Introducción y estado de la cuestión
Las ciudades enfrentan numerosas problemáticas en términos alimentarios y al mismo tiempo son espacios de continua innovación donde los actores sociales emprenden todo tipo de iniciativas para lidiar con la incertidumbre, la precariedad y las crecientes prescripciones que se acumulan en torno a la alimentación. En este contexto, se han multiplicado las iniciativas privadas y colectivas que buscan generar estrategias de producción, distribución y consumo más saludables, justas y sustentables. Estas iniciativas responden a una multiplicidad de factores, incluyendo el interés genuino por contribuir al bienestar humano, social y planetario. Además, utilizan nichos de mercado en los que se incorporan lógicas de oferta, demanda y plusvalía propias de estos espacios (Alkon y Guthman 2017). Como parte de este proceso, distintos esquemas de alimentación “alternativa” de productos -orgánicos, locales, de comercio justo o de transformación artesanal- se han integrado a la imagen de los barrios gentrificados de distintas ciudades del mundo en forma de tiendas, mercados, pequeños restaurantes o cafés. En el presente artículo nos centramos en la intersección entre los mercados de pequeños productores que promueven el acceso a productos agroecológicos y artesanales y los procesos de gentrificación en la Ciudad de México.
La gentrificación se entiende en tanto un fenómeno, común en muchas ciudades del mundo, que combina la renovación arquitectónica, la inversión en infraestructura y el aumento de ofertas culturales, generando un incremento en el valor de las propiedades en áreas previamente marginadas y un alza en el costo de la vida. Las perspectivas críticas de este fenómeno destacan su carácter excluyente, pues conduce al desplazamiento de residentes de menores ingresos por nuevos habitantes de clase media y alta (Shaw y Hagemans 2015; Zuk et al. 2018), quienes adquieren una fuerte incidencia en la definición de las prioridades y en el acceso a los renovados espacios urbanos (Alkon, Kato y Sbicca 2020). Shaw (2008) amplía esta visión al exponer que la gentrificación es
una reestructuración de clase media generalizada del lugar, que abarca toda la transformación desde barrios de bajo estatus a parques de recreo para la clase media-alta. Los lugares de residencia de los gentrificadores ya no son solo casas renovadas, sino también casas adosadas de nueva construcción y apartamentos en rascacielos. Sus lugares de trabajo son tan probablemente nuevos desarrollos de oficinas en el centro de la ciudad o en las zonas portuarias como estudios en almacenes. La gentrificación se extiende a los recintos comerciales y de venta al por menor, y puede verse en municipios rurales y costeros, así como en ciudades. Su característica definitoria es el consumo cultural conspicuo (Shaw 2008, 139).
La gentrificación es, por lo tanto, construida y utilizada por una variedad de actores con perfiles e intereses diferenciados, desde desarrolladores inmobiliarios hasta nuevos residentes, pasando por Gobiernos locales que buscan revitalizar áreas urbanas.
En el centro de este proceso se encuentra una lógica de exclusión en la cual aquellos que no pueden permitirse el lujo de pagar son sistemáticamente desplazados y en la que los espacios públicos se transforman en extensiones de consumo cultural elitista.
El concepto de “gentrificación” comenzó a ser utilizado a mediados del siglo XX para explicar las transformaciones en la ocupación del espacio urbano de Londres, con la connotación de “espacio disputado” (Glass 1964), aunque otros autores lo consideran un proceso periódico en la ocupación del espacio urbano que antecede al uso del concepto (Harvey 2012). Esta categoría ha sido empleada durante varias décadas para hacer referencia a procesos similares que, no obstante, muestran algunas diferencias, por lo que algunos investigadores señalan la existencia de patrones diferenciados de gentrificación que generan resultados disímiles (Cole et al. 2021). En Estados Unidos se ha han realizado gran cantidad de trabajos sobre el tema, que en sentido general, hacen hincapié en el componente étnico de los procesos de gentrificación, el cual cobra relevancia en un contexto marcado por la fuerte diferenciación que estableció el desarrollo urbano entre los barrios de blancos y los de personas de origen afroamericano o latino en las principales ciudades.
En Europa la gentrificación ha sido generalmente más sutil en su integración en la estructura de las ciudades (Gale 1984; Carpenter y Lees 1995), posiblemente porque los suburbios han sido considerados tradicionalmente el hogar de las clases media baja y trabajadora. En Latinoamérica el concepto de gentrificación se ha empleado a lo largo de los últimos años para hacer referencia a procesos similares a los descritos en la literatura norteamericana y europea, aunque con particularidades distintas, lo que ha generado una abundante literatura. En el caso de la Ciudad de México, en particular, se ha caracterizado de “gentrificación” el proceso promovido en el centro histórico durante las últimas dos décadas y también los procesos similares, pero con distinciones importantes en otras zonas de la ciudad.
