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Estoa. Revista de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca

versión On-line ISSN 1390-9274versión impresa ISSN 1390-7263

Estoa vol.12 no.24 Cuenca jul./dic. 2023

https://doi.org/10.18537/est.v012.n024.a11 

Artículo 11

Proyectar la vivienda no solo desde la individualidad, sino desde la comunidad. Reflexiones sobre la vivienda en Quito

Project housing not only from the individuality, but from the community. Reflections about housing in Quito

Nicole Valeria Merizalde Zapata1 
http://orcid.org/0000-0001-9138-7105

Marco Lenin Lara Calderón2 
http://orcid.org/0000-0002-8395-9932

1Universidad Internacional del Ecuador, Ecuador, nicole628merizalde@gmail.com

2Universidad Internacional del Ecuador, Ecuador, mlara@uide.edu.ec


Resumen:

A lo largo de los años el concepto de vivienda ha ido cambiando a favor de los intereses económicos, políticos y de la sociedad en general; la vivienda pasó de ser concebida como un elemento que no puede entenderse sin su entorno a un elemento independiente. La siguiente investigación plantea analizar y entender los principios que guiaron la planificación de los proyectos, y cómo las personas, sus necesidades y su forma de habitar son importantes al momento de diseñar la vivienda. Con este propósito se adaptó una metodología combinada, partiendo del Plan Solanda y basado en la comparación de características físicas y funcionales de varios proyectos de vivienda social desarrollados en América Latina a partir de la modernidad, y apoyada en el análisis de revisión literaria, permitiendo así entender la importancia de la participación ciudadana y evidenciando cómo son las personas y su forma de habitar quienes personalizan los espacios.

Palabras clave: vivienda social; arquitectura moderna; participación ciudadana; Plan Solanda; Quito

Abstract:

Over the years, the housing concept has been changing in benefit of economic and political interests and society in general; housing went from being conceived as an element that cannot be understood without its environment, to be an independent element. The following research sets out analyze and understand the principles that guided the planning of the projects, and how people, their needs and their way of living are important when designing a house. For this purpose, a combined methodology was adapted, starting from the Solanda Plan and based on the comparison of physical and functional characteristics of several social housing projects developed in Latin America since modernity, and supported by the analysis of literature review, thus allowing to understand the importance of citizen participation and showing how people and their way of living are the ones who personalize the spaces.

Keywords: social housing; modern architecture; citizen participation; Solanda Plan; Quito

Introducción

A lo largo de los años el concepto de vivienda se ha adaptado a los intereses económicos, políticos y de la sociedad en general. La vivienda pasó de ser aquel “lugar físicamente adecuado que aloja a la familia humana permitiendo su desarrollo pleno en cumplimiento de sus fines, necesidades y aspiraciones” (Haramoto Nishikimoto, 1984, pp. 52-64), es decir, un elemento que no puede entenderse sin un usuario, comunidad o contexto de emplazamiento, a ser un elemento independiente que representa únicamente un contenedor. Para Le Corbusier “la vivienda debía ser pensada en términos de producción en serie, lo que respondía a un modelo de ciudad y por tanto, de sociedad” (Rosero, 2017, p.46). A partir de la revolución industrial, la migración de las personas a la ciudad y la Segunda Guerra Mundial, se reforzó el concepto de vivienda como máquina. La vivienda se concibió como un contenedor que debía satisfacer una función específica en relación con su contexto; las relaciones entre vecinos pasaron a un segundo plano y concentrar la mayor cantidad de personas tomó protagonismo.

Durante el siglo XX en Estados Unidos, entre el auge y declive del movimiento moderno se desarrollaron una variedad de proyectos habitacionales de vivienda social que buscaban solucionar problemas urbanos relacionados con la pobreza por medio de la reubicación y concentración de familias de los suburbios o periferias en nuevos edificios habitacionales. En ese momento, una de las ideas que apoyaba la construcción de los edificios residenciales en zonas ocupadas por barrios marginales era que estos eran multitud y la única forma de contrarrestarla era por medio de su erradicación, dejando de lado la comprensión de su contexto social y económico, y reforzando la estructura de los intereses dominantes en el espacio. El proyecto de vivienda social Pruitt-Igoe, construido en 1954 en St. Louis, es quizá el caso más representativo de la época, debido a que su derribo marcó el inicio de la caída del movimiento moderno (Figura 1).

Fuente: Autores (2022) basados en imágenes de Película "The Pruitt Igoe Myth" (Freidrichs, 2011)

Figura 1: Demolición proyecto Pruitt-Igoe en St. Louis, Estados Unidos 

Otro de los errores de la arquitectura moderna fue tratar de recrear la arquitectura monumental de Europa en un contexto totalmente distinto, buscando representar el poder del estado por medio de la arquitectura, y dejando de lado los espacios que promueven la interacción de la comunidad fuera de la vivienda. Secchi (2015, pp. 28-29) indicó que:

El espacio, gran producto social construido y modelado en el tiempo no es infinitamente maleable, no está infinitamente disponible ante los cambios en la economía, las instituciones y la política. No solo por la resistencia que la propia inercia espacial opone, sino también porque en alguna medida construye la trayectoria a lo largo de la cual estos mismos cambios pueden ocurrir.

Es decir, que pese a que un espacio fue consolidado según las ideologías sociales y económicas de una época, su estructura no cambia con el pasar de los años, sino que se refuerza en torno a sus partes como territorios consolidados.

