Forma sugerida de citar:
Marcelín-Alvarado, María Alejandra (2023). Reflexiones epistemológicas derivadas de la praxis investigativa transdisciplinar. Sophia, colección de Filosofía de la Educación, 34, pp. 265-289.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar
Eduardo Galeano.
Introducción
El análisis de los planes nacionales de desarrollo ejecutados en los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), Ernesto Zedillo (1994-2000) Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña Nieto (2012-2018) permite comprender que los conceptos y métodos expresados se vinculan a la política económica neoliberal y a la generación de avances tecno-científicos occidentales. No obstante, han ocurrido numerosas protestas civiles, tales como aquellas lideradas por obreros, ambientalistas o el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Aunado a esto, las transiciones epistemológicas de las comunidades científicas, han provocado que los modelos de intervención no se basen única y exclusivamente en criterios económicos y administrativos. Los convenios internacionales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 1992a, 2002b, 2015c, 2020d), han reelaborado las políticas de planeación por otras que apelan por la gestión descentralizada, la participación activa, el diálogo intercultural, el bienestar común y la recuperación de los saberes locales. Bajo esta lógica, el concepto de participación, las propuestas metodológicas y las técnicas participativas requieren del involucramiento de los habitantes locales para transformar su realidad, desde la etapa diagnóstica hasta la operación y evaluación del proyecto.
La acción de trasladar estos postulados teóricos a la práctica social no es una tarea sencilla. De acuerdo con Murcia, et al., (2016), los procesos sociales están atravesados por acuerdos. Dichos acuerdos, según lo referido por Ibáñez (2001), son determinados por intereses ideológicos y, por tanto, políticos, económicos, sociales y culturales. En consecuencia, los diferentes planos de la investigación también se ven trastocados por este fenómeno. La estructura ontológica de la naturaleza y de la realidad humana es compleja; sin embargo, la idea del crecimiento del conocimiento acumulado, la racionalidad instrumental y el imaginario de que las ciencias puras son totalmente fiables, simplificó el mundo y justificó el desplazamiento de las identidades del Sur y sus cosmovisiones. Por su parte, Ortecho, Fenoglio, Cejas y Peyloubet (2012) plantearon lo siguiente:
…Los abordajes epistémicos prevalecientes supusieron valores e intereses implícitos en la producción de un conocimiento que se caracteriza por sostener el paradigma ofertista tecnológico, las transferencias de base lineal, la pretendida neutralidad científica, la emulación de métodos exógenos con escaso o nulo valor local y la tecnología manejada como caja negra (p. 34).
Collado (2021) , señala que la ciencia simplificó la realidad al tamaño de la comprensión humana cuando redujo su lógica, a una serie de reglas simples. En congruencia con la perspectiva de Morin (1999), para evadir “riesgos” de error y de la ilusión, los científicos se hiper-especializaron y cosificaron al sujeto de estudio. Por supuesto, este método racional al alcance humano atrajo innumerables beneficios a partir de la descripción de las leyes del comportamiento de los cuerpos físicos macroscópicos en reposo o que se mueven a pequeñas velocidades; sin embargo su capacidad para describir la naturaleza de escalas muy pequeñas, a nivel cuántico o subatómico, que se rebelan contra la lógica determinista fue limitado.
Con el tiempo, los científicos comprendieron que los sistemas son espontáneamente caóticos y diversos; además, transitaron de la idea de que el mundo existe independiente de la percepción humana, a pensar que la conciencia humana está interconectada con aquello llamado realidad. El psicofisiólogo mexicano, Jacobo Grinberg (1991) explica que existe una matriz u organización básica del espacio, cuyo estado fundamental es de total coherencia y simetría. De acuerdo con su teoría sintérgica, el cerebro humano es capaz de distorsionar la estructura de la lattice en la forma más compleja conocida en el universo; dicha distorsión constituye la realidad perceptual; entonces, cada una de las actividades neuronales configura una micro-distorsión de la lattice.
El cerebro humano contiene alrededor de 10 a 12 millones de neuronas y cuando una alteración interactúa con otra, se forma una macro-distorsión compleja. La hipótesis fundamental es que la percepción surge como resultado de la interacción entre el campo neuronal y la lattice del espacio. De un modo similar a la opinión de Nicolescu (1996), Grinberg (1991) refiere que existen diferentes niveles de percepción que se fundan en diferentes niveles de conciencia; por ello comenta que una teoría de la percepción —como aquella creada por los sabios indígenas o chamanes— surge de la experiencia. Las personas perciben el mundo en cierta manera que es distinta a la percepción de otra persona, por el simple hecho de haber nacido en otra cultura. Así pues, el intento de explicar la percepción, coloca a la persona en “la base” de la creación de la realidad; dicho intento de comprensión le ayuda a unificarse. En consecuencia, es posible decir que una persona que comprende la existencia de diferentes percepciones situadas en diferentes niveles de realidad y de conciencia, es más respetuosa del otro.
Ante esta nueva comprensión, Carrizo (2003a) comenta que los científicos integraron diferentes teorías y métodos; acercaron y debilitaron sus límites disciplinares y potenciaron sus campos. Por supuesto que aún circulan lógicas lineales y unidireccionales de comunicación entre disciplinas que violentan las lógicas alternas; de acuerdo con Carrizo (2003a y 2004b), estas pueden ser deconstruidas a partir de dos vías. La primera, si el investigador asume una actitud transdisciplinaria, un espíritu abierto al pluriálogo y a lo desconocido que lo sitúe “en un metanivel sistémico sobre la relación disciplinariedad/interdisciplinariedad” (Carrizo, 2004b, p. 59). La segunda a través del diseño de estrategias que conjuguen distintos tipos de conocimiento de tipo disciplinar y extradisciplinar, así como la articulación de actores diversos para la producción de un conocimiento innovador y pertinente (Carrizo, 2003a). Ambas acciones evitan o atienden los conflictos de intereses y trabajan para y desde las comunidades de estudio.