El cambio de los paisajes alimentarios se ha convertido en uno de los íconos de la gentrificación debido a que es parte de los atractivos de estas áreas y porque opera como espacios de desplazamiento material y simbólico. La mayor parte de los estudios que han documentado el impacto de los procesos de gentrificación en los paisajes alimentarios los identifican como respuesta al cambio de la población y los caracterizan atendiendo a los patrones de sofisticación y elitismo de la oferta alimentaria. Para la literatura esto es “gentrificación alimentaria”, término que establece un paralelismo entre el desplazamiento en los espacios, provocado por la gentrificación, y la falta de acceso a alimentos tradicionales por parte de productores y consumidores comunes cuando estos entran en los circuitos de oferta y consumo dirigidos a las clases media y alta. No obstante, la relación entre gentrificación y paisajes alimentarios no es unidireccional: los paisajes alimentarios forman parte de las estrategias de revalorización económica y de reconfiguración simbólica del espacio, movilizando significados que operan en la construcción de identidades colectivas y que se convierten en marcadores de estatus social (Mikkelsen 2011; Tornaghi 2014; Wolch, Byrne y Newell 2014; Bucher 2016). En este sentido, se ha planteado que la alimentación posibilita un acercamiento a los procesos de gentrificación que van más allá del desplazamiento y que permite entender la manera en la que el desarrollo urbano afecta la economía, la cultura y la dimensión ecológica del espacio (Alkon, Kato y Sbicca 2020, 7).
En los últimos años los paisajes y prácticas alimentarias de las áreas donde se llevan a cabo procesos de gentrificación han establecido un vínculo cada vez más cercano con la movilización de significados y con las prácticas asociadas a la sustentabilidad, a la salud y a veces a la justicia social. Esto forma parte de un proceso más amplio, descrito en la literatura como “gentrificación verde” (green gentrification), donde se impulsan intervenciones urbanas mediante inversiones públicas y privadas que favorecen el acceso a bienes ambientales, entre los que se encuentran la restauración de cuerpos de agua o la creación de parques públicos, pero que resultan en disparadores de procesos de gentrificación (Sbicca 2019), convirtiendo la sustentabilidad en un bien de mercado (Dooling 2009) y en un factor extraordinario de desigualdad.
Los alimentos asociados a los marcos de referencia de la sustentabilidad -y conceptos cercanos como saludable, local u orgánico- no son la excepción. Anguelovski
(2015a) nos previene sobre la tendencia de considerar las narrativas sobre este tipo de alimentos como discursos neutros, obviando su connotación de clase. Los huertos, tiendas y mercados donde se comercializan este tipo de productos han sido identificados por su contribución a la “gentrificación verde” (Alkon y Cadji 2018), pues el acceso a alimentos de calidad es parte del privilegio más generalizado de acceso a bienes ambientales.
En este contexto, algunos activistas o integrantes de movimientos ambientales han buscado oportunidades comerciales para generar nichos de mercado que reconozcan el esfuerzo de los pequeños productores, y en particular de aquellos que se inscriben de alguna u otra manera en el marco de la sustentabilidad, apelando a que los nuevos habitantes de los espacios gentrificados contribuyan a partir de su consumo en la transformación de los sistemas alimentarios y de la economía local (Alkon 2012; Meyers y Sbicca 2015). Estos patrones de consumo han sido caracterizados en la literatura como un “consumo ético” (Johnston 2014) o “un nuevo tipo de activismo” (Bryant y Goodman 2004), donde lo “alternativo” confluye con otras dimensiones entre las que destacan lo “gourmet”, lo “orgánico” o lo “local”, operando en tanto sello cultural de posicionamiento y de poder (Bourdieu 1984), elemento que ya había sido planteado por otros autores (Zukin 2008; Goodman, DuPuis y Goodman 2012; Goodman y Goodman 2016).
Estas estrategias están atravesadas por múltiples contradicciones y forman parte de procesos más amplios de resignificación de los criterios de selección alimentaria, generados por la incertidumbre creciente (Fischler 1990) y por el distanciamiento geográfico, económico y cognitivo entre los consumidores y sus alimentos (Bricas et al. 2022). que han provocado el posicionamiento de conceptos como lo “auténtico” o el “patrimonio” y que responden en buena medida a la necesidad creciente de comprar “alimentos con historia”, sobre todo en sectores con la capacidad económica de pagar un sobreprecio, impulsando el desarrollo de nuevos modelos conceptuales que se convierten en fuentes de valor ético y económico (Frigolé 2014).
En el presente artículo nos interesa problematizar el carácter multidimensional de los procesos de gentrificación y visibilizar la participación de una multiplicidad de actores con posturas e intereses diversos. En este sentido, nuestra investigación sugiere que los procesos de gentrificación no siempre siguen un patrón lineal. Además del desplazamiento, la gentrificación puede generar oportunidades económicas y mejorar la infraestructura y la oferta cultural en barrios que han sido históricamente marginados. Sin embargo, es importante señalar que, si bien estos aspectos positivos han sido reconocidos por otros estudios, su impacto social y cultural aún requiere una mayor profundización y comprensión.