Actualmente muchos proyectos de vivienda de interés social no toman en cuenta la participación de las personas durante todas las etapas de diseño, pues se considera que una sola tipología puede repetirse e implantarse en cualquier lugar, dejando de lado las diferentes formas de habitar el espacio. Por medio del análisis de distintos proyectos desarrollados a lo largo de los años, se busca entender las pautas para la proyección de vivienda de interés social; evidenciando las nuevas características y las particularidades del habitar actual, y entendiendo a los proyectos de vivienda como contenedores de espacios privados y comunes, que facilitan el desarrollo de actividades que completan las necesidades básicas resueltas por la unidad de vivienda y estimulan el desarrollo comunitario del grupo (Fisch et al., 2011, p.30).

La investigación tiene como objetivo entender el origen de los proyectos de vivienda social en América Latina a partir de la modernidad, y analizar las diferentes soluciones que brindaron los proyectos en base a su entorno y necesidades. Se trata de analizar la comunidad que fue, que está siendo y tal vez la comunidad que está llegando a ser, con el fin de evidenciar que son las personas y su forma de habitar quienes personalizan y caracterizan los espacios. Adicionalmente, se busca enfatizar la importancia de entender profundamente el sistema y estructura, tener una lectura clara del contexto económico, político y social con el fin de generar proyectos de vivienda basados en las personas y sus necesidades, teniendo a la participación como elemento fundamental de desarrollo. “La apropiación social se convierte en el indicador de evaluación por excelencia de la meta social alcanzada” (Jaramillo y Dávila, 2017, p.116).

Producción de vivienda y procesos participativos

Al hablar de modernidad hacemos referencia a las modalidades modernas de producción habitacional, las cuales ponían los criterios arquitectónicos, estéticos y espaciales por sobre los usos sociales, culturales y comunitarios. Adicionalmente, fue durante la caída del movimiento moderno donde se evidenció una de las primeras reuniones comunitarias para definir temas relacionados con la vivienda. Pruitt-Igoe marcó un antes y un después en la producción del hábitat y en cómo se lo define actualmente.

El proyecto de Pruitt-Igoe, implantado en un terreno de 22 hectáreas en el barrio De Soto-Carr en Misuri - EEUU, buscaba ser un proyecto de aparente integración entre habitantes afroamericanos y blancos. Contaba con 33 bloques de vivienda de 11 plantas, una variedad de equipamientos, 2740 unidades habitacionales, y una densidad de 500 habitantes por hectárea. Cada bloque habitacional contaba con dos tipos de planta: la planta cerrada que albergaba únicamente apartamentos, y la planta galería, cuyo diseño abierto daba lugar a espacios de relación y áreas comunitarias, como espacios de lavado y secado. Adicionalmente, el proyecto contaba con 5 tipos de vivienda que variaban entre una y cinco habitaciones, los cuales fueron diseñados para albergar a las personas provenientes de los barrios que habían sido previamente desalojados.

En sus inicios el proyecto reflejaba un referente idóneo de vivienda, pero con el pasar de los años las problemáticas empezaron a ser más evidentes y la aparente integración racial fracasó, dando supremacía a la habitabilidad de afroamericanos. De igual forma, empezaron a surgir problemas al interior de los edificios relacionados con la inseguridad para las mujeres, vandalismo, falla de instalaciones, suspensión de servicios básicos, etc., y en 1969 se dio la primera huelga de alquiler en la historia de la vivienda pública. Durante esta época, en Estados Unidos, los movimientos revolucionarios que buscaban transformaciones en cuanto a género, clases sociales y racismo, tomaban fuerza pese a ser constantemente reprimidos por poderes políticos. La política de vivienda reflejaba un afán por solventar la vivienda individual y dejaba de lado el desarrollo de la comunidad o vecindad, característica de los barrios marginados.

En abril de 1972 se realizó la primera demolición de los bloques habitacionales del complejo de Pruitt-Igoe, y hasta 1975 se derribó todo el conjunto. Durante este periodo de tiempo se realizó la primera reunión con la comunidad, que acordó y vio como mejor solución la demolición del complejo. La caída de los bloques de vivienda social marcó el inicio del final del modernismo y se generó un mito en torno a Pruitt-Igoe, en el cual la culpa del fracaso recaía con mayor fuerza en el diseño arquitectónico en lugar de en las políticas de vivienda y el contexto sociopolítico. Así lo señaló Rosero (2017, pp. 83-84):

La profundización en la historia de Pruitt-Igoe manifiesta cómo la arquitectura por sí sola no es capaz de ser catalizadora de cambios en la sociedad ni influir potencialmente en las estructuras políticas y sociales, así como resulta ineficaz ante fallidas políticas de vivienda pública.

Las acciones tomadas durante la construcción de vivienda social en Estados Unidos en el siglo XX evidencian la creación de zonas incapaces de integrar lugares antiguos; es decir, esos espacios compuestos por una memoria colectiva que ha sido construida a lo largo de los años y que ha sido reemplazada por un proyecto que no toma en cuenta las características del habitar de su contexto y que simplemente busca almacenar un mayor número de habitantes. Una acción que busca tapar un problema sin comprender la complejidad en su totalidad no es más que una solución momentánea, pues el hábitat debe ser entendido tanto en su forma individual como en su desarrollo colectivo. “El miedo desarrolla la intolerancia, rompe la solidaridad y disgrega la sociedad…” (Secchi, 2015, p.36).

Kozak (2016, p. 51), sobre la conferencia de Hábitat I realizada en Vancouver, y otros autores consideraron cómo el momento idóneo en el que el tema de la “participación popular en la producción de la vivienda, mediante los modelos de AC/AA, pasó a ocupar un lugar central en el discurso urbanístico predominante a nivel global”. Adicionalmente, Kozak (2016, p.52), mencionó que:

Durante al menos los siguientes diez años después de la conferencia en Vancouver, los planes de "lotes con servicios" y programas de AC/AA se convirtieron en la norma y las palabras clave del discurso predominante en los organismos internacionales multilaterales, como las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Para el año de 1967, surge el Proyecto Experimental de Vivienda (PREVI), en Lima, como una propuesta puesta en marcha por el gobierno peruano con el fin de trazar un plan de mejora de la situación de la vivienda en Lima (Lucas, 2015), y contó con la participación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las Naciones Unidas (ONU) y el Banco de la Vivienda de Perú. El Gobierno peruano aportaba el solar (la parcela), los fondos para la construcción y el personal local, mientras la ONU y el PNUD proporcionaban el apoyo técnico, el personal internacional y los costes del concurso internacional (Lucas, 2015).

