personal para logística y empeorando la congestión en los principales puertos del país. En esta medida, la situación interna de China generó un efecto dominó en las cadenas de suministro globales, dando cuenta de la enorme dependencia que actualmente tiene el mundo del país asiático.
En consecuencia, la crisis del Covid-19 y el rol de China dio paso al recrudecimiento de un proceso de segurización de este actor global, especialmente ligado a la percepción de amenaza, no solo debido a la dependencia que las grandes potencias occidentales desarrollaron en China, sino por la creciente competencia del país asiático frente a Estados Unidos y la UE en sectores sensibles como la tecnología. En este sentido, las relaciones comerciales con China y el posicionamiento de este último en las cadenas de suministro globales han pasado a ser un asunto de seguridad nacional.
El papel crucial de los semiconductores en la geopolitización de las cadenas globales de suministro
La industria de los semiconductores es uno de los eslabones más importantes, pero también más sensibles para el desarrollo tecnológico de punta. Esta industria integra una compleja red de actores que se han especializado en distintas fases del proceso, que incluye el diseño, la fabricación, el ensamblaje, el proceso de pruebas y el empaquetado. Asimismo, requiere tanto grandes cantidades de capital (por los altos costos en equipos especializados y de infraestructura adecuada), como personal altamente calificado.
En este sentido, la industria de semiconductores resulta una de las más fragmentadas y especializadas. El liderazgo en el diseño y en investigación de microchips ha sido principalmente de empresas estadounidenses y europeas, algunas de las cuales son integradas, es decir, se especializan en todo el proceso de manufactura. No obstante, hay otras que solo se han especializado en un eslabón de la cadena. Por ejemplo, la fundición de microchips está liderada por empresas ubicadas en Asia, especialmente China, Taiwán y Corea del Sur. China, por otra parte, también lidera la participación en el ensamblaje, las pruebas y el empaquetado (SIA 2021; Mohammad, Elomri y Kerbache 2022; Filippo et al. 2022; Mark y Tiff Roberts 2023). Estos últimos procesos, si bien no resultan los más especializados, son igualmente determinantes para el suministro. Como se evidencia, esta fuerte interdependencia entre distintos mercados ha generado mayor sensibilidad a la cadena de suministros, dejando una enorme crisis con las disrupciones provocadas por el Covid-19 y los conflictos geopolíticos entre Estados Unidos y China. No obstante, los riesgos sobre la interdependencia comercial y productiva, así como las sensibilidades de las cadenas de suministro, incluyendo los semiconductores, ya se empezaban a evidenciar mucho antes de la pandemia, especialmente en sectores estratégicos para potencias como China, Estados Unidos y la UE.
En el ámbito del desarrollo tecnológico, China ideó la política del “Made in China 2025” que fue establecida en el año 2015 para garantizar, entre otras cosas, la autosuficiencia y la reducción de la dependencia en el exterior, un objetivo que ha sido parte de su filosofía de desarrollo. Esta política se hizo más necesaria a partir del declive de las relaciones con Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump, cuando se puso restricciones, entre otras cosas, a las exportaciones de diseños de semiconductores hacia China, trastocando así un eslabón fundamental para el desarrollo de tecnología del país asiático.
Frente a la demanda durante y después de la pandemia del Covid-19 de computadoras, equipos de comunicación, equipos médicos, entre otros, los semiconductores se convirtieron en cuellos de botella de las cadenas de suministro, por la escasez de chips a nivel global. Datos de la Asociación de la Industria de Semiconductores revela que para diciembre del 2021 las ventas globales reflejaron un aumento del 28,3% en comparación con el mismo periodo de 2020; siendo el mercado chino uno de los que mayor aumento mostró, aproximadamente del 27,1% con respecto al 2020 (Semiconductor Industry Association 2022).
