Cómo citar:
Robinson Trapaga, D.G., Díaz-Carrión, I.A. y Cruz Hernández, S. (2019). Empoderamiento de la mujer rural e indígena en México a través de grupos productivos y microempresas sociales. Retos Revista de Ciencias de la Administración y Economía, 9(17), 91-108. https://10.17163/ret.n17.2019.06
1. Introducción
El Desarrollo Humano es el proceso por el cual se busca ampliar las mismas opciones para todas las personas y no solo para unos cuántos. El derecho a la educación, vivienda, trabajo digno, servicio de salud, y equidad (PNUD, 2016), el reconocimiento de los derechos a las mujeres, las minorías étnicas, el combate a la discriminación por género, son retos de la misma magnitud que la abolición a la esclavitud y la eliminación del colonialismo (PNUD, 2014).
En el caso particular de las mujeres indígenas, se vive una situación de doble discriminación: por género, y por su origen étnico, además de pobreza y rezago social (Zarza-Delgado, Serrano-Barquín, 2013; Serrano-Barquín, Palmas-Castrejón, Cruz-Jiménez, 2013; García-Canclini, 2012; Stavenhagen, 2007). El camino hacia su empoderamiento es un proceso político que debería ir acompañado por una filosofía incluyente caracterizada por asumir de forma consciente y voluntaria un papel activo (Coughlin y Thomas, 2002).
En México, en concordancia con los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, la atención a las problemáticas de fin de la pobreza y equidad de género (PNUD 2017) están consideradas en el Plan Nacional de Desarrollo (PND 2013-2017). La institución encargada de atender a la población indígena es la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), que tiene como misión orientar, coordinar, promover, fomentar, dar seguimiento y evaluar los programas, proyectos, estrategias y acciones públicas en atención a dicha población (DOF, 2018). Para que Instituciones como la CDI cumplan con su objetivo, es necesario que obtengan resultados en iniciativas que atiendan problemáticas como son el empoderamiento de la mujer y la reducción de la pobreza.
El presente artículo tiene por objeto proponer un proceso integrador hacia el empoderamiento de la mujer rural e indígena en México, a través de su participación en proyectos de emprendimiento social y microempresas sociales. El proceso se construye a partir de 5 componentes que son: 1) La revisión crítica de casos en el mundo sobre empoderamiento de la mujer a partir del emprendimiento social, 2) La definición del concepto de «empoderamiento de la mujer», 3) La recuperación de distintos casos de empoderamiento a través del microcrédito, 4) La relación que existe entre las microempresas sociales y los proyectos productivos y, 5) La revisión de casos exitosos en el mundo.
La investigación se realiza sobre el sustento de una metodología descriptiva con diseño documental. Se hace una revisión de la literatura en torno a estudios en el mundo que exploran ambos conceptos de manera relacionada. Para realizar la búsqueda de literatura se utiliza la plataforma Web of Science® en las categorías de Administración, Negocios, y Estudios de la Mujer. El enfoque de la criba es en artículos académicos de revistas indexadas. Las búsquedas se realizan en inglés, se utilizan los algoritmos booleanos para conducir los resultados hacia los conceptos de interés y se abarcan las publicaciones de 2012 a 2017.
El orden de la presente investigación se plantea de la siguiente forma: primero se describen las características de las publicaciones revisadas y las categorías de análisis, después se explica cómo surge el concepto de «empoderamiento de la mujer», sus características, factores impulsores e inhibidores y su manifestación en grupos productivos apoyados por microcréditos y programas de política pública; posteriormente se define el sector social de la economía al que pertenecen los proyectos productivos o microempresas sociales y se define el concepto de «empresa social», sus características, y dinámicas. Finalmente se presenta un proceso integrador hacia el empoderamiento de la mujer rural e indígena que considera factores de ambas teorías revisadas.
2. Estado de la cuestión
El primer bloque de palabras clave para la criba de la variable «empoderamiento» fueron: «equidad de género», «poder y autonomía femenina», «inclusión», «toma de decisiones», «empoderamiento», «empoderamiento de la mujer», «mujer indígena», «desarrollo indígena», «mujer indígena trabajadora», «mujer artesana», «empoderamiento de género», «poder en el hogar» y, «poder doméstico».