El proyecto inicialmente constaba de 3 planes: el PP1, el cual planteaba la construcción de un nuevo barrio, el PP2 consistía en un estudio para la renovación urbana de áreas degradadas de la ciudad, y el PP3 planteaba generar vivienda a partir de la autoconstrucción; luego del terremoto de 1970 surgió el PP4 con propuestas sismorresistentes. Hablando sobre PP1, Samper planteó que:

Las bases del concurso solicitaban un proyecto de viviendas de bajo costo y crecederas para 1.500 familias, en solares de 80 a 150 m2 y con casas de 60 a 120 m2, de una o dos plantas, capaces de soportar una tercera y un diseño del conjunto. El terreno, de 40 ha, a 8 km al norte del centro de Lima y conectado a una red local de vías y al sistema metropolitano de carreteras, formaba parte de una extensión de 400 ha que serviría de reserva para futuras ampliaciones (Mozo y Del Hoyo, 2015, p. 189).

Asimismo, Lucas (2015) expone al respecto:

El PP1 se proponía la construcción de un barrio de nueva planta a partir de las propuestas surgidas de un concurso de ámbito nacional, al que se presentaron 28 propuestas peruanas, e internacional, en el que tomaron parte 13 equipos extranjeros (p. 28).

Por otro lado, de acuerdo a Kozak (2016), “algunas de las obras más emblemáticas de Aravena, como la Quinta Monroy en Iquique (…) retoman explícitamente experiencias de este período” (p. 50). La Quinta Monroy se encuentra ubicada en el centro de la ciudad de Iquique y en sus inicios estaba compuesta por 100 familias viviendo en condiciones precarias. Para el año 2002, el equipo de Alejandro Aravena fue contactado por el Programa Chile-Barrio del Gobierno de Chile para trabajar en una propuesta de reorganización urbana y construcción de vivienda social para los habitantes de la zona en base al programa del Ministerio llamado Vivienda Social Dinámica sin Deuda (VSDsD), que destinaba un subsidio de 300 UF (US$ 7.500) por familia una sola vez. Por medio de un diseño participativo, el equipo diseñó viviendas progresivas, las cuales partían de solventar espacios básicos de la familia y permitían que el espacio crezca en base a necesidades futuras, dando lugar a viviendas de 40 m2 que con el tiempo podían ampliarse a 80 m2 (Aravena et al., 2004). (Figura 2).

Fuente: Autor (2022)

Figura 2: Ubicación de los proyectos en mapa: (a) Pruitt-Igoe en St. Louis, Estados Unidos. (b) Proyecto Experimental de Vivienda (PREVI) en Lima, (c) Viviendas Quinta Monroy en Iquique 

Vivienda social en Ecuador

La arquitectura moderna en Ecuador tiene sus inicios a finales de los años treinta e inicio de los años cuarenta, debido a la migración de profesionales a partir de la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Sempértegui-Ramírez (2009), “Este fenómeno migratorio se había iniciado mucho antes en otros países latinoamericanos como Chile, Uruguay, Brasil y Argentina, en el contexto de un nutrido intercambio cultural con Europa, generado por una burguesía residente a ambos lados del océano” (p. 12). A inicios del siglo XX Ecuador atravesaba un proceso de transformación política y económica denominado Revolución Liberal. Durante este periodo se comenzaron a construir obras importantes, como el ferrocarril, el cual facilitó el intercambio y desplazamiento poblacional entre la región Costa y la Sierra, y simbolizó el enlace para aquellas zonas hasta ese momento aisladas del centro económico y político; junto con ello se realizaron mejoras en cuanto a servicios básicos, agua potable, luz eléctrica, alcantarillado y canalización de quebradas (Del Pino, 2003, p. 108) que fortalecieron aquel legado de soberanía, unión e igualdad de este hecho relevante de nuestra historia.

A partir de este momento comenzó la migración interna en nuestra región, del campo a la ciudad, pues las personas buscaban mejores oportunidades laborales, y la ciudad empezó a crecer a partir de la segunda década del siglo XX longitudinalmente de norte a sur. Se comenzaron a construir villas y ciudadelas sobre las haciendas existentes de la época, las cuales se basaban en un diseño de ciudad jardín en lugar de casas con patios internos, y se comenzaron a desarrollar barrios obreros cercanos a estaciones del ferrocarril. El norte de la ciudad comenzó a ser ocupado por la población económicamente estable, y en el sur se asentó la clase trabajadora y migrante con necesidades. Posteriormente, la ciudad de Quito comenzó a expandirse hacia la periferia y se desarrollaron proyectos habitacionales impulsados por entidades públicas como la Caja del Seguro o inversores privados (Figura 3).

Fuente: Autores (2022) basado en imágenes de Andrea Gómez Salazar (Gómez-Salazar y Cuvi, 2016)

Figura 3: Expansión urbana de Quito, 1760-2011 

Entre los proyectos financiados por la Caja del Seguro destacan: la Villa Flora (1948-1958), el cual fue un programa de vivienda que contaba con 758 casas unifamiliares en lotes de 140 m2, a un costo de 75.000 sucres, y la Magdalena (1950-1955), donde se construyeron 162 casas diseñadas por el Departamento de Construcciones de la Caja del Seguro, a un costo de 60.000 sucres (Monard, 2019, p. 6). Durante los próximos años, en la década de los setenta, en Ecuador se implementaron nuevas políticas de vivienda y transformaciones en el plan regulador debido al boom petrolero, lo cual ocasionó un crecimiento acelerado de la ciudad, la demanda de proyectos de vivienda social aumentó y como consecuencia empezaron a surgir asentamientos informales (Figura 4).