El nuevo concepto de investigación adquiere ciertos matices y acepciones relativamente anti-objetivistas cuando el ser humano es visto como capaz de reflexionar, accionar, agenciar y transformar su realidad. Esta propuesta, difundida con gran rapidez entre la comunidad académica, produjo una serie de réplicas. Reyes (2018) comenta que los resultados de las investigaciones parten del hecho de que el ser humano tiene la capacidad para transformar su realidad e interpretarla intersubjetivamente. No obstante, los efectos concretos de dichas investigaciones revelan que no transgreden los límites de lo teórico-disciplinar. Además, Reyes (2018) sostiene que la neutralidad valorativa ha mutado en una especie de “asepsia política” que provoca, entre otras consecuencias, que la investigación social sea una especie de denuncia discursiva que se limita a predicar el cambio.
La intervención participativa requiere que los sujetos se auto-investiguen, se involucren y se movilicen para transformar su realidad; no obstante, los conflictos entre comunidad-investigadores surgen cuando la primera no ha tenido contacto con otros cuerpos de investigación y, los segundos, han permanecido encerrados en sus parcelas del conocimiento, ajenos a los conflictos y problemáticas sociales.
El propósito del presente texto, de corte cualitativo, descriptivo y crítico, es comunicar las reflexiones epistemológicas y las decisiones tomadas por investigadores de formación interdisciplinar, que aplican un diagnóstico de IAP para detectar problemas y potenciar los recursos de salud integral, en cuatro comunidades en estado de alta y muy alta marginación, ubicadas en la meseta Comiteca Tojolabal del estado de Chiapas, México, durante el ciclo 2021-2022. El texto se divide en tres apartados. Primero, se define el método de IAP y los retos que enfrentan los facilitadores en dicho proceso. Luego, se exponen los desafíos experimentados por los investigadores durante la planeación de sus acciones para atender las solicitudes de la convocatoria emitida por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), la negociación inicial con las comunidades de estudio y la aplicación de instrumentos para el diagnóstico participativo de salud comunitaria.
Finalmente, se expone los resultados de una segunda reflexividad, en los que, usando las palabras de Giddens (2011), los investigadores comprenden lo que hicieron en tanto hicieron. El tema es vigente y relevante porque el mundo contemporáneo exige el diseño y ejecución de proyectos participativos que permitan atender problemas complejos; en su actuar, los investigadores corren el riesgo de ejecutar intervenciones asimilacionistas o paternalistas. El proceso y los resultados obtenidos por un proyecto, dependen de factores espacio-temporales, sin embargo, la exposición de las reflexiones epistemológicas realizadas, permite la mejora y/o la réplica de algunas decisiones metodológicas, por parte de otros investigadores.
La Investigación Acción Participativa Transdisciplinar
El paradigma positivista busca la objetividad y la determinación de explicaciones de tipo causal-lineal que se fundan en el monismo metodológico que es propio del método cuantitativo. Conforme a Prats (2000), la producción científica proveniente del área físico natural fue mimetizada por el campo de las ciencias sociales y humanas; ello provocó que los científicos cayeran en la trampa epistemológica de transformar al sujeto investigado en un objeto, y al sujeto investigador en un externo y ajeno a las problemáticas cotidianas que aquejan a las sociedades. En este orden de ideas, Duque Hoyos (2001) y Morin, Roger y Mota (2001) sostienen que el conocimiento disciplinario llegó a su límite y resultó incapaz para proponer soluciones a problemas sociales complejos; entonces, demandó la emergencia de un diálogo transdisciplinar e intercultural que permite a la consciencia humana potenciar su capacidad evolutiva y transformadora al validar las distintas disciplinas y los saberes no académicos. Paulatinamente, los investigadores definieron el objeto de estudio de investigaciones políticas, reflexivas, autocríticas y transformativas de los problemas sociales.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Kurt Lewin (1946) mostró preocupación ante los trabajos realizados por los centros universitarios que imponen su visión sobre las soluciones a los problemas y asignan un papel pasivo a los miembros de la comunidad. Fue así como propuso la articulación entre la teoría psicosocial y la práctica en la investigación acción (IA). En esta línea, Ander-Egg (1990) definió a la IA como un proceso reflexivo, sistemático, controlado y crítico, cuya finalidad es estudiar algún aspecto de la realidad, para que se actúe de manera transformadora sobre la misma. Existen dos modalidades para abordar las problemáticas desde la IA: la investigación acción colaborativa y la IAP. La primera requiere de la interconexión de esfuerzos de diferentes grupos en distintos multiniveles —individual, escolar, municipal, estatal, regional, nacional— que utilizan a la investigación como una estrategia para resolver conjuntamente los problemas. Por otra parte, Fals-Borda (2008) generó una propuesta de IAP similar a la versión conocida hoy en día, la cual definió como una herramienta útil para que las comunidades se empoderen a través de la creación de conocimiento “desde abajo” para la revalorización de su sabiduría. Rahman y Fals Borda (1991) reconocieron que Lewin colocó a la ciencia al servicio de la sociedad; no obstante, muchos de sus seguidores tradujeron su trabajo en una especie de investigación operativa.
De igual manera, Negrete (2008) reconoció que las producciones de Fals Borda fueron extraordinarias, pero que vivió numerosos estigmas a pesar del trabajo abierto que realizaba. A lo largo del tiempo se han producido numerosas propuestas de IAP, pero en todas ellas es posible identificar comunes denominadores, tales como el énfasis en la práctica, la reflexión en la acción y el trabajo para el bienestar comunitario.