Se obtuvo un resultado de 34 publicaciones emergentes en el período citado ut supra. El segundo bloque de palabras clave utilizado para la variable «empresa social» fue: «desarrollo indígena», «microfinanzas», «microcréditos», «empresa social», «valor social», «valor económico», «microempresa», «impacto social indígena», «calidad de vida», «desarrollo sustentable», «micronegocio incluyente», «economía social solidaria», «presupuesto público inclusivo», «mejoramiento social», «ONG», «emprendedor» y, «empoderamiento de la mujer»; búsqueda que arrojó 47 resultados, lo cual nos da un total combinado de 81 artículos.
Posteriormente se realiza una revisión crítica (Garcés y Duque, 2007; Díaz, 2012) y se consideran solo publicaciones relacionadas con el empoderamiento de mujeres rurales e indígenas a través de proyectos productivos, microempresas sociales, y emprendimientos sociales en diferentes partes del mundo. Esta jerarquización y criba aporta un total de 32 publicaciones.
La tabla 1 presenta las categorías analizadas: coincidencia en cuanto a temáticas abordadas, lugar de estudio, universidades y años en que se realiza la investigación, así como la metodología utilizada. La revisión y mapping permite comparar resultados y contribuye a la construcción de la propuesta del proceso integrador hacia el empoderamiento de la mujer rural e indígena, a través de su participación en proyectos de emprendimiento social y microempresas sociales en México.
La mayoría de las investigaciones se realzan en Asia, particularmente en India y Bangladesh, donde el tema de microcréditos toma importancia a partir de la creación del «Banco Garmeen de Yunus» fundado en 1983. El tema más estudiado es el «emprendimiento social», seguido por los microcréditos y el empoderamiento. La metodología aplicada es predominantemente cualitativa, aunque poco a poco comienzan a destacar los estudios que emplean ambas metodologías (cuanti-cualitativas). Por su parte, los resultados son heterogéneos, dado que la situación sociocultural de cada región difiere. Sin embargo, en los trabajos se coincide en la predominancia del sistema patriarcal como limitante al desarrollo personal de la mujer, lo que permite identificar la introducción del enfoque de género en las investigaciones. Destaca también el estudio del trabajo productivo de las mujeres rurales e indígenas como una importante temática de estudio que aparece consolidada en las diversas regiones. En concordancia con lo anterior es posible identificar una tendencia creciente del tema en los últimos años.
2.1. Origen y definición del concepto de empoderamiento de la mujer
La ONU llevó a cabo la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing en 1995, donde se introduce el término Gender Mainstreaming (GM) como mecanismo clave para alcanzar la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer, definido por las Naciones Unidas como la integración de género al diseño, implementación, monitoreo y evaluación de programas en las esferas políticas, sociales y económicas (Tuñón, 2010; Partart, 2014).
La Conferencia en Beijing marca un cambio contundente en la agenda mundial de igualdad de género, originando la «Declaración y Plataforma de Acción de Beijing» en la que se establecen una serie de objetivos estratégicos y medidas para el progreso de la mujer y el logro de la igualdad de género (ONU Mujeres, 2018). A partir de entonces se han realizado revisiones al documento hacia la potenciación de la mujer en la sociedad para acabar con la discriminación y alcanzar la igualdad en todos los ámbitos de la vida, tanto en aspectos públicos como privados (ONU Mujeres, 2018).
El empoderamiento también es definido como la habilidad de tomar decisiones de vida estratégicas en ámbitos en que anteriormente le ha sido negado (Kabeer, 1999); además como un proceso a través del cual las mujeres empiezan a ser conscientes de su propio poder, de su capacidad de tomar decisiones sobre su propia vida (Longwe, 1995; Rowlands, 1997; Mayoux, 2000; Kabeer, 2001; Malhotra, 2002; Tuñón, 2010; Díaz-Carrión, 2012), aunado a la conciencia del lugar que ocupan en el hogar y en la sociedad. La toma de decisiones implica el espacio público y privado en diferentes dimensiones, desde lo personal, familiar, económico, político, legal y sociocultural (Malohtra, Boender y Schuler, 2002).