Fuente: Autores (2022) basados en documentos históricos de varios autores

Figura 4: Proyectos de vivienda desarrollados en Quito: (a) Villa Flora 1948 (b) La Magdalena 1950, (c) Solanda 1971, (d) Atucucho 1988 

Para el año 1971 se desarrolla el Plan de Vivienda de Interés Social Solanda en Quito, por medio de la Fundación Mariana de Jesús, la Junta Nacional de Vivienda, el Banco Ecuatoriano de Vivienda, la Agencia Internacional para el desarrollo (AID) y el Municipio de Quito (Maldonado González, 2019, p. 41). El proyecto fue consolidado como un barrio obrero cerca de una zona industrial, y una de las premisas que guiaron su desarrollo fue la de diseñar barrios modelos que sirvan como principio generador y que estructuren una trama de fácil recorrido. Su estructura se consolidó a partir de un lote modelo de 60 m2 y 120 m2, el mismo que se configura por lotes, superlotes, manzanas, supermanzanas y áreas verdes centrales. En sus inicios el Plan contaba con un área entre 25 a 30Ha y su población entre 10.000 a 15.000 habitantes (BAQ, 1978, p. 79). El proyecto se diseñó en base a 4 tipologías de vivienda, las cuales respondían a diferentes necesidades, y que fueron pensadas para ampliarse o modificarse en un futuro.

Por otro lado, a la par que crecía la ciudad Quito se consolidaron varios asentamientos informales en las faldas del Volcán Pichincha, de los cuales destaca el Barrio Atucucho. La consolidación de Atucucho empieza el 1 de abril de 1988, cuando un grupo de 200 familias lideradas por Segundo Aguilar y Carlo Yacelga se organizaron para transformar la tierra en un asentamiento de viviendas (Testori, 2020, p. 215). El barrio se caracteriza por ser uno de los asentamientos informales más antiguos de la ciudad y fue en el año 2010, y contando con 17.000 habitantes, que fue legalizado (Granja Bastidas y Cuenca Gonzaga, 2020, p. 145). Las manzanas se conformaron a partir de la agrupación de lotes y las viviendas se pensaron con carácter progresivo y podían crecer acorde a las necesidades, dando lugar a edificaciones de 2 o 3 pisos. Las viviendas se desarrollaron a partir de la topografía y en muchos casos esta refleja la forma de vivir de las personas, sus costumbres y sus realidades. Actualmente, se puede observar cómo varias generaciones conviven en una sola vivienda.

A partir de los años 60, en varios países de Latinoamérica los gobiernos estatales comenzaron a construir proyectos de vivienda colectiva basándose en los parámetros del modernismo y en el concepto de vivienda progresiva. Los proyectos de vivienda social seleccionados se relacionan en base a 4 parámetros: época de construcción, carácter progresivo de sus viviendas, relación con el contexto y procesos participativos. Por medio de la comparación, se plantea analizar las características y las particularidades del habitar, enfatizando la importancia de diseñar las viviendas en base a las personas y sus necesidades, al igual que evidenciar la importancia de desarrollar vivienda no solo desde la individualidad, sino desde la comunidad.

Apropiación vs necesidad

Uno de los problemas que se evidencian durante la producción de vivienda social, es confundir el termino usuario con habitante, entendiendo a los usuarios como personas que usan los diferentes lugares, y a los habitantes como personas que habitan, viven los espacios y los convierten en suyos. La vivienda debe ser pensada en base a las necesidades de sus futuros habitantes, tomando en cuenta el contexto donde se implanta y la forma de habitar el espacio en esa región, con el fin de que la vivienda se convierta en un medio que permita el desarrollo de la vida, en lugar de ser simplemente casas en donde cualquier persona puede vivir.

La apropiación de un espacio se construye a través de la participación de los habitantes en la construcción de su memoria colectiva, lo cual se puede lograr por medio del empoderamiento de las personas durante la creación de su hábitat, junto con una planificación que involucra a todos los actores en las diferentes etapas de producción de vivienda.

Hernández y Chumaceiro, 2018, p. 869 plantearon que:

Para que exista Participación Ciudadana debe existir la posibilidad de intervenir en la toma de decisiones públicas… y ello comienza en el proceso de toma de decisiones que van a dar respuestas a la solución de sus problemas y prioridades comunitarias.

Durante la producción de vivienda social, tanto la flexibilidad de habitar como la composición familiar son factores que deberían ser tomados en cuenta, pues dependiendo de la clase social y ubicación del proyecto, el número y actividades varían. Asimismo, dependiendo de la economía de cada uno de los habitantes, sus posibilidades de ampliar la vivienda dependerán de sus ingresos económicos, y por ende la materialidad con la que se amplía la vivienda posterior a su entrega. Por otro lado, incluir procesos de participación, desde la etapa del diseño del proyecto hasta su posterior entrega, fomentará la apropiación de los usuarios con los espacios que habitan, generando actividad en los espacios públicos y, junto con una adecuada iluminación, puede llegar a transformar lugares inseguros en lugares donde sus habitantes se sientan seguros. Finalmente, una buena planificación genera una buena relación entre el proyecto, el entorno y la ciudad, permitiendo a sus habitantes desarrollar su vida urbana al contar con accesibilidad adecuada hacia los diferentes equipamientos.