Para Sirvent y Rigal (2012): el “núcleo epistemológico central de la IAP es la noción de praxis, entendida como acción social orientada a la transformación de la realidad, ya sea en algunos de sus aspectos materiales, socioculturales o de conciencia” (p. 23). La praxis implica una participación consciente de la ciudadanía durante la toma de decisiones que afectan su vida cotidiana y la construcción del conocimiento a partir del diálogo intercultural. Krause (2002) diluye la separación sujeto-objeto de investigación; según dicho autor, la IAP “supone ‘apoyo metodológico’, y no necesariamente experticia por parte de los investigadores. Éstos ofrecen participación en el proceso investigativo, el cual muchas veces les exigirá una conciencia de posición ideológica, ya que los valores están incorporados al proceso” (Krause, 2002, p. 48). Una lectura similar es realizada por Balcázar (2003) quien comenta que el investigador es un agente externo que ayuda a formar coaliciones, obtener recursos necesarios o facilitar el proceso de educación de los miembros de la comunidad. Con el paso del tiempo, y a medida que los líderes locales se empoderan y desarrollan una óptica crítica, dirigen el proceso de cambio cuando aprenden a conducir la investigación y a valorar el papel que puede tener en sus vidas.
Los participantes no se ven como víctimas, ni los investigadores como asistencialistas que apoyan a personas significadas como “deficientes”; por el contrario, una perspectiva transdisciplinaria e intercultural permite aceptar la coexistencia y complementariedad epistémica. Recuperando las palabras de Zavalloni (2008) es posible decir que la IAP es potencialmente útil para recuperar los mecanismos sociales y culturales sanos que se están destruyendo en un mundo donde crece una especie de “presente inmediato” en el que hay poco interés por remembrar la contemplación, la convivencia y la violencia infringida hacia algunas identidades.
Para Krause (2002), la IAP “sigue una espiral introspectiva y emancipadora: una espiral de ciclos de planificación, acción, observación sistemática, reflexión, y luego una replanificación que dé paso a nuevas observaciones y reflexiones” (p. 48). Latorre (2005) refiere que diferentes investigadores han descrito los ciclos de acción reflexiva para mejorar la práctica, en forma de diagrama de flujo o espirales de acción. Una propuesta interesante es la planteada por Naranjo et al. (2019) quienes adaptaron la espiral de ciclos del método de la IA, a partir de Carr y Kemmis (1988), e incluyeron los momentos que se requieren hasta lograr los cambios esperados o la transformación:
La idea gestada desde la vertiente clásica de que “la teoría produce práctica” fue modificada por la de “la práctica genera teoría”. Por supuesto, cuando un investigador realiza visitas comunitarias, su mente va cargada de teorías y experiencias disciplinarias que son de utilidad para leer la realidad; sin embargo, comprende que dicha realidad es indeterminada, imprevisible, compleja, y que sus concepciones son limitadas y ontológicamente conmensurables con aquellas producidas por los otros. Incluso, asumir una filosofía educativa o investigativa transdisciplinar demanda el conocimiento disciplinario o interdisciplinario. Bajo esta lógica, el investigador reformula la práctica y la teoría misma; sin lugar a dudas, dicho proceso siempre está mediado por preguntas filosóficas sobre el sentido de la investigación, la ética y los valores.
A partir de lo expuesto y congruencia con lo referido por Espinosa (2019), es posible reconocer las siguientes triadas, tensiones y dilemas entre elementos, conceptos y procesos que se nutren mutuamente, cuando se operacionaliza la transdisciplinariedad, a través de una IAP:
Investigación-Acción-Reflexión
Teoría-Práctica-Ética
Aprendizaje-Enseñanza-Investigación
Cruzamiento de saberes-Diálogo dialógico e intersubjetivo- Reflexividad
Saberes académicos-Artísticos-Populares
Racionalidad-Emotividad-Corporeidad
Individuo-Sociedad-Especie
Autoformación-Co-formación-Ecoformación
Un proyecto de investigación no soluciona los ‘grandes’ problemas de la educación, pero sí casos particulares. Dice Chávez Tafur (2006):
(…) no todos estos intentos tienen éxito, pero en todos ellos la confrontación de las voluntades y las capacidades de sus ejecutores con las problemáticas específicas que buscan resolver genera resultados susceptibles de análisis para identificar aciertos, limitaciones, condiciones favorables y otros resultados de una determinada intervención. Es decir, toda experiencia puede dar lugar a un aprendizaje si se procesa debidamente por sus ejecutores. De esta forma se puede ir generando un bagaje de conocimientos prácticos basados en el conjunto de experiencias de un determinado proceso de intervención (…). Tales conocimientos prácticos pueden ser de gran utilidad. Haciendo uso del conocimiento basado en su experiencia, el grupo o la institución que la ha llevado a cabo puede hacer correcciones en su definición o conceptualización de un determinado problema; modificar su metodología de trabajo para mejorarla o, si sus actividades tienen resultados positivos, seguir construyendo sobre sus aciertos (p. 5).
Como se expresa, lo importante e interesante de este tipo de investigación es que los desajustes entre lo esperado, lo obtenido y lo inesperado no atrae consecuencias punitivas o negativas para la comunidad científica; por el contrario, son utilizados para conseguir un conocimiento más profundo sobre determinados procesos sociales.
Momentos de la intervención social
El proceso metodológico del proyecto de investigación, cuyo propósito es promover estilos de vida saludables en entornos comunitarios, consta de tres fases que corresponden a una postura paradigmática participativa, transdisciplinaria e intercultural: a) el diagnóstico de la situación y la delineación de estrategias (1 año), b) la implementación, seguimiento y capacitación de la comunidad escolar (2 años) y c) la replicación regional del proyecto y construcción de diseño de políticas públicas (2 años). La retroalimentación constante siempre conduce a una nueva espiral de reflexión y acción.