A nivel personal, incide en la autoestima, la familia, las dinámicas dentro del hogar, es decir, cómo son las relaciones de poder con el grupo doméstico nuclear (Rowlands, 1997; Mayoux, 2000; Kabeer, 2001; Malhotra, 2002). El empoderamiento permite demandar cambios culturales, económicos y políticos radicales, requiere renegociar los patrones de toma de decisiones, uso de recursos, e inclusión de los hombres para el logro de este proceso (Haugh y Tawlar, 2016).
Tradicionalmente las mujeres se encargan del trabajo de cuidados, aprendido por herencia y constructos sociales pre-establecidos, dejándose a sí mismas en último lugar, al servicio de las demás personas (Alberti-Manzanares et al., 2014). Al entrar en un proceso de empoderamiento, empiezan a darse cuenta de sus opciones y capacidad de tomar decisiones, valoran su tiempo y reconocen su autonomía.
El empoderamiento es multidimensional. Se presenta a nivel micro en lo individual, la familia; a nivel macro, en la comunidad y espacios más amplios (Malhotra, Schuler, Boender, 2002; Gigler, 2014; Mayoux, 1998; Hashemi, Schuler, Riley, 1996). El empoderamiento inicia desde la propia conciencia a un nivel interior, por lo que es necesario que el ambiente lo propicie por medio de la información, es decir, que las mujeres conozcan sus derechos y que haya programas económicos y sociales que las apoyen (Mathur, y Agarwal, 2016; Aguilar-Pinto, Tuñón-Pablos y Zapata-Marteló, 2017).
A nivel público, el empoderamiento se refiere a la construcción de relaciones en la comunidad, redes de apoyo, al conocimiento sobre sus derechos legales, al poder de manifestarse abiertamente sobre sus preferencias, intereses y decisiones. En este sentido, las organizaciones colectivas pueden ser poderosos agentes de cambio (Zapata-Martelo y García-Horta, 2012). El proceso de empoderamiento pone énfasis en la toma de decisiones de las personas, el empoderamiento individual influencia fuertemente la creación de mayores redes transformadoras (Foley, 1997), ganando las mujeres representación al organizarse de manera colectiva (Longwe, 1995; Batliwala, 1994).
Los programas de política pública en México dirigidos a este grupo vulnerable reconocen la necesidad de reforzar la cultura empresario-social de los proyectos productivos y la transversalización del enfoque de género, sustentando el hecho de que al agruparse las mujeres rurales e indígenas y emprender un proyecto para realizar un trabajo productivo se observan dinámicas de empoderamiento dentro de la organización y se produce un impacto económico y social; empiezan a tomar decisiones sobre cómo invertir el dinero, en qué gastar, qué comprar, e inician una construcción de redes entre ellas mismas y de manera externa al relacionarse comercialmente con proveedores y vendedores (Zapata-Martelo y García-Horta, 2012; Zapata-Martelo y Mercado 1996; Tuñón, 2010; Meza et al., 2002; Rivas et al., 2015; Banerjee y Jackson, 2017).
2.2. Empoderamiento a través de microcréditos para grupos productivos
Una de las dimensiones del empoderamiento corresponde a la participación plena de las mujeres en todos los sectores de la vida económica. Al organizarse para trabajar en grupos productivos o emprender microempresas sociales, las mujeres empiezan a desarrollar relaciones dentro del grupo y con actores externos, como son proveedores, gobierno y organizaciones que aportan microcréditos. Así se inicia una construcción de redes y oportunidades de beneficio económico y social (Mair, Marti y Ventresca, 2012; Yunus, 2007).
Por lo anterior, en la década de 1980 a 1990 se da un auge de instituciones micro financieras en todo el mundo, con el objetivo de acercar créditos y capital para los más pobres y vulnerables. Estos créditos fueron respaldados por una política de apoyo y marco reglamentario para las micro-finanzas, que define microcrédito como una provisión de ahorro, crédito, servicios y productos financieros de pequeños montos para los pobres en zonas rurales, urbanas y semiurbanas, para impulsarlos a elevar su ingreso y mejorar sus estándares de vida (Pokhriyal, Rani y Uniyal, 2014). Son préstamos de fácil acceso a bajo costo, ofrecen menores intereses que los bancos que no consideran a las personas de bajos recursos como «sujetos de crédito» (Bhatia, Rubio y Saadat, 2002).
