Introducción
Más alládel dominio del biopoder, la “corpolítica”2(las políticas sobre los cuerpos) y la “necropolítica3, como herramientas de control con las que el sistema intenta borrar o desechar cuerpos que “no sirven” y “estorban”, las integrantes del colectivo de danza Hanin creemos que existen espacios de utopía y esperanza en medio de los desiertos, del concreto de las ciudades, de las cárceles y de las montañas.
A partir de este anhelo de Hanin, surge Germinando, proyecto dancístico que está en constante proceso de creación y desarrollo a través de las experiencias de las integrantes del Colectivo por el desierto argelino y el asfalto mexicano; es decir, de las zonas urbanas centro-sur del país. Creemos que el concreto gris de la cárcel no es infértil, ahí viven mujeres que germinan todos los días. Mujeres escritoras, poetas, madres, que son creadoras de vida y de arte, que crecen y se transforman con el diálogo, la convivencia y la reflexión. Al compartir con ellas, nosotras nos transformamos también. Aquella semilla que sembramos en el aula de una cárcel germina y se expande creando lazos de empatía y sororidad.
En espacios urbanos abandonados y olvidados, regidos por la violencia y las lógicas punitivas, trabajar la reconciliación con nuestros propios cuerpos y los otros es fundamental. Nos basamos en el sentido de la comunidad, junto con la sororidad y la empatía, como motores de transformación individual y social; sin embargo, estos espacios son difíciles de encontrar y construir en prisiones. Entendemos por sororidad las relaciones de solidaridad, apoyo y hermandad (de ahí que tenga el prefijo “sor”) que existen entre las mujeres, sobretodo en contextos de vulnerabilidad, o bien la alianza profunda y compleja entre mujeres (Lagarde, 2009).
Para ello recurrimos a la danza, como herramienta de concientización y transformación corporal y social, que nos permite interactuar y relacionarnos de forma diferente con nosotras mismas y con las otras mujeres. Sabemos que la danza genera procesos subjetivos de autopercepción, sensibilización y exploración que estimulan la libertad de las mujeres en prisión, lo cual permitetambién generar saberes propios en espacios limitados y encerrados. Parte de esta propuesta es la que compartimos en este artículo
Los cuerpos en las ciudades, territorios de control y encierro
¿Qué es el cuerpo? Retomamos las ideas de la geógrafa feminista Anna Ortiz Guitart (2012) para responder que este es lo que somos, en el cual experimentamos nuestras emociones y por donde nos conectamos con el mundo. Además de ocupar un lugar en el espacio, con base en Ortiz (2012), las trayectorias de género, clase y etnia se encarnan y se practican en los cuerpos. Por tanto se van trazando continuamente con deseos, dolores, disgustos, placeres y odios; pero también son mapeados por la esperanza, el amor y la libertad.Son los primeros lugares donde inscribimos nuestra moralidad, nuestros valores y las leyes sociales (Ortiz, 2012).
Si hablamos en términos de escalas y desde las miradas de la geografía feminista, el cuerpo también es territorio, un espacio delimitado y apropiado material y simbólicamente, constructor de identidades. Cabe señalar aquí que, a pesar de tratarse de nuestros propios cuerpos, ni la soberanía ni la autonomía de nuestros territorios más inmediatos nos han sido correspondidas en la mayoría de los capítulos de la historia de la humanidad. El cuerpo de la mujer ha sido controlado por la historia del hombre, quien lo ha estereotipado, reprimido y utilizado, convirtiéndolo, como menciona la antropóloga Rita Laura Segato (2014), en territorio de guerra y de conquista.
De igual manera, la mayoría de los espacios urbanos y rurales, construidos por el sistema hegemónico patriarcal capitalista, se ha configurado excluyendo a la mujer y a otros grupos vulnerables por motivos de etnia, clase, edad e identidad de género (por mencionar algunos). Si bien existen muchos hombres que en estado de cárcel se ven atravesados por vulnerabilidades, nuestra propuesta está enfocada en eltrabajo con mujeres, debido a que, bajo estas circunstancias, sufren un abandono mucho mayor por parte de sus familias y parejas. Tambiénvale la pena mencionar que, a pesar de que ha habido una importante ruptura en la masculinidad hegemónica, trabajar sobre temas de cuerpo y danza, en y con los hombres, aún sigue siendo una tarea pendiente que nosotras no hemos explorado.