La elección de las comunidades se dio después de estudiar las condiciones sociales, económicas, políticas y alimentarias de la región, a partir de los escasos registros en fuentes oficiales. Se seleccionaron las comunidades de Tuila El Grande (135 habitantes), San Rafael “El Ocote Bandera” (47 habitantes), Guadalupe Palmira (890 habitantes) y Yaltaché Buenavista (83 habitantes), que se localizan en el municipio de Comitán de Domínguez, Chiapas, México. Todas ellas se encuentran en estado de alta/muy alta marginación, son de fácil acceso y no enfrentan conflictos políticos violentos. El Representante legal, el Responsable técnico y los profesores investigadores del Centro que participan en el proyecto, visitaron estas comunidades para presentarles los propósitos y alcances del mismo. Cabe señalar que inicialmente se había considerado la participación de una comunidad que rechazó la propuesta de trabajo; en lugar de ella, Tuila El Grande aceptó colaborar.
Las primeras decisiones del cuerpo de investigación interdisciplinar en un proyecto con perspectiva transdisciplinar
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la Agenda 2030, y la búsqueda por el Bienestar planteada en el Plan Nacional de Desarrollo del actual Gobierno de México 2019-2024 (PND, 2019), tienen como propósito fundamental, el ejercicio efectivo de los derechos y la reducción de las brechas de desigualdad. Dichas políticas han sido criticadas por su aparente retórica, puro y llano idealismo e inviabilidad; sin embargo, han servido para fijar aspiraciones y un horizonte capaz de generar prácticas sociales concretas. Se visibiliza una nueva lógica sobre el sentido del desarrollo donde, después de muchas luchas políticas, los actores sociales que no habían sido contemplados ejercen su derecho a la autonomía; esto es, la gobernanza de sus territorios a través de la búsqueda de respuestas para sus problemas multidimensionales y la toma de decisiones. En consonancia con dichos propósitos, en el año 2019, el CONACYT convocó a la comunidad académica para postular proyectos de investigación e incidencia en alimentación y salud integral en, por y desde las comunidades, en al menos tres escuelas de educación pública (inicial, básica y media superior), preferentemente en estado de alta y muy alta marginación.
Es posible detectar tres momentos en los que la convocatoria del CONACYT (2019) delinea acciones que permiten configurar un trabajo interdisciplinar, con miras a la transdisciplinariedad. El primero, pone énfasis en la intervención a partir de cinco ejes de acción: 1. alimentación y nutrición, 2. medicina integrativa, 3. salud psicosocial y vida saludable, 4. arte, cultura y recreación y 5. procesos pedagógicos para la salud escolar y comunitaria. Para el desarrollo de dichos ejes y en el afán de integrar un cuerpo consolidado, surgió la conformación de un grupo interdisciplinario con profesores-investigadores del Centro Regional de Formación Docente e Investigación Educativa (CRESUR, con sede en Comitán de Domínguez, Chiapas, México), tanto del área de ciencias exactas como de ciencias sociales, de la conducta y humanidades. Además, se sumaron investigadores asociados cuyas áreas de formación eran las ciencias médicas, sociales y humanidades. El criterio que orientó la adscripción de los investigadores a los diferentes ejes fue su formación disciplinar; entonces, el proyecto se convirtió en una especie de “archipiélago” en el que los investigadores de cada línea trabajaron en sus respectivas islas, de manera cerrada, desarticulada y fragmentada, con una orientación hiper-especialista. En este entendido, los ejes de acción fueron vistos como objetos de estudio del campo disciplinario de origen de los investigadores, no como áreas problemáticas y horizontales relacionadas con los estudios interculturales, comunitarios y participativos.
El segundo, para lograr la interdisciplina o la transdisciplina del proyecto, la convocatoria solicitó asignar un “corresponsable a un investigador del área complementaria a la del responsable técnico” (CONACYT, 2019, p. 3). No se propuso que única y exclusivamente debía incorporarse un científico o científica, sino toda persona que pudiese apoyar al responsable del proyecto. El cuerpo de investigadores eligió como corresponsable a una persona adscrita al Centro, cuya función primordial era mantener contacto cercano con las comunidades y procurar el diálogo entre los ejes de acción.
El tercero, para garantizar el éxito y la sostenibilidad, el CONACYT (2019) solicitó que las comunidades participantes demostraran interés consensuado para trabajar con los investigadores del proyecto. Únicamente de esa manera sería posible generar procesos autogestivos en las comunidades que, según el CONACYT (2019), debían promover “la recuperación de las prácticas milenarias, desde la lactancia materna y fortalecimiento de los lazos comunitarios, hasta técnicas, tratamientos y medicinas tradicionales locales, regionales, muchas veces foráneas, para prevenir e incluso atender sus enfermedades” (CONACYT, 2019, p. 3). Para cumplir con este objetivo fue necesario visitar a las comunidades y entablar conversaciones con los agentes municipales y autoridades escolares. En Guadalupe Palmira se contactó al comisariado integrado por los ejidatarios. Acto seguido, se estableció contacto con los Comités escolares y, finalmente, con la población en general. Las autoridades del CRESUR les explicaron la intención del proyecto y fue entonces cuando surgieron dos fenómenos interesantes en dicha comunidad. Por una parte, la poca disponibilidad de la comunidad, a causa de las luchas por el poder entre las autoridades educativas cuyo mandato concluyó después de haber sido aceptado el proyecto por el CONACYT y las nuevas autoridades del CRESUR. Por otra parte, la solicitud de apoyo económico o recursos materiales que permitan el acceso de los investigadores a las comunidades de estudio. Después de varias reuniones, se firmó el acuerdo de colaboración. Ante cada solicitud del CONACYT, los investigadores del Centro tomaron decisiones que en su momento consideraron pertinentes para el diagnóstico de la situación.