En el marco de la geopolítica de las cadenas de suministro globales, Estados Unidos ha buscado frenar el crecimiento de la cuota de participación de China en el mercado tecnológico. Esta política se enfocó especialmente en evitar la fundición por parte de la empresa pública del país asiático, Semiconductor Manufacturing International (SMIC) (Shteynberg et al. 2022). Precisamente, los semiconductores han sido uno de los elementos que marca una competencia más agresiva entre Beijing y Washington desde el gobierno de Trump.
En el año 2021, a través de la Ley de chips y ciencia, Estados Unidos destinó USD $52 millones para subsidiar empresas nacionales dedicadas a la fabricación de chips, que a su vez pretende contener a China. El Fact Sheet de la Casa Blanca (The White House 2022) expresa que el gobierno de Biden: “Ha implementado una estrategia industrial para revitalizar la fabricación nacional, crear empleos estadounidenses bien remunerados, fortalecer las cadenas de suministro estadounidenses y acelerar las industrias del futuro”. Un factor adicional a esta percepción de riesgo para la cadena de suministro de semiconductores sería una eventual invasión china a Taiwán, puesto que se trata del país con mayor capacidad instalada y uno de los principales proveedores de semiconductores en el mundo.
Asimismo, la presión de las restricciones estadounidenses hacia Países Bajos y Japón han sido estrategias clave para restringir el suministro a China (Deutsch et al. 2022; ASML 2023; Koc, King y Baazil 2024). La empresa neerlandesa ASML, una de las más importantes en la fabricación de equipos de litografía utilizados en la producción de semiconductores, desde 2023 redujo al máximo las exportaciones hacia China de componentes esenciales, como unidades de procesamiento gráfico y herramientas utilizadas en la fabricación de chips.
Estas medidas han obligado a China a acelerar la política de autosuficiencia para hacer frente a la escasez o, al menos, ha repensado sus cadenas de suministros, con el fin de mantener el ritmo de desarrollo tecnológico, automotriz y energético, considerando que el desarrollo de 5G, los vehículos eléctricos y los paneles solares se han convertido en ejes claves para el posicionamiento global del país asiático (García-Herrero y Weil 2022). Datos publicados indican que China pasó de contar con 1300 empresas dedicadas a la industria de semiconductores registradas en 2011 a tener más 22000 en 2020 (Hawkins 2023). Además, China ha destinado varios fondos desde el año 2014 para el desarrollo de esta industria (García-Herrero y Weil 2022; Wei 2021).
El Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Popular de China publicó en 2022 en su página web una réplica señalando, entre otras cosas, que Estados Unidos busca dominar las cadenas de suministro y las cadenas de valor, además de convertir los problemas económicos en armas políticas e ideológicas, obligando a las regiones a tomar posición contra China (MFA 2022). Para China, los límites del modelo de globalización económica neoliberal también están tocando a su puerta: el gigante asiático ha empezado a replegarse y comienza a asegurar sus cadenas de suministro también, considerando los riesgos de las sanciones occidentales, pero particularmente de Estados Unidos. Estos riesgos se han hecho más latentes frente a la Guerra Rusia-Ucrania.
De la misma forma, la UE también ha promovido un ambicioso plan por aumentar la fabricación de semiconductores, con una meta de alcanzar el 20% de la producción global para el 2030 (para 2024 la participación de la UE es de apenas el 9%). Para ello, Europa también fijó la Ley Europea de Chips con un presupuesto destinado de alrededor de 43 millones de euros (Comisión Europea 2022).
Los puntos más álgidos para la UE relacionados con las cadenas de suministro globales de semiconductores se han evidenciado en dos sectores concretamente. El primero es el sector automotriz, en cuyo caso requiere de una gran cantidad de chips para el desarrollo de vehículos. Frente a la pandemia del Covid-19 y debido al modelo del just-in-time, el sector automotriz detuvo la producción y canceló varios pedidos para evitar la acumulación de stock. El contexto del mercado generó una reubicación del suministro de semiconductores hacia otros sectores con mayor demanda, como los artefactos electrónicos. Posterior al relajamiento de las medidas sanitarias, la demanda de semiconductores superó la oferta, resultando en una escasez que ha encarecido los costos de producción del sector automotriz pero además ha ocasionado enormes retrasos en las entregas a consumidores (Filippo et al. 2022).