En el caso de Latinoamérica, en la década de los 60 los proyectos de vivienda social partían de la presunción de necesidades de sus habitantes, basándose en principios de la modernidad e incorporándolos en sus realidades. Para la investigación se toma como referencia planes habitacionales desarrollados en Latinoamérica durante este periodo, partiendo del Plan de Vivienda de Interés Social Solanda en Quito, y relacionándolo con varios proyectos (Figura 5). Adicionalmente, se toman pautas de proyectos habitacionales desarrollados en décadas posteriores que tomaron como referencia los resultados de los proyectos antes mencionados. Todo esto con el fin de analizar y entender los principios que guiaron la planificación de los proyectos y cómo las personas, sus necesidades y su forma de habitar son importantes al momento de diseñar la vivienda y su relación con la morfología del entorno como factor que altera la actividad de la ciudad.

Fuente: Autores (2022) basado en Google Earth 2022

Figura 5: (a) Plan de Vivienda de Interés Social Solanda en Quito, (b) Proyecto Experimental de Vivienda (PREVI) en Lima, (c) Asentamiento de Atucucho en Quito, (d) Viviendas Quinta Monroy en Iquique 

Métodos

La investigación parte de un análisis comparativo que toma como referencia planes habitacionales desarrollados en Latinoamérica durante la modernidad, analizando en un principio el Plan de Vivienda de Interés Social Solanda en Quito, y relacionándolo a este con varios proyectos. La selección de los principios comparativos partió de la búsqueda de características que representen y condicionen la apropiación espacial en los proyectos de vivienda, basado en un análisis y comprensión literario sobre la vivienda social y su origen en América Latina, dando como resultado cinco principios comparativos: flexibilidad de habitar y composición familiar, procesos de participación, percepción de inseguridad, materialidad, y relación entre el proyecto, el entorno y la ciudad. Todo esto con el fin de analizar las diferentes formas de dar lugar a proyectos de vivienda social, el grado de apropiación de las personas con los espacios, y las diferentes soluciones morfológicas aplicadas para resolver las necesidades de ese momento y que desembocaron en algunos problemas actuales.

Adicionalmente, la investigación se apoya con los estudios del diseño participativo de Livingston (2009), con el fin de reinterpretar la forma en que se produce y diseña la vivienda de interés social. Livingston plantea la importancia de determinar primero los objetivos comunitarios antes del programa de los edificios, de tal manera que las soluciones planteadas sean acertadas, pues se conoce las verdaderas necesidades del usuario. Estas soluciones surgieron a partir de procesos de participación que involucraron primero a los líderes naturales del grupo y, con posterioridad, a toda la comunidad. Finalmente, se plantea al diseño colaborativo como un medio que permita al barrio ser un reflejo de la forma de vida de la comunidad, a la par que se generan espacios que reflejan diversidad y permiten el intercambio del bagaje cultural de la comunidad que la habita.

Resultados

Flexibilidad del habitar y composición familiar

De acuerdo con Urresta (2020, p. 39), el primer cambio en la concepción de la vivienda social y una de las primeras aplicaciones de los principios del movimiento moderno en América Latina se evidencia en el proyecto de PREVI, Lima.

Las bases de concurso exigían el uso de conceptos como racionalización, modulación, diferentes tipologías, con el afán de satisfacer las necesidades de los diferentes grupos familiares (casas para 4 a 6 personas, y con crecimiento progresivo hasta para 8 a 10 personas), flexibilidad y función.

Al hablar sobre el Plan Solanda, Maldonado González (2019) manifestó que “los primeros registros de la urbanización datan del año 1971, cuando se realiza una investigación socioeconómica-física aplicada a 1.600 familias de escasos recursos económicos”( p. 41). Es decir, que la concepción del barrio y, por ende, de la vivienda, partió de un estudio de las familias, sus dinámicas, junto con las características físicas del lugar y una época de migración interna en el país hacia la capital, dando lugar a 4 tipologías de vivienda: 1. una solución inicial mínima que constaba del lote con baño y cocina; 2. lote con vivienda que constaba solo de piso y techo (sin paredes), con baño y cocina; 3. lote con una vivienda básica; y, la 4. lote con vivienda puente (Figura 6).

Fuente: Autores (2022) basado en Bucheli (2018) y P. Moncayo Torres (2021)

Figura 6: Reinterpretación de las tipologías de Solanda 

A lo largo de los años muchas de las viviendas pasaron de tener 1 o 2 pisos a una palpitante densificación que evidencia 5 o 6 pisos; en varias viviendas se puede observar que habitan varias generaciones de familias y cómo muchas otras adaptaron sus viviendas al comercio, pues es una zona comercial, ubicando el eje comercial en planta baja. Asimismo, en la concepción del barrio Atucucho se puede observar cómo las viviendas fueron construidas en base a necesidad de las personas y su forma de habitar. Cuenca Gonzaga (2019), describió que “se entiende a la vivienda como un elemento unitario circunscrito en su propio lote, contenida y limitada por él y que la suma de varias unidades conforma la ciudad” (p. 126). Se hace referencia al diseño en base a la flexibilidad del habitar y su adaptación a un medio natural complejo. Al hablar de flexibilidad, morfología y funcionalidad espacial, toparemos el caso de las tipologías planteadas en la Quinta Monroy, donde se generan espacios destinados a ampliaciones futuras y se provee de espacios esenciales para el hábitat de las familias.