Desde una perspectiva que transgrede los límites epistemológicos tradicionales, Lawton (2019) argumenta que es crucial situar los debates sobre la gentrificación dentro de un contexto más amplio que incluya la suburbanización, la urbanización vertical y los espacios urbanos en red para comprender la compleja relación entre el desarrollo desigual y la formación socioespacial. Este enfoque busca entender la gentrificación más allá de un conjunto preestablecido de criterios, enfocándose en las dinámicas sociales emergentes dentro del espacio urbano. Por otro lado, Knaap (2022) destaca los desafíos inherentes al análisis espacial de la gentrificación, subrayando la dificultad de formalizar un concepto que simplifique un proceso social, económico, político y geográfico complejo. La diversidad de métodos disponibles para quienes investigan, desde enfoques lineales hasta modelos de simulación, ofrece distintas perspectivas acerca del proceso de gentrificación, aunque cada uno presenta limitaciones en cuanto a su capacidad para capturar la totalidad del fenómeno.
Por tanto, en el presente artículo se analiza el papel de los mercados de producción agroecológica y artesanal en los procesos de gentrificación de zonas céntricas de la Ciudad de México. Estas iniciativas forman parte de un movimiento que busca impulsar la generación de ciudadanías alimentarias y trata de abonar a la justicia y a la sustentabilidad, contribuyendo en la transición agroecológica en lugares periurbanos. Al mismo tiempo, estos proyectos se integran en los paisajes urbanos de barrios de clase media con un número creciente de población extranjera “flotante” y con un flujo turístico constante, convirtiéndose en ofertas excluyentes en términos económicos y simbólicos.
No es el fin de este artículo argumentar en contra o a favor de este tipo de iniciativas, sino mostrar la diversidad de relaciones y significados inmersos en estas estrategias, partiendo de la premisa de que los negocios de alimentos y los activistas vinculados a la promoción de la sustentabilidad alimentaria se relacionan de distintas formas con los procesos de gentrificación, a veces guiándolos o incluso profundizando sus efectos, pero también a partir de acciones contestatarias que buscan proteger el acceso a los alimentos y al espacio (Alkon, Kato y Sbicca 2020, 5).
En este estudio se muestra algunas de las paradojas y contradicciones de los procesos de gentrificación, los cuales generan oportunidades y exclusiones de forma simultánea. De manera más general, se espera contribuir a la comprensión de la gentrificación en su complejidad como un proceso con dimensiones políticas y culturales en el que actores diferenciados utilizan, crean y contestan a partir de sus prácticas y proyectos propios, poniendo en un primer plano de discusión la agencia colectiva. Así, el presente artículo busca aportar al campo de los estudios sobre la gentrificación y al lugar que ocupan las manifestaciones alimentarias en estos procesos, pero también al estudio de los mercados alternativos de producción “locales” y su papel como proveedores de alimentos justos, sanos y sostenibles.
Metodología
El artículo se deriva de un proyecto de investigación más amplio desarrollado durante el periodo 2020-2022 por un equipo multidisciplinario de investigación que incluyó las perspectivas de la sociología, la antropología, la agronomía, la etnobotánica y la ecología. El objetivo general de dicho proyecto fue documentar las condiciones en las que operan las iniciativas de producción agroecológica en la zona periurbana de la Ciudad de México y las redes de distribución alternativas en la ciudad a través de las cuales estos alimentos llegan a los consumidores urbanos. Sus propósitos iniciales no contemplaban investigar la gentrificación, este tema surgió en la discusión con algunos de los actores involucrados en las iniciativas de producción y distribución y es el resultado del análisis de los procesos documentados.
El presente análisis fue realizado desde una perspectiva antropológica, recuperando parte de la información generada en ese proyecto. Entre los insumos utilizados destaca la documentación de 60 iniciativas de producción agroecológica y transformación artesanal ubicadas en las alcaldías de Milpa Alta, Tlalpan y Xochimilco, en lo que se conoce como suelo de conservación. En estas visitas se llevaron a cabo recorridos, registros fotográficos y entrevistas semiestructuradas a los responsables de las condiciones de producción, transformación y comercialización. Cabe señalar que solo 19 de estos proyectos productivos participan en circuitos cortos de comercialización en la Ciudad de México, incluyendo los mercados descritos en el artículo y otras iniciativas que constituyen alternativas de distribución. Este acercamiento nos permitió documentar la variedad de perfiles de los proyectos productivos y de los actores involucrados (Bertran-Vilà, Pasquier y Villatoro 2022).