Negociación inicial de la propuesta
El CONACYT financia el proyecto cuya intención es generar estilos de vida saludable en comunidades en estado de alta y muy alta marginación. Por su parte, el cuerpo de investigadores internos y externos al CRESUR y los pobladores aceptaron el compromiso de posicionarse como participantes activos; desde esta perspectiva, todos ellos son comprendidos como objetos de estudio. En consecuencia, el informe final y los entregables que el CRESUR debe entregar al CONACYT son productos que necesitan socializarse, dialogarse, reconstruirse, discutirse y compartirse, de tal manera que las distintas apreciaciones enriquezcan y diversifiquen la información obtenida: este es un imperativo ético y epistemológico de la IAP-transdisciplinaria. Así pues, es de suma importancia que surjan reflexiones y autocríticas por parte de los investigadores, sobre todo durante las primeras conversaciones con las comunidades.
Inicialmente, el cuerpo de investigadores se planteó, entre otras interrogantes: ¿con quiénes es posible negociar? ¿con quiénes se pueden tender alianzas? ¿cuál es la estructura comunitaria? ¿quiénes son las personas más influyentes para la comunidad?, ¿qué conflictos sociales son los más comunes? ¿cuándo y cómo empezar con la aplicación de los instrumentos? Para obtener esta información, los investigadores diseñaron un sociograma que es una herramienta descriptiva mediante la que se conoce el lugar que ocupa cada miembro dentro de la comunidad y sus interrelaciones, razón por la que resulta ser de gran utilidad. Se detectó que las tres comunidades más pequeñas se adscriben al sistema de rancherías. La autoridad máxima y con mayor incidencia política sobre los territorios son los agentes municipales (hombres) que son electos cada tres años, tal como ocurre con el presidente municipal. También hay comités escolares, generalmente integrados por mujeres, que cumplen con la función de vocal, tesorera y secretaria. En la comunidad Guadalupe Palmira, los hombres asumen cargos políticos que los facultan para tomar decisiones y sancionar económicamente a las personas que faltan a las reuniones que convocan o que incumplen con las actividades asignadas; de esta manera, y en acuerdo comunitario, han “obligado” a la población a involucrarse en asuntos de dominio público. En dicha comunidad existe un comisariado integrado por ejidatarios, dueños de terrenos y encargados de gestionar proyectos gubernamentales.
Cuando se realizó el sociodrama, el cuerpo de investigadores identificó a las figuras comunitarias más representativas, sus principales conflictos y alianzas; lo interesante en este punto fue reconocer a las mujeres como identidades periféricas en el espacio público. Sin embargo, además de que algunas laboran en el campo, todas ellas son las responsables de la crianza y el cuidado de sus hijos, hijas y del hogar. También se identificó a aquellos nombrados por Rodríguez (1998) como “los antagónicos” a las personas que no desean participar o que se ubican en contra de algunas decisiones tomadas en común acuerdo entre las comunidades y los investigadores. Así, surgió el cuestionamiento sobre cómo hacer partícipe a quien no desea involucrarse en el proyecto. La respuesta que hasta el momento se ha encontrado es que una persona se siente comprometida en la medida en que el otro —llámese investigador, institución, población en general o Gobierno— demuestra un sentimiento genuino de colaboración e interés por su bienestar.
Al inicio, los pobladores vieron en aquellos “extranjeros”, a alguien en quien desconfiar; de esta manera se explica su poca participación y reticencia. Al mismo tiempo, los investigadores, al adentrarse a un territorio ajeno, se sintieron distantes a los intereses de la población. Ambos habían configurado prejuicios negativos sobre el otro (Marcelín, Collado y Malo, 2021). Sin embargo, con el paso del tiempo y a raíz de las charlas espontáneas y de la aplicación de las técnicas de investigación para detectar necesidades, los prejuicios de ambos grupos se han diluido poco a poco.
Durante la aplicación del sociograma fue posible identificar que los conflictos vividos entre los niños y niñas de la comunidad fueron causados por malestares entre los padres y abuelos. Por ello, después de un ejercicio de reflexión, se comprende que hubiese sido interesante aplicar el sociograma para develar los conflictos y las alianzas que se configuraron desde el pasado.
Diagnóstico de la situación
Una vez identificados los agentes potenciales, los antagónicos, las redes de apoyo y los principales dilemas vividos por la comunidad, se inició el diseño de las técnicas de investigación para identificar los problemas y las potencialidades, en atención a la salud integral. Alberich (2008) refiere que existen técnicas de investigación distributivas (cuantitativas), estructurales (cualitativas) y dialécticas (participativas). El cuerpo de investigación aplicó las técnicas expuestas en la tabla 1.
Las encuestas fueron aplicadas a profesores, padres, madres de familia y estudiantes. Su diseño para el diagnóstico de la situación, no priorizó el estudio de las relaciones ni de las formas de organización comunitaria. Este ejercicio hubiese ayudado a reconocer, con mayor profundidad, los saberes teóricos o prácticos con los que cuentan los pobladores; también hubiese contribuido a comprender la filosofía de la educación comunitaria, en aras de fortalecer el empoderamiento social. Por el contrario, la mayoría de los ítems de las encuestas se centraron en la detección de los problemas en la salud multidimensional de los habitantes. Los instrumentos fueron piloteados previamente; sin embargo, en algunos momentos de la aplicación fue posible reconocer que no se utilizó el código cultural de la comunidad, lo que obligó a la reformulación de algunas preguntas. Las técnicas estructurales, en cambio, permitieron identificar una realidad más compleja: percepciones y emocionalidades de las personas. No obstante, se reflexiona que era necesario conocer de fondo la cosmología comunitaria como resultado de las prácticas centenarias sostenidas por los lazos de unión entre los pobladores. Esta información no puede ser rastreada en los repositorios donde el mundo occidental conserva la información a través de la escritura, sino mediante la observación directa y el diálogo sobre los ritos y las memorias colectivas.