Procesos de participación

La participación de las personas en los proyectos de vivienda social empieza debido a una iniciativa por parte de los promotores o debido a la falta de procesos de participación durante el diseño, lo cual llevó a los habitantes a relacionarse y unirse con el fin de solucionar problemas comunes. Al hablar de Solanda, Gallardo (2021) planteó que:

Una de las grandes problemáticas que presenciaron los primeros habitantes de Solanda fue la carencia de servicios básicos, vías de acceso y conectividad, lo que obligó a sus habitantes a conformar grupos barriales, cuya finalidad era promover y dotar de equipamientos, vías y servicios básicos. (p. 2)

Las áreas verdes y espacios destinados en un inicio a la interacción social pasaron a ser escenario de relaciones vecinales que demostraron cuáles son las prácticas de los habitantes y la acción colaborativa, lo que convierte a un proyecto en un lugar con identidad que fue desplazándose con el pasar del tiempo por la necesidad de nuevos espacios no proyectados por la planificación inicial que esperaba que el usuario se comporte y viva bajo un parámetro previamente establecido.

Antagónicamente, la historia de consolidación de Atucucho refleja un proceso de transformaciones basadas en la fuerte organización barrial y colaboración de sus habitantes. De acuerdo a Pacheco Barzallo (2022, p. 105) “en Atucucho, gracias a las gestiones comunitarias y su constante lucha se han logrado importantes avances; actualmente el barrio cuenta con un centro de salud dotado desde el Ministerio de Salud Pública del Ecuador”; todo lo cual fue forjado y reforzado por medio de la ayuda común en autoconstrucción de viviendas y elementos comunes, como calles e infraestructura, evidenciando una identidad consolidada a partir de costumbres y vivencias únicas derivadas de los problemas, esfuerzo y sacrificio desde la apropiación ilegal del lugar hasta su regularización. Esto valida el considerar que la ciudad es el producto de la sociedad que marca su impronta y la habita.

Por otra parte, la consolidación de viviendas en la Quinta Monroy partió de un diseño basado en procesos participativos con los habitantes, pero las relaciones vecinales se fueron debilitando y perdiendo con el pasar de los años. Algunos espacios comunales pasaron a ser estacionamientos, algo que no sirve como vínculo de conexión entre sus propietarios (Granja Bastidas y Cuenca Gonzaga, 2020, p. 149).

Percepción de inseguridad

Al hablar sobre la relación entre espacios públicos y privados del Plan Solanda, se evidencia actualmente cómo los espacios públicos destinados en un inicio a la recreación e interacción de sus habitantes pasaron a ser utilizados como estacionamientos o se convirtieron en espacios abandonados que, sin movimiento y actividad, generan inseguridad. La investigación de Gallardo et al. (2022, p. 28) planteó que “en un intento por controlar la inseguridad en los callejones de la parroquia Solanda sus habitantes han optado por la construcción de barreras como puertas o rejas que limitan el acceso y salida de personas y vehículos”, dando lugar a espacios que ya no se entienden como comunitarios o de encuentro habitual, y que por ende, al bloquear la permeabilidad y visibilidad de peatones, generan inseguridad.

De acuerdo con Gallardo et al. (2022), otro factor que influye en la percepción de inseguridad en Solanda tiene que ver con que “en algunos casos las viviendas se han extendido hasta por el espacio aéreo de callejones, tornándolos oscuros y con cambios dimensionales que no brindan el espacio suficiente para la circulación” (p. 29). Estas diferentes adaptaciones morfológicas hacia un entorno de percepción de inseguridad se visualizan en muchos de los conjuntos habitacionales que formaron parte del análisis de nuestro territorio: San Carlos, Carcelén, Ciudad Bicentenario, etc., siendo un factor preponderante que modifica las actividades de la ciudad.

Asimismo, al hablar de PREVI, específicamente del proyecto I-11, Lucas Alonso (2015) planteó que “los problemas de seguridad han llevado a muchos usuarios a añadir enrejados y aumentar la altura del cercado perimetral, que originalmente era de dos metros” (p. 343). Similar al proyecto P-27, donde “por motivos de seguridad, ha habido casos en los que los usuarios han reforzado los sistemas de vallas y cercas de los patios” (Lucas, 2015, p. 363), obligando a que la vivienda sea el límite del territorio que necesita y que se han creado fronteras visibles e invisibles que obligan a coartar la interacción comunitaria.

Materialidad

La materialidad de los proyectos de vivienda social debe adaptarse al presupuesto modesto proporcionado por las entidades que financian los proyectos, por lo que generalmente tanto el proceso constructivo como los materiales buscan reducir costos. Plan Solanda en Ecuador, proyecto de PREVI en Perú, y Quinta Monroy en Chile, tienen como factor común el uso de hormigón y bloque; contrario a los inicios del barrio Atucucho, en donde se utilizó madera proveniente del bosque protector del Pichincha ubicado en la parte superior para la construcción de sus viviendas, y no fue hasta años después, con la legalización, cuando empezó a implementarse de forma progresiva el hormigón. De acuerdo con Testori (2020), en sus inicios el barrio de Atucucho era conocido como Ciudad de los Palitos (p. 215).

Fuente: Autores (2022)

Figura 7: Materialidad de vivienda: (a) Atucucho, (b) Ciudad Bicentenario, (c) Solanda 

Las diferencias en el uso de materiales y aplicación de estos aparecen luego de los procesos de autoconstrucción emprendidos por las familias, pues dependiendo de su capacidad económica y necesidades utilizaron diferentes materiales y acabados (Figura 7). Al hablar de la materialidad en Solanda, actualmente se plantea que, “con respecto a lo entendido como inacabados estructurales o calidad técnica del medio, a lo largo de todas las calles y callejones se observan viviendas en mal estado o inconclusas, otras han sido abandonadas y presentan gran deterioro” (Gallardo et al., 2022, p. 30). Sin olvidarnos que en algunos casos este sistema constructivo estaba al límite de los coeficientes de cálculo estructural por la reducción del costo y calidad del material utilizado de aquella época, y hoy resulta complicado dar aliento a una materialidad que se ha fatigado.