Las micro-financieras otorgan microcréditos preferentemente a las mujeres por ser sujetos de crédito más confiables (Yunus, 2007). Para solicitar un microcrédito deben organizarse en pequeños «grupos cohesivos autónomos» formados por entre 5 y 20 personas que se reúnen de manera voluntaria para acceder a un crédito y que comparten la misma realidad sociocultural y económica (Sulur Nachimuthu y Gunatharan, 2012; Mathur y Agarwal, 2016).
El empoderamiento de grupo es colectivo y depende del capital social, que son los recursos sociales disponibles y capaces de brindar al actor y grupos particulares una serie de beneficios. Se refiere a las normas y redes que vinculan a grupos de pobres con las instituciones financieras (Bhatia, Rubio y Saadat, 2002). Los microcréditos mal utilizados pueden erosionar las relaciones sociales que se mantienen dentro del grupo, siendo éstas de gran importancia en las comunidades rurales pues las economías de subsistencia se caracterizan por compartir recursos de la comunidad, normas colectivas, reciprocidad y fuertes relaciones de parentesco esenciales para su supervivencia. Por ejemplo, cuando una mujer pide un crédito y no logra pagarlo a tiempo, entra en una espiral de deuda de la que difícilmente logra salir, lo cual conduce a sus familias a la vergüenza pública y en específico a las mujeres a un «desempoderamiento» en la esfera pública y personal (Banerjee y Jackson, 2017).
Existe el reto entre el empoderamiento individual, que se refiere a la magnitud de desarrollo personal que depende de factores económicos, políticos, sociales, culturales, educativos, desligado del crecimiento colectivo del grupo; lo cual bajo cierta situación también puede acarrear factores negativos a algunos integrantes del grupo al crear mayores asimetrías y desigualdades. Por ejemplo, cuando las mujeres con poder, líderes de grupo, usan los microcréditos para sus familias, de tal manera no se benefician nuevas redes y se deterioran las existentes en cuanto a cooperación, reciprocidad y confianza (Banerjee y Jackson, 2017).
Para entrar a un proceso de empoderamiento no basta solo un microcrédito. Deben tomarse en cuenta las diferentes dimensiones (personal, familiar, económica, sociocultural, política), y esferas (pública y privada) de la vida de las mujeres. El beneficio económico es solo un factor que coadyuva a iniciar el proceso (Mayoux, 2000; Kabeer, 2003; Sarmah y Rahman, 2016; Mathur y Agarwal, 2016).
El trabajo productivo lleva a las mujeres a generar un ingreso adicional para ellas y para sus familias. Gracias a esto empiezan a intervenir en la toma de decisiones sobre el gasto del hogar, a transformar sus relaciones familiares y se propicia un crecimiento en varias dimensiones de su vida (Mair, Marti y Ventresca, 2012; Mathur y Agarwal, 2016; Yunus, 2007).
Los resultados de los microcréditos identificados tras la evaluación de la literatura son heterogéneos, varían según el contexto, las condiciones personales, familiares y socioculturales de las mujeres y del acompañamiento de la organización que aporta el microcrédito. Las claves de los casos de empoderamiento exitoso de las mujeres destacan la presencia de un fuerte acompañamiento especializado y la consideración de herramientas teóricas y prácticas para el empoderamiento. Por ello resulta importante un marco general que permita orientar los emprendimientos sociales y posibilite el empoderamiento como un resultado positivo transversal. La propuesta del proceso que se presenta en el presente artículo pretende integrar los componentes que conducen hacia el empoderamiento de las mujeres a través de su participación en grupos productivos.
En la figura 1 se muestra un comparativo de factores de «empoderamiento» y «desempoderamiento» en tres ámbitos distintos: el personal/familiar, el económico y el de la organización. El empoderamiento, como se ha mencionado, es una consecuencia positiva que permite a la mujer o al grupo mejorar sus capacidades para autogobernarse, para tomar decisiones sobre su propia vida y para hacer valer sus intereses. No obstante lo anterior, en una situación negativa la mujer podría no entrar a un proceso de empoderamiento y por el contrario tener un retroceso en las condiciones de vida que la rodean. Por ello se establece la posibilidad de sobrecarga de trabajo, problemas familiares a raíz de la participación en el grupo productivo, conflictos con la pareja sobre el control de los ingresos, entre otros factores, generando una falta de autonomía financiera; en consecuencia, manteniendo la asimetría entre ambos géneros.