Cabe recalcar que la crisis del sector automotriz en la UE tiene muchas otras causas como la inflación y las tasas de interés (Ulrich 2023), pero resultan variables que escapan del objetivo de este documento. Sin embargo, los datos mencionados arriba sirven para dar cuenta sobre los desafíos que han planteado las crisis de las cadenas de suministro globales, creando cuellos de botella para la industria automotriz europea y ocasionado una pérdida del mercado, especialmente de vehículos eléctricos, que China está ahora tratando de ocupar (Ulrich 2023).
Adicionalmente, los suministros de otras materias primas necesarias para este sector complejizan la sensibilidad de la Unión Europa frente a China. La demanda de vehículo eléctricos ha sido mayor desde el 2019 y para ello se ameritan elementos esenciales, como las baterías y un dato no menor es que Europa importa el 25% de las baterías necesarias para la fabricación de vehículos eléctricos desde el país asiático (IRENA 2023).
Si bien China no domina la industria de semiconductores, sí tiene un rol relevante en la provisión de otras materias primas esenciales para el desarrollo de tecnologías. En principio, China domina alrededor del 80% de la producción de germanio y galio que son materias primas clave para la fabricación de semiconductores. Asimismo, China tiene la mayor participación de refinería de cobalto; y, adicionalmente, el país tiene el 79% de la capacidad global de polisilicio (Review Energy 2023) y es el tercer productor de litio a nivel global.
El segundo sector sensible es el energético. Europa ha enfrentado una enorme crisis energética, producto de su dependencia en el gas ruso. Esto ha llevado a la UE a plantearse una aceleración de la transición energética, política que ya venía siendo parte de la agenda del bloque. En este sentido, el acceso a recursos para el desarrollo de tecnologías verdes también juega un papel central en la geopolítica de las cadenas globales de suministros y se vincula también con la demanda de semiconductores y el desarrollo de vehículos eléctricos.
China domina la fabricación de módulos fotovoltaicos para la energía solar y tiene un importante rol en las cadenas de suministro para la energía eólica. La Agencia Internacional de Energía en su informe más reciente señala los riesgos de la concentración geográfica en las cadenas globales de suministro, puesto que China domina la capacidad de fabricación de las tecnologías para la eólica, las baterías, los electrolizadores, los paneles solares y las bombas de calor (IEA 2023). Por último, los semiconductores no se limitan al desarrollo de tecnologías para el consumo civil, sino que son claves para el desarrollo de tecnologías de seguridad, militares y de inteligencia, lo cual ha determinado el incremento de políticas más proteccionistas desde Estados Unidos, China y la UE.
La segurización para el desacoplamiento de China: ¿la epifanía de una globalización económica limitada?
Buzan, Wæver y Wilde (1998) señalan que la seguridad resulta “una práctica autorreferencial”, en la medida en que el objeto es segurizado, no porque exista una amenaza real contra el agente segurizador, sino porque este último es capaz de presentarlo como tal. En este sentido, los aspectos vinculados con las cadenas de suministros y el rol de China han salido del plano político normal para elevarse a lo seguritario. En relación con la seguritización, Campion (2020) señala que preguntarse si China es una amenaza para Estados Unidos, y dado el caso de este documento también para la UE, es hacerse la pregunta incorrecta, puesto que el punto neurálgico es entender cómo se ha construido el discurso de China como amenaza basada en la reproducción de significados.