Relación entre el proyecto, el entorno y la ciudad

En contraposición a los proyectos de vivienda social en altura planteados durante el movimiento moderno, el proyecto de PREVI planteaba la estructuración de pequeños lotes que conformaban superlotes y supermanzanas en torno a un gran espacio central para equipamientos y servicios comunitarios; patrón similar utilizado en la estructuración del Plan Solanda, el cual parte de lotes de 61,44 m2 hasta de 122,88 m2 distribuidos hasta conformar las supermanzanas en torno a áreas verdes centrales, dando lugar a espacios destinados a la socialización, recreación y estancia de los habitantes. Otra particularidad en la composición del Plan Solanda es su relación con la ciudad, pues el sistema vial del proyecto se desarrolló como una continuidad de las vías existentes, integrándolo a la trama urbana, y en el interior predominaron las vías peatonales sobre las vías vehiculares.

En el caso de Atucucho, al ubicarse en las faldas del Volcán Rucu Pichincha, la trama urbana del barrio se adaptó a la topografía en pendiente por ser parte de él y en base a los sistemas viales existentes. En palabras de Sáenz (2014): “El único acceso formal hacia el barrio es por la Av. Flavio Alfaro que parte perpendicularmente desde la Av. Mariscal Antonio José de Sucre, mejor conocida en antaño como Av. Occidental, con una pendiente no menor al 50%” (p. 21). De igual forma, se puede observar cómo las viviendas se adaptaron a la topografía, resultado de las formulaciones prácticas del habitante; algunas crecieron de forma ascendente, otras descendente, generando así múltiples tipos de asociaciones, dando cabida a enfoques diversos con el único objeto de identificar su sentimiento de arraigo, aquello que es suyo y en ciertos casos reviviendo tipologías espontáneamente tales como “la casa patio” o “la casa jardín”, dependiendo de la característica de su ubicación.

Vivienda y comunidad

Con el transcurrir de las décadas el concepto de habitabilidad, vivienda y su producción cambió, surgieron nuevas necesidades y conforme el paso de los años se brindaron distintas soluciones que buscaban satisfacer las necesidades básicas en relación con los recursos disponibles. La participación de las personas en el diseño de su vivienda y entorno tomó protagonismo tiempo después, pues no basta con cumplir con los estándares mínimos de habitabilidad, sino con generar en los usuarios un sentido de pertenencia y apropiación, que en este caso fueron forjados a partir de los problemas y la necesidad de solucionarlos, reforzando así las relaciones barriales y vecinales, y por ende brindando un sentido de identidad consolidado a partir de las vivencias, la diversidad, las diferentes formas de vida y el intercambio de valores.

Durante el proceso de diseño es importante que participen todos los actores involucrados. En el libro Escuchar y transformar la ciudad, de Transversal (2019), el grupo planteó que la función del mediador no es “apaciguar los conflictos urbanos en aras de los intereses de un grupo de presión concreto, sino de un equipo que sea capaz de canalizar las energías en la construcción colectiva de un proyecto común de ciudad desde una perspectiva integral”. (p. 17), resaltando así la importancia de la creación de canales de comunicación y espacios de diálogo y aprendizaje que permitan no solo escuchar a las personas, sino aportar soluciones en conjunto a la par que se visibilizan los problemas.

Al intervenir en la mejora de barrios previamente consolidados, es importante no mostrar una insensibilidad a las necesidades de los residentes, pues ellos conformaron ese espacio acorde a su forma de vida y dieron lugar a una comunidad con identidad, la cual, por medio de un buen diseño arquitectónico, puede facilitar la habitabilidad y relación en los distintos espacios. Al hablar del caso de Solanda, en la Figura 8, Gallardo et al. (2022) planteó que:

Los cambios de la planificación inicial hasta su estado actual denuncian que la concepción inicial de la parroquia Solanda resultó ajena a la realidad de sus futuros habitantes y que no ha sido foco de nuevos proyectos que ayude a adaptarla a las nuevas necesidades. (p. 31).

Fuente: Autores (20229 basados en libro de la primera Bienal de Arquitectura de Quito (1978)

Figura 8: (a) Calle peatonal Solanda en 1978, (b) Calle Solanda actualidad 

La vivienda no puede ser concebida solamente como algo aislado, pues es su relación con los espacios exteriores lo que facilita las relaciones vecinales y consolida comunidades. Reinterpretar la forma de habitar en los proyectos de vivienda social permitirá generar canales de diálogo, los cuales, partiendo de los estudios de Livingston (2009), deben priorizar encontrar las necesidades verdaderas con el fin de proveer soluciones acertadas, escuchando primero a los líderes naturales de grupo y luego sometiendo las necesidades a discusión de todos. Así, “Mientras el Estado mira hacia la puerta (viviendas nuevas), el problema entra por la ventana (viviendas existentes) y se va empeorando el hábitat concreto de la gente día a día” (Livingston, 2009, p. 16).

Discusión

Proveer de vivienda a determinados sectores de la sociedad involucra no solamente proveer de un espacio para habitar, sino de proporcionar un espacio que permita el desarrollo tanto en la individualidad como en la colectividad (Merizalde, N., y Lara, M. L., 2023, p.27). Ofrecer a las personas la capacidad de modificar su vivienda acorde a sus necesidades y posibilidades, brinda a los propietarios un sentido de identidad, pues son ellos quienes modifican y se apropian de los espacios. La participación de las personas a lo largo del proceso evidencia un sentido de pertenencia, independientemente de si la participación fue planificada o no. Esta forma una parte importante en el desarrollo del hábitat, pues de ella depende su éxito o fracaso. Por medio de la acción participativa se plantea reinterpretar la forma de ver a las personas, las cuales, en lugar de ser vistas como usuarios, deben ser vistas como protagonistas de la arquitectura, pues la vivienda no es solo la casa, sino también su contexto.

