Introducción
Ubicada dentro del popular distrito de Miraflores, la urbanización Santa Cruz se ha convertido en los últimos años en una de las áreas urbanas más populares de Lima, Perú y alberga lo que muchos han llamado el corredor gastronómico de la ciudad. Durante décadas Santa Cruz fue percibida como un foco de pobreza y violencia y su mala reputación se extendió hasta fines del siglo pasado. La prostitución, el tráfico de drogas y la presencia de pandillas eran algunos de los problemas que enfrentaban los residentes de esta zona, la mayoría pertenecientes a la clase trabajadora: pescadores, mecánicos y pequeños comerciantes. Las personas de áreas adyacentes a Miraflores y al exclusivo vecindario San Isidro evitaban cautelosamente este espacio. Los taxistas no se atrevían a cruzar por el barrio que se convirtió en un punto ciego para proyectos gubernamentales e inversiones privadas. En general, la seguridad civil parecía una realidad distante para los cruceños, quienes se vieron obligados a enfrentar décadas de exclusión construyendo fuertes lazos comunitarios entre sí.
Los orígenes de Santa Cruz se remontan a finales del siglo XIX cuando el empresario Adrián Bielich compró las tierras y estableció la hacienda del mismo nombre. En 1913 Bielich muere y sus hijos heredaron y vendieron el terreno. Inicialmente Santa Cruz se dividió en grandes parcelas para “casas huertas”, cada una de 2000 a 2500 m2 (Arce 2014, 116-118). No obstante, debido a la falta de demanda estas parcelas se dividieron en terrenos más pequeños, comenzando así una práctica de subdivisión y subarrendamiento que se volvió muy común en la zona. A raíz de esto el barrio se desarrolló de una manera desordenada e informal. Finalmente, esta forma de ocupar el espacio tuvo un impacto importantísimo en el crecimiento urbano y en el perfil demográfico de la zona, convirtiéndose en uno de los pocos barrios marginales ubicados en el centro de la capital peruana.1
A inicios de los 90 el área residencial de Santa Cruz estaba compuesta principalmente por pequeños complejos multifamiliares que albergaban alrededor de 10 000 personas incluidas las quintas (Orrego Penagos 2012), que eran pequeñas casas básicas construidas en espacios comunes que compartían una entrada y que generalmente estaban ocupadas por familias de clase trabajadora. Una versión más humilde de las quintas eran los corralones, residencias que por lo general carecían de pavimento y de servicios básicos como agua, plomería y electricidad. En menor cantidad, los callejones eran una versión más pequeña que los corralones, compuestos por habitaciones individuales en 39 lugar de unidades completas. A partir de 1994 diferentes modelos de proyectos públicos se enfocaron en la zona, buscando mejorar la calidad de la infraestructura residencial. Desde el acceso a financiamiento hipotecario con el proyecto Mendiburu en 1994 a la mejora de reglamentación de espacios públicos y privados con el proyecto de destugurización entre 2001 y 2002 y la fomentación de inversión privada a partir del 2009, fueron varios los intentos del Gobierno de cambiar la cara de Santa Cruz (Arce 2014). Para finales de 2010 los complejos multifamiliares característicos de la zona habían sido reducidos a menos de la mitad, evidenciando un importante proceso de reconstrucción urbana en el área (Abusada 2016).
La transformación de Santa Cruz tiene como correlato un fenómeno que se empieza a vivir a principios del siglo XXI en Perú: el auge gastronómico (Lauer y Lauer 2006; García y Matta 2019). Este auge posicionó la gastronomía peruana como “punta de lanza” en una serie de procesos sociales, culturales y económicos que revaloriza la cultura nacional (California Perú Live 2008). En Santa Cruz invadió las calles convirtiéndose en una plataforma de inversión culinaria. Finalmente, aceleró la presencia de nuevos actores en la zona, modelando el espacio con nuevos elementos simbólicos de valor.
El primer paso de este proceso se dio en 2001 cuando Víctor Chang-Say y su hermana Sue Chang-Say lanzaron un proyecto que cambiaría para siempre el barrio.
Aprovechando una propiedad que tenía la familia en la cuadra 13 de Mariscal La Mar, la avenida central del vecindario, abrieron un restaurante de mariscos que llamaron Pescados Capitales. Al inaugurar este restaurante, Víctor y Sue desafiaron el perfil social de las cevicherías en Lima, redefiniendo la estética de la comida y el espacio donde se servía. Por ejemplo, eliminaron los muebles de plástico patrocinados por marcas de cerveza y propusieron un menú más creativo y experimental. Pescados Capitales marcó un avance importante, no solo en la forma en la que se concebían y consumían las cevicherías en Lima, sino también en el rol que ocuparía Santa Cruz en el auge gastronómico que invadía la ciudad.
Pescados Capitales pronto sería seguido por grandes nombres de la industria culinaria. En 2005 el renombrado chef peruano Gastón Acurio abrió La Mar en la cuadra 7 de la avenida del mismo nombre. Actualmente La Mar es considerado uno de los mejores restaurantes de mariscos de América Latina y está presente en siete ciudades en todo el mundo. Alrededor del mismo año, La Red, un restaurante originalmente pequeño que servía platos baratos de comida casera, experimentó una importante renovación, convirtiéndose en una parada gastronómica esencial y en el primero de muchos proyectos exitosos del chef José del Castillo. Durante las siguientes dos décadas restaurantes como Mayta de Jaime Pesaque y El Mercado de Rafael Osterlings (ambos entre los 50 mejores de América Latina) llegaron a Santa Cruz, reforzando la popularidad del área y transformando el barrio en uno de los centros gastronómicos más frecuentados de Lima.
La popularidad de Santa Cruz no se limita a los restaurantes. Panaderías, pastelerías, importantes firmas de diseño y marcas independientes, tiendas gourmet y supermercados saludables y varios edificios de oficinas boutique se han establecido en el barrio. Hay una interesante mezcla de antiguos residentes, jóvenes familias, empresarios, actores económicos y políticos, aficionados a la comida y turistas, lo que hace de Santa Cruz un paisaje social complejo. Este paisaje está conformado por múltiples ideas, interpretaciones y experiencias que desafían la lógica binaria de las identidades, históricamente producida por retóricas académicas y políticas en el país.
Esta lógica binaria de ser y estar comúnmente se enmarca en un paradigma poscolonial que surge entre dos mundos opuestos. Montoya Uriarte (2010, 100) lo describe en los siguientes términos: una “división binaria” entre un mundo comúnmente blanco, rico, costero y culto y uno indígena, pobre, andino y no educado (Quijano 1980; Matos Mar 2004; Degregori 1986; Vela 2007). De hecho, desde los debates de los hispanistas sobre el “problema indígena”, la atención de los indigenistas a la reivindicación de “el indio”, las preocupaciones del mestizaje sobre la mezcla racial y las últimas discusiones teóricas sobre las identidades urbanas híbridas en la ciudad, la fluidez y porosidad del mundo social y las identidades en él, han sido comúnmente pasadas por alto. Sin embargo, las complejidades sociales distintivas de Santa Cruz demandan un alejamiento de esta división y apuntan a lo que Stewart (2010) considera “el vacío en el orden de las cosas” o el espacio para el “detalle inquietante” para las experiencias vividas en el terreno. Santa Cruz te sumerge en las grietas congénitas de las categorías sociales, resaltando la multiplicidad de las estrategias que los individuos utilizamos para ocupar un lugar.
El presente artículo se centra en estas estrategias que surgen en la intersección de diferentes contextos sociales, culturales, económicos y políticos en relación con tiempos (pasado, presente, futuro) y espacios específicos (el barrio, la nación, el mundo), en la cual Santa Cruz se convierte en muchos lugares a la vez. Enfocándome en las historias de Carlos, un hombre que llega a la zona en búsqueda de un local para abrir su panadería, se exploran estas estrategias y la negociación de los límites, significados y valores sobre cómo ser y estar en Santa Cruz, es decir, la manera de finalmente “llegar” a un lugar (Taylor 2012, 49). Analizo las distintas dimensiones de su experiencia de cambio, desafiando una narrativa macroanalítica de gentrificación entre lo viejo y lo nuevo, lo malo y lo bueno, lo rico y lo pobre. Finalmente, las historias de Carlos destacan los matices que se encuentran detrás de la creación de un lugar y de uno mismo, donde la experiencia de cambio se comporta como un “prisma interpretativo” para entender distintas prácticas y dinámicas sociales que surgen en el contexto de transición (Brubaker 1998, 2004).
2. Explorando Santa Cruz
Conocí a Carlos durante un trabajo etnográfico en la avenida La Mar para mi tesis doctoral sobre sociología visual. Lo que al principio era un estudio sobre la identidad nacional y el auge gastronómico, se transformó rápidamente en una tesis sobre el cambio urbano, la diferencia y la identidad, pero involucrando la comida. El trabajo de campo tuvo lugar entre 2012 y 2016 y se centró en historias personales sobre la transformación del área. Incluyó a 51 personas que vivían, visitaban o trabajaban en La Mar. A algunos los conocí caminando por la avenida al cruzármelos o ellos abordarme de alguna forma. A otros los conocí a través de los contactos que inicialmente hice al recorrer el espacio y estos a su vez me recomendaron a personas que ellos conocían. En este contexto, caminar sirvió de una herramienta mediadora que ofrecía la posibilidad de formar parte de un “encuentro” social en La Mar, delineando un momento compartido de negociación e intercambio (Kuntz y Presnall 2012).
Las narrativas orales se recopilaron a través de entrevistas individuales y de conversaciones informales. Otros métodos de obtención de datos incluyeron la observación en y alrededor de la avenida y la observación participante. De hecho, pude trabajar de anfitriona en el restaurante La Red durante un mes, lo que me brindó la oportunidad de conectar con personas en la zona y tener una vista alternativa de los procesos y experiencias diarias del negocio culinario. Además de los datos orales y escritos, el estudio también incluyó un componente basado en imágenes. Estas incluyeron fotografías de personas y lugares presentadas como una narrativa visual en forma de hojas de contactos reconstruidas.
En general el trabajo de campo estuvo lleno de sorpresas. Buscando claridad sobre el cambio urbano y la negociación de diferencias en La Mar, me vi obligada a abrazar lo incompleto, lo impredecible, los espacios abiertos y la liminalidad en el núcleo de la transición. Observé los pequeños detalles, las subjetividades y la perspectiva personal. Los trabajos de Watson (2006) y Duruz (1999, 2002) sobre la diferencia urbana fueron centrales para orientar mi investigación, en la que los movimientos, ubicaciones y fronteras fluidas fueron esenciales para interpretar la experiencia de cambio en la avenida. Reconocí la forma en que las ideas y los valores se adhieren a lugares (restaurantes, callejones, edificios modernos) e identidades (recién llegados, locales, extranjeros, nacionales, chefs), mientras que los individuos se desplazaban dentro y fuera de prácticas colectivas, reflejando “las condiciones de posibilidad para ser diferentes o iguales” (Watson 2006, 8).
Entendí que el intercambio urbano tenía diferentes cualidades. Había diferentes “significados de movilidad y reciprocidad” entre las personas (Duruz 2011, 612). Esto me hizo cuestionar la tendencia de “fijar lugar e identidad” y destacar en cambio “identidades híbridas y flujos espaciales” (Duruz 2011, 612), o según lo plantea Watson (2006, 2-3) “formas múltiples de sociabilidad” que emergen en el mismo entorno. Reconocí la creciente gentrificación en la zona y la espacialidad de procesos identitarios en Santa Cruz.
Definí la gentrificación como un “proceso de cambio multifacético” (Slatter 2006, 747), contextual (Leys 2011; Butler 1997; Lees 2000) y espacio-temporal (Bridge 2003) que implica capas culturales y económicas de transformación. Es “un proceso dinámico en lugar de un evento singular” (Alkon, Kato y Sbicca 2020, 11). Es un proceso de tensiones y contradicciones que surgen entre y dentro de múltiples grupos demográficos e interpretaciones de vida (Sequera 2014; Alkon, Kato y Sbicca 2020). Por lo tanto, para explorar y comprender los procesos de gentrificación en la ciudad del siglo XXI es fundamental la flexibilidad, para así poder “reflejar las mutaciones” que tienen lugar en el entorno urbano actual (Sequera 2014).
En el caso de Santa Cruz, el proceso de gentrificación incorpora una combinación extensa de capas espacio-temporales que involucran diferentes escalas geográficas que finalmente se materializan a nivel local. En este contexto es fundamental dialogar con la idea de las políticas de la diferencia desde la experiencia de Fincher y Jacobs (1998, 43 1-2), donde “la forma en que las estructuras de poder persistentes pueden dar forma de manera desigual a las vidas urbanas, afectando las formas en que tales estructuras son, a su vez, formadas por las circunstancias contingentes de personas específicas en entornos específicos”. Taylor (2012) denomina esto la “geografía de la elección”, refiriéndose a las “continuidades” y rupturas de las estructuras sociales resultantes de diferentes “aspiraciones y posibilidades”, de “disposiciones y prácticas” que se vuelven disponibles para navegar diferentes experiencias sociales in situ. En última instancia, estas continuidades y rupturas no conducen a un proceso de transformación lineal de una cosa completa a otra, sino que llevan a “nuevas elecciones para algunos y reemergentes desigualdades materiales y simbólicas” para otros (Taylor 2012, 118).
Desde esta mirada, el cambio urbano se entiende en tanto fuerza que afecta constantemente a personas y lugares, superponiendo expectativas, necesidades y aspiraciones con “posibilidades (im)posibles”, materializando “sentimientos de pertenencia” al convertirse -o no- en parte de algo (Taylor 2012, 252-253). Para Fincher y Jacobs (1998, 14), explorar las experiencias de cambio es explorar la diferencia que surge en forma de resultados desiguales, caracterizados a veces por “una inclusión alegre”, pero otras por “un contacto desestabilizador con la otredad”. En este sentido, el cambio subraya lo que para Skeggs (2005, 973) serían los “dilemas de los recursos” o la “lucha por valor” (Skeggs y Loveday 2012) entre diferentes identidades, las cuales enfrentan distintas inscripciones de valor que finalmente limitan las posibilidades que tienen de ser y de estar en el lugar.
Esta comprensión del cambio y de la gentrificación ofrece un lente alternativo para explorar procesos identitarios (el auge gastronómico en Santa Cruz), llenando un vacío en la literatura nacional. Comúnmente, los estudios sobre comida e identidad en el Perú se han centrado en las implicaciones políticas y socioeconómicas del auge gastronómico, destacando productos específicos y patrones de consumo en la reevaluación de la cultura, de la identidad y del poder. El trabajo de García (2013) sobre colonialidad, estereotipos andinos y la promesa cosmopolita de la comida o los estudios de DeFrance (2006) y Markowitz (2012) acerca de las dinámicas de poder y el valor de los productos andinos (cuy y alpaca respectivamente), son ejemplos de esta perspectiva. El análisis del discurso también ha sido popular en la literatura, favoreciendo narrativas macroinstitucionales de nación y comida. Las investigaciones de Matta sobre gastropolítica, branding nacional, capital cultural y campañas mediáticas son fundamentales. Por su parte, Fan (2013), Zúñiga Lossio (2007), McDonell (2019) y López-Canales (2019) han centrado su atención en el mismo sector, explorando las negociaciones entre chefs, críticos e inversores sobre ideas de inclusión-exclusión, localidad-globalidad, masculinidad y colonialidad.
Sin embargo, este artículo se inscribe dentro de una colección más pequeña -pero en crecimiento- de estudios que exploran la identidad y la comida desde una mirada microanalítica, con un mayor interés en las subjetividades. Ccopa (2018) representa un importante giro hacia lo personal y hacia las emociones, analizando historias íntimas sobre comida que juegan un rol de mediadoras en experiencias de migración en Lima. Centrándose en la identidad y en el poder, el trabajo de García (2021) sobre gastropolítica y raza y el de Consiglieri (2019) que versa acerca de la gentrificación y la comida en Santa Cruz, problematizan la celebración acrítica del auge gastronómico, resaltando espacios íntimos y diálogos cotidianos enmarcados por dinámicas históricas de dominación. Sin embargo, y a pesar de la gran contribución, se percibe una insistencia en querer reconocer las identidades y ubicarlas en roles prestablecidos y con poco dinamismo, minimizando la posibilidad de comprender con mayor profundidad los procesos que toman lugar en cocreacion de un momento y un espacio social.
Por ejemplo, en el caso de Consiglieri (2019) esta insistencia afecta sus posibilidades de desentrañar el rostro cambiante de Santa Cruz. Basándose en el trabajo de Matta (2014), Consiglieri (2019) argumenta que la narrativa nacional gastronómica sostiene un “mandato” que obliga a los peruanos “a celebrar y a estar orgullosos de la gastronomía nacional” a pesar del contexto social y cultural que enfrentan en el barrio (Consiglieri 2019, 11). Para la autora esta narrativa culinaria nacional refleja un discurso hegemónico que afecta la evaluación crítica del proceso de gentrificación en el área, validando la exclusión de ciertos residentes de este proceso.
Si bien estoy de acuerdo con Matta y Consiglieri en que existe una narrativa celebratoria reproducida en y a través del auge gastronómico en Lima, considero que juega un papel mucho más complejo en la articulación de dinámicas de poder en el contexto local de Santa Cruz. Reconocer la complejidad de este papel implica no solo contemplar la multiplicidad de experiencias de inclusión y exclusión en un contexto de cambio, sino también las experiencias que se interpretan, viven y reproducen de manera diferente por distintas personas en distintos momentos y espacios de sus trayectorias. Al enfocarse en estas experiencias y procesos es posible cambiar la conversación dirigida a entender grupos específicos como entes o conceptos prefabricados a los movimientos, estrategias, cambios e intensidades que les dan un sentido temporal a las colectividades.
3. La imaginación cosmopolita
Carlos siempre ha vivido cerca de Santa Cruz, si bien la proximidad física estuvo presente, no fue hasta su adultez que su relación con esta área se volvió más fuerte. Después de varios años viviendo en Londres para intentar convertirse en actor, Carlos decidió regresar a Lima y probar suerte en el negocio de la panadería, para lo cual abrió un pequeño local gourmet en 2011 en lo que solía ser un taller mecánico de La Mar.
Para Carlos la decisión de establecer su negocio en La Mar se vio fuertemente influenciada por dos condiciones. La primera era puramente económica y tenía que ver con el hecho poder pagar una renta en un área tan céntrica como Santa Cruz, ubicada en medio de Miraflores y junto a San Isidro, un distrito de alto poder adquisitivo. La segunda, en la que me centraré en este artículo, se relacionaba con la familiaridad que Carlos percibía en Santa Cruz. Esta familiaridad se basaba en el reconocimiento de otros lugares en los que ya había estado (Londres) y en el contexto local de La Mar, esto le permitió entender que Santa Cruz se había convertido en un lugar en transición. Los lugares que Carlos conoció durante su estancia en Londres se volvieron su brújula en lo que respecta a la orientación, dirección y fuerza de su trayectoria en Santa Cruz. Estas experiencias previas le brindaron una percepción y una sensibilidad particular que se tradujo en una ventaja práctica para ubicarse y navegar este entorno cambiante, reconociendo el potencial de un futuro exitoso que ya había visto antes.
Estaba comenzando mi negocio de panadería y buscando un local cuando alguien me habló sobre un pequeño terreno de 80m2 que estaba disponible en La Mar. Vine a echar un vistazo y pensé que era genial. Pensé que era un espacio que combinaba dos mundos divergentes: un mundo con mucho poder adquisitivo de Miraflores y San Isidro; y otro mundo que también preservaba el espíritu urbano, el espíritu de la calle 2 con la gente que, perdón por decir una palabra en inglés, porque sonará huachafo, pero me gusta mucho esta palabra: edgy, edgy. Es como estar en el límite entre lo peligroso y lo bonito, ¿verdad? En este sentido, La Mar es un área en desarrollo muy interesante que ya he visto en otros países ¿verdad? En áreas con muchos inmigrantes, en áreas pobres que de repente comienzan a ser invadidas por personas que quieren encontrar espacios creativos y comienzan a cambiar el rostro del lugar, ¿verdad? Creo que eso está sucediendo en La Mar. Y amo La Mar. Amo La Mar porque te permite ser atrevido y lanzarte a algo nuevo, a cosas que pueden no encajar en el corazón del Miraflores turístico (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
El sentido de familiaridad no se limita a las historias de Carlos. De hecho, durante la investigación quedó claro que era el punto central que unía diferentes historias en La Mar. La mayoría de estas historias eran contadas por emprendedores que eran nuevos en el área, individuos de sectores de clase alta de Lima que habían tenido la posibilidad de viajar al extranjero al igual que Carlos, tal vez para vivir o estudiar en diferentes países, generalmente en ciudades cosmopolitas. Por ejemplo, Michelle, una arquitecta con varios proyectos en la zona, comparaba “la gracia” de La Mar con el área de Soho en Nueva York y con Puerto Madero en Buenos Aires (entrevista a Michelle, Santa Cruz, 9 de julio de 2014), o. Claribel, una pastelera que asociaba sus paseos en Santa Cruz con los que realizó en diferentes ciudades de Europa (entrevista a Claribel, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
De la misma manera que en la historia de Carlos, los recuerdos de Michelle y Claribel surgieron de flujos globales y de dinámicas de poder. Los recursos económicos que les permitieron viajar y las competencias culturales a las que accedieron al hacerlo, les brindaron el conocimiento y la confianza para navegar un lugar nuevo y cambiante de una manera segura. Además, al tener las herramientas para navegar exitosamente este contexto, les fue posible establecer nuevas configuraciones simbólicas y materiales en la avenida La Mar, modelando las dinámicas y estructuras sociales locales en desarrollo. Finalmente, ya sea de forma consciente o inconsciente, estos “omnívoros” (Johnston y Baumann 2007) o “cosmopolitas” (Joassart-Marcelli y Bosco 2020) se apoyaron en sus recursos económicos, culturales y simbólicos para tomar decisiones en lo que respecta a su inversión en la avenida (Martin 2020, 60).
Por ejemplo, en la historia de Carlos estos flujos globales y simbólicos se arraigaron como inscripciones pegajosas en ciertos lugares e identidades. Estos tomaron la forma de límites, significados y valores, reproduciendo así ciertas características. “Un lugar interesante”, con “espíritu urbano”, “edgy”, un espacio “invadido”. Una “persona creativa”, que se “arriesga”, “atrevida”, una “huachafo”, “gente pobre”, “inmigrantes” y así sucesivamente. Todas estas categorías y clasificaciones reflejan lo que para Delanty (2006 36, 41) es una “interacción de uno mismo, el otro y el mundo”, materializándose en una “imaginación cosmopolita” que resalta “las sinergias y tensiones de la construcción mutua de lo local, lo nacional y lo global”.
En última instancia, esta imaginación cosmopolita no refleja la creación de una comunidad de empresarios privilegiados y jóvenes que invaden la localidad de La Mar, ni tampoco una nueva cultura global que erradica prácticas y costumbres locales en la avenida. Se trata de diferentes viajes a lo largo del tiempo (pasado, presente y futuro) y en el espacio (Lima o Londres), del intercambio de experiencias y posibilidades de acceso, de interpretaciones y de la viabilidad para compartirlas con otros. La imaginación cosmopolita de Carlos apunta a movimientos específicos entre lugares, señalando las contingencias del ser y del poder convertirse en alguien. Se trata de procesos, intensidades y redes que se unen, pero que probablemente se desmoronarán (o al menos seguirán transformándose), ofreciendo una visión incompleta, siempre en diálogo con las estructuras sociales y dinámicas de poder del momento y del lugar, de la conciencia y de la historia. De acuerdo con Sequera (2014, 245), se trata de una “retroalimentación que se da entre estas clases y el capitalismo urbano”, donde los “capitales culturales, relacionales y simbólicos condicionan la eficacia de este tipo de procesos” de cambio urbano (Sequera 2014, 241).
4. Ventilando la ciudad
El reconocimiento de Carlos de las posibilidades de ser y de convertirse en La Mar apunta a una necesidad de resistir o enfrentar la previsibilidad de su camino en otras áreas de Lima. De hecho, lo inacabado e imperfecto en la avenida le ofrece la opción de producir y reparar, brindándole no solo un propósito de viaje, sino también la perspectiva de creación y transgresión que estos implican. En este contexto, la lucha de Carlos contra el aburrimiento está inherentemente vinculada a su experiencia de clase en la ciudad y al deseo (pero no a la necesidad) de encontrar significado (Svendsen 2004). Es así que La Mar se convierte en un lugar interesante para él, en un sitio que va más allá de las normas establecidas, de las expectativas y de las limitaciones que percibe en el resto de Miraflores. Es un lugar donde puede innovar y explorar diferentes estéticas e intensidades, un espacio entretenido para él.
Creo que hay mucha gente que quiere hacer cosas diferentes, aburrida de las calles tradicionales y buscando espacios para hacer cosas creativas y entretenidas. Hay mucha demanda de espacios por arquitectos, jóvenes artistas y productores en La Mar. Y eso es lo que sucede, como te estaba diciendo antes, en otras ciudades del mundo donde hay lugares abandonados, peligrosos, comienzan a ser ocupados por personas que quieren cambiar el aspecto del espacio y hacer cosas independientes. Entonces, creo que en La Mar hay posibilidad de hacer cosas independientes. No hay formatos preestablecidos. Lo contrario de venir a La Mar sería ir a un centro comercial en San Isidro o Miraflores donde todo está completo, donde todo es perfecto, donde no hay un riesgo importante (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
La capacidad de Carlos para reconocer estas oportunidades da forma a su disposición y orientación en la avenida, convirtiéndose en “la condición de posibilidad para su experiencia de clase” (Skeggs 2004, 2). Esta condición se produce a través de su capacidad para moverse y elegir en el cambio (Hannerz 1996, 103), fomentando “nuevas habilidades y autoimágenes” en el contexto de Santa Cruz (Dalle Pezze y Sanzani 2009, 25). Finalmente, la crisis de aburrimiento de Carlos expresa no solo los límites que percibe a su alrededor (sabe que puede ir por más), sino también las posibilidades que tiene ante sí para superar esos límites.
Por lo tanto, lo que se expresa como un acto aparentemente radical de transgresión refleja los recursos que Carlos tiene para adaptarse, reacomodándose o renovando su ubicación privilegiada en la ciudad. En este contexto, la participación de Carlos en La Mar se convierte en un resultado predecible, prescrito no solo a través del reconocimiento de otros lugares en transición, sino también de una estrategia para ventilar las estructuras sociales tradicionales de Lima (Dalle Pezze y Sanzani 2009, 24). De hecho, la historia de Carlos sería una producción activa de la experiencia de clase en la capital, donde arquitectos, jóvenes artistas y productores se necesitan para tomar La Mar en sus manos, y en un arrebato al pasado y al barrio, rescatarla del abandono.
Esta idea de abandono manda un fuerte mensaje de los límites, significados y valores que se establecen en el cambio, donde el pasado es insuficiente, donde el barrio no es comunidad, donde los “emprendedores salvadores” son “la clave” para recuperar el barrio del colapso y llevarlo al éxito (Martin 2020). Sin embrago, Santa Cruz nunca fue un lugar abandonado. Fue un territorio excluido de la formalidad de la ciudad, un sitio que carecía de infraestructura, de inversión y de intervención gubernamental. Pero, a pesar de las condiciones difíciles, siempre hubo una fuerte comunidad en la cual los miembros construyeron relaciones y crearon recuerdos, negociando una forma particular de ser y estar en este espacio. Las sillas fuera de casa, la música en la acera, los juegos de fútbol en la pista. Las valoraciones que se producen en el contexto de cambio en La Mar representan mucho más que un reflejo del valor intrínseco de una experiencia en la ciudad, constituyen una narrativa que reconoce ciertos tipos de comunidades y formas de navegar el espacio (Deener 2007).
Al final, más que desmantelar las diferencias sociales, la historia de Carlos perpetua formas particulares de exclusión, generando un “habitus específico del lugar” en la comunidad de Santa Cruz (Allen y Hollingworth 2013). En este habitus Carlos puede “jugar de manera segura con posibilidades” y con “formas alternativas de ser”, “poner a prueba identidades riesgosas o conflictivas” en el refugio de este espacio liminal (Ibarra 2007, 24-25). De hecho, al mismo tiempo que celebra la creatividad, la diversidad y la transgresión, Carlos reconstituye los “privilegios” de ciertas posiciones de poder (Lees 2000, 393), conectando ideas específicas sobre La Mar (es abandonada) con significados (es una oportunidad), con valores (es interesante y entretenida) y con límites para ser y estar en este espacio (puedo cambiar y mejorar La Mar).
5. Dentro y fuera de lugar
La panadería de Carlos es un eje central en su narrativa, marcando los límites temporales y espaciales del proceso de cambio en La Mar. Desde la comodidad de su negocio Carlos materializa su posición en el barrio. Las expresiones en referencia a su negocio, el éxito que tiene y la clientela que disfruta lo asisten en este proceso y manifiestan claramente la dinámica de poder que emerge entre el pasado y el presente en la avenida. Ciertos personajes cobran vida y algunos objetos se vuelven valiosos referentes del mensaje que quiere transmitir: son instrumentos en su historia.
Carlos expresa un deseo grande de conectar e integrarse con su entorno y lo materializa a través de su panadería. Sin embargo, mucho más que integrarse al espacio, la estética del lugar sirve de plataforma que modula el diálogo entre el interior y el exterior del negocio. Este diálogo traduce el perfil físico del barrio a través de elementos particulares como las ventanas antiguas que utilizó de tableros para listar productos y precios, las bombillas expuestas que eligió para iluminar la panadería o los perfiles de metal que adornan muchas de las paredes y muebles del lugar. Es lo que para Jameson (1991) sería un “pastiche posmoderno”, capitalizando “el paisaje urbano existente del barrio, pero también buscando remarcarlo o elevarlo, exagerando ciertos detalles y apropiándose de elementos del pasado” (Joassart-Marcelli y Bosco 2020, 47).
Todavía hay luces rotas, la iluminación no es buena, el tráfico es un caos, pasan muchos autobuses y hay mucho ruido. Entonces, cualquier cosa que quieras hacer tiene que estar, de una forma u otra, conectada a eso. No puedo pretender montar un lugar que sea muy exclusivo, muy limpio, entre comillas; sino que, en cambio, mi negocio tiene que asumir el hecho de que está insertado en esta avenida, que tiene una personalidad muy urbana, que es muy ruidosa. Hemos utilizado perfiles de metal en nuestro local, ventanas antiguas, iluminación con bombillas expuestas. Hemos puesto una pantalla en la ventana para estar conectados con la avenida, que no es una avenida bonita, pero tiene que formar parte de nuestro lugar porque es apropiado (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
Buscando un poco tienes una mesa con extranjeros allí, luego tienes a Marcelo Wong allí, el artista; más extranjeros allí, una pareja que también parece extranjera por aquí, una señora que parece mayor también. Luego, hay una dama formal que pide algo en el bar. La verdad es que es súper diverso. Y eso es comida para mí porque hace que mi lugar de trabajo sea divertido. La variedad hace que este lugar sea especial. No es tan caro, quiero decir que el pan es caro, pero la experiencia no lo es. Vienes aquí y con 30 soles estás lleno y feliz. Entonces, tal vez este lugar también pueda atraer a un perfil de personas que vienen de otras áreas que no son tan exclusivas como Miraflores (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
De esta forma, el mismo proceso que aparentemente fortalecía los lazos entre la panadería y el barrio también los separaba, resaltando lo que Skeggs (2004, 102) denomina la paradoja de la proximidad y la diferenciación. Mientras más cerca estamos, más necesidad hay de aclarar las diferencias. En este contexto, la panadería de
Carlos se materializaba en una versión sanitizada de La Mar, era una reconstrucción o interpretación de la vida en el barrio, pero en un entorno seguro. Si bien, los dos espacios compartían elementos en su composición, estos tenían diferentes significados y surgían de circunstancias e intenciones distintas. En el caso del barrio, varios de estos objetos apuntaban a prioridades de funcionalidad, a la falta de recursos y la creatividad la supervivencia en tiempos de escasez. Mientras tanto, en el caso de la panadería, el uso de los mismos objetos respondía a un atractivo estético visual, a un proceso de apropiación, a una exhibición de jerarquías en la ciudad.
Dentro de los elementos incorporados a la panadería, las ventanas tenían un papel esencial en la demarcación del espacio. Para Carlos, su tamaño y transparencia ofrecían una herramienta útil de comunicación entre el interior y el exterior del local, pero también una plataforma para ejercer poder. Pues, a través de la transparencia del vidrio la “mirada”, históricamente hecha desde los balcones de Gran Bretaña y desde los rascacielos de Chicago (Urry 2003, 351) y las visibilidades que implicaban, se convirtieron en instrumentos para ubicar y separar espacios, personas y comportamientos. Mientras que el interior de la panadería era para que todos lo vieran, solo algunos podían permitirse ser parte de este aparente “entorno diverso”, uno donde “el pan es caro, pero la experiencia (formar parte del lugar y de los nuevos límites del barrio) no lo es” (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
Para Carlos, la experiencia iba más allá del negocio y del consumo, era más que una taza de café y un pedazo de pan. La experiencia involucraba recursos simbólicos para navegar el espacio y formar parte de él. En última instancia, no se trataba solo de acceder a estos recursos, - el pan y el café, que no eran accesibles de todos modos- sino de tener la posibilidad de exponerlos, validando ciertos recorridos en La Mar. Además, más allá de estas visibilidades y exhibiciones, la transparencia entre el exterior y el interior de la panadería también implicaba una especie de vigilancia sobre la avenida. Las ventanas funcionaban como un podio desde donde contemplar lo que sucedía en el exterior, dando una sensación de control sobre lo que estaba pasando, una conciencia del lugar sin el riesgo de estar afuera evitando las luces rotas, el tráfico caótico y el ruido y regulando todo como una escena que se observaba.
Al igual que con la estética de la panadería, los personajes incluidos dentro del local fueron cuidadosamente diseñados en la historia de Carlos. Los artistas, los extranjeros y las damas formales desempeñaron una tarea importante en delinear la experiencia urbana que Carlos buscaba reproducir en su negocio y la persona en la que se convertiría. Esta experiencia buscaba un estilo de vida particular dentro del cual ciertas cualidades, prácticas y expresiones eran más ventajosas que otras. En este sentido, la historia de Carlos superó la celebración de la diversidad y la inclusión y el valor se distribuyó de manera desigual entre el interior y el exterior de su negocio, enfatizando qué personajes tenían permitido convertirse exitosamente en diferentes, interesantes, significativos y cuáles no se mantenían en calidad de peligrosos.
6. Reinscribiendo el barrio
Me siento parte de esta avenida, me siento comunicado con esta avenida porque desde el principio me he preocupado por comunicarme con mi entorno, lo que beneficia a mi panadería y al mismo tiempo beneficia a la propia avenida. Por ejemplo, la tiendita de la esquina también forma parte de mi negocio porque el vendedor me saca de apuros; el tapicero de la esquina también me ha ayudado con algunas cosas dentro de la panadería. Hay carpinteros, herreros, el mercado de Santa Cruz (…). Tengo mis proveedores allí; siempre los visito. Sí creo que hay un lenguaje muy urbano aquí y eso es otra cosa interesante de esta avenida, que aún mantiene ese algo del “caserito”, la bodega de la esquina, el carpintero, el herrero, el mercado y eso hace que el espacio sea mucho más rico y diverso. No me siento amenazado o con miedo cuando camino por La Mar. Siento que conozco a la gente y que, de alguna manera, me identifico con ellos. Me gustaría que la avenida de La Mar no perdiera el espíritu de la calle, de la ciudad, que de una forma u otra integra a diferentes personas en una gran obra teatral donde hay una gran variedad de actores. No me gustaría que estos actores desaparecieran porque creo que quitaría lo que hace que La Mar sea tan especial. No me gustaría que las bodeguitas desaparecieran, el carpintero, el tapicero, el herrero desaparecieran, porque creo que eso hace especial a la avenida. No deberían arruinarse sino mejorarse, ayudando a las personas que han estado aquí durante muchos años al hacer que sus negocios sean organizados y atractivos, permitiéndoles seguir contribuyendo al carácter de la avenida (entrevista a Carlos, Santa Cruz, 4 de julio de 2014).
A pesar del espacio que surgía entre Carlos y La Mar, su historia constantemente volvía a un palpable interés por involucrarse con el área. De hecho, no era raro que Carlos intercambiara recursos e información con residentes y negocios locales, participando en el “espíritu urbano” que buscaba en este espacio. Carlos se aferraba a este espíritu, un espíritu que lo llevaba al pasado de la avenida y a Londres donde lo entendió por primera vez. En cierto sentido estos residentes de mucho tiempo y negocios eran los guardianes de este espíritu. Eran vitales para el límite que había trazado en su experiencia urbana y fundamentales para preservar el interés que tenía en La Mar. Estos residentes y negocios se situaban en el centro de su proyecto personal, manteniendo la “estetización del yo” que había construido en relación con la ciudad (Skeggs 2004, 136-137).
Esta dimensión estética del yo se caracterizaba por la sensación incompleta del taller mecánico, por la simplicidad del mercado de la esquina, por la amabilidad del carpintero. Todo esto transpiraba como el “límite constitutivo” en la historia de Carlos, dándole “el terreno fijo” para moverse por el espacio (Skeggs 2004, 8-9). Desde este terreno asentado, Carlos jugaba con opuestos y se sumergía en áreas grises. Se movía entre la amenaza y la oportunidad, la seguridad y el riesgo, el orden y la confusión, estableciendo una lista de demandas sobre el barrio (Skeggs 2005, 973). Más allá de las ideas románticas de salvación, estas dividían la condición social (dificultades históricas) de las prácticas culturales de clase (creatividad, persistencia, inventiva), “reconvirtiendo” la práctica del barrio en “disposiciones culturales” y reinscribiendo de esta manera ciertas cualidades como capital para el intercambio (Skeggs 2004, 31).
Sin embargo, el valor del capital para el intercambio dependía de la preservación de la práctica del barrio que Carlos expresaba en su historia. Con su panadería contribuyó a esta preservación, concluyendo cuidadosamente sobre la cantidad adecuada de transformación en Santa Cruz y mejorando lo suficiente para estar organizado y ser atractivo, pero no al punto que se borrara el espíritu del barrio, gestionando sus riesgos y posibilidades como un recurso a ser utilizado y regulado (Sequera 2014, 246; Alkon, Kato y Scicca 2020, 11). Finalmente, para estos personajes y lugares, este espíritu urbano se convirtió en una práctica pegajosa de riesgo que a veces surgía de la posibilidad de ser excluido del barrio y en otros momentos, según palabras del propio Carlos, evocando el placer, el deseo y el interés de “iniciar algo diferente y creativo”.
7. Conclusiones
El auge gastronómico en Lima desencadenó una revolución urbana, especialmente en barrios como Santa Cruz. Esta transformación fue moldeada por diversas experiencias espacio-temporales y cada una de ellas ofrece ideas sobre las complejidades de la gentrificación a nivel local. Para Carlos, su familiaridad con Londres sirvió de fuerza orientadora en La Mar, permitiéndole navegar por la avenida y reconocer oportunidades para integrarse. Su comprensión de la gentrificación en el extranjero trascendió la reflexión de una clase gentrificadora global y señaló el desarrollo de estrategias que vinculaban los procesos globales con la construcción de identidades locales. Esto posicionó ventajosamente a Carlos no solo en la negociación de su propia experiencia dentro de la avenida, sino también en la formación de narrativas en torno a individuos y lugares, influenciando así los límites, significados y valores asociados con ser y estar en Santa Cruz.
Este conocimiento espacial se materializó en la panadería de Carlos, donde la estética y el consumo sociocultural jugaron roles fundamentales en su interacción con la avenida y su posicionamiento dentro de ella. Esta interacción reveló un intercambio complejo más allá de las dicotomías simplistas, arrojó luz sobre las economías contemporáneas del yo y de las dinámicas de poder que hay en juego (Allen y Hollingworth 2013). Estas economías y relaciones de poder fueron centrales para la experiencia de Carlos en La Mar, delinearon su búsqueda del espíritu urbano del barrio mientras navegaba el aburrimiento y capitalizaba el cambio, contribuyendo al proceso de gentrificación en cuanto una oportunidad para algunas personas y forma de restricción para otras.