Por su parte, los beneficios del empoderamiento para las mujeres son el poder para tomar decisiones, la construcción o consolidación de redes, la transformación hacia la equidad en sus relaciones familiares, la obtención del reconocimiento social, así como el manejo de su propio ingreso.
El diseño de programas de políticas públicas con enfoque de género debe ser un trabajo conjunto con las microfinancieras para considerar la realidad sociocultural de las mujeres (Bhatia, Rubio y Saadat, 2002).
2.3. Microempresas sociales y proyectos productivos
Los proyectos productivos y microempresas sociales que integran las mujeres rurales e indígenas forman parte del «Sector Social de la Economía», de entre las cuales se distinguen 4 tendencias: Economía Social, Tercer Sector, Economía Solidaria y Economía Social Solidaria (Conde, 2016; Lara y Maldonado 2014).
Todas las formas de organización dentro de este sector se caracterizan por la toma de decisiones democráticas y el consenso, pudiendo ser de la esfera pública o privada. Asimismo pueden establecer alianzas con gobiernos y otras organizaciones de la sociedad civil, buscando la reducción de la pobreza y la inclusión social. Abarcan más allá de los beneficios puramente materiales, pues consideran las dimensiones socioculturales, políticas y ambientales (Conde, 2016; Defourny y Nyssens, 2012; Defourny, 2014; EMES, 2017; Fonceca y Marcuello, 2012; Giovannini, 2012; Lara y Maldonado, 2014). La tabla 2 ilustra estas coincidencias.
En México, Conde (2016) realiza una categorización e identifica que se utilizan más de 40 términos para designar figuras asociativas que podrían considerarse empresas sociales: tejidos, comunidades, organizaciones de los trabajadores, sociedades cooperativas, grupos sociales, empresas exclusivas o mayoritariamente de trabajadores, y todas las formas de organización social para la producción, distribución y consumo de bienes y servicios socialmente necesarios (LESS, 2015). Son organizaciones cuyo objetivo prioritario es resolver necesidades de la población sin fines de lucro (Conde, ob cit.; Girardo y Mochi, 2012).
La empresa social se inserta en la «Economía Social Solidaria» (Lara y Maldonado, 2014; Corragio, 2014; Conde, 2016), que tiene como objetivo principal resolver problemas sociales. Ésta se gestiona igual que la empresa lucrativa, pero tiene como centro el beneficio social; baja costos para hacer eficientes sus procesos, atiende necesidades sociales y genera beneficio económico. En la misma línea debe tener un objetivo social intrínseco en su misión. La empresa social se distingue de las empresas de capitales principalmente en que la toma de decisiones no depende del capital sino del voto individual y autónomo de cada persona que se asocia libremente (Peredo y Chrisman, 2006; Yunus, 2007; Hurtado, 2014; Defourny, 2014; Lara y Maldonado, 2014).
Las organizaciones productivas que conforman las mujeres rurales e indígenas apoyadas por microcréditos o subsidios del gobierno se definen como «microempresas sociales» debido a que se identifican con las dinámicas de la «empresa social» (Zapata-Martelo y Mercado, 1996; Mair, Martí y Ventresca, 2012; Defourny y Nyssen, 2012; Haugh y Talwar, 2014; Lamaitre y Helsing, 2012). Zapata-Martelo y Mercado (1996) exponen que además de buscar rentabilidad económica y beneficio social, logran la creación de espacios para la generación del empoderamiento de las mujeres, se valora el quehacer de la mujer, se abren espacios de participación y cohesión de grupo. En la mayoría de los casos estudiados, el beneficio social trasciende al económico. Para las mujeres representa la lucha desde los espacios económicos para lograr el acceso a salud, educación, guarderías, incapacidad por maternidad, vivienda, acceso a sus derechos y a la toma de decisiones en la esfera pública y privada. La organización les permite salir del espacio doméstico, ocupar cargos públicos, exigir sus derechos y crear redes. El cambio en el sistema social no es un subproducto, sino la esencia misma de sus esfuerzos. Cada empresa social es distinta y debe ser juzgada desde su propio contexto (Nicholls, 2008), en tanto que la realidad sociocultural influye directamente en el proceso de empoderamiento que viven las mujeres.