Al hablar de los proyectos de vivienda progresiva diseñados por equipos técnicos, podemos ver que existe una asesoría y acercamiento con la comunidad antes y durante la consolidación de proyecto. No obstante, en la etapa posterior, son las personas quienes en base a sus conocimientos realizan las ampliaciones de su vivienda. Los proyectistas planean el desarrollo de su proyecto, sin embargo, no dejan una guía o plan que ayude a las personas durante la planificación posterior del crecimiento de su vivienda. Una comunidad no se forja solamente a partir de un buen diseño arquitectónico, pues adicionalmente influyen factores sociales, políticos y económicos. En Ecuador, el déficit habitacional cuantitativo del cantón Quito es de 3,95%, mientras que el déficit habitacional cualitativo es de 16,31% (SNI Sistema Nacional de Información, 2022), evidenciando así un mayor trabajo en la reducción del déficit cuantitativo y una menor preocupación por el mejoramiento de las viviendas existentes.

De acuerdo con ONU HABITAT (2020):

La vivienda representa más del 70% del uso del suelo en la mayoría de las ciudades y determina la forma y la densidad urbana, proporcionando también empleo y contribuyendo al crecimiento, sin embargo, su sentido facilitador ha fracasado y se ha convertido en un factor de desigualdad social y económico.

Secchi (2015) planteó que “el urbanismo tiene importantes responsabilidades en el empeoramiento de la desigualdad y que el proyecto de la ciudad debe ser uno de los puntos de partida de cualquier política dirigida a su eliminación u oposición” (p. 15), pues son las injusticias espaciales el reflejo de injusticias sociales. Se propone analizar el trasfondo de las políticas de ciudad y territorio, ya que a lo largo de los años han solucionado una variedad de necesidades, pero han dejado de lado muchas otras, creando nuevos sistemas de intolerancia.

No se puede programar cada movimiento de las personas y la sociedad, y tampoco se trata de si la arquitectura domina a las personas o viceversa, pues es la variedad e individualidad lo que permite el desarrollo del entorno. De acuerdo con Secchi (2015), pobre es la persona a la cual “su capital espacial la excluye de los derechos básicos de la ciudadanía” (pp. 31-32), es decir, personas etiquetadas en función a su lugar de residencia. A lo largo de los años los proyectos de vivienda social para personas de bajos recursos han ido reformando sus políticas de vivienda, buscando entender a las personas en relación con su contexto social, económico y político. Aun así, todavía falta entender adecuadamente la relación de las personas en su forma de habitar el espacio tanto en la individualidad como en comunidad.

Se plantea la creación de una vivienda diversa y flexible, una vivienda que no solamente sea reflejo de las distintas formas de habitar, sino que construya verdaderas comunidades. De igual forma, no se trata de generar nuevas comunidades o viviendas de forma aislada, pues eso no sería más que privatizar y seguir fragmentando la ciudad, sino de integrarlas adecuadamente, tratando de reducir al máximo las distinciones de clase por medio de espacios públicos de calidad. Como planteó Secchi (2015): “Hacer que las distancias en la calidad del espacio usado por cualquier grupo social fuesen menores a las que había entre los niveles de renta y poder” (p. 51).

Conclusiones

La arquitectura puede influir en la creación de cambios y en la lucha contra los problemas sociales, pero por sí sola no puede generar un cambio significativo, debido a que también se requiere un cambio en las estructuras sociales y políticas. Para crear vivienda social se debe entender profundamente el sistema y estructura, tener una lectura clara de su contexto económico, político y social, y apoyarse en un diseño adecuado al usuario que lo integre y se adapte a sus diferentes necesidades. Durante la modernidad se plantearon diseños de vivienda masivos, los cuales no permitían apreciar la variedad y la individualidad, factores muy importantes para el desarrollo del entorno, pues permiten evadir la monotonía. Los contenedores ignoran otras necesidades de sus habitantes. Generar vivienda no es solamente construir una unidad habitacional, sino generar espacios que faciliten las relaciones sociales entre los vecinos y la comunidad.

La vivienda no puede ser pensada como un contenedor de usuarios, sino como un espacio que se adapta a las formas de habitar de él; este no puede limitar las actividades y necesidades de una familia a un espacio, pero se puede adaptar holísticamente el espacio a las necesidades de la familia, buscando las características propias del habitar de su cultura y generando modelos que adapten las soluciones de esas necesidades a las dimensiones requeridas. Con todo lo descrito anteriormente se resalta la importancia de crear auténticos vecindarios y no solamente proyectos habitacionales, junto con la importancia de intervenir también en las viviendas con déficit cualitativo, con el fin de que las nuevas intervenciones generen vivienda suficiente y con calidad.

Entender que los proyectos de vivienda social pasen de ser solo viviendas a ser comunidades requiere que los usuarios de dicha vivienda se apropien no solo de la edificación per se, sino de los espacios comunitarios (Merizalde-Zapata y Lara, 2022, p. 12). Al entender esta realidad desde el problema, se evidencia la participación como un derecho indiscutible del usuario que le permite definir y dar forma a su espacio: es aquí donde comienza la apropiación de la vivienda, hasta llegar al barrio y vivir en comunidad.

No habrá que olvidarse que uno de los mayores conflictos de esa falta de vida en comunidad es la falta de una lectura integral de todos los actores, sean políticos, gestores, promotores y planificadores de los proyectos habitacionales que se encuentran desconectados con el usuario del bien inmueble o justifican sus propuestas en soluciones, tendencias temporales, o son reflejo de compromisos políticos, así como la falta de memorias de procesos de participación de acercamiento a la comunidad en la planificación, diseño y toma de decisión del proyecto como tal.

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Recibido: 21 de Septiembre de 2022; Aprobado: 03 de Febrero de 2023; Publicado: 19 de Julio de 2023

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