Se realizaron también diversas actividades en colaboración con 28 colectivos de distribución que operan a partir de distintas estrategias -principalmente mercados de producción agroecológica y artesanal, cooperativas, venta a domicilio y redes de consumo-. Estas incluyeron múltiples visitas a los espacios de comercialización a lo largo de dos años y discusiones colectivas en torno a las condiciones y retos de la misma. De manera complementaria, se analizaron los materiales publicados en páginas web y redes sociales de los mercados y de otras organizaciones aliadas.
En el análisis se retoma la información recabada en torno a los mercados de producción agroecológica y artesanal, en su mayoría situados en barrios de clase media, con atención particular en aquellos que se encuentran en zonas que experimentan un proceso de gentrificación. Las entrevistas a los responsables de proyectos de producción fueron grabadas y transcritas, el resto de la información fue registrada en diarios de campo. En total, 32 de las 60 personas que concedieron entrevistas son mujeres, sin embargo, en general los proyectos tienen una estructura familiar. Respecto a los grupos etarios, nuestras entrevistas integran en proporciones equivalentes personas entre 30 y 45 años, entre 46 y 59 y mayores de 60. Aunque cabe recalcar que no se trata de una muestra representativa y tampoco de las tendencias del sector, pero sí de la diversidad de actores involucrados en estos proyectos. En los circuitos cortos de comercialización, en términos generales, se puede decir que los gestores son principalmente adultos jóvenes y se observa cierta predominancia de mujeres, pero en el presente artículo no se llevó a cabo un registro más sistemático de sus perfiles.
El conjunto de estos registros fue codificado con base en los principios del análisis cualitativo de contenido, primero a partir de un primer ejercicio de identificación de las temáticas generales tratadas y en una segunda etapa de acuerdo con la definición de los temas particulares de interés. La presentación de los resultados incluidos en este texto se articula a partir de la descripción de tres mercados ubicados en el corredor Roma-Condesa, propuestos como ejemplos para la reflexión de un proceso más amplio. Cabe subrayar que no se propone un diseño comparativo de “estudios de caso”, sino únicamente se destaca la pluralidad de situaciones presentes en torno al fenómeno seleccionado. Los nombres de dichos mercados se omitieron con el fin de evitar cualquier posible estigmatización en torno a iniciativas particulares. Lejos de adjetivar positiva o negativamente cualquier iniciativa, nuestra intención es mostrar la complejidad en la que operan y la capacidad de agencia de los actores involucrados.
Análisis y resultados
La Ciudad de México forma parte de una de las zonas más pobladas del mundo. Su fundación data de la era prehispánica y desde el siglo XIV era ya una de las ciudades más grandes de América Latina. No obstante, en la primera mitad del siglo XX creció de manera exponencial debido a los flujos de migrantes rurales que buscaban en la vida urbana una oportunidad de movilidad social. En esta época las clases media y alta que ocupaban los barrios históricos de la ciudad comenzaron a trasladarse hacia nuevos suburbios en torno al Bosque de Chapultepec y al sur de la ciudad. Los migrantes, en cambio, se ubicaron inicialmente en las zonas céntricas y más adelante en nuevos lugares urbanizados a partir de la invasión de predios y de la autoconstrucción en las periferias.
La segunda mitad del siglo XX estuvo marcada por una planeación urbana deficiente y por el amplio poder de la iniciativa privada, lo que generó una ciudad compleja y sumamente desigual en lo que se refiere al acceso a espacios y servicios. La década de los 80 fue una época de crisis económica, de reestructuración productiva, de expulsión de la industria de la zona urbana y de terciarización de la ciudad, a lo que se sumó un fuerte terremoto que produjo el colapso de cientos de construcciones y entre 5000 y 45 000 fallecidos. A principios del siglo XXI se consolida en la ciudad un proceso de inversión inmobiliaria y de servicios que ha producido importantes transformaciones en algunas áreas, desarrollando amplias zonas de lujo para las élites, entre ellas Santa Fe, Interlomas y Polanco (Bournazou 2017). La descripción de este proceso excede los propósitos del presente artículo, pero es el marco en el que se inscribe el proceso de gentrificación de algunas colonias, inicialmente concentrado en lo que se conoce comúnmente como el corredor Roma-Condesa, actualmente en expansión en otras áreas aledañas (LópezGay et al. 2019). Este proceso ha provocado un incremento importante de la población, el aumento de las actividades comerciales y la presencia de población extranjera.
El corredor Roma-Condesa abarca las colonias Condesa, Hipódromo, Roma Norte y Roma Sur, pertenecientes a la alcaldía Cuauhtémoc. En esta área se observa desde hace un par de décadas un proceso de dinamismo económico y cultural que recuerda los de gentrificación de otras ciudades del Norte Global. En esta zona la población desplazada es de origen mestizo y pertenece a la clase media, mientras que los nuevos habitantes son de clase media-alta y en creciente medida extranjeros provenientes de Norteamérica y de Europa Occidental. Muchos de ellos forman parte de una población flotante que ganan rápidamente visibilidad en las calles y comercios y que pasan periodos de distinta extensión mientras mantienen sus actividades de estudio o económicas en sus países de origen.