Ahora bien, los círculos de la palabra y las cartografías sociales son comprendidas como perspectivas dialécticas. Alberich (2008) comenta que estas introducen elementos dinamizadores que provocan la reflexión y muestran contradicciones sociales. Los círculos de la palabra es una estrategia que legitima la oralidad y garantiza la participación colectiva. Para su ejecución, se conformaron grupos de 10 a 12 personas —incluyendo a los investigadores. A partir de los resultados obtenidos en las encuestas, se eligieron cinco palabras ‘detonadoras’ por cada uno de los tres diferentes niveles de complejidad:
Comunidad: cultivo, fiesta, personas, naturaleza, comunicación
Familia: mujer, hombre, hijos, hogar, tiempo
Escuela: profesor, tareas, recreo, materias, cariño
Uno a uno, de manera voluntaria, eligió una palabra de cada grupo. Con las tres palabras seleccionadas crearon narrativas complejas. Este ejercicio permitió exponer las dinámicas sociales insanas y los factores protectores que ayudan a prevenir las enfermedades y promover la salud multidimensional.
Por otra parte, las cartografías sociales fueron de gran utilidad para conocer las representaciones de los participantes sobre los espacios físicos y simbólicos que generan in/comodidad e in/seguridad física y emocional; posiblemente el éxito de esta técnica se debió a que facilita la exposición de las ideas mediante un impacto visual o a que los resultados fueron dialogados en una relación horizontal.
Cabe señalar que los investigadores del CRESUR e investigadores externos siempre se mantuvieron en constante comunicación; incluso, sometieron a debate las variables de estudio y expusieron los avances en la construcción de los instrumentos y el análisis de los resultados ante el grupo de trabajo. No obstante, cada investigador, formado y encerrado en su monodisciplina, poco conocía respecto a otros campos del conocimiento lo que evitó el discernimiento, la contradicción y el conflicto epistémico.
Como resultado del trabajo, se obtuvo un diagnóstico parcial de la realidad donde la visión y los intereses del cuerpo de investigadores se expresa con mayor fuerza. En una segunda reflexividad, el grupo de trabajo se cuestionó si realmente estaba siendo congruente con los ideales propios, de las comunidades y los planteados en la convocatoria del CONACYT.
Reflexiones del cuerpo de investigación
De acuerdo con Pineau (2009), la transdisciplinariedad debe adoptar tres formas en el campo de la transformación. La primera, la socio-interactiva de base social amplia extradisciplinaria consiste en la construcción de lazos de unión entre investigación, acción y formación; este acto exige superar la dicotomía investigador y actor social. Ante este reto, los investigadores se enfrentaron a tres dificultades:
La fase de diagnóstico requiere tiempo para dialogar sobre los objetivos del proyecto y reconocer los conocimientos teórico-metodológicos del equipo de trabajo. No obstante, después de haber sido aprobado el recurso financiero por parte del CONACYT, se determinó un plazo aproximado de siete meses para la construcción del entregable del diagnóstico; en tanto, las reuniones entre investigadores internos y externos sirvieron para tomar acuerdos generales sobre la marcha.
La capacidad de autogestión es una de las fortalezas comunitarias; por ello, se optó por contratar a residentes que dominaran prácticas de siembra, ganadería, cocina, curación y arte alterna para que, en coordinación con los especialistas abiertos al diálogo, ambos potenciaran sus saberes y técnicas. Sin embargo, los lineamientos operativos del proyecto imposibilitan la contratación de personas que no emiten recibos oficiales por honorarios profesionales. Entonces, vale la pena preguntarse quién es concebido como profesional y qué saberes se deben poseer para ser reconocido y valorado por el sistema de investigación mexicano. Sin lugar a dudas, esta limitante dificultó y ensombreció la posibilidad de realizar un proyecto con perspectiva transdisciplinar.
Las familias de algunas comunidades se mostraron reticentes y poco cooperativas para participar en las diferentes actividades inherentes al proyecto. Con el paso del tiempo y el establecimiento de charlas informales, se acostumbraron a la presencia de agentes externos. El desencuentro inicial pudo deberse a que la integración de las comunidades al proyecto no fue necesariamente desde una perspectiva democratizante, sino buscando fortalecer la hegemonía del cuerpo de investigadores y el adoctrinamiento de su manera de ver al mundo. En una segunda reflexividad, se comprende que este fenómeno ocurrió debido a que se realizaron pocas visitas comunitarias previas a la aplicación de los instrumentos y/o a que la primera técnica aplicada fue la encuesta, lo que probablemente generó la impresión de una falta de cercanía entre el aplicador y el encuestado.