Según Carrión (2008), durante los últimos 20 añosla violencia se ha convertido en uno de los temas más importantes de las ciudades latinoamericanas, debido al cambio en sus formas, a los impactos sociales y económicos, al incremento de su magnitud y al surgimiento de nuevos tipos (secuestro exprés, narcotráfico). La violencia se ha extendido en la región con características propias, que han influido en la lógica del urbanismo (seguridad y blindaje de la ciudad, cierre de accesos a vialidades, y nuevas formas de segregación residencial); así como también en la percepción y comportamiento de los habitantes, en su interacción social y en la militarización de las ciudades, sin excluir la falta de calidad de vida en la que la población vive cotidianamente debido a los asaltos y homicidios. Todas estas problemáticas son reflejo de la fragmentación, la exclusión y la disputa por el espacio público y los servicios en espacios urbanos que no son meramente contenedores de violencia ni de hechos delictivos (Carrión, 2008), sino resultado de las complejas dinámicas de las relaciones desiguales de la producción del espacio urbano.
Asimismo, la planeación y los modelos del diseño actual de nuestras ciudades han dejado a un lado las necesidades específicas de grupos sociales minoritarios como las mujeres. Esta exclusión provocada por las tendencias predominantes en el diseño urbano genera desigualdad social y, por consiguiente, ambientes de violencia y conflictos, en los que las mujeres se encuentran en una posición de mayor desventaja y vulnerabilidad social.
Es en el cuerpo femenino donde se encuentra más arraigado el conflicto territorial y, por lo tanto, el campo donde se desarrollan las batallas por el mismo (Segato, 2014). El asesinato, violación o cualquier otra forma de tortura o dominación explícita del cuerpo femenino y feminizado -junto con el encarcelamiento y separación familiar que la antropóloga Aída Hernández (en Melgar, 2018) señala como el último eslabón de una cadena de exclusión y violencia- representan el aislamiento, castigo y la total marginación de una persona, perdiendo la soberanía4 sobre su propio cuerpo.
Para Fraile (1997), la prisión se ha convertido en el centro del aparato punitivo.Se cree que el encierro, la vigilancia y la soledad son capaces de doblegar la voluntad del recluso y de la reclusa, sin “destrozar” aparente ni físicamente su cuerpo. Este “equipamiento de justicia”, como la describe Forero (2015), surge ante la necesidad de castigar, pues se restituye al reo a la sociedad como ejemplo vivo de la eficacia del sistema, y así desempeña ese papel disuasivo que antes le correspondía al suplicio oficiado en la plaza pública (Fraile, 1997). De esta manera se han ido construyendo espacios específicos y panópticos para el control de las personas, privándolas de su libertad.
De acuerdo con Carolina Salinas (2014), la cárcel es un espacio reproductor de desigualdades de género, clase social y estatus de criminales. Asimismo, es un sistema insensible a las necesidades de las mujeres internas, quienesanteriormente ya eran oprimidas, “y una vez colocadas en el sistema como internas, no reciben de él los elementos básicos necesarios para poder retornar a la vida en libertad con posibilidades reales de inserción exitosa” (Salinas, 2014, p.1).
JulieBarnsley (2006) muestraque, desde el contexto occidental han surgido ideas religiosas, culturales, políticas y científicas que histórica y sistemáticamente han subordinado, manipulado y violentado ciertas energías del cuerpo, reforzando así su dicotomía con el espíritu, del que se le ha negado mediante el control y la ausencia de libertad. No obstante, creemos que, dentro de algunas expresiones del arte, como la danza, se contrarrestan estas directrices heredadas desde la estructura social. Ante la necesidad de sanar emociones que se reflejan en el cuerpo, y buscar otros caminos menos violentos para relacionarnos socialmente, la danza permite que resurjan otras maneras de abordar, conceptualizar y habitar la diversidad de historias y de formas de los cuerpos pertenecientes a mujeres privadas de su libertad, en prisiones que encierran parte de las injusticias, el olvido y deterioro de la realidad manifestada en los paisajes urbanos.