3. Modelos y resultados en Microempresas Sociales rurales e indígenas
La gestión de la Empresa Social se manifiesta en diferentes dimensiones: ambiental, económica, social, cultural y política (Hurtado, 2014; Fonseca et al., 2012; Lemaitre y Helmising, 2012; Haugh y Talwar, 2014).
La organización productiva se estudia desde tres perspectivas: i) los logros, ii) las relaciones económicas y, iii) las relaciones internas. Los logros, se refiere a la contribución al desarrollo local en 4 dimensiones: a) la dimensión económica corresponde a la actividad de producir bienes y/o servicios de manera financieramente sustentable; b) la dimensión social se refiere a las relaciones en la comunidad, cohesión social, reducción de la inequidad de género, creación de empleo y condiciones de trabajo; c) la dimensión ambiental son aspectos que tienen relación con la conservación de la diversidad ambiental, producir beneficio ecológico por ejemplo al reducir desperdicio e integrar al proceso de producción actividades sustentables d) la dimensión política se relaciona con asuntos de empoderamiento de los trabajadores y el bien común, es la capacidad que tiene la empresa de tomar acción en la esfera pública (Lemaitre y Helsing, 2012).
Las relaciones económicas se dividen en no monetarias y monetarias. En las primeras se le asigna un valor a las actividades que no generan ingreso económico pero que tienen un valor en el mercado porque constituyen un costo para la organización, como el voluntariado, reciprocidad, trabajo en el hogar, el vínculo con las políticas públicas. Por su parte las monetarias son las que tienen que ver con el mercado, es decir, ingresos por venta de productos o servicios.
Se evidencia empoderamiento a través de microempresas sociales en la India donde los cambios y transformaciones se manifiestan en la esfera económica, social, personal, política y cultural. En el ámbito social, la mujer percibe de manera diferente el valor de su trabajo, la familia respeta el trabajo de la mujer, se construye equidad y hay cambios en la discriminación por género, se concientiza a las mujeres sobre su propia situación desempoderada y su potencial crecimiento personal (Haugh y Talwar, 2014), se valora que es posible un empoderamiento de arriba (desde las instituciones) hacia abajo, siempre y cuando haya un ambiente propicio. Sin embargo, es necesario desplegar estrategias multidimensionales que incluyan a los hombres en el proceso, pues es la manera de generar cambios en el sistema patriarcal (Mathur y Agarwal, 2016; Haugh y Talwar, 2014).
Un ejemplo de esto son los grupos de mujeres artesanas rurales en Palestina, que elaboran artesanías desde el hogar para microempresas que comercializan sus productos, son apoyadas por Organizaciones No Gubernamentales (ONG), existe una vinculación entre entidades para un beneficio social, que además generan beneficio económico. Es un proceso productivo innovador en tanto que se adapta a la realidad de las mujeres que están supeditadas a un sistema patriarcal en el que salir a trabajar para insertarse en la economía productiva no es bien visto, por lo que trabajar desde sus hogares les representa una opción para un trabajo remunerado sin romper con sus tradiciones, aunque se preserva la división del trabajo por género. Este es un ejemplo de la incorporación de elementos relativos a las prácticas socioculturales localizadas (Al-Dajani et al., 2015).
4. Propuesta de proceso integrador hacia el empoderamiento de la mujer rural e indígena a través de la microempresa social
La participación de las mujeres en el trabajo productivo dentro de una organización social desde la base, con un enfoque no lucrativo o lucrativo, orientado a la inclusión social y la reducción de la pobreza, puede ofrecer condiciones para su empoderamiento. Sin embargo, la evaluación documental permite evidenciar la importancia de la realidad sociocultural de las participantes pero en mayor medida el entender las dinámicas y empatizar con su cotidianeidad, lo cual involucra prioritariamente identificar sus propias posibilidades, además de las necesidades de la localidad, para así determinar la factibilidad del proyecto a desarrollar.