Estados Unidos ha adoptado desde 2017 una posición más agresiva en sus relaciones con China por la creciente percepción de amenaza económica, política y de seguridad. En el año 2020, un reporte de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China ya señalaba como amenaza el dominio de China en materias primas clave para el desarrollo de tecnologías emergentes en Estados Unidos, así como los riesgos de Estados Unidos y sus aliados de la dependencia de China para insumos críticos y productos terminados (U.S.-China Economic and Security Review Commission 2020). En 2021 Washington publicaba la orden ejecutiva sobre cadenas de suministro de Estados Unidos. Este documento hace referencia a la necesidad de reforzar cadenas de suministros resilientes con “aliados y socios que comparten nuestros valores” (The White House 2021). Estos documentos y otros posteriores (The White House 2022) han constituido las herramientas principales para que Estados Unidos pueda construir un discurso segurizador sobre China y aplicar políticas proteccionistas en sectores donde el país asiático representaría una competencia económica y tecnológica. Estas medidas apuntan a un abierto objetivo de Washington por conseguir el desacoplamiento de China, a pesar de que el Secretario de Estado, Antony Blinken, durante una visita al país asiático mostrara un discurso más matizado, refiriéndose a una política de “de-risking and diversifying” (reducción de riesgos y diversificación) (U.S. Department of State 2023).
En el caso de la UE, la percepción sobre China como amenaza resulta más dispersa y ha despertado distintos debates, algo que se vincula a las diversidades de sensibilidades económicas y comerciales entre los 27 países del bloque y China. Sin embargo, en los últimos años, diversos documentos resaltan las incompatibilidades de China con el sistema de valores democráticos occidentales y de multilateralismo que propone la UE. Asimismo, un documento oficial recalca que “el rápido ascenso de China, que demuestra ambiciones globales y persigue un modelo capitalista de Estado distinto, ha cambiado fundamentalmente el orden económico y político global” (Comisión Europea 2021). En este sentido, hay un consenso sobre los riesgos económicos que representa la dependencia de la UE en China, especialmente, para el suministro de materias primas y bienes intermedios para industrias estratégicas, así como la creciente competencia en sectores claves (European Commission 2019; European Parlament 2021).
La UE, a diferencia de Estados Unidos, no se ha referido explícitamente a un desacoplamiento de China, algo que resultaría también perjudicial para la Unión, pero busca una recalibración de la interdependencia entre ambos actores, refiriéndose también al de-risking, como parte de su política para una “autonomía estratégica” (Comisión Europea 2023; Arteaga et al. 2023). De cualquier manera, el discurso sobre China como amenaza ha calado también en la UE, lo que se traduce en un proceso de segurización, sobre todo a partir de la invasión de Rusia a Ucrania y la posición de China frente a este conflicto.
Ante la crisis actual del comercio y la geopolitización de las cadenas de suministro global, diversas empresas occidentales han comenzado a preocuparse por las presiones políticas para acortar las cadenas de suministro, así como replantear la ubicación geográficas de su producción. En este caso, posibilidades como el nearshoring, el onshoring o el friend-shoring comienzan a dominar el discurso con el fin de disminuir las vulnerabilidades que supone ahora la presencia china. No obstante, no parece ser una tarea fácil a corto o mediano plazo, sobre todo por los costes que esto puede representar para el sector público y privado (Maihold 2022). Como ya se menciona arriba, la industria de semiconductores es una de las más sensibles, pero también es una de las que requiere más inversión de capital y además es intensiva en I+D, estas condiciones hacen que requiera de mayor tiempo para lograr un desacoplamiento.
En el caso de América Latina, por ejemplo, “la geopolitización del nexo entre la seguridad, la industria y el comercio” (Canuto, Yifu Lin y Zhang 2022) podría tener implicaciones positivas, tomando en cuenta que empresas estadounidenses han vuelto su mirada a la región para reubicar su producción. De hecho, México habría logrado superar a China en exportaciones hacia Estados Unidos en el año 2023, algo que podría aprovecharse mejor en la medida en que México pueda ser capaz de generar valor agregado e incorporar a otras industrias (Ortiz 2024; Dussel Peters 2024).