La segunda forma propuesta por Pineau (2009) es la reflexiva y consiste en el desarrollo de un trabajo metacognitivo y crítico de interrogación de los marcos de pensamiento y de acción movilizados, en este caso, durante la fase de diagnóstico. La convocatoria solicitó la integración de dimensiones ontológicamente conmensurables, pero aparentemente contradictorias para una lógica fundada en la monocultura, entre otras: investigador y comunidad; teoría y práctica; disciplina y saberes locales. La formación profesional de los investigadores no los entrenó para “unir esfuerzos” teórico-metodológicos disciplinares ni extradisciplinares, en atención a las problemáticas sociales; tampoco se planteó este reto desde el inicio del proyecto ni se realizaron ejercicios integradores o articuladores al interior de la academia para el desarrollo de esta habilidad. Ahora, los investigadores han comprendido que es necesario generar desacuerdos, tensiones, dilemas e inconformidades que movilicen al equipo de trabajo. Cuanto más complejo es un sistema de investigación, educativo, familiar, comunitario más incertidumbre; y, paradójicamente, cuanto más alejado está del equilibrio termodinámico, más evoluciona.
Finalmente, la forma paradigmática, explica Pineau (2009), reagrupa investigaciones que proponen revoluciones axiológicas, epistemológicas, metodológicas y praxeológicas. Después de la fase diagnóstica, los investigadores concluyeron que el trabajo transdisciplinar es necesariamente un proyecto político que se orienta más allá de la simple aceptación de la diversidad cultural entendida como tolerancia; por el contrario, considera al otro —llámese humano o naturaleza— como un elemento indispensable para la vida. Además, reflexionaron sobre la necesidad de adoptar una postura ética que rechace las asimetrías, producto del ejercicio de un poder arbitrario. El paradigma de la transdisciplinariedad no implica un simple cambio actitudinal en los investigadores y en las comunidades; por el contrario, apuesta por la construcción de un nuevo orden social donde los actores asumen una actitud crítica y luchan por configurar sociedades más justas, equitativas y sostenibles. La construcción del conocimiento a partir del diálogo de saberes abate las desigualdades a través de dos movimientos. Por una parte, la redistribución equitativa de los bienes simbólicos cuando se reconoce la autoría intelectual de los investigadores y de la comunidad. Por otra parte, la redistribución de los bienes materiales cuando la comunidad es beneficiada a través del recurso financiero otorgado por el fondo institucional. En definitiva, una filosofía investigativa transdisciplinaria teje puentes entre teorías y metodologías disciplinares y locales en tanto apela por el principio de la equidad que, en palabras del propio Sen (1979), permite el logro de los propósitos personales y colectivos a partir de procesos y oportunidades justas.
El conocimiento gestado durante la etapa diagnóstica del proyecto y el reconocimiento de las limitantes que no permitieron el cumplimiento cabal del objetivo general, llevó al cuerpo de investigadores a fijar los siguientes propósitos previo a la intervención:
Leer de manera crítica el diagnóstico de la situación elaborado e identificar información con la que aún no se cuenta para intervenir en, para y desde la filosofía de la educación comunitaria. Como efecto de ello, es posible conocer el concepto de salud multidimensional, definido según las bases epistemológicas, prácticas, creencias y visión de los pobladores.
Renunciar al esquema de seis ejes de acción vistos como objetos de estudios a áreas problemáticas que requieren de la intervención interdisciplinaria y más allá de ella.
Optar por la sistematización de las experiencias. Parafraseando a Jara (2009a y 2012b), Latorre (2005), Chávez Tafur (2006) y Barrera (2010) es posible decir que este método de investigación evidencia los aprendizajes obtenidos por el cuerpo de investigadores con miras a mejorar la praxis, a través de un ejercicio de reconstrucción epistemológica. Barragán y Torres (2017) aclaran que uno de los riesgos de este método es que puede ser banalizado o reducido a un instrumento operativo aplicado asépticamente al describir de manera acrítica el proceso de investigación.
Iniciar diálogos constantes entre los miembros del cuerpo académico y realizar visitas de campo con mucha frecuencia.
Promover el contacto cercano entre investigador-investigador, investigador-comunidad y comunidad-comunidad para el diálogo de experiencias producidas en diferentes contextos y la promoción de estilos de vida saludable. En algunas comunidades fue posible observar que las prácticas de violencia de género y el consumo de alimentos procesados son una práctica recurrente; una intervención de dos años puede generar cambios limitados. Ante este escenario, una posible acción estratégica es promover espacios de convivencia donde la población observe relaciones de género más igualitarias y equitativas entre los investigadores e investigadoras. También puede ser un detonador de cambio la observación de prácticas de autocuidado que no son más que actos conscientes de los investigadores que promueven su salud física, mental, espiritual, emocional y social.
La formulación de estos nuevos retos implicó la realización de múltiples reuniones del cuerpo de investigadores en las que se conversó sobre los conceptos de vulnerabilidad, transdisciplinariedad, complejidad, desarrollo local, agroecología, sostenibilidad, soberanía alimentaria, empoderamiento comunitario, entre otros. Después de discusiones y acalorados debates entre algunos investigadores que sostuvieron posturas encontradas sobre los temas, se reflexionó que no es necesario llegar a un consenso para formar un híbrido o entidad inerte; por el contrario, se asumió la propuesta de Rivera (2015), quien apela por la yuxtaposición y coexistencia de ideas. La expansión de las fronteras disciplinares hacia el espacio exterior (otras disciplinas o saberes) o al espacio subatómico (una infinidad de otros mundos posibles), visibiliza la multidimensionalidad del problema y de las soluciones.
Lévinas (1991) sostiene: “El no-intercambiable por excelencia el –yo– es, en un mundo sin juego, lo que, en un sacrificio permanente, substituye a los otros y trasciende el mundo. Pero es la fuente del hablar, pues es la esencia de la comunicación” (p. 94). El yo es una construcción subjetiva, resultado de múltiples encuentros que tiene en el espacio intersubjetivo donde coincide con los otros. Dicho en otras palabras, la configuración de una identidad es condicionada por el espacio social e intersubjetivo que, a su vez, es determinado por el espacio ético. Esta idea permite reflexionar que en un proceso investigativo subyacen prácticas de violencia que atentan contra la libertad, la autonomía y la democracia de las comunidades.