Para que el grupo productivo se caracterice por el impulso de relaciones democráticas, igualitarias y horizontales, fortaleciendo alianzas con otras organizaciones y redes sociales de primer orden, es necesario el acompañamiento de las mujeres en el desarrollo de sus actividades productivas, la capacitación y asesoría a nivel personal y la gestión de su proyecto productivo o microempresa social.
El acompañamiento requiere centrarse en la empatía, la capacitación constante y el logro equilibrado de avances en las dimensiones consideradas en el empoderamiento: económica, personal, familiar y sociocultural, en la esfera pública y privada. Considerando lo anterior, se presenta una propuesta (figura 2) de proceso para contribuir a potenciar cambios en la vida de las mujeres rurales e indígenas emprendedoras.
Los elementos se explican de la siguiente manera:
Empatía: Se realiza un trabajo de escucha personal/grupal/colectiva, sobre las expectativas como consecuencia del emprendimiento y la mujer como protagonista de las acciones. Como se ha documentado, la propuesta de emancipación puede ser aplicada «desde arriba» o «desde la base». «Desde arriba» significa que una colectividad organizada busca acompañar a un grupo de mujeres en condiciones de vulnerabilidad y no empoderamiento a través del proceso de emprendimiento para lograr su empoderamiento. «Desde la base» se considera cuando un grupo de mujeres buscan por ellas mismas su empoderamiento a través de la micro empresa social.
Diagnóstico: Se busca sentar una línea de base de las 4 dimensiones en las que vive la mujer en el punto de inicio.
Identificación: Se identifica el proyecto productivo a realizar según las habilidades de las mujeres y se reconocen los factores económicos, personales, familiares y socioculturales del contexto.
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Factibilidad: Se contrastan las habilidades con las necesidades del mercado.
Acompañamiento y capacitación en cuatro dimensiones:
Económica: Se brinda acompañamiento y capacitación para el desarrollo de la actividad productiva. Conjunto de conocimientos técnicos en términos económicos.
Personal: Acompañamiento y capacitación para el empoderamiento de la mujer ante la auto-identificación y autodeterminación de su identidad social.
Familiar: Acompañamiento y capacitación para el empoderamiento de la mujer ante la determinación y reconocimiento de su identidad social.
Sociocultural: Acompañamiento y capacitación en términos del empoderamiento de la mujer en el espacio público (colectivo, comunitario).
Evaluación: Antes, durante y después del proceso para medir el nivel de transformación.
El acompañamiento y capacitación de las cuatro dimensiones ut supra explicadas considera cierto grado de avance en términos de los siguientes elementos contenidos dentro de cada dimensión (tabla 3):
En cada una de las dimensiones se propone revisar antes, durante y después del proceso los factores determinantes para reconocer avances, cambios o rezagos. El empoderamiento está constituido por el avance en todas las dimensiones, no con el mismo grado de cumplimiento, pero sí con cierto grado de mejora o transformación.
5. Conclusión
El desarrollo de organizaciones productivas que surgen en un inicio por un apoyo o subsidio económico para aliviar la situación de pobreza, genera un valor social en algunos casos incluso mayor al económico. La empresa social cohesiona el interés monetario y no monetario destacando en algunos casos el beneficio social y propicia el inicio de un proceso de empoderamiento de las mujeres participantes. El empoderamiento de la mujer es parte de las dinámicas que esperan observarse en las organizaciones productivas.
La consideración del contexto que vive la mujer, su realidad sociocultural, personal, familiar y económica, comprenden factores que deben ser considerados por las empresas que otorgan microcréditos, los programas de políticas públicas, instituciones y organizaciones no gubernamentales (ONG) para lograr proyectos que lleven a una transformación.
Es imprescindible escuchar la voz de las mujeres integrantes, quienes a partir de sus propias necesidades pueden proponer los requerimientos a incluirse en los programas. Esto puede ser a través de la aplicación de herramientas cualitativas como grupos de enfoque, entrevistas, talleres y mesas de trabajo que propicien la sensibilización y comunicación.
La empatía, capacitación y acompañamiento son necesarios para crear valor social y económico. La empatía es el factor central que permite el entendimiento de la situación sociocultural e impulsa y conduce el proceso. Es pertinente crear nuevas propuestas integradoras que impulsen el desarrollo y la inclusión que atiendan al interés de las partes.