Si bien el nearshoring ya parece ser una realidad y algunos países se empiezan a beneficiar, todavía resulta difícil sacar a China de la ecuación; además, las ventajas del nearshoring podrían ser asimétricas para regiones como América Latina (Arbache 2022; Canuto, Yifu Lin y Zhang 2022; Malamud y Núñez Castellano 2022), tomando en cuenta que no todos los países tienen las condiciones de México para entrar a mercados como el de Estados Unidos. Los países sudamericanos, en su mayoría, ricos en recursos naturales, pueden ser blanco de actividades e intereses meramente extractivistas; esta vez vinculados a los minerales necesarios para el desarrollo tecnológico y la transición energética; sin que esto signifique una oportunidad para su propia industrialización. De cualquier manera, la desesperada medida de potencias occidentales por el desacoplamiento de China constituye una epifanía, entiéndase esto como una manifestación de los límites de la globalización y una revelación de la disociación entre los supuestos neoliberales y los resultados que se evidencian en las relaciones económicas internacionales actuales.
Conclusiones
El ascenso de China fue visto con buenos ojos por Occidente en la medida que permitió mantener un escenario de ganancias compartidas, sobre todo, para Estados Unidos y la UE. China, con un enorme mercado y condiciones favorables para la deslocalización, se convirtió en una oportunidad para muchas empresas estadounidenses y europeas. Si bien, el modelo político e institucional de China resultaba contradictorio para el paradigma globalizador liberal, resultó al final tentador permitir la incorporación paulatina de China al sistema capitalista mundial, con la esperanza de que paulatinamente se lograría una “democratización” del modelo político chino.
Mientras que uno de los mayores desafíos para el gigante asiático fue acoplarse a una economía de mercado que le permitiera aprovechar las ventajas del multilateralismo y las libertades de la apertura comercial, sin que esto le obligara a renunciar a su filosofía sobre la centralidad del estado. China logró su objetivo de acoplamiento y desde finales del siglo XX, pero particularmente desde su entrada a la OMC en el 2001, las dinámicas de la producción y el comercio global se concentraron fuertemente en el país asiático, creando una alta dependencia.
Paradójicamente, este resultado ha sucedido en el seno de los mismos principios de la globalización económica liberal. China ha logrado aprovechar las instituciones liberales para posicionarse como un actor global, que hoy por hoy lidera desde la producción de bienes, la cadena de suministros globales, hasta el desarrollo de altas tecnologías, convirtiéndose así en un desafío para la hegemonía estadounidense y un socio incómodo para actores como la UE; este último por el nivel de sensibilidad desarrollado en su interdependencia con China. Esto deja entrever las crisis del paradigma liberal, basado en la libre competencia, la desregularización de la producción, el comercio y las inversiones, así como la menor intervención del Estado.
En este sentido, la geopolitización de las cadenas globales de suministro y la segurización de China, específicamente, responden a las percepciones de las potencias occidentales de un sistema agotado que ya no responde a sus intereses. En esta medida, la construcción de un discurso que posiciona como amenaza a China constituye una reacción desesperada de Occidente frente a los resultados indeseables de su propia filosofía sobre la globalización y la economía de mercado.
La China de hoy podría interpretarse como el resultado de las instituciones que se promovieron en un orden internacional forjado por Occidente, pero que hoy desafía a sus principales promotores. Esta condición muestra una especie de epifanía; si bien no sobre las limitaciones de globalización económica en sí misma; sobre el modelo de globalización neoliberal actual que se forjó en la segunda mitad del siglo XX y que se convirtió en la piedra angular del liderazgo estadounidense en el sistema internacional hasta hace dos décadas, pero que, contra todo pronóstico, abrió paso a un actor que, si bien no comparte los mismos valores democráticos occidentales, logró redituar su adaptación al sistema. Quedan algunas interrogantes sobre a qué tipo de globalización asistiremos en los próximos años de materializarse las políticas de nearshoring, friendshoring y hasta qué punto estas estrategias lograrán reducir la percepción de amenaza sobre China. Esto podría ser un tema para profundizar en próximas investigaciones.