Hanin germina en el asfalto
Hanines un colectivo de danza del que formamos parte con compromiso y acción social. Para nosotras, los cuerpos se transforman en territorios que danzan para celebrar nuestra existencia. Sin embargo, para las mujeres privadas de su libertad, acosadas, violentadas o desaparecidas, resistir implica existir. Por eso Hanin centra su empatía con aquellas que viven en estas condiciones. El proyecto Germinando se desarrolla con el interés, la participación y experiencia de ellas a través de la impartición de los talleres Somos semilla.
Germinar es el proceso en el que una semilla crece para convertirse en planta. Germinando es la metáfora deHaninpara hacer que la tierra, a través de la danza y del movimiento de los cuerpos, se convierta nuevamente en territorios fértiles que han sido “desterritorializados” (Haesbaert, 2007) por diversas causas, tales como: el destierro, las desapariciones forzadas, los feminicidios, el exilio y el “encarcelamiento” (Foucault, 2006). Dicho proyecto tiene como objetivo promover el trabajo colaborativo, centrándonos en el cuerpo como territorio, como medio de conocimiento y medio de “sensación de libertad”, de la manera en que muchas personas, entre ellos bailarines y bailarinas, profesionales lo describen, partiendo de exploraciones teóricas y metodológicas tanto de la geografía como de la antropología, así como de las prácticas dancísticas.
Como antecedente, cabe mencionar que parte de la praxis del proyecto ha sido el trabajo con mujeres saharauis en el desierto argelino a finales de octubre de 2017. Nos aproximamos a sus vivencias en el lugar que habitan, es decir, en los campamentos de refugiados, a los que perciben y denominan una “prisión a cielo abierto”. Desde 1976, mientras que los hombres saharauis iban a la guerra, las mujeres han vivido en el exilio en ese territorio que, en palabras de Juan Villoro, se podría definir como un “vértigo horizontal”. Desierto que, a pesar de su horizonte infinito, transmite ansiedad y encierro, y para muchas personas que no lo habitan, es vacío e inhóspito. Sin embargo, las mujeres saharauis lo han ido organizado socialmente en sus diferentes escalas, desde las haimas (carpas familiares) hasta las wilayas(los diferentes poblados de los campamentos), dejando la escala del cuerpo a la escena de lo privado.
Nuestra experiencia en aquel desierto, relacionándonos a través de nuestros cuerpos femeninos, nos permitió traspasar barreras culturales y lingüísticas para convivir y comunicarnos con ellas, otorgándoles la escucha y visibilizando las problemáticas cotidianas desde el movimiento de sus propios cuerpos, que son sus territorios más inmediatos, con los que han luchado y con los que continúan permaneciendo y existiendo, a pesar del destierro de su lugar de origen.
Del desierto nos trasladamos al asfalto que inunda el centro-sur de México, la región más poblada y urbanizada del país. Como parte de la colaboración de Hanincon la Colectiva Editorial Hermanas en la Sombra5, desde 2018 hemos estado trabajando entre cuatro grandes muros de concreto que encierran la vida de las mujeres en el CERESO de Atlacholoaya en el estado de Morelos, en México. Luego de una función de danza en el marco del décimo aniversario de la colectiva se creóel interés mutuo por trabajar de manera más constante con el cuerpo. Anteriormente se realizaron dos sesiones en las que se trabajó corporalmente a partir de técnicas de teatro del oprimido (y de las oprimidas) y movimientos de danzas persas y saharauis, enfocados en manos y brazos, debido a la restricción del espacio en su uso, tamaño y disponibilidad.
Mediante la danza y las prácticas corporales, desdibujamos las fronteras impuestas conocidas, buscamos ir más allá de los límites marcados social, cultural y políticamente. Danzamos para entrelazar cuerpos-territorios aislados, fragmentados, heridos, encerrados, violentados y olvidados.
En nuestra investigación-acción-participación creemos en la danza como una práctica cultural y política. Nosotras, como científicas sociales no pretendemos ser productoras de un arte sino de lazos de sororidad y espacios de esperanza. Parte del proyecto es continuar con una etnografía dialógica en la que se lleven a cabo procesos de doble reflexividad (Guber, 2001) y entonces podamos conocernos y reconocernos en la otra.