Marcelín, et al. (2021) sostienen que es urgente reivindicar la dimensión ética en todo proceso formativo, lo que incluye al proceso de investigación. En términos de Hernández y Esparza (2022) esto significa considerar que “el centro de todo derecho humano tiene como sustento a la persona misma” (p. 175). Pero, para asumir esta actitud es necesario mantener contacto cercano que permita la deconstrucción de prejuicios que atentan contra el otro —llámese investigador o miembro de la comunidad— que, hasta ese momento, era desconocido y ajeno. Únicamente de esta manera es posible generar el diálogo intercultural y transdisciplinario. Por supuesto, el reto sigue siendo grande porque se debe superar una serie de debilidades en las narrativas que justifican la elusión del conflicto epistémico interdisciplinar y el débil involucramiento ético y político de Sur, como medio para reflexionar sobre las prácticas y métodos.
Conclusiones
El posicionamiento transdisciplinar de la IAP permite imaginar y crear una praxis diferente sobre un ejercicio del poder social que produzca conocimientos pertinentes en beneficio de las sociedades. En este artículo se expuso la experiencia de un grupo de investigadores durante la fase de diagnóstico de la situación, logrando tres resultados importantes: el primero, comprender que la IAP siempre está en proceso de reconstrucción, por tanto, se sujeta a cuestionamientos y aportaciones de la política de diferentes sectores populares y de los propios investigadores. El método es una perspectiva innovadora que quiebra el paradigma clásico tradicional y genera debates epistemológicos entre los especialistas. Los vínculos que generaron más dificultades en el momento de ser traducidos a la práctica son: teoría y praxis, reflexividad crítica y acción, relación objeto y sujeto de estudio, filosofía de la educación comunitaria y enfoque filosófico de la investigación social. De la misma manera, el proceso produjo tensiones cuando se definieron aspectos concretos de la investigación, tales como la teoría “base” la metodología, el método, las técnicas y los instrumentos para la recolección de datos. Pareciera que este tipo de investigación vinculada a la acción intercultural provoca el caos porque causa inestabilidades, incertidumbres, rupturas, fluctuaciones, sinergias, emergencias y bucles de retroalimentación constantes, en, entre y más allá de los sistemas implicados.
Un segundo resultado fue comprender que la contemporaneidad se debe pensar desde el caos porque el conocimiento no se ancla al orden y la disciplina, tal y como se creía durante la época moderna. En este sentido y, de acuerdo con Molina (2022), los proyectos de IAP son utopías prácticas porque aspiran e imaginan un cambio que es realizable y posible, aunque dentro de un sistema de infinitas limitaciones.
Finalmente, un tercer resultado fue identificar las tareas pendientes formuladas bajo esta nueva lógica compleja. Una de ellas es ampliar el concepto de verdad donde éste ya no es sinónimo de exactitud ni significa el dominio del método científico. Otra, es validar la racionalidad, más allá del provecho o la cuantificación demostrable del provecho. Siguiendo a Gazmuri (2002), es posible decir que una última tarea es procurar la generación de un infinito mundo de posibilidades y de libertades, donde la espiritualidad y la colectividad recuperan su espacio. De dichas tareas se generan nuevos retos, a saber: (1) la sustitución del logo-centrismo por la riqueza de la oralidad, los sentidos, las emociones y las sonrisas, (2) el reemplazo de la idea de progreso y desarrollo que aspira a la homogeneización, por la emancipación y el empoderamiento como vía de destrucción de las desigualdades y (3) el diálogo horizontal a través de la construcción de relaciones de confianza e informales en el trabajo con la comunidad.
En consonancia con Demaria, et al. (2020), es posible decir que el trabajo transdisciplinar amplía el diálogo entre las visiones y las prácticas comunitarias y disciplinarias. Al mismo tiempo construye un mundo ecológicamente sabio y socialmente justo. Las transformaciones que surjan pueden ser más fundamentales y desafiantes que la apuesta por los enfoques de la economía verde y el desarrollo sostenible, por ejemplo. Dichos enfoques surgieron de los recientes movimientos sociales y ecologistas que recuperaron las cosmovisiones de los pueblos indígenas; sin embargo, difieren en sus prescripciones; es decir “en el cómo, qué y para quién se investiga”. Las visiones comunitarias no pueden ser reducidas ni deben ser adoptadas como una meta común ni como ruta recomendada por las organizaciones internacionales y las agendas políticas (Demaria, et al. 2020). La filosofía tiene un espacio importante durante el proceso de investigación porque cuestiona a las comunidades sobre quiénes son, para qué están en el mundo y cómo quieren vivir. Por otra parte, a los profesionales les exige la comprensión de sentidos, significados y voluntades de quienes son beneficiados por el proyecto. Ambos grupos trabajan en conjunto para generar soluciones a los problemas complejos y producir conocimientos. La participación comunitaria es, pues, un requisito primordial para la sostenibilidad del proyecto, al integrar sus conocimientos disponibles y experiencias, potenciarlos y utilizarlos para la búsqueda de soluciones.
Una de las limitaciones del presente ejercicio de reflexividad es que se exponen las experiencias de los investigadores, no así de las comunidades de estudio durante el proceso investigativo. La expresión de sus perspectivas hubiese contribuido a un análisis, reflexión y crítica mucho más profunda e integral. En la actualidad, el proyecto ha iniciado la fase de intervención y los investigadores insisten en crear espacios de convivencia que permiten retroalimentar y evaluar las diferentes intervenciones comunitarias. En un futuro, se espera describir resultados del proyecto, según la perspectiva de ambos agentes de cambio.