Se trata de un fenómeno que se incrementó de manera importante a partir de la pandemia y de la generalización del teletrabajo. Este proceso va de la mano de un creciente número de turistas y de la presencia de plataformas de renta como Airbnb que ya ocupan edificios enteros y cuyo impacto ha sido reportado en otras ciudades del mundo. El poder adquisitivo de estos nuevos pobladores ha contribuido de manera importante al encarecimiento de las rentas y del valor del suelo.
Según fuentes inmobiliarias, este mercado en la Ciudad de México ha experimentado un notable incremento en los precios de alquileres y ventas en los últimos años.
En términos generales, el alquiler promedio de un departamento de una habitación ronda los 1200 USD mensuales, mientras que uno de dos habitaciones asciende a aproximadamente 1800 USD al mes. El costo medio de una vivienda en la metrópoli es de alrededor de 200 000 USD, lo que representa el doble del promedio nacional (Forbes 2023). Este fenómeno se explica debido al crecimiento económico y demográfico de la ciudad, a la limitada oferta de vivienda por los elevados costos de terreno y construcción y al interés de inversores extranjeros en el sector inmobiliario. En cuanto a las zonas con mayores costos, Polanco, Reforma, Santa Fe y Roma Norte lideran la lista. Por ejemplo, en Polanco el alquiler promedio de un departamento de una habitación es de 2000 USD mensuales y el precio promedio de una vivienda es de casi 400 000 USD (Herrera 2022; Thelmadatter 2023).
Hasta ahora estos precios no han limitado la altísima demanda, pero restan acceso a buena parte de la población local, incluyendo a sus antiguos pobladores, y a pesar de que el Gobierno de la Ciudad de México ha implementado medidas para mitigar esta situación -subsidios para familias de bajos ingresos o la construcción de viviendas más asequibles-, aún persiste el desafío de garantizar una vivienda accesible en estas prestigiosas zonas.
Debido a esa transformación esta área alberga desde hace más de una década un número creciente de tiendas de productos orgánicos y mercados de productores con alimentos de producción agroecológica y transformación artesanal provenientes de zonas más o menos aledañas a la ciudad. Consideramos el caso de los mercados de pequeños productores relevante para la presente discusión en la medida en que este modelo busca acercar a productores y consumidores y acortar las desigualdades entre ellos.
Las iniciativas alternativas de distribución de alimentos en la Ciudad de México surgieron a principios de la segunda década del presente siglo. En 2020 se contabilizaron alrededor de 40 (Espinosa Bonifaz 2022) y su número se incrementa de forma continua. Actores vinculados a este fenómeno comentaron durante el estudio que estimaban que actualmente su número superaba las 60 iniciativas. Estas incluyen mercados de producción agroecológica y artesanal, cooperativas, grupos de consumidores, tiendas especializadas y otros formatos. El aumento de este tipo de iniciativas responde a la creciente demanda en la ciudad y al impulso del Gobierno local, que en los últimos años ha fomentado diversos mercados y ferias de productores como parte de su estrategia de manejo del área de suelo de conservación. En la mayor parte de los casos estos son organizados en espacios recreativos -museos, parques o eventos culturales-, pero sin contemplar su integración en las cadenas de distribución cotidiana de alimentos de la ciudad. Para discutir la pluralidad de situaciones presentes en torno al fenómeno de estudio se describen, a modo de ejemplo, tres mercados de producción agroecológica y artesanal ubicados en corredor Roma-Condesa. El M1 es uno de los primeros mercados de producción agroecológica y artesanal de la ciudad ya que inició sus operaciones en 2010. Se presenta en sus redes sociales como un mercado de productores locales, orgánicos y ecológicos y “una opción de consumo responsable”. Su gestión está a cargo de una asociación civil e incluye actividades de acompañamiento y certificación de los productores a través de un sistema participativo reconocido por el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad y se publicita en diferentes medios, por lo que mantiene una presencia en todas las guías y comentarios sobre el tema de la ciudad. Según la información de su página web, está conformado por 50 productores orgánicos y ecológicos que se sitúan a menos de 100 millas de la ciudad. Si bien los tres mercados se ubican en la misma zona y se dirigen a una clientela similar, este es posiblemente de los tres ejemplos el que recibe la clientela con mayor poder adquisitivo y tiene los precios promedio más altos. Se instala todos los domingos en una banqueta amplia, a la sombra de un corredor de palmeras y sus puestos muestran un diseño homogéneo complementado por el delantal con los mismos colores (letras blancas sobre fondo negro) de los encargados de los puestos. Su actividad principal es la venta de los productos ofertados, pero ofrece también diversos talleres y otras actividades culturales. Cuenta con una tienda en línea con servicio a domicilio.
El M2 es también uno de los primeros mercados de producción agroecológica y artesanal en la ciudad. Se encuentra ubicado en el patio interior de un edificio y funciona los domingos. Su perfil es más sencillo en comparación con el M1, sus puestos no tienen una imagen definida y tiene presencia en algunas redes sociales -Facebook, Instagram y Tumblr- en las que se promociona la iniciativa, aunque no cuenta con una página web propia ni atiende pedidos en línea. El equipo gestor se encarga de la organización interna y de la operación de un sistema participativo de garantía. Se encuentra conformado por poco más de 20 puestos que ofrecen una variedad de productos alimentarios, frescos y de transformación artesanal y algunos cosméticos, mientras que la presencia de artesanías y de otros productos es poca. Su clientela está conformada principalmente por residentes de la colonia, ya que al no encontrarse en el espacio público recibe menos paseantes y turistas.
El M3 se ubica dentro de un huerto urbano promovido por una asociación civil. Comenzó a operar a principios del 2023, pero le anteceden múltiples experiencias en el formato de ferias organizadas durante los años previos. A diferencia de la mayor parte de los mercados de producción agroecológica y artesanal de la ciudad, este opera los miércoles. Esta iniciativa fue creada por el equipo gestor del huerto que lo alberga, con el apoyo del Gobierno local a través de la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural y la Secretaría de Desarrollo Económico de la Ciudad de México. Los productores de alimentos participantes cuentan con el “sello verde”, sistema de certificación impulsado por el Gobierno local. Llama la atención que, aunque se trata de un contexto con una alta demanda potencial de este tipo de productos, en más de una década no hayan surgido otros mercados de producción agroecológica y artesanal en esta área a pesar de haber sido un periodo en el que este tipo de iniciativa se multiplicó de manera importante en la ciudad. Posiblemente esto se deba a la dificultad de la gestión del espacio para este tipo de iniciativas y a la preferencia de los grupos organizadores de ocupar otros sitios sin este tipo de oferta.
En la figura 1 se muestra la ubicación de las iniciativas de producción y distribución visitadas a lo largo del proyecto de investigación y una aproximación a los espacios donde se desarrollan los mercados seleccionados para el artículo.
A continuación, se describen brevemente los espacios y perfiles de los distintos actores comúnmente involucrados en los mercados de producción agroecológica y artesanal, mostrando la diversidad de significados que se les atribuyen al organizar, vender y comprar alimentos en estos espacios, significados que se encuentran estrechamente relacionados con el estatus social y con el tipo de vinculación con los mercados. Tendencias similares han sido documentadas por otros estudios sobre el tema en ciudades del Norte Global (Alkon 2012).
Espacios
Se trata en general de mercados pequeños, integrados por alrededor de 30 puestos que se ubican en una variedad de espacios. En todos los casos se conforman por puestos instalados para la ocasión, con periodicidad semanal. Uno de ellos logró hace tiempo establecer los acuerdos necesarios con la administración local para utilizar la vía pública, la mayor parte se instala en espacios de propiedad privada y gestión colectiva donde ya existen otros proyectos de carácter cultural, de educación ambiental o de promoción social. Encontrar un lugar es descrito por diversos gestores como uno de los principales retos a los que se enfrentan los colectivos ciudadanos de distribución de alimentos que impulsan este tipo de proyectos.
¿Cuál es el perfil de quienes gestionan?
El tema de los intermediarios es bastante polémico, especialmente cuando se habla de “mercados de producción agroecológica y artesanal” pues el concepto en sí supone que estos son espacios de contacto directo entre quienes producen y quienes consumen, no obstante, en los casos documentados estos desempeñan un papel crucial. Se trata de colectivos que están integrados por distintos actores de perfil urbano, algunos con posiciones directivas y otros con una participación más operativa, entre ellos suele haber algunos esquemas de voluntariado y generalmente tienen una impronta activista. Son quienes impulsan estas iniciativas, median con las autoridades para tener acceso a los espacios, definen el perfil del mercado, las condiciones y cuotas de acceso y las reglas de su funcionamiento, además, se encargan de la organización en los días de mercado. Cabe señalar que su participación e importancia marca una diferencia sustancial con respecto a los mercados de producción agroecológica y artesanal en ciudades del Norte Global en los que es un grupo de productores quienes se encargan del espacio y del funcionamiento del mercado, rotando las diversas funciones de gestión.
¿Cuál es el perfil de quienes producen-venden?
Este perfil es variable, algunos son “pequeños productores” de origen campesino, sobre todo en el caso de hortalizas, huevos y productos lácteos. Otros son transformadores o intermediarios, lo cual suele verse reflejado en sus características socioeconómicas, por lo menos respecto a su origen urbano y a su estrato económico. En este sentido, se documentó que el acceso a los mercados de producción agroecológica y artesanal y a otros canales alternativos de distribución está mediado por el acceso a insumos productivos, a redes sociales y a la cercanía cultural, dejando fuera a una parte importante de los pequeños productores con producción agroecológica en las zonas periurbanas de la ciudad (Bertran-Vilà, Pasquier y Villatoro 2022; Reynolds y Cohen 2016). También cabe destacar que la producción agroecológica requiere de una alta inversión en mano de obra, lo cual según comentaron varios productores, limita su interés en invertir el tiempo necesario para estar directamente involucrados en estos espacios, pues prefieren optimizar sus entregas de productos en tiendas o a través de pequeños intermediarios. Además, los productores y los intermediarios incluyen en su consumo algunos de los productos ofertados pero el intercambio de productos entre ellos es limitado, por lo que su participación en estos espacios es principalmente en el rol de productores, pero no de consumidores, lo que refleja las desigualdades sociales que marcan a la ciudad.
Productos
En estos espacios se encuentra una diversidad de productos que median entre la referencia a lo tradicional o local: productos frescos de uso común, incluyendo café, chocolate y miel; variedades locales de frutas y verduras de temporada poco frecuen- 91 tes en los mercados convencionales, entre las que destacan quelites, plátano, aguacate criollo, tejocotes, limas, chilacayotes o guanábanas; o preparados tradicionales, ya sean tortillas, tlacoyos o tamales aunque con frecuentes adaptaciones al gusto de los nuevos consumidores. También se exhibe una amplia gama de productos poco conocidos y consumidos en las áreas de producción -kale, coles moradas, setas variadas, zanahorias y tomates de múltiples colores, calabazas en forma de estrella, betabeles dorados, acelgas arcoíris, moras de distintos tipos de germinados varios-, incluyendo productos procesados artesanalmente -frutas y verduras deshidratadas, preparados con amaranto y nopal, pan de masa madre, cambucha y otros fermentados, leche de almendra, tisanas combinadas, conservas y escabeches con ingredientes ajenos a la cultura alimentaria local, quesos de cabra o salchichonería-. Al respecto, cabe destacar la transformación artesanal en tanto un conjunto de prácticas de innovación a través de las cuales los productores e intermediarios buscan generar mercancías que se alineen con los ideales de una dieta saludable y sostenible de sus clientes y que resuenen con sus deseos de autenticidad y pertenencia. Estos mercados incluyen también cierto número de cosméticos de confección artesanal, artículos de limpieza biodegradables y algunas artesanías.
La valoración de los productos ofrecidos en estos mercados se fundamenta en su origen agroecológico y local, aunque los sistemas de certificación para validar estas cualidades son limitados y enfrentan desafíos significativos. No obstante, la escasez de mecanismos de verificación no afecta la demanda de los consumidores. Los resultados indican que los consumidores están motivados por factores que trascienden las certificaciones tradicionales ya que buscan experiencias auténticas, historias significativas detrás de los productos, un sentido de comunidad y cualidades organolépticas específicas. Se observa que los intercambios comerciales en este contexto tienden a operar al margen de las regulaciones oficiales, tanto en aspectos relacionados con la producción alimentaria y el etiquetado como en obligaciones fiscales y contractuales.
¿Cuál es el perfil de quienes compran?
Consumidores y consumidoras de estos mercados son en su mayoría personas que viven en el área y turistas que gustan de alimentarse con productos que consideran más saludables, pero también de mayor calidad nutricional y gustativa. El factor activista está presente en algunos casos, pero no es primordial y se refiere tanto al impacto ecológico de su consumo como a nociones generales de “comercio justo”. El consumo en estos espacios es complementario en la dieta familiar y forma parte de una multiplicidad de lugares de abasto que incluyen espacios convencionales, al igual que otros mercados y supermercados, ya sea por su mayor diversidad de productos o por la amplitud de sus días y horarios de venta. Lo relevante de ello consiste en comprender que el “consumo activista” no se opone a otros tipos de consumo, sino que forma parte de un caleidoscopio conformado por múltiples y aparentemente contradictorias lógicas, que en la contemporaneidad se vuelven complementarias.
Discusión y conclusiones
A la luz de la literatura sobre gentrificación se observa, en primera instancia, que el área descrita experimenta un proceso de gentrificación, que se caracteriza por tener entre sus dinamizadores centrales la oferta de pequeños negocios, restaurantes, cafés y una variedad de ofertas culturales más que por la inversión multimillonaria en desarrollos inmobiliarios, presentes en otras áreas de la ciudad -Polanco, Reforma o Santa Fe-, donde la transformación de los paisajes alimentarios tienen menor relevancia en el rol de motores de cambio y es de otro perfil. Del análisis se desprende también que el cambio de los paisajes alimentarios es muy evidente en esta área, esto incluye tiendas, restaurantes y cafés que apelan a nociones de alimentación saludable, local y orgánica, mostrando la importancia de las dimensiones culturales que contribuyen en los procesos de apreciación de barrios determinados (Zukin 1987; Sbicca 2019). Sin embargo, los mercados de producción agroecológica y artesanal forman parte, pero no tienen un lugar protagónico en estos procesos.
Por otra parte, a partir del análisis de las características de los espacios descritos en el apartado anterior se observa que, si bien estos tienen un perfil común, los distinguen algunos rasgos respecto a la visibilidad de los establecimientos -en el espacio público y en las redes sociales- y con el de las personas involucradas en estos espacios. Estas diferencias radican en buena medida en la importancia de la intervención de los actores que fungen como gestores de los espacios y mediadores entre los productores y los consumidores -en el caso de quienes se dedican a la transformación de alimentos-. El capital social y cultural de estos mediadores resulta un elemento clave para la apreciación de este tipo de iniciativas en los procesos de “gentrificación verde” (Sbicca 2019).
A partir del presente estudio se plantea que los mercados de producción agroecológica y artesanal en las zonas gentrificadas contribuyen a la construcción de paisajes alimentarios acorde con las expectativas de oferta, consumo y recreación de los habitantes de estas zonas, pero también forman parte de estrategias que contribuyen a la construcción de paisajes alimentarios más sustentables, al menos por la baja huella ambiental de los procesos de producción y transformación y por el hecho de ser productos de cercanía y formar parte de circuitos cortos de distribución. Esto implica que generan pequeños espacios de autonomía en un sector manejado por los intereses de grandes trasnacionales que controlan de manera creciente el mercado de productos orgánicos, los cuales han sido incorporados como una opción más de la oferta de los supermercados (Alkon 2018). No obstante, no está de más recalcar que en la mayor parte de los casos los productores participan abasteciendo productos sanos, justos y ecológicos que resultan difíciles de conseguir, generando así nuevos esquemas de desigualdad en el acceso a alimentos de calidad.
La naturaleza excluyente de los movimientos alimentarios alternativos ha sido discutida en diversos estudios que se inscriben en el marco de la justicia alimentaria y que describen y analizan casos en los que este tipo de iniciativas excluyen a los sectores económicamente marginados y a las minorías étnicas (Anguelovski 2015b; Guthman 2011). No obstante, cabe señalar que estos estudios rara vez hacen explícito el perfil de los productores involucrados en los canales alternativos de distribución de alimentos, ya sean tiendas, mercados u otros. En el caso de la Ciudad de México debe considerarse que estos espacios, similares en muchos factores a los casos descritos en el Norte Global, incluyendo el perfil de sus consumidores, son considerados por los productores participantes buenas posibilidades de comercialización que premian económicamente la apuesta por la producción agroecológica y por la distribución de pequeña escala, posibilitando así la persistencia y reproducción de este tipo de proyectos.
Estos proyectos aún son pocos, pero su número se incrementa continuamente y van ganando importancia en el sustento económico de un número creciente de familias que apuestan por generar alternativas a los sistemas alimentarios globalizados y manejados por los corporativos internacionales. En este sentido, estos espacios se configuran también como espacios de innovación social atravesados por disparidades, pero también por encuentros y alianzas. El uso de estos espacios por actores “típicamente desfavorecidos” ha sido documentado por otras investigaciones (Alkon 2018).
En el presente artículo se expone la gentrificación como contexto que posibilita la existencia de iniciativas de activismo alimentario centradas en esquemas alternativos de distribución y consumo, pero que al mismo tiempo las resignifica en prácticas que forman parte de procesos que llevan a la exclusión social, limitando sus alcances en términos políticos (Bryant y Goodman 2004) y pragmáticos, considerando el incremento potencial del número de consumidores de este tipo de iniciativas en una ciudad donde el 43,8 % de la población tiene ingresos inferiores a la línea de la pobreza y el 17,8 % enfrenta carencias por acceso a la alimentación (CONEVAL 2022). Por ende, el número de productores y el área de producción que puede beneficiarse de estos esquemas es bajo, además de ser excluyentes en relación con los pequeños productores.
Esta situación plantea preguntas relevantes respecto al tipo de políticas públicas capaces de contrarrestar los efectos perversos de la gentrificación (Cohen 2018) y proveer espacios y servicios de calidad, incluyendo servicios ecosistémicos y alimentos saludables para todos los habitantes de la ciudad sin profundizar las desigualdades existentes. Ante este escenario, y sin disminuir su importancia, los esfuerzos de los grupos activistas resultan insuficientes para impulsar procesos de inclusión en los espacios gentrificados de las ciudades en ausencia de acciones explícitas por parte de los Gobiernos locales.