Para germinar es necesario voltear a ver al cuerpo, ya que la sociedad ejerce el castigo en su forma física y corporal, encarcela para limitar el movimiento y el libre tránsito,. Las mujeres privadas de su libertad sufren los estragos del castigo corporal, del encierro y callan sus dolores. Su cuerpo olvidado por ellas, la familia, la sociedad y el Estado (Hernández en Melgar, 2018) se transforma activamente en el encierro sin ser ellas quienes deciden el rumbo de dicha transformación. Por lo anterior, creemos que mediante la danza, el teatro y la sensibilización ellas pueden establecer una relación diferente con su cuerpo y, de esta manera, con su ambiente de encierro.
La danza no tiene fronteras, metafóricamente con ella podemos cruzar la muralla minada de 2 mil kilómetros que el gobierno marroquí construyó en el desierto para impedir el paso de los saharauis; pero también podemos brincar los muros de la prisión en Morelos, con los talleres Somos Semilla, en los que generamos un intercambio de códigos, expresiones y movimientos corporales de distintas danzas6 que puedan ser transmitidos de las mujeres saharauis en los campamentos en Argelia a las prisioneras del CERESO de Atlacholoaya en México. Así construimos puentes a través delos que, más adelante, esperamos puedan ir dialogando los territorios y los cuerpos lejanos en distancia, pero que comparten encierros físicos y sensoriales.
Asimismo, en los talleres proponemos trabajar con el cuerpo no solo desde el movimiento, sino desde las sensaciones y emociones que identificamos y trabajamos a nivel corporal, como motores de movimiento (el cual se ve limitado en las condiciones de encierro), así como crear consciencia sobrelas posturas, los dolores y las cargas emocionales que se somatizan.
Como parte de la metodología, en los talleres también retomamos ejercicios de Teatro del Oprimido -desarrollado por Augusto Boal-, como la “máquina humana” para representar situaciones de opresión, así como su posible liberación usando el “escenario” (que se produce en ese instante) como espacio de libertad y creatividad, a partir del involucramiento de todos los actores y personas del público (en este caso, de las internas y las talleristas).
Además, buscamos trabajar con el cuerpo desde la creación de consciencia, respiraciones e imaginación, para ubicar todas las sensaciones y emociones que conlleva el encierro a nivel corporal y, desde ahí, poder buscar aquellas que conduzcan hacia una liberación. Así como podemos representar de forma teatral las opresiones que vivimos, también podemos imaginar otros panoramas posibles y construir colectivamente la realidad que queremos.
Reflexiones para sembrar libertad
Los cuerpos son afectados en ambientes violentos como los que se desarrollan en las dinámicas tanto de las ciudades como dentro de las prisiones. En una situación de encierro nuestro cuerpo es nuestro único territorio y, por lo mismo, nuestra máquina de trabajo, nuestra herramienta de liberación y nuestro refugio. Bailar nos hace libres, nos hace felices; crea momentos de emancipación dentro de la cartografía de los cuerpos encarcelados. El movimiento propio, siempre creativo y auténtico nos recuerda que mientras tengamos cuerpo podemos habitarlo y vivirlo en el ciclo de las respiraciones y en el proceso de la danza.
Nuestra propuesta artivistaenGerminando es generar “espacios de esperanza”, como diría el geógrafo David Harvey (2003), a través de la danza aprendida y compartida a lo largo de dos años entre las saharauis en Argelia y las prisioneras en Morelos; al tiempo que vamos conociendo nuestros cuerpos, sus historias y sus limitaciones. Provocar el flujo libre en los cuerpos de las mujeres que viven en condiciones y sensaciones de encierro, como las del CERESO de Atlacholoaya, significa no sentirse olvidadas por ellas mismas y volver a sentirse vivas.
Finalmente, nuestro quehacer en los talleres Somos Semilla, a través del movimiento de los cuerpos en los espacios de encierro y en el asfalto, propone formas alternativas e interdisciplinarias de generar emociones, saberes y conocimiento que contribuyan a otras maneras de pensar, mirar, sentir y vivir los cuerpos de las mujeres como actoras importantes de visibilidad e inclusión en las sociedades y en las ciudades, pero también de resistencia y (por qué no) libertad para la construcción de nuestros territorios, comenzando por los